Las cosas se habían precipitado más de lo que me hubiera gustado, cuando los italianos siguieron mi pista con tanta diligencia. Me avergonzaba admitir que habría infravalorado el impacto de lo que la fase beta del compuesto había conseguido entre los camellos de la zona. No contemplaba que una droga de diseño en fase de pura experimentación levantara tan pronto el interés y ahora, en perspectiva, comprendo que corrí un gran riesgo introduciéndola en las zonas que eran bien conocidas por pertenecer a los gremios de las familias italianas. Debido al caos generado por las múltiples muertes de los cabecillas, asumí que tendrían mejores cosas que hacer que invertir esfuerzos en una amenaza menor, como podía ser un compuesto aún sin nombre circulando por las calles.
Recordaba con claridad haber pasado tres días sin dormir, después de que los matones me acorralaran para asegurarse de que podían acceder a la persona que me facilitaba la droga. Envuelta en la apariencia de una de las camellos apodada
"Velvet" y tras asegurarles de que pondría su interés en oídos de mis superiores, comprendí que acababa de empezar a recorrer un camino sin vuelta atrás, en el que por fuerza debía estar mucho más preparada de lo que había demostrado estar.
No me permitiría ni un sólo error más.
A esas alturas desconocía las implicaciones que iba adquirir para todo el mercado de la droga de la ciudad de Nueva York. Sus adeptos la habían puesto diferentes nombres, pero el que se había ganado un eco dentro de la comunidad era
Kink.
Resultaba apropiado, cuanto menos.
Era tan desagradable para mí como llevarlo a cabo. Un continuo recordatorio de que en ocasiones, el deber, por elevado que sea, pasa por sacrificar todo lo que valoramos.
La reunión se pospuso a causa de la invasión demoníaca, como resultaba lógico. Durante todo aquel periodo, cualquier asunto mundano careció de importancia. Lo único que impidió al mercado colapsar fué las interacciones constantes de unos gobiernos empeñados en sostener las pocas ruinas de lo que se pudiera salvar, si es que algo sobrevivía al fin del mundo. Lo cual me permitió un precioso tiempo en el que cada momento que no ocupaba la MKL, su gestión y la protección de sus gentes, se llenaba con la planificación que necesitaba para comprender, manejar y sobrevivir en los entresijos de un mercado negro salpicado de sangre y dinero sucio.
Antes de marcharme, había articulado el protocolo de seguridad que estaba diseñado para una posible emergencia. Sabía que a partir de ese momento, cualquiera de las misiones en las que estaba inmiscuída podían resultar en desastre y aunque en ese punto no podia permitirme abandonar, ahora que mis esfuerzos comenzaban a dar sus frutos, tampoco podía seguir adelante sin elaborar unos cuantos planes de contingencia que permitieran a la organizacion seguir sin mi, en caso de algun contratiempo grave.
Elaborar el plan resulto mucho menos complicado que llevarlo a cabo. Lo primero era introducirme en las secciones limitadas del aeropuerto Harry Reid como si no fuese mas que un trabajador de mantenimiento. Eso me permitió el acceso a la rampa de los equipajes, donde deposite el maletín ya traspasada la zona de escaneo para que recorriera la cinta hasta la salida. Desde ahí, cubierta por la ilusión de un tripulante de cabina, llegue a la zona de recepcion del vuelo programado y aguardé a la llegada del avión. Ayudé a abrir la escotilla de entrada y espere que la tripulación dejara salir a los viajeros. Fuí tan rápida mezclándome entre ellos como en cambiar la apariencia de mi cuerpo y mi atuendo. Resguardada entre el bulto de personas agotadas que pusieron dirección a la linea de recogida de equipajes, donde
"Corduroy", uno de mis confiables guardaespaldas tenía la obligacion de localizar el equipaje conformado por una maleta pequeña y un maletin ejecutivo, salí de entre la marabunta sintiendo que mi corazón se aceleraba, y mi cuerpo entero se acostumbraba al esfuerzo que suponía adaptarse a la posicion encorvada que necesitaba para aparentar ser de un tamaño menor. Había creado un perfil para esa misión que en nada se asimilaba a ninguno que hubiera utilizado en el pasado. Todas mis elecciones se habían justificado en base a encajar de la manera mas adecuada a las condiciones peligrosas y hostiles del entorno. Algunas de ellas podían suponer in riesgo añadido, pero los beneficios superaban con mucho los posibles contratiempos que habia valorado.
