Un pequeño rincón en el universo (Charles Xavier) [Marvel, Pre-Omega]

[Spoiler=Fecha]Día 2 de Febrero del 2018, Tarde[/url]

No quería volver a casa.

Ese era el pensamiento de la chica que se apoyaba en la pared del edificio de ladrillo rojo en el que se encontraba el piso donde vivía con sus padres.

No es que quisiera quedarse en el instituto. No había razón para hacerlo. Así que simplemente había seguido su camino como todos los días desde que empezara a estudiar allí, y como seguiría haciendo hasta que acabara el año siguiente y fuera a la universidad. Pero cuando había llegado a ese punto, a apenas unos metros del portal, se había dado cuenta de que simplemente no quería entrar. No quería subir hasta casa, ni abrir la puerta, porque se figuraba lo que le esperaba allí: las discusiones, las peleas, los silencios cargados de resquemor y, sobre todo, la certeza de que ella era cualquier cosa menos normal.

Si no fuera a ella a la que le estuviera pasando, lo encontraría irónico. Sus padres le admitían los videojuegos sin preocuparse demasiado, aún cuando era una decisión voluntaria suya el comprarlos y jugarlos. Pero no podían soportar que de repente hubiera desarrollado poderes, como si ella hubiera podido elegir. Sabía lo que era, y tenía una idea de por qué lo era, aunque a veces le doliera la cabeza intentando seguir todas aquellas explicaciones sobre genética y bioquímica. Era estudiosa, no un genio. A la larga, solo podía reducirlo a que, de entre cientos de miles de personas, le había tocado la china a ella. Y era algo con lo que iba a vivir el resto de su vida, como una alergia, solo que a los alérgicos les daban una medicación y los trataban como a personas normales, y a ella… bueno, si tenía que hacer caso de la reacción de sus padres, lo llevaba bastante crudo.

Se sentó en la acera, la espalda pegada a la pared, la cartera a su lado, ignorada por el momento, soportando su cabeza con las manos, y los codos apoyados en sus rodillas. Todo aquello era estúpido. Estúpido, estúpido, estúpido. Habría estado muy contenta si jamás se hubiera descubierto todo aquel tema. Lo había estado ocultando bien, lo estaba empezando a controlar, todo estaba yendo de maravilla. Y entonces había pasado eso y todo se había ido al garete. Estúpido “demonio de luz”. Ni siquiera se acordaba de qué bicho era, o de qué maldito videojuego había salido. Había sido un ataque de pánico, tan tonto como eso, pero había sido suficiente como para mandarlo todo a la porra. Estúpido ataque de pánico. Si no fuera por eso, sus padres no se habrían enterado, y podrían haber seguido como siempre. ¿Era mucho pedir que las cosas volvieran a como estaban antes de que descubrieran que era una mutante?

Un sonido, mezcla de rugido y gorgoteo, surgió de su estómago.

-Me lo tomaré como un no…- gruñó en voz baja.

En realidad, aquello tan solo era la indicación de que tenía hambre, y de que iba a necesitar la merienda si no quería pasarse a la hora de la cena. Desde hacía un par de años comía el doble de lo que comía antes, y no podía saltarse una sola comida sin que su estómago se quejara amargamente. Apartó la cabeza de las manos y la apoyó contra la pared, mirando al cielo.

-Supongo que es mejor no retrasar lo inevitable…

A pesar de ello, y de que sabía que debía ir a tomar la merienda, y hacer todos los deberes que le habían mandado, y hacer como que tenía una vida normal, no se levantó. No todavía. Podía quedarse allí un rato, tener un momento de paz antes de entrar a su casa y enfrentarse a lo que estuviera pasando allí.

No tenía muchos. Momentos de paz, quería decir. Mejor era aprovechar este mientras le durara.

Lo primero que captó de ella fue la sensación de hambre. Los pensamientos más primitivos son los primeros en ser detectados. Representan aquellas sensaciones que han acompañado al homo sapiens desde que aprendieron a manejar las piedras.

 Sin embargo, estos pensamientos solo eran la antesala a los verdaderos sentimientos. Más profundo, en un lugar más recóndito, se adivinaba la soledad, la tristeza y la desolación. Incluso un homo superior, con toda su supuesta superioridad, seguía siendo un humano al fin y al cabo.

 Se había acostumbrado tanto a usar sus poderes que ya sabía cómo acceder a los pensamientos de alguien sin hacerle daño ni invadir su privacidad. Para él, lo único que le interesaba era que una persona (una chica, una mutante como él) había sufrido a causa de su naturaleza. Se había equivocado mucho en su vida, pero siempre sabía como actuar en un caso así. Con precisión y gentileza, abrió su mente a la muchacha:



-Tienes razón, Irene, no se debe retrasar lo inevitable...

Lentamente, sin hacer ningún gesto brusco y desplegando la tranquilidad y calma que se necesitaba en esta situación, se puso dentro del campo de la visión de la chica:

-...y lo inevitable es aceptar lo que eres. Y más que eso: abrazar lo que eres, y aceptarlo que tienes un nuevo papel que cumplir en el mundo.

