A moment of regrets (Dragoslav Katisch)[10/05/2019]

Encontrar la sala en la que tenían a Drago resultó sencillo. Todo el perímetro de seguridad incluía vigilancia initerrumpida y guardias armados, como hubiera esperado de cualquier otro detenido que resultara peligroso. Las habitaciones de su entorno se mantuvieron vacías mientras fué posible. Nadie que no estuviera autorizado o se tratara del personal del hospital tenía permitido el paso. Mi interacción con él iba a ser relativamente compleja, si conseguía llegar a la habitación. Tuve que esmerarme en identificar los horarios de las enfermeras, su aspecto y también el contenido a su cuadro médico, incluída cualquier medicación o sedación que le hubieran podido aplicar, para asegurarme de que estaría despierto en el tramo en que tratara de visitarlo.

Había decidido hacerlo durante la noche porque me parecía el momento de mayor tranquilidad. Además, había sido Sasha quien me había informado de que lo tenían en ese hospital y que podría recibir visitas. Valoré acercarme a él en calidad de amiga, obviando todo lo que acompañaba el esfuerzo de aproximarlo de otro modo. Al final, mi precaución no me lo permitió. No quería dejar registro alguno que pudiera enlazarme a mí, o a la MKL, con nada relacionado a un nombre que a partir de ahora ocuparía todas las planas de los periódicos. Aún sabiendo que el crimen que se le atribuía había sido cometido por otra persona. Eso no significaba que Drago no fuese culpable. Habría sido imposible. Cédric era uno de los monstruos más retorcidos de los que había tenido la mala fortuna de leer el historial. Hedonista, psicópata, asesino, torturador. No sólo disfrutaba con los tormentos físicos. Además tenía tendencias caníbales y hacía que sus víctimas experimentaran dolor mientras éste se las comía. Cuando Lorenzo me informó sobre el asunto creo que llegué a sentir como mi cuerpo se desconectaba de mi cerebro durante un instante. Como si me negara a procesar lo que mi amigo me estaba diciendo. No era para menos. Los crímenes que había cometido no había número de cadenas perpétuas o penas de muerte con los que compensarlos. Y tenía el pleno convencimiento de que durante el tiempo en que Drago había estado desaparecido, no se había limitado a utilizarlo como un muñeco para su divertimento. Sentía la rabia como un millón de hormigas de fuego mordiendo mi piel, al recordarlo.

Al visualizar de nuevo el modo en que Drago había estado dispuesto a sacrificarse con el único objetivo de dejar escapar a ese hijo de puta desgraciado. El olor a carne quemada volvió a mi paladar, asqueándome. Los ojos se me llenaron de lágrimas cuando contuve la náusea. La mayor de ellas, provocada por la sensación triunfante que había experimentado al disparar.

Mis sentimientos en ese instante eran como cadenas con pesos lastrándome con cada uno de sus grilletes hacia una oscuridad inabarcable, amenazando con hundirme si trataba de cargarlos hasta algún lugar en que pudiera encontrar la luz necesaria para comprenderlos. Esas sensaciones contradictorias me asfixiaban. Eran una fuerza enfrentada que creía, se resolvería un poco al encontrarme de nuevo cara a cara con él.

Haciéndome pasar por una de sus enfermeras, tras comprobar que la habían hecho llamar para una cirugía de urgencia, presenté el pase ficticio a los guardias, que me dejaron pasar tras mirar largo rato hacia mi mano vacía. Me había acostumbrado hasta tal punto a utilizar esos subterfugios que ya ninguna puerta me parecía segura. Cerré con cuidado la puerta sin cerrojo. Las luces estaban bajas, y en un tono cálido. Observé a mi amigo tendido en la cama, con la mirada agotada y perdida en algún lugar que estaba muy lejos de aquella habitación. No fuí capaz de acercarme, hasta pasados unos segundos donde hice todo lo posible por serenarme. Cuando me aproximé a su cama, mis ojos mostraban una sutil humedad que me esforcé por mantener a raya. Le ví apresado tras uno de esos collares que le impedían hacer uso de sus poderes, como si no fuera mas que una bestia a la que hay que mantener bajo un yugo, para que no pueda abusar de su potencial natural. Con un gesto que aún me era ajeno, pero que se convertiría sin duda en un habitual, de ese momento en adelante, me quité el pasamontañas que cubría mi rostro, del que sólo se veían los ojos y los labios, para impedir que el habla se viera afectada en modo alguno. Con el mayor de mis esfuerzos, hice titilar un par de segundos la ilusión que me cubría, para que pudiera percatarse de quién le hablaba bajo esa máscara a através de la cual, ahora, le sería imposible asomarse.

Él había sido la única persona que me obligaba a hacer verdaderos esfuerzos por mantener la entereza, calma y seguridad que podía transmir al resto haciendo uso de mi poder. Con él no había farsas. Me enfadé aún mas conmigo misma, al darme cuenta del alivio que esa circunstancia me reportaba. Ya no disponía de esa ventaja sobre mí. Con suerte, este factor me facilitaría mucho poder enfrentar la situación de la mejor manera posible.

En el pasado, la idea de que él hubiera visto mas allá de mis ilusiones me resultaba aterradora. Ahora, si mis emociones me vencían, él nunca lo sabría.

- He leído tu informe médico. Tu pronóstico para la recuperación es bueno. - cogí el informe colgado en la pestaña de metal del final de la cama, abriéndolo y pasando distraída las páginas, como si ese gesto pudiera refrescarme lo que ya sabía de memoria. Se hizo un silencio entre nosotros durante un instante, porque me sentí incapaz de continuar. Nunca había sentido una necesidad tan atroz de acallar mi propia voz. Una parte inmensa de mi se retorcía en mi interior. Seguía queriendo reflectar el daño que me había hecho. Exigirle que me diera explicaciones. Que se disculpara.

