Партия независимости (12 de junio de 2019) [Pre - Civil War] (Kah'An, Bullseye & Catwoman)

Cuando Bullseye había sido capturado tenía muy claro que no permanecería encerrado mucho tiempo. Aunque ya habían aprendido de sus anteriores fugas y habían extremado las precauciones respecto a él, antes o después alguien cometería algún error del cual se podría aprovechar, como cuando había provocado a aquél gigante imbécil para que le pegara y le arrancara un diente que después había utilizado para perforarle el cráneo, o cuando había fingido estar mal para que el policía encargado de su custodia le diera una aspirina que había terminado alojada en su ojo.

Y, si no era así, antes o después alguien vendría a por él. Sabía que no sería Kingpin (el maldito gordo seguía al pie de la letra la máxima de que sus trabajadores debían demostrar continuamente ser útiles, y si no eran capaces de salir por sí mismos de sus propios problemas, entonces es que no merecían el dinero que invertía en ellos), y no le reprochaba por ello. Después de todo, la razón por la que le habían capturado había sido completamente personal, ni siquiera había sido siguiendo sus órdenes. Pero en aquél mundo podrido siempre había alguien interesado en las habilidades que él podía ofrecer, y, en lo suyo, Bullseye era el mejor, así que estaba confiado.

Y tenía razón para estarlo, porque no habían tardado ni una semana en trasladarlo a Belle Reve para su interesante conversación con Amanda Waller. Y ahora, otros seis días después, se encontraba subido en uno de aquellos espantosos vehículos militares rusos que destacaban como una puta manzana sobre la nieve, helándose el culo a once grados de temperatura en pleno junio y escuchando una música folclórica que le hacía tener ganas de pegarse un tiro en el tímpano. Lo único bueno era la exuberante fémina que les acompañaba. Bullseye no le había visto la cara, pero no le hacía falta. Con ese cuerpazo y esos ojos ya tenía todo cuanto necesitaba saber.

Llevaba todo el camino con la vista fija en la radio, que estaba instalada en el panel de control a la izquierda del asiento del piloto, visible por tanto desde su posición. En un momento dado, desplazó ligeramente el pie para cambiar de postura y descubrió un pequeño guijarro del tamaño de una lenteja que había permanecido encajado entre las ranuras de la suela y acababa de desprenderse con el movimiento. Inclinándose inadvertidamente en medio de la oscuridad lo cogió, situándolo en su dedo pulgar para, con un golpe seco y rápido del índice, enviarlo proyectado con absoluta precisión hacia el pequeño aparato. La ruidosa música se interrumpió de súbito, acompañada por un sonido de rotura. El conductor la miró de soslayo y musitó una maldición en ruso al ver la pantalla de cristal líquido resquebrajada. ¿Qué narices había pasado? ¿Cómo se había podido romper? ¿Había estallado desde dentro?

Incluso si no hubieran estado en movimiento tampoco habría podido mirar más a fondo porque en ese momento uno de los hombres que transportaba apagó la pantalla del ordenador de su brazo, llevándose consigo la única fuente de luz. En la oscuridad, los fuegos artificiales destacaban hermosamente contra el cielo a través de la abertura del techo del camión, pero Bullseye no se permitía a sí mismo distracciones cuando estaba trabajando. Rápida y eficientemente activó la visión nocturna de las gafas que le habían entregado junto con el traje térmico de infiltración. Afuera, alguien daba órdenes en ruso al conductor, y, poco después, empezaron a escucharse pasos rodeando el vehículo. Las puertas del habitáculo se abrieron, dejando pasar la luz de una linterna, y Bullseye se apostó con calma, apuntando con la pistola hacia la pared que tenía delante, la que separaba el habitáculo donde se encontraban de la cabina del conductor, preparado para disparar y hacer rebotar la bala en cuanto el soldado asomara por detrás de las cajas, sabiendo que, desde aquél ángulo, le acertaría directamente en la frente. Sin embargo no llegó a hacer falta, porque el bueno del conductor le ladró algo en su idioma al tipo y éste se retiró, salvando la vida sin saberlo.

El que no tendría tanta suerte sería Dimitru, quien, una vez superada la situación de peligro, cometió el error de ponérsele farruco al gigantón que les acompañaba. Bullseye sonrió para sí debajo del pasamontañas, sabiendo de antemano cómo acababa la historia, y salió del vehículo hacia el almacén, donde estudió los planos que les enseñó el fortachón.

- Pan comido -musitó antes de hacerles una seña para que le siguieran.

Avanzaron con sigilo, apostándose contra las paredes en sombras. Bullseye había recogido un puñado de guijarros del suelo y los utilizaba para desviar o estropear las cámaras que no podían evitar cruzando por su ángulo muerto. Avanzando por un pasillo escucharon pasos que se acercaban por una intersección. El asesino vio que el gigante echaba mano a su arma y le indicó que se detuviera. Aguardaron hasta que el vigilante dobló la esquina hacia el pasillo en el que se encontraban, y justo en ese instante Bullseye le arrojó uno de los pequeños guijarros que sostenía en la mano. Lo único que le dio tiempo de hacer al pobre hombre fue abrir desmesuradamente los ojos por la sorpresa y tratar de exclamar algo antes de que un diminuto orificio sangrante se abriera en su cabeza, haciéndole caer hacia atrás y chocar contra la pared, por la que resbaló hasta quedar macabramente sentado en el suelo sin hacer el menor ruido. Bullseye giró la esquina y forzó la cerradura de la habitación que, en teoría, llevaba hasta el despacho que habían venido a buscar.

La caja fuerte era bastante pequeña y se encontraba incrustrada en la pared que había detrás del escritorio, entre una pantalla de televisión y una estantería. El asesino sostuvo la puerta abierta para la dama y la miró.

- Tu turno, gatita.

El nombre de Feline le gustaba por muchas cosas. En primer lugar, se parecía lo suficiente a su nombre de pila como para que le resultase fácil adaptarse a él. En segundo lugar, le permitía mantener su leitmotiv. Y, en tercer lugar, él hubiera fruncido el ceño al oírlo, y a ella le encantaba hacer que frunciera el ceño.  

