UPA Dance [20 de junio 2019] (mi Bro)

Alguien retiró la capucha que cubría su cabeza y Bullseye parpadeó, pero la habitación estaba demasiado oscura como para distinguir con claridad las formas de la mujer que se alzaba amenazantemente ante él. Mejor. Así podría completar los huecos con su imaginación.

- Hey, baby, ¿me echabas de menos? -se pasó la lengua por los labios, notando el sabor de la sangre. Sonrió-. Te he echado de menos. No he dejado de pensar en ti, desde... bueno, ya sabes...

Dio un tirón tentativo de las esposas que le sujetaban a la rejilla. No parecían especialmente resistentes...

- Me gustan las mujeres que saben lo que quieren, pero podrías haberme invitado a cenar primero, ¿no te parece?

El sonido de la bofetada pareció retumbar por toda la habitación. El golpe fue tan inesperadamente fuerte que le hizo ver blanco por un segundo. Bullseye se preguntó levemente si el diminuto pinganillo que tenía en el oído izquierdo habría salido despedido por los aires, pero tras mover un par de veces la cabeza comprobó que continuaba en su sitio. Tendría que decirle a Fisk que eran de buena calidad... Giró la cabeza de nuevo hacia la mujer, relamiéndose la sangre con una sonrisa maliciosa.

- ¿Cómo me has encontrado? -exigió saber ella.

- Escuché que andabas por aquí y me imaginé que sería sólo cuestión de tiempo que vinieras a por mí. Así que pensé que lo más caballeroso sería venir personalmente y ahorrarte el trabajo.

- Qué considerado... -respondió la voz en la oscuridad. Bullseye ladeó la cabeza hacia ella, sin perder en ningún momento la sonrisa.

- ¿Qué vas a hacer conmigo? -ronroneó.

La mujer salió de las sombras, revelando sinuosas formas envueltas en seda roja. La punta de un sai se posó sobre su mejilla, su roce tan suave como el de una amante, sin llegar a rasgar la piel. El instinto le invitaba a alejarse, pero estaba atrapado, sin poder moverse... o apartar los ojos de ella.

- Me mataste una vez... Ahora es mi turno -susurró la mujer-. ¿Estás asustado?

- Nah, sólo me preguntaba -echó un vistazo a la oscura habitación, posiblemente alguna clase de almacén. Había un fuerte olor a humedad, así que debían de estar cerca del puerto-. Te has buscado un sitio apartado, posiblemente aislado, un sitio donde nadie nos va a interrumpir... -la miró con un brillo peligroso en los ojos-. Apuesto a que quieres pasártelo realmente bien conmigo...

La mujer frunció los labios en señal de disgusto, cruzando los brazos. Bullseye continuó:

- Quieres hacer que dure, ¿verdad? Nada corto y dulce, no te va el sexo vainilla, ¿a que no? Quieres hacer buenos recuerdos. Recuerdos realmente buenos, ¿a que sí?

La suave luz de la luna arrancó sutiles destellos al sai que sostenía en su mano.

- ¡Cállate! -le amenazó, pero él no le hizo caso.

- Quieres que sea leeento, ¿a que sí? Que sepa lo que se siente... como lo sentiste tú...

Ella le puso el sai sobre la barbilla, obligándole a inclinar la cabeza hacia atrás más y más hasta que su nuca chocó contra la rejilla de metal, doblegándole a su voluntad como el marionetista que hace bailar al muñeco en sus cuerdas. La hoja no le cortó profundamente, pero cortó, con una facilidad que le hizo asombrarse. No habría esperado encontrar un arma así en aquél lugar. La sangre caliente corrió por su cuello para ir a unirse al resto de la sangre medio reseca sobre su traje.

Pero entonces... lo apartó.

- No... No mereces que te destripe con mi hoja -dijo, recorriéndole la mandíbula con el filo del arma.

- ¿Prefieres hacerlo con tus propias manos, quizás? -sugirió, retándola-. Porque tendría una o dos sugerencias para ir empezando...