En la salida me esperaba ya
"Asthracan", el segundo escolta que me acompañaría hasta el mismo momento en que, de cara a la galería, abandonara territorio americano. No me detuve a su lado. No fué necesario. Con andares seguros, adueñándome con cada paso de aquel aeropuerto, me dirigí a la salida acordada donde, según las condiciones, me esperaría el personal que me acompañaría hasta el hotel. Pedí que se alquilara un coche de cristales tintados, que debía esperarme en la puerta de la Terminal 3, cosa que se llevó a cabo con la diligencia perfecta que suelen tener quienes se mueven en la clandestinidad.
No tuve tiempo para mirar el reloj de muñeca con el que habría fingido impaciencia, puesto que al salir, un hombre que había tenido la desgracia de conocer y que habría reconocido en cualquier parte por mucho que se esmerara en mantener el perfil bajo nos esperaba, con aquella pizarra blanca en la que se leía con claridad meridiana la palabra "Wool".
Avancé hacia él sin dudar, esperando despertar al menos una mínima sorpresa en su expresión. Estaba convencida de que mi elección me proporcionaría el shock que necesitaba provocar, para hacerme sobresalir en ese sector gobernado por hombres. No sólo eso. Pocos habrían visto venir que se encontrarían con una mujer de avanzada edad. Me detuve frente a él, y recolqué de nuevo las gafas de sol sobre el arco de mi nariz sujetándolas por el lateral con un delicado gesto de la mano, con una sonrisa enigmática enmarcada por pintalabios oscuro en mi rostro ficticio.
- Concédale las llaves, si es tan amable, querido. - le pedí, modulando la voz en un registro irreconocible, con un temple cálido y sinuoso, al tiempo que Asthracan se adelantaba, tendiendo una mano enguantada en cuero hacia Bullseye, mientras Corduroy introducía el equipaje en el maletero.
Ese hombre impredecible sólo dejaba de serlo cuando se le colocaba el bozal adecuado, y lo único que me reportaba una mínima tranquilidad es que era el mismísimo encantador de perros el que se encontraba al otro lado.
Aún con todo, tuve que tragarme el miedo visceral que me estaba haciendo temblar las manos, parapetada tras la máscara de mi Alter Ego. Nada me distanciaba de aquel ser espantoso, capaz de matarme con un botón. Esta vez, no tenía sensores, ni collares que aseguraran mi supervivencia. Aquello me hizo esmerarme aún mas todavía en la fantasía que me veía obligada a mantener. Mi supervivencia dependía de ello.
Aguardé a que me abriera la manija de la puerta, permitiéndome el paso en el amplio interior forrado en cuero negro, donde me aposenté en el asiento del centro. Cuando intentó cerrar detuve el avance de la puerta en seco con mi mano.
- No, no. Siéntese aquí. - añadí, retomando la vertical en mi asiendo, mientras daba suaves toquecitos en el asiento con la mano.
- A mi derecha. - conteniendo las náuseas, le dediqué una sonrisa encantadora.
El coche circuló a través de la rampa de salida del aeropuerto hacia el hotel, donde me esperaba una de las mayores charadas de toda mi vida. Sólo comparable a la que mantenía en pie desde los 19 años. A mi izquierda, Asthracan. A mi derecha, Bullseye.
Lo que más me preocupaba era continuar siendo igual de convincente para los que, minutos después, ocuparían un lugar frente a mí.