No estaba demasiado preocupada porque la relacionaran con Catwoman, no mientras se mantuviera lejos de Gotham. Puede que en la ciudad quisieran su cabeza, pero... ¿quién la reconocería más allá? No era ni la primera ni la última ladrona de guante blanco que empleaba nombre de gato. Confiaba en sus nueve vidas, y en que siempre se le había dado bien desaparecer, incluso a simple vista.

Tenía la protección del Gobierno. Por el momento, aquello le bastaba.

El traslado a Belle Rêve había sido su parte menos favorita. Selina odiaba sentirse encerrada, y su desconfianza le gritaba al oído que se olvidase del trato con el Presidente y se escabullera de inmediato. Por suerte, la cosa no había tardado en mejorar. Lo que quería Waller no era muy complicado: infiltración y extracción eran dos palabras clave en el vocabulario de Catwoman. Sin duda, Luthor había encontrado un buen uso para las habilidades de Selina, tal y como le prometió que haría.

Una semana después, tiritaba de frío en una camioneta, mientras su aliento se condensaba, humedeciendo la máscara que cubría la parte inferior de su rostro. Apenas los conocía, pero tenía la intuición de que su equipo era tan digno de Belle Rêve como lo era del Asilo Arkham. Uno de ellos, a quien había empezado a llamar cariñosamente Quarterback en su mente, apenas hablaba. Apenas hacía nada, salvo mirar hacia delante fríamente y en silencio. El otro, sin embargo, prefería mirarla a ella. Selina todavía tenía que pensar en su apodo, pero para eso tendría que descubrir sus habilidades. Dudaba que Luthor lo hubiera plantado allí sólo para que se la comiera con los ojos.  

La ladrona arqueó ligeramente las cejas cuando la radio calló de golpe, sumiéndolos en un silencio al que más tarde se sumó la oscuridad. Selina miró a sus compañeros justo antes de que la luz se apagara, pero ninguno de ellos daba muestras de ser el responsable de la radio rota. Imitando al resto, se puso las gafas de visión nocturna que les habían proporcionado, adentrándose en un mundo verde y fantasmagórico. No intervino en la breve pelea que siguió; Quarterback parecía apañárselas muy bien sin su ayuda. Con el silencio del que solía hacer gala cuando trabajaba, la ladrona se deslizó detrás de su otro compañero y esperó, en pie tras él, a que terminara de estudiar los planos.

- Pan comido -dijo, haciéndoles un gesto para que fueran tras él.

Y, yendo tras él, Selina pudo comprobar cómo hacía lo suyo. Tenía una puntería impresionante, sí, pero no era únicamente eso. El tipo lanzaba piedras con una fuerza imposible, como si las disparara desde un arma. Hizo un buen trabajo con las cámaras, cegándolas de un modo tan eficiente que Selina dejó de albergar dudas sobre qué le había sucedido a la radio.  

Pitcher parecía un buen mote. ¿Por qué no? Mantenía la temática de los deportes nacionales.

La ladrona volvió ligeramente el rostro cuando Pitcher usó su habilidad para matar al guardia. Sabía que habría bajas, por supuesto; no era una novata, ni tampoco una ingenua. Ella misma tendría que provocar alguna, si era necesario. Pero aquello no quería decir que le gustara mirar.

Mientras Quarterback cogía al guardia por las axilas para poder arrastrar su cuerpo, Pitcher forzó la cerradura del despacho y les facilitó el paso a su interior. Selina cruzó el umbral justo delante de Quarterback y su macabra carga, mientras Pitcher sostenía la puerta para ella. Tres ladrones y un muerto entran en un bar...

La ladrona sonrió bajo la máscara, aunque no fue debido al chiste. Al fondo de la estancia la aguardaba una bonita caja fuerte esperando ser desvalijada.

- Tu turno, gatita. -dijo Pitcher.

- La próxima vez, puedes dejarme también la cerradura -ronroneó ella, implicando que lo habría hecho mejor.

Mientras Quarterback acomodaba al soldado muerto en uno de los rincones del despacho, Selina avanzó hacia la caja, con la mirada fija en su sistema de cierre y apertura.

Era todo un clásico de combinación mecánica, lo suficientemente buena como para que el frío no supusiera un problema para los engranajes. Aquellas cajas eran, de lejos, las favoritas de Selina. Tenía que concederles algo de respeto a los rusos y a sus gustos retro.

Se quitó las gafas y se bajó ligeramente la máscara, lo justo para dejar al descubierto su oreja izquierda. La aproximó a la puerta, sin tocarla. Incluso a esa distancia podía sentir lo fría que estaba. La piel se hubiera pegado al mínimo contacto con el metal.

Era una suerte que tuviera buen oído.

Sus dedos hicieron girar hábilmente la rueda de la combinación, obligando al mecanismo a cantar para ella. Tras varios segundos, Selina oyó el revelador clic que anunciaba su éxito, volvió a ajustarse la máscara y las gafas, y se apartó ligeramente para permitir que la puerta se desplazara.

En el interior de la caja fuerte no había demasiadas cosas. Aunque sabía de antemano que no encontraría nada bonito allí, Selina se permitió un pequeño mohín al no ser recibida por un puñado de joyas. Extrajo el contenido con cuidado; varios fajos de papel y lo que parecía un libro encuadernado en cuero. Se los tendió en silencio a Quarterback para que les echara un vistazo, colocándose después junto a Pitcher para vigilar la puerta.  

- Uuuuh, descarada. Me gusta -respondió él a su comentario arqueando la ceja con una sonrisa maliciosa, observando su contoneo al pasar. Cuando ella entró la siguió, apoyándose en la pared más cercana para observarla trabajar-. A mí también se me da bastante bien abrir cajas fuertes, ¿sabes? Cuando quieras hacemos una competición y nos apostamos algo. No sé... ¿tal vez una copa?

Cuando la puerta finalmente se abrió echó un vistazo por encima del hombro femenino con interés y curiosidad por lo que habían venido a recuperar, pero no parecía que fueran nada realmente importante. Documentos inocuos, simples contratos de trabajo y un libro en blanco. Se estaba preguntando si estaría escrito con alguna clase de tinta invisible cuando el gigante, simplemente, lo colocó en un hueco vacío de la estantería y, contra todo pronóstico y cuando ya empezaba a impacientarse, se desplazó un panel de la pared opuesta para revelar lo que a todas luces era un pase de algún tipo. Bien... parecía que el gigantón era menos lerdo de lo que parecía a simple vista. Eso estaba bien.

