[Secret Santa]: Entrega de los Regalos

Celsit se mordió las uñas, al borde de un ataque de nervios. No podía ser. Había llegado a la finalísima de TΩp Chef, el famoso concurso de cocina en el que competían todo tipo de seres. Y ella estaba allí, en medio de un inmenso plató de televisión, rodeada del resto de concursantes. Las luces la estaban dejando ciega, y el público aplaudía ensordecedoramente, hasta que por fin todos callaron. Justo cuando entraba Plana en escena. Iba bien vestido, muy guapo. Le tocaba hacer de presentador y juez, junto con Jonathan Smith y Wonder Woman. Menudo jurado les había tocado en suerte.

- ¡Buenos días, y bienvenidos todos a la gran final! ¡Hoy, nuestros queridos concursantes se van a enfrentar a la prueba más difícil de sus vidas, en la que van a estar al límite! ¡Por que esto, señores, es TΩp Chef!

Planaria recuperó el aliento visiblemente mientras le aplaudían, y se colocó junto al resto, sonriendo y paseando la mirada por el público y los concursantes. Se detuvo un momento en Cels, fijando en ella sus ojos de color miel, susurrándole unas mudas palabras de ánimo.

- Bueno chicos, ¿Preparados? En ese caso...

Diana les habló con calma, como intentando tranquilizarlos a todos. La mutante estubo a punto de gritar que no, que nunca jamás de los jamases estaría lista para aquello. Pero Smith se le adelantó, interrumpiendo completamente a la amazona.

- En ese caso, ¡Vamos con la prueba! Los concursantes tendreís una hora, repito, UNA hora para hacer un plato que nos cuente la historia de vuestra vida: Quién o qué sois, de dónde venís y todas vuestras cosas varias. Ya sabeís: Entraís todas las veces que queraís a la despensa y todo lo que no cojaís irá para el...

- Banco de Alimentos. Y dicho esto... El tiempo empieza en 3...2...1...

-¡YA!

Después de aquella última interrupción, Diana pegó un empujón a su "compañero", tirándole al suelo. Mientras Plana ponía paz y se los llevaba a otra sala, Cels se puso a pensar. ¿Qué sabor tenía su vida? Le llegó el aroma del chocolate belga, que le recordaba a Planaria y el sabor de esas galletas que tomaba en la Mansión X para desayunar.

Sin pensárselo dos veces, salió corriendo a la despensa, que se había convertido en un campo de batalla. Allí, héroes y villanos de todo tipo estaban combatiendo por los mejores ingredientes. Dick Grayson, mejor conocido como Nightwing, se había subido a una viga y atrapaba ingredientes con la Batgarra, el Joker estaba sumido en una guerra química contra el Espantapájaros, en la que se lanzaban gas de la risa y del miedo a partes iguales, creando nubes multicolores. Por suerte, el circo había dotado a la peligris de una agilidad considerable, lo que le permitió dejar con un palmo de narices a Thor y a Tony Stark, que se estaba poniendo el traje para volar media sala en pedazos.

Unos minutos después, la chica estaba en su mesa, delante de una buena cantidad de ingredientes: Chocolate belga y blanco, leche, harina, huevo, frutos del bosque... Todos ingredientes que conocía y utilizaba a diario. Así que se puso manos a la obra: No tenía tiempo que perder.

Mientras tanto, en las gradas, el público empezaba a impacientarse. Superman se había puesto a discutir con Batman quién recogía a Diana cuando acabara el programa. En otra parte de la sala, el profesor Xavier parecía estar chivándole telepáticamente lo que tenía que hacer a Lobezno. Emma Frost pareció darse cuenta, por que le puso mala cara al profesor X. Unas filas más allá, Hipólita y Odín parecían sumergidos en una conversación muy interesante. En un momento dado, el "Padre de Todos" indicó algo a su pupila, una joven morena, pálida y vestida de negro. La chica salió de la sala un rato, y volvió, le susurró algo al oído a su rey (que sonrió peligrosamente) y se sentó, justo a tiempo para esquivar un enorme constructo verde, recién salido del anillo de Kyle Rayner. El Linterna concursaba con mucha ventaja, pero estaba teniendo problemas para lidiar con Coloso y evitar que se le quemara la carne.

