Era una noche lluviosa, los truenos impactaban como si la rabia del mismísimo Zeus fuera parte de ellos, lanzándolos como si tratara de avisar a Cassandra de algún modo mientras que esta, por su parte, no era capaz de conciliar el sueño. Removiéndose en su cama, hacia un lado y luego hacia el otro. Boca abajo o bien sentada, había probado en todas las posturas posibles y parecía que no iba a poder llegar a brazos de Morfeo aquella extraña noche. Se levantó y perezosamente avanzó hacia el pequeño marco de cristal para observar como estaban los alrededores; como siempre, obviamente. Miró su reloj digital, estaba en la mesilla de noche, al otro lado de la cama, por lo que tuvo que girarse completamente para poder comprobar que no eran más de las tres de la madrugada. Se giró nuevamente, dándose por vencida. Aquella noche no podría dormir, era oficial. Cassandra miraba por la ventana aquel inusual panorama para la época del año que estaban pasando, usualmente las tormentas veraniegas no solían durar tanto tiempo. Suspiró. Algo por dentro, una sensación, le decía, le gritaba que debía salir allí fuera y encontrarse con algo desconocido; guiarse por los instintos ¿no era eso lo que hacía una verdadera amazona? Comprobó que su madre seguía dormida y con cautela cambió sus pantalones de pijama por aquellos tejanos tan característicos de la chica, ni siquiera se cambió la camiseta, era roja con algunas estrellas en dorado así que hacía el pego como una “nueva indumentaria de Wonder Girl”. Avanzaba con cierto nerviosismo entre los charcos, había demasiados y eso comportaba que cierto dios pudiera salir de allí en cualquier momento, un dios que la joven deseaba con no tener que encontrarse nunca más. Una voz llamó su nombre, era grabe y masculina. Parecía que sus peores pesadillas se habían cumplido.
— ¡Ares! —pronunció secamente la amazona a sabiendas de que era ese el hombre que hacia a penas unos segundos había llamado su nombre, mientras con movimientos lentos se llevaba la mano al lazo que el mismo dios de la guerra le había proporcionado en un tiempo anterior, cuando a penas había recibido los podres del todopoderoso Zeus. Aquel hombre de imponentes medidas estaba situado a un par de metros como máximo de ella y aunque fuera una distancia importante seguía estando peligrosamente cerca de la rubia, ahora con los cabellos empapados y la ropa igual.— ¿Que demonios quieres? —replicó por su parte la joven americana, no estaba segura de que quería aquel hombre, pero estaba segura de que nada bueno; porque no puedes esperar nada bueno de uno de los enemigos de Wonder Woman.— ¿Necesito una razón para venir a ver a mi campeona favorita? —preguntó, mientras se acercaba más a la muchacha. Esta a su vez, se iba retirando poco a poco. << ¿Campeona? >> pensó extrañada, no tenia ni idea de lo que quería decir con aquellas palabras.— Ni un solo paso más, yo no soy tu campeona, Ares —respondió la joven, mientras con su mano apretaba su lazo, lista en cualquier momento para asestarle un buen golpe. Sabia que era un buen contrincante, pero en caso de pelea iba a dar mucha más guerra de la que el dios pensaba.— Se lo que te está pasando Cassandra, y también se cuales son las respuestas que necesitas —habló el dios, mientras llevaba las manos a su casco. ¿Lo que le estaba pasando? Él no tenía porque saber de sus dilemas. Era cierto, Cassandra estaba pasando por un mal momento, las dudas la asaltaban a cada batalla: ¿Era lo suficientemente fuerte como para estar junto a sus compañeros?
Con lentitud el dios se quitó aquel gran casco y lo dejó caer al suelo dejando ver sus rasgos faciales, lo que más predominaba era aquellos ojos carmesí que adornaban su rostro, creando una extraña pero bella combinación. Cassandra, por su parte, contuvo la respiración por lo que parecieron siglos hasta que finalmente el mayor de los dos se dignó a hablar:— Te puedo dar más poder del que jamás podrías imaginar —comenzó, acercándose a la joven. Ares acarició con amor y delicadeza el cabello rubio de la chica mientras una pequeña sonrisa se mostraba en su rostro— A cambio, Cassandra, solo te pediré una cosa —tomó un mechón de cabello y jugueteó con él durante unos segundos para después colocarlo detrás de una de las orejas de la chica. La miró a los ojos y ella hizo lo mismo, sus miradas se cruzaron mientras nervios y un toque de odio se podía palpar en el ambiente— Acéptame como tu hermano —pronunció finalmente. ¿Como su hermano? Vale, de acuerdo, su padre era Zeus lo que de cierto modo la hacía hermana biológica de Ares, dios de la guerra, pero eso no influía para nada en que ella lo tuviera que aceptar o no. De todas maneras, el pago por simplemente decir la palabra “hermano” era bastante suculento y tentador. Todos los héroes, llegado un tiempo en su vida llegan a un problema moral; en ocasiones puede ser salvar el mundo o a sus seres queridos, en otras ocasiones hacer lo correcto o bien lo que dicta su corazón; daba igual lo que fuera, las opciones tenían consecuencias para ellos. ¿Era este su verdadero problema moral? Seguramente, ambas opciones tenian una repercusión tanto en su vida como en la de los que más quería, pero era hora de tomar una decisión, y por desgracia para ella debía hacerlo antes de que su madre descubriera que había ido a dar una vuelta nocturna en medio de una tormenta.
Cerró la ventana de la habitación, mientras se volvía a colocar los pantalones de pijama y optaba por una camiseta diferente, intentó secarse un poco el cabello y se introdujo nuevamente en la cama, observando por aquella misma ventana como su “hermano” desaparecía entre las sombras de la noche. Aquella noche, para los dioses, Cassandra ya no era Wonder Girl, aquella noche se había vuelto certeramente la campeona de Ares y con ello había aceptado el trato de dicho hombre. Lo que no sabía eran las consecuencias de aquello le iba a traer en un futuro no muy lejano. Y junto a los relámpagos de Zeus, Cassandra volvió a retomar el sueño.