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Omega Universe - Foro de Rol de Marvel y DC
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Mensajes : 1464 Fecha de inscripción : 09/07/2014 Localización : Academia de Jóvenes Mutantes Empleo /Ocio : Profesor de música Humor : Sombrío
Ficha de Personaje Alias: Eclipse Nombre real: Dragoslav Katich Universo: Marvel
Tema: El Ocaso del Sol (Matt Murdock)[01-04-2018] 7th Mayo 2021, 01:58
Una fila de ostentosos coches se dirigía por la carretera que atravesaba Brooklyn en dirección a Coney Island. El parque de atracciones había sido decorado para la ocasión con gran lujo y pomposidad; grandes farolillos de papel rosado adornaban los puestos, las atracciones y todo el perímetro del parque, creando un efecto mágico bajo la temprana luz del atardecer. Una vez hubiera anochecido del todo, se encenderían las luces para completar el efecto, llenando los alrededores del Luna Park de vida y color.
Una alfombra de color rojo se extendía en la entrada principal del parque, que daba a una larga acera repleta de restaurantes junto a la boca del metro. En el extremo opuesto se encontraba la playa, tranquila y plácida a esas horas. Los ilustres invitados, compuestos por la élite más granada de Nueva York, pasaban sobre la alfombra roja luciendo sus mejores galas y posaban ante los destellos de las cámaras de los fotógrafos mientras el mutante conocido como Eclipse observaba todo junto al escenario que habían dispuesto en el terreno despejado que había frente a la Wonder Wheel.
Aborrecía aquellos ambientes, y si no fuera porque toda aquella parafernalia obedecía a una buena causa, jamás habrían conseguido convencerle para participar en la celebración. Se trataba de una gala benéfica a favor de los discapacitados, y el profesor Xavier, preocupado porque el mutante no tenía prácticamente vida social y apenas salía de la escuela, le había convencido de participar bajo la excusa de que le vendría bien cambiar de aires e implicarse en algún proyecto social, especialmente uno que le quedaba tan cercano. Gracias al cielo los músicos no suscitaban el mismo interés por parte de la prensa, lo cual estaba ayudando a hacerle pasar inadvertido, o al menos, no con tanto revuelo como podria haber ido, aunque Drago podía notar que algunas personas se le quedaban mirando más tiempo del debido para después ponerse a cuchichear con las que tenían al lado.
- Sabes lo que están diciendo, ¿verdad? -susurró una sombra desprendiéndose de los contornos de la montaña rusa.
- ¿Qué está haciendo aquí un maldito mutante? -le susurró otra, desenroscándose de los raíles y extendiéndose hasta llegar junto a su oído.
Porque Eclipse, de los X-Men, no usaba máscara, y desde la Colisión había sido algo así como el Portavoz del equipo a la hora de relacionarse con otros grupos de superhéroes desconocidos y organizaciones, por insistencia del Profesor, que parecía mostrar en él una fe que ni él mismo comprendía.
- Dejadme en paz -masculló, subiéndose las solapas de la gabardina larga que llevaba por instinto, aunque sabía que no afectaría en nada a la ilusión que llevaba. Habría podido modificarla por completo, pero no le apetecía tener que darle explicaciones a Dianne, ni a los organizadores del evento cuando le tocara el turno de actuar.
El escenario se encontraba junto a una pérgola blanca decorada con versiones más pequeñas de los mismos farolillos de papel, que colgaban sobre una amplia pista de baile circular rodeada por una valla baja con entradas por tres lados. Por el momento estaba ocupado por un cuarteto de cuerda que tocaban el canon de Pachelbel para acompañar la entrada de invitados, que iban siendo recibidos por uniformados camareros portando bandejas cargadas de resplandecientes copas de champán y canapés fríos.
Más allá, más cerca de la entrada que daba a la playa, había una inmensa carpa abierta bajo la cual se apreciaban las mesas y las sillas formalmente dispuestas para la cena. Eclipse las había contado, y calculaba que esa noche se reunirían cerca de 300 invitados.
Distinguió por fin a su joven acompañante entre la multitud y se acercó para ofrecerle el refresco que había ido a buscarle. Cuando el profesor le informó del evento, pensó en preguntarle si deseaba ir con él. Al fin y al cabo, compartían una causa común, además de ser su alumna más aventajada. Aquella noche tocarían el trío in E-flat de Schubert junto con un joven violinista ciego que se había ofrecido a acompañarles, además de varias otras piezas para chelo y piano. La muchacha había escogido un elegante vestido de gasa para la ocasión, y aunque él no solía darle importancia a aquella clase de cosas, tenía que admitir que estaba deslumbrante. A Drago no le había hecho falta complicarse, le había bastado con una simple ilusión. Pero debajo de aquél supuesto esmoquin no llevaba más que sus habituales pantalones holgados, una camiseta sencilla, una vieja gabardina y zapatos cómodos.
- Ya estoy de vuelta -se anunció para no sobresaltarla, alargando el refresco hacia su mano para que pudiera cogerlo-. ¿Qué tal va todo? ¿Nerviosa?
Su alumna se ajustó las gafas de sol bajo la luz de las atracciones que los rodeaban. En la Mansión no las solía llevar, pero aquel día había preferido tener el rostro tan cubierto como pudiera. No porque hubiera intentado maquillarse sola (gracias al cielo pudo pedir ayuda para arreglarse a Kitty), si no porque quería evitar ser reconocida fácilmente, al menos tanto como pudiera. Aceptando el refresco que le ofrecía le dio un trago de forma un tanto apresurada; tenía la garganta seca.
-No, en absoluto -mintió-. Aunque hay mucha gente, me cuesta orientarme con tanto ruido.
Como en respuesta a una plegaria no expresada en voz alta, el silencio comenzó a extenderse entre los invitados a medida que todas las miradas se dirigían hacia el escenario. Parecía que alguien iba a decir algo...
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Última edición por Eclipse el 22nd Mayo 2021, 01:47, editado 2 veces
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Tema: Re: El Ocaso del Sol (Matt Murdock)[01-04-2018] 7th Mayo 2021, 22:16
A Matt Murdock le encantaba el Luna Park. No es que lo pregonase a los cuatro vientos, de hecho, un alto porcentaje de la gente que presumía conocerlo bien (y eso ya descartaba a un buen número de personas) desconocían aquella filia particular del abogado de Hell´s Kitchen. Conforme iba avanzando se impregnaba de aquel ciclón sensorial diseñado para el disfrute de toda la familia: El olor a palomitas, perritos calientes y algodón de azúcar; el estático tintineo eléctrico de los cientos de neones y bombillas; las risas y chillidos nerviosos de los niños y las parejas, el traqueteo de las atracciones… Y pese a lo mucho que le gustaba, eran pocas las ocasiones en que se dejaba caer por el lugar. Era cierto que, una vez o dos, había acompañado a alguna cita al lugar, al fin y al cabo eso era lo que hacían las parejas ¿No? Era lo más normal del mundo. Quedar a la caída del sol, cuando todos han terminado su jornada, llegar un par de minutos antes para esperar con el corazón acelerado a que aparezca esa persona que, por el momento, parece que va a ser el amor de tu vida, la madre de tus hijos, la persona con la que envejecer. Eso te dice el cenagal de hormonas en que se baña tu cerebro al inicio de una relación, y más aún cuando eres joven. Luego ella aparece, tal vez jadeando un poco, excusándose porque “menudo día he tenido hoy, espero que no lleves mucho esperando”. Y tú sonríes, claro, y dices que acabas de llegar aunque en realidad ya te haya dado tiempo a escuchar cinco veces el hilo musical del parque y tengas una lista completa de sugerencias para los feriantes sobre cambios en el repertorio. Y, se supone, acaba de llegar del trabajo, pero puedes intuir que ese estilo tan “arregladamente desarreglado” no ha podido ser fruto de cinco minutos ante el espejo. Te sorprendes de cómo las mujeres son capaces de estar tan guapas en ropa de sport, con unos pitillos con dobladillo y unas deportivas, cuando tú te has puesto lo que se entiende como “ropa de feria” y pareces un auténtico mamarracho. Matt, desde luego, eso no podía verlo y, aún así, siempre podía distinguir cuándo una mujer se había arreglado para quedar con él. Siempre le había parecido cómico, al oler el maquillaje, al sentir la leve huella térmica de las planchas y secadores de pelo, que una mujer se arreglase tanto para quedar con un ciego. No había que llevarse a engaño, una mujer en el fondo, se arregla para sí misma. Lo mismo ocurría con los hombres, al fin y al cabo, todo el mundo tiene derecho a sentirse guapo. La única diferencia, es que a ellas les salía bien. Con todo, el asunto se tornaba un poco más sospechoso cuando uno también tiene trato diario con la cita en cuestión. Así había ocurrido con Karen, a quien había conocido como secretaria de Nelson&Murdock mucho antes que como pareja.
Él podía intuirlo, podía percibir perfectamente las sutiles diferencias entre la “Karen de diario” y la “Karen de cita”, y eso le gustaba. Efectivamente, las personas se arreglan para sí mismas, pero en el caso hipotético de que ella lo hiciese por Matt, que gastase minutos de su tiempo en arreglarse para un ciego, la hacía echarla mucho más de menos. Mucho más…
Matt no recordaba si había ido alguna vez con Karen a Conney Island y, lo que sabía seguro, es que nunca le había contado que sentía una debilidad especial por aquel lugar. Hoy deseaba habérselo contado, deseaba que lo hubiese sabido, deseaba haber charlado con ella sobre tantísimas cosas…, haber compartido mucho más con ella… Pero eso ya no iba a ser posible. Había demasiada gente en la vida de Matt Murdock con la que ya no tendría oportunidad de compartir nada, gente como Karen, gente como su padre.
Jack Murdock, “el Batallador” para los amigos (y para los que no lo eran tanto también, qué demonios). Él era la razón por la que le gustaba tanto Conney Island. Él y sólo él era origen de todos los recuerdos felices de su infancia. No hubo muchos momentos así pero, maldición, los que había eran cosa de Jack “el batallador” Murdock cuyo apodo, a juicio de Matt, le venía más que al pelo. Pues eso había hecho toda su vida, batallar para sacar adelante a su hijo, algo que no era ni mucho menos fácil en un lugar como la Cocina del Infierno. Los Murdock vivían prácticamente al día y, mientras Matt conservó la vista, jamás habían tenido dinero para pasar un día de diversión en Conney Island. Cuando Matt perdió la visión pensó que ya no tenía ningún objeto ir allí. Al fin y al cabo: ¿Qué diversión podía encontrar en un parque de atracciones un niño que no puede disfrutar de los colores, de las luces… que no puede ver como las vías de la montaña rusa desaparecen bajo el vagón mientras se precipita al vacío seguro? Pero Jack Murdock era un hombre inteligente, aunque él se empeñase en calificarse como un estúpido. Puede que no supiera deletrear del todo bien su propio nombre, pero el batallador sabía mucho sobre lo importante y entendía aún más de lo que sabía. Si había algo sobre lo que Jack era un experto, era en entender el corazón de su hijo. Por eso, pese a la negativa de un ingrato Matt, que se auto compadecía por haber perdido la vista y ciego (valga la redundancia) a todo lo que conservaba, Jack reunió dinero suficiente para comprar un abono diario para el Luna Park. Matt había hecho una perreta y se había sentado en el sofá de brazos cruzados: “Soy muy mayor para eso”, dijo sin sentirlo en realidad. Pero Jack Murdock sabía que se podía ser viejo para muchas cosas, pero no para pasarlo bien con tu padre. Así que lo cogió en volandas (no cabía duda de queel boxeador era un hombre fuerte) y lo sentó en el autobús por mucho que protestase.
Matt jamás olvidaría el día que pasaron: el traqueteo de las atracciones, el sonido de esos enormes tornillos que sólo Dios sabe cómo se podían mantener en su sitio, la adrenalina, el viento en la cara. Y, sobre todas las cosas, la risa de su padre en aquél día que era sólo para ellos. Cuánto se habría arrepentido si se hubiese salido con la suya, Jack Murdock hubiese decido a la enconada auto compasión ceniza de su hijo. Pero su padre no se rendía y Matt pensaba que, incluso si recuperase la vista, cerraría los ojos con fuerza cada vez que fuese a Conney Island sólo para recordar la sensación que había sentido aquel día con el hombre que se lo había dado todo.
Ojalá se lo hubiera contado a Karen, merecía saberlo. Ojalá pudiese decirle al viejo Jack cuanto le quería todos los días de su vida.
- ¿De verdad que no quieres un poco?- dijo una voz familiar a la izquierda de Matt- Esto está de muerte.
Matt pudo percibir como la enorme bola de algodón de azúcar se iba disolviendo hasta convertirse en caramelo líquido al contacto con la saliva de Foggy. De él había sido la idea de ir a aquél evento, aunque la invitación le hubiese llegado a Matt. Realmente no tenía ganas de asistir, y menos cuando al tocar el papel pudo leer la inscripción en braille que ponía: “Matthew Murdock más acompañante”. Últimamente no tenía demasiadas ganas de ir a ningún sitio, y menos a sitios a dónde le invitaban “más acompañante”. Desde la muerte de Karen no había salido de casa más que para ir al despacho, a los juzgados y a dejarse los nudillos contra lo peorcito de Nueva York. Foggy sabía eso, como también sabía que necesitaba volver a recuperar su vida. Su socio era de los pocos que conocían la anécdota del parque y también de los pocos que tenían la intuición suficiente como para percibir cuánto necesitaba huir de su ciclo de autocompasión y violencia. Ese era Foggy Nelson, siempre optimista, siempre animando a los demás. Karen también era importante para él, también era su amiga, también la había amado y, sin embargo, él encontraba los arrestos para seguir con su vida sin la necesidad de ponerse unas mallas de colores y pagar su frustración con la escoria neoyorquina. Sí, Murdock lo sabía. En las cosas realmente importantes, Foggy era mucho más fuerte que él.
