Carrusel sangriento [Mini evento: Tú también flotarás - Kim HwaJae - 12 de Junio de 2000 - Dahlonega]

-¡Vengan! ¡Vengan a la feria! – Era verano y, cómo era tradición en muchos pueblos de Estados Unidos, con el calor habían llegado las ferias ambulantes, aquella semana habían montado una especialmente grande en Dahlonega, en las afueras, la gran noria se erigía cómo si un templo a la divinidad se tratase, cómo un lugar sagrado que llamaba a los peregrinos desde la lejanía, la montaña rusa emitía cada 5 minutos gritos de la gente que se atrevía a subirse y los tiovivos estaban llenos de pequeños y no tan pequeños que disfrutaban dando vueltas y perdiéndose en la infinidad de colores del carrusel.

Por todas partes había puestos de comida ambulante, algodón de azúcar, palomitas, perritos calientes, churros y caramelos emitían todos juntos un aroma embriagador que se mezclaba y invadía toda la explanada…El lugar estaba abarrotado de gente, era sábado por la mañana y los habitantes del pueblo habían decidido aprovechar aquella feria mientras durase, a pesar del fuerte sol que caía y las altas temperaturas…Con todas aquellas personas, rastrear el demonio que Mephisto le había pedido cazar iba a ser una tarea complicada Kim que se movía torpemente entre la gente para hacerse sitio:

-¡Hola pequeña! – Un hombre vestido de payaso la asaltó de golpe, tenía una melena roja que iba a juego con su nariz, la cara pintada de blanco y llevaba un traje horrible de color amarillo con una chaqueta morada y unos flecos, el tipo llevaba unos globos de colores en la mano derecha, mientras que en la izquierda parecía tener un garfio: - ¿Te has perdido cielo? Toma…- Le ofreció un globo con una sonrisa en los labios, enseñando unos dientes amarillentos…Miraba fijamente a la niña y sus ojos ¿Destellaron con luz roja?

Spoiler:

Definitivamente sucedía algo extraño con ese tipo…El payaso se retiró después de darle el globo y empezó a caminar desviándose de la muchedumbre hacia la izquierda ¿Tal vez era mejor seguirle? La niña caminó detrás suyo, el tipo se movía calmadamente e iba repartiendo globos a los niños que se cruzaba hasta que, finalmente llegó a una edificación negra, de unos dos metro y medio de alto, parecía un túnel que se extendía metros y metros, era difícil intuir su tamaño, debía tener las proporciones de una casa…El payaso se adentró por la puerta y entonces la chica pudo ver que en la entrada, con unas letras de madera pintadas en color rojo ponía: Casa de la diversión.


El griterío de gente parecía haberse apagado de golpe, cuando la niña giró la vista estaba en una explanada vacía, no había nadie a su alrededor y todo el sonido que hacía unos minutos provenía de la feria se había apagado. Si hubiera tenido opción habría caminado hacia atrás y se habría marchado, pero debía atrapar a aquel demonio…Si es que lo era.

Cuando se adentró en el interior estaba muy oscuro, unas luces ultravioletas alumbraban todo el lugar, haciendo que las ropas claras emitiesen un brillo azulado, las paredes tenían dibujos con pintura fluorescente, que brillaba en la oscuridad con fuerza y parecían mostrar una historia pintada en diversos colores; al principio aparecía el payaso que había visto hacía sólo unos instantes, llevaba unos globos y sonreía, parecía feliz y contento, su contorno estaba hecho con colores azulados que destellaban con fuerza.

A esa imagen le seguía una de unos niños que señalaban al payaso y se reían, tenían miradas malvadas en el rostro y parecía que mirasen directamente a Kim, sus contornos estaban pintados de color verde.

En la representación que había a continuación, uno de ellos distraía al payaso haciendo un baile mientras los demás le ponían una especie de cartucho de dinamita en el bolsillo de atrás del pantalón, estas figuras eran de colores amarillentos.

Se mostraba una explosión en la mano izquierda del payaso y a este llorando, parecía que le habían gastado una broma pesada que había salido mal. Las formas de aquel dibujo estaban representadas en un tono anaranjado.

Ya casi estaba llegando al final…Una estrella satánica y el payaso de rodillas rezando, esta empezaba a tomar un tono rojizo, un color entre naranja y rojo, cómo el fuego, la mirada del tipo destilaba odio, incluso en un dibujo.

Los niños corrían mientras el payaso se comía a uno de ellos, los colores rojizos y el brillo que emitían producían una intensidad que incrementaba la sensación de violencia en aquella imagen, en la cara del bufón había una sonrisa dibujada mientras ejecutaba el acto…Los dibujos acababan allí y repentinamente ¡POM!

Kim chocó contra un espejo que simulaba que el pasillo continuaba recto, dijo algo entre dientes y palpó a su alrededor para encontrar que el camino seguía hacia su derecha, en el espejo dónde se había chocado apareció reflejada una figura extraña, un tipo sin rostro con la tez pálida y los brazos largos…Fue sólo un instante, imperceptible para el ojo humano y la figura desapareció rápidamente.

