A kind of magic (Promethea) [23-01-2019]

La reunión en el santuario del doctor Extraño concluyó con la formación de un cónclave compuesto por algunos de los seres mágicos más poderosos (el doctor Fate, versiones diferentes de la diosa Promethea y el propio Extraño) para resguardar y mantener el equilibrio de la magia. De haber permanecido aún vivo, seguramente su otro yo habría querido formar también parte del mismo, pues su álter ego había evolucionado hasta convertirse en eso mismo, un guardián neutral de la balanza y el equilibrio. Pero no él, a él todo aquello le quedaba grande, aunque sin lugar a dudas la reunión le había reportado provechosas e interesantes experiencias, como había sido tener la oportunidad de forjar una alianza con el doctor Extraño... y conocer a Promethea.

Desde el momento en que apareció había quedado fascinado con ella. No sólo era magia pura, con la misma esencia que la que él utilizaba para sus conjuros, sino que algo en su forma de ser y su personalidad le recordaba poderosamente a Chian. Era alegre, llena de vitalidad y frescura, la clase de mujer que es capaz de conseguir que cada día sea diferente y repleto de ilusión. La clase de mujer que podía conseguir que te enamoraras perdidamente de ella.

La reunión había terminado y el hechicero atlante vacilaba entre marcharse y permanecer un poco más para tener la ocasión de intercambiar unas palabras con ella. Sabía que no debía haberle causado ni tan siquiera la mitad de la impresión que ella había causado en él. Diablos, lo más probable era que ni siquiera hubiera reparado en su presencia. Después de todo la había visto flirteando con Constantine, y su actitud general juguetona desmentía que su "descuido" inicial cuando se había sentado encima de él hubiese sido otra cosa más que eso, un juego.

Arión era profundamente espiritual y romántico. Aunque podía llegar a ser increíblemente apasionado, el sexo para él sólo tenía sentido cuando venía acompañado de un amor puro y pleno. El placer por el placer era algo que nunca le había interesado, pues consideraba que no estaba a la altura de otras metas más superiores. Promethea era una Diosa, y como tal, era bastante improbable que pudiera llegar a fijarse en él alguna vez. Así pues... ¿realmente le merecía la pena esperar para conocerla sabiendo que lo más probable era que acabara enamorándose de ella? Quizá sería preferible marcharse y evitarse el sufrimiento de saber que ella jamás le miraría a él de la misma manera.

Estaba todavía decidiendo qué hacer cuando la Diosa terminó de hablar con Extraño y se dirigió hacia donde se encontraba él. Su mirada se topó con la suya provocando que el mago la apartara de inmediato, ruborizándose de nuevo.

- Eh... ah... Me preguntaba... si querríais... si podríamos ir a algún lugar donde poder charlar y... conocernos mejor -al darse cuenta de cómo había sonado se ruborizó todavía más, si es que eso era posible-. No... no me refería a... Quiero decir... Sois una Diosa de la magia... y me interesa... me gustaría saber más. Tengo razones para sospechar que vuestra esencia es la misma de la que se alimenta mi poder  -al adentrarse en el terreno que conocía su tono fue volviéndose más seguro, evidenciando la pasión que sentía por el arte que practicaba-. ¿Sabéis algo de cómo funciona la magia atlante? Me encantaría... me encantaría explicároslo, si me concedéis esa gracia-finalizó agachando la cabeza en señal de respeto y humildad.

Se apresuró a recogerla entre sus brazos cuando se dejó caer, lánguida y sensual como la diosa que era, disfrutando de su belleza y de la privilegiada vista que obtenía desde su posición; la línea perfecta de su mejilla, sus carnosos labios, la estilizada silueta de su cuello, la elegancia de la clavícula, la exquisita curva entre sus senos que se insinuaba bajo el escote de aquél vestidito de corte griego... ¡Por los siete dioses, era magnífica! 

Por supuesto, se ruborizó al darse cuenta del modo en que se había perdido en su figura. ¿Había sido demasiado descarado? ¿Se habría dado cuenta ella?

Por supuesto que se ha dado cuenta -exclamó exasperado su otro yo en el interior de su mente-. ¿Acaso crees que esa manera de dejarse caer ha sido casual? Es consciente de su belleza y disfruta dejando en evidencia a los hombres ingenuos como tú.

A menudo la inocencia de su contrapartida más joven le sacaba de quicio. ¡Por el Oráculo! Costaba imaginar que se trataba de él mismo, que realmente había existido una época en la que había sido tan estúpido.