- Sabes que nos van a dar de cenar en la fiesta ¿No?- respondió Matt.
- ¿Algo mejor que el algodón de azúcar de Connie Island? Lo dudo.
- Nah- bufó Matt con una media sonrisa- te dejo que compres todos los boletos en la lotería de la diabetes.
- Pues mejor para mí- continuó Foggy dando otro gran tirón a la golosina- Así nos invitarán a las fiestas de los diabéticos, además de las de los ciegos.
- No es una fiesta “de ciegos”- se rió Matt. Eso era lo que más le gustaba de Foggy, que no lo tratase como si fuese de cristal, que no midiese sus palabras para no ofenderlo, incluso antes de saber que era Daredevil. Que no lo tratase como un…- es una fiesta a favor de toda clase de discapacitados.
- ¿Y te han mandado a ti una invitación?- dijo Nelson mientras daba los últimos chupetazos a su manjar de feria- En ese caso me la tendrían que haber mandado a mí. Que yo sepa yo no soy capaz de…. Oh Dios…
- ¿Qué pasa?- preguntó Matt alarmado.
- A tus siete tío…
- Foggy, hace más de veinte años que no veo un puñetero reloj ¿Te crees que sé cuáles son “mis siete”?
- No me hagas la del ciego ahora, que nos conocemos. Además, no hablo radar. Ya me pondré mañana “La Caza del Octubre Rojo”.
- ¿Vas a decirme qué pasa?
- Pasa, amigo mío, que tenemos prácticamente en frente un puesto de tiro donde hay, no te lo pierdas…- Matt pudo notar cómo Foggy se ponía frente a él- Un flamante peluche gigante del Capitán América que está pidiendo a gritos que lo sentemos en ese sillón cochambroso del despacho.
- ¿Hablas en serio? ¿El Capitán América?
- A ti lo que te jode es que no hagan peluches de Daredevil- tenía razón- Tenemos que hacernos con él. Esa cosa cuesta como quince pavos en las tiendas.
- Oh sí… no podrías permitírtelo. Ojalá ganases como un abogado… Está trucado Foggy, vas a dejarte más en tirar de lo que te gastarías en la tienda, en eso consiste el negocio…
- Eso sería si fuese yo el que va a tirar. Pero…
- No Foggy, no vamos a hacer “el numerito”.
- Venga tiiiooo- se quejó Foggy con tono infantil- No lo hacemos desde la universidad. Te prometo que si me lo consigues lo vestimos de rojo.
Matt empezó a reírse y, tras un tiempo de meditación, se quitó las gafas oscuras y se las tendió a Foggy.
- ¿Así está bien?
- Dame el bastón también, hombre- dijo Foggy quitándoselo de las manos- que pareces nuevo.
Y así, Foggy se puso las gafas oscuras de Matt y comenzó a dar golpecitos con su bastón fingiendo ser él el ciego. Un numerito que, tal y como habían dicho, no hacían desde la Universidad. Originalmente había nacido como forma de comprobar (empíricamente, por supuesto, para eso eran universitarios, mera curiosidad científica) si Matt siempre ligaba con las chicas más guapas porque era ciego. Así que se cambiaban los roles y trataban de comprobar cuánto aguantaba la farsa. Por aquel entonces Matt fingía más torpeza de la real, pues aún no había confesado a Foggy nada sobre sus supersentidos, así que la charada duraba poco. Pero aún así lo hacían, porque eran jóvenes, eran gilipollas, era divertido y eran amigos. Puede que ya no fueran tan jóvenes, pero desde luego seguían siendo gilipollas y, por encima de todo, seguían siendo amigos. Y así Matt cogió del brazo a su cómplice y juntos se dirigieron al puesto de tiro. Durante el trayecto Foggy se chocó con un niño y Matt tuvo que tragar mucha saliva para no reírse cuando su socio le dijo que “No mirase fijamente al cielo durante un eclipse de sol”. Así llegaron finalmente a su destino donde un hombre enjuto, con una roída gorra roja, un pendiente en la oreja y una larga cola de caballo, les ofreció jugar.
- Tiene usted una voz amable, no me esperaba eso- dijo Foggy mirando al infinito.
- ¿”El Bosque”? ¿En serio?- susurró Matt al oído de su amigo.
- Cada cual con sus referencias. Shyamalan es un incomprendido- respondió Nelson. Matt pagó el importe de una partida y se preparó, escopeta de perdigón en mano, a tumbar los patitos bamboleantes- Tú imagínate que son Fisk, y ya verás cómo no fallas ni una.
Guiado por el suave ronroneo mecánico de los patitos al moverse y por la imagen mental que su radar le proporcionaba, cada uno de los objetivos fue cayendo, uno a uno, tras los disparos de Matt, ni Frank Castle lo habría hecho mejor. En fila y en orden, como si les hubiesen gritado “cuerpo a tierra”, fueron bajando los patitos tras cada certero perdigonazo del abogado. El feriante, algo sorprendido, mostró a los dos amigos el surtido de premios de la barraca.
- ¡¡El Capitán América!!- gritó Foggy ilusionado.
- Ya ha oído al niño. Nos llevamos el peluche- concluyó Matt sonriendo.
A una distancia prudencial de la barraca los dos amigos volvieron cada uno a su ser habitual y, entre risas, se sentaron en un bordillo con su nuevo acompañante de tela y algodón.
- Bueno, supongo que ahora esperarás llevarme al asiento trasero de tu coche después de haberme ganado este peluche. Pues te advierto que no soy un chico fácil, Matthew “Ryan” Murdock.
- Sabes de sobra que ese no es mi segundo nombre- se rió Matt- ¿Qué hacemos con el Capitán Cabezón?
- Llevárnoslo a la fiesta y sentarlo al lado de algún millonario estirado, por supuesto. A ver quién le niega el asiento al Capitán América.
- Me parece un buen plan.
- En cualquier caso, creo que tenemos que “animarnos” un poco más antes de compartir mesa con los más acaudalados palos de escoba de Nueva York ¿Hace un trago?
- Es una feria Foggy, tendremos que esperar a entrar en la recepción para eso.
El olor que provenía de la solapa de Foggy mostró rápidamente lo equivocado que estaba Murdock. Tras un buen trago de Whisky, ofreció a Matt la petaca metálica como invitación a aquella improvisada libación.
- ¿Y tú te haces llamar irlandés? Avergüenzas a tus antepasados, Murdock.
Matt acompañó a su aliado de fatigas con un largo trago del ardiente contenido y apretó los dientes ante su intenso sabor. Ese era uno de los principales problemas de sus sentidos aumentados, el garrafón que sabía a rayos a él le entraba como tempestades. Tras devolverle la petaca a su socio, ambos se levantaron del bordillo y enfilaron con paso rápido el camino hacia la carpa de conciertos. Tras mostrar su invitación a uno de los hombres de seguridad, Foggy estrechó su mano tendiéndole de soslayo una tarjeta de Nelosn&Murdock.
- Mesa para tres, por favor.
Sí, sin duda, a Matt Murdock le encantaba el Luna Park.
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Tema: Re: El Ocaso del Sol (Matt Murdock)[01-04-2018] 22nd Mayo 2021, 01:45
Cuando entraron en la carpa, había un hombre alto e imponente, de largos cabellos negros, perfectamente ataviado de esmoquin sosteniendo el micrófono. Detrás de él había dos adolescentes; una chica sentada sujetando un violonchelo y un joven con un violín.
- Buenas noches a todos... Quiero dar las gracias, en nombre de los organizadores, a todos los que habéis decidido colaborar con éste evento. Mi nombre es Dragoslav Katich... Como algunos ya sabréis, vengo en representación de la Escuela del Profesor Xavier para Jóvenes Talentos.
Hizo una pausa. A Matt casi no le hizo falta tener sentidos agudizados para escuchar algunos de los murmullos que empezaron a extenderse por la carpa, la mayoría no precisamente favorecedores. La mano del hombre que sostenía el micro se tensó casi imperceptiblemente, pero Matt pudo escuchar perfectamente el ligerísimo incremento de presión en la carcasa del aparato.
- Hoy quiero presentar a la que es en verdad una gran promesa, alguien con un talento extraordinario... Dianne Albidane.
Un foco de luz que no irradiaba calor iluminó a la adolescente rubia, que agachó la cabeza con timidez.
- Vamos a iniciar la velada con el gran Ludwig van Beethoven y su Re mayor Op. 70, nº 1, "El fantasma", para continuar con la que está considerada posiblemente como la mayor obra de Franz Schubert, el Trío n.º 2 en Mi bemol mayor Op. 100, D 929. A continuación pasaremos a la carpa principal para la cena y después pasaremos el relevo al siguiente grupo que tocará algunas piezas de Schumann.
Volviendo a dejar el micrófono en su sitio, el hombre alto se dirigió al lateral del escenario, una zona que estaba prácticamente a oscuras, sentándose allí al piano. Había trastocado sutilmente la iluminación para realzar a los dos jóvenes y dejarle a él en la penumbra para atraer menos miradas, y aquello obedecía a varios objetivos. El primero era que su intención como profesor era ensalzar el trabajo de su mejor alumna, pero también esperaba que, de esa manera, le resultaría más fácil a él enfrentarse a la audiencia.
Estaba aterrorizado. Posiblemente mucho más que Dianne.
Drago había vivido terrores inimaginables. Había estado en la guerra con la Legión Extranjera, se había enfrentado a lo peor de la sociedad como cazarrecompensas y había combatido contra todo tipo de amenazas súper poderosas junto a los X-Men.
Pero nada de eso podía equipararse a su temor irracional a desnudar su alma.
La música, su música, era para él algo sagrado. No concebía la posibilidad de tocar sin entregarse en cuerpo y alma a lo que estaba haciendo, la única vía de escape que había tenido durante todos aquellos largos años de soledad, aislamiento y oscuridad. Cuando tocaba, era como si una parte de él se viera arrastrada por el océano tempestuoso que conformaba sus emociones, arrancándolo de su propio cuerpo, de su consciencia y de su ser, como algo que escapaba a su propia voluntad.
La música era su gran pasión, y cada vez que tocaba se entregaba a ella como el más abnegado de los amantes, dejando salir al exterior todos esos sentimientos y emociones que normalmente mantenía vetados ante los demás, quedando... expuesto. Vulnerable. Indefenso. Y él ya había estado indefenso una vez.
Hacía años, en Colombia.
No soportaba la sensación. No soportaba... abrirse. Por eso jamás tocaba en público, ni siquiera ante sus alumnos.
Y existía otra razón más para ello. Una razón de peso.
Por algún motivo desconocido los poderes de Drago estaban particularmente influenciados por sus emociones, y su mutación únicamente afloraba cuando su organismo detectaba que se encontraba en peligro. La forma mutante de Drago era una forma de combate que se activaba ante ciertos estímulos: un incremento sensible de adrenalina, miedo o estrés, niveles particularmente elevados de tensión o dolor, etc. Por supuesto, él controlaba las transformaciones a voluntad, pero había determinadas circunstancias que podían hacerle perder el control sobre su poder.
Si se dejaba ir demasiado... Si se entregaba por completo... Si se relajaba, su cerebro transmitiría a su organismo el mensaje de que la forma mutante no era necesaria, y ésta se desvanecería.
Y, en su forma humana, Drago estaba ciego.
Inspiró y espiró varias veces para relajarse, tratando de ignorar al público que aguardaba expectante. Paradójicamente, siendo compositor y profesor de música, no había tocado nunca ante nadie. Pensó en Dianne, y en toda aquella gente que se había reunido allí por una buena causa. Aquello le dio el coraje que necesitaba para empezar.
Había escogido para aquella noche dos compositores románticos que se contaban entre sus favoritos: Beethoven y Schubert. Curiosamente, al igual que él, Schubert había profesado siempre una gran admiración hacia Beethoven. Era sólo natural que sus obras sonasen juntas.
"El fantasma" tenía un comienzo alegre y dinámico, pero al llegar al movimiento central, con los deslavazados tonos del piano y las interjecciones del violín y el violonchelo, se fue tornando oscura y ganando considerablemente en intensidad y lirismo.
Finalmente, llegaron a la obra más esperada, el Trío n.º 2 en Mi bemol mayor Op. 100, D 929, una de las composiciones favoritas del bosnio, al que no se le escapaba la ironía de que Schubert hubiera utilizado una antigua canción popular sueca titulada “Se solen sjunker” como inspiración. Literalmente, "El ocaso del sol". Eclipse.
För nattens mörka skuggor Du flyr o sköna hopp. Farväl. Farväl.
El comienzo a piano tradicionalmente se efectuaba de manera rápida y acompasada. Pero cuando Drago tocaba, lo hacía a través de sus emociones, y sus emociones le dictaban un ritmo diferente.