[FDI: Se me ha olvidado informar, demonios. En cursiva es que está hablando en castellano, en letra normal es que está hablando en inglés. Claro que eso nunca ha sido una barrera para el Profesor XD]

Irene era una chica imaginativa. Se le habrían ocurrido cientos de cosas que le podrían haber pasado en ese momento, desde que apareciera una turba anti-mutante salida del telediario a darle una paliza hasta levantarse y descubrir que todo aquello solo era una pesadilla. Lo que no se esperaba fue escuchar una voz dentro de su cabeza.

Durante unos escasos instantes, volvió a sentir aquella sensación de pánico. ¿Es que ahora se estaba volviendo esquizofrénica o algo? ¿Era eso lo que querían decir cuando los locos de sus videojuegos hablaban de “las voces” y cosas similares? Con la velocidad a la que solo un cerebro puede trabajar en ocasiones, se le presentaron en su mente toda una serie de escenarios a cada cual más horrendo… Hasta que alguien entró en su campo de visión, y la metió tal susto que, más que dar un respingo, lo que hizo fue ponerse en pie de un salto, llevándose por delante su propia cartera.

-¿Quién es usted? ¿Cómo sabe mi nombre? ¿Y cómo demonios ha hecho…?- lanzó las preguntas como si fuera una ametralladora, antes de darse cuenta de lo que estaba diciendo.

La voz había sonado en su cabeza, ¿cuándo había hecho el salto lógico de que la voz era a causa del hombre que acababa de llegar? Porque más que salto había sido lanzarse en paracaídas.

Y en serio, ¿por qué se había asustado? Vale que hubiera llegado de improviso, pero el hombre tenía un aspecto muy poco amenazador. La silla de ruedas en la que iba sentado era probablemente lo que más apartaba la idea de que fuera peligroso, aunque el rostro tranquilo y la actitud en general serena ayudaban bastante. La chica se mesó el pelo con las dos manos, apartándolo de su cara durante unos instantes. No sabía que demonios le estaba pasando, pero aquello no era en absoluto normal. Incluso para los días que estaba teniendo últimamente.

Obligó a su rostro a trazar una sonrisa.

-Lo siento. Yo…- comenzó a disculparse, aunque se paró cuando intentó buscar una escusa plausible.

A fin de cuentas, no le iba a decir que había empezado a ametrallarle a preguntas solo porque había empezado a escuchar voces en su cabeza.

La niña estaba asustada y avergonzada. No hacía falta ser un telépata para notar el nerviosismo en ella ("Irene", percibió Xavier, "se llama Irene"). Charles se recriminó por cometer un error tan estúpido. Siempre había tratado de usar sus poderes con prudencia, emplearlos sólo cuando las personas estaban más seguras y cómodas a su alrededor. Pero era evidente que había perdido el toque. Quizá estos viajes le iban a ser de más ayuda de lo que pensaba:

-(en español) No debes asustarte, Irene. Me llamo Charles Xavier, y creo que sabes quién soy...

A continuación, y para poder calmar a la pobre muchacha, volvió a hablarle directamente a su mente, sin que las limitaciones del mensaje le impidieran comunicar su mensaje:

-...y creo que sabes por qué he venido. Eres una mutante, Irene, una mutante poderosa, y por eso, quiero ayudarte a que puedas comprender ese poder...y a conocer a los tuyos...

Con calma, mostrando la severidad que le caracterizaba, pero consciente de que no debía volver a asustarla, se acercó a la chica. De repente, se le ocurrió una idea con la que romper el hielo. Volvió a decir en español:

-...aunque siempre es bueno tratar temas de importancia con el estómago lleno ¿Te apetece algo para merendar? Te invito a lo que quieras. Así podremos hablar con más calma.

Pero esta vez, cuando el hombre habló, Irene no pudo evitar abrir mucho los ojos, porque su voz era, como los lectores se podrán imaginar, la que había sonado en su cabeza. Abrió la boca, la cerró, y la volvió a abrir y a cerrar, como si de un pez se tratara. Cuando por fin su cerebro decidió trabajar, se dio cuenta de que sí, en algún lugar había visto ese nombre. En algún lugar, entre todos esos artículos que había leído sobre el tema, había alguno que mencionaba, o que estaba escrito, por Charles Xavier. Eso no hizo sino acrecentar su sorpresa aún más. ¿Había venido a hablar con ella? ¿Cómo había sabido siquiera de su existencia? Tenía tantas preguntas que Irene no sabía por dónde empezar, y tampoco estaba segura de querer hacerlo.

Y en ese momento mencionó la merienda. Como si contestara a la oferta, su estómago volvió a emitir aquel sonido como de gorgoteo. Irene se puso roja como un tomate.

-Yo... No sé si debería...

Dirigió una mirada inquieta hacia el portal del edificio tras ella. Una parte de ella, la parte que había aprendido a no fiarse, la parte desconsolada que no se había sorprendido de la actuación de sus padres, le decía que lo mejor era evitar todo aquello. Aunque fuera de verdad el tal Charles Xavier, y aunque estaba claro que podía hablar telepáticamente con ella, o eso parecía, y que sabía que era una mutante, algo que en principio solo sus padres y ella debían saber, esa parte desconfiada de ella le decía que debería meterse en su casa. Que a pesar de las riñas de sus padres, era un lugar seguro. Pero otra parte de ella sentía curiosidad, como mínimo. Quería la respuesta a todas esas preguntas, aunque fueran peligrosas. Y tampoco quería enfrentarse a la certeza de lo que encontraría arriba, porque por seguro que fuera, no era agradable.