Siguió al gigante sin hacer preguntas. En su línea de trabajo era lo habitual obedecer las instrucciones sin plantear problemas que pudieran obstaculizar el desarollo de la misión o poner en riesgo la vida de sus integrantes. En aquella clase de trabajos cualquier duda o vacilación a la hora de seguir una orden podía significar la diferencia entre la vida y la muerte, y él era, ante todo, un profesional. Sabía lo que tenía que hacer y lo que se esperaba de él. Con eso le bastaba.

La tarjeta resultó ser la clave que permitía el acceso a un ascensor privado, y mientras esperaban a que llegara a la planta se preguntó una vez más qué sería aquello tan valioso que habían venido hasta tan lejos a recuperar.

- Esto es demasiado fácil -dijo el líder de la misión, y Bullseye no tuvo más remedio que coincidir con aquella impresión, aunque tampoco era que tuviera mucha información como para saber cuál debería de ser el nivel de seguridad de aquellas instalaciones, pero había estado en unas cuantas de aquél estilo y podía deducir que bastante más de la que se habían encontrado hasta el momento.

No tardaron en ver reafirmadas sus sospechas cuando el enorme cubículo cerró repentinamente sus puertas para comenzar un descenso en caída libre sin que hubieran llegado a pulsar ningún botón.

Con los reflejos de un guerrero bien entrenado y acostumbrado a aquella clase de situaciones, Bullseye flexionó instintivamente las piernas, ajustando su centro de gravedad para no caer en el momento en el que una voz que pretendía ser ominosa les anunciaba sus muertes. No pudo contener una sonrisa sin el menor ápice de preocupación. Si tuviera que sumar un centavo por cada vez que le habían hecho una amenaza parecida, ahora mismo sería rico. Bueno... aún más rico.

Pero antes de que tuviera ocasión de plantearse sus opciones, el brazo del gigante se transformó en una especie de cañón que usó para abrir un agujero en el techo del compartimento. Genial... el líder de la operación era uno de esos freaks mutantes. Bueno, no sería la primera ni la última vez que trabajase con ellos, y tenía que admitir que podían ser muy útiles.

Ágilmente saltó hacia arriba, agarrándose a los bordes del agujero y aupándose hasta el techo del ascensor. No se molestó en tratar de ayudar a los otros dos. Estaba bastante claro que el gigante podría valerse por sí mismo, y si la chica estaba allí era porque debería ser capaz de hacerlo también. Si no... mala suerte. En lugar de eso saltó hasta engancharse a la escalera de mantenimiento y empezó a trepar, manteniendo entre los dedos de la mano izquierda varios kunai por si intentaban atacarles desde arriba.

-. A mí también se me da bastante bien abrir cajas fuertes, ¿sabes? Cuando quieras hacemos una competición y nos apostamos algo. No sé... ¿tal vez una copa?

Selina sonrió, divertida. Su gesto quedaba oculto por la máscara, pero podía intuirse por el brillo malicioso en sus ojos verdes.

- Hecho -replicó.

Desde su posición junto a la caja fuerte, Selina observó los movimientos de Quarterback. Se irguió ligeramente, llena de anticipación, cuando el libro encajó en su hueco en la estantería y lo siguió el sonido del cuadro al deslizarse a un lado. Tampoco hubo joyas esta vez; sólo una aburrida tarjeta de plástico. Pero, al menos, empezaba a parecer un trabajo... ¿cómo decirlo? De verdad.

Selina entró en el ascensor privado sin demasiado entusiasmo. No era una gran admiradora de los espacios cerrados.

- Esto es demasiado fácil -dijo Quarterback.

¿Por qué diablos había dicho eso? Daba muy mala suerte decir eso.

- Mierda -anticipó Selina, sólo un segundo antes de notar el tirón de la gravedad en su estómago.

- No sé para quien trabajáis, pero no van a quedar ni vuestros huesos -los amenazó una voz metálica.

De modo que la caja de acero era, cómo no, una maldita trampa mortal.

Si había algo que Selina tenía claro era que no quería convertirse en la gata de Schrödinger.

Hora de largarse.

Quarterback había tenido la misma idea. El tipo hizo su magia: transformó su brazo en un arma, disparó el techo y les abrió una vía de escape. Y Pitcher no dejó escapar la oportunidad de trepar el primero, escabulléndose a través de la apertura.

- Muy caballeroso -dijo la ladrona, con retintín, antes de desenganchar el extremo del cable que llevaba enrollado en el cinturón y agitarlo igual que un látigo.

La cuerda se enrolló alrededor de uno de los travesaños horizontales que pasaban a toda velocidad al otro lado del agujero. Selina saltó ágilmente, soltando cable antes de que la cuerda se tensara para evitar que la tracción le dislocara un hombro. Era una maniobra que había hecho cientos de veces en los tejados de Gotham.

Y, pese a ello, sintió el fuerte tirón en el brazo y en la cintura. Las suelas especiales de sus botas encontraron la pared del conducto del ascensor y se adhirieron a ella de forma precaria. Por debajo de ella, la cabina continuaba cayendo, y pronto estuvo varios pisos por debajo. Selina se preguntó si Quarterback también lo lograría. El corazón le martilleaba en los oídos a causa de la adrenalina. No veía a Pitcher por ningún lado, pero estaba segura de que estaría escalando unos pisos más arriba.

¿Cuántos metros tenía aquel maldito tubo? Cuando la cabina desapareció de su vista, la gata cerró los ojos, preparándose para la explosión.

Una amplia sonrisa se dibujó en el rostro de Bullseye al escuchar las palabras del alienígena;

- Nieve, balas, libertad para matar... ¡Nunca imaginé que podríamos tener unas navidades en verano!

Varios futuros cadáveres aparecieron en la puerta del nivel inmediatamente superior apuntándole con sus armas y gritando algo en su espantoso idioma. Estaban muertos, sólo que aún no lo sabían.

- ¡Lo siento, no hablo gilipollas! -exclamó en respuesta, haciendo un velocísimo movimiento con la mano que habría pasado inadvertido para un ojo no entrenado.