Delante suyo el pasillo se empezó a volver oscuro y se iba estrechando cada vez más, del extremo al que se dirigía venía un ruido extraño, cómo un impacto ¿Qué estaba sucediendo? Siguió avanzando hasta que tocó con una especie de pared, algo golpeó la misma, todo estaba oscuro…Apoyó las manos en la pared, parecía que podía abrirse, pero era muy difícil…La niña usó todas sus fuerzas para empujar y consiguió abrirla.

La tierra le ensució y le llenó la boca, la humedad de la misma le inundaba las fosas nasales con su olor, no entendía nada, pero se estaba ahogando y aprisionada entre tierra, se arrastró cómo pudo y de pronto brotó de la tierra, cogió aire, miró a su alrededor, el cielo estaba oscuro, llovía con fuerza y el agua la empapaba entera, detrás suyo pudo ver una lápida con su nombre inscrito en ella:

-Kim…- Una voz la llamaba a lo lejos, se dio la vuelta y vio una pequeña carpa con una entrada de la que venía una luz anaranjada en la cual se proyectaba la sombra de una figura con cuernos que se movía de un lado a otro.

La pequeña abrió los ojos tiritando. No es que la temperatura fuese fría, si no que se había destemplado a causa de pasar la noche al aire libre. Había llegado a la ciudad la noche anterior, aunque no estaba segura de cuánto tiempo había dormido. Sólo sabia que por la noche, una silueta reconocible se había presentado en su habitación del orfanato, justo al lado de su cama. Sus ojos amarillentos, tan reconocibles, brillaban incluso aunque no hubiera luz. Le retiró el pelo a un lado de la cara, y ella sintió la larga uña recorriendo su frente despertándola en el acto. Su sonrisa, llena de dientes, se aproximó a su oído. Su voz gutural se le metió en el interior de la oreja, le reptó por el canal auditivo como una serpiente y después... Sólo había sentido mucho, mucho calor.

Nada parecido a lo que estaba experimentando en ese momento. Se frotó los ojos y miró su pequeño monedero. Tenía dentro un billete de cinco dólares y cinco de uno. No recordaba qué tenía que hacer allí. No conocía la ciudad, ni a nadie que pudiera ayudarla, pero de alguna manera sabía que tendría que quedarse hasta el anochecer. Si todo salía bien, volvería a su orfanato y aquello no habría sido mas que un mal sueño.

Un sonido intenso llamó su atención, y su rostro infantil se encendió de emoción al ver la inmensa feria. La noria daba vueltas envuelta en una música alegre, el tiovivo giraba cargado de niños y adultos, y las atracciones funcionaban llenándolo todo de risas y felicidad. Podía montar en alguna cosa. Comer algodón de azúcar. Hacer algo divertido, mientras esperaba que cayera la noche para... para...

Un dolor fuerte le recorrió la parte de atrás de la cabeza, y tuvo que sujetársela mientras apretaba los dientes. La vista se le nubló un poco, pero después volvió a la normalidad. Pestañeó hasta recobrar la nitidez. Después se recolocó el tutú, y caminó hacia la muchedumbre. Trató de esquivar a todos lo mejor que pudo pero era complicado, casi parecía que se cruzaban a propósito. En el momento en que creía que la gente no iba a acabarse una inmensa figura apareció frente a ella. La pequeña Koreana se encogió, y su rostro se tiñó de un color rojizo. Una enorme silueta extraña con el rostro pintado de blanco y rojo le tendió un globo con una sonrisa. Su ropa era rara y dada de sí, como si se hubiera vestido con la ropa de alguien más. Alargó la mano, no sin reservas, hacia el globo y lo agarró con fuerza. Sus ojos eran rojos, y notó que su corazón se encogía cuando se alejó de ella. Había algo, una parte de su ser, que quería darse la vuelta y marcharse, pero no podía. Otra parte sentía que tenía que seguir a ese payaso. Comenzó a dar pequeños pasos hacia una estructura con un enorme pasillo con pintura en la pared.

Se detuvo en seco, asomándose. Estaba oscuro. Caminó de espaldas, llena de una inquietud que había empezado a recorrer su cuerpo, tensándolo. Tenía que irse de allí. El cordón con el que sujetaba el globo había empezado a clavarse en el interior de su mano de manera inconsciente. Giró sobre sus talones, encarando un abismo vacío. Un terreno lleno de nada, donde antes había estado una feria llena de gente, aroma a palomitas y perritos calientes, familias y diversiones. Su rostro se contrajo en una expresión asustada. Los niños son fáciles de impresionar cuando les muestras algo que no pueden entender, y aún menos explicar. Entonces se genera la angustia. La necesidad de pedir ayuda...

pero ella estaba sola...