Por toda respuesta, ella gruñó, sujetándole la mandíbula para forzar nuevamente el sai contra su garganta, haciéndole sangrar de nuevo.

- Pide clemencia -le ordenó. Por su parte, él sonrió.

- Cariño, ya te gustaría poder matarme...

La mujer avanzó, salvando la distancia que les separaba con un sólo paso de sus largos tacones (entendía por qué los llevaba, pero estropeaba un poco la fantasía porque Elektra no usaba tacones), y, obligándole a inclinar la cabeza hacia atrás, le clavó sus cuidadas uñas de manicura (otro detalle que no encajaba, ninguna luchadora tendría las uñas tan perfectas) en la suave piel debajo de su barbilla, envolviéndole el cuello con las manos. El dolor de las uñas clavadas en su carne no era muy fuerte, sólo lo justo para mantenerlo tenso y enfocado. Podía sentir su pulso en los oídos a medida que apretaba los pulgares contra su yugular, volviendo realmente complicada la respiración, que se tornó entrecortada y desesperada. Su visión se fue enturbiando lentamente, como filtrada a través de una pantalla de estática salpicada de manchas blancas. Sin embargo, no trató de defenderse. Tenía verdadera curiosidad por dejarla actuar, ver hasta dónde se atrevería a llegar...

La melodía de un teléfono móvil les sacó del momento. Durante un instante se quedaron mirándose los dos, con la mujer pareciendo preguntarle qué hacer sin palabras.

- ¿Es... es el tuyo o...?

- Es el mío, pásamelo -replicó él, sacando con facilidad la muñeca derecha de la esposa de pega y extendiendo la mano para recogerlo.

En condiciones normales habría apagado el maldito cacharro, pero resultaba que no estaba allí precisamente por placer, sino por trabajo. Podían ser instrucciones nuevas de Kingpin, o de Waller, o cualquier otra cosa importante. Ahogó una maldición al ver que se trataba de Wade. "Qué", tecleó con rapidez. "Estoy ocupado". La respuesta no tardó en llegar, haciéndole soltar un silbidito por lo bajo. Maldito cabrón... Él tenía que conformarse con la réplica mala mientras él podía disfrutar de la original... Rápidamente se hizo una selfie y se la mandó. No estaba mintiéndole en lo más mínimo, porque saber que toda esa situación no podría llegar a ningún buen puerto iba a terminar dejándole con un dolor de huevos considerable. Joder, estaba tan excitado que posiblemente no podría ni andar si la señorita Miss Rainbow Sparkle decidía llamarle pidiendo ayuda. Si llegaba a darse el caso, esperaba que los desgraciados que le habían estado mandando amenazas tuvieran la suficiente consideración como para esperar unos minutos hasta que estuviera en condiciones de matarles...

- Bueno, ¿por dónde íbamos? -carraspeó la mujer ataviada como Elektra.

- Creo que estabas... a punto de estrangularme, o algo...

- Ah, sí, sí, espera.

La falsa Elektra se quitó el pañuelo rojo de la cabeza y le rodeó el cuello con él. Bullseye pensó que habría estado bien quitárselo a la verdadera la noche de su asesinato. Por lo general nunca se llevaba trofeos de sus víctimas, no le hacía falta. No era dado a tener muchas pertenencias o posesiones, entre otras cosas porque ni siquiera tenía un domicilio estable, sino que iba rotando de refugio provisional en refugio provisional. Estaba acostumbrado a vivir con lo básico, de una manera tan frugal que contrastaba notablemente con las cifras que manejaba su cuenta en el banco. La única excepción que había realizado en ése sentido fue cuando se llevó consigo el sai con el que había asesinado a Elektra. La batalla había sido tan personal entre ambos, tan excitante... Después de todo, había algo particularmente íntimo en atravesar a alguien con su propia arma, y simplemente... no podría explicarlo, simplemente se sentía... correcto.