Los kunai surcaron el aire como estelas de plata; uno se clavó en el cráneo del primer soldado, otro en su garganta y el tercero entró a través de la boca abierta que aún le gritaba que se rindiera, matándolos a los tres en el acto. El primero se desplomó a través del agujero del ascensor, pero los otros dos cayeron hacia atrás. Antes de salvar los últimos metros que le quedaban hasta la abertura, Bullseye miró por encima de su hombro hacia Catwoman, que estaba varios pisos por debajo.

- ¡Hey, guapa! A ver si encontramos un umbral con muérdago para pararnos debajo, ¿vale?

Y, tras dedicarle un guiño pícaro, desapareció de la vista.

Arriba le esperaban más soldados, pero eso no fue lo sorprendente, sino el orangután de pelo rojizo que aguardaba al fondo de la habitación. Bullseye no tuvo tiempo de sorprenderse (aunque después de su enfrentamiento contra Hit-Monkey estaba curado de espantos), porque el simio hizo un gesto y, al momento, todos los objetos de metal que el asesino llevaba encima, incluyendo por supuesto todas sus armas, salieron volando hacia él.

- ¡Hey! -protestó con una sonrisita que desmentía el hecho de que de verdad estuviera preocupado en lo más mínimo-. ¡Qué maleducado!

El soldado que tenía delante disparó, pero él ya se había arrojado al suelo y, apoyándose en el brazo derecho, rotó sobre sí mismo asestando una patada circular a los tobillos del hombre, haciéndole perder el equilibrio. Una vez hubo caído al suelo, le agarró por la cara y la estrelló la nuca brutalmente contra el suelo. La sorpresa hizo que los demás soldados tardaron una fracción de segundo más de la cuenta en reaccionar, que fue todo cuanto necesitó para rodar sobre sí mismo, coger impulso y lanzar una patada giratoria a otro de los hombres, arrojándolo hacia atrás y haciéndolo caer por el hueco abierto del ascensor. Tras él, el simio lanzó un aullido de furia y Bullseye, adivinando lo que posiblemente iba a venir a continuación por parte de un orangután con aparentes poderes magnéticos o telequinéticos, rodó una vez más hasta ponerse fuera de alcance de lanzamiento directo, utilizando a los restantes soldados como escudos humanos para recibir el impacto de los diferentes cuchillos, shurikens y armas arrojadizas que le habían sustraído de encima.

"Lo que buscamos está en la planta 27. En la sala F-38."

Los números se grabaron en la mente de Selina como la combinación de una caja fuerte.

–Yo subiré desde la planta 36. Nos han descubierto, estáis autorizados a utilizar fuerza letal... Corto.

De modo que Quarterback seguía vivito y coleando.

–¡Hey, guapa! A ver si encontramos un umbral con muérdago para pararnos debajo, ¿vale?

Y, por supuesto, Pitcher también.

–¡No, gracias! –le respondió Selina, con una sonrisa pícara que tal vez no pudiera ver, pero sí oír– Es tóxico para los gatos…

Aún tenía la sonrisa en los labios cuando pasó por delante de un gran número 22 pintado en la pared. Planta 27, sala F-38. Tendría que encontrar el modo de bajar.

La ladrona se adentró en el edificio. Su planta parecía completamente vacía y, por lo que podía ver, el “modo de bajar” tenía la forma de unas escaleras, al fondo de un pasillo tétrico. Mientras avanzaba por él, las luces parpadeantes le mostraron varios carteles a uno y otro lado del corredor. Probablemente aclarasen adónde llevaban aquellas puertas metálicas, pero Selina era incapaz de leer el cirílico.

Hacia el final del pasillo había un cartel de color mostaza que rezaba “Обезьяна”. Aunque el cambio de color le llamó la atención, la ladrona asumió que señalaría alguna sala importante, y pasó junto a él sin detenerse.

Error.

La intermitencia de los fluorescentes enmascaró el movimiento del cartel lo suficiente como para que Selina no lo comprendiera hasta tenerlo encima. Un borrón amarillo saltó de repente sobre ella, haciendo que víctima y atacante rodaran por el suelo en un amasijo de brazos, piernas y… pelo. Rehaciéndose de la sorpresa, la ladrona lanzó una patada hacia su rival, quien la esquivó ágilmente de un salto. Aterrizó a cuatro patas en el suelo, frente a ella, mostrando los dientes.

Era un… mono. Un maldito mono de color mostaza que acababa de despegarse de la pared. Y, por supuesto, el cartel amarillo había desaparecido.

Mientras lo miraba, el mono adoptó la forma de una serpiente que empezó a deslizarse sinuosamente en su dirección. Selina apretó los dientes y soltó de nuevo el cable que llevaba a la cintura, convirtiéndolo en su arma predilecta… un látigo. Lanzó un golpe seco en dirección al reptil, que cambió de forma mientras avanzaba, abandonando el suelo para transformarse en un pájaro… poniéndose fuera del alcance del arma.

La ladrona corrió hacia las escaleras, y el mono se convirtió en un tigre para perseguirla.

–No tiene gracia –musitó ella, entre dientes. El felino había dado un gran salto y ahora estaba frente a ella, cortándole el paso.

Hizo chasquear el látigo, sintiéndose como una de aquellas domadoras que salían en los carteles del Circo Haly. Los había visto de niña, colgados en todas las paredes de Gotham, aunque nunca habían tenido dinero suficiente como para permitirse una función.

–Tengo una cita, y voy a llegar tarde por tu culpa –se quejó.

El pasillo ya no le ofrecía ninguna ventaja, por lo que probó suerte con una de las puertas cerradas. Si cedía, el cambio de escenario tal vez le diera alguna idea para acabar con el monstruo.

El alienígena se deslizaba sigilosamente por los pasillos desiertos de la planta 36. Los planos que había memorizado eran exactos, así que no tuvo problemas para encontrar la puerta que daba acceso a las escaleras, y pudo subir con rapidez las nueve plantas que le separaban de su objetivo. Nada más abrir la puerta de la planta 27, no obstante, se encontró de frente con un grupo compuesto por media docena de soldados armados que apuntaron las armas directamente hacia él.

- ¡Eh! ¡Ésta es una planta restringida! ¿Qué estás haciendo aquí? -inquirió uno de ellos, pero, al ver que el intruso no se detenía, tanto él como los demás comenzaron a disparar sus armas únicamente para ver cómo las balas rebotaban inofensivamente contra la armadura.