Durante unos segundos agónicos, ambas partes batallaron en su mente hasta que su estómago se interpuso con algo que, más que gorgoteo, era un rugido en toda regla.

"Bah, al demonio con esto... De algo tendré que morirme."

De algún modo, se dijo, ese tipo de decisiones acabarían llevándola por el camino de la amargura. Dirigió una nueva mirada al portal, antes de contestar por fin, esta vez en el idioma que estaba segura era el original de su interlocutor.

-Vale, acepto. Pero espero que no le importe hablar luego con mis padres... Ya están a la que saltan sin necesidad de preocuparles más.

Porque seguían siendo sus padres, a pesar de todo, y quería que volvieran a ser los de antes. Y si Charles Xavier, que era uno de esos expertos en los artículos, les hablaba, a lo mejor dejaban de tirarse los trastos a la cabeza por su culpa.

La chica parecía haberse calmado. Su confusión e inseguridad ahora casi parecían un recuerdo. Era sorprendente ver cómo una persona podía cambiar de ánimo tan deprisa, pero Charles conocía de sobra la razón. No importa la situación, cuando eres un paria, solo te quedan dos soluciones: hundirte o defenderte. E Irene era claramente del segundo. Quizá ella no lo supiera aún, pero por notaba su potencial por la forma en que se había dirigido a él (a Xavier no se le escapaba la rareza de la situación. Se preguntaba cómo habría reaccionado él a la edad de Irene si se le hubiera presentado un completo extraño y le hubiera hablado de su destino). Y a pesar de todo, Irene también había mostrado su altruismo al pensar primero en sus padres antes que en cualquier otra cosa. No cabía duda de que, tras recibir un entrenamiento adecuado y ofrecerle un lugar donde hacer amigos, esta joven se convertiría en toda una luchadora.

Mostrando su mejor sonrisa (y algunas arrugas, se dio cuenta con cierto sarcasmo), Charles contestó:

-Por supuesto. No debemos esperar a tus padres. En cuanto compramos algo volveremos a verles y hablaremos cuanto quieras. Es importante que conozcan las opciones que se te presentan ahora... y el potencial que posees para la sociedad.

Y, sabiendo perfectamente a donde ir (al menos se había asegurado de buscar un puesto decente donde comprar algún tentempié aceptable si se presentaba la ocasión), y tomó la nota mental de acercarse la próxima vez a cualquier autoridad antes de hablar con cualquier joven. Desde luego, estaba oxidado de verdad en esto de reclutar. Sólo esperaba que no se hubiera vuelto demasiado viejo para esto.

Irene recogió su mochila y siguió al profesor Xavier hasta una cafetería cercana a su casa. El local tenía un aspecto un tanto rústico, pero era límpio y ordenado, t el camarero les atendió bastante rápido. Aunque Irene no se sorprendió demasiado de no recibir ni una sola sonrisa de suparte. Si el hombre llevaba todo el día allí, y seguramente lo llevaba, debía estar muerto de cansancio. En cuanto a lo que Irene pidió, probablemente más de un nutricionista se habría llevado las manos a la cabeza, horrorizado: un batido de chocolate y una napolitana de crema de un tamaño más que generoso. Para ella, sin embargo, era lo suficiente como para llegar a la cena sin necesidad de morder a nadie.

Mientras esperaban a que les llevaran lo que había pedido, aprovechó para hacer una pregunta a la que le estaba dando vueltas desde hacía un rato.

-¿Señor Xavier? ¿Cómo me ha encontrado? Quiero decir, no es como si hubiera hecho que... bueno, que hago cosas raras

Si era sincera, era algo que le preocupaba bastante. A fin de cuentas, todo aquel desastre había empezado por culpa de lo que había ocurrido en el centro comercial, y no paraba de preguntarse si tendría algo que ver. En un principio, los únicos que habían estado presentes cuando había tenido su "desliz" habían sido aquellos tipos, pero la policía no se los había tomado en serio. Tal vez pensaban que aquellas cosas absurdas solo pasaban al otro lado del Atlántico, o en cualquier lado menos aquí, y por eso le habían dado más credibilidad a la versión de la "víctima", es decir, ella, que a la de los atracadores. Y en los periódicos, la noticia, que no había ocupado más que un pequeño rincón en las páginas de sucesos, no daba más datos que el hecho de que se habían entregado y de los cargos que pesaban contra ellos. Por eso, no había pensado más en ello, teniendo como tenía el problema con sus padres.

Había dado por sentado que, más allá de la posibilidad de ser llamada para hacer de testigo, no tenía nada más de lo que preocuparse. Pero si aquel hombre había sabido de su existencia, ¿era posible que alguien más se hubiera dado cuenta de lo que había pasado? ¿Cuánto tardaría entonces en tener problemas?

Todo aquel estrés no podía ser nada saludable. Estúpido ataque de pánico, todo hubiera sido más sencillos si no lo hubiera sufrido.

Irene mostraba un hambre feroz, pero Xavier no podía culparla. En contraste a los dulces que ella había pedido, Xavier se había conformado con uno de los deliciosos cafés que ya había tenido la oportunidad de probar en uno de sus viajes a España. No es que fuera un hombre de gran apetito, además: todo el mundo se burlaba de él porque podía llegar a pasarse cenas y almuerzos hablando y sin probar un bocado.