Aquél sai se había convertido a posteriori en una de sus armas preferidas, por lo que seguía teniendo un matiz de pragmatismo haberlo conservado, pero aquél enfrentamiento no había sido un encargo. No... había sido algo personal, porque ella le había quitado el trabajo. Porque Fisk la prefería a ella. Lo que más le hacía hervir la sangre era saber que, realmente, era mejor que él. Jamás lo admitiría voluntariamente, pero lo era. Incluso ahora, él continuaba estando bajo su sombra. Incluso ahora, Fisk la seguía prefiriendo. Matt estaba jodidamente enamorado de ella, incluso a pesar de saber la sangre que cubría sus manos. Sí, todo el mundo conocía su nombre... Pero todo el mundo conocía el de ella también. ¿Y tenía que conformarse con ser el segundo mejor?

Había sido algo personal. No conseguía sacársela de la cabeza... Especialmente ahora, después de lo que había ocurrido en el Helicarrier. Pensaba en ella casi tan a menudo como pensaba en Matty. Así que debería haberse llevado también el pañuelo.

La tela que la falsa Elektra había enrollado en torno a su cuello era de seda también, igual que la de ella. Pero le faltaba el olor de su perfume. Y las manchas de sangre. Estaba demasiado limpia, demasiado... pura.  

Elektra no era pura. Sí, de seguro ella habría aprendido mucho de él durante su pequeña excursión en su cabeza, pero él lo sabía todo sobre ella desde mucho antes. Bullseye siempre hacía sus deberes.

Nacida de la muerte, pataleando y gritando, cubierta de sangre, desesperada por vivir. Debería haber sabido que estaba hecha para éste tipo de vida desde el principio. Fue a las mejores escuelas que papaíto pudo pagar, y, cuando se hizo mayor, la envió a Nueva York y conoció a Matty. Ya sabéis lo que dicen; amor a primera vista, flechazo, almas gemelas o cualquier otra de esas mierdas, la que más os guste.

A medida que el pañuelo se tensaba más y más en torno a su garganta, se preguntó si Matty le habría regalado el suyo. No le resultó difícil imaginárselo yendo de tienda tienda, palpando las diferentes texturas hasta encontrar la correcta. Tendría que haber sido algo muy especial cuando siempre lo llevaba encima. Probablemente habría sido algo caro, para impresionar a la niñita rica de papá. Seguro que había invertido una buena cantidad de sus ahorros para poder estar a la altura.

Seguro que sus bonitos ojos grises se iluminaron al recibir el regalo.

O tal vez no, puede que siempre haya tenido esa mirada fría y desprovista de vida, que siempre fuera la misma zorra de corazón muerto que decidió entregarlo al primer desgraciado que no podía verlo.

Al menos, hasta que él la había encontrado. Ahora era suyo también.

Tenía su propio pedacito de corazón. El que había atravesado con el sai. Y estaba prácticamente convencido de que ése pensamiento la mantenía despierta por las noches, independientemente de lo que le hubiera dicho en el Helicarrier. Ese puto pensamiento tenía que seguir ahí, en algún lugar de su mente, por mucho que pretendiera desterrarlo, volviéndola loca. Uno nunca olvida al primero, ¿no era eso lo que decían? Puede que Matt hubiera sido el primero en besarla, pero él había sido el primero en matarla.

Seguro que pensaba en él casi tanto como pensaba en Matty.

Casi tanto como él pensaba en ella.


¡Oh, cómo les odiaba!. Casi tanto como les necesitaba.


Quienes no le conocieran lo suficiente podrían pensar que lo que Bullseye más odiaba era no ser el centro de atención, pero lo que en realidad más odiaba, era a aquellos que se atrevían a interponerse entre él y ellos dos. Como Elissa Stavridis. Quería ser lo único en sus mentes. Ser lo primero en lo que pensaran al levantarse por la mañana y lo último al acostarse.

Sabía que era algo ambicioso, pero los psicólogos decían que era bueno tener metas, y la suya era hacer de sus vidas un auténtico infierno (seguro que la señorita Stavridis estaría orgullosa de él).