El gigante extendió el brazo izquierdo y una hoja de plasma chisporroteante emergió de la nada. Con un grito de batalla, Kah’An se lanzó al combate y le bastaron dos poderosos barridos con la espada para dejar un cerco de cadáveres destripados a su alrededor. No tuvo, sin embargo, tiempo de vanagloriarse, pues al momento se escuchó el sonido de centenares de pasos y voces que se acercaban a la carrera. El alienígena vio cómo todo un contingente de soldados accedían a la amplia sala desde un pasillo posterior y retrocedió rápidamente por donde había venido, trabando la puerta tras de si y reventando el picaporte para que no pudieran abrirla. No tardó en escuchar el impacto de algo pesado golpeando la superficie metálica y calculó que tendría unos minutos hasta que consiguieran derribarla. Lo más sensato sería continuar subiendo hasta reencontrarse con los otros dos miembros del equipo de extracción para...

Un poderoso rugido captó su atención en el momento en el que un gorila inmenso se dejaba caer desde una de las plantas superiores a su pies, destrozando la barandilla de la escalera entre una lluvia de escombros.


Parecía que sus problemas no habían hecho más que empezar...






Aquél simio súper desarrollado podía tener poderes, pero por muchos objetos que fuera capaz de levantar, seguía teniendo las capacidades limitadas de la especie a la que pertenecía, lo cual quedó pronto evidenciado por su falta de imaginación a la hora de realizar un ataque que el asesino había podido anticipar con facilidad. Una gran cantidad de cuchillos y armas arrojadizas impactó de manera inocua contra los cuerpos que había usado para parapetarse. Bullseye aguardó hasta que estuvo seguro de que la mayor parte del arsenal le había sido devuelta, pero debía darse prisa si no quería que el mono volviera a repetir el ataque, quizá con más suerte ésta vez.

- ¡Eh, tú, feo! -exclamó, burlón-. ¿Sabes cuál es el único arma que se arroja y no está hecha de metal? ¡Una granada de fragmentación!

No bien hubo terminado de pronunciar la frase, arrojó en la dirección del mono una pequeña granada realizada con material sintético diseñada para estallar ante el impacto.

El problema de las granadas de ése tipo, no obstante, era que tenían un radio de acción de 15 metros y lanzaban fragmentos y astillas que podían llegar a recorrer hasta doscientos metros. Lo cual, por supuesto, podía llegar a suponer un gran problema si te encontrabas en un túnel estrecho a escasos metros del objetivo.

Bullseye se impulsó con las piernas en cuanto hubo lanzado la granada y se arrojó con toda la rapidez de la que fue capaz hacia el ascensor que tenía a la espalda, saltando por el hueco en el instante mismo en el que la granada hacía explosión. Desde luego no pensaba quedarse a comprobar si había quedado algo del mono.

Además, ¿no se suponía que tenía que bajar hasta la planta 27? ¿Qué manera más rápida podía haber que tirarse en caída libre? Con una rapidez fruto de la práctica, desenganchó de la presilla de su cinturón la pistola de gancho, localizó la planta que estaba buscando y disparó. Para cuando el cable salió proyectado ya había sobrepasado con creces la altura indicada, pero, por fortuna para él, no se había ganado por nada la reputación de no fallar nunca. El gancho se clavó con un sonido satisfactorio en el marco del agujero y, sabiendo lo que vendría a continuación, se balanceó para contrarrestar la sacudida y evitar desencajarse el hombro. En cuestión de segundos había alcanzado la planta en cuestión, pero lo único que consiguió al avanzar por el pasillo fue encontrarse de lleno con el contingente de soldados que estaban tratando de derribar la puerta tras la que había desaparecido Kah’An.

Rápidamente se giraron a mirarle. Ellos iban armados. Él no.

- Oh, mierda.

Parecía que ahora sí se había metido en problemas.






Al atravesar la puerta cerrando tras ella, la metahumana se encontró en una plataforma de metal que rodeaba una habitación circular inmensa en cuyo núcleo se erigía una construcción gigantesca de cuya base emergía un peligroso haz láser que se perdía en el techo. Selina no sabía mucho de aquella clase de cosas, pero la forma de la construcción era lo suficientemente llamativa como para reconocerla de los planos que les había mostrado su compañero. Con casi total seguridad debía de tratarse del generador que alimentaba todo el edificio. Si encontraba la manera de golpearlo podría generar una fuerte explosión. El único problema sería que el edificio entero volaría por los aires, pero dispondrían de varios minutos para poder realizar la extracción antes de que todo se fuera a la mierda...

¿Quién dijo que a los gatos no les atraen los problemas?

Selina apoyó su peso en la puerta cerrada, intentando pensar en algo antes de que su perseguidor mostaza diera con la forma de entrar. No tenía demasiadas esperanzas de salir airosa de aquella situación; al fin y al cabo, la criatura se había transformado en varios animales y en un cartel en la pared el plazo de unos minutos. Sus habilidades como cambiaformas estaban fuera de cuestión. Hasta donde la gata sabía, podía convertirse en un insecto y colarse por el agujero de la cerradura, o en un charco para deslizarse por debajo de la puerta.

La idea de destruir el generador pasó enseguida por su cabeza. Y, contra todo pronóstico, le parecía buena. Por lo general, Selina prefería la sutileza, pero aquel laboratorio subterráneo podía albergar más bichos como el mono mostaza y, además, sus enemigos ya sabían que estaba allí. La discreción se había ido al garete hacía un buen rato.

La ladrona rebuscó rápidamente en su equipo. Llevaba el cable, ganzúas, un cortador de vidrio con punta de diamante y una pistola pequeña que esperaba no tener que disparar. Nada que le sirviera para destrozar un generador, salvo que...

El suelo empezó a temblar bajo sus botas. Un sonido sordo pronto siguió a la vibración, enlazándose con ella en un compás de cuatro por cuatro... que pronto pasó a un estruendoso dos por cuatro, aproximándose por momentos. Algo galopaba en su dirección, dispuesto a echar abajo la puerta cerrada.

Al parecer, el cambiaformas prefería la fuerza bruta.

Selina suspiró y se hizo rápidamente a un lado, abriendo la puerta en un fluido movimiento.

El bisonte mostaza no encontró ninguna resistencia en su carga, atravesando el umbral a toda velocidad, con la enorme testa adelantada y preparada para embestir.