La casa era lo único que quedaba. El resto sólo era ese mundo lleno de un vacío inexplicable. El pasillo le daba miedo, pero podía entenderlo. Estaba allí. Podía tocarlo. Se adentró entre sus paredes oscuras que de pronto parecían llenas de colores. Murales en la pared mostraban al mismo payaso que le había dado su globo. Al principio sonreía contento. Luego ya no. Los niños. Los niños...

BSO:

Se le encogió el estómago. Se sentía enferma. Sus manos comenzaron a temblar, contagiando al resto de su cuerpo sus estremecimientos en unos pocos segundos. Se agarró al globo con vehemencia mientras veía un monstruo agarrando a uno de los niños y comiéndoselo. Su respiración comenzó a entrecortarse, en un preludio de llanto, mientras los ojos se le humedecían. No quería estar allí. No quería ver esa horrible cara pintada mirándola, con la boca abierta y los ojos desorbitados que parecían mirarla mientras el niño estaba lleno de sangre. La sangre era roja. Muy roja. Escuchó un portazo detrás de sí. Entonces gritó y echó a correr. Se chocó de cara contra un inmenso cristal, y cayó al suelo, haciéndose daño. Al levantarse las lágrimas le caían por las mejillas. Había una especie de persona con patas de araña al otro lado. Patas largas que iban a salir del espejo para cogerla. Su pequeño cerebro infantil fantaseó con el miedo como sólo lo saben hacer las mentes mas jóvenes. Volvió a chillar con todas sus fuerzas, antes de girar hacia la derecha y correr para darse con la pared. Esos golpes. ¡IBA A SALIR DEL ESPEJO!

- ¡Mamá! ¡MAMÁ! ¡MAAAAMAAAAAA!- gritaba desesperada con la cara congestionada por el llanto, mientras intentaba escapar de aquel laberinto lleno de horrores. Una dulce y hermosa palabra comodín que hasta entonces le había servido siempre. Si tenía frío, sed o miedo. Si no podía dormir, o si quería algo de merendar.

Pero ahora ya no valía, ¿verdad?... Ahora ya nadie respondía a esa llamada.

- ¡MAMAAA! ¡MA...AAAAAAAH!- cayó a través del hueco tras aporrear la puerta hasta pelarse las manos.

Después no pudo chillar mas. El barro se pegaba a su cara, y le llenaba la boca de un sabor repugnante. Trató de coger aire, pero ardía como fuego bajándole por la garganta. Boqueó como un pez fuera del agua ganando la fuerza del instinto de superviviencia, asfixiada en la sensación más angustiosa de su vida desde que se había enterado de la muerte de sus padres. La luz blanca. Un agujero justo encima. Se arrastró, saliendo de él colocándose a cuatro patas y vomitó contra el suelo. Una mugre marrón mezclada con la bilis impactó salpicándole las mangas. Los mocos le caían por la cara embadurnada de tierra. Sus manos arañadas tenían cortes y arañazos de haber luchado para no morir enterrada viva. Intentó secarse, y percibió que el hilo del globo le daba un pequeño tirón de la mano. Siguió la dirección con la cabeza, para ver una enorme lápida. No sabía leer muy bien, pero ahí ponía su nombre. Los recuerdos del cementerio de su madre y de su padre la embriagaron con la dureza de un mazazo. Pero no tuvo tiempo de recrearse en ello. El hilo volvió a moverse, dándole un fuerte tirón que le hizo daño en el hombro.

- ¡AAAAH! ¡AAAAAAAAAAAAH! - gritó de nuevo, mientras el hilo la arrastraba de vuelta al agujero. - ¡NO! ¡NOOOOOO! ¡SUÉLTAME! - luchaba con todas sus fuerzas, tratando de resistirse mientras el hilo tiraba y tiraba, arrastrándola. Clavó las rodillas en el suelo, sintiendo la tierra hundirse bajo su peso. Se le clavaban las piedras y se arremolinaban alrededor de sus piernas cuanto más pataleaba. No podía soltarse. No podía. Se asomó al agujero, y algo se movió dentro. Había algo ahí. ¡HABÍA ALGO AHÍ DENTRO! - ¡¡SUELTAAAAAAAAAA!!- gritó en un último esfuerzo justo en el momento en que la cuerda se desenganchó de su pequeña mano. El agujero la engulló y se cerró con un violento sonido, un chillido estremecedor que quedó atrapado debajo del terreno.

La pequeña niña jadeaba, temblaba y había parado de llorar a causa del Shock. Su expresión ausente daba buena cuenta de ello. Ni se había percatado de que la lluvia la empapaba, llevándose parte de la suciedad y los restos de vómito. No era capaz de oler la bilis. Sólo el húmedo olor de la lluvia.

-Kim...- su rostro se giró hacia el lugar del que provenía su nombre. Contempló la abertura de una gran carpa con los ojos desorbitados, notando cómo latía el corazón en su cabeza. Una figura inmensa con dos cuernos se dibujaba en el suelo, meciéndose de un lado a otro. La sombra se deslizaba como si quisiese alcanzarla de un momento a otro.