Un ritmo que era desgarradoramente lento, que hablaba del dolor y el sufrimiento de un alma atormentada. Durante un instante, el mutante desconectó por completo de todo cuanto le rodeaba. El público, Dianne, los sonidos que le envolvían... Lo único que existía era el piano, y aquella conexión sagrada y profunda con la música que constituía toda su razón de ser y que le había salvado de volverse loco tras el genocidio de Srebrenica.
"He escuchado la melodía que suena en tu cabeza", le había dicho una vez Xavier. "Alguien que es capaz de concebir algo tan hermoso no puede ser un monstruo".
Y lo que había temido, pasó. Dianne empezó su parte, y, sin darse cuenta se dejó llevar, dejando ir su alma junto con su música. Un alma solitaria y doliente, pero también apasionada, entregada y sincera. Un alma que hablaba de luz. El violín se incorporó a la melodia, dando vida a una obra de belleza melódica desbordante donde los tres instrumentos se complementaban el uno al otro en un equilibrio repleto de virtuosismo, con el piano sustentando todo el conjunto
La representación terminó, y el público se puso en pie para aplaudir. Drago quiso abrir los ojos... y se dio cuenta con terror de que nunca debería haber necesitado hacerlo... Porque con su poder, la luz nunca se apagaba.
Estaba ciego. Había vuelto a su forma humana. ¿Notaría la gente que habían cambiado sus ropas? Oh, Dios... No abras los ojos... No pueden verte los ojos...
Matt podría notar cómo su respiración se volvía agitada, cómo el sonido de sus latidos se aceleraba a un nivel muy por encima del que podría provocar la excitación o el nerviosismo. La persona sobre el escenario estaba a punto de sufrir un ataque de pánico.
Drago retrocedió a ciegas hasta donde recordaba que estaban los bastidores, desapareciendo rápidamente detrás.
*Ere night comes with dark shadows, you flee, sweet hope now bleak. Farewell. Farewell.
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Tema: Re: El Ocaso del Sol (Matt Murdock)[01-04-2018] 26th Mayo 2021, 00:25
El ensordecedor “collage” de voces, risas y copas entrechocándose aturdió un poco a Matt al principio. Uno de los maîtres tomó con delicadeza su brazo y acompañó a los dos socios hasta una de las distinguidas mesas preparadas para los invitados. Le sorprendió constatar que, pese no haber sido los más puntuales , se les había reservado una de las mesas más cercanas al escenario. A Matt le pareció bastante cómico que se hubieran tomado la molestia de acomodar a un ciego en uno de los lugares más próximos, al fin y al cabo, tampoco es que fuese a perderse nada. Por lo visto, compartirían la velada con otros dos asistentes o, al menos, aquella mesa estaba reservada a cuatro comensales. Sin embargo, parecía que sólo uno de sus acompañantes había decidido acudir a la velada. En concreto una invitada que estaba perfumando toda la mesa con un agradable aroma a “Benevolence”. Matt notó el suave roce de sus codos contra el mantel mientras se embriagaba de aquella fragancia de cuatrocientos dólares. Foggy y Matt se acomodaron con exquisitos modales y, dado que parecía que el cuarto en discordia no iba a aparecer, sentaron al Capitán América en el asiento vacante.
- Muy buenas noches, señorita- dijo Foggy con aire zalamero. La chica le gustaba, Matt lo conocía demasiado como para no notarlo, pues se le había escapado un pequeño gallito al abrir la conversación- Me llamo Foggy Nelson y este caballero que me acompaña es mi becario, Matt Murdock.
- Encantado- dijo Matt sonriendo mientras estrechaba la mano de su nueva compañera de mesa. Tenía unas manos suaves y delicadas como, suponía, le correspondía a una mujer de la posición que le adivinaba- Es cierto- sonrió de nuevo- Llevo ocho años llevándole cafés a este negrero y aún ni hemos hablado de un contrato indefinido.
- Sé quiénes son- dijo ella mientras retiraba la mano para tapar una risita.
- Y estoy seguro- continuó Foggy mientras señalaba el enorme peluche a su derecha- que conocerá al Capitán Rogers. Disculpe que no la salude, es un hombre muy reservado, ya sabe. De modales anticuados.
- Encantada Capitán- dijo ella engolando un poco la voz, como si hiciera un saludo militar- Nunca había tenido el placer de cenar con un superhéroe.
Matt notó la mano del Foggy tirándole de la pernera del pantalón y tuvo que contener una risa. Aprovechando un pequeño descuido de su nueva amiga, Matt hizo un gesto a Foggy con la mano para indicarle que no tenía ningún interés en ella y que, si quería, haría todo lo posible por hacerle de piloto de apoyo.
La conversación continuó por otros derroteros y Murdock constató con satisfacción que su compañera de mesa (cuyo nombre, Constance Cavalli, pronunció como si tuviera que sonarles de algo) estaba bastante más interesada en Foggy que en él. Controló el ritmo de su respiración y la regularidad de su latido. Parecía que las risas provocadas por las ocurrencias de su compañero eran sinceras. Tras un poco de charla trivial, la iluminación cambió y se anunció que iba a dar comienzo el concierto. Las voces de los asistentes se apagaron lentamente y, al fin, se hizo el silencio en la sala. Matt hizo un pequeño esfuerzo por apartar de su mente los pequeños susurros, las respiraciones, las tosecillas y los golpecitos de los cientos de dedos contra las pantallas de los teléfonos móviles.
Un hombre alto e imponente, de largos cabellos negros, sostenía el micrófono. A sus espaldas había dos adolescentes; una joven sujetando un violonchelo y una chica con un violín. Matt había advertido su presencia cuando entraron en la carpa, aunque con el embotamiento del murmullo no se había fijado demasiado en ellos, supuso que serían los músicos haciendo las últimas comprobaciones antes de iniciar el concierto. No fue hasta que el hombre comenzó a hablar que se detuvo en él. El roce de sus ropas al moverse no parecía el propio de los finas vestiduras de gala y etiqueta. Con curiosidad, se preguntó qué clase de persona sería y que aspecto tendría el maestro.
- Buenas noches a todos... Quiero dar las gracias, en nombre de los organizadores, a todos los que habéis decidido colaborar con éste evento. Mi nombre es Dragoslav Katich... Como algunos ya sabréis, vengo en representación de la Escuela del Profesor Xavier para Jóvenes Talentos.
Hizo una pausa. A Matt casi no le hizo falta tener sentidos agudizados para escuchar algunos de los murmullos que empezaron a extenderse por la carpa, la mayoría no precisamente favorecedores. La mano del hombre que sostenía el micro se tensó casi imperceptiblemente, pero Matt pudo escuchar perfectamente el ligerísimo incremento de presión en la carcasa del aparato. El abogado apretó ligeramente los puños en torno a su bastón. Siempre le había asqueado el trato que los mutantes recibían por parte del común de la población. Podía entender el miedo, pero no el desprecio. Sin embargo, a la sombra habitual del prejuicio había que sumar, en este caso, la de la hipocresía. Un nutrido grupo de hombres y mujeres de excelente posición reunidos en torno a bebidas caras presumiendo de su talante solidario, celebrando la diversidad y la inclusión.Por lo visto, era muy fácil hacer eso cuando es piensa en los discapacitados, en los necesitados. Hay un placer gozoso y liberador en “soltar limosna”. Ellos nunca lo admitirían, puede que incluso se engañasen a sí mismos, pero es lo que hacían en realidad: soltar sus limosnas. La cosa era distinta cuando hablábamos de mutantes. Sí, ellos eran distintos, pero no del tipo que puedes mirar por encima del hombro y a los que te permites compadecer. Los mutantes eran algo nuevo; “Homo Superior”, el remplazo, el siguiente paso de la evolución humana: “Los Hijos del Átomo”.
Así los había llamado el profesor Charles Xavier en uno de sus artículos, teorizando que el aumento de la radiación ambiental provocado por el descubrimiento y explotación de la energía nuclear había acelerado los naturales procesos de mutación en nuestra especie. El profesor era bastante más didáctico y mucho más divertido de leer que Reed Richards y, para colmo, había tenido la deferencia de enviarle varios de sus ensayos en braille. La relación entre Matt Murdock, el profesor Xavier y su grupo de talentosos alumnos venía de largo. Habían colaborado tanto con su identidad civil como con su alter ego superheroico. Charles se devanaba esos portentosos sesos suyos por mejorar la imagen pública de los mutantes, por contribuir positivamente a una sociedad que les rechazaba y que nunca agradecería sus esfuerzos y, sin embargo, no perdía la esperanza. Siempre se había dicho que Matt Murdock era un hombre de fe, pero hacía falta mucho más que eso para mantener la lucha que Xavier y sus alumnos habían emprendido. Es por ello que el nombre de “Dragoslav Katich” no le era desconocido. En una de sus últimas conversaciones acerca de los derechos civiles mutantes, el profesor había expresado un gran interés y admiración por los progresos de ese pupilo en concreto. De hecho, había oído que actualmente ostentaba “de facto” el liderazgo de la Patrulla X. Si Matt no hubiera estado tan embebido en su propia autocompasión cuando le llegó la invitación, conocer a ese tal Dragoslav podría haber sido aliciente suficiente para acudir a la recepción.
- Vamos a iniciar la velada con el gran Ludwig van Beethoven y su Re mayor Op. 70, nº 1, "El fantasma", para continuar con la que está considerada posiblemente como la mayor obra de Franz Schubert, el Trío n.º 2 en Mi bemol mayor Op. 100, D 929. A continuación pasaremos a la carpa principal para la cena y después pasaremos el relevo al siguiente grupo que tocará algunas piezas de Schumann.
Pese a que el inglés de Dragoslav era gramaticalmente impecable era imposible no darse cuenta de que aquella no era su lengua materna. Xavier había sido muy reservado acerca de la procedencia y origen de su pupilo, aunque Matt sí pudo recordar que era originario de algún país de la península balcánica. Lamentaba no recordar cuál. Con todo, su acento no parecía propio de esa zona. Esa forma tan elegante en que había dicho “Legts start di ifning…” sugería una fuerte influencia del francés. el abogado se perdió en esas cavilaciones hasta que los músicos comenzaron la ejecución de la pieza.
Matt sentía gran interés por los románticos, así que la perspectiva acompañada de Beethoven y Schubert le parecía un buen plan. Se dijo que habría sentido más interés pro los dos autores si el recuerdo de su elemental formación musical no estuviera acompañado de los golpes de las reglas en los dedos y el extraordinario volumen del anillo de la hermana Louise impactando contra su cocorota. Una vez comenzó la representación, Matt fue dejándose llevar por la música, navegando la partitura mecido por las lentas pulsaciones de Dragoslav. No pudo más que admirarse del virtuosismo del intérprete y constató que, mientras se encontraba absorbido en la música, todo asomo de tensión y nerviosismo se fugaba del cuerpo de Drago, como si nunca hubiese existido. Incluso el propio latido del músico parecía acompasado con la melodía, como un instrumento más. Aquel hombre no interpretaba la pieza solamente con sus manos y cerebro. Todo su cuerpo y ser, al unísono, estaban entregados a la música. Casi parecía que el piano no fuese un instrumento, sino un mero canal a través del cual Dragoslav Katich dejaba fluir una melodía atrapada en lo más hondo de su alma. Las acompañantes, sin duda acostumbradas a compartir dichos éxtasis musicales con su maestro, se acoplaban perfectamente, adaptándose a las pequeñas variaciones rítmicas que el pianista iba improvisando.
Cuando la representación terminó, y el público se puso en pie para aplaudir. Sin embargo, el estallido del respetable parecía provocar de todo menos satisfacción en la estrella del show. Matt pudo notar cómo la respiración de Drago se volvía agitada, cómo el sonido de sus latidos se aceleraba a un nivel muy por encima del que podría provocar la excitación o el nerviosismo. La persona sobre el escenario estaba a punto de sufrir un ataque de pánico. Matt hizo un esfuerzo por aguzar el oído y pudo escuchar los rápidos pasos del músico, retrocediendo a ciegas hacia los bastidores, desapareciendo rápidamente detrás.
Matt tomó un momento el brazo de Foggy.
- Tengo que subir al escenario- susurró a su compañero, que aplaudía fervorosamente acompañado de la delicada y, seguramente, hermosísima Constance- Ayúdame.
- ¿Es una de esas ideas tuyas que suelen traernos problemas?
- Seguramente- sonrió Matt.
- Entonces- Foggy apuró la copa e hizo seña a uno de los camareros para que le sirviesen otra- no hay más que hablar.
Foggy tomó del brazo a Matt y, con cierta dificultad, consiguió acompañarle hasta lo alto de la tarima. El equipo de la recepción, desconcertado, no se atrevió a apartar por la fuerza a un hombre ciego del escenario. Cuando los aplausos cesaron, Matt aprovechó para decir unas palabras antes de que alguien recobrase el buen juicio y lo obligase a bajar.
