Preomega:Encuentros inesperados ( Arion) 1149

- ¿Así que sois discípulo del gran Leonardo? -inquirió el joven mirando con admiración al hombre que se sentaba ante él-. ¡Qué envidia!

- Según los rumores que me han llegado, y que he podido constatar con mis propios ojos, tal envidia es totalmente injustificada, maese Buonarroti -contestó su interlocutor, reclinándose levemente en su silla y provocando que los bordes de su capa marrón rozaran el suelo-. He tenido ocasión de admirar vuestros maravillosos dibujos y relieves, y durante mi reciente estadía en el convento del Santo Spirito los buenos monjes se enorgullecieron en mostrarme vuestro crucifijo.

- Bueno... estoy empezando. He tenido que afrontar grandes dificultades y lidiar con la desaprobación de mi padre, pues, como ya sabéis, el nuestro no es un oficio reconocido, y pensaba que tales menesteres no eran dignos del prestigio de nuestro linaje. Pero lo llevo en la sangre, ¿sabéis? Juntamente con la leche de mi nodriza mamé también las escarpas y los martillos con los cuales después he esculpido mis figuras.

- No me cabe duda, y por ello es aún más admirable vuestra dedicación -asintió el hombre dando un sorbo al vino de su copa.

- Pero habladme de vos, os lo ruego, maese Migliorotti. Contadme otra vez cómo llegásteis a entrar al servicio de Ludovico Sforza.

- Pues, como ya sabéis, en Florencia el trabajo de mi maestro no había pasado inadvertido; Lorenzo de Médici se enteró de que Leonardo había creado una lira de plata en forma de cabeza de caballo e, impresionado por la calidad de su trabajo, le envió con ella a Milán como emisario florentino para que trabajara para el mecenas y duque de Milán, y yo le acompañé. Actualmente trabaja como ingeniero para los Sforza, y yo como músico, aunque hemos organizado de manera conjunta diversas fiestas y espectáculos en el palacio del duque. Mi maestro es un hombre polifacético de muchas virtudes, y no está dispuesto a renunciar a ninguna de ellas...

Por supuesto, había tenido ayuda, aunque ello habría de pasar inadvertido para la historia. El hombre que se encontraba sentado ante Miguel Ángel Buonarroti y que se había dado a conocer ante la corte de Milán bajo el nombre de Atalante Migliorotti no era otro que Arión, antaño Sumo Mago y Señor de la Atlántida.

Como inmortal que era, después de pasar 45.000 años vagando entre mortales y teniendo que presenciar cómo civilizaciones enteras caían y otras florecían, reemplazándolas únicamente para marchitarse y fenecer en el olvido algunos milenios después, había llegado a perder el interés por casi todas las cosas. Nada tenía sentido; Todo decaía. Todo perecía. Tras muchos siglos de experiencia había terminado por aprender que cualquier esfuerzo por preservar la vida que conocía era fútil, porque la historia estaba condenada a repetirse eternamente, una y otra vez. Había sido así en Atlantis, Anatolia, Nínive, Grecia, Roma, Bizancio, Camelot y tantas otras civilizaciones que había visto surgir y desaparecer a lo largo del globo. Aquella cruda realidad conducía a la apatía, y la apatía al aburrimiento más absoluto, y desde dicho aburrimiento había sido testigo de la revolución cultural que había empezado a producirse en Europa durante las últimas décadas con un grado de interés que no experimentaba desde hacía siglos.

Arión procedía de la Atlántida, y la Atlántida había sido famosa por ser una civilización increíblemente avanzada para su tiempo, una civilización donde ciencia y magia caminaban juntas en armonía. Los años transcurridos durante la época de mayor esplendor en Grecia le habían traído recuerdos nostálgicos del tiempo en el que había vivido en la Ciudad de la Puerta Dorada, y, por ello, después del oscurantismo de la Edad Media aquél retorno a los clásicos de la cultura grecolatina y el paulatino abandono de la mentalidad rígida y dogmática que había caracterizado a la Europa medieval suponían todo un soplo de aire fresco para él, hasta tal punto que había decidido ceder un poco en su estricto código de neutralidad para interceder de manera sutil en el desarrollo de aquella corriente de pensamiento que tanto bien podía traerle al ser humano.