Su corazón estaba empezando a bombear cada vez más fuerte a causa de la falta de oxígeno, pero el asesino trató de ignorar el malestar enfocándose en el odio que sentía hacia ellos. Especialmente hacia ella. Odiaba a Matt por no haber sido capaz de matarle cuando tuvo la oportunidad. Por tratarle casi con... lástima.

A Elektra la odiaba porque era mejor que él.

Porque se había atrevido a ocupar su lugar junto a Kingpin.

La odiaba por haber vuelto de entre los jodidos muertos y haber puesto en duda su reputación con un trabajo hecho a medias de manera chapucera después de haberse asegurado más allá de toda duda razonable de que la había liquidado.

Después de haber ido a visitarla a la jodida morgue.

Estaba empezando a ver manchas, su visión tornándose borrosa, pero se resistía a pronunciar la palabra de seguridad. En lugar de eso, imaginó que eran las manos de Elektra las que comprimían su cuello. O, mejor aún, que era ella en lugar de él, las lágrimas rodando por sus mejillas mientras la asfixiaba con el pañuelo que le había regalado Matt.

La odiaba por... por... por haberse abierto paso a arañazos hasta su corazón...

Y, entonces eran las manos de Daredevil en torno a su cuello, sacándole de su miseria de una vez por todas, otorgándole la tan ansiada muerte en combate...


Pero él no lo haría, ¿verdad? No importaba el daño que le hiciera... cuánto le arrebatara... no terminaba de dar el paso. Su última esperanza era Elektra, y ella... ella tampoco lo había hecho...

El pensamiento de lo que había ocurrido en el Helicarrier fue suficiente para acabar de un plumazo con toda su excitación, arruinando toda la maldita fantasía. A duras penas hizo la señal de seguridad para detener la escena, y el pañuelo se aflojó de inmediato en torno a su garganta, revelando los terribles moratones que habían quedado. La dominatrix extendió una mano para rozarlos.

- Vaya, sí que te gusta duro -comentó, admirada-. La mayoría habría pedido parar hace mucho.

La mayoría no tenía un jodido deseo de muerte, ni se odiaban a sí mismos tanto como se odiaba él.

- Espera aquí, voy a traerte un vaso de agua y ungüento para los moratones.

La morena salió de la habitación acompañada por el sonido de sus tacones sobre el empedrado. El asesino trató de apartarse de la rejilla para sentarse, sintiéndose aún mareado por la falta de oxígeno en el cerebro, pero fue entonces cuando notó que su muñeca izquierda aún continuaba esposada. Y aquella esposa era totalmente real. La llave aún debía permanecer en algún lugar dentro del uniforme rojo de aquella mujer.

- Mierda -masculló, demasiado agotado como para tratar de forzarla por sí mismo. Lo mejor que podía hacer era esperar a...-. ¿Wade? -exclamó, tan alucinado que por un momento pensó que la falta de oxígeno le estaba haciendo delirar.

¿O era por sus medicinas? Cuando pasaba algún tiempo sin tomar sus píldoras era más susceptible a tener brotes psicóticos, pero, que él supiera, no se había saltado ninguna dosis, ¿verdad? ¿Cuánto tiempo podía llevarle a Miss Rainbow Sparkle hacer su Tuppersex de drogas? No podía ser tanto... El frío tacto de los alicates le convenció de que Wade era real.

- ¿Cómo... ? ¿Cómo narices has sabido dónde...?

No le había pasado ninguna localización, estaba bastante convencido de ello. ¡Maldición, tenía que deshacerse de Wade o podía echar por tierra toda la operación!

- Escucha, muchas gracias y todo eso, pero estoy bien, ya puedo seguir yo sólo, ¿vale? No hace falta que te quedes...

Pero los súper aguzados oídos de Deadpool (chúpate esa, Daredevil) detectaron sonidos inquietantes de tortura procedentes del interior del edificio... Latigazos, gritos... ¿Qué estaba pasando allí?