Como si quisiera subrayar sus afirmaciones, la diosa se echó a reír y se apartó, disfrutando del rubor del mago.

Creo que le gustas -continuó en su mente su otro yo-. Deberías aprovecharte de ello. No creo que te costara mucho llevártela a la cama.

¡Por Choloh y Caculha, contén tu descarada lengua! -le respondió enojado, tratando de cortar el vínculo telepático existente entre ambos.

Vamos... has visto cómo flirteaba con todos en esa sala. Eres hermoso, Ahri'ahn... Si quisieras podrías conseguirla sin mucho esfuerzo.

Tal vez... pero no es eso lo que deseo.

Y, tras éstas palabras, bloqueó las emisiones telepáticas procedentes de la piedra. No volvería a molestarle mientras se encontrara en la preciada compañía de Promethea.

- ¿Un batido? -sonrió, encantado, y su sonrisa confirió mayor brillo a su mirada-. ¡Claro! Son esos brebajes hechos con leche que son tan cremosos, ¿verdad? Sí, la última vez que estuve en Nueva York un amigo me enseñó un local donde los hacen muy buenos y está cerca de aquí, en Manhattan. Hum... -frunció levemente el ceño, contrariado-. El problema es que me encontraba meditando en mi ciudadela de la Atlántida cuando fui convocado y no llevo dinero.

Promethea habría podido decir que no le hacía falta jurarlo. El traje que llevaba el mago era tan ajustado que saltaba a la vista que no llevaba bolsillos de ningún tipo. Y había otras cosas que saltaban a la vista, claro... Sin lugar a dudas el atractivo del joven atlante no se quedaba únicamente en su abundante y espeso cabello castaño, o en sus profundos ojos verdes como esmeraldas, sino que además tenía un cuerpo esbelto y perfectamente bien definido. No se trataba de un modelito precisamente discreto, aunque bueno, los neoyorquinos debían estar acostumbrados a la presencia de tipos con capa, y de todos modos ella tampoco era la más indicada para hablar de discreción, con todas esas estrellitas siguiéndola allá donde fuera.

- Te ruego que me disculpes -dijo en tono avergonzado, interrumpiendo las cavilaciones de Promethea-. En la Atlántida no me hace falta el dinero, y cuando estoy en la superficie es mi asistente Trykhun el que se ocupa de gestionar mi fortuna, así que no suelo prestar mucha atención a ese tipo de cosas. ¿Llevas tú algo encima? Realmente me encantaría llevarte a ese sitio. Nueva York es una ciudad impresionante. Si no, podría llamar al amigo del que te hablé. Su torre no se encuentra lejos y estoy seguro de que no le importará prestarme algunas monedas.

El entusiasmo de la diosa era contagioso. Aún estaba recuperándose del tono con el que había mencionado la palabra "sabores" cuando, sin darle opción a réplica, le tomó de la mano y le arrastró literalmente fuera del Santuario. No pudo evitar recordar a Chian; ella también había tenido aquél ímpetu fogoso y salvaje del que él adolecía, y el ver su rostro iluminado cuando finalmente entraron en la heladería le hizo sentir, por primera vez en décadas, feliz e ilusionado por algo. La conocía de hacía apenas unas horas y ya deseaba pasar el mayor tiempo posible a su lado.

No esperaba que una diosa pudiera desear iniciar algo serio con un simple mago (sencillamente pertenecían a ligas diferentes), pero tampoco le era necesario. Le bastaba con ver su maravillosa sonrisa y mantener aquella luz en su vida.

Era curioso encontrar un local como el Cold Stone en pleno Manhattan; rodeado de algunos de los más impresionantes rascacielos del mundo, era atravesar sus puertas y todos aquellos símbolos de la modernidad y el futuro quedaban atrás mientras te sentías transportado en el tiempo hasta los años cincuenta. Incluso Arión, que no había vivido esa época, pudo notar la primera vez el cambio radical de atmósfera, y su amigo Tony se había preocupado por explicarle un poco de la historia americana para situarle aquel ambiente en su contexto. No había ni que decir que en aquél momento lo agradeció mucho al ver lo feliz que parecía su acompañante.

La vio sentarse junto a una ventana, ilusionada como una niña, y no pudo evitar sonreír a su vez mientras la miraba extasiado.