- ¡DEJAME EN PAZ! - gritó en su idioma natal. Él le había dicho que tenía que acostumbrarse al inglés. Que tenía que esforzarse. ¿Porqué le había venido a la mente? Sus ojos amarillos aparecieron en el interior de sus párpados como dos linternas estáticas que no se apagaban. Salió corriendo en dirección contraria, y entonces se dio cuenta de que estaba envuelta por la vegetación.

Ahí... Ahí jugaba al escondite con...

- ¿Mamá? - preguntó en apenas un susurro, mientras se hundía en la maleza con las manos extendidas. La encontraría de un momento a otro. La encontraría y entonces... Un ruido la paralizó, justo al otro lado de las plantas. Comenzaron a moverse justo a su lado, como si algo las estuviera empujando. Notaba el aroma pútrido de su aliento y su cerebro le creó mil formas aberrantes antes de verla. Sus pies se anclaron al suelo, porque si se le ocurría moverse, sólo lo haría para caerse. Iba a perder las fuerzas de un momento a otro. Iba a... una extraña zarpa salió de entre la vegetación, rozándola. Las fuerzas volvieron en ese instante. Echó a correr tratando de apartar con las manos todas las plantas. No podía ver nada. Escuchaba aquella cosa, fuera lo que fuera, corriendo cerca de ella, rugiendo, jadeando. La estaba... ¿La estaba cazando?

Cayó al suelo. Volvió a levantarse. Miraba a su alrededor enloquecida. Convencida de que algo saltaría en su dirección y acabaría con su vida. Lo oyó tan cerca que podía volver a presentir su aliento pestilente. Sus ojos se emborronaron a causa del miedo y las lágrimas. Dobló a la izquierda, a la derecha. En todas direcciones. No había modo de salir de la vegetación. Estaba perdida. Giró y frente a ella, la vegetación se desdobló. Una mole de color negro gigante la miraba semi oculta entre las plantas. Su boca llena de dientes dibujando algo parecido a una sonrisa, y sus pequeños ojos blancos brillando con una luz fantasmagórica. Cogió impulso hacia atrás y se abalanzó sobre ella.

Kim se dió la vuelta, y corrió. Corrió tanto que le sus pulmones quemaban y su corazón estaba a punto de alcanzar su límite. Cerró los ojos, chocándose con las plantas, mientras escuchaba los trompicones de esa cosa detrás de sí. Las plantas no se acababan y de pronto el terreno se abrió volviendo a mostrar la carpa. De repente aquel lugar le pareció su única oportunidad de salvación. No miró atrás ni una sola vez.

Se precipitó hacia la carpa con la certeza de que el monstruo no entraría. Sabiendo, de alguna manera extraña y retorcida, que la carpa era la única cosa que podía salvar su vida.

Mientras la niña se adentraba lentamente en la carpa la terrorífica sombra que se proyectaba al exterior parecía hacerse cada vez más y más grande, cómo si la engullera más y más a cada paso que ella daba hacia el interior, el contraste entre la luz de aquel lugar y el exterior la cegó por unos segundos, poco a poco fue recuperando la visión hasta que pudo ver lo que había allí dentro.

Del techo colgaban unos faroles que transmitían una luz rojiza mortecina. Delante de ella y de la entrada a la carpa habían una serie de bancos de madera, 4 hileras de bancos dispuestos con orientación hacia un teatro de marionetas hecho en madera que había un par de metros hacia delante, hacía un metro y noventa centímetros de alto y metro y medio de ancho, estaba pintado de color rojo con detalles amarillos y en la parte de arriba tenía un toldo blanco y rojo, aproximadamente a media altura había una ventana abierta, un hueco de unos 50 centímetros de alto y 50 centímetros de ancho, detrás de dicho hueco podía verse un fuego, de forma que, si se ponía un objeto entre el fuego y la ventana del cajón se proyectaría su sombra más adelante.

De la parte baja de la ventana se asomaron unos ojos amarillos que la miraban fijamente, era difícil ver algo más debido a la contraluz que el fuego producía, sin embargo, aquellos ojos brillaban con una maldad y hambre inusitadas, unas manos blancas con unas uñas negras, largas y que parecían afiladas se asomaron por el borde, clavándose en la madera del mueble:

-¿Qué haces aquí niña? ¿Has venido a ver la historia de hoy? – Las uñas repiquetearon contra la madera roja, en seña de impaciencia mientras una risa gutural salía del interior del mueble: - La obra está a punto de comenzar. Siéntate. – No era una sugerencia, era una orden, e incluso para una niña pequeña el tono de aquella voz aguda y agresiva era suficiente para entender que debía obedecer. Los ojos desaparecieron por debajo de la ventana, la tela que antes mantenía abierta la carpa se cerró súbitamente, la luz del ambiente descendió poco a poco hasta quedar casi a oscuras, a excepción del fuego que crepitaba detrás de la caja que le daba a la carpa un extraño ambiente, como si estuvieran explicando historias en una hoguera.


