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Omega Universe - Foro de Rol de Marvel y DC
Los Universos de DC y Marvel se han unido en uno solo. ¿Qué ha sucedido? ¿Quién está detrás de todo? Y, lo que es más importante, ¿cómo reaccionarán héroes y villanos de los distintos mundos al encontrarse cara a cara...?
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Mensajes : 2176 Fecha de inscripción : 14/12/2014 Localización : Atlantis Empleo /Ocio : Sumo Mago Humor : Melancólico
Ficha de Personaje Alias: Arion Nombre real: Ahri'ahn Universo: DC Universe
Tema: Prueba de rol de Arión, Señor de la Atlántida 20th Diciembre 2014, 03:36
En algún lugar del sur de África, una pirámide escalonada más antigua de lo que cualquier arqueólogo podría llegar a soñar asomaba a través de la tupida masa de árboles y malezas que conformaban la densa jungla. Las copas de los árboles, próximas y entrelazadas, formaban un techado tan espeso que dificultaba su localización, incluso desde el aire. Y en su cúspide, un grupo de veinte personas ataviadas con túnicas realizaban una suerte de ritual.
El aire húmedo estaba cargado de olor a humus, y a su alrededor, cientos de ruidos extraños y fugaces dominaban el aire: chasquidos, zumbidos, chillidos, piar de aves… Sin embargo, nada de eso parecía perturbar a los acólitos, que continuaban con sus cánticos ajenos a todo cuanto se encontrara más allá de la reducida meseta de piedra y la brillante gema de color carmesí que palpitaba sobre el altar central.
Frente al altar y la piedra, uno de los acólitos, más anciano que los demás, tomó una daga ritual y pronunció las siguientes palabras:
- Henos aquí reunidos para presenciar la segunda venida del Salvador. Que Tynan, Dios del Equilibrio, guíe mi mano.
Dicho esto, comenzó a realizar intrincados dibujos en el aire en torno al pedestal. Cada trazo dejaba tras de sí una estela de llamas conformando un pentagrama ardiente en cuyo centro palpitaba la piedra. El anciano se retiró y el cerco de fuego se extendió repentinamente, como si hubiera encontrado un rastro de aceite, para volver a extinguirse con la misma rapidez hasta que sólo quedó el pentagrama, brillando con intensidad. También la luz de la gema se había apagado, mostrando una carcasa fría y opaca como el cristal.
El anciano se echó hacia atrás la capucha dejando al descubierto los ralos cabellos blancos y tomó de manos de uno de los discípulos un antiguo tomo preservado con magia a través de las eras.
- De las Crónicas de Choloh -comenzó a leer tras abrirlo con el cuidado que se reserva a las cosas más valiosas-. Prefacio.
>>”Habéis de saber que durante esos tiempos penosos y difíciles, los ojos del cosmos se dirigían a este rincón, el más remoto en el tiempo y el espacio ilimitados; un lugar donde la sensibilidad se llamaba hombre, donde la civilización floreció mil veces, donde tenía que decidirse el mismísimo destino del ser. Fijad aquí vuestra mirada, oh, criaturas del cosmos, contemplad esta esfera de color esmeralda a la que el hombre llama Tierra y maravillaos, ¡dad el testimonio de sus prodigios! Pero sabed también que el Orden universal es, ciertamente, la cosa más frágil, un inmenso laberinto giratorio en equilibrio, oh, tan delicado, entre la simetría y el caos, impulsado en movimiento a través del tiempo según unas leyes para siempre incomprensibles para el simple mortal, que vive sometido a sus caprichos. Quizá los dioses se rían ante semejante ironía mientras clavan sus miradas en el inhóspito Anuleous. Ni siquiera ellos conocen el destino del mundo alrededor del cual gira. Así pues, a otro le correspondía unirse a la batalla contra el Caos invasor. Alguien cuyo propio sino estaba inexorablemente entrelazado con el cosmos que lo engendró. Creado en el espacio insondable, nacido de fuerzas cósmicas unidas para crear un ser que no era ni hombre ni materia, sino mucho más: ¡Él fue elegido por las parcas para guiar a este mundo hacia la Salvación!”.
- Así lo escribió Choloh -musitaron con devoción los acólitos.
El hombre pasó la página.
- De las Crónicas de Choloh, capítulo primero.