- Calma, calma -le dijo riendo-. Aquí tienes la carta. Ésta es una de las mejores cadenas de helados y batidos que hay en todo Nueva York. Mira -le señaló el expositor donde se encontraban los helados-. Se llama Cold Stone porque, una vez has decidido el sabor que deseas, te amasan el helado escogido sobre una piedra helada, consiguiendo una textura particularmente cremosa. Y después, tienes cientos de toppings para añadirle -especificó señalando una extensa vitrina donde había todo tipo de apetecibles combinaciones.

- Y aquí -dijo pasando las hojas de la carta-, está la sección de los batidos. Los que he probado estaban todos deliciosos, con la espuma justa y en su punto de dulzura, pero me gustó especialmente éste de aquí. Tiene leche y unos curiosos dulces que según me explicó mi amigo se llaman "galletas", y éstas en concreto, las llamadas "Oreo" están particularmente ricas. Mira, me lo pediré yo y así puedes probarlo si quieres. Mmmm... ¿dijiste fresa y banana? -esbozó una enigmática sonrisa-. Déjame intentar algo. Mientras escoges el batido que te gustaría probar, yo iré a la barra y te pediré un helado a mi elección, pero tendrás que confiar en mí... ¿estás dispuesta?

Siendo como era que hasta hacía unos meses aquellos sutiles placeres habían sido totalmente desconocidos para él, podía entender el entusiasmo de la diosa, y deseaba compartir con ella la sorpresa y el deleite que había supuesto para él descubrirlo.

Fue hacia la barra y escogió el helado de fresa añadiéndole después pedazos desmenuzados de tarta de galleta crujiente, fresas naturales, pequeños medallones de chocolate blanco y rodajas de plátano, regándolo todo después con sirope de fresa. Al cabo de un poco volvió y dejó ante Promethea la canastilla de helado artesanal y el batido de leche y oreos ante él. Se sentó y aguardó, expectante, a que la diosa probara el helado.

Arión la observó mientras se lanzaba a devorar el helado con fruición. La diosa exudaba vida y luminosidad por todos sus poros. Para alguien como él, tan tendente a la nostalgia y la melancolía, resultaba revitalizante e inspirador.

Tomó la cucharilla que ella le ofrecía y se amparó en la contemplación del helado para ocultar el sonrojo que sus gentiles palabras habían provocado en él.

- En realidad, mi verdadero nombre es Ahri'ahn -musitó, azorado-. Arión es sólo la manera en la que me llaman los humanos, ya que mi nombre original les resulta, por lo general, demasiado engorroso y difícil de pronunciar...

La alusión a su gusto por la comida le hizo sonreír.

- Tiene gracia que lo menciones, milady... ya que antaño se me achacaba justamente lo contrario -comentó, al tiempo que se llevaba una pequeña porción de aquél cielo sonrosado a los labios-. Durante siglos he vivido obsesionado con alcanzar la superación en mis estudios. Vivía sólo para entrenar y perfeccionar mi magia, olvidando con frecuencia los aspectos más... "mundanos" de la vida. A menudo me olvidaba de necesidades tan básicas como comer o dormir. Mi amada esposa era la única capaz de hacerme regresar de nuevo a la tierra, a las cosas... que de verdad son importantes, como el amor...

La mirada soñadora del mago no se apartaba de la canastilla de helado. Parecía haberse olvidado de dónde y con quién se encontraba, la mente perdida en quién sabe qué tiempo y lugar...

- Es curioso -comentó, volviendo a alzar de nuevo su mirada esmeralda para fijarla en los blancos pozos de sabiduría de la diosa-. Toda la vida obsesionado por alcanzar metas superiores y no me daba cuenta de que ya tenía todo cuanto podía desear... El amor de mi esposa.

Dejó la cucharilla en la mesa, repentinamente desganado.

- Tras su muerte supongo que me aislé aún más. De hecho, llegué a éste mundo en marzo del año pasado, y una de las primeras cosas que hice fue recluirme en un monasterio en Japón para meditar y perfeccionar mis poderes. Mis primeros amigos los hice en junio, y fue una cuestión de pura casualidad.

Sonrió al recordar la manera fortuita en la que había conocido a Tony Stark y a Razor, los cuales se habían convertido, junto con Hellboy, en los únicos amigos que mantenía en la actualidad.

- Fue uno de esos amigos el que me ayudó a adaptarme a éste nuevo mundo. Junto con el otro, me enseñaron Nueva York y ésta heladería, entre otras increíbles maravillas -completó, dedicándole a la diosa una preciosa y resplandeciente sonrisa.