Una música siniestra empezó a sonar por toda la carpa, sin saber exactamente de donde provenía…De pronto la cabeza de una marioneta desgastada y vieja se asomó de la parte baja de la ventana: - ¡Hola niños! ¡Soy Jackie el payaso saltarín! – La marioneta entera emergió, se trataba de una figura de un payaso que saludaba a Kim haciendo una reverencia, su sombra, proyectada por el fuego, se mostraba en la lona que formaba la pared de la tienda: - ¡Me hace muy feliz que estéis aquí…- La marioneta giró la cabeza de un lado a otro: - ¡Hoy os voy a explicar la historia de cómo…- De pronto se calló mientras otro títere, un demonio , con cuernos y un aspecto igual de viejo se asomaba por un lado agitando los brazos: - ¡No vas a contarles nada! ¡Aquí sólo hay una niña! – La figura del demonio se acercó al payaso y empezó a golpearla: - ¡No has cumplido tu pacto! – El payaso gimoteaba mientras el demonio le golpeaba y reía con una siniestra sonrisa, a medida que la violencia se intensificaba, la boca del demonio se iba abriendo, dejando a la vista unos terribles dientes afilados, propinó un mordisco a la cabeza del payaso, arrancándola, empezó a brotar sangre de la marioneta, el fuego se apagó, se hizo el silencio:

-Kim….Ahora voy a tener que comerte a ti…- La misma voz que había hablado desde detrás de la estructura y que había manejado las marionetas susurró arrastrando las sílabas a la espalda de la niña, a aquella frase la siguió una risa siniestra que se perdió en la oscuridad.

Las luces de la carpa se encendieron poco a poco y el lugar fue mostrándose ante sus ojos, vacío y silencioso, extrañamente tranquilo, la entrada al lugar volvía a estar abierta…Algo húmedo y caliente le cayó a la chica en la pierna derecha desde el techo, poco a poco fue levantando la mirada para ver con horror la terrible figura que la observaba desde el techo.

Era un payaso con cierto parecido al que se había encontrado en la feria, este, sin embargo, tenía una ropa que parecía más antigua y sin color, blanca, sólo teñida por la suciedad que acumulaba, con sus largas garras estaba adherido al techo de lona y sus ojos, amarillos y bizcos miraban fijamente a la niña mientras salivaba por una boca que mostraba unas tres hileras de dientes terriblemente afilados y amarillentos que destacaban en su cara blanca y deformada:

Spoiler:

-Es hora de comer…- La bestia se dejó caer justo cuando Kim se lanzó hacia atrás para esquivarla, su puro instinto la hacía moverse sin pensar, se desplazaba rápidamente a través de los bancos y salió rápidamente al exterior, frente a ella se encontró dos carteles, en uno indicaba una dirección y decía:

MUERTE ASQUEROSA. Esa dirección parecía llevar a un túnel que se sumergía en lo más profundo de la tierra.

Al lado había otro cartel que indicaba otra dirección en el que ponía: MUERTE CON DOLOR. El camino discurría hacia una casa que parecía abandonada.

Kim debía escoger, arriesgarse por uno de los caminos o ser presa de la desagradable criatura que ahora, presa de la rabia y un apetito voraz, destrozaba los bancos en su persecución para atrapar a la niña y devorarla.

Tenía el cuerpo helado por la lluvia y había empezado a tiritar. De alguna manera parecía como si ese agua fuese mas densa de lo normal. Escurrió como pudo los restos de su tutú mientras sentía el repentino alivio del abrigo de la carpa sobre su cabeza. Parecía haber olvidado la sombra fantasmagórica que se deslizaba de un lado al otro en el interior. Se vio obligada a cerrar los ojos y poner una mano frente a ellos intentando no cegarse con la cálida luz intensa procedente del interior. Pestañeó, mientras los ojos le ardían por la luminosidad y haber llorado durante tanto tiempo. Escocían como si sus párpados arrastraran pequeños cristales rotos en el interior arañando la frágil superficie se su ojo. Cuando por fin bajó la mano, un extraño teatrillo de algo que parecía cartón o madera apareció en el centro de la carpa, rodeado por bancos blancos. La niña dudó. Miró por un instante fuera dubitativa. Algo se recortó contra la oscuridad de la entrada, escabuyéndose como si tratara de evitar la exposición a la luz. Estaría bien siempre y cuando no saliera.

Se giró sobre sus pies y avanzó hacia el guiñol. No había nadie mas en la carpa. Estaba sola. Unos ojos brillantes y amarillos se asomaron sobre el hueco, seguidos de unas manos de largas uñas negras horrendas. Se detuvo en seco. Una voz aguda le ordenó que se sentara, e impelida por una fuerza mayor que ella que no llegó a entender, tomó asiento. Tal vez fuera la autoridad y firmeza de esa voz... u otra cosa muy distinta. Una pequeña marioneta salió saludando y por primera vez sintió que su cuerpo se relajaba. Su rostro sonreía y era alegre. Se presentaba con voz risueña y un amago de sonrisa amenazó con asomar en el rostro de la pequeña coreana... hasta que su silueta acompañante salió de entre la parte baja de la escena. Su sonrisa se desvaneció como si jamás hubiera estado en su rostro, generando una sensación de espejismo de la calma y seguridad que había parecido, por un instante, al alcance de sus manos.