>>“Sabed que en el año 183 del gobierno de D’Tilluh se abatieron calamidades sobre la Atlántida al cubrir sus tierras hielos inmensos. Las fuerzas de la guerra sacudieron sus murallas, pero también apareció un campeón al que llamaron Arion, aquél capaz de salvar este mundo… o de encontrar la muerte a manos de los dioses… o en las fuerzas de la guerra".
>>"Cuenta la leyenda que la esencia del Salvador se desprendió del corazón de una estrella y cayó en la fría superficie del mundo en la forma de una pequeña y bruñida gema roja. Dicen que un viajero solitario y herido, cegado por la nieve deslumbradora y a punto de morir encontró la gema caída del cielo y que su alma aterida se sintió de inmediato atraída por el calor que emanaba de ella. Una voz sin sonido reverberó en su mente incitándole a tomarla entre sus manos. Al obedecer, perdido y ciego, afirma la leyenda que un viento de eternidad barrió las extensiones heladas, arrastrando décadas de nieve y desenterrando una antigua pirámide. La voz en el interior de su cabeza le instó a escalarla para depositar la gema en lo más alto, y dicen que, a pesar de los frecuentes resbalones y del peligro, cuando llegó a la cima acató la orden de la voz silenciosa. Y cuando la pirámide recibió el calor que desprendía, la gema levitó con tal fuerza y violencia que el guerrero Wyynde (pues así se llamaba), fue rechazado. Pero no perdió el equilibrio, no, hasta que la gema estalló. Ni el propio Wyynde habría sabido decir qué ocurrió realmente, pero se reanimó en el suelo, levantó los ojos que todavía no podían ver, hasta que del corazón de la estrella nació el Salvador, apareciendo desnudo y glorioso ante él. Y con su recién recuperada visión, el guerrero pudo constatar que la gema roja ya no era visible."
- " Y éste, según dicen, es el milagro del advenimiento del Salvador: la luz cegadora de su llegada revivió unos ojos muertos”.
Y de nuevo, la cadenciosa letanía susurrada por los acólitos:
- Así lo escribió Choloh. - De las Crónicas de Choloh, capítulo segundo -continuó el que parecía ser el cabecilla.
>>”Cuenta la leyenda que dentro de la pirámide le fue revelado al Hijo de las Estrellas el secreto del santuario que albergaba la capa de muchos hilos, el Manto del Salvador. Y que de pronto, en las correas que estaban destinadas a cruzar su corazón apareció mágicamente una gema de color rojo. Afirman las leyendas que el Hijo de las Estrellas comprendió la señal y entendió que el Manto del Salvador le pertenecía, y que había sido predestinado para rescatar al mundo del cataclismo del hielo. Y dicen que una voz mágica, la voz del Padre, pronunció en ese instante las siguientes palabras: Adelante, Salvador… obra prodigios”.
- “Y así fue como de la pirámide salió el Predestinado a un mundo de calor agonizante. Así fue como nació Arion”. - Así lo escribió Choloh -entonaron los acólitos una vez más. - De las Crónicas de Choloh, capítulo tercero.
>>”Pero al igual que Gemimn no podría existir sin su hermano Chaon, así como existe la luz en el universo, existe también la oscuridad. Otros vieron el lugar privilegiado que ocupaba Arion entre los Dioses y comprendieron que su vida significaba el fin para ellos. Garn Daanuth, el Mago Loco de Mu, estaba entre éstos últimos, un ser de sueños dementes de poder y conquista”.
- “Sabed que en el año 183 del reinado de D’Tilluh, inquietantes vientos de guerra asolaron las ciudades del gran reino de la Atlántida, y el frío que atenazó las almas de los hombres fue aún más insoportable que el hielo que invadió las tierras, porque una ciudad luchó contra la otra, hermanos contra hermanos, y era inminente la destrucción de una unidad milenaria. Y la muerte sería definitiva y victoriosa para todos. Las tropas de D’Tilluh estaban allende las murallas de la ciudad mientras el gran mago asumía todo el poder que ejercería desde el cosmos y el más allá. Los hombres de Atlántida temían. Por ellos, por su reino… por su señor Arión”.
* * * *
Y mientras los acólitos continuaban recitando las antiguas hazañas registradas en las Crónicas de Choloh, en otro lugar, distante en el tiempo y en el espacio, Arión, Sumo Mago de la Atlántida, descansaba sumido en el éter suspendido de la meditación.
Pero entonces, del incensario prácticamente extinto que ardía frente a él, comenzó a emanar un suave y tenue humo rosado, y una voz débil se escuchó en el aire pronunciando un nombre durante largo tiempo olvidado…
- Ahri’ahn...