- Buenas noches a todos- dijo tras un ligero carraspeo- Como podrán ver… no soy Dragoslav Katich- hubo un pequeño grupo de tímidas risitas nerviosas en la sala- Mi nombre es Matt Murdock y…-puede que un par de segundos para pensar mejor la intervención no le hubieran venido mal-… y puede que haya bebido un poco más de la cuenta- el número de risas en la sala aumentó considerablemente. Y eso era lo principal, que la atención se disipase, que virase de Drago a él mismo, que el músico tuviese tiempo suficiente para serenarse y volver. Volver para tocar de nuevo, para recibir con aplomo ese aplauso que tanto merecía- En cualquier caso, hoy estamos aquí para celebrar la música y la diversidad. Hemos escuchado una fantástica interpretación de mano de estos músicos llenos de talento- Matt dirigió la mano hacia donde sospechaba que aún se encontraban las dos alumnas de Drago- Lo que… lo que me recuerda a una película; “Esencia de mujer” ¿La han visto?- la sala se llenó de pequeños corrillos y murmullos- Bueno, por supuesto yo no la he visto- el respetable volvió a inundar la estancia con sus risas- Pero una…-Matt tardó un segundo en continuar- … una mujer maravillosa me habló una vez sobre ella. Trata de un hombre ciego, amargado y arisco, que recupera las ganas de continuar con su vida por ayudar a un joven de indudable talento. En una de las escenas claves este hombre baila un hermoso tango con una muchacha. La cosa no va más allá, no se emocionen, simplemente bailan pero… tal y como a mí me narraron la escena… siempre he pensado que era una representación de las cosas que aún nos quedan por experimentar. Un canto a la vida, la demostración de que, aunque estemos privados de un sentido, aunque la vida parezca en ocasiones muy oscura, aún hay razones suficientes para vivir- Matt, cerciorándose de que nadie se interponía en su camino, se acercó a tientas al piano y se sentó con cuidado- El tango era “Por una Cabeza”, del maestro Carlos Gardel y, si me lo permiten, voy a insultar este hermoso instrumento tratando de reproducirlo- Matt sonrió levemente- Es un tango así que, por muy mal que lo haga, me temo que tendrán que bailar. Esperemos que las monjas hayan hecho bien su trabajo.
Matt acarició las teclas de marfil con gran delicadeza. Jamás había sido un músico consumado, pero si algo había ganado con la pérdida de la vista era un excelente oído para las melodías y una más que considerable memoria musical. Al poco tiempo de sentarse, cuando la extrañeza de los asistentes y los murmullos cesaron, comenzó a tocar la simpática melodía en el exquisito instrumento. Tan sólo había tocado esta canción para Karen y, siendo esa la primera vez que acudía a un evento social sin ella, le pareció una bonita forma de homenajearla. A Mudock le satisfizo constatar cómo, poco a poco, los comensales iban levantándose de las mesas y escogían pareja para bailar al son de la melodía. En una de las breves interrupciones del tango, Matt sonrió al escuchar como Foggy bailaba animadamente con la chica del perfume caro. Los tenues rocecillos de felpa y algodón sugerían que, entre los dos bailarines, a modo de improvisado sándwich humano, se encontraba su amigo el Capitán América. Foggy era un tipo estupendo, agradable y divertido. Esperaba que aquella chica supiera apreciarlo, aunque fuese sólo por aquella noche.
Cuando Matt terminó su recital, el público comenzó a aplaudir divertido. No se trataba de un aplauso de admiración como el que Drago había recibido sólo hacía unos momentos, sino un aplauso de reconocimiento y agrado. El premio de quienes son capaces de agradecer a quien les ha proporcionado un breve momento de desahogo.
Matt recibió estoico los aplausos, con una irónica sonrisa en el rostro. Había conseguido distinguir la atención de Drago, pero aquella no era la única intención de ese numerito. El maestro merecía recibir de buen grado el agradecimiento por su sentimiento y virtuosismo. Cuando la algarabía hubo cesado, Matt se quedó plantado un momento frente al piano. Sí, Xavier le había dicho que Drago procedía de algún punto de la península balcánica. Tras unos segundos de reflexión el abogado volvió a acariciar el piano con las manos. ¿De dónde era aquella monja tan desagradable? ¿Bosnia, Croacia, Bulgaria? ¿Y cómo era esa tonada que se pasaba el día tarareando? Matt era incapaz de recordarlo pero, de todo corazón, esperaba que Dragoslav Katich la reconociera y se animase a tocarla con él.
Tras las primeras notas de la canción, Matt dirigió sus ojos, ocultos tras los oscuros cristales, a la lona de los bastidores y, con un movimiento de mano, invitó al maestro a unirse a la fiesta.
Al fin y al cabo Matt no era, ni pretendía ser, el protagonista de aquella historia.
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Tema: Re: El Ocaso del Sol (Matt Murdock)[01-04-2018] 28th Mayo 2021, 01:57
Tranquilizarse. Necesitaba tranquilizarse. Sus poderes requerían de un cierto grado de tensión para mantenerse activos, pero necesitaba tranquilizarse primero. En el estado en el que se encontraba no podría cambiar de forma.
- Como podrán ver… no soy Dragoslav Katich...
Alguien había subido al escenario. No podía verle, pero tenía una voz agradable, tranquilizadora. La clase de voz que normalmente hacía que alguien te cayera bien. A menos que estuvieras experimentando un ataque de pánico, claro...
Sentándose en el suelo, se concentró en recordar las técnicas de meditación que le había enseñado el imán de su mezquita.
- Mi nombre es Matt Murdock y…
Si no hubiera estado tratando de desconectarse del momento presente, posiblemente habría sido capaz de asociar aquél nombre con el de un abogado que había intercedido alguna que otra vez en favor de los mutantes, alguien en quien Xavier parecía procesar una gran confianza.
Por desgracia, se encontraba demasiado ocupado esforzándose en vaciar todo pensamiento de su mente, tratando de ignorar el olor a tierra mojada y sangre reseca, la sensación de asfixia, la expresión cruel de los soldados que habían matado a su madre, el sonido del disparo, la última mirada que ella le había dirigido antes de que la vida abandonara sus ojos...
- Aunque estemos privados de un sentido, aunque la vida parezca en ocasiones muy oscura, aún hay razones suficientes para vivir.
De mente a corazón. No hay más Dios que Alá. Tenía que conseguir que los pensamientos cesaran del todo, que la atención se desplazara de la mente al corazón.
El famoso vals comenzó a sonar repentinamente en el escenario. ¿Quién estaba tocando? ¿Dianne? ¿Murdock?
Vaciar... Vaciar los pensamientos...
No hay más dios que el Dios. Mahoma es el mensajero del Dios.
Tenía que desterrar de su espíritu los pensamientos ajenos...
Madre... Sangre... Muerte...
Un niño de cabellos oscuros, pálido y semidesnudo, arañando la tierra con uñas ensangrentadas...
Desterrar... Desterrarlos...
De los agujeros de sus órbitas brotan ríos de sangre, la sombra de su cuerpo crece hasta formar una bestia espantosa...
Asfixia... No...
El niño abre la boca hasta desencajar la mandíbula, pero no emite ningún sonido. En cambio, la bestia de oscuridad exhala un aullido que encierra todo el dolor que puede albergar un alma humana.
Todo el... El aullido de la bestia se interrumpe. Ladea la cabeza. La música ha cambiado. Suena una nueva melodía, una que evoca pensamientos diferentes. Sentimientos diferentes.
Madre... Sentada al piano. Tocando aquella canción. Para él.
La bestia ya no existe. Sólo queda el niño. Sentado en la alfombra. Escuchando con fascinación y profundo amor.
En aquél recuerdo, evocado por la nana, no existe la oscuridad, la sangre, la guerra o la muerte. Es de día. El niño está tranquilo. Sereno. Feliz.
La imagen de su madre desaparece en cuanto la luz regresa a él, siendo reemplazada por la inmensa carpa blanca, los focos, los bastidores. Y, al otro lado, en el escenario, un hombre ciego parece mirar en su dirección como si pudiera verle. Y, como si realmente supiera que él está ahí, le hace un gesto con la mano, invitándole a unirse.
No podía ser... ¿verdad?
Sin saber realmente por qué, quizá empujado por un sentido del deber para con la escuela y sus alumnos, a los que acababa de abandonar, volvió a pisar el escenario, recogiendo por el camino un violín que permanecía apoyado junto a otros instrumentos tras los bastidores y avanzando hasta situarse junto al piano, incorporándose en el momento exacto para que resultase fluido, manteniéndose en un discreto segundo plano para apoyar al otro instrumento, haciendo ver ante el público que su salida del escenario había obedecido únicamente a la necesidad de recoger el violín.
No era tan ducho como lo era con el piano, ya que su formación había sido completamente autodidacta, pero cuando Xavier le había ofrecido la posibilidad de ser profesor de música en su escuela, había procurado estudiar y practicar lo suficiente para poder estar a la altura de la nueva responsabilidad que se abría ante él, por lo que supo ser el perfecto acompañamiento que la tonada merecía.
El Monstruo del Bronx y el Diablo de Hell's Kitchen utilizando la luz en lugar de las sombras, la sensibilidad en lugar de la violencia para inspirar ternura y serenidad en lugar de terror.
Cuando la pieza finalmente acabó y el público volvió a aplaudir, el mutante se reunió con sus alumnos, y, tras saludar, descendieron del escenario y el público fue conducido a la carpa principal, donde se serviría la cena.
El interior de la carpa era tan impresionante como se adivinaba desde fuera; Habían dispuesto improvisadas lámparas de araña que pendían del toldo de seda que conformaba el techo y las paredes, y los camareros circulaban grácilmente con su cargamento de botellas de champán entre la multitud creciente de invitados. Las copas eran de cristal, y las servilletas y manteles de lino blanco almidonado. En el centro de cada mesa había un copón grande de cristal con agua y delicadas flores naturales de color rosado flotando en ella. La base estaba conformada por laureles entrelazados.
Tras una breve explicación a sus alumnos, Drago se separó de ellos para ir al encuentro del hombre del piano, al que había tenido localizado en todo momento gracias a una de sus pequeñas gárgolas, que se había mantenido oculta y fuera de la vista en las alturas. Al llegar junto a él, le rozó levemente el brazo para llamar su atención.
- Matt Murdock, ¿verdad? Soy Dragoslav Katich -se presentó, ofreciéndole una mano firme y segura-. Quería darle las gracias por lo que hizo antes ahí arriba.
Ladeó ligeramente la cabeza, mirándole con curiosidad. ¿Hasta qué punto había sido algo intencionado y no una fortuita coincidencia? No había manera alguna de que aquél hombre hubiera podido adivinar lo que estaba pasando... ¿verdad?
- Le invitaría a tomar algo, pero creo que aquí ésa parte ya está cubierta -ahora que caía en ello, el nombre le resultaba terriblemente familiar...-. Usted ha trabajado para la Mansión X alguna vez, ¿verdad? Defendiendo mutantes. El famoso abogado de Hell's Kitchen
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Tema: Re: El Ocaso del Sol (Matt Murdock)[01-04-2018] 30th Mayo 2021, 03:44
Matt esbozó una leve sonrisa cuando escuchó el roce del arco contra las cuerdas del violín. Parecía que su pequeña estratagema había funcionado. El pulso de Dragoslav había vuelto a la normalidad, de nuevo podía percibir en él aquella paz que había sentido cuando lo escuchó por primera vez. El músico había sabido acoplarse a la perfección, incluyendo pequeñas variaciones en la melodía y el tempo para adaptarse al irregular ritmo inexperto de Murdock. Otra vez pudo verse en aquel instante congelado en el tiempo donde sólo existían Dragoslav y su arte. Al cabo de un rato, dejó al experto llevar por completo la melodía, limitándose a acompañar las inflexiones de la cuerda con pequeños acordes enfáticos. Primero Katich, luego él. A cada frase melódica le respondía una reacción acorde, como en una conversación. Cuando la pieza terminó, el vibrante y hermoso quejido de la cuerda de Dragoslav sirvió como breve epílogo, sólo atreviéndose Matt a añadir dos tímidas notas a su despedida. Una vez los aplausos comenzaron, Matt se retiró en silencio sin saludar. Aquel era el momento de Dragoslav y el aplauso debía ser enteramente suyo.
Foggy recibió a su amigo con una afectuosa palmadita en la espalda mientras su nueva amiga aplaudía con fervor sosteniendo en su pecho al Capitán América.
- Por favor, dime que lo tenías preparado.
- No cuentes con ello- dijo Foggy entre risas- El señor Murdock es un maestro de la improvisación. Hasta en los Tribunales.
- Vosotros sí que sabéis animar una fiesta- contestó Constance divertida.
- Tendrías que habernos visto en la Universidad- dijo Matt- Tenemos otro número de piano muy bueno. Yo toco y Foggy se sube a una banqueta.
- Beeeee- bramó Nelson en imitación de una cabra.
Una vez los aplausos cesaron, los músicos descendieron y anunciaron el inicio del convite.
La cena se desarrolló sin demasiados incidentes, entre risas y charla intrascendente. Constance era una mujer realmente divertida y parecía que había hecho más que buenas migas con Foggy. Era un buen momento, uno de esos fugaces y escasos instantes de felicidad en la vida de Matt Murdock. Se sentía bien; sin preocupaciones, sin conspiraciones, sin supervillanos… sin muertes. Matt pensó un momento en lo mucho que le habría gustado que Karen estuviese allí, compartiendo las risas, disfrutando de la amistad y el desahogo.
- Me pregunto quién será el tipo que no ha venido- dijo Foggy señalando al asiento vacío.
- Oh… Es mi marido- replicó Constance rápidamente- Tenía un asunto urgente que tratar en París y no ha podido asistir.
Foggy se quedó durante unos instantes con la boca abierta. Matt esbozó una media sonrisa, podía escuchar con claridad el pulso de la chica, estaba mintiendo. Tras un rato, Constance comenzó a reírse a mandíbula batiente y Matt siguió la risa.