- No le pegues...- pidió, en voz baja. No le gustaba lo que estaba pasando entre esos dos. - ¡No le pegues! ¡NO LE PEGUES MAS! - exclamó, dándose cuenta por el rabillo del ojo de que el diablillo mentía. Había más gente. Mucha mas gente a su alrededor. ¿Cuándo habían llegado? No estaba segura. Su mirada se desvió solo un instante del guiñol para percibir las siluetas...

Sus cuerpos hinchados cubiertos de venas negruzcas parecían translúcidos. Casi se podía ver lo que había debajo de su piel. Llenaban las gradas con su presencia etérea, intangibles. Los golpes que propinaba el diablillo eran como un metrónomo espantoso. Los fantasmas abrieron sus bocas con un lamento que le heló la sangre. Todos sus rostros comenzaron a deformarse, sus cabezas rotaron en ángulos imposibles como si trataran de evitar a toda costa mirar en la dirección donde el pequeño muñeco del payaso estaba recibiendo una terrible paliza por parte del diablillo. Kim hizo todo lo contrario, justo a tiempo de ver como unos dientes horrendos se cerraban sobre la cabeza del payaso y la arrancaban salpicando sangre por todas partes, y llenando su ropa de ese líquido caliente y repugnante. Hasta podía notar en la boca el sabor a hierro...

Gritó, tratando de levantarse, justo a tiempo para ver que le resultaba imposible mover los pies. Desde la parte baja del banco en que se había sentado salía una densa sombra oscura que le impedía ver el suelo, y de esa negrura insondable dos apéndices la mantenían cogida por los tobillos con sus afiladas y raquíticas falanges. intentó patalear, moverse, bajar las manos para ayudarse a soltarlas, pero entonces se dio cuenta de que había más de esas cosas. Sujetaban su cuerpo y sus pequeñas manos, impidiéndole hacer movimientos, mas allá de luchar con la cabeza y el cuello por intentar levantarse de ese banco que la mantenía presa.

- ¡SUELTAME! ¡SUELTA! - las lágrimas le cayeron por las mejillas, volviéndose rosada al contacto con las salpicaduras de sangre de su pequeño rostro, donde comenzaba a coagularse al contacto con el aire. Su cuerpo comenzó a perder fuerza, sabiendo que nada podía hacer por soltarse. Se sintió pequeña, inútil e indefensa.

Sólo era una niña.

La voz le llegó desde arriba, obligándole a encontrarse de cara con un monstruo peor del que hubiera visto jamás. Gritó de nuevo, con tanta fuerza que hasta se hizo daño. Aquella cosa comenzó a caer...

Lloró de una manera amarga y desesperada, gimoteando como suelen hacerlo los adultos ante la perspectiva de una muerte segura. Presa del miedo profundo y final que todos comparten.  Sus padres ya no estaban. No podía pedir ayuda a nadie...

A nadie.

Sólo tenía a...

- Me...Me...Mephis...tooo...- siguió llorando, luchando apenas por respirar. - Meph...istooo... ¡Ayuu...uda...meee! - Volvió a abrir los ojos...

Estaba corriendo. Chillaba y corría. ¿Cómo había sucedido eso? En el último momento las manos habían desaparecido y ella había corrido con toda la fuerza que tenía en sus pequeñas piernas. Le ardían como si le hubieran colocado ascuas al rojo vivo. Salió de la carpa sin mirar atrás. Sin pensar que fuera aún podría estar el monstruo de ojos blancos. Era demasiado para soportarlo. Su mente no podía priorizar mas que lo último que había visto, borraba todo lo demás como un mecanismo de defensa que, sin embargo, lo guardaría todo en alguna parte subtérfuga de su mente donde le atormentaría para siempre en forma de pesadillas y terrores nocturnos.

No vio los carteles con claridad. Tampoco habría servido de nada. No sabía leer bien. Sólo corrió, sin saberlo, en la dirección que auguraba una muerte con dolor. De haber sabido leer tampoco se habría atrevido, tras lo que había experimentado, a meterse a un agujero bajo la tierra. Miró hacia delante, donde una inmensa casa vieja se recortaba contra un cielo que parecía cada vez más y más negro. Corrió intentando subir el porche de madera con restos de basura y tropezó, cayendo al suelo golpeándose con violencia. Tiritando contempló el pie a través del calcetín. Dolía de un modo que no había vivido jamás, casi como si alguien le hubiese disparado. Una flor roja se abría poco a poco en la planta de su calcetín. Había perdido uno de los zapatos. Los restos de unos clavos salidos que sujetaban el entarimado a duras penas aparecieron en su ángulo de visión. Su rostro volvió a quebrarse en una expresión desesperada. Trató de levantarse y entrar de algún modo en el interior de la casa, cojeando como un animal herido intenta volver de nuevo a su guarida.