Sólo una persona conocía ese nombre, además de él mismo. Sólo una persona era capaz de pronunciar correctamente aquellas sílabas tan complicadas para los humanos...
- ¿Caculha? -exclamó, alzando rápidamente la mirada para fijarla en el humo que poco a poco comenzaba a cobrar una forma humanoide-. ¡Padre mío! ¡Jamás había sentido tamaño gozo al contemplar tu espíritu! ¿Cómo es posible este milagro? ¡Desde la destrucción de los cristales a manos de aquél siervo de Majistra temía haber perdido para siempre el gozo de tu compañía!
- No soy Caculha -la voz era ahora más firme, más fuerte, y Arion pudo notar un timbre extrañamente familiar-. Ni tampoco Garn, tu hermano muerto. Yo soy tú, Ahri’ahn.
Frente al mago comenzó a formarse una vaga silueta, difusa por el humo, pero de indudable parecido con él mismo. Se había alisado el cabello y vestía ropas que se le antojaron extrañas, pero era él, sin ningún género de duda.
- Por el cayado de Caculha -musitó el atlante, asombrado-. ¿Cómo puede ser? - He venido desde el futuro para hablarte de tu destino, Ahri’ahn. Sé que tienes muchas preguntas ahora mismo, pero te ruego que me escuches antes de empezar a formularlas. Todas tus dudas se resolverán a su debido tiempo. - Habla pues, te escucho.
Al fin y al cabo, ¿quién era él para cuestionar los prodigios que podían proceder de la magia? Él, que había nacido de una estrella y había revivido el calor de un sol moribundo evitando una nueva era de glaciación en la Tierra.
- Escúchame bien, Ahri’ahn… pues allá de donde vengo, ha sobrevenido una catástrofe capaz de alterar el sagrado Equilibrio y desatar el Caos sobre toda la creación. Los universos han sufrido sacudidas y espasmos, agitándose y revolviéndose hasta devastar el mundo. La Tierra, tu Tierra, se estremece; Las placas tectónicas se agrietan, los continentes se ondulan como el agua en una tempestad. En los terremotos que se sucedieron murieron miles de personas, pero eso fue sólo el principio. Los maremotos azotan las regiones costeras, e incluso zonas más al interior… y siegan más vidas.
Arión negó con la cabeza, horrorizado ante las terribles visiones de destrucción y muerte que su yo del futuro estaba proyectando en el interior de su mente.
- Debes de poseer un gran poder si has sido capaz de viajar miles de años en el tiempo para prevenirme. ¿Acaso el Tejedor te ha devuelto tu magia? ¿Por qué no haces nada para impedir esta debacle? - Por desgracia, estoy muerto en ésta época. Lo sé… realmente absurdo e inoportuno… - ¿Muerto? -el mago atlante fijó sus profundos y hermosos ojos verdes en el ser de humo que tenía ante sí-. ¿Cómo sucedió?
El ceño de la aparición se frunció en un irritado gesto de fastidio.
- Fue Mordru, uno de los más poderosos Señores del Caos. Destruyó nuestra forma corpórea, arrancó nuestra alma y la encerró en el interior de una gema. Esto que ves es más que mi forma astral: es todo cuanto queda de mí. Es por eso que te necesito, Ahri’ahn. Te necesito para restaurar la balanza del Equilibrio y enmendar este desastre.
El mago se puso en pie y caminó por la estancia, pensativo, apoyando el puño en uno de los pilares de la ciudadela que constituía su base de poder en Atlantis.
- Dices que se ha desencadenado un cataclismo que ha afectado el Equilibrio. ¿Se trata de los cristales de poder?
Las energías del mundo se concentraban en doce cristales sagrados que se encontraban situados en las profundidades de la tierra, debajo de cada una de las doce ciudades principales de la Atlántida. Si se moviera o se alterase uno solo de ellos, la red de energía se tornaría en caos y se desencadenaría un cataclismo de proporciones abismales. Ya había sucedido en el pasado, hacía 100.000 años, y podía volver a ocurrir.