Que me ayudara de algún modo a arreglar ese trozo de mi alma que había desgarrado a pedazos y que ahora que le tenía en frente, creía que continuaba rompiéndose.

Carraspeé, tragándome mis demonios hasta lo más profundo de mí. Como estaba acostumbrada. Como lo hacía siempre.

- Me alegra mucho que hayas vuelto con nosotros, Dragoslav. - dentro de todo mi dolor, excarvé hasta encontrar las verdades que ahora eran más importantes. Las que me habían llevado hasta allí esa noche. Las que de corazón quería compartir con él.

No las que me convertían en una egoísta y miserable, dispuesta a disfrutar de la sensación de haber hecho daño a alguien a quien había llegado a considerar parte de mi familia.

Como los proverbiales tres fantasmas del Cuento de Navidad de Dickens, la tercera visita llegó por la noche, y, como si fuera un espectro real, acudió con el rostro y el aspecto de otra persona, mostrándole fugazmente su apariencia auténtica cuando miró en su dirección. Estaba demasiado nervioso para dormir, así que había sido automático en cuanto escuchó abrirse la puerta. Inicialmente no le dio importancia ninguna, pero en cuanto vio quién era en realidad se tensó sin remedio. Desde que recuperó el control sobre sí mismo había sabido que, tarde o temprano, tendría que enfrentarse a ella, pero si hubiera venido con Sasha se habría sentido más tranquilo. Lo que le había hecho a su antigua alumna mientras estaba bajo el influjo de Cédric había sido terrible, pero nada se comparaba con la inmensidad de lo que le había hecho a Sieglinde. Había retorcido y quebrantado su confianza de la forma más espantosa, y el mero hecho de recordarlo le hacía casi insostenible mantener esa conversación. Tenía que hacerlo, sabía que era lo correcto, pero aquello no restaba un ápice de malestar a la situación, porque era plenamente consciente del dolor que le había provocado, un daño, quizás, irreparable. Mucho se temía que tan irreparable como su amistad. Drago no creía que Sieglinde pudiera volver a mirarle a la cara después de lo que le había hecho, y, francamente, ni siquiera estaba seguro de poder hacerlo él. Su vergüenza y arrepentimiento eran demasiado intensos. Por otra parte, no entendía por qué había tenido que visitarle de noche, cuando el hospital estaba prácticamente desierto, y bajo una identidad falsa. Una parte de él no podía evitar recordar la expresión que había vislumbrado en su rostro cuando le había disparado... De... ¿satisfacción? ¿Venganza? Pero también sabía que, de haber querido matarle, no habría mostrado tanto cuidado al disparar.

Asintió sin decir nada ante la mención de su informe, desviando la mirada hacia la oscuridad que se veía más allá de la ventana, escuchando simplemente el sonido del pasar de las páginas sin que ninguno de los dos se decidiera a romper el silencio. Hasta que finalmente ella habló, y Drago volvió a desviar la mirada, ésta vez hacia la mano que descansaba en su regazo. La otra estaba esposada a la barra de la cama, como un doloroso recordatorio de las circunstancias que les habían llevado hasta allí.

- ¿De verdad? -le cuestionó, alzando por primera vez la mirada para enfrentar la suya, con el dolor asomando claramente a la misma. Volvió a bajarla hacia su regazo-. No hace falta que mientas, sé que lo que hice fue imperdonable. No espero que me perdones. Imagino cuánto debes odiarme y te aseguro que no puede ser ni un tercio de lo que yo me odio. Sé que debo pedirte perdón, pero también sé que nada de lo que diga o haga podrá jamás reparar el daño que te hice. Si te sirve de consuelo, pronto voy a pagar por ello, aunque entenderé si quieres tomarte alguna reparación más personal. Sé que nada de lo que me hagan podrá ser nunca suficiente. Yo... merezco todo lo malo que me ocurra -concluyó, con una sinceridad genuina que le sorprendió incluso a él.

Hasta aquél momento no había sido plenamente consciente de lo mucho que se odiaba a sí mismo. La tensión y el estrés de ser repentinamente lúcido de todo lo que había hecho en el transcurso del último mes mientras había estado bajo el influjo de Cédric, lo que le había hecho él, le habían mantenido bajo una especie de embotamiento emocional que acababa de estallar como una burbuja al chocar contra un muro.

- Incluso Dios me ha castigado -musitó, pasándose la mano libre por el pelo en un gesto repleto de nerviosismo-. Sieglinde... he perdido mis poderes. Dios me los ha arrebatado, y bien sé que es lo que merezco. Merezco mucho más que eso.

Allí estaba. No había sido capaz de decírselo a Matt... Ni a Sasha... Ni siquiera a Elissa. Era como si todo aquél tiempo hubiera estado tratando de asimilarlo. El apoyo de Matt, la compresión de Sasha y el amor de Elissa no habían hecho más que mantenerle en aquella burbuja de autoengaño, pero era como si, al ver a Sieglinde, todo se hubiera desmoronado, dejando pasar, al fin, la verdad.

- Merezco todo lo que me pase -repitió en un susurro, prácticamente sólo para él.

Y las lágrimas que no había vertido cuando había recuperado la conciencia en la mansión X al darse cuenta de lo que había estado a punto de hacer, las que no había vertido cuando Matt le había pedido que le contara la verdad (cosa que no había hecho, no del todo), las que no había vertido cuando Sasha le había regalado su perdón... ni tan siquiera cuando Elissa había correspondido a su amor... Las lágrimas por todo lo que había sucedido, todo lo que había hecho... Todas esas lágrimas que había estado bloqueando, estallaron al fin. Y lo único que pudo hacer fue cubrirse el rostro con la mano.