La juguetería maldita - Minievento: ¡Tú también flotarás![Jesse Custer - Dahlonega - 16 de febrero de 1998]

Habían matado a su madre.

Jody, y la abuela... Habían matado a su madre.

Y había sido por su culpa.

Los enormes ojos castaños del chico de expresión asustada que caminaba por las calles del pueblo ardían por el deseo de unas lágrimas que no sería capaz de liberar.

La última vez que había llorado había sido hacía seis años. Cuando Jody le había volado la cabeza a su padre en el campo de trigo. Entonces se dijo que nunca más volvería a hacerlo, y había sido capaz de mantener su promesa, incluso a pesar de lo mucho que deseaba llorar y gritar por lo que le habían hecho a su madre.

Christina L'Angelle era lo único que le había permitido sobrellevar la vida con la abuela, pero ahora... ¿qué tenía ahora?

- Me tienes a mí, compañero -dijo John Wayne, caminando a su lado-. Y tienes también lo que tu padre te dijo la noche antes de que le dispararan.

Era cierto. El Duque se le había revelado cuando la abuela le había encerrado en el ataúd y le había acompañado desde entonces, aunque sólo aparecía cuando Jesse estaba solo. Era él quien le había inspirado el coraje que necesitaba para marcharse de Angelville.

Un sonido insistente, como el rascar de las patas de un animal contra una puerta de cristal, llamó la atención del muchacho. Inicialmente no vio nada, pero cuando se giró para buscar al Duque con la mirada y preguntarle qué debía hacer, había desaparecido... Jesse tragó saliva. El insistente sonido continuaba... Así que, obedeciendo a la curiosidad natural infantil, se acercó a mirar, a pesar de que una pequeña voz en el fondo de su mente le decía que no lo hiciera...

Al otro lado de la puerta había un perro exactamente igual a Duke. No sólo en el aspecto... También ladraba y hacía las mismas cosas que hacía Duke cuando quería llamar su atención. Duke había sido la única felicidad que había tenido en su infancia después de la muerte de su padre, y, aunque una parte de él le decía que estaba muerto, que Jody había clavado su cráneo a una estaca con un martillo, el niño estaba convencido de que conocía aquella mirada. Así que, cuando el animal desapareció en la oscuridad de la tienda, extendió la mano para accionar el picaporte.

Y la puerta se abrió.

El Jesse Custer adulto muy probablemente habría reaccionado diferente, o habría utilizado una maniobra aproximativa distinta, pero el que se encontraba en aquellos momentos parado frente a la puerta de la juguetería no era más que un niño. Un niño que echaba de menos a todos los seres queridos que le habían sido arrebatados y que se sentía terriblemente solo y desamparado.

Así que entró.

El interior estaba muy oscuro, como si alguna fuerza superior bloqueara la luz de la luna, impidiéndole pasar más allá del umbral de la juguetería.

- ¿D-Duke? -llamó en voz temblorosa y baja.

Normalmente no habría hecho falta más, pues los perros tienen un oído agudo, pero no obtuvo respuesta. El corazón le martilleaba en el pecho con tanta fuerza que parecía que fuese a salírsele de la cavidad torácica. Nunca en toda su corta vida había cometido ninguna ilegalidad ni había hecho nada incorrecto, pues su abuela le castigaba incluso por decir palabrotas. Jesse era consciente de que no debería estar allí, que irrumpir en una tienda cerrada durante la noche era considerado un delito incluso aunque la puerta estuviera abierta, y tuvo que contener el irrefrenable impulso de salir corriendo. Si no fuera por el perro, lo habría hecho. Pero ese perro... incluso aunque no fuera Duke estaba allí encerrado, solo... No estaba bien. Tendría que estar muy asustado, el pobre... Seguro que deseaba que lo abrazaran, y Jesse añoraba la sensación de enterrar su nariz en el cálido, suave y blandito cuerpo de un perro mientras le lamían la cara. La única muestra de afecto que le quedaba ahora que sus dos padres estaban muertos...

Metiendo la mano en la mochila sacó la linterna. No le quedaba mucha potencia, pero debería bastar. ¿Cómo de grande podía ser una juguetería? El chico alumbró hacia delante, y el débil haz de luz se llevó consigo parte de sus temores.

- ¿Duke? -volvió a llamar, con un poquito más de voz-. ¡Duke! Ven aquí, muchacho. ¿Tienes hambre? ¡Vamos, ven!

En ésta ocasión fue recompensado por un ladrido débil al fondo de la tienda, así que se dirigió hacia allí, intentando no mirar los inquietantes juguetes antiguos que parecían seguirle con la mirada. El pequeño Jesse se concentró en el camino de luz, tratando de hacer como que todo lo demás no existía, mientras el martilleo de su corazón retumbaba aún con más fuerza en sus oídos.

El haz de luz iluminó finalmente los oscuros ojos del perrillo, que ladró y agitó la cola, contento, hasta que, de repente, una mano pálida de largas uñas agarró al animal por la pata y lo arrastró al interior de una habitación cercana, provocando que Jesse se sobresaltara. ¿Había alguien más allí? No importaba, en aquellos momentos el pequeño sólo quería salir corriendo de aquel lugar aterrador y nunca mirar atrás, pero los gemidos del perro le hicieron detenerse sobre sus pasos.

El golpe hizo que se le parara el corazón.

- Mira lo que me has hecho hacer…

No... Nonononononononono...

Se giró en la dirección de la voz, pero la luz no reveló nada más allá de las viejas y atestadas estanterías.

- ¿No podías ser un niño obediente…?

No, por favor, no... Estaba tan asustado que podría haber vomitado allí mismo. Un miedo helado se extendió por todos sus músculos, convirtiéndole la sangre en escarcha.

Ya no existía el perro, no existía nada más que el recuerdo de su abuela ordenando a Jody que matara a su madre...

Sin darse cuenta había empezado a caminar de espaldas en dirección a la puerta, sin dejar de alumbrar frenéticamente con la linterna toda la tienda en un desesperado intento por encontrar a la abuela y a sus dos matones, que de seguro iban con ella.

¿Cómo era posible? La abuela nunca se movía de Angelville, su salud no se lo permitía. Había esperado que enviara a Jody y T.C. a por él, pero... ¿la abuela? Nononononono....

La linterna resbaló de entre sus dedos cuando unas garras frías que olían a muerte le agarraron por la cara, cubriendo su boca y ahogando el grito incipiente que nacía de su garganta. Jesse pataleó y se resistió como un animal herido, pero no sirvió de nada. El ser que lo estaba reteniendo le arrastró por el suelo hasta la habitación por la que había desaparecido el perro. Pero no podía haber sido la abuela... La abuela no podía caminar...

La puerta se cerró a su espalda, y las manos le soltaron. La oscuridad le engulló.

- Por favor... por favor, no... Jody... T.C...

Pero no fueron sus voces las que le respondieron... sino una voz sibilante y rasgada que se deslizó sobre él en la oscuridad. Una voz que procedía de unos ojos amarillos que le observaban desde el techo...

Aterrorizado, Jesse cayó hacia atrás apoyándose sólo en sus brazos con la vista fija en la espantosa visión que acababa de materializarse en el techo.

Habría querido gritar, correr en cualquier otra dirección que no fuera la que la criatura le mostraba, pero no tenía otro camino... La puerta estaba cerrada y cuando la luz se hubiera alejado estaría de nuevo a oscuras...

A oscuras... y con él...

Así que, como buenamente pudo se levantó y corrió detrás de la luz. El latido de su corazón era ahora tan ensordecedor que apenas era capaz de pensar.

Finalmente, la luz se detuvo, iluminando un ataúd de madera. En la tapa estaba clavado Duke por la cola. Muerto. De nuevo.

- ¡¡¡AAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH!!!

El grito se extinguió a la par que los últimos chispazos de luz, dejándole de nuevo a oscuras. En el silencio, lo único que podía oírse eran el chirriar de las ruedas de la silla de la abuela.

- Jesse… No puedes seguir corriendo… Vamos a encontrarte…

El chico cayó al suelo de rodillas. No pensaba meterse en el ataúd. ¿Para qué? En cuanto la abuela le atrapase lo haría ella misma. Así que hizo lo único que se le ocurrió: sacó la pequeña cruz de madera que llevaba debajo de la camiseta y se puso a rezar.

La primera vez que la abuela le había hablado de Dios, el concepto de un hombre que siempre vigilaba todo cuanto hacía y siempre sabía lo que estaba pensando le había resultado aterrador. Tenía siete años por aquél entonces. La abuela le había obligado a estudiar una página de la Biblia cada día, y, con el tiempo, tras todo lo que había tenido que soportar, Dios había llegado a convertirse en una especie de amigo para él.

Su madre estaba siempre ausente desde que habían matado a su marido, y Jesse sabía, de algún modo lo sabía, que cada vez que su mirada se perdía más allá del cristal de la ventana era porque deseaba estar muerta junto a él.

Jamás la culpó por ello.

Sabía que la abuela no le quería, y dudaba que Jody y T.C. supieran siquiera lo que aquella palabra significaba, pero día tras día tenía a la biblia para decirle lo mucho que le amaba Dios.

Al menos alguien lo hacía, pensaba entonces.

Así que rezó. Rezó con todas sus fuerzas para que se llevara consigo los monstruos.

Era real... Todo lo que la abuela le había obligado a creer durante los últimos años... Dios... Jesús... Todo era real... Por primera vez desde que la tragedia le había arrebatado a su padre, Jesse se sintió realmente amado... Amado de verdad... Y una calidez difícil de describir impregnó por completo su pequeño corazón mientras el ser que según la Biblia debería ser todo bondad y amor le abrazaba, haciendo que el miedo y la angustia de hacía tan sólo unos instantes desaparecieran por completo.

Hasta que su mano sujetó su nuca ejerciendo un poquito más de presión de la que habría sido necesaria, lo suficiente para resultar desasosegante, mientras de sus labios surgía una expresión que ningún creyente habría esperado oír jamás...

- Me tienes hasta los cojones.

Jesse abrió unos ojos como platos, pero antes de que pudiera reaccionar o apartarse, el supuesto redentor le aferró del pelo y empezó a arrastrarlo colina abajo sin contemplaciones. Jesse gritaba y pataleaba, más asustado de lo que había estado en su vida, especialmente después de la falsa sensación de seguridad que acababa de experimentar, como el hombre perdido en el desierto que se encuentra aún más sediento después de descubrir que el oasis que acababa de ver no era sino un espejismo.

Al llegar al final de la colina le arrojó por los aires, haciéndole rodar hasta que su espalda chocó contra algo duro y familiar mientras continuaba con su discurso profano e hiriente. Jesse ya sabía lo que era incluso antes de que Jesús lo mencionara, y un sudor frío comenzó a extenderse por todo su cuerpo. Trató de huir, salir corriendo y poner la máxima distancia entre el hombre y él, pero Jesús le alcanzó antes de que pudiera terminar de incorporarse, agarrándole de la camiseta y dirigiéndole hacia la boca ávida del ataúd, que parecía haberse abierto por sí sola para devorarle.

- ¡¡¡Nooooooo!!! ¡¡¡¡Noooooooooooooooooo!!! ¡¡¡Noooooooooooooooooooooooooooooooooo!!!

Pero sus gritos de nada sirvieron, y el hombre terminó de meterle dentro, cerrando la tapadera sobre él con un sonido que resonó en sus oídos como la losa de un sepulcro.

- ¡¡¡Noooooooooooooooooo!!! ¡¡¡Noooooooooooooooooooo!!! -continuó gritando, sin dejar de aporrear el ataúd- ¡¡¡Nooooooooooooooooo!!!

No podía pensar. No podía razonar. El miedo tenía saturados todos sus sentidos, impidiéndole hacer nada más que reaccionar a un nivel primario, básico. Ni siquiera era capaz de tratar de darle una explicación a lo que acababa de ocurrir, sólo golpear y arañar el ataúd hasta que le sangraron los nudillos, y gritar hasta que parecía que iba a quedarse afónico... Hasta que, de repente, la tapa cedió. Sólo unos milímetros, pero fue lo suficientemente inesperado como para que el chico se detuviera de golpe, bebiendo con avidez de la escasa luz que se filtraba en el interior. Hasta que la conocida voz de su abuela le conminó a salir y sintió que el estómago le daba la vuelta dentro del cuerpo.

