Walpurgisnacht. Noche de perdiciones, excesos y maldiciones.
Una luna plateada resplandece en toda su magnificencia a la media noche, testigo silenciosa de la ceremonia mundana que entre corderos negros llevan a cabo. Ardiente fogata cuyas llamas danzan al cielo, ilumina los cantos y siniestras coreografías que seres enmascarados dramatizan al exterior de la pradera. Humanos vueltos en animales que realzan su espíritu primitivo, sepultando toda racionalidad y sumergidos en sus más bajas pasiones. Una tradición siniestra que se pasa de generación en generación. Romántica y depravada, dulce mezcla de devoción y locura.
Así celebran la cosecha sembrada, la llegada del verano y al diablo, a ese ser supremo y ancestral que bendice la tierra cada año. Los hombres fingen portar cornamentas, las mujeres se desnudan y danzan al calor de los tambores, los niños permanecen en casa pues esto compete sólo a los mayores y si alguno de ellos se atreve a dejar la cama, el propio diablo vendrá para devorar su alma. El más viejo de ellos alza la daga. Sacrifica al mejor cordero de todo el ganado, el más joven y tierno, vertiendo su sangre a cada participante, bendiciéndolos con el poder de las tinieblas. Pronto la carnicería comienza, y entre todos despedazan el resto del cadáver como las bestias inhumanas en que se han transformado. Se besan, se aparean, todo al calor del fuego y de la sangre derramada. No hay tabú o pena para el que ceda a la orgía, únicamente placer y satisfacción.
Sin embargo, desde la sombras de otra dimensión un ser horrendo los observa. Divertido, excitado, ¡él también quiere jugar! Un gato ha escuchado su llamado y en sigiloso movimiento, guiado por los susurros del endemoniado, se cuela hasta el banquete y se posa dentro del pentagrama perfectamente dibujado. La luna en su cenit, un tributo sangriento y nada de pureza o arrepentimiento en el acto carnal, todo lo necesario para hacerse presente.
El gato cambia. Oscuras rayas envuelven su lomo a la par que sus pupilas se tiñen de un rojo escarlata. Ha maullado y los bobos no han hecho caso. Su fin se ha escrito.
― Vaya, vaya, Teekl… ¿Qué tenemos por aquí? ― ni bestia con cuernos o serpiente alada, el diablo es un niño, riéndose y burlándose de cada uno de los pueblerinos. Estos han reaccionado ofendidos y violentos. Buscan al padre pero ninguno lo reconoce como propio. El anciano demanda saber quién es y qué hace aquí, le grita que ha roto las reglas ―. ¡Ja, ja, ja, ja, ja! ― risa histérica que a todos llena de escalofríos ― ¡Anciano estúpido! ¡Yo hago mis reglas! ― el rostro juvenil se ha desfigurado en una mueca horrorosa y atemorizante. Acaricia al felino alrededor de su cuello, tras ello el animal queda libre. Segundo y medio, dos quizás, antes de que la criatura se transforme en una más monstruosa y poderosa. Es un tigre y lobo al mismo tiempo, que ruge brioso y cuyas fauces se hacen amenazantes antes de soltarse a la cacería.
Uno por uno los hombres con mascarás de chivos van cayendo, les arranca un brazo o una pierna y después va por el siguiente, así se divierte el gato familiar de aquél niño brujo. Las hembras corren histéricamente esperando ser salvadas, llegar a la aldea y resguardarse de aquella horrible maldición, no obstante es en vano. El muchacho ni si quiera chasquea la lengua o los dedos, amplía sus palmas de par en par y la energía roja fluye de ellas hacia el ambiente, ha convocado un mar de serpientes, todas ágiles y con cascabel, que clavan sus ponzoñosos colmillos en las desnudas piernas de cada paranoica mujer. Ninguna sobrevive más allá de los 10 metros, sus restos son devorados por cuervos, buitres y lobos, mascotas con las que el señor oscuro ha decidido compartir su tributo. El último en pie es el viejo.
Suplica el decrepito anciano, dándole nada más que lástima y asco. Mientras tanto su gato ha vuelto, regresando a su dócil e inofensivo aspecto. Klarion lo acaricia entre sus brazos mientras medita como ejecutar al humano. ¿Hacerlo lento o exageradamente lento? ¿Doloroso o extremadamente sádico? Sonríe, finalmente con el veredicto decido.
― No me sirves para nada, viejo estúpido ― coloca sus dedos nuevamente en posición y la magia negra hace todo el trabajo.
Del desértico suelo emergen lianas con espinas, gruesas y puntiagudas que ante el más mínimo contacto perforan la piel demacrada del canoso barbón. No lo envuelven hasta matarlo, lo que buscan es sepultarlo en el suelo, arrastrarlo hasta que no quede nada más que su repugnante rostro saliendo del suelo, dañando cada tejido y órgano posible en el proceso. Una vez alcanzado el objetivo, el hombre, vivo, todavía, se lamenta y le implora algo de piedad, pero tal cosa no existe para un señor del caos.
― Ha sido divertido mientras duro, ¿no es así, Teekl? ― su mascota ronronea, deteniendo por un momento la aquella pequeña lengua que limpiaba la sangre fresca de sus patas.
Klarion y Teekl se marchan a paso lento, admirando su hermosa obra de arte, su pequeño rincón de diversión.
En cuanto al viejo, que sea el hambre o los animales quienes acaben con él. En realidad, nunca fue relevante.