Por esa razón se había acercado a Leonardo, que ya llevaba bastantes años siendo famoso, bajo el pretexto de querer formarse en música como su aprendiz. Lo único que había tenido que hacer había sido fingir ser el hijo bastardo de una relación ilegítima en la que la madre ya estaba muerta para justificar que su supuesto padre se negara a reconocerlo y añadir sutilmente una "a" a la palabra que definía su procedencia para conseguir una identidad totalmente nueva y acorde con la época. Las generaciones venideras quedarían maravilladas ante el talento de Leonardo y su excepcional eclecticismo, siendo como era pintor, anatomista, arquitecto, paleontólogo, artista, botánico, científico, escritor, escultor, filósofo, ingeniero, inventor, músico, poeta y urbanista. Realmente tenía conocimientos suficientes como para haber vivido varias vidas, y, gracias a él, así es como había sido.

Oh, no malinterpretéis, queridos lectores; el talento, la inteligencia y la creatividad pertenecen a Leonardo en exclusiva, pero cuando alguien ha vivido 45.000 años de experiencias y ha visto tanto mundo como había visto Arión, resultaba muy fácil dejar caer las pistas y los interrogantes necesarios como para guiar al genio en la dirección adecuada y hacerle plantearse preguntas que posiblemente no se habría planteado por sí solo en otras circunstancias. Es decir... Leonardo fue capaz de diseñar un helicóptero en una época en la que todo el trayecto a largas distancias dependía de la tracción animal. También diseñó submarinos, trajes de buzo, robots, vehículos a motor e incluso pensó en la manera de crear rayos láser. Caramba... cualquiera diría que tenía una esfera mágica que le permitía contemplar el futuro, ¿verdad?

También le había ayudado sirviéndole de modelo para otros proyectos, como el Hombre de Vitruvio. Al fin y al cabo, el cuerpo de Arión había sido moldeado con magia y sus proporciones eran las consideradas como perfectas según el canon clásico de belleza.

Y ahora, después de varios años junto a Leonardo, había llegado a sus oídos la existencia de una joven promesa en el mundo del arte, Michelangelo Buonarroti. El muchacho se encontraba de paso en Venecia después de la muerte de su mecenas de Florencia, Lorenzo el Magnífico, y Arión había ido a reunirse con él en aquél banquete celebrado en honor del reciente papa, Alejandro VI.

Las cenas a altas horas de la noche y los banquetes en los que solía haber considerables cantidades de alcohol eran considerados inmorales, dado que se asociaban a vicios como apuestas, lenguaje soez, bebida y prostitución, lo cual no era óbice para que el propio papa los practicara, aunque a Arión no le sorprendía de aquél en concreto, considerando su reputación y las compañías que frecuentaba. El hedor de la esencia demoníaca de su vieja enemiga le llegaba con total claridad, pero él no pensaba hacer nada. Sus tiempos de inmiscuirse en los asuntos humanos habían llegado a su fin, pues el tiempo le había hecho comprender que cada vez que detenía alguna catástrofe, otra inevitablemente surgía, de manera invariable. Era absurdo pretender luchar contra Tala simplemente por ser una agente del caos; la Luz siempre sufriría altibajos, sin importar lo que él hiciera, y las tinieblas llegarían igualmente. Porque no hay orden sin caos, y no se puede hacer nada para acabar con las tinieblas. Cada vez que lo hacía, cada vez que se enfrentaba a una nueva amenaza, lo único que conseguía era contener la oscuridad, no erradicarla, y cuanto más lo hacía, más poder y fuerza acumulaba. Y cada vez que volvía era más fuerte y más oscura, y llegaría un momento en el que su fuerza sería tan devastadora que quizá acabaría con el mundo entero. Sí... hacía mucho que había aprendido que lo mejor para la humanidad era permitir que tanto oscuridad como luz, orden y caos, fluyeran sin tratar de contenerlos. La naturaleza seguiría su curso, la balanza se equilibraría sola. Siempre lo hacía, para eso existía Tynan, el dios del Equilibrio. Así que, a pesar de percibir la presencia de Tala, había continuado charlando animadamente con Miguel Ángel sin prestarle mayor atención. Su Sentido del Peligro permanecía inalterado, lo cual quería decir que, se propusiese lo que se propusiese, no albergaba intenciones de cometer ninguna tropelía, y con eso le bastaba.