Jesse temblaba de pies a cabeza, el sudor frío le cubría por completo, y a juzgar por la humedad de su entrepierna debía haber perdido el control sobre el esfínter en algún momento, aunque no recordaba exactamente cuándo había sido. Extendió una mano vacilante hacia la tapa del ataúd. Por desgracia, la elección para él estaba clara; Si salía, posiblemente Jody le daría una paliza, pero no le matarían. La abuela no le quería muerto, le necesitaba porque era el único descendiente varón que le quedaba, y cualquier cosa era preferible antes que el ataúd. Cualquier cosa... ¿o no...?

La pegadiza canción de Waylon Jennings que había sido el número uno en las radios americanas en 1980 sonaba a toda potencia en la vieja pickup mientras recorría los soleados caminos de Texas. Un alegre Jesse Custer en mangas de camiseta blanca y vaqueros cantaba a pleno pulmón con el codo apoyado por la ventanilla bajada y dos dedos tamborileando en el volante al ritmo de la música con la mano que conducía.


Uno de los buenos... Aquello era lo que su padre le había pedido que fuera justo antes de morir. De hecho aquella canción había sido siempre de las favoritas del viejo John Custer. Siempre que sonaba en la radio le decía: "Escucha, hijo: ésta es música de verdad".


Aquella canción le recordaba mucho a él mismo, a sus primeros años después de fugarse de Angelville, cuando se había dedicado a robar coches junto a Tulip para poder vivir... Y, sin embargo, a pesar de lo que pudiera parecer, nunca había dejado de ser "uno de los buenos".


La canción terminó y el buen humor de Jesse se disipó como una gota de agua sobre una plancha hirviendo en cuanto comenzó el informativo. Lo de Metrópolis... Joder... Hacía justo un mes desde que había hablado con la chiquilla que aquél monstruo había escogido para poseer y destrozar la ciudad... Qué hijos de la gran puta...

Y el primero de todos, Dios, que lo permitía.

Contrariado al recordar lo que había ocurrido durante la invasión demoníaca, Jesse apoyó la cabeza sobre la mano del brazo que tenía en la ventanilla, pensativo mientras escuchaba el resto del informativo. La mención de una palabra en concreto le hizo incorporarse mientras una repentina inquietud le embargaba: Dahlonega... ¿De qué le sonaba ese pueblo? Nunca había estado allí... ¿o sí?

La voz de la radio desapareció entre interferencias que Jesse achacó a las montañas, hasta que una voz que parecía dirigirse directamente a él le heló la sangre en las venas:

- Hola Jesse…Ya no te acuerdas de mí, pero te aseguro que yo no te he olvidado, estoy deseando que vengas a verme…Tenemos cuentas pendientes.

- ¿Qué cojones? -exclamó en voz alta un segundo antes de que un pitido ensordecedor le hiciera gritar y dar un volantazo. Usando los reflejos de toda una vida al volante, el sacerdote logró estabilizar el vehículo antes de que ocurriera algo grave, deteniéndolo en el arcén con el corazón a mil por hora-. ¿Qué...? ¿Qué coño acaba de pasar?

No estaba borracho, nunca bebía cuando conducía. Entonces... ¿se había quedado dormido al volante? Pero... aquella voz... Había escuchado antes aquella voz... La manera en la que pronunciaba su nombre... Estaba seguro de haberla oído antes...

Jesse… Tengo hambre…

El recuerdo le llegó a modo de flashes inconexos y desordenados. El ataúd... Un crucifijo de hierro... Una figura sin rostro... No era... Dios mío... La vez que conoció a Tulip no había sido la primera vez que se había escapado de Angelville... Había habido otra... otra anterior, cuando no era más que un niño, justo después de que Jody asesinara a su madre... Y, por alguna razón, lo había borrado por completo de su memoria... Incluso ahora no era capaz de recordar apenas nada.

Extendió la mano para abrir la guantera y extraer de ella el mapa de carreteras, buscando febrilmente hasta que la encontró: Dahlonega. No estaba muy lejos de allí...

- Muy bien, hijo de puta... Vamos a arreglar cuentas, tú y yo -dijo antes de girar la llave en el contacto y arrancar el motor-. No tienes ni idea de a quién acabas de cabrear...