- Eres… Eres una mujer malvada y aviesa- dijo Foggy sumándose a las risas.
- ¿Me está acusando de algo abogado?- dijo ella con talante pícaro mientras se acercaba la copa a los labios.
En ese momento algo rozó levemente el brazo de Matt.
- Matt Murdock, ¿verdad? Soy Dragoslav Katich -se presentó, ofreciéndole una mano firme y segura-. Quería darle las gracias por lo que hizo antes ahí arriba- Matt estrechó aquella mano nervuda y fuerte. Sin duda, aquel hombre estaba en una excelente forma física, aunque aquello no era de extrañar dada su pertenencia a la Patrulla X- Le invitaría a tomar algo, pero creo que aquí ésa parte ya está cubierta- su interlocutor se detuvo un instante. No parecía haber rastro de aquel hombre nervioso y roto que había escuchado en el escenario- Usted ha trabajado para la Mansión X alguna vez, ¿verdad? Defendiendo mutantes. El famoso abogado de Hell's Kitchen
- Encantado Dragoslav- respondió Matt con talante amistoso- No tiene nada que agradecerme, en todo caso somos nosotros quienes debemos agradecerle que nos haya prestado un poco de su arte esta noche. La ejecución de la pieza ha sido exquisita y ha sido todo un honor que se haya dignado compartir escenario con un torpe aficionado como yo- Matt se giró hacia la mesa y echó mano de un pequeño vasito de escocés que meneó un poco en referencia a la "no invitación" de Drago- Y sí, está en lo cierto, el bufete de Nelson&Murdock- hizo un ademán con la mano hacia la dirección en la que estaba Foggy, quien saludaba a Drago lentamente con la mano del Steve Rogers de peluche- ha tenido la fortuna de ayudar a su escuela en el pasado y espera seguir haciéndolo si en alguna ocasión se vuelven a requerir nuestros servicios. Soy un gran admirador del trabajo del profesor Xavier y considero un placer personal el haber contribuido a que alguno de sus protegidos haya recibido la digna defensa que, como ciudadanos, se merecen.
Matt arrastró levemente la silla vacía e hizo un gesto con la mano invitando a Dragoslav a sentarse.
- Parece que uno de nuestros acompañantes no ha podido acudir ¿Sería tan amable de sentarse con nosotros?
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Tema: Re: El Ocaso del Sol (Matt Murdock)[01-04-2018] 15th Junio 2021, 02:15
Se llevó la mano a la nuca, incómodo ante los elogios.
- Si le digo la verdad... No es algo que tenga por costumbre hacer. No me gusta tocar en público, no me siento cómodo. No tenía intención de hacerlo, pero Dianne es mi mejor alumna y me pidió que la acompañara, y el Profesor también insistió. Imagino que ya sabe que puede llegar a ser bastante convincente -esbozó una sonrisa-. Siento que he estropeado un poco el gran momento de Dianne. Al final he terminado acaparando más protagonismo del que me habría gustado...
Más del que estaba acostumbrado tras ocho años de aislamiento social, eso seguro. Toda aquella situación le resultaba nueva, y extremadamente embarazosa. La cena había resultado bastante extraña. En su mesa habían sentado a un profesor del antiguo colegio de Dianne, y se habían pasado toda la comida charlando y poniéndose al día mientras él se sentía completamente desubicado. No entendía qué estaba haciendo allí. Había ido por acompañar a Dianne y ayudar en una buena causa, pero toda la parte de socialización posterior le pillaba bastante fuera de lugar, especialmente considerando que ella estaba entretenida, así que, nada más acabar la cena había considerado marcharse, pero había querido agradecerle antes al señor Murdock su oportuno "rescate" durante la actuación.
- Pero permítame discrepar con usted, no me ha parecido un "torpe aficionado". Se le notaba relajado, con soltura, y eso se reflejaba también en la suavidad y ligereza al presionar las teclas. También me pareció que demostraba bastante sensibilidad en la manera de conectar con la música, cualidad indispensable para un buen pianista. Realmente pienso que con unas pocas clases podría convertirse en todo un virtuoso, señor Murdock. No me importaría ser yo mismo quien le diera esas clases, gratuitamente, por supuesto. Me siento en deuda con usted, tanto por lo de ésta noche como por todas las veces en las que nos ha ayudado en el pasado.
Siguió la dirección de su mano hasta donde aguardaba su compañero, saludándole con un gigantesco... ¿capitán América de peluche?
- El señor Nelson, imagino. Un placer -correspondió, ofreciéndole su mano para un trato más cercano-. No sabéis lo extraño que resulta oír hablar en esos términos de los mutantes. Sé por experiencia que hay quien no nos consideraría ni personas, no hablemos ya de ciudadanos...
El gesto del abogado al arrastrar la silla para invitarle a sentarse le sorprendió.
- Oh -su mirada osciló de la mujer que acompañaba a los dos hombres en la mesa a Dianne, que aún charlaba animadamente con su antiguo profesor-. Mmmm... No estoy seguro... No quisiera molestar -dirigió una mirada significativa hacia la mujer, que aún no se había presentado y estaba en su derecho a no querer compartir la mesa con él-. En realidad ya estaba a punto de marcharme.
- Por favor, señor Katich, por mí no se preocupe -contestó la mujer-. Estaría encantada de contar con su compañía. Mi nombre es Constance, por cierto... ¿Quiere una copa? -inquirió señalando a la botella de vino de la mesa.
- No, gracias... No bebo -no sin cierta vacilación, aceptó el puesto en la mesa y se sentó.
- Entonces es profesor de música en la famosa Escuela para Jóvenes Talentos? ¿Cómo es convivir día a día con lo extraordinario? -se interesó la mujer, compartiendo una sonrisa con Foggy que no le pasó desapercibida a Eclipse.
- No somos extraordinarios, señora. Sólo personas normales, con habilidades inusuales, pero personas al final del día, con los mismos problemas y preocupaciones que cualquiera. Aunque tengo que reconocer que tengo algunos muy buenos alumnos y alumnas...
En aquél momento, Dianne se acercó a la mesa.
- Profesor... voy a marcharme ya. Marco va a acompañarme a casa, y, antes de que diga nada, sí, es de fiar. Le conozco desde que era pequeña.
- De acuerdo. Dianne... -la llamó cuando empezaba a alejarse-. Lo has hecho muy bien ahí arriba, y sé que no ha debido serte fácil. Estoy orgulloso de ti.
La chica rubia sonrió.
- Gracias profesor. Aprecio que tenga en tan buena consideración mi trabajo de hoy. Lo cierto es que me ha resultado más sencillo gracias a usted, así que soy yo quien le está agradecida -y, de repente, sin previo aviso, se inclinó para depositar un suave beso en la mejilla del mutante.
Drago agradeció estar cubierto por una ilusión, porque estaba seguro de haberse puesto del color del vino en un instante. Había dedicado los últimos ocho años de su vida a alimentar la leyenda de que era una especie de monstruo para que los alumnos le rehuyeran, así que aquél gesto era, muy posiblemente, lo último que se hubiera esperado en la vida. Quizá Dianne, precisamente por ser ciega, no se había dejado engañar por las apariencias y había sabido ver más allá de las ilusiones que con tanto empeño se había dedicado a cultivar.
- Hummm... Vale... Está bien... -musitó, avergonzado. No sabía qué decir, así que respondió con lo primero que se le vino a la cabeza:-. Nos vemos el jueves en la clase de defensa personal.
- Claro, profesor. ¡Hasta el jueves!
Con la sonrisa aún dibujada en sus labios, la chica se marchó, y Drago lamentó, como tantas otras veces, no poder contar con el alivio del alcohol. Hubo un tiempo en su vida en el que se había entregado a aquellos peligrosos hábitos, pero aquello había sido antes de volver a conectar con la religión de sus padres.
Al menos contaba con el parco consuelo de que Murdock no había podido ver lo que acababa de pasar.
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Tema: Re: El Ocaso del Sol (Matt Murdock)[01-04-2018] 24th Junio 2021, 02:28
OFF: Post escrito a dos manos entre la maravillosa user de Drago (que ha hecho casi todo el trabajo) y un servidor. _____________________________________________________________________________________________________________
Murdock notó inmediatamente cómo se aceleraba el pulso de Dragoslav tras la despedida con su pupila. Era más que evidente que no estaba demasiado acostumbrado a ese tipo de muestras de afecto. Algo extraño pues, por lo que Matt había podido intuir, se trataba de un buen hombre.
- Sus alumnos parecen tenerle en gran estima, Sr. Katich -dijo el abogado, sonriendo-De hecho, casi me estoy planteando lo de sus clases particulares de piano... Estoy seguro que no utiliza los mismos "métodos de motivación" que usaban las monjas. Al menos fuera de las clases de defensa personal. Si no he escuchado mal, también imparte esa disciplina.
Drago agradecía el claro intento del pelirrojo por aflojar la carga de tensión en el ambiente, aunque la idea de hablar de su relación con sus alumnos le incomodaba, ya que la realidad era que no había relación alguna de la que hablar, y también dudaba que fuera cierto que le tuvieran "en alta estima". Por fortuna, el comentario no se detuvo ahí, sino que el abogado continuó hablando, aderezando su discurso con pequeños toques de humor que ayudaban a hacer más distendida la conversación. Desde luego no se podía negar que aquella clase de escenarios se le daban bastante mejor que a él. Como mínimo parecía considerablemente más cómodo.
- Bueno... desconozco cuáles eran los "métodos de motivación" a los que alude, pero tranquilo. Soy bastante más severo con mis alumnos de lo que sería con usted. Después de todo, no tiene que aprobar ningún examen -respondió, en un intento de continuar la broma.
Matt levantó la copa con un gesto cómplice. Desde luego, Drago no sólo no estaba acostumbrado a las muestras de afecto, sino que tampoco estaba acostumbrado a bromear. Con todo, sus modales y educación eran exquisitos. Un músico que enseñaba defensa personal. Un artista y un guerrero. Para Matt aquello era, como poco, interesante.
El ambiente general de la mesa era relajado; se podía aspirar el clima de buen entendimiento y la actitud positiva de los comensales, dejando más que patente la buena relación personal existente entre los dos abogados. A Drago, acostumbrado a mantenerse aislado y apartado de todos, se le antojaba extraño, pero no podía negar la sensación de bienestar que le producía. Tenía que ser agradable... tener a alguien con quien poder ser tú mismo, con quien no tener la necesidad de esconderte, de generar distancia...
- Tú nunca podrás tener esa clase de relación con nadie -susurraron las sombras bajo la mesa.
- ¿Es que has olvidado el peligro?
Haciendo todo lo posible por ignorarlas, Drago continuó la conversación tratando de enfocarse en algo con lo que claramente disfrutaba: su profesión.
- En efecto, el abanico de disciplinas que enseñamos en la escuela es muy amplio. Intentamos preparar a nuestros alumnos para todo lo que se pueden enfrentar en su día a día, y eso, por desgracia, en el mundo en que vivimos incluye la defensa personal... Especialmente cuando eres un mutante. Además, ella tiene otros hándicaps añadidos, puesto que es... -se interrumpió, dándose cuenta de que su interlocutor también era ciego y no habría notado la obvia carencia de su alumna-. Dianne es ciega -explicó-. Se ha criado en un ambiente donde su familia la sobreprotegía y es muy madura para su edad. No está acostumbrada a dejarse dirigir por otros y le cuesta mucho abrirse, confiar en los demás, lo cual dificulta mucho el trabajo en equipo. En la mansión damos lecciones de combate coordinado, pero por todo lo que le he comentado le cuesta mucho seguir el ritmo, así que decidí crear una clase para aquellos alumnos y alumnas que necesiten una atención más personalizada y adaptada a sus ritmos particulares.
- Debe ser difícil. Por experiencia le digo que nos es fácil acertar a lo que no ves ¿Qué disciplina practican? Mi padre era boxeador ¿Sabe? Y, bueno, yo tengo algunas nociones- tenía más que unas nociones y de alguna cosa más que boxeo pero, evidentemente, no podía hablarle de aquello- Aunque, creo que el viejo Jack era mejor padre que púgil. ¿Sabe? A veces recibía como si él también fuese ciego -reflexionó llevándose la copa a los labios-. Pero nadie encajaba los golpes como él...- Al parecer, aquella noche no dejaba de girar en torno a Jack Murdock.
Por su parte, una creciente curiosidad en relación con el abogado de Hell´s Kitchen se instaló en el cerebro de Drago: Educado en un colegio de monjas... Hijo de un boxeador... Orígenes humildes para el hombre que se había convertido en uno de los mejores abogados de América, si las palabras del Profesor eran ciertas. Tampoco pudo evitar experimentar una cierta punzada de nostalgia al escuchar al pelirrojo hablar de la relación con su padre.
- Mi madre era pianista -respondió, pensativo-. Mis primeras nociones de piano me las dio ella, también, aunque jamás fui al conservatorio. El resto de mi formación es autodidacta. Respecto a las disciplinas de combate, normalmente los entrenamientos se centran más en aprender a manejar, controlar y perfeccionar los poderes y a utilizarlos de manera coordinada. En mi caso concreto, aprendí a luchar en la Legión Extranjera, y aunque con el paso de los años he desarrollado un poco mi propio estilo, utilizo una base bastante fuerte de Savate, el boxeo francés, ¿lo conoce? Básicamente es una especie de batiburrillo de varias técnicas de defensa personal, fuertemente inspirado en el boxeo pero incorporando bastones de combate y técnicas de pelea callejera, como las patadas. En mi caso prefiero las tonfas porque los bastones reglamentarios son demasiado ligeros, y en la línea de trabajo que yo desempeño es importante ser efectivo; cuanto más duren las peleas, más riesgo hay de que alguien salga herido.
