Encuentros inesperados (Aeneas 13-1-2019)

No llevaba mucho tiempo en américa, pero parecía que se iba adaptando bien. Blüdhaven era más tranquila que la enorme urbe de Tokyo, es cierto que el hecho de su mal estado le quitaba mucho lustre, pero con una buena inversión y algo de trabajo podía llegar a convertirse en su oasis americano particular. Al menos le estaba poniendo empeño para que así fuera. Pero todavía quedaba mucho por hacer, y había cosas que tenía claro que su quería comprar el mejor sitio para ello era Nueva York,  y aunque su nueva casa estaba terminada y perfecta, quería añadir algunas cosas, como un baúl de madera lacada para su dormitorio y un perchero para colgar los kimonos. Le habían hablado de un ebanista en la ciudad que trabajaba por encargo todos los estilos y por supuesto, con lo que iba a pagarle, no le había puesto ninguna pega. Había aprovechado el resto del día haciendo más compras; no es que fuera de ese tipo de mujeres que consideraban que dilapidad la tarjeta era el mejor pasatiempo del mundo, pero como cualquier fémina que se precie de serlo, disfrutaba de aquellas esporádicas frivolidades.

Había mandado que enviaran casi todas sus compras al hotel donde se alojaba, y cargada simplemente con su último capricho de Victoria’s Secret daba un paseo. Su abuela siempre le reprochaba que porque compraba tanta lencería de ese estilo si no la iba a ver nadie, pero ella no entendía porque tenía que enseñársela a nadie, se ponía cosas bonitas porque le gustaban a ella, no porque tuviera que gustarle a nadie más. Estaba segura de que su ese fuera el caso, querrían tocar, y entonces luego ella tendría que cortarles las manos y recibiría otro sermón de su abuela, llevaba recibiéndolos demasiado tiempo como para querer alguno más. Era una mujer adulta y empezaba a ser respetada como tal, no iba a dejar que su abuela la siguiera tratando como una adolescente, aunque fuera de su familia.

Ya era de noche cuando salió de aquella pequeña cafetería del SOHO y se asomó al borde de la acera para tomar un taxi que la llevara de vuelta al hotel, prefería cenar algo ligero en su habitación y volver a repasar los mails que le habían enviado hasta que le entrara sueño, tenía mucho trabajo acumulado y no quería salir muy tarde al día siguiente.

Caminaba por la calle, observando los libros viejos y destrozados de su bolso... sabía que ya no los necesitaría nunca mas, no le importaba.
Hacía ya mas de un mes que la escuela había terminado, pero seguía sin tener lugar a donde ir en todo el gran y ancho mundo. Con el frio aumentando y el poderoso invierno, el dinero estaba ya al borde de acabarsele.

No podía evitar ir temblando por la escarcha, con como estaba la cosa no había podido permitirse un abrigo de momento, prefería consumir lo poco que tenía en pagar hoteles de mala muerte donde refugiarse en la noche y comer al menos mas de una vez al día.

Pensaba, se limitaba a pensar en su futuro, trazar un plan. No podía dedicarse a vivir de las peleas callejeras que ahora parecían aminorar, ni tampoco mantenerse esperando a que algo surgiese de la nada. Era el el que tenía que moverse, y claro, lo sabía.

Ya exhausto de caminar durante todo el día, sin sentir los dedos de las manos ni el rostro por fuertes ventiscas, se adentró en un callejón, dejando caer su espalda contra un muro y finalmente, sentandose... observo a su derecha, viendo una de las calles principales por las que justo un taxi parecía pasar...

La ciudad se veía mucho más cálida tras las ventanillas del taxi, la nieve había empezado a caer con fuerza poco antes de que el vehiculo parara y ahra tenía la sensación de que pronto las calles se volverían impracticables. De repente, al pasar por un callejón vio a un muchacho, un niño, agazapado contra la pared; no llevaba abrigo y parecía aterido de frío. No es que nunca hubiera visto un vagabundo, pero a juzgar por el ceño fruncido de forma obstinada, juraría que se había escapado de casa. En cualquier caso, hacía demasiado frío como para dejarlo ahí. Así que hizo parar el taxi y se bajó sus botas se hundían en la nueva a cada paso que daba hasta que finalmente se puso frente a él.