La puerta de la casa crujió lentamente mientras se deslizaba en un suave y elegante movimiento cuando la chica puso la mano sobre el pomo, casi cómo si obedeciera a sus desesperados deseos de encontrar un refugio y le dijera: No te preocupes pequeña, aquí estarás a salvo.

Al cruzar el umbral del edifico la vieja puerta de madera se cerró lentamente detrás de ella como por arte de magia, en contraste al aspecto exterior del lugar dentro había una luz cálida que provenía de una lámpara que colgaba del vestíbulo de recepción, que estaba decorado con unos muebles de madera que parecían antiguos, destacaba sobre todo un alto armario de madera con la puerta de espejo, delante de ella habían unas escaleras adornadas con una moqueta morada, a su derecha, una puerta entre abierta de la que venía un agradable olor a galletas y música jazz y a la izquierda una ventana cerrada con una cortina también morada por la que se filtraba la luz de la luna.


Parecía que toda aquello que le había ocurrido hacía solo unos instantes no hubiera sido más que una terrible pesadilla, incluso…Se miró el pie, no había rastro de la herida que se había hecho hacia un instante, se miró en el gran espejo que tenía delante y pudo ver que estaba limpia e impecable, ni rastro de la sangre o de suciedad ¿Qué estaba pasando? La puerta que había a su derecha se abrió lentamente: - Oh cariño ¿Ya estás aquí? – Una anciana de rasgos dulces que vestía con un delantal la saludó mientras se acercaba a ella, llevaba unas manoplas de horno de color salmón y avanzaba dando pasitos hacia ella: - Has llegado muy pronto, la cena aún no está, pero ven, te daré una de las galletas que he hecho. – Kim no sabía bien cómo proceder, estaba totalmente desconcertada, se sentía mareada y apabullada, todo aquello era demasiado. Las luces de la casa parpadearon.


La oscuridad invadió la estancia, siendo sólo iluminada la casa por la luz de la luna, que ahora pasaba completamente por una ventana rota y unas cortinas hechas jirones, los muebles estaban destrozados, hacía mucho frío y en lugar de la amable anciana, hacia ella avanzaba una alta figura de piel pálida, desnuda, con los largos brazos arrastrados por el suelo, tenía una cara sin rostro que, sin embargo, parecía que tuviese la mirada fija en Kim.

La niña chilló ante aquel cambio repentino, volvía a estar empapada en sangre y tenía la herida del pie, no quería más, no más, ya era suficiente…

La luz volvió y las cosas volvieron a estar cómo antes, la música jazz salía de la cocina y la anciana le miraba con preocupación: - Cariño ¿Estás bien? Será mejor que te vengas conmigo, me preocupas. – La mujer se acercó y le cogió la mano, ella le siguió casi sin voluntad, ya no entendía que estaba pasando, sólo quería que todo eso se acabase, de una forma u otra.

Entraron en la cocina, era una estancia muy grande, con una mesa en la que había dispuestas muchas herramientas de cocina e ingredientes, era un lugar cálido y olía muy bien, el horno estaba encendido: - Cielo, no tengas miedo, yo estoy aquí…- La mujer le soltó la mano a Kim y abrió el horno: - Mira cariño…- La mujer le sonrió y le señaló el horno: - ¿Quieres ver que tenemos hoy para cenar? – Ella, casi cómo arrastrada por una fuerza invisible caminó hasta dónde la mujer le había guiado para ver que el horno estaba vacío: - A-Aquí no hay nada…- Murmuró con miedo mientras miraba de reojo a la anciana, que la miraba a ella fijamente con una sonrisa: - Claro cariño, por que tú eres la cena. – Y se lanzó violentamente contra la niña, agarrándola del cuello e intentando meterla dentro del electrodoméstico mientras Kim luchaba con todas sus fuerzas, las luces parpadearon de nuevo.

No podía casi ver la estancia en la que estaba, notaba cómo unas fuertes manos le oprimían el cuello, aquella criatura sin rostro tenía un gran agujero negro que la empezaba a succionar: - N-N- ¡NO! – La niña gritó y sus ojos se iluminaron, notaba cómo su cuerpo empezaba a emanar un gran calor, la criatura le soltó de golpe en un quejido mientras agitaba sus manos, se le había quemado la piel de las palmas.

La cabeza de Kim empezó a arder, notaba cómo el espíritu de la venganza tomaba su cuerpo, preparado para destruir a aquel ser, Ghost rider tomó el control y….