- Vaya, parece que me he rodeado de hombres duros -intervino la mujer-. ¿Usted también practica algún arte marcial señor Nelson?
- Capoeira, por supuesto -respondió el aludido-. Mi cuerpo es una máquina de precisión. La unión definitiva entre ritmo y eficiencia.
- Vaya... las sorpresas no cesan -se rió Matt.
La conversación sobre música y combate, que eran dos temas en los que se sentía más suelto, habían ayudado bastante a relajarse, y de hecho, podría decirse que estaba disfrutando bastante más de lo que habría sospechado con aquella conversación, pero aún así, agradeció que el foco de atención se desplazara al compañero de Murdock.
- ¿De verdad? -comentó mientras se servía un vaso de agua mineral-. Seguro que es un espectáculo digno de ver... ¿Ha participado en alguna competición, señor Nelson?
- La ley me lo prohíbe, mis piernas están registradas como armas letales.
- Oh... estoy segura de eso -respondió la mujer, bebiendo con picardía.
Matt solo podía sonreírse escuchando cómo el corazón de Foggy se aceleraba con cada nuevo comentario subido de Constance. Foggy, tan acostumbrado como estaba a hacer bromas, había encontrado una digna rival, si bien el sobresalto se debía menos a los comentarios que a la cada vez más obvia intención tras ellos.
El abogado parecía disfrutar enormemente de aquella situación pero, para Drago… aquello había sido... raro. No estaba acostumbrado a aquella clase de humor, ni a los flirteos en público. Parecía bastante claro que entre Constance y el compañero de Murdock había algo más que amistad, y la tensión sexual contenida estaba empezando a resultar tan evidente que le resultaba incómodo. Por fortuna, Murdock apareció una vez más para salvar oportunamente la situación:
- Entonces, ¿ha sido usted soldado?
Por lo general no le gustaba hablar de sí mismo, pero en aquél momento el cambio de tema resultó más que bienvenido.
- Sí, estuve un tiempo en la Legión Extranjera... Lo justo para conseguir la nacionalidad. Como está claro que ya sabe por la canción que escogió tocar en el escenario, soy originario de Bosnia. La guerra me pilló joven y tuve que emigrar -explicó, sucinto.
- Interesante... Siempre me ha parecido curioso que, con el recelo con que se mira habitualmente a los inmigrantes, se considere darles adiestramiento militar como un medio para concederles la nacionalidad.
- Quién entiende a los franceses, ¿verdad? Pero le digo una cosa... Ojalá se le ofreciera esa misma confianza a los mutantes aquí.
- La gente siempre encuentra cualquier motivo para dar un trato injusto a quienes son diferentes ¿Se ha terminado el racismo por el odio mutante? ¿La homofobia? No... Los supremacistas dan su discurso sobre la "unión de la especie", pero lo único que quieren es una nueva excusa para odiar a los demás -intervino Nelson.
- Vaya... eso es bastante profundo... -dijo Matt.
- Tengo mis momentos.
- Hay quien sostiene la teoría de que ese odio no es fruto de otra cosa más que del miedo. Y supongo que en parte puedo entenderlo. Algunos de los míos no han hecho mucho para apaciguar ese sentimiento, llegando incluso a incidir en él. Pero somos muchos también los que tratamos de hacer lo correcto. Hacer las cosas bien. Al final, todos encerramos luz y oscuridad en nuestro interior. Humanos y mutantes. Eso nos hace iguales.
- El miedo es una emoción necesaria para la supervivencia, pero dejar que nos domine no nos hace diferentes de un animal que vive gracias al mero instinto. Somos seres inteligentes, y deberíamos ser capaces de sobreponernos a nuestros instintos primarios con la fuerza de la razón -Murdock apartó la mirada-. Aunque entiendo que es difícil. Al fin y al cabo ¿Hay alguien que pueda vanagloriarse de ser un "hombre sin miedo"?
Drago le miró con curiosidad. A nadie que hubiera vivido un tiempo en Nueva York podía pasarle inadvertida aquella referencia, pero... ¿Había sido intencionada, o una simple coincidencia? A Drago no se le ocurrían motivos para mencionar al justiciero de Hell’s Kitchen en aquella conversación, así que tenía que haber sido lo segundo.
- En mi experiencia... Todos estamos influenciados por nuestros miedos -dijo, y su tono se volvió sin pretenderlo más sombrío-. No creo que nadie pueda escapar a ellos... Ni siquiera los más valientes. De hecho, la valentía no es la ausencia de miedo sino la capacidad de sobreponerse a él. Nos estamos volviendo muy filosóficos... -dijo, viendo de soslayo como una de las sombras reptaba por la pata de la mesa y se enroscaba en el respaldo de la silla de Constance sin que nadie más la advirtiera-. Y yo ni siquiera estoy bebiendo... -añadió con una sonrisa, en un intento por aligerar el peso que estaba adquiriendo la conversación.
-Y yo... creo que no estoy bebiendo lo suficiente. Al menos para éstos temas –concluyó Matt, haciendo seña al camarero para que le rellenara la copa. Tal vez el recuerdo de Jack Murdock, el ambiente distendido o la inesperada afinidad con el señor Katich le habían soltado la lengua de más. Drago, por su parte, no pudo evitar pensar en cómo Murdock había podido darse cuenta de que el camarero pasaba por allí-. Cambiando de tema, ¿qué tal está el Profesor? Fué él quien me mencionó que era usted bosnio aunque, la verdad, me sorprende haberlo recordado. Hace mucho que no sé de él, lo cual, dada mi profesión, ya es una buena noticia.
- Pues... No muy bien, la verdad. La Colisión ha hecho estragos en la mansión. Muchos de los nuestros que conocíamos desde siempre han desaparecido, otros se han marchado... Scott Summers se marchó a la isla de Etiopía, Lobezno anda por ahí recorriendo el mundo Dios sabe buscando el qué... El bueno del doctor McCoy aún sigue por ahí, y Ororo, y Drake... Pero imagino que ya sabe cómo es el Profesor... Tiene tendencia a preocuparse por todo y todos, y lo que sucedió durante el fenómeno Omega le desconcierta. Hemos estado bastante atareados investigando las nuevas ciudades que han aparecido de la nada, los nuevos grupos de héroes...
Muchos de los profesores habían desaparecido, obligándoles a depender de sus estudiantes para situaciones y misiones en las que jamás les habrían arriesgado de otra forma, y obligándole a él a aceptar un cargo que no deseaba. Imaginaba que aquello debería ser de conocimiento común en la mesa en la que se encontraba, pero si el tema no salía, tampoco sería él quien lo sacaría a colación. De hecho agradecía que no le hubiesen preguntado por aquella faceta particular de su vida. Casi le hacía sentirse... Normal.
- Sí, es un gran hombre. Tenemos una gran suerte de tenerlo. Humanos y mutantes por igual.
En aquél momento, Constance se levantó.
- Caballeros, he agradecido mucho la compañía y la conversación, pero creo que voy a irme a casa. Señor Murdock -le dio la mano y ante el mutante realizó una inclinación de cabeza-. Maestro...
- Por favor, llámeme Drago -respondió el aludido-. Ha sido un placer.
- Yo.... te acompaño, para tomar un poco el aire... -dijo Foggy, levantándose con ella.
- Si tiene suerte... puede que no lo veamos más esta noche -sonrió Murdock mientras Drago les veía alejarse en dirección a la playa. El comentario hizo enrojecer a Drago de una manera tan violenta que agradeció que la ilusión y la ceguera de su acompañante le impidieran detectarla.
Aunque había pasado la mayor parte de su vida entre Europa y América, su religión y sus propias represiones le hacían sentirse violento al hablar de ciertos temas, entre los que se encontraba cualquier aspecto relacionado con la sexualidad. Había terminado por aceptar como algo normal que la gente pudiera acostarse con alguien a quien acababa de conocer, pero para él el sexo estaba aún ligado a algo mucho más profundo e íntimo, y a pesar de entender que no había necesidad de aguardar al matrimonio para consumar una relación, la idea de «sexo casual» le resultaba tan ajena como incomprensible. En cualquier caso, aceptaba la libertad de pensamiento y acción, y no juzgaba las decisiones ajenas mientras no implicasen un perjuicio hacia nadie. Si los dos aceptaban, y obraban de mutuo acuerdo y mutuo entendimiento, ¿quién era él para juzgar cómo decidían expresar su afecto?
- Esperemos que tenga suerte, entonces -respondió con sinceridad-. Aunque eso significaría que se queda atascado conmigo lo que queda de velada... Y eso sí sería mala suerte -añadió en tono de broma.
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Tema: Re: El Ocaso del Sol (Matt Murdock)[01-04-2018] 1st Julio 2021, 01:40
Los acordes de un cuarteto de cuerdas flotaban en el aire de la carpa, imbuyéndolo todo de una atmósfera serena, elegante y casi onírica. Durante un momento, Drago observó en silencio a la gente que socializaba en el lugar, bebiendo caras copas de champán o probando exquisitos canapés de caviar.
- Apuesto a que el esmoquin que lleva ese cuesta más que mi vida -comentó, sin poder evitar que su tono sonara algo asqueado-. Me resulta todo demasiado elegante como para haber sido promovido por una organización sin ánimo de lucro. ¿Alguna vez se había rodeado de tanta gente rica, señor Murdock? Es toda una experiencia, ¿verdad? presenciar en vivo y en directo cómo vive la otra mitad...
Nelson y Murdock no vestían ropas excesivamente lujosas, y su trato era agradable y cercano, no el que esperarías en un pijo estirado, así que no los englobaba a ellos dentro de aquella categoría. Además, el hijo de un boxeador que se había criado en un barrio humilde como Hell's Kitchen no podía ser como aquellos capullos engominados.
- Éste tipo de organizaciones recaudan millones de dólares cada año, pero solo dedican el 5% a obras benéficas reales. El resto se va en cosas como pagar esa fuente de champán o en reservar todo el parque para éste acontecimiento. Los que están aquí no son más que un grupo de personas adineradas que quieren utilizar su fortuna para codearse con los ricos y famosos, o sentirse mejor con ellos mismos y menos egoístas por el hecho de nadar en millones mientras la otra parte del mundo se muere de hambre o son víctimas de guerras sin sentido. Todo ésto... no es más que una ilusión -comentó, con la mirada perdida en el líquido transparente de su vaso-. A ésta gente no le importan los discapacitados más que para conseguir una buena propaganda bajo su nombre.
Falso. Tan falso como los Cascos Azules que juraron proteger Srebrenica y se quedaron mirando mientras los serbios masacraban a la población. Gente cuyo compromiso por la causa se limitaba a fingir que les importaban las víctimas en fiestas como aquella para después regresar a sus vidas de lujo y despilfarro sin preocuparse jamás por mirar a la cara a una de aquellas personas a las que decían querer ayudar, o de asegurarse siquiera de que su dinero llegaba a donde debía.
Como el hombre que en aquellos momentos avanzaba hasta la fuente de champán seguido por una oleada de fotógrafos y admiradores pidiéndole autógrafos.
- Robert Downey Jr -informó a Matt-. Dicen que tiene un rancho, dos casas, dos mansiones, un palacio y una colección de coches de lujo que rivaliza con la de Tony Stark. Sólo que al menos, Tony sí que utiliza su fortuna para fines más nobles. Bueno, la mayoría de las veces.
- ¡Señor Stark, por aquí, junto a la fuente! -exclamaba uno de los organizadores del evento-. ¡Deje que le tomemos una foto para el boletín mensual de la organización! - ¿Puede firmarme un autógrafo para mi hija, señor Stark? - ¡Que no soy Stark! -exclamaba el millonario exasperado-. ¿¿Por qué todo el mundo me confunde siempre con él??
- Nada como la aparición de una celebridad para validar un evento de ésta clase, ¿eh? -se volvió a mirar a Matt-. Bien, señor Murdock, ¿qué le parece si hacemos, literalmente, cualquier otra cosa con nuestro tiempo? No soporto ésta clase de ambientes, las exhibiciones ostentosas ni la hipocresía que suelen albergar. Diría que ya hemos cumplido más que de sobra con nuestra responsabilidad aquí, ya no tiene sentido seguir codeándonos con estos supuestos filántropos. Además, no me siento cómodo con tanta gente. ¿Me acompaña? No puedo ofrecerle más diversión, pero sí puedo garantizarle bastante más honestidad.
Justo cuando salían se cruzaron con la limusina del verdadero Tony Stark, quien, para variar, llegaba tarde. O, quizás, únicamente esperaba hasta que la verdadera fiesta comenzaba para aparecer. Las voces de los dos hombres al encontrarse en la fiesta llegaron a Matt amortiguadas entre el resto de sonidos, las risas y la música, pero aún así pudo discernirlas a la perfección:
- ¡Qué bien te veo, Robert! - Vete a la mierda, Stark...