Selina se limitó a sonreír cuando el animal impactó con toda su masa contra el generador.

Las chispas volaron por todas partes, al tiempo que un fuerte crujido resonaba en la estancia. La ladrona no se paró a comprobar si provenía de la máquina o del cráneo del cambiaformas. En cualquiera de los dos casos, era su señal para largarse inmediatamente de allí.

Corrió en la dirección en la que había visto las escaleras. Tenía que reunirse con Pitcher y Quarterback cuanto antes... o se les terminaría el tiempo de juego, y perderían el partido.

Los soldados apuntaron inmediatamente a Bullseye, olvidándose momentáneamente de la puerta que estaban tratando de derribar, pero cuando parecía que las cosas iban a ponerse muy feas para nuestro asesino, las luces de la instalación se apagaron de repente, dejándolos a todos confundidos.

Para cuando los generadores de emergencia se encendieron, generando una débil iluminación de suaves tonos malva, no había ni rastro del intruso, que había sabido ocultarse aprovechando la momentánea ventaja que le proporcionaba la oscuridad. ¿Qué pasa? Daredevil no era el único que sabía cómo moverse en las sombras.

Nada le habría gustado más que cargarse a aquellos pringaos para quitarse el puto frío de los huesos, pero eran demasiados, lo cual por lo general no habría supuesto ningún problema de no ser por el pequeño detalle de que llevaban armas de fuego y él no. Na, tendría que priorizar la misión, sortear a los gilipollas aprovechando la oscuridad y la confusión y llegar hasta la habitación de los planos donde se suponía que estaba el objetivo...


Una atronadora explosión originada en algún punto por encima de donde se encontraban hizo retumbar los cimientos de edificio. Los soldados se tambalearon y los cristales de las ventanas estallaron en mil pedazos, regando todo el suelo de la planta, que se convirtió de repente en el campo de juegos ideal para el hombre capaz de convertir cualquier cosa en un arma.

Aaaahh, sí, la misión, la misión, pero... ¡Qué diablos! Al infierno, la tentación era demasiado grande.

Con una indolencia casi juguetona, el asesino se inclinó para recoger una cantidad considerable de trozos de cristal con los que surtió los compartimentos y bolsillos de su atuendo. Como una sombra apareció repentinamente en el campo de visión de un soldado, que apretó el gatillo de su subametralladora de manera automática sin saber que había un pedazo de cristal obstruyendo el cañón. El reventón resultante le lanzó una andanada de metralla a la cara, haciéndole aullar de dolor y atrayendo la atención de todos los demás soldados, que rápidamente buscaron encañonar al asesino. Sin embargo, la negrura de sus ropas, la oscuridad reinante y la rapidez de sus movimientos en una sala abarrotada hacían muy difícil dispararle sin arriesgarte a acertar a tus propios compañeros, por lo que los dedos en los gatillos vacilaban. Bullseye aprovechó la confusión pateando a uno de los soldados en el pecho y a otro en la cara, con un satisfactorio sonido de huesos rotos. Los que estaban más cerca apuntaron en su dirección, pero él utilizó un mueble cercano para darse impulso y saltó por encima de la masa de soldados sintiéndose como un niño en el patio de recreo, con la adrenalina bombeando por su cuerpo y llenándole de energía y vitalidad.

- Puede que no lleve mi uniforme de trabajo habitual, pero Bullseye es más que sólo un traje y estáis a punto de descubrir cuánto, imbéciles -dijo en inglés, sabiendo que la mayoría de los que estaban allí no iban a poder entenderle, y los pocos que supieran hablar inglés iban a estar muertos en cuestión de minutos igualmente, así que, ¿qué mas daba?

En mitad del salto hizo un giro en el aire, quedando boca abajo, y, apoyándose con una mano en la cabeza de uno de los soldados, le quitó la subametralladora con la mano, completando el giro con una lluvia de balas que recorrieron toda la habitación.

Todos y cada uno de los hombres que estaban cerca de él recibieron un tiro limpio en la frente antes de que sus botas militares tocaran el suelo. Ni una sola de las balas erró el tiro.

Pero, al final, eran demasiados y consiguieron sobrepasarle; Varios se le colgaron del cuello desde atrás, buscando inmovilizarlel las muñecas y los brazos, y ése fue el momento que otros aprovecharon para lanzarse por delante y atenazarle la garganta.

Parecía que había llegado su momento, pero hey, al menos se iría con un gran...


Selina bajó corriendo las escaleras hasta la planta 27, pero tuvo que detenerse al borde de la 26 porque el último tramo de peldaños había desaparecido volatilizado en el transcurso de la salvaje pelea que estaba teniendo lugar abajo entre su gigantesco compañero de misión y lo que parecía ser un gorila hinchado a estereoides.

Kah’An alzó la mirada hacia ella mientras el techo entero temblaba.

- ¡Tenemos que terminar la misión cuanto antes! -le gritó mientras estrellaba la cabeza del gorila contra el suelo del rellano-. ¡Algo ha debido dañar el generador! ¡Esto va a volar por los aires en cualquier momento!

Aprovechando que el gorila estaba momentáneamente fuera de combate, el alienígena fue hasta la puerta que él mismo había atrancado y la arrancó de los goznes con un poderoso movimiento, franqueando la entrada.

- No sé cuánto tiempo tenemos, pero no es mucho -le dijo, conteniendo el aliento ante la visión del campo de batalla que tenían ante sí-. Ve y termina la misión. Bullseye y yo nos ocuparemos de contenerlos.

Y, diciendo ésto, echó a correr hacia los hombres que aprisionaban a Bullseye, despejando el camino para Selina. Al llegar a la altura del asesino, agarró del cuello a los soldados y comenzó a apartarlos como si fueran lemmings, arrojándolos por los aires sin esfuerzo aparente.

- Ah, mucho mejor -jadeó Bullseye, masajeándose la dolorida garganta al tiempo que se levantaba.

El asesino y el alienígena se pusieron espalda contra espalda y Bullseye metió las manos en los compartimentos del cinturón, sosteniendo tres cristales entre los dedos de cada mano.

- Bien. Acabemos con ésto.

El mundo se caía a pedazos.