Aunque estaba considerablemente más relajada, Xavier notaba que Irene aún tenía muchas dudas sobre su condición. No es que pusiese en cuestión su condición de mutante (la presencia de Xavier debía haberla convencido de lo que era), pero las consecuencias que esa condición traería para el mundo. Cuando ella le preguntó cómo la había encontrado, sabía perfectamente a qué se refería:

-En realidad, pude localizarte gracias a mi equipo. Tengo un dispositivo que llevo usando desde hace años y que me ha permitido localizar a gente como tu a lo largo de alos años. Se llama Cerebro y...bueno, en realidad espero que lo veas cuando te acepten en mi escuela. Sin embargo, localizarte con Cerebro era solo el primer paso. Lo siguiente era confirmar que eras mutante, y para ello, tuve que acceder a la Policía y buscar tus datos. Afortunadamente, la Escuela mantiene varios canales abiertos con el gobierno de España, así que no me costó mucho saber del...incidente en el mercado.

Dicho esto, Xavier abandonó su pose calmada (el café parecía haberle animado a hablar de la Escuela, por alguna razón. Sin duda alguna, estaba disfrutando con esto de volver a salir "al campo," como había hecho hace tantos años):

-Lo que hiciste en el mercado solo es una muestra de lo que podrías llegar a conseguir, Irene. Tu don es uno que, debidamente controlado por manos bondadosas, podría hacer grandes cosas en este tiempo. Sé que acostumbrarse a ese poder no será sencillo, pero pronto verás que el esfuerzo vale la pena. Además, no creo que haga falta decirte que, ahora mismo, los mutantes no vivimos en la mejor de las situaciones. Vivimos tiempos de cambio, Irene: crisis y debates se dan por todo el Primer Mundo, y en Oriente Medio naciones enteras se sublevan contra regímenes que llevan largo tiempo sin ser contestados. Y, a todo eso, súmale la aparición de mutantes terroristas y colectivos anti-mutantes, que se regodean en tiempos de conflictos como éste. Con un contexto tan complicado, la gente como nosotros marcará la diferencia. Tanto yo como tu, Irene, tendremos que asegurarnos de que nuestra aportación al mundo haya valido la pena cuando llegue el momento de probarnos.

No estaba seguro, pero parecía haber dirigido esa frase más a sí mismo que a Irene. Los eventos que le habían llevado a recuperar sus poderes seguían sin tener explicación, pero desde que había tomado la opción de aprovecharlos para reclutar a los mutantes más jóvenes no se había parado a pensar más en ellos. Ahora, al hacerlo, sentía una extraña emergencia:

-También hay algo que todos vosotros tenéis que saber. Hace poco, los mutantes nos contábamos por millones. Naciones enteras, como Genosha, bullían de vida como las nuestras. Sin embargo, todo ello pareció cambiar hace unos años, y tras una serie de...dolorosos eventos, habíamos quedado menos de 200 en menos de un año. Sin embargo, por alguna razón que desconozco, los mutantes estamos volviendo a crecer, y es mi deseo saber por qué. Por eso, Irene, buscarte me concernía a mí tanto como a tí. Necesitamos buscar a más gente como tú, y deprisa.

Y mientras decía esto, hizo un gesto de pedir la cuenta al camarero, que a pesar del cansancio y el agotamiento se presentó presto a cobrar y (esperaba) recibir una pequeña propina. Completada la transación, el Profesor se levantó y dijo:

-Es importante que vayamos a hablar con tus padres, Irene. A estas alturas, es probable que se estén preocupando por tí.

Irene no pudo evitar soltar una risa nerviosa cuando escuchó que el Profesor sabía lo del incidente en el centro comercial. Aunque le tranquilizaba que no lo hubiera averiguado por otra fuente, más allá de aquel aparato llamado "Cerebro" del que había hablado, todo aquel episodio había sido problemático y embarazoso a partes iguales. No quería que trajera más cola de la que ya había traído, que no era poca.

Sin embargo, mientras escuchaba el pequeño discurso del Profesor, solo pudo mirar sus manos alrededor del vaso con el batido. Sí, era cierto que el mundo cambiaba, incluso en esos mismos momentos. Incluso en su tendencia a la soledad, escuchaba las noticias. Pero ella nunca se había visto a sí misma cambiando nada, ni siquiera cuando descubrió lo que podía hacer. Todo aquello sonaba como al argumento de un videojuego, ¿verdad? De pronto el héroe descubre que tiene un poder y tiene que usarlo para salvar el mundo. Pero ella no era un personaje de videojuego, eso lo sabía bien. Había fantaseado con ser uno en ocasiones, pero era solo eso: fantasías. ¿De verdad alguien como ella era tan importante como para ayudar a cambiar el mundo? ¿De verdad algo como eso servía para marcar una diferencia? En cierta medida, seguía sonando como una de sus fantasías, y le resultaba difícil convencerse de que fuera real.

Pero cuando escuchó lo del drástico descenso en el número de mutantes, levantó la vista, sorprendida. Bueno, ESO no había salido en las noticias. No allí, al menos. Por un momento comenzó a dar vueltas con preguntas, todas empezando con "cómo", "cuándo" y "por qué". Tras la sorpresa inicial, comprendió entonces por qué realmente era tan importante ahora. No estaba segura de que ella fuera parte de ese discreto aumento del que hablaba, llevaba cargando con su pequeño secreto desde hacía dos años, pero era lógico preocuparse por los pocos que quedaban y los que aparecerían si apenas eran un puñado comparado con los billones de personas en el mundo.