Pero nuestra protagonista no veía nada de eso. Sólo se dedicaba a mezclar frambuesas con miel, a añadir arándanos a la masa de chocolate... Y a esquivar los proyectiles que algunos concursantes se disparaban entre sí. El peor de todos era Deadpool, que intentaba robar a Superboy la sal, por que se le había olvidado y ya no quedaba en la despensa. El problema es que usaba una bazooka para ello. Por no hablar de la encarnizada batalla que Spiderman estaba librando con Lobezno para meter primero sus recetas en el horno.

- En 5...4...3...2...1... ¡Tiempo! Manos arriba, chicos.

Plana dio por finalizada la prueba, aún separando a Smith (que llevaba un ojo morado) y a Diana (que tenia sangre en el labio).

Celsit salió del plató, dejando en su mesa unos dulces de chocolate belga con frutos rojos, envueltos en galleta y rellenos por dentro. Le habían costado horrores, pero creía que podía ganar. Después de todo, se dedicaba a eso, ¿No? Y además no había salido herida, lo cual era todo un logro, visto lo visto.

Después de cerca de media hora, los aplausos se reanudaron, y el jurado apareció todo sonriente, preparado para anunciar al vencedor. Cels se dijo que si ganaba, tendría que premiar a Planaria de alguna manera. Después de echarle la típica bronca de que no tenía que tener favoritismos entre los concursantes, claro.

- Después de mucho pensar, hemos decidido que el ganador es...

- Cels. Eh, Sasha, despierta. Buenos días, dormilona.

¡Había ganado! ¡Bie...! Espera. ¿Cómo que "despierta"?

- Podrías haberme dicho que no te gustaba la película, en vez de dormirte.- Dijo el mutante, sonriendo.

- Uy... Perdona, Plana. Tengo que dormir más.- Dijo, bostezando. Necesitaba vacaciones: Ya hasta soñaba con preparar pasteles.

Era una noche despejada en la Gran Manzana y a pesar de la contaminación lumínica, el cielo estaba plagado de estrellas, que brillaban con fuerza dando al paisaje urbano un aspecto mas irreal si cabe, pero no era eso lo más importante. Lo más importante era ella, allí a su lado, sosteniendo su mano mientras observaba embobada las estrellas. Nunca había estado tan bonita como esa noche, con su precioso vestido azul y su piel resplandeciendo bajo las luces de la ciudad. La amaba, un sentimiento que había anidado profundo en su corazón desde el primer momento en que la vio; la amaba con la profundidad e irracionalidad que describían los dioses de Themiscyra, los parientes de su gran amiga Diana y en lo más íntimo de su ser sabía que ya nada podría sacarla de su mente, de su corazón.

El momento de la verdad había llegado, el todo o nada, el lugar era perfecto, el momento era perfecto y había conseguido una orquesta sinfónica para ese momento. Se arrodilló frente a ella, sobre un cojín de terciopelo escarlata con borlas doradas que había conseguido para la ocasión, le había costado encontrarlo entre todo el muestrario de Ikea. Cuando estuvo en posición metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó la cajita de terciopelo azul, a juego con sus ojos, que miraba directamente mientras la abría para dejar a la vista el fastuoso anillo que contenía.

- Sasha, llevamos juntos un tiempo, te has convertido en alguien tan importante que ya no podría vivir sin ti. ¿Me harías el honor eterno de convertirte en mi esposa?

Esperó su respuesta mientras la mandíbula de Sasha se descolgaba en un gesto de absoluta sorpresa, la orquesta tocaba una música suave y su dicha se encontraba tan sólo a un monosílabo de distancia; ya podía imaginarse su vida juntos. Vivirían en una casa con jardín a las afueras, ella abriría otra pastelería, que frecuentarían policías y amas de casa haciendo sus encargos, tendrían hijos, cuatro o cinco y se involucrarían en las actividades extraescolares en las que éstos participaran, y por supuesto en la asociación de padres del colegio. Serían una familia feliz y poco a poco se olvidarían de su vida anterior, no más asuntos mutantes, no más misiones arriesgadas ni peleas con villanos que amenazaban la ciudad, el mundo, o la galaxia; serían una perfecta familia burguesa y su mayor preocupación sería que sus hijos no se quedaran dormidos por la mañana, y que el café estuviera listo cuando bajara a la cocina a rellenar su termo antes de irse a trabajar a la ciudad.