No era ni la primera (ni sería la última) vez que Selina estaba en un edificio a punto de colapsar pero, sin duda, aquel tipo de escenario nunca perdía su magia. La adrenalina que cantaba en sus venas resultaba excitante y molesta al mismo tiempo. Adoraba el riesgo, pero morir joven... bueno, aquello no entraba en sus planes.

Chasqueando la lengua, la Gata descendió las escaleras a la carrera, hasta que el tramo que había ante ella se hundió. Frenando en seco, la ladrona miró a su alrededor. Quarterback estaba allí, enfrentándose a uno de esos simios repulsivos.

- ¡Tenemos que terminar la misión cuanto antes! -exclamó-. ¡Algo ha debido dañar el generador! ¡Esto va a volar por los aires en cualquier momento!

Por debajo del pasamontañas, Selina esbozó una sonrisa, a caballo entre una expresión traviesa y una mueca de culpabilidad. "Algo ha debido dañar el generador". Qué cosas.

Quarterback no se fijó en ella. Estaba ocupado arrancando una puerta de sus goznes.

- No sé cuánto tiempo tenemos, pero no es mucho -dijo entonces-. Ve y termina la misión. Bullseye y yo nos ocuparemos de contenerlos.

Selina podría haberse preguntado a quién se refería el grandullón, pero Bullseye era un nombre increíblemente apropiado para Pitcher.

-Siempre me dejáis todo el trabajo a mí... -se quejó, con voz aterciopelada, antes de dar un ágil salto para salvar la distancia que la separaba de la planta 27.

Quarterback ya había tomado la delantera. Pitcher, efectivamente, ya estaba allí, rodeado de un halo de cadáveres por el que Selina no pensaba preguntar. La ladrona los saludó como si fuera una actriz a punto de abandonar el escenario; instantes después, se deslizaba como una sombra por el camino que los hombres le habían despejado.

La Sala F-38 no debía de andar lejos. La Gata estudió los carteles que iba dejando atrás: F-15, F-19... Los pasos apresurados de una patrulla por el pasillo la obligaron a ocultarse en uno de los laboratorios. Cuando los soldados pasaron de largo, Selina retomó su búsqueda.

Al fin dio con la puerta que Quarterback había mencionado. Desde fuera, parecía otro de esos laboratorios genéricos. No había vigilancia en el exterior. Tal vez la hubiera en el interior, o tal vez los custodios fueran los mismos hombres a los que acababa de dar esquinazo en el pasillo.

Ante ella había un panel de seguridad. Pese al apagón general, la pantalla aún estaba encendida. Debía de haber un generador auxiliar funcionando en alguna parte. En parte, era una suerte; la mayoría de aquellas cosas se bloqueaban completamente al dejar de recibir energía. Por otro lado... Selina suspiró, revisando el teclado numérico. Prefería las cajas fuertes. Eran muchísimo más elegantes.

La ladrona sacó apresuradamente su equipo. No tenía tiempo para probar combinaciones. La puerta era demasiado pesada para perforarla. Sólo le quedaba usar un decodificador.

Luthor le había ofrecido un juguetito de LexCorp, pero Selina era una sentimental, y siempre llevaba consigo el aparatito de WayneTech que le había birlado a Bruce. O que Bruce le había permitido robar. Nunca se estaba demasiado segura con él.

El decodificador zumbó con suavidad y una serie de números empezó a desfilar por su pantalla. Algunos de ellos se quedaron fijos rápidamente. A otros les llevó más rato encontrar su lugar en la fila. Mientras el aparato trabajaba, Selina echó un vistazo nervioso al pasillo y rezó porque el generador aguantara unos minutos más sin hacerla volar por los aires.

El aparato lanzó un suave pitido. Nueve dígitos. 786618159. La Gata soltó el cable de su cintura y, dejando una generosa vuelta de lazo colgar de su mano derecha, introdujo el código con la mano izquierda.

La puerta se desbloqueó y se abrió. Selina se pegó a la pared, látigo preparado.

-Иванов? Ангелски? -inquirió una voz nerviosa, procedente del interior. Pero nadie se asomó al pasillo. Nadie disparó.

Selina tomó aire y se adentró en la habitación.

Estaba oscura, y hacía frío. Una temperatura desproporcionadamente baja en relación al pasillo. La máscara de la Gata cubría la mitad inferior de su rostro pero, incluso pasando a través de ella, su aliento seguía elevándose en blancas bocanadas. Parecía una cámara frigorífica.

Su único ocupante visible era un hombre vestido con una bata blanca que, hasta la irrupción de la ladrona, había estado ocupado frente a lo que parecía un tanque de refrigeración. Una luz tenue iluminaba su parte frontal, pero Selina no podía ver su contenido desde el ángulo donde se encontraba.

El hombre de la bata, sin embargo, sí podía verla a ella. Abandonando el teclado, retrocedió unos pasos, con las manos en alto y el rostro desencajado, mientras emitía una retahíla de palabras en ruso que la Gata era incapaz de comprender.

-Желание Ржавый Семнадцать Рассвет…

-No te esfuerces… no puedo entenderte -dijo Selina, avanzando hacia él.

-Печь Девять Добросердечный -continuó el hombre, gesticulando, como si tratara de decirle algo importante.

Selina había tensado el látigo, preparándose para golpear la mano del científico en el momento en que sacara el arma, pero el hombre no parecía una amenaza. Lo único que llevaba consigo parecía ser un cuaderno rojo de tapas gastadas, y continuaba con las manos en alto mientras se alejaba de ella y del tanque.

Estaba desarmado.

O eso pensó la ladrona, mientras bajaba el látigo unos milímetros.

Se equivocaba.

Un fuerte sonido deslizante, seguido del siseo del vapor, hizo que Selina se volviera rápidamente hacia el tanque. La puerta se estaba abriendo lentamente.

Alzando el látigo, se volvió al científico quien, con expresión triunfal, leyó las últimas palabras del cuaderno en voz alta.

–¡Возвращение на родину, Один, Товарный вагон!

Una pausa expectante. Siguiendo la mirada del científico, Selina se volvió de nuevo hacia el tanque, encontrándose frente a frente con la mirada de unos ojos vacíos. Pertenecían a un hombre joven, de rostro inexpresivo, con un brazo que parecía hecho de… metal.

-Contempla al Soldado de Invierno -exclamó entonces el científico, justo detrás de ella. Un fuerte acento ruso impregnaba sus palabras.

Selina lo comprendió en aquel preciso instante. El hombre de los ojos vacíos era el arma. El arma que el científico ruso empuñaba. El arma que Luthor buscaba.

Estaba completamente quieto, como si aguardara órdenes. Órdenes que el tipo de la bata estaba a punto de ladrarle.

Algo en la línea de: cárgatela.

La Gata no quería perder una de sus nueve vidas allí dentro. De modo que pensó deprisa. Muy deprisa.

En realidad, no había demasiado dónde elegir. Lo único que podía hacer era asegurarse de que la orden nunca llegara.

Pivotando sobre su pie izquierdo, lanzó una patada giratoria contra el rostro del científico, colocando en ella todo el peso de su cuerpo.

El golpe resonó en la habitación helada y el hombre de la bata blanca cayó al suelo, inconsciente. Antes incluso de que se desplomara, la Gata había dado una voltereta hacia atrás, aterrizando limpiamente detrás del cuerpo. Se levantó rápidamente, con el látigo en la mano, dispuesta a enfrentarse al hombre del brazo metálico.

Pero el Soldado de Invierno ni siquiera se movió. Sus ojos vacíos seguían mirando al frente. Parecía estar en una especie de trance.

La Gata se quedó inmóvil frente a él. El científico inconsciente yacía entre ambos, como una barrera fláccida. La ladrona reparó entonces en el libro rojo que se había resbalado de su mano inerte. Inclinándose, lo recogió del suelo. El Soldado no se inmutó.

Selina pasó rápidamente las páginas. No tenía tiempo de revisar el contenido a fondo y, de todos modos, era un galimatías en cirílico que no podía descifrar. Vio varias anotaciones de distinta mano; algunos diagramas, incluyendo un dibujo detallado del brazo metálico; y una columna de palabras que parecía importante. Tal vez no entendiera el ruso, pero la ladrona podía reconocer un código en cuanto lo veía. ¿Serían aquéllas las palabras que había recitado el científico hacía unos minutos? ¿Servirían para controlar al Soldado?

La Gata no podía reproducirlas. No podía leer el ruso escrito, y no se había fijado en la pronunciación. Su única esperanza era que, una vez activada, el arma humana siguiera órdenes indistintamente del emisor. Y que entendiera el inglés.

Tomando aire, la ladrona se enfrentó a aquellos ojos de hielo.

-Sígueme -le dijo- Nos vamos de aquí.

¿Los robots sueñan con ovejas eléctricas?

Seis hombres cayeron, casi de manera simultánea, con sendos cristales sobresaliendo de zonas vitales de sus cuerpos. Bullseye se agachó a recoger más material arrojadizo, pero los soldados no cesaban de venir, y estaban cerrando el círculo.

- ¿Tenemos un plan? -le susurró al gigantón que cubría su espalda.

- El mismo que teníamos al venir aquí: buscar el arma, cogerla y largarnos.

- Pues vamos a tener que abrir un camino como sea para cuando llegue la gatita...

Distraídamente, Bullseye pensó en lo bien que les habría venido tener ahora mismo a Deadpool en el equipo. No sólo por tener unas habilidades de combate bastante decentes y un talento especial para las mutilaciones, sino porque se le daba de puta madre generar distracciones, principalmente porque lo único que necesitaba la mayoría de las ocasiones era usar su propio cuerpo de cebo para atraer todas las balas.

Sigh... Nunca lo admitiría, pero echaba de menos a ese loco hijo de perra...

Finalmente, la respuesta a sus plegarias apareció en la forma de una lluvia de balas que se abatió sobre los hombres que los rodeaban. Al parecer, la gatita se las había ingeniado para encontrar su propia manera de despejar el camino.

- ¡Rápido, al ascensor! -gritó el asesino aprovechando el hueco abierto sin pararse demasiado a observar al tipo extraño que acompañaba a la ladrona. Ya habría tiempo para eso cuando estuvieran fuera de aquella ratonera-. ¡Es la única salida disponible!

El ascensor parado bloqueba el conducto, impidiendo llegar directamente hasta abajo. Bullseye iba a empezar a dar instrucciones de salir en la última planta disponible y continuar el ascenso a pie por las escaleras, aún a sabiendas de que eso les llevaría más tiempo y era posible que quedaran atrapados en la explosión del generador, cuando Kah’An Khur du Thar saltó directamente por el hueco, aterrizando en el techo del ascensor, y, tras colarse en su interior, comenzó a hacer uso de su increíble fuerza para abrir un agujero en el suelo que les permitiera pasar a través.

- Muy bien, chica, ve ahora tú. ¿Pudiste coger el arma? -inquirió mirando a la encapuchada.

- Creo que el arma es él -replicó ella señalando al tipo.

Bullseye no tuvo tiempo para sentirse ofendido. Estaba acostumbrado a actuar bajo presión, y en aquellos momentos el cerebro se desconectaba y pasaba a actuar en piloto automático. La misión era lo más importante, y la misión era recuperar a aquél tipo, por lo que debía asegurarse de que llegaba sano y salvo. Pero a la vez necesitaba darle a Kah’An el tiempo que necesitaba para franquearles la salida antes de que todo se fuera al cuerno, así que, sin pensar, agarró a Selina por el brazo y la arrojó por el hueco al tiempo que empujaba al hombre que iba a su lado con la otra mano con la intención de hacerle seguir su mismo camino. Después, se volvió hacia los soldados que se acercaban corriendo en su dirección y metió las manos en los bolsillos de su traje para sacar los últimos cristales que le quedaban: doce en total. Tendría que hacerlos contar.

- Muy bien, capullos... -dijo, burlón, haciéndoles un gesto con la mano para que se acercaran-. No os cortéis, dadme tooodo lo que tengáis...

Calculaba que sería capaz de llevarse por delante a la mayoría, incluso estando desarmado, antes de que finalmente consiguieran reducirle, pero lo más probable era que la explosión se los cargara a todos antes. Bueno... morir en una pelea contra decenas de soldados no estaba mal... Aunque fueran simples don nadie sin nombre, y aunque fuera en un país tercermundista con un uniforme anodino que le volvía igual que cualquiera y en una explosión que desintegraría por completo sus restos haciendo imposible reconocerle...

Vale, se había equivocado. Iba a ser una muerte lamentable.