Desde luego, pensó, su perspectiva de las cosas debía resultar extraña cuando no podía creerse lo de ser alguien capaz de cambiar el mundo a pesar del tipo de cosas a las que jugaba, pero sí podía entender lo de formar parte de una "especie" en vías de extinción.

Mientras, el Profesor había pagado la cuenta.

-Es importante que vayamos a hablar con tus padres, Irene. A estas alturas, es probable que se estén preocupando por tí.

Irene asintió, aunque la simple idea de entrar en su casa la ponía en tensión, y acabó su merienda a toda prisa.

Una vez más frente al edificio, Irene sacó las llaves y abrió el portal. Afortunadamente, no había escalones hasta el ascensor, o al menos no escalones muy altos, así que llegar hasta el piso no iba a ser demasiado problemático. No podía decirse lo mismo de lo que esperaría tras la puerta.

-Ya estoy en ca...- empezó a decir, pero antes de que pudiera continuar, o dejar pasar al Profesor, su padre apareció delante de ella, todavía con el traje puesto, aunque sin chaqueta, y con la cara roja como la grana.

-¡¿Se puede saber dónde has estado?!- le gritó, e Irene se quedó paralizada, con la boca abierta como si fuera a contestar, aunque no le habría dado tiempo a siquiera decir una sola palabra-. ¡Deberías haber estado aquí hace media hora! ¡Sabes que no quiero que estés fuera más tiempo del necesario!

Irene habría querido contestar que aquella "regla" de no estar fuera más tiempo del necesario había surgido a raiz de que descubrieran que era mutante, pero no tuvo voz para siquiera decirlo, ni tiempo tampoco, ya que siguiendo los pasos de su padre como una sombra, e igual de enfadada, apareció su madre. Sin embargo, la furia de la recién llegada no se dirigió a Irene.

-¿Y te parece bonito gritarle así a tu hija? ¡No me extraña que no quiera volver!

-¿"Mi" hija? ¡Es "tú" hija!

-¡Bueno, puedo asegurarte que no la tuve yo sola!

Irene observó como la pelea crecía en intensidad, con ganas de que se la tragara la tierra, o de estar fuera de nuevo. De haber sido un día normal, habría cerrado la puerta tras de sí y habría esquivado a la pareja para ir a encerrarse en su habitación. Pero aquel no era un día normal.

-¡¡YA ESTÁ BIEN!!

No estaba claro si había sido el grito en sí o la sorpresa de ver a Irene saltar de esa manera, pero consiguió su objetivo, que era que se callaran el tiempo suficiente como para dejarla hablar.

-Hay alguien aquí que quiere hablar con vosotros. Sobre lo de la luz- aquello sería suficiente para explicar que se refería a su poder. Y tal vez pararía todo aquello lo suficiente como para que sus padres volvieran a ser personas razonables.

Se acercó a la puerta tan pronto como Irene le anunció. Había estado preparándose para convencer a sus padres como fuere, y afortunadamente, tenía bastante experiencia tratando a personas como para lidiar con éstas. Xavier sabía que, detrás de esa ira y ese desprecio, los padres de Irene eran un auténtico manojo de emociones que no podían controlar. El desprecio que sentían hacia su hija lla no era más que una cara para esconder su miedo y desconcierto hacia ella. Con toda probabilidad, aventuraba Xavier, se culparían a sí mismos de no ser capaces de controlar la situación. A fin de cuentas, tener un hijo mutante era algo que le pasaba a los americanos, no a los europeos ¿Verdad? Al vivir en un país que no les había educado para enfrentarse a esta situación, habían tratado de alejarse de él distanciándose de ella y, en última instancia, distanciándose entre ellos. 

Ahora, solo podía esperar que su discurso preparado hiciera mella en sus asustadas mentes y permitiesen a un completo extraño que se llevara a su hija a un sitio de fama dudosa (puede que no creyesen que habían mutantes en España, pero todo el mundo había oído hablar del incidente que hubo entre la Patrulla y la Guardia Civil en Valencia*)

-Buenas tardes, señor y señora Salcedo. Me llamo Charles Xavier, y soy experto en mutantes


Se plantó en la puerta, con una mano tendida hacia el padre:

-He venido a verles porque había oído hablar de un incidente en el que su hija estuvo envuelta no hace mucho. Tras consultar la noticia con la dirección de la escuela a la que va, he tomado la decisión de presentarme personalmente ante ustedes. Quiero hablarles de su hija. Más en concreto, querría hablarles de sus posibilidades y proponerles una oferta.

Y, hecha la presentación formal, esperó a que el padre aceptara su mano y pudieran empezar a hablar largo y tendido sobre la Escuela que, si todo salía bien, acogería a Irene durante los siguientes años.




*Xtreme X-men #1

Irene observó como sus padres pasaban por distintas expresiones de asombro, hasta que Xavier dijo que había consultado con la escuela de Irene, momento en el que su padre se puso blanco como la leche, y su madre solo suspiró con resignación, como si hubiera estado esperando ese momento. De pronto, con el aspecto de un hombre derrotado, toda la furia desvanecida, el señor Salcedo dejó caer los hombros y tomó la mano de Xavier antes de apartarse de la puerta, dejando espacio suficiente para que pudiera pasar.