- Lo siento Plana, pero estoy con Drago, voy a volver a Bosnia con él, buscaremos jóvenes mutantes que sobrevivieran a la guerra y fundaremos una escuela en Mostar. Viviremos una vida de increíbles aventuras y lucharemos contra todo el mal que nos amenace.

Planaria no podía salir de su asombro. ¿Que pasaría entonces con la vida perfecta que había planeado para los dos? ¡Ya había firmado la hipoteca de la casa! Tormenta se había ofrecido para darle un toque elegante y exótico a la decoración con sus grandes ideas. Ahora todo se había ido al garete.

- Pero... Yo siempre pensé que tu sueño era tener una vida acomodada, sin preocupaciones, sin misiones, tener muchos hijos...

- Lo siento Plana, mis sueños han cambiado, todo este tiempo que has sido un cerdo y un cretino he descubierto el verdadero amor al lado de Drago, él no me quiere por mi físico y no se preocupa más por sí mismo que por los demás. Lo nuestro era sólo un encaprichamiento, a él le amo de verdad y viviremos la vida que ambos queremos. No estamos de acuerdo con los postulados del profesor y preferimos un enfoque más agresivo, como el que tienen Scott y el resto de la patrulla, con quien por cierto, me he estado acostando. Jean nos pilló hace un mes y se nos unió, nos o pasamos muy bien los tres. Adiós Planaria, te mandaré las fotos de mis aventuras; pásatelo muy bien con la hipoteca, te deseo lo mejor a ti y a nuestros hijos kryptonianos, cuida de que no se droguen demasiado.

Una lágrima solitaria se deslizó por su mejilla y cuando fue a guardarse la cajita del anillo comprendió porqué a orquesta había dejado de tocar y todos le señalaban. Estaba desnudo, completamente desnudo, había salido de casa sin ropa y no se había dado cuenta. Intentó cubrirse con el cojín de borlas, pero al levantarse tropezó y cayó por el precipicio que tenía a sus espaldas. Iba a morir.

Iba a morirse, si, pero del puro susto que se había llevado, junto con un fuerte coscorrón que ya empezaba a curarse. Se había caído, pero no de un precipicio, sino de la cama y afortunadamente, no estaba desnudo, sino que llevaba su pijama, el de osos leñadores que le había regalado Cels, quien se había despertado, alertada por el susto, y ahora lo miraba entre ofendida por haber sido bruscamente arrancada de su sueño y preocupada por verle despatarrado en el suelo.

- Plana, cielo. ¿Que haces en el suelo?
- Nada, no te preocupes, sólo... me he movido mucho.
- ¿Has tenido algún suelo? ¿Salía yo? - Preguntó la joven mutante con un toque pícaro en su voz.
- Si, podría decirse que si.
- Entonces era un sueño genial, anda, ven aquí. Mañana es la boda de Stark y será un día movidito.

Celsit se acurrucó en su pecho en cuanto él se subió de nuevo a la cama, y en ese momento, Plana comprendió lo estúpido de su pesadilla. No necesitaba una gran casa con jardín, una vida acomodada o una llena de acción y aventuras, no necesitaba casarse para ser feliz, tan sólo a ella, oliendo a chocolate, durmiendo despreocupadamente con una mano en su pecho. Si había algo que se pudiera definir como una vida perfecta para Planaria Glámez era aquel perfecto momento en que su respiración se relajaba y su corazón volvía a su ritmo habitual en el que sus párpados se cerraban, cayendo en los brazos de Morfeo con la mujer de su vida y sus sueños entre los suyos propios.

Dicen que la oscuridad fue el principio. Que toda vida salió de su interior en el momento en que la Primera Luz surgió de ella. Qué lo motivó, cómo se originó todo... es el tipo de cuestiones cuya solución ha quitado el sueño a tantos como ha dado nacimiento. En la oscuridad, luz. Y colgando de esa luz, como los móviles sobre la cuna de un niño, cada ser viviente de la creación. Girando, sintiendo, chocando; inseparables, interdependientes, un desfile sin fin siguiendo un brillo tenue en un vasto universo, como la cola helada de un cometa.

Al igual que entonces, en la oscuridad hubo luz. Primero una, luego dos, y así hasta cinco estrellas se encendieron, poco a poco, y empezaron a girar sobre un eje invisible. Pero eran demasiado pequeñas, y su luz no alcanzó los límites de la negrura que las rodeaba, aunque sí generó sombras. Unas sombras rojizas, vitales, del mismo tono brillante de la sangre. Un manto carmesí de finas hebras de seda. Su primer movimiento pudo ser casual, impulsado por la corriente ínfima de la más leve brisa, pero el segundo reveló que había algo más bajo la capa roja. Las estrellas giraron, y cuando las sombras del manto se apartaron, el fulgor blanco encontró dónde reflejarse y verse magnificado. La oscuridad retrocedió un poco más, casi maravillada. El silencio del vacío se rompió con un estremecimiento lejano.

Una delgada corriente de luz pálida dio lugar a otras cinco, más pequeñas, pero más ágiles. Tanteaban a su alrededor, sin hallar nada a su alcance. La oscuridad las seguía o se apartaba a su paso con gracilidad, respetándolas. Un resplandor más intenso, redondeado como un astro, absorbió y devolvió la luz de las estrellas. Dos puntos oscuros se abrieron en él, rojos como el espeso manto de sangre. El aire hasta entonces frío del vacío negro sintió la calidez del primer aliento y el tenue rastro de un aroma nunca antes conocido. El resplandor era un rostro suave. Rodeado de pétalos blancos, la sombra roja cayó desde ambos lados de su frente como una cascada cuando miró hacia arriba. Los primeros ademanes de aquel cuerpo eran indecisos y, al mismo tiempo, sutiles como un amanecer.

La figura blanca envuelta en carmesí se levantó. Sus movimientos eran pausados y parecía que flotara en el centro mismo del infinito. A su alrededor, la oscuridad crujió y se abrió, revelando lo que había más allá de sus muros. El frío era el mismo, pero no la sensación. El aire se movía ahora. La oscuridad se desvaneció, convertida en los muros de mineral rojo que hasta entonces habían sido su mundo. El cuerpo rodeado de estrellas salió a través de la grieta y pisó la tierra blanda. Lo que antes había sido techo, ahora eran nubes. Borlas grises de contornos plateados, que daban fe de que más allá también había luz, pero dejaban el mundo en penumbra. Un temblor sordo la sobresaltó. A lo lejos, donde el cielo se encontraba con un reflejo gélido y ondulado, una tormenta rugía.

Los ojos carmesí recorrieron el nuevo espacio. El cabello de aquel mundo era verde en lugar de rojo, y raleaba en muchos lugares. La piel era blanda y húmeda, y sus pies se hundían en ella hasta tocar el frío cráneo de roca. Su aliento agitaba el cabello rojo y rodeaba groseramente su desnudez.  Sus dedos informes y enormes de roca y hielo buscaban el cielo como ella había buscado el techo de cristal rojo. Intentaba tal vez apartar la bruma para recibir la luz que brillaba detrás. Estaba vivo, como ella, sin duda. Y no era lo único.

Algo chocó contra su pierna. Algo pequeño, peludo y desconocido. Cuando se volvió, no pudo verlo. La criatura estaba embelesada por el perfume de las flores que nacían de su cabellera roja, y acompañaba cada giro de la misma para seguirlas. El ser sólo se detuvo cuando se arrodilló, con un mechón encarnado en una de sus manos, en el que se apreciaba una gran flor blanca. No sabía qué era, nunca lo había visto. ¿Nunca? ¿De verdad que no?

Mientras el animalillo seguía olfateando la flor, intrigado y atraído a la vez, ella lo tocó. Un roce suave con la palma fue suficiente. Vio el todo según sus ojos. Un mundo extraño, amenazante y maravilloso. Un mundo que no era un mundo sino dos. Su naturaleza misma no era natural. Compartía rasgos de sus partes, pero el todo era diferente, y lo sería más aún en el futuro. El peligro podía venir de varias formas, vivo o inerte, consciente o indiferente, necesario o cruel. Apartó la mano del animal. Éste, nervioso, se restregó contra su pierna, reticente a regresar al mundo solo. Ella no estaba asustada, pero tampoco tranquila. No, sólo estaba alerta. Cuando la tormenta volvió a rugir, rompiendo el espejo del mar contra la tierra en miles de húmedos fragmentos, se irguió de nuevo. Estaba ahí. Esa era la verdad.