Terminado el primer servicio, consistente en capones a la cameline (salsa de canela), gallinas a las hierbas, coles nuevas y caza; y antes de pasar al segundo (asado, pavos reales con apio, paté de capones, liebre con vinagre rosado y capones al mosto), llegaba la hora del entremés, las actuaciones contratadas para matar el tiempo entre servicios y la manera que había tenido el mago para conseguir un asiento en aquella mesa de banquetes.

- Signore e signori -anunció uno de los sirvientes-. Con todos nosotros y para deleite de su Santidad, el papa Alejandro VI: Atalante Migliorotti, discípulo de Leonardo da Vinci.

- Bueno... creo que ese soy yo -dijo a Miguel Ángel con una sonrisa radiante antes de limpiarse las manos en el mantel como era costumbre (las servilletas aún no se habían inventado y tampoco era habitual el uso de cubiertos) y recoger el laúd que había permanecido todo el tiempo apoyado junto a su silla.

Con paso firme y seguro avanzó hacia la tarima de madera que habían dispuesto para él y tomó asiento a la vista de todos, pulsando los primeros acordes de una tranquila pavana al tiempo que realizaba un sutil conjuro de encantamiento para realzar levemente la belleza de la pieza, lo justo para mantener la atención de todos concentrada en sus hábiles y esbeltos dedos...  

Después de todas las medidas tomadas a Arión no le sorprendió que el papa le llamase a su mesa para conocerlo. Tras la reverencia de rigor, el "músico" tomó la mano que le ofrecía el valenciano para el saludo protocolario, y a continuación aceptó la de Tala, depositando un suave beso sobre la blanca piel de la hechicera sin poder ocultar un brillo divertido en sus ojos esmeralda.

Era cierto que los monjes y sacerdotes solían quebrantar a menudo el voto de castidad, y no creía que nadie esperara lo contrario del papa, pero lo que sí resultaba escandaloso era que lo aireara de aquella manera, sentándola a su lado y evidenciando con el mayor descaro que eran amantes. Arión suponía que aquello no era sino otra muestra más del poder que ostentaba la casa Borgia en Venecia, un poder del que Tala no dudaría en aprovecharse.

- Mil gracias, mi señora... -respondió con una sonrisa seductora-. He tenido al mejor de los maestros.

El papa le invitó a participar del segundo servicio en su mesa, lo cual suponía un gran honor que no pensaba rechazar, así que se sentó al lado de Tala, disfrutando de la ironía que representaba todo aquello. Orden y Caos, Luz y Oscuridad, compartiendo la comida y el vino en la misma mesa... Hilarante.

Tal era su diversión que no fue capaz de resistirse cuando, al terminar el segundo servicio, los músicos comenzaron a tocar la famosa pieza que Heinrich Isaac había compuesto tan sólo un año antes: "Alla battaglia", que significaba "a la batalla".


Oh, era demasiado perfecto como para no caer en la tentación de sacar a bailar a su Némesis en aquella situación tan peculiar.

- Mi señora, ¿me concederíais el honor de éste baile? -le musitó al tiempo que le ofrecía su mano, galante, y la ayudaba a incorporarse de la mesa.

De ésta guisa la llevó de la mano hasta la zona de baile y comenzaron el casto intercambio de movimientos en el que sólo se rozaban las palmas de las manos, manteniendo la otra en todo momento flexionada a la espalda.

- Y dime, mi hermosa enemiga -le susurró durante uno de los giros-. ¿Qué estás tramando ahora?

La inmortalidad sería terriblemente aburrida si no fuera por aquellos momentos...

- La respuesta la tenéis en vuestras manos, mi señora -contestó el archimago mientras enlazaba su mano con la de ella en uno de los pasos del baile-: Mi costumbre por "estar en el lugar equivocado y en el momento equivocado" -sonrió con sorna en el momento en el que tocaba cambiar el paso e invertir el giro, citando las palabras de la hechicera-. He visto caer ya demasiadas civilizaciones. ¿Os acordáis de Camelot? No pude impedir su caída, igual que no pude impedir la de Atlantis ni la de tantas otras que la sucedieron. La experiencia me ha enseñado que algunas cosas son imposibles de evitar, que la historia siempre se repite y que es necesario permitir que la naturaleza siga su curso. No tiene sentido luchar contra el caos porque éste forma parte del equilibrio natural de las cosas y no se puede luchar contra eso, de la misma manera que no se puede impedir que las tinieblas precedan al amanecer. Lo único que se debe procurar es que el equilibrio entre orden y caos no se rompa, y esa función no me compete a mí sino a Tynan, el Dios de la Balanza. Así que, siempre y cuando no os excedáis en vuestras prerrogativas, no tenemos por qué ser enemigos. Más, por desgracia, tampoco amigos. Demasiadas cosas nos separan, y el abismo del infierno es una de ellas. Pero podemos respetarnos. Cuando esta pieza termine me marcharé con mi acompañante y vos podréis retomar vuestras intrigas con el papa. No voy a decir que no sea un camino aburrido el que he escogido, especialmente con toda la eternidad por delante, pero he de admitir que ésta nueva época, con su retorno a los valores clásicos, el humanismo, la filosofía, la ciencia y las artes es lo más parecido que he visto a la antigua Atlántida desde los años que pasé viviendo en Grecia, así que... bueno... supongo que todavía hay esperanzas para la humanidad sin necesidad de que los seguidores del Orden intervengamos.

El baile acabó y Arión se acercó hasta ella mientras aplaudía con los demás.

- Reuníos conmigo en el Palacio de Santa Sofía cuando el banquete termine, mi señora -le susurró en respuesta a su petición, justo antes de despedirse con una reverencia y regresar a su asiento, en donde permaneció durante el resto del servicio.



Más tarde, una góndola surcaba las concurridas aguas del Gran Canal de Venecia, abriéndose paso con dificultad entre la abrumadora cantidad de barcazas que lo navegaban. Tenía poco o nada que ver con las elegantes y estilizadas barcas que constituirían el símbolo de la ciudad seis siglos más tarde, siendo más parecida a cualquier otra embarcación de lago, salvo por la cabina de madera central, que se utilizaba para resguardo de los pasajeros durante el invierno.

Situado en la proa, Arión meditaba sobre las palabras de Tala ("todos hablan del infierno y del paraíso, pero cuando los humanos fallecen simplemente se encuentran con su fin") mientras daba vueltas entre sus manos a un antiguo brazalete. En otra vida había pertenecido a Chian, y de vez en cuando le gustaba contemplarlo cuando se sentía nostálgico. Él no compartía las creencias de Tala, pues sabía que las almas continuaban existiendo después de la muerte. Su padre, Caculha, había seguido guiándole incluso después de que Garn le asesinara, y él mismo había arrancado espíritus del reino de los muertos cuando había necesitado averiguar algo de boca de un cadáver, y estaba firmemente convencido de que su mujer y sus hijos le estaban esperando. Había visto el momento de su muerte y sabía que no llegaría hasta dentro de varios siglos, pero no veía el momento de poder reunirse al fin con sus seres queridos en el más allá.


La góndola se adentró en el embarcadero del Palacio de Santa Sofía y el gondolero amarró la embarcación a las columnas en arco que lo jalonaban para que su pasajero pudiera descender sin riesgo de tropezar. Al Palacio de Santa Sofía se le conocía popularmente como Ca 'd'Oro a causa del pan de oro que recubría la fachada y que, en conjunto con el mármol, le confería una bellísima tonalidad brillante que se reflejaba en las aguas del canal.

Sus acólitos, aquellos que se hacían llamar "los Hijos de Arión", lo habían mandado construir a principios de siglo para que pudiera tener una vivienda en la ciudad, sabedores de que su señor disfrutaba pasando el tiempo entre Venecia y Florencia en aquella nueva era de esplendor clásico.

El palacio en sí era el más claro ejemplo del cambio que señalaba el paso del estilo Gótico al del Renacimiento: las tracerías de mármol de la primera y segunda planta y los parapetos de las ventanas y balcones conservaban el estilo del tardogótico, mientras que las columnas del embarcadero y las pequeñas ventanas cuadradas del ala derecha remarcaban claramente las formas renacentistas.

Arión era muy rico, pues poseía riquezas acumuladas a lo largo de los siglos, pero no habría resultado coherente que el discípulo huérfano de Leonardo dispusiera de semejante palacio, así que se encontraba a nombre de uno de sus acólitos, de apellido Contini, pero Arión podía disponer de él como prefiriese, así que se bajó de la góndola chapoteando sobre el agua que rebosaba desde el canal y despidió al gondolero, disponiéndose a esperar a Tala y preguntándose de qué querría hablarle la mujer.

Considerando que los dos se habían marchado al mismo tiempo del lugar del banquete, sólo había una cosa que pudiera haber provocado que se retrasara tanto. Arión no dijo nada, simplemente asintió y la condujo a través del hall anegado de agua hasta la planta superior subiendo las escaleras.