* * * *
A Drago le encantaba pasear por el hermoso paseo de madera hasta el extremo del Steeplechase Pier donde se reunían los pescadores. A pesar de todos los años transcurridos desde la inauguración del parque, de todos los cierres, reaperturas y mejoras, aquella antigua rambla frente al Atlántico seguía conservando su esencia vintage hasta el punto de mantener incluso las fachadas originales de los locales. El bosnio se detuvo un momento para inhalar la brisa marina que llegaba de la playa y disfrutar de las demás sensaciones que bombardeaban sus sentidos: el olor a arena mezclado con el del algodón de azúcar, la música alegre de los tiovivos, las luces de las montañas rusas brillando en la noche...
- Venir a Coney Island es como hacer un viaje en el tiempo a tan sólo un paso de Manhattan -le comentó a Matt-. Cuando estoy aquí me gusta cerrar los ojos por un instante e imaginar cómo era éste lugar en los años 20, con la gente disfrutando, los niños riendo y jugando a ganar premios en las casetas, caminando de una atracción a otra con el sonido del mar de fondo mezclado con la música y los demás ruidos de un parque de atracciones... Creo que ésa es precisamente la magia de Coney Island: revivir tiempos más inocentes. Supongo que para mí, como extranjero que sólo lleva ocho años en Nueva York, resulta particularmente atrayente poder alcanzar un atisbo de lo que llegó a ser éste lugar. Sí... Coney Island tiene un encanto especial y a la vez nostálgico. Es como una joya detenida en el tiempo, ¿no cree? Cuando era niño soñaba con sitios como éste; un mundo diferente, lleno de magia y de color. Sin preocupaciones...
Un mundo donde un niño podía ser feliz y jugar sin temor a los bombardeos, donde no existían los gritos, las lágrimas ni las lamentaciones, donde la caída de la noche no era presagio de muerte y violencia, sino de hermosas luces, alegría, música y diversión. Un lugar donde las risas infantiles llenaban el aire en lugar de las balas.
Y aún así se respiraba cierta decadencia, esa nostalgia de un lugar cuya época de esplendor ha quedado atrás.
- Me gusta venir aquí de tanto en cuanto, cuando quiero desconectar de todo y dar un paseo rápido -se volvió hacia el abogado-. Usted nació en Hell's Kitchen, ¿verdad? ¿Solía venir con su padre al parque cuando era pequeño?
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Tema: Re: El Ocaso del Sol (Matt Murdock)[01-04-2018] 11th Julio 2021, 04:08
Matt simplemente hizo un gesto con la mano cuando Drago mencionó que “quedarse atascado con él lo que restaba de velada sería mala suerte”. El abogado no era de los que se quejaban por todo y, aunque no le faltasen razones para ello, no solía verse como una víctima desgraciada objeto de las irrefrenables mareas de un destino tormentoso. Sin embargo, sabía que había tenido su buena ración de mala suerte en la vida: Criado por un padre soltero y sin recursos, ciego a los diez años… y casi había perdido la cuenta de los seres queridos a los que había tenido que decir adiós. Sabía que tan sólo era un chiste, pero pocas cosas se parecían menos a la mala suerte que pasar el resto de la noche con una persona tan interesante como Dragoslav Katich.
Durante el resto de la conversación Matt apenas habló, simplemente dio muestras de asentimiento a los comentarios de su nueva amistad. Debido a su profesión era él quien habitualmente tenía que hablar, así que unos momentos de paz escuchando a otra persona, simplemente prestando atención a sus opiniones y visión sobre el mundo se le antojaron un regalo. Además, poco tenía más que añadir a las observaciones del músico y, dado que parecía una persona poco dada a abrirse o expresar sus opiniones con detalle, le pareció mejor no interrumpir.
Matt había conocido la hipocresía que Drago denunciaba en todas sus variantes, aunque la clase que referenciaba, era cierto, solía germinar mejor abonada con la riqueza de los más acaudalados. Aunque jamás había sido un hombre adinerado, no se le había inculcado el odio cerval que algunas personas de clase humilde acaban desarrollando contra los más ricos. Tal vez fuese su educación católica, que hacía ver la pobreza y la contrición como virtudes en vez de lo que eran en realidad, mala suerte. Siempre le había parecido paradójico que una Iglesia que pone el trabajo como una cualidad positiva sea tan crítica con el disfrute de la riqueza que se obtiene con el mismo. Eso era una mera contradicción doctrinal, trabajo de los teólogos. La verdadera hipocresía no viene de un libro, la practican las personas. Las prédicas sobre la dignidad de la pobreza están bien si vienen de un párroco o una monja que viven al día mientras practican la caridad en un barrio desfavorecido. De boca de un obispo o un cardenal, la cosa huele un poquito más a mierda. Por otra parte, la búsqueda de la dignidad en la pobreza era otro de los dogmas que Matt no terminaba de compartir. La pobreza no era una virtud, simplemente era una puta mierda.
La Iglesia también predica la caridad, pero Matt jamás había sido caritativo. La caridad es dar, no compartir, es tratar los síntomas pero no la enfermedad. La verdadera cura del mundo era la solidaridad, que es lo mismo que la caridad, pero sin condescendencia.
Por ello, no podía estar más de acuerdo con las aseveraciones de Katich. Estas obras benéficas no eran más que un divertimento que hacía a los ricos sentirse mejor. Un 5% iría a parar a quienes realmente lo necesitan pero, de nuevo, un parche, una chapucilla para mantener el barco a flote… pero el agua sigue entrando. La única diferencia entre aquella fiesta y cualquier otra es que los ricachones, además de con una borrachera y quién sabe si un ligue bajo el brazo, volverán a sus casas con la conciencia un poco más limpia. Con todo, se dijo que al menos era mucho mejor que esas fiestas existieran a que no se destinase nada en absoluto a los necesitados.
La conversación derivó sin que se dieran cuenta tras la inesperada introducción de Downey Jr. A Matt le sonaba el nombre, era casi imposible que no hubiese escuchado hablar de él aunque, como era lógico, no había visto ninguna de sus películas. Sin embargo, si recordaba como un ex compañero de Columbia se había hecho de oro solucionando alguno de sus problemillas legales. Matt se sonrió al darse cuenta de que lo confundían con Tony Stark. Supuso que se parecían en algo más que el dinero, pero eso, de nuevo, tampoco podía asegurarlo. La situación se hizo aún más cómica cuando el auténtico Tony apareció por la fiesta y, en ese momento, Matt no pudo contener la risa. Respecto al millonario y vengador, tenía opiniones enfrentadas. Sin duda era un hombre con conciencia y la importancia de su labor dentro y fuera del traje de Iron Man eran innegables. Por otro lado, y aunque al propio Tony pudiera sorprenderle la comparación, tenía más en común con la Iglesia de lo que se podía imaginar. Al fin y al cabo, también parecía saber lo que le convenía a todo el mundo sin pedir opinión.
****
Salir de la fiesta le vino bien a Matt. Aunque no estaba borracho, empezaba a notarse un poco achispado y el ajetreo había comenzado a embotar sus sentidos. Una vez Foggy le preguntó si los ciegos podían marearse a causa del alcohol desconociendo, como la mayoría de la gente, que la pérdida de equilibrio es un asunto que poco tiene que ver con la vista y mucho con el oído interno lo que, dados los supersentidos de Matt, no sólo no le hacían inmune a esos efectos del alcohol sino mucho más vulnerable. Por tanto, el efecto de la brisa y el frío de la noche le hicieron mucho bien.
- Venir a Coney Island es como hacer un viaje en el tiempo a tan sólo un paso de Manhattan -le comentó Drago a Matt, mucho más suelto y hablador que al inicio de la noche. Y eso que él no había bebido-. Cuando estoy aquí me gusta cerrar los ojos por un instante e imaginar cómo era éste lugar en los años 20, con la gente disfrutando, los niños riendo y jugando a ganar premios en las casetas, caminando de una atracción a otra con el sonido del mar de fondo mezclado con la música y los demás ruidos de un parque de atracciones... Creo que ésa es precisamente la magia de Coney Island: revivir tiempos más inocentes. Supongo que para mí, como extranjero que sólo lleva ocho años en Nueva York, resulta particularmente atrayente poder alcanzar un atisbo de lo que llegó a ser éste lugar. Sí... Coney Island tiene un encanto especial y a la vez nostálgico. Es como una joya detenida en el tiempo, ¿no cree? Cuando era niño soñaba con sitios como éste; un mundo diferente, lleno de magia y de color. Sin preocupaciones...
Era curioso, Katich llevaba en Nueva York más o menos el mismo tiempo que él llevaba ejerciendo como justiciero en esa misma ciudad. Matt se dio cuenta entonces del poco que había dedicado a centrarse en la belleza de esa ciudad. Siempre entre delincuentes, tanto en las calles como en el juzgado, viendo las peores miserias de la sociedad. A veces era importante tener momentos como aquel, saborear las cosas buenas, recordar que las había. Recordar por qué merecía la pena seguir luchando por aquella ciudad.
- Me gusta venir aquí de tanto en cuanto, cuando quiero desconectar de todo y dar un paseo rápido. Usted nació en Hell's Kitchen, ¿verdad? ¿Solía venir con su padre al parque cuando era pequeño?
Matt sintió una pequeña punzada en el estómago. No era la primera vez que se acordaba de su padre aquella noche y, a lo que parecía, no iba a ser la última.
- Yo… Sí, una vez- dijo bajando la cabeza- Como recordará el viejo Jack era boxeador. Se puede ganar mucho dinero con el noble arte pero, claro, para eso tienes que ser muy bueno y, él no lo era tanto- Matt hizo un gesto de negación con la cabeza- No, no… Eso sería injusto. Es difícil llegar a la élite en un deporte cuando no puedes tener una dedicación plena al entrenamiento y mi padre no podía permitirse eso. Mi madre nos abandonó cuando yo era muy pequeño y tuvo que criarme solo, así que se hizo obligado buscar otros trabajos a parte del boxeo. Mi padre tuvo muchos empleos: Algunos le gustaban, otros no tanto. Creo que el que más le gustaba era el de padre- dijo sonriendo- Y, dadas las circunstancias creo que no lo hizo del todo mal. A veces era duro, pero supongo que quería para mí una vida mejor que la suya…- Matt hizo un esfuerzo para volver al presente- El hecho es que vivíamos casi al día, lo que en el momento te frustra, pero te hace valorar más las cosas. Ir al cine o cenar fuera de casa se convierten en pequeños lujos que otros no valoran tanto. En esas circunstancias, la pizza que te comes, con suerte, una vez al mes a dos calles de tu casa te sabe mejor que cualquier mierda que sirvan en el mejor restaurante de la ciudad. Yo no soy ciego de nacimiento, no recuerdo si se lo había dicho. Antes de que me pasase esto- siguió Matt señalándose las gafas- nunca habíamos podido venir. Un tiempo después mi viejo reunió un poco de dinero y pudimos pasar una tarde en el parque. Supongo que pensaba que me ayudaría a animarme… y no se equivocaba- Matta echó la vista al cielo, tan oscuro como todo desde hacía años- Y no se equivocaba. Fue uno de los mejores días de mi vida.
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Tema: Re: El Ocaso del Sol (Matt Murdock)[01-04-2018] 24th Julio 2021, 17:41
Al mutante le sucedía al contrario que al abogado. No estaba acostumbrado a hablar o socializar, y durante muchos años se había limitado a permanecer en un segundo plano silencioso, pero, por un lado, el hecho de ser completos desconocidos le ayudaba a soltarse más con Matt. Ante él no tenía ninguna fachada que mantener, ni ninguna reputación que pudiera verse afectada. Además, la necesidad de mantener dicha reputación se sustentaba en su creencia no constatada de que podía llegar a absorber la luz interior de las personas, pero en el transcurso del último mes se había visto obligado a mantener numerosas reuniones con los nuevos grupos de súper humanos aparecidos con la Colisión y no había sucedido nada extraño, por lo que a aquellas alturas podía estar casi seguro de que ese temor, al menos, era infundado.
El segundo factor que le ayudaba a abrirse con él era el momento de unión que habían tenido en el escenario. La música es el lenguaje universal que conecta a al ser humano con su mundo emocional, con lo inefable, con el espíritu y el alma, lo cual la vuelve la forma más pura de expresión, que a menudo nos permite dejar salir lo que no nos atrevemos a decir con palabras, permitiéndonos así conectar y compartir con otros seres humanos de una manera auténtica y genuina. Debido a su renuencia a tocar en público, desde la muerte de su madre, Drago no había experimentado nunca un momento de conexión como el que había compartido con Matt, lo cual le hacía albergar la extraña sensación de que le conocía desde hacía más tiempo, contribuyendo a hacerle sentir cómodo en su presencia.
La agradable brisa nocturna les acariciaba durante su paseo por el broadwalk, trayendo consigo el olor del mar y propiciando una apacible atmósfera a la que contribuían los entusiastas acordes de un músico callejero que tocaba con un violín eléctrico más adelante.
Drago escogió uno de los bancos del paseo para sentarse, escuchando, nostálgico, lo que le contaba el abogado sobre su niñez.