-Por aquí, por favor. ¿Quiere tomar algo?

Mientras su padre tomaba el papel de anfitrión, su madre cerró la puerta, por primera vez en un tiempo sin mirar si alguno de los vecinos había salido al rellano a cotillear. Tomó a Irene por los hombros y siguieron a los dos hombres hasta la sala de estar, una habitación lo suficiente grande para un sofá y un par de sillones, frente a una televisión. Irene vio que su padre se había derribado en uno de los sillones, el que siempre ocupaba desde que ella tenía uso de memoria, y se cubría la cabeza con las dos manos. Y, por primera vez desde que toda aquella ordalía había empezado, su madre se sentó al lado de él y, en lugar de discutir o gritarle, le puso una mano comprensiva en la espalda.

Lo que había parecido como desprecio en un inicio, se descubrió a Xavier como algo mucho más complicado. La emoción principal era una que reconocería con facilidad: miedo. Miedo a Irene, sí, y a lo que podía hacer, pero miedo también por ella. En los dos progenitores había una furia, ahora contenida, que estaba dirigida en ambos casos al padre, curiosamente. Él, porque sentía que el control de la situación se le había escapado de las manos y no era capaz de recuperarlo. Ella, porque él lo había pagado con su hija. Y en aquel gesto, que tan fuera de lugar quedaba después de lo que había ocurrido hacía apenas unos segundos, se leían la desesperación y la resignación de aquellos que saben que ya nada tiene solución. Como el humo, las disputas se habían dispersado porque ya no quedaba nada por lo que discutir.

Irene se sentó en el punto más alejado del sofá, en parte porque aunque era algo que la concernía a ella, entendía que era algo que dependía de la decisión de su padres.

-¿Así que en el instituto lo saben ya? Que mi hija... puede hacer cosas con la luz.

Había un temblor en la voz de su padre, estaba claro que le costaba hablar de ello. Irene podía imaginarse que no habría nada más en el mundo que le pudiera gustar que poder ignorar el problema, pero eso no había sido una opción, desde el mismo momento en que lo habían sabido. Su madre, con más aplomo, tomó la palabra.

-Dice que es un experto en mutantes. ¿Qué es exactamente lo que quiere de Irene?

La madre de Irene no estaba siendo especialmente hostil, pero la chica pudo notar en ella el tono duro, casi acerado, que señalaba que no tenía ganas de bromear. Un tono que había escuchado muchas veces en los últimos días, pero que no había esperado encontrarse en ella dirigiéndose a un extraño. Venía a decir lo que estaba pensando: que podía ser que hubieran hecho un trabajo deplorable defendiendo a su hija, pero que en lo que a ella concernía iba a seguir intentándolo, por mal que lo pudiera hacer.

El aluvión de emociones por el que estaban pasando los padres de Irene era abrumador. Xavier nunca había ejercido realmente de padre (lo que pasó con David le había convencido de no intentarlo siquiera), así que no podía presumir de entender la situación por la que estaban pasando. Incluso a pesar de sus poderes mentales, Xavier siempre había pensado que, por mucho que pudiese predecir lo que fueran a pensar o decir sus allegados, no podría comprender nunca qué era lo que les había llevado a esos pensamientos. Aquel proceso solo podía ser intuido.

Las preguntas de ambos progenitores, sin embargo, le sirvieron para comprender que el miedo y la ira que sentían, por muy mal dirigido que estuviese, se encontraba en el lugar adecuado. Para ellos, lo que había pasado con Irene era más culpa de ellos que de nadie más: por eso se mostraban tan preocupados por lo que pudieran decir los demás o por lo que pudieran hacer si se enteraran. Se trataba del temor que uno sentía cuando, de pronto, comprendía que había perdido el control en la vida de sus hijos: sin embargo, en una circunstancia como esta, esa sensación se multiplicaba por cien, porque nada podía prevenirte de que tu hijo fuera a nacer mutante. Y más aún ahora, cuando parecía que los mutantes habían quedado reducidos a grupúsculos concentrados.

Pero el caso de Irene (y el de otros jóvenes que había podido detectar) le indicaba que la sequía se había acabado. Como un reloj, la evolución empujaba a la raza humana como si ésta fuera una mula hacia su destino. Y, como era de esperar, la respuesta de muchos había sido de resistir. Sin embargo, en un caso como este, existía poca o ninguna diferencia con lo que solía pasar en las familias "normales." Puede que las circunstancias fueran distintas, pero la metáfora a aplicar no cambiaba: era hora de dejar el nido.

-Muchas gracias por el té, está delicioso. Si les parece bien, trataré de explicarme lo mejor que pueda. Supongo que habrán oído de mi situación como defensor de los derechos de los mutantes. Seguramente habrán oído hablar de que yo mismo soy mutante, y desde hace varios años ya, mi dedicación se ha centrado en la educación y protección de aquellas personas que, como yo, han nacido con algo que les ha hecho...diferentes. Para muchos, esta diferencia constituye una maldición, una burla del destino o una carga personal que deba llevarse en solitario, tratando de pasar desapercibido en una sociedad que no acepta esa diferencia

Lanzó una mirada llena de significado, tanto a los padres como a Irene, que parecía observar en silencio la conversación.