Una vez allí la guió hasta una pequeña sala, cómoda y discreta, con ventanales que daban al   canal. La decoración era tan recargada como la de la mayoría de los palacios venecianos, con elaboradas molduras, cuadros, esculturas y repujados por todas partes. En el suelo, una costosa alfombra carmesí completaba la decoración.


Arión se quitó la capa, se sirvió un vaso de vino especiado y se dejó caer sobre el tresillo que había bajo el cuadro, apoyando las botas sobre la mesita de café que tenía delante.

- Hay más vino en la licorera, por si queréis serviros -especificó con un gesto mientras se acomodaba-. Los sirvientes no nos molestarán, he tenido tiempo suficiente para asegurarme de ello -indicó con cierta sorna. Dirigió a la mujer una mirada divertida y tomó un sorbo de vino-. La inmortalidad puede ser inmensamente aburrida. Que deseéis entreteneros tomando mascotas humanas a modo de amantes, eso puedo entenderlo, yo mismo lo hago cuando me apetece, pero... ¿el papa? -hizo una mueca de asco-. Puestos a divertiros podríais buscar a alguien más joven y menos gordo... No será por falta de efebos hermosos en Venecia.

- Pfff... política -dijo en tono despectivo mientras seguía bebiendo el vino especiado-: Aburrido. Poder: Aburrido. No sé qué le veis, mi señora... Cuando se es inmortal, al final terminas cansándote de hacer siempre lo mismo una y otra vez, de ver como la historia se repite continuamente... -se puso de pie, paseando por la estancia hasta acercarse a los ventanales-. Vivo atrapado en un bucle infinito -se rió, pero en su risa había un matiz de desesperación apenas perceptible. Lo que estaba claro era que no había verdadera alegría ni humor en ella-. Decidme, mi señora... Pongamos que conseguís lo que pretendéis, que conseguís poder. ¿Y después qué? ¿Vuelta a empezar? He reunido suficiente dinero a lo largo de los milenios como para vivir un millón de vidas. ¿Para qué querría reunir más? ¿Para qué querría más poder cuando sé que podría erradicar la ciudad entera de un plumazo con los sortilegios y los objetos adecuados si así lo quisiera? Estoy cansado de intervenir, hastiado de inmiscuirme en los asuntos humanos. Francamente, no tengo el menor deseo de influir sobre ellos. Lo único que pido para ser feliz es una cerveza tibia con mandrágora rayada y una, dos, o quizá tres mujeres complacientes para yacer conmigo en mi lecho. No deseo más. Que se guarden el poder y la política los humanos con sus cortas vidas repletas de mezquindades y anhelos. Lo único que me interesa ya son los placeres simples, no entiendo cómo a vos no. ¿Qué más podéis desear que no hayáis tenido ya mil veces, que no tengáis de sobra?

Escuchó la pregunta que la mujer le quería hacer con la mirada perdida en el canal, a través de los ventanales.

- Lo cierto es que he ido desvinculándome de todo con el paso de los años -afirmó, apoyando la mano en el alféizar de piedra-. Como ya sabéis, decidí hace siglos mantenerme neutral y apartarme de todo, así que me he ido distanciando de los demás. De hecho había barajado la idea de alterar mágicamente mi aspecto en un futuro para que nadie pueda ya nunca encontrarme -se volvió para mirar a Tala-. No sé nada de los demás, pero me consta que no soy el único, de la misma manera que no creo que vos seáis la única.

Arión escuchó sus palabras y contuvo un suspiro.

- Así que... ¿eso es lo que se dice de mí? ¿Que me he rendido? No, Tala -apretó los labios-. Yo estaba ahí cuando Chaon lanzó el rayo que hendió mi amada Atlantis por la mitad y la sepultó en el océano. Yo estaba allí cuando Camelot cayó. Vi a los grandes, como Alejandro Magno y Julio César, alzarse hasta lo más alto para después caer con estrépito. Vi sus imperios derrumbarse. Ha sido así una... y otra... y otra... vez. No funciona, Tala. Durante siglos traté de combatir contra el destino, y, batalla tras batalla, siempre salí perdedor. Oh, sí, detenía la amenaza eventual, de manera temporal, postergaba unos cuantos años lo inevitable, pero siempre aparecía otra cosa, y, al final, siempre acababa igual... Como cuando frené la glaciación 45.000 años atrás, o incluso antes, cuando sacrifiqué mi propia vida para salvar la Atlántida. ¿Y para qué? Igualmente terminó destruida.