Había habido otros, por supuesto. Al fin y al cabo llevaba cerca de un año en aquél mundo, pero la relación con sus compañeros de la Liga y con su rey era más profesional que verdaderamente cercana. Con Arthur no lograba congeniar como lo había hecho en su día con el rey D'Tilluh. Con demasiada frencuencia se le antojaba presuntuoso, impulsivo, carente de juicio y arrogante. Zatanna le caía bien, pero el carácter de la hechicera era demasiado similar al suyo, hasta el punto de volverse tedioso, precisamente por la facilidad que tenía el atlante para la ensimismación y la abstracción. También estaba la curiosa entidad semidemoníaca que había conocido en Chicago, y aquella chica misteriosa de la isla de San Borondón, la de los poderes de hielo... Le resultó curioso acordarse en aquél momento; ¿qué habría sido de ella?

Había intentado también tener un aprendiz, pero no había conducido a ningún sitio. Por desgracia, Cane había resultado ser demasiado indisciplinado y caótico como para llevar un orden en sus enseñanzas y había optado por marcharse. No había vuelto a saber nada de él.

Mientras él hablaba, Promethea había terminado con los postres y él, al darse cuenta, sonrió y le ofreció su mano.

- Puedo enseñarte ahora alguna de esas maravillas mientras te pongo al día... ¿Qué te gustaría saber exactamente de mí?

OOC:

Empezaba a pensar que la diosa disfrutaba con su sonrojo, aunque a decir verdad no tenía claro si lo estaba diciendo con ese sentido o si se refería únicamente al helado, pero aún así notó que se ponía tenso ante su escrutinio y empezaba a tartamudear, como siempre que se encontraba en una situación similar.

- Ahá... Yo... Eh... Supongo que lo es. Más bonito, quiero decir, no que se derrita... en... ah...

Sin poder evitarlo su mirada se encontró con los apetitosos y sensuales labios de la diosa y se puso aún más nervioso, de modo que la apartó, azorado.

Cuando el tema retomó a los amores perdidos volvió a tranquilizarse. Le ayudaba pensar en su mujer, y saber que ella había pasado por una experiencia similar hacía que la conexión que existía entre ambos se volviera más fuerte, puesto que podía entender cómo se sentía.

- Adelante, pues -dijo cuando ella aceptó su mano.

Al tomarla, ambos desaparecieron en un estallido de luz para reaparecer en mitad del tráfico y el bullicio de Times Square, con sus enormes edificios y sus pantallas gigantes repletas de propaganda.


- Supongo que, cuando vienes a Nueva York por primera vez, éste es el lugar más impresionante, especialmente para los que procedemos de una época diferente -explicó señalando a su alrededor-. Una de las cosas que más me han llamado la atención del siglo XXI es el apabullante consumismo que impregna todo. Las grandes marcas y empresas bombardean continuamente a los ciudadanos con mensajes para convencerles de comprar cosas que realmente no necesitan y...

- ¡Hey! ¡Hola! ¿Podemos hacernos una foto con vosotros? -inquirieron de repente unos turistas orientales a su espalda. Se volvieron y la mujer se puso entre ambos mientras su marido hacía la foto-. ¡Gracias! -exclamaron después, depositando un arrugado billete de cincó dolares entre los dedos del confundido mago, que tenía todo el aspecto de no entender lo que acababa de pasar. Acto seguido los dos orientales se dirigieron hacia otra pareja disfrazada (Spiderman y Catwoman) y repitieron el procedimiento de las fotos.


- Hummm... pues ya tenemos cinco dólares para... lo que sea que se pueda hacer con cinco dólares -dijo el mago observando el billete que había aparecido como por arte de magia en sus manos-. Supongo que lo que acaba de suceder es una buena muestra de lo que digo: personas que pagan a otras personas sólo por hacerse fotos con ellos... Y el mayor representante de dicho consumismo son los llamados "Centros Comerciales". Hay uno aquí al lado.

El mago la condujo paseando por Broadway, con sus gigantescos y coloridos carteles y su infinita cantidad de puestos ambulantes de perritos calientes (los cuales se amontonaban en línea uno detrás de otro durante la práctica totalidad de la avenida) hasta llegar a un centro comercial enorme llamado Macy's, con, nada más y nada menos que nueve plantas.

Una simpática y sonriente señorita les saludó en la entrada extendiéndoles un mapa.

- ¡Hola! ¡Bienvenidos a Macy's! ¿Queréis un plano para no perderos por el edificio? ¡Si vais al Visitor Centre os harán entrega de una tarjeta de descuento del 10% para turistas!

- Humm... -miró a Promethea, confundido-. ¿Quieres entrar o prefieres seguir con el paseo?