- ¿No crees que hace demasiado frío para estar aquí plantado? Yo iba a ir ahora a cenar algo caliente, si quieres, puedes acompañarme.

No era una buena samaritana, eso lo sabía todo el mundo, pero de ahí a ser una perra sin consideración había un trecho, uno que ella no iba a recorrer. Era japonesa y eso significaba tener honor y ayudar a tus vecinos, aunque éstos ahora fueran americanos. No es que fuera una gran fan de la cultura americana, que exportaban como si fuera un cáncer, pero eran buenos clientes y todavía no podía juzgar que fueran malos vecinos, eso era algo que ya acabaría descubriendo, aunque no tenía ninguna prisa en hacerlo.

Continuaba agazapado a la pared, removió la mirada de los vehículos y pronto la regresó hacia adelante, bajó por un instante la cabeza y cerró los ojos, perdiéndose en eternos pensamientos conforme suspiraba de manera profunda, notando el fuerte vaho desprendido por el calor de su respiración deshaciéndose lentamente en el frió ambiente.

Tras unos segundos levantó la mirada, observando hacia su izquierda... mas hacia adentro del callejón, desde que la ciudad estaba superpoblada los mendigos parecían rebalsar de las calles. Sonrió lentamente dejándose de compadecerse, no pudo evitar pensar en toda la gente que estaba peor que el, y claro, eso lo hacía sentirse fuerte de alguna manera.

Comenzó a incorporarse con lentitud, dispuesto a seguir su camino con energías un tanto renovadas. Sin embargo, al apenas voltearse se encontró con una extraña mujer que bajaba de un taxi, acercándose a el lentamente. No pudo evitar enarcar una ceja, observándola hasta que por fin esta rompió el falso silencio de la ciudad en aquel atardecer invernal.

- ¿No crees que hace demasiado frío para estar aquí plantado? Yo iba a ir ahora a cenar algo caliente, si quieres, puedes acompañarme.

Parpadeó algunas veces mientras la observaba con ojos de severidad, aún manteniendo una ceja alzada con un leve deje de sorpresa en el rostro. Y al instante, los pensamientos que antes le habían dado fuerza ahora lo hacían meditar de una forma mas profunda... ¿Había gente que estaba en peores condiciones, y la mano se la tendían a el? No, si salía del agujero, sería subiendo por sus propios medios.

-Se lo agradezco, señorita... pero paso.

Fue lo único que se limitó a contestarle, sin desprender la mirada seria de ella... aún manteniendo cierta extrañeza en los ojos. Finalmente devolvió su vista hacia el final del callejón, esperando que la mujer se esfumara.

El chico había despreciado su ayuda, era orgulloso, pero al menos era educado y no tenía mucha pinta de que fuera a moverse de allí próximamente, y el clima no era como para quedarse ahí, en la intemperie, con la nevada que estaba cayendo. Pero tampoco iba a suplicarle, no iba a ayudar a quien no quería su ayuda, iba a dormir igual de bien, o de no-bien, en su caso.

- ¿Estás seguro? No pienso ofrecértelo de nuevo.

Se giró hacia el taxi, indicándole que estaba esperando, pero no iba a quedarse allí esperando eternamente a que se decidiera, si quería morir de hipotermia, era asunto suyo. Le había ofrecido su ayuda, pero si la rechazaba no pensaba preocuparse, tenía otros asuntos que ocupaban su mente más allá de un adolescente de mirada obstinada y sin abrigo. Si era tan estúpido como para desaprovechar una oportunidad cuando la tenía delante, era problema de él, no de ella.