- Si se trata de los cristales, no me consta. No he percibido ninguna manipulación en las líneas de poder que conectan con sus receptáculos subterráneos, pero en mi estado actual mis capacides se han visto reducidas considerablemente. Tendrás que ir tú mismo a explorarlo, aunque deberías encontrar la pirámide sagrada para ello. - Pero… no lo comprendo. Soy el Salvador de la Atlántida. Si me marcho ahora, ¿no estaré incumpliendo mi destino? - ¡Si tu voluntad es fuerte, estás predestinado a salvar todo el universo, no únicamente la Atlántida! -terció la aparición. - ¿Y qué hay de todas las cosas que podría hacer en los siglos venideros? ¿No se alterará el futuro si prescindo de las acciones que pudiste realizar?
Una carcajada amarga resonó por las amplias bóvedas de la ciudadela.
- Ah, Ahri’ahn, había olvidado lo joven e ingenuo que fui en este tiempo. ¡Cuán maravillosa inocencia! No hay nada que puedas hacer para impedir los futuros desastres. Nada. - Sé que sacrifiqué mi poder mágico al sol para fundir los hielos que amenazaban la Atlántida, pero mis conocimientos sobre magia, todo lo que Caculha me legó en esta ciudadela, aún permanecen -respondió sin arredrarse el más joven-. He estudiado mucho las pasadas décadas, y he descubierto el modo de utilizar magia a través de objetos previamente encantados y pergaminos. Aunque ya no pueda canalizarla a través de mi cuerpo, creo que si sigo estudiando y trabajando puedo llegar a recuperar gran parte del poder que tenía antes. - Lo harás, Ahri’ahn, pero será un proceso lento y arduo y los poderes que consigas alcanzar no será sino una sombra de los que antaño tuviste. Y mientras tanto, sucederán infinidad de catástrofes que no podrás evitar. Dentro de 35.000 años caerá un meteorito sobre la tierra que destruirá la Atlántida y la sumergirá en el fondo del mar, y ni con toda la magia que hayas acumulado para entonces serás capaz de impedirlo, pues sacrificaste tu poder ilimitado para resucitar el sol. El meteorito originará un maremoto de proporciones tan abismales que sumirá la tierra entera en una gran inundación que posteriormente pasará a ser conocida como “el diluvio universal” y tampoco podrás hacer nada para evitar los miles de millones de muertes que se sucederán. Se alzarán imperios y volverán a caer porque así funciona el mundo; La Luz sufre altibajos, las civilizaciones nacen y mueren, las edades de la razón acaban. Alcanzamos las estrellas y volvemos a caer en las tinieblas, y hacemos acopio de fuerzas para volver a subir. Con suerte, llegamos alto y no caemos lejos de donde estábamos, pero caemos. Atlantis caerá. Egipto caerá. Roma caerá. El imperio Babilónico caerá. El imperio de Alejandro Magno caerá. Camelot caerá.
- Incluso lo que es esculpido en piedra desaparece con el tiempo, y las ciudades yacen bajo el fuego y las cenizas de montañas que estallan, pero sin esas cenizas para alimentarlos, no podrían surgir brotes verdes, de la misma forma que no puede haber primavera sin invierno. La caída forma parte de la naturaleza de este mundo. Vendrán las tinieblas, y surgirán otros héroes, héroes mortales, para hacerles frente: Moisés, Arturo, Héctor, Leónidas… Y poco a poco comprenderás que no puedes hacer nada para impedir que la historia se repita. Y poco a poco aprenderás a mantenerte al margen, a permitir que el orden natural de las cosas siga su camino, sin interferencias de ningún tipo. Será una lección amarga, y dura, pero si haces lo que te digo no tendrás que pasar por todo eso. Yo puedo proporcionarte la sabiduría y los conocimientos que necesitas. Puedo ser tu maestro, enseñarte a canalizar tu poder. Te enseñaré los conjuros y hechizos aprendidos y desarrollados a lo largo de 45.000 años… y podrás hacer un gran bien en algo en lo que sí puedes influir. Porque a diferencia de todo lo que te he dicho hasta ahora, Ahri’ahn, no hay nada de natural en los terribles acontecimientos que acaban de suceder. No hay orden aquí, sólo caos. Tendrás que unir tus fuerzas con las de los héroes de ésta época para encontrar al causante de lo sucedido y restaurar el sagrado Equilibrio. ¿Crees que podrás hacerlo?
Arión se llevó una mano a la sien, agotado.
- Esto que me has mostrado es demasiado para asimilar en una sola noche. Márchate, te lo ruego. Meditaré sobre tu propuesta y mañana te daré mi respuesta.
Y diciendo esto, se marchó con el Manto del Salvador ondeando tras él.
* * * *
Arión descendió por una larga escalera hacia la sagrada cripta en la que descansaban los restos de sus familiares y amigos más cercanos. La ciudadela que construyó su padre era de vastas proporciones, y sus pasos resonaban con el inevitable eco en la soledad de sus muros. Un fuego tenue ardía en la palma de su mano. Era un hechizo sencillo, uno de los pocos que aún era capaz de mantener.
Adentrándose en la estancia, se detuvo frente a una tumba en concreto, una con un nombre que había aprendido a amar cada día más con el transcurso de los años…
- Chian -musitó, al tiempo que con la mano barría la capa de polvo que se había depositado sobre la lápida.
Y su mente se retrotrajo a los antiguos días de su segundo despertar en aquél mundo, después de que Wyynde lo encontrara. Recordaba la tierra, blanca como la muerte, así como el respeto absoluto que le brindaba su nuevo compañero.
- Contigo aquí, lord Arión, me sobran fuerzas para guiarte a la Ciudad de la Puerta de Oro -recordaba sus palabras como si hubieran sido pronunciadas el día anterior. - ¿Tu ciudad, guerrero Wyynde? -había preguntado él.
¡Cuán confuso se había sentido entonces! Tan inocente e inexperto como un recién nacido. No albergaba ningún recuerdo acerca de quién era o cómo había podido acabar en la gema que Wyynde había encontrado en la nieve, y sólo podía conservar la esperanza de que, antes o después, terminaría por recordar su pasado.
- Sí, soy un soldado… Salimos de patrulla con nuestro teniente Chian para investigar un informe sobre merodeadores en la frontera y nos aventuramos dentro de una grieta angosta. En Chian prevaleció el valor sobre la sensatez, y pudimos comprobar nuestro error cuando los infrahumanos nos atacaron. Luché codo con codo con Chian hasta que el elevado número de adversarios y de heridas en mi cuerpo me separaron de los demás. Cuando vi la luz nuevamente estaba solo, así que eché a andar con inseguridad, desorientado por la tempestad de nieve y me extravié en su torbellino enloquecedor hasta que, finalmente, su resplandor me privó de la vista. Iba a morir cuando te encontré, lord Arión. Tú me has devuelto la luz y la fuerza.
En su caminata habían llegado hasta un risco, y los dos extraviados se encaramaron sobre el saliente para observar el árido manto blanco que se extendía ante ellos.
- Supongo que ese teniente Chian andará buscándote -había comentado Arión. - “Esa” teniente. Es lady Chian, lord Arión. Y no creo que me busquen. Han pasado tres días. Si sobrevivieron, habrán regresado a la ciudad.
Ayudándose con las ramas de un árbol parcialmente congelado que asomaba por entre la nieve, descendieron la pendiente hasta llegar al llano.
- De mí lo sabes todo, pero… ¿y tú? -había preguntado el guerrero. - Tengo pocos recuerdos, Wyynde. Sólo sé que ya había vivido aquí, y que mi destino podría ser el de salvar la Atlántida eliminando estos hielos, esta muerte inminente. Necesito practicar mis antiguos poderes, fortalecerlos y… - ¡Allí! -el grito emocionado de Wyynde le sacó de sus pensamientos-. ¡Es la patrulla!
Al parecer, la teniente Chian se había negado en rotundo a retroceder abandonado a su suerte a uno de sus hombres, especialmente uno tan leal como Wyynde. ¡Parecía tan poca cosa al lado de aquél gigante de piel roja! Pero pronto descubriría que, a pesar de su corta estatura, lady Chian era de todo menos una muchacha indefensa.
- Teniente Chian, él es lord Arión, nacido del corazón de una piedra preciosa caída de los cielos.
Ah, el bueno de Wyynde… tan noble y leal pero a la vez tan simple. En cambio, la expresión de la doncella mudó para reflejar su claro escepticismo.
- ¿Cómo has dicho? - Es mago, Chian, y… - ¿Un mago? -la reacción de la guerrera no se hizo esperar, y ante la mención de esa palabra desenvainó su katana y la apoyó sobre el pecho de Arión-. ¿Te has vuelto loco, Wyynde? ¡El informe hablaba de un brujo que mandó a los infrahumanos a nuestra ciudad! ¡Quizá te ha nublado la mente este diablo! - ¡Juro que lord Arión no es malvado, Chian! -había exclamado él, en un intento por mitigar las iras de su señora-. ¡Me devolvió la vista, curó mis heridas! - A menudo los demonios obran milagros para sus fines malignos. - ¡Te equivocas, Chian! ¡No todos los magos son malvados! ¡Si nuestra ciudad no hubiese menospreciado la magia por la tecnología, habríamos sabido…! - ¡Silencio! -intervino Arión.
Durante toda la discusión se había mostrado atento a las nuevas sensaciones que percibía en su entorno, ajeno por completo a la espada que reposaba sobre su pecho. Aquello no le preocupaba, pues sabía que la amenaza que detectaba no procedía de allí.
Wyynde y Chian se habían vuelto para mirarle, con la sorpresa pintada en sus rostros, pero tampoco entonces les prestó atención. Tenía que concentrarse...
- Sí… -susurró al fin tras una breve pausa-. Hay peligro… ¡ahora!
Y conforme hablaba, extendió rápidamente su mano para atrapar en pleno vuelo la flecha que había estado dirigida a la cabeza de Chian, deteniéndola a tran sólo unos centímetros de su sien.
- Forastero, al parecer… te juzgué mal -había musitado ella al ver cómo la horda de simiescos humanoides, muy superior a ellos en número, salía de entre las rocas circundantes para rodearles-. Y juzgué aún peor a los infrahumanos. No huyeron derrotados, se reagruparon y han venido siguiéndonos mientras buscábamos a Wyynde. ¡En formación de combate! - No… espera… -había intervenido él viendo cómo los hombres de Chian desenvainaban sus armas-. Creo recordar un procedimiento sin derramamiento de sangre. ¡Sí, lo recuerdo! -exclamó, al tiempo que sus manos se encendían con un pavoroso resplandor verde.
Sin embargo, la magia latente en ellas se apagó no pronto se hubo iniciado, como la llama trémula que se desvanece tras un soplo de aire, dejando al mago tan confundido como avergonzado.
- No… no lo comprendo… Lo veía tan claro en mi mente… - Esto puede ocurrirle al mejor, forastero -replicó la teniente enarbolando la katana-. Retírate mientras practico mi magia: ¡la magia del frío acero!
Y con un grito estremecedor se arrojó sobre sus enemigos, combatiendo con una destreza y una pericia envidiables junto a Wyynde mientras, en la retaguardia, Arión trataba de poner en orden sus ideas.
¿Habré olvidado algún pase? -pensó para sus adentros-. ¡Sí! ¡Ya lo tengo!
Recordaba bien la emoción avasalladora que se extendió por su cuerpo cuando sus manos se encendieron como rutilantes faros en el aire frío, el rotundo poder de la Luz comandado con suprema seguridad. A un gesto suyo, el suelo se trocó en una capa resbaladiza de hielo, pero únicamente bajo los pies de sus enemigos que, incapaces de ponerse de pie para continuar la lucha, se vieron obligados a replegarse con la confusión pintada en sus salvajes rostros.
- ¡Ah, espléndido truco! -rió lady Chian ante la retirada forzosa de sus atacantes-. ¡Valía la pena esperar! Dejad que se vayan, soldados. Bastante insoportable debe de resultarles ya esta humillante retirada.
Recordó que los labios de Wyynde habían formado las palabras “sin derramamiento de sangre”, y su sonrisa cuando Chian le había asido del brazo en señal de respeto.
- Ya tengo conciencia de tu valor, Arión. Nuestro encuentro ha sido bueno. Nos conoceremos aún mejor.
Aquél había sido el comienzo de una amistad que florecería con el paso del tiempo, como una flor a cuya belleza no se la puede apremiar, hasta que, finalmente, había surgido el amor entre ellos.
Chian y él se casaron después de que Arión sacrificase sus poderes al sol, y juntos habían tenido un hijo al que habían bautizado con el nombre de su padre, Caculha. Su hijo había tenido un hijo a su vez, Khater, pero ahora, sus tumbas reposaban también junto a la de su mujer.
- ¿Qué me queda ya aquí? -musitó sobre el lugar de reposo eterno de aquellos a los que había amado.
Caculha, Wyynde, Mara, Wing, Kali, D'Tilluh... Ninguno quedaba ya.
A pesar del tiempo transcurrido, no había vuelto a casarse. No podría. Dudaba que pudiera encontrar jamás una mujer capaz de desbancar a Chian de su corazón, pero aunque así fuera, no creía ser capaz de pasar de nuevo por el tormento de verla envejecer día a día hasta su muerte, o de enterrar a más hijos… No, sus descendientes vagaban por el mundo. Sólo los Dioses sabían lo que les depararía el futuro, o cuándo se extinguiría su linaje, pero ya no pensaba volver a pasar por lo mismo. No, no le quedaba nada. Seguramente su yo del futuro había sabido aquello. Había sabido cuándo podía encontrarse en el mejor momento para aceptar su propuesta. Si Chian hubiera estado viva jamás la habría abandonado.
- Adiós, mi amor… Me marcho y dejo detrás de mí un pedazo de mi ser.
Y tras estas últimas palabras susurradas, salió de la estancia sin mirar atrás.
* * * *
Su yo del futuro le explicó paso por paso lo que tenía que hacer para replicar el conjuro que le permitiría viajar en el tiempo, imbuyendo una daga con un poderoso hechizo. Transcurrieron semanas e incluso meses bajo la tutela etérea de su espectral mentor hasta que, finalmente, el conjuro estuvo terminado.
Esa noche, Arión desenvainó la daga encantada y dibujó en el aire un pentagrama con la estela de fuego que emanaba de la hoja. Cuando el pentagrama estuvo acabado, lo cruzó.
* * * *
África, momento presente.
El círculo de llamas que ardía en el suelo crepitó con mayor violencia despidiendo una llamarada que obligó a los acólitos a cubrirse los ojos y a apartarse del fuego. Para cuando pudieron volver a mirar, las llamas estaban prácticamente apagadas y había una figura en el suelo, en el centro del círculo.
- ¡Por Gemimn y Chaon! -exclamó Arión con voz trémula, agotado y mareado. Miró a su alrededor, tratando de ubicarse en aquella nueva tierra. Se encontraba en la cima de una pirámide escalonada, muy parecida a la que antaño había servido de lugar de reunión para los doce maestros magos de la antigua Atlántida. Podía percibir el poder mágico que emanaba de ella; sin duda la elección de aquél punto místico no había sido realizada al azar.
Trató de incorporarse, pero aún estaba débil. Por su parte, los acólitos lo contemplaban con ojos como platos, como quien acaba de ser testigo de la llegada de Jesucristo. Por fin, uno de ellos, el más viejo que había estado recitando los fragmentos del libro sagrado, se adelantó para tomar a Arión de la mano y ayudarle a incorporarse. Cuando lo hubo conseguido, el anciano se arrodilló ante él, y lo mismo hicieron los demás acólitos, uno tras otro. Arión los observó, atónito.
- Pero… ¿qué…? ¿Qué estáis haciendo? ¿Por qué os arrodilláis? - Nos postramos ante Arión, señor de la Atlántida, Salvador de la Humanidad, aquél cuya venida fue profetizada y cuyos milagros se recogieron en las Crónicas de Choloh -explicó el anciano-. Por favor, acógenos como tus discípulos y fieles siervos.
La confusión inicial dio rápidamente paso a la indignación en el rostro del mago atlante, quien de inmediato se volvió hacia la piedra que descansaba en el pedestal y había recuperado nuevamente su brillo.
- ¿Te adoran como a un Dios… y tú se lo permites? -inquirió, perplejo.
La piedra respondió, hablando directamente en su mente:
"Empezó muy lentamente al principio. Empezaron a surgir acólitos tras la caída de Garn, y aunque disolviste el culto entonces, no hizo sino reforzarse cuando hiciste desaparecer los hielos que amenazaban la Atlántida y la naturaleza comenzó a florecer de nuevo. En cuanto a ti, estabas tan ocupado llorando a tu padre que no te diste cuenta. El general Balar, temeroso de que la gente se alzara en armas contra D’tilluh para colocarte en su lugar, prohibió el culto, pero siempre fuiste venerado en la ciudad y, tras la muerte de D'Tilluh y posteriormente la de su hijo M'Zalle, las voces volvieron a alzarse clamando para que fueras tú el sucesor".
"Alentadas por los ministros Termaine y Sylva, lo recuerdo", respondió él, también telepáticamente. "Pero me ocupé de dejar bien clara mi opinión al respecto ante el consejo y los ciudadanos. La ley específicamente decía que la corona debía pasar a la siguiente en línea sucesoria en la sangre de D'Tilluh: su hija T'Galla. Cualquier otra cosa habría sido considerado traición. Siempre fui leal al rey y a las leyes del reino. Sabía cuál era mi lugar".