Se volvió de nuevo en dirección a la ventana y al canal y bebió de golpe lo que le quedaba en la copa; El licor le supo amargo e hizo una mueca.

- Así funciona el mundo -musitó, con la mirada perdida en las especias que flotaban en el poso que había quedado del vino, y después repitió para sí su letanía personal, aquella que llevaba repitiéndose siglos-: ""No hay primavera sin invierno. No hay brotes sin cenizas que los alimenten". La caída forma parte de la naturaleza, Tala... Igual que la vuestra es el caos. No se puede evitar. No es ser pesimista, es admitir una realidad: que todo... cae...

Lentamente se deshizo del sayo verde que le cubría sacándolo por los hombros y lo dejó caer al suelo sin ningún miramiento particular. Después de todo, se trataba de una prenda simple, la clase de atavío que llevaría un campesino o un artesano, pero se suponía que Atalante Migliorotti era pobre, y esa era la imagen que debía mantener.

Seguidamente, desató los cordones que mantenían cerrada la camisa, permitiendo que ésta, al ser holgada, se abriera, dejando al descubierto su pecho.


Arión sabía que era hermoso. Su padre había creado su cuerpo a partir de magia pura, y lo había hecho perfecto, cincelándolo con el mismo mimo que un artista habría dedicado a su obra más importante. Sus medidas cumplían los arquetipos de proporción y belleza tan celebrados en el Renacimiento, una ventaja que no dudaba en utilizar cuando deseaba garantizarse compañía para una noche.

Se volvió hacia Tala, evaluándola con la mirada. ¿Cuáles podían ser las probabilidades de que un encuentro así pudiera llegar a ocurrir? ¿Las suficientes como para suponer un contrapunto a su aburrida rutina diaria? Algo nuevo, diferente... Algo que jamás había ocurrido y que era altamente improbable que volviera a ocurrir. Suficiente para interesarle.

- Decidme, Tala... ¿Cuáles son esos placeres que según decís se os ocurren al mirarme? -dirigiéndose de nuevo a la licorera volvió a llenarse la copa de vino y se la llevó a los labios, sin dejar de mirarla-. Ilustradme. Convencedme. Divertidme.

- Se me ocurre una manera en la que podemos disfrutar plenamente de ésta experiencia -dijo él poniéndole el índice sobre los labios de una manera que parecía anticipar una mayor intimidad entre los dos.

Después se fue hacia la pequeña estantería del rincón y cogió una cajita metalizada. Dentro había lo que parecía ser las hojas trituradas de alguna clase de planta. Sacó su daga de la funda que llevaba al cinto, la calentó en su mano usando su magia hasta que la hoja estuvo al rojo y colocó sobre ella un puñado de las hojas que, al quemarse, comenzaron a desprender vapor. Arión lo inhaló directamente y le pasó el cuchillo a Tala para que hiciera lo propio, disfrutando de la ya familiar sensación de relajación e ingravidez que empezaba a invadir sus miembros. Se dejó caer sobre el sofá y alzó la mirada al techo, sintiendo cómo su consciencia se elevaba y todo su cuerpo parecía flotar. En ese estado, cualquier sensación se vivía de manera más intensa, y actividades de por sí gratificantes como la comida, la música o el sexo eran percibidas como nunca antes, incrementando el placer a niveles insospechados. Y es que, cuando has vivido 45.000 años, las experiencias normales ya no bastan y hace falta algo más. Algo por encima de lo corriente.

Desde su cómoda posición, disfrutando de la sensación de plenitud y relajación extrema que le embargaba, se quedó observando a Tala, preguntándose si seguiría su ejemplo y se uniría a él en el placer o, si por el contrario, trataría de aprovechar la ventaja que acababa de darle para atacarle. La sensación de peligro y riesgo era increíblemente excitante... Estaba, prácticamente, a su merced, para que hiciera lo que deseara. Un poquito de emoción en su monótona y aburrida vida siempre sería bienvenida, tomara Tala la decisión que tomara.

- Tsk, tsk... Pero... no os habéis puesto cómoda, mi señora... -arguyó él en tono reprobatorio colocándose encima de la mujer sobre el sofá-. ¿Cómo pretendéis... -empuñó de nuevo el cuchillo y lo situó sobre la trena que mantenía unido el escote- disfrutar de las percepciones ampliadas... -cortó una de las guitas de la trena- si no... -fue cortando una por una todas las guitas- dejáis al descubierto vuestra piel?

Una vez sin las restricciones de la trena, Arión deslizó hacia abajo el vestido exterior de seda junto con el intermedio, dejando sólo la saya, la cual deslizó únicamente lo suficiente para dejar al descubierto el hombro desnudo, sobre el que depositó un suave beso. Continuó descendiendo por el cuerpo de la mujer, arrastrando las prendas superiores hasta que se desplomaron sobre el suelo y, desde su posición entre las piernas de la semidemonio la despojó a su vez de los zapatos y las medias, utilizando la camisa que se encontraba bajo el primer vestido para vendarle los ojos.

- ¿Confías en mí... mi enemiga? -le susurró al oído, divertido, antes de colocar su cuerpo de lado y tumbarse tras ella aferrando con fuerza sus muñecas para comenzar a atárselas a la espalda con una de sus medias.

El sofá era muy estrecho, por lo que la hechicera podía notar cómo el pecho del atlante le rozaba la espalda incluso a través de la tela de la saya. Su aliento caliente sobre su nuca resultaba electrificante, y Tala no olvidaba que no podía ver nada y él aún llevaba el cuchillo...

Finalmente, una vez a su merced, utilizó el cuchillo para rasgar por completo la saya, última barrera entre su cuerpo y el atlante, quedando completamente desnuda sobre el sofá. Lentamente el mago fue recorriendo con los labios cada milímetro de su cuerpo desde abajo hasta arriba, probándola, saboreándola. Tala podía notar su piel más receptiva de lo normal; Bajo la influencia de las drogas, sentía cada roce de una manera más intensa, más pura, y todo se multiplicaba por mil, y es que la agudización de los sentidos era especialmente elevada en el tacto y una mínima caricia o roce producía toda una cadena de sensaciones y efectos muy profundos, llevándola a un estado de bienestar y placer casi ilimitado. Donde él la tocaba la piel le ardía, excitándola a unos niveles que no parecían posibles.

Cuando llegó hasta su rostro la besó, y de alguna manera aquél beso le supo mejor que cualquiera que hubiera podido tener en siglos. No dijo nada, y tampoco era necesario, pues las palabras sobraban.

Comenzó a trazar con sus dedos pequeños círculos sobre su frente, bajando por el cuello, el pecho, el estómago, el vientre... y cada movimiento dibujaba un reguero hirviente sobre su carne. El placer era tan elevado que casi resultaba doloroso; Las caricias eran tan intensas, tan hondas, que la hechicera no pudo contener el suspiro que llevó a la catarsis, una explosión que fue a la vez eterna y efímera mientras se dejaba llevar por aquél placer sin remedio.

La experiencia fue muy superior a la habitual, acompañada de una sensación como si hubiera alguna clase de energía fluyendo y palpitando a través de todo su cuerpo, a una escala más vasta que la experiencia de la consciencia inmediata. Y sin embargo, y a pesar de todo, quería más, pues la droga la estimulaba hasta el punto de ansiar el roce de los cuerpos sudorosos, calientes y hambrientos de besos y de caricias... algo que, al parecer, el mago atlante no estaba dispuesto a ofrecer.

Aún vestido con los pantalones, la camisa y las botas, Arión se apartó de ella para observarla a la cálida luz de las velas, pues ya había anochecido y el juego de luces y sombras resaltaba los contornos y las formas de su cuerpo estremecido. Sumido en la relajación extrema que proporcionaban las drogas pudo concentarse por completo en la superficie de su piel, en aquella suavidad húmeda, tomando plena consciencia de la belleza de sus formas y la armonía presente en la totalidad de aquél cuerpo. No necesitaba culminar la unión entre los dos para disfrutar admirando su belleza, una belleza potenciada ahora a través del lento y voluptuoso trance de aquella sustancia, que le indujo a dejarse caer, completamente relajado, sobre el sofá, sentándose al lado de la hechicera, a la que aún no había desatado. Arión podía notar que todo vibraba con colores y tonalidades más intensas, cómo todo el lugar parecía irradiar una nueva luz, energía y vitalidad, y esos efectos permanecían aunque cerrara los ojos, haciendo que se desconectara por completo de la realidad.

- Y, para nuestro próximo truco...