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-Marchando una de espagueti al gorgonzola. – El gran plato sonó fuerte contra la mesa cuando se lo pusieron en la mesa a Kim, la niña (o la mujer con cuerpo de niña) disfrutaba de una agradable comida más que merecida, el humeante aroma del alimento la embriagó, estaba lista para meterse el primer bocado en la boca cuando las luces parpadearon y por un instante pudo sentado delante suyo un payaso que la miraba con una terrible sonrisa en el rostro  y con los ojos encendidos de rabia, no sabía por qué, pero ese tipo le resultaba familiar:

- Te estamos esperando en Dahlonega Kim…- El plato de espagueti de golpe estaba lleno de gusanos que se retorcían, intentando escapar del plato: - Dejaste una marca en nosotros, pero te la devolveremos. – El payaso se levantó la camisa, mostrando una profunda herida en el estómago, un boquete de unos 12 centímetros de diámetro. Las luces parpadearon de nuevo y la chica volvió al comedor social donde solía almorzar, los recuerdos de aquel día empezaron a invadir su mente de forma agresiva.

El cerebro tiene sus propios mecanismos de defensa para procurar que continuemos con vida. Ciertas experiencias quedan registradas en él para que en el futuro no repitas las mismas gilipolleces que te han puesto en peligro, te han hecho daño o te han marcado de manera negativa. Procura suavizar esos pensamientos para que sean informativos pero no reproduzcan las sensaciones terribles que se experimentan a raíz de ellos. En otras ocasiones, la carga traumática es tal que el cerebro se ve obligado a bloquearlo por completo, pero no siempre es capaz de reprimirlo de manera eficiente. Ahí es donde comienza la batalla del subconsciente, que uno no siempre sabe cómo ganar.

En mi caso, eran extrañas pesadillas recurrentes. Siempre habían estado ahí, desde que tenía memoria. Muchas creí que correspondían a momentos pasados que no recordaba del todo. Un poso de recuerdos mezclados, como intentar adivinar el sabor de un montón de restos de refrescos distintos en un mismo vaso. Quizá algo que había enfrentado cuando ÉL estaba presente y yo no. No siempre había tenido la posibilidad de recordar lo que había hecho, de hecho, hubo mucho tiempo en que lo ignoraba por completo. Al final era una cuestión de recursos. Lo quisiera o no, compartíamos una misma mente además de un mismo cuerpo. Ahora que había empezado a cambiar nuestro modo de entender nuestra forzosa relación podía darme cuenta de ello.

El aroma del queso me sacó de mis pensamientos, cuando una voz posó delante las delicias que las cocineras habían hecho ese día en el refugio de Memphis de Dorne. Me había arriesgado a ir a pesar de que era posible que uno de los voluntarios mas antiguos continuara allí. Se preguntaría porqué no había crecido nada en dos años, pero merecería la pena. Hinqué el tenedor en la pasta y la metí en mi boca con una deliciosa sensación pringosa. Tragué y entonces me di cuenta de que a través de mi estomago se esparcía una sensación muy distinta a la que debía haber seguido al primer pinchazo de una pasta cojonuda llegando a mi tripa hambrienta.


Una sensación helada que se transfirió a mis miembros a medida que la escena cambiaba ante mis ojos de manera radical. Un montón de siluetas informes sin rostro ni miembros se sentaban a lo largo de las inmensas mesas del refugio. Delante de mí, apareció una silueta que se me hizo muy familiar. Un payaso de rostro blanco y con una boca antinatural llena de dientes afilados. Su voz penetró en mis oídos como un clavo que me hizo sangrar hasta lo más profundo del cerebro, produciéndome una descarga que me sacudió el cuerpo. Temblaba...

Temblaba de miedo.

Me enseñó una marca, como un agujero en su torso. Era capaz de escuchar el modo en que los gusanos se retorcían en mi plato, pero era incapaz de mirar hacia otro lado que no fuera su rostro. La luz titiló, mientras una sensación cálida ganaba terreno, sin saber porqué. Los recuerdos distorsionados me aguijonearon el cerebro como parásitos que hacían estallar el nido que habían hecho en las entrañas de su víctima.

Agarré el tenedor dispuesto a clavarlo en su cara, para darme cuenta de que no tenía a nadie enfrente. Estaba cubierta en sudor, jadeaba y miraba aquel espacio vacío como si se tratara de un espejismo de mi mente, esperando que el payaso apareciera allí en cuanto pestañeara. La gente sentada a mi lado me ignoraba de manera flagrante, dando cuenta de su comida. Traté de recobrar el aliento, aún aferrando el tenedor con tal violencia que mis manos palidecieron.

Sentí algo que nunca había experimentado con tanta intensidad, pero que conocía a la perfección. Mi huésped era la la mismísima representación de ello.

La necesidad de venganza.

Contemplé mi plato, absorta mientras dejaba que los recuerdos me abrasaran con tal claridad como si mi cerebro jamás los hubiera desterrado en el fondo de mi subconsciente. Contemplé mi mano trémula y fruncí el ceño.

Temblaba de miedo... y ahora, también de rabia.