"Cierto, nunca aceptaste el poder de manera oficial, pero lo cierto era que ejercías más influencia sobre el populacho que la misma reina, aún sin pretenderlo. La tecnología había sido destruida en la batalla contra Thamuz, y la gente comenzó a acudir a ti buscando respuestas en la magia. No mucho después comenzaste a recibir aprendices en la ciudadela, para que la sabiduría de Caculha no se perdiera, pero tras la muerte de tu mujer, y posteriormente tu hijo, comenzaste a recluirte cada vez más. La escuela continuó sin ti, a través de tus descendientes, y pasaste a ser considerado como una especie de mito. La historia poco a poco se olvidó y sólo quedó la leyenda. Durante milenios no les presté mucha atención, pero han demostrado ser muy útiles los últimos tiempos, especialmente desde que me vi privado de mi forma corpórea. Me ayudan a conseguir los objetos que necesito para realizar mi magia, y a imbuirlos con encantamientos. De no ser por ellos no habría podido empuñar la daga ritual para ejecutar el hechizo que me ha permitido llegar hasta ti".
- Tal vez, pero ahora estoy aquí y esto ya no es necesario -dijo en voz alta-. ¡Alzaos! Ni deseo ni merezco veneración. - ¿Acaso no sois el Salvador de la Atlántida? -musitó el anciano, con los ojos llenos de lágrimas-. A los salvadores se les venera.
Arión le puso la mano en el hombro y le ayudó a levantarse, tal como el anciano había hecho con él minutos antes.
- Sólo cuando traen la verdadera salvación y cuando han muerto, y éste no es mi caso. No logré impedir el cataclismo que sumió la Atlántida en el océano. Todo cuanto hice, lo hice por el bien general, no para encumbrarme. - Pero… caísteis del cielo desde una estrella, fuisteis engendrado por el cosmos, lo dicen las Crónicas de Choloh -intervino tímidamente uno de los acólitos. - ¡Oídme bien, porque las Crónicas de Choloh se equivocan! Cierto, nací en los cielos, pero difícilmente podría llamar madre a la sustancia estelar sin vida de la que surgí. ¡Escuchadme! Mi padre era Caculha, uno de los primeros magos de la Atlántida. Fui concebido como cualquier mortal, pero para detener el ritual de la Oscura Majistra, que pretendía utilizar los cristales de poder para satisfacer sus ambiciones, un sacrificio supremo fue necesario y tuve que entregar mi vida para salvar la Atlántida. Mi cuerpo se hizo pedazos, pero mi padre logró condensar mi energía vital en una esfera mágica y enterrarla en el corazón de una estrella hasta que tuvo el poder suficiente para arrancarla de su amarradura en los cielos y devolverla a este mundo. ¡No soy ningún Dios!
Pero su impresionante revelación tuvo el efecto contrario al deseado, pues los acólitos, sin poder contener expresiones de mudo y reverencial asombro, volvieron a postrarse a sus pies. Una carcajada seca resonó en la mente de Arión.
"¡Qué gran ejemplo has dado! Acabas de admitir que moriste y fuiste resucitado mediante magia. Déjalo ya, Ahri’ahn, los humanos no son más que sacos de carne y huesos, necios incultos y babeantes. Deja de balbucear y acéptalo: eres superior a ellos". "No soy superior a nadie", replicó, furioso. "¿En qué momento te convertiste en lo que ahora eres?" "¿Es que no has escuchado nada de lo que te dije en el pasado? Caculha ya te lo advirtió. Los humanos desean ser subyugados, siempre a la búsqueda de un nuevo Dios al que adorar, y no puedes hacer nada por impedirlo. Supongo que el tiempo finalmente me cansé de tratar de evitarlo. Trátalos mejor o peor, no me importa, pero utiliza el cerebro: pueden ayudarte a adaptarte a este nuevo mundo y a conseguir los ridículos objetos de los que inevitablemente dependes ahora. Por lamentable que pueda parecer, ahora mismo los necesitas." "Está bien.... ¿qué hago ahora?" "La gema que tienes en el pecho ya no te sirve para absorber las energías estelares, no es más que un adorno sin mayor utilidad. Reemplázala por la gema-prisión que descansa en el pedestal y de esta manera podré estar siempre contigo para guiarte".
Ante la atenta mirada de los acólitos, Arión fue hacia el altar y, con un sencillo pase de sus manos, reemplazó la gema decorativa que sujetaban las correas del traje por la que contenía el alma de su otro yo.
"¿Y ahora?" "Ahora, Ahri’ahn, ve con Trykhun. Él será tu guía. El mundo te aguarda."