Arión le quitó la venda que había estado cubriendo sus ojos, se dirigió hacia el enorme cuadro que ocupaba la pared frontal a donde se encontraba el sofá y presionó una de las molduras de la pared. Al instante el cuadro se desplazó mostrando el acceso a una cámara oculta en la que se encontraban el papa Alejandro VI junto con el dueño del palacio, su acólito Marino Contarini y varios de sus conocidos y allegados más íntimos. Una vez libre de la venda que había cegado su visión, Tala pudo constatar que el aspecto de su supuesto amante había cambiado, encubierto bajo la ilusión de un simple campesino.

- Tuve que daros conversación para dar tiempo a que su Santidad pudiera llegar después del mensaje que le hice llegar. Y no os preocupéis... me he asegurado de que no podía entender lo que hablábamos. Para él, se trata de un idioma completamente desconocido...

En el cuadro había pequeños agujeros indetectables que posibilitaban la visión de lo ocurrido, y, aunque no les hubiera sido posible entender lo que hablaban, el lenguaje del placer manifestado por Tala tras el cúlmen que le había hecho alcanzar el mago era universal y comprensible en todos los idiomas; la tela del cuadro desde luego no era lo suficientemente gruesa como para ahogar tales sonidos.

- Uno de mis sirvientes se le acercó con instrucciones de prometerle un espectáculo atrevido y descocado: la seducción de una noble a manos de un simple campesino. La promesa incluía la posibilidad de unirse después a la "fiesta", ya me entendéis... Pero algo me dice que su Santidad no va a estar de humor para ello...

El papa parecía totalmente iracundo y, tras gritar unas cuantas órdenes a los hombres que iban con él, se dispuso a salir del palacio.

- No se lo toméis a mal, querida... -dijo Arión recogiendo sus cosas del suelo-. Rodrigo de Borgia ha tenido siempre una vida licenciosa, pero una vez fue nombrado papa trató de ser más cauteloso y mantener sus vicios en el correspondiente anonimato... Habéis sido vista en varias ocasiones a su lado en público, y ahora se os ha visto mantener relaciones pecaminosas con un campesino por lo que él ya no puede seguir manteniéndoos de amante so pena de socavar aún más su imagen pública... Ah, respecto a eso... No es preciso que sigáis intentándolo con tanto denuedo, mi señora -dijo refiriéndose a las ataduras de las muñecas que mantenían a Tala desnuda e inmovilizada-. Encanté la soga mientras me encontraba de espaldas a vos y no podíais ver mis movimientos. No os será fácil libraros de ella, aunque no dudo que lo conseguiréis... eventualmente. Espero que no me guardéis rencor tampoco a mí... Éstos días se habla mucho por la ciudad acerca de una incipiente guerra civil. No sé lo que estábais tramando con el Papa, pero de seguro que no podía ser nada bueno... y me gusta demasiado ésta nueva era como para permitiros ir esparciendo el caos tan alegremente sin intentar, al menos, poneros un obstáculo en el camino. No esperábais realmente que estuviera interesado en entregarme a los placeres carnales con una entidad demoníaca y servidora del Caos, ¿verdad?

De hecho ni siquiera parecía ya drogado. ¿También eso había sido fingido? Arión volvió a empuñar la daga encantada y realizó en el aire los trazos ardientes del portal que le trasladaría de nuevo a Florencia.

- Si me permitís un consejo para el futuro, mi señora, no deberíais confiar tan ciegamente en vuestros enemigos. No puede decirse que no os lo advertí... varias veces.

Y era cierto. En varias ocasiones le había preguntado que si estaba segura de querer seguir adelante con todo aquello, incluso a pesar de las ataduras y la venda que cubría sus ojos. Podría haber sido mucho peor. Podría haberla matado aprovechando su entrega, pero no estaba interesado en quebrantar hasta ese punto su voto de neutralidad si ella no le daba motivos para hacerlo.

- Hasta la vista, mi señora... Ha sido un placer compartir ésta velada junto a vos -dijo realizando una reverencia antes de cruzar el portal y desaparecer.

Seguramente Tala conseguiría fácilmente reponerse de aquello, y quizás hasta conseguiría volver a ganarse al papa por otros medios. La guerra que estaba escrita finalmente estallaría y el caos se adueñaría de Italia reafirmando la premisa de Arión de que era imposible frenar el avance de las sombras. Pero al menos aquél día no podría decirse que no hizo nada para evitarlo...