- Lamento que su madre le abandonara -musitó-. La familia es una de las cosas más importantes que existen. Yo perdí la mía durante la guerra -dijo entonces, admitiendo por vez primera que la había vivido en primera persona-. También éramos pobres, pero... recuerdo que éramos felices. Ya le comenté que mi madre me transmitió la pasión por la música... De mi padre heredé el amor por la naturaleza -hizo una breve pausa, escuchando la animada música del violín, antes de continuar-. Crecer sin mucho dinero significaba que no podíamos permitirnos realizar actividades que supusieran un coste, pero ir de excursión... eso era gratis. No sé si conoce Srebrenica... Es un pequeño pueblo rodeado de bosque y montañas. Con mi padre solíamos irnos de escalada, y, cuando estaba allí arriba, contemplándolo todo me sentía... invencible -esbozó una sonrisa amarga-. Qué irónico, ¿verdad? Considerando cómo acabó todo... -suspiró, alzando la mirada al cielo nocturno-. En cualquier caso, escalar montañas me enseñó que el mayor obstáculo al que te enfrentarás en tu vida eres tú mismo. Mi padre solía decir que, si puedes alcanzar las simples metas que te propongas, podrás conseguir cualquier cosa. Es curioso... Hacía mucho que no pensaba en eso.
Se quedó un momento en silencio, observando cómo la gente pasaba de largo ante el violinista, ignorando su virtuosismo como si fuera invisible.
- Siento mucho respeto hacia cualquiera capaz de exponer su arte de ésta manera -confesó-. Es un verdadero acto de valentía en el que yo mismo he fracasado hace unas horas. En ésta vida que vivimos, a menudo encontramos belleza ante nosotros... pero vamos siempre con tanta prisa que somos incapaces de apreciarla.
Drago miró a uno y otro lado del paseo, pensativo, y, de repente, una luz, parpadeante como un holograma, se materializó ante el violinista en la forma de una joven bailando al son de la melodía, conformando un espectáculo tan hermoso y poético que la gente no tardó en detenerse a admirarlo, y, pronto, los billetes empezaron a amontonarse en el estuche del instrumento abierto en el suelo. El violinista se detuvo por una fracción de segundo, mirando desconcertado a su alrededor, pero encontró la mirada de Drago, que le sonrió y le hizo un sutil gesto con la cabeza para que continuara. El joven así lo hizo, devolviéndole la sonrisa. El mutante no llevaba su uniforme de la Patrulla X, pero en aquél mundo repleto de metahumanos y avances tecnológicos imposibles, uno aprendía a no darle muchas vueltas a las cosas cuando la vida te sonreía, y, simplemente, aceptar la buena fortuna. Una honda sensación de calidez se extendió por el pecho del mutante. No era necesario jugarte la vida contra amenazas del espacio exterior para hacer el bien. A menudo, los actos más sencillos y cotidianos del día a día podían llegar a ser los más valiosos.
Miró a su compañero, que permanecía a su lado, completamente ignorante de lo que acababa de hacer, e, inicialmente, experimentó una profunda tristeza. Él sabía perfectamente lo que era estar sumido en una oscuridad perpetua, y el claro vacío de sus ojos actuaría siempre como un recordatorio permanente. Pero, a diferencia de Matt, él podía utilizar su poder para ver. Drago llevaba doce años despertando, mañana tras mañana, en la fosa común donde le habían enterrado los serbios tras la masacre de Srebrenica. Doce años de abrir sus ojos muertos al vacío más absoluto y aterrador hasta que su cerebro despertaba lo suficiente como para permitirle pasar a forma mutante y hacer que la luz se abriese camino, devorando las sombras. No quería ni imaginar lo que debía de ser vivir en un pozo de tinieblas de manera permanente. No llegar nunca a despertar de la pesadilla.
Y, entonces, un pensamiento se le vino a la cabeza.
Él, al igual que Matt, era ciego, pero su poder le permitía ver.
Cuando había despertado en aquél almacén mugriento de Colombia, con los cadáveres de sus torturadores desperdigados a su alrededor hacía tantos años había asumido que su poder era el control de las sombras, que se trataba de un ángel de venganza encarnado en el cuerpo muerto de Dragoslav Katich, y que su aspecto, cuando se revelaba, se manifestaba en la forma de un aterrador ser hecho de tinieblas que utilizaba espectros de oscuridad para atacar a los impuros. Xavier le había dicho que no era cierto, que su verdadero poder se encontraba en la luz. Él no había querido creerlo, no podía... Nadie que le viera en forma mutante podría pensarlo.
Y, sin embargo, había una hermosa joven hecha de luz bailando ante los asombrados espectadores, actuando como un desafío a su autodesprecio.
Podía manipular el espectro lumínico para crear ilusiones. Podía controlar la manera en la que la luz se reflejaba en los objetos, podía hacer que dieran la vuelta a su alrededor para volverse invisible.
Era ese control sobre el espectro lumínico el que le permitía ver.
Quizás...
¿Podría...?
La frase de su padre, tantos años olvidada, volvió de nuevo a su cabeza: "si puedes alcanzar las simples metas que te propongas, podrás conseguir cualquier cosa".
Volvió a mirar hacia las hermosas vistas de Coney Island desde el embarcadero. La fiesta debía estar a punto de terminar, y pronto, empezarían los fuegos artificiales...
- Entonces... nunca llegaste a ver el parque -musitó, experimentando tanta ansiedad que se olvidó de continuar manteniendo el trato formal. Tampoco es que tuviera mucho sentido ya, a aquellas alturas-. El día más feliz de tu vida... y no pudiste apreciarlo...
Guardó silencio, inseguro. No sabía si aquello funcionaría, y no quería darle falsas esperanzas.
- Hay algo... que tengo que confesarte, Matt... Yo también soy ciego... Pero mi poder me permite ver. El Profesor dice... que puedo controlar la luz... A decir verdad, nunca he sabido bien cómo hacía lo que hacía, simplemente... Bueno, era algo instintivo. Sé que acabamos de conocernos, pero... me gustaría pedirte que confiaras en mí.
Ofreciéndole la mano para levantarse, le guió hasta el borde del embarcadero, donde quedarían a espaldas de la gente, con las vistas del parque iluminado ante ellos.
Una vez allí, extendió una mano tentativa hacia sus gafas.
- ¿Me permites...? Quiero intentar una cosa...
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Tema: Re: El Ocaso del Sol (Matt Murdock)[01-04-2018] 4th Agosto 2021, 18:39
-Hay algo... que tengo que confesarte, Matt... Yo también soy ciego... Pero mi poder me permite ver. El Profesor dice... que puedo controlar la luz... A decir verdad, nunca he sabido bien cómo hacía lo que hacía, simplemente... Bueno, era algo instintivo. Sé que acabamos de conocernos, pero... me gustaría pedirte que confiaras en mí- Una vez allí, extendió una mano tentativa hacia sus gafas- ¿Me permites...? Quiero intentar una cosa...
Matt apartó la cara instintivamente. Por lo que Drago estaba diciendo, era más que evidente lo que iba a intentar hacer. No sabía que podría ser peor, la decepción de que no pudiera conseguirlo o la posibilidad de que fuera capaz de ello. Matt ya sabía lo que era quedar privado de la luz. El recuerdo de su despertar tras el accidente era uno de los más vívidos y recurrentes. De hecho, en ocasiones aún soñaba que veía. Muchas veces se preguntó si eso era posible o simplemente se despertaba con el recuerdo de haber visto. Los ambientes y personas de su pasado se mezclaban con una representación paródica de los que ya había transitado y conocido privado de la vista. Como una pintura abstracta o el dibujo de un niño. La representación de la realidad de un robot que puede comprender lo que es ver pero no reproducirlo. Cuando despertaba de los más intensos, de esos que te hacen olvidar que estás soñando, su cabeza aún tardaba en adaptarse a la antigua situación. Cada uno de esos despertares era como el del hospital, una bofetada que le recordaba que jamás volvería a ver la luz. Matt dudó por unos instantes si sería capaz de soportar aquello, de encajar la realidad de lo que se estaba perdiendo.
Tras unos instantes, la duda se disipó. Echó mano de su cartera y, con sumo cuidado, apartando los billetes doblados y las tarjetas, extrajo dos pequeñas láminas y las ocultó en su mano. Se debía aquello, les debía aquello. Todos decían que era un “hombre sin miedo” y saltar de azotea en azotea no era la única forma de demostrarlo. Les debía a quienes amaba enfrentarse de nuevo al dolor de la pérdida. Se extrajo las gafas con la mano libre y, colocándose de cara al parque, hizo un gesto a Drago.
- Adelante- dijo tras coger aire.
Matt no era capaz de saber qué estaba haciendo Drago. Había dado la señal pero le era imposible saber si éste había comenzado ya con su experimento. No tenía una idea clara de como funcionaban los poderes del mutante o si debería "estar sintiendo algo" en ese momento. ¿Habría cambiado Drago de opinión tras la inicial negativa de Matt?
Durante un par de segundos nada ocurrió, y el abogado descubrió con asombro que, por muchas reservas que tuviera, se sentía decepcionado ante la perspectiva de que aquel ensayo no funcionase. Lo único que podía ver era su habitual amalgama de ondas, huellas térmicas y olores, la extraña perspectiva de la realidad que le ofrecía su radar en comunión con el resto de sus supersentidos: su mundo en llamas.
Sin embargo, cuando ya se disponía a apartar la mano de su nuevo amigo, el mundo comenzó a tomar forma. Como una lente desenfocada que se ajusta, las masas informes dieron paso a las siluetas, el negro a los colores, la quietud al movimiento… la oscuridad a la luz. Como una ruina enterrada que el viento desvela al arrastrar las arenas del desierto, su ciudad, llena de luz y vida, se mostró ante Matt. Una sensación de extraña familiaridad se apoderó de él. Mientras veía las siluetas de los edificios podía hacer correspondencia de las azoteas, tuberías, ventanas y demás con aquellas que llevaba años transitando mientras desafiaba a la gravedad con sus rondas nocturnas. Aunque su sentido del equilibrio era casi perfecto, se asombró tomando por primera vez en años conciencia de la altura de muchos de esos rascacielos de los que tan alegremente se descolgaba.
Se sorprendió de cómo la nostalgia invadió su corazón en base a un estímulo que jamás había recibido. Con la vuelta de su vista, los sonidos del parque no tenían la misma intensidad, como si alguien hubiese bajado de pronto el volumen de un televisor. Sin embargo, cada atracción, cada cartel, cada hueco de aquel lugar le traía una nueva memoria. Su cerebro, como en un pasatiempo, iba uniendo los puntos de cada nuevo estímulo visual con un recuerdo de aquel maravilloso día con su padre. Llegado el punto, no le costó imaginar a ambos bajando por la montaña rusa, paseando entre los neones y comiendo algodón de azúcar. Fabricando nuevos recuerdos en base a su experiencia incompleta o, mejor dicho, completando los ya existentes con su nueva visión.
Fue en ese preciso instante que los fuegos artificiales comenzaron a inundar de color el cielo sobre el parque. En otras circunstancias el sonido de la pólvora habría resultado un atronador martirio para Mudock, pero parecía que la recuperación de la vista había atenuado los rigores de los hipersentidos de Matt, como si su organismo hubiese podido detectar que no los necesitaría por unos instantes. El abogado quedó asombrado de aquel despliege de luz, ya casi había olvidado el gran número de combinaciones y gamas de color que existían en el mundo, acostumbrado como estaba a su oscuro mundo rojizo. Casi tan bello como los propios voladores era la imagen que reflejaban en el agua. Murdock se quedó embobado durante un buen rato, como un niño, con la boca abierta, sin ser consciente del tiempo.
Entonces, sin saber cuánto más durarían los efectos del poder de Drago, decidió acercarse a la cara las dos pequeñas láminas que había extraído de su billetera. Dos fotografías que siempre llevaba consigo. Podría parecer absurdo que un ciego llevase en su cartera unas fotos que jamás podría ver. Pero eso es lo que hacía la gente ¿No? Llevaba imágenes de sus seres queridos en un objeto que siempre llevaban encima. Para tenerlos cerca, para sentir que le acompañaban.
La primera foto, la de su padre, le hizo sentir un agradable confort. No sólo por tenerlo de nuevo en aquel lugar tan especial, sino por constatar que, pese al tiempo transcurrido, no había olvidado ni uno de los rasgos de Jack Murdock. Miró con detenimiento aquel rostro sonriente, lleno de los rastros de su violenta profesión. Escudriñó con la mirada aquel rostro que tantas veces él mismo tuvo de remendar cuando volvía de sus combates y durante un momento el batallador volvió a estar vivo.
Le costó mucho más trabajo mirar la segunda fotografía, pero ella se merecía aquel esfuerzo. Cuando observó su mano, una radiante Karen Page le devolvió la mirada. Con esos ojos azul cielo que, hasta ese momento, sólo había podido imaginar. Temía que, cuando la viese, sólo pudiese pensar en su último momento con ella. Que sólo fuese capaz de imaginar su rostro muerto, su latido detenido, su propio bastón hundido en el pecho por obra de Bullseye. Pero no era así. Aquella fotografía estaba llena de la vida rebosante de aquella Karen que cada vez le costaba más recordar. Recorrió con los ojos aquellas facciones que hasta ahora sólo había visto con sus manos. La piel pálida y suave. El gracioso huesecillo plano de la nariz, que se arrugaba cómicamente cuando sonreía. Y, en ese momento, fue cuando Matt Murdock no pudo evitar las lágrimas.
Dando una última mirada al Luna Park, guardando de nuevo su cartera en el bolsillo, Matt apartó la mano de Drago de sus sienes. La luz se fue apagando de nuevo en sus ojos, y él se los restregó levemente para volver a colocarse las gafas.
- Drago…- dijo