-Sin embargo, yo no pienso igual. Considero que estas diferencias, estas habilidades especiales que poseo, que poseemos muchos como yo, son dones. No dones para convertirse en tiranos o abusones de aquellos que no tienen nada, sino dones que debemos aprender a usar con responsabilidad, comprendiendo que son parte de nosotros y que debemos sentirnos orgullosos de ello, pero teniendo en cuenta también que eso no nos convierte en dioses. Desde hace mucho tiempo, mi labor, tanto a nivel de los Estados Unidos como a nivel mundial, ha servido crear un lugar que sirviera de fortaleza para estos ideales y un refugio para los menos agraciados. Sin embargo, quise dar un paso más allá y convertirlo también en un centro educativo de calidad superior: un lugar donde los jóvenes pudieran aprender todo lo que necesitaran en la vida, empezando por el respeto y el compañerismo, pero que no se viera en conflicto con el dominio de sus poderes.

Durante todo este tiempo, Xavier había estado dando pequeños sorbos al té que le habían ofrecido. Ahora, con pasos lentos y deliberados, lo dejó reposar en la mesa mientras se agarraba las manos y adoptaba su expresión más seria.

-Por desgracia, en los últimos años, la situación no ha sido buena para nuestra comunidad. Aunque fuimos muchos en una ocasión, nos hemos visto reducidos a unos pocos. Radicalismos y actitudes que creíamos haber mitigado volvieron a surgir con más fuerza que nunca. Y lo que fue aún peor, nuestra comunidad se disolvió porque algunos de nosotros fallamos en nuestros deberes cuando más se nos necesitaba

Xavier volvió a recordar el amargo día en que Cíclope le dijo que jamás volvería a verle a la cara, que para él, Xavier había muerto. Aquello fue, seguramente, lo más cercano que sintió a perder un hijo. En cierto sentido, darse cuenta de ello le dio fuerzas para entender una parte de lo que estarían sintiendo ahora los padres de Irene, y de alguna forma, eso le hacía sentirse más decidio en su resolución. Aspiró un poco de aire y terminó su monólogo:

-Sin embargo, las cosas han cambiado. Mutantes nuevos, mutantes jóvenes como su hija han aparecido en muchas partes del mundo. Son personas que, por primera vez en una generación, carecen de una guía que les diga qué significa ser mutante y qué responsabilidades conlleva. Mi Escuela se creó con ese fin, y a día de hoy, nada ha surgido para sustituirla. Es por eso que he decidido, para este nuevo año académico, reabrir el curso de estudios en la Escuela Xavier para Jóvenes Talentos, con matrícula gratuita para mutantes, que incluirá tanto tanto una educación completa y de calidad, comparable a la que pueda recibir en cualquier universidad de prestigio, como cursos completos dedicados a comprender, entrenar y aprender a usar con responsabilidad cualquier habilidad que puedan poseer. Y, como parte de la primera promoción, estaría encantado de tener a su hija entre mis alumnos. Estoy seguro de que será una estudiante ejemplar y, cuando crezca, una ciudadana del mundo que no solo no deberá esconder su identidad, pero que sabrá contribuir a la sociedad con los dones que le han sido proporcionados.

La familia escuchó el monólogo de Xavier, y estaba claro por sus expresiones que en algo les había afectado. Irene se había removido nerviosa cuando había mencionado lo de la carga personal, porque estaba claro que eso iba dirigido a ella, o al menos ella lo veía así. Lo había visto como algo a ocultar si no quería tener problemas, y aunque no lo hubiera definido como una "carga", porque tenía sus cosas interesantes, estaba claro que, en el fondo, había pensado que lo era.

En cuanto a los padres, la mayoría de las veces se encontraban intercambiando miradas nerviosas, sobre todo cuando hacía referencia a las actitudes del resto de la gente. Era de esperarse que esa parte del discurso afectara a los tres. A fin de cuentas, incluso si la idea de un mutante español habría parecido risible a ojos de la gente, las noticias de lo que ocurría en Inglaterra les llegaban, y no eran ni la mitad de malas de lo que a veces se escuchaba de Estados Unidos. Era inevitable preocuparse. El padre de Irene, de hecho, parecía cada vez más destrozado según pasaba el rato. Cuando Xavier hizo la oferta de que Irene fuera a su escuela, y recibiera una educación allí que la permitiera aprender a usar sus poderes además de seguir adelante con lo que quisiera hacer, la pareja intercambió una mirada. Estaba claro que ninguno de los dos estaba seguro de aquello, que ninguno sabía cómo tomarse la oferta. Finalmente, fue la madre de Irene la que habló.

-Es una oferta tentadora, desde luego, pero no somos nosotros los que tenemos que tomarla. Irene...

La chica se puso tiesa como un palo al escuchar su nombre y ver todos los ojos clavados en ella. Su madre no dijo nada más, pero estaba claro lo que quería. Aquella no era una decisión que ellos quisieran tomar, realmente. Tal vez ni siquiera podían tomarla, pensó. Y porque era su vida, al menos le habían dejado esa posibilidad de decidir sobre ella. Así que Irene tenía que plantearse la pregunta de qué era lo que quería ella.

¿Y qué quería? Antes de que se despertaran sus poderes, o como se dijera, lo que ella había querido era acabar el colegio. Se le daban bien las cosas mecánicas, y siempre le había gustado verles las tripas a los aparatos, y siempre había pensado que buscaría cualquier trabajo que le permitiera hacer eso cuando fuera mayor. Cuando descubrió que podía hacer cosas con la luz, solo había querido ocultarlo y llevar una vida normal, dentro de lo normal que pudiera ser su vida. Pero le había quedado claro que eso no sería posible. No del todo, al menos. Así que ahora... ¿qué quería realmente?

En realidad, se dio cuenta, lo que quería no había cambiado: quería acabar el colegio. Quería sacarse una carrera que le permitiera meter sus narices en cosas mecánicas. Y quería, sobre todo, tener el control de su vida. Y quedándose allí, ocultándose y temiendo que algún día alguien la diera una paliza, nunca tendría el control que ella deseaba. No sabía si de verdad alguna vez dejaría de existir odio hacia los mutantes. Pero al menos, pensó, aprendería a manejar la luz, y dejaría de ser un impedimento y pasaría a ser una ayuda. Y solo lo haría si aceptaba la posibilidad que le estaban ofreciendo ahora.

-Iré. Si me quedo aquí, lo único que lograré es que tarde o temprano se acabe volviendo en contra mía- mostró una sonrisa trémula, apenas perceptible, pero existente-. Desde luego no voy a mejorar por mí misma.

Una vez más, los padres se miraron, y se volvieron a su hija para asentir. Si esa era su decisión, ellos estaban de acuerdo con ella.

La decisión estaba tomada. Las dudas, resueltas. Y, lo más importante, una nueva resolución se había formado en el rostro de Irene.

-Me alegra mucho oír eso, Irene...

Y, dirigiéndose una vez más a los padres, Xavier empezó lo que sería su discurso de despedida:

-...Y me alegra igualmente su decisión, señores Salcedo. De ahora en adelante, les prometo que haré todo lo posible porque no hayan arrepentido aceptar a su hija en mi escuela, y lo que es más, me aseguraré de que la confianza que han puesto en mí les sea retribuida.

Lo decía con toda la sinceridad del mundo. Como hubiera hecho con los padres de Kitty Pryde años atrás, como hizo igualmente con los padres de Jean Grey aún antes, y como hizo con todos aquellos humanos, mutantes o no, que confiaron en él de algún modo. Con los años, había tenido la oportunidad de ver cómo algunos de estos alumnos acabaron lamentando haber ingresado en la Escuela; otros ni siquiera habían tenido tiempo de saber si había sido una buena decisión, como le pasó al pobre Proudstar hace ya tanto; y otros habían acabado sintiéndose traicionados por no ver cumplidas unas expectativas que él había tratado una y otra vez en inculcar. Hubo un tiempo en que consideró aquellos fallos como reveses menores, que no afectaban en nada la naturaleza de su proyecto, pero en los últimos años había empezado a cuestionarse si no había tratado realmente de aprender de sus errores. Se dice que, cuantos más errores se cometen, más sabio se vuelve uno; pero ¿Había realmente aumentado su sabiduría? ¿Había aprendido a enmendar sus pecados?

Realmente, esa era una pregunta que no podía contestarse. Lo único que podía hacer ahora era seguir intentándolo: seguir, y tratar de aprender mientras seguía. Sólo esperaba que esta nueva generación, esta Cuarta Génesis de Mutantes, pudiera aprender de las anteriores y, al mismo tiempo, aspirar a algo mejor:

-Bien, mi intención es acoger a su hija tan pronto empiece el curso. En el caso de mi escuela, tengo intención de abrir un curso preliminar este mismo semestre, tan pronto como reúna a más alumnos. Aunque, en principio, Irene se encuentra realizando el segundo curso en su escuela, mi escuela estaría perfectamente capacitada para establecer un convenio con la suya y continuar con sus estudio a un mismo nivel. Por supuesto, el trasvase se ejecutará de la forma más adecuada posible, pero me aseguraré de que tenga tiempo para ajustarse a la vida en el campus antes de que empiece el verano. Además...- y en este momento, se dirigió directamente a Irene con una sonrisa paternal -...Estoy seguro de que no tendrás ningún problema en adaptarte. Es más, seguro que te gustará vivir en la Escuela.

A pesar de que Irene había tomado aquella decisión, y estaba claro que sus padres la aceptaban y que el profesor Xavier se alegraba, no pudo evitar que, durante los segundos siguientes, la invadiese una sensación parecida al vértigo. Era similar, se dio cuenta, a cuando se había dado cuenta de que que podía hacer objetos con la luz: una sensación que era a partes iguales miedo y expectación. Tal vez porque una parte de ella todavía estaba aterrorizada ante el terreno desconocido que era aceptar esa propuesta. Pero el sentimiento pasó rápido. Seguía estando nerviosa: sin duda aquello era algo que nunca había experimentado, y era imposible no sentir algo de nervios. Pero era su decisión. La que ella había tomado, a conciencia de su situación y de lo que deseaba hacer. Y sus padres la habían aceptado, incluso si en sus rostros se leía la incertidumbre.

Eso, sin embargo, era mejor que lo que había pasado en los días anteriores, y solo por eso sabía que merecía la pena enfrentarse a lo desconocido.

No sabía si Xavier estaría en lo cierto en que le gustaría vivir allí, pero no podía ser peor que un instituto en el que no se llevaba bien con nadie, y en el que tenía que esconder lo que era. Solo en eso, era una mejora. Y estaba dispuesta a que no fuera lo único bueno de aquella situación.

Pasara lo que pasara, al menos ella haría ese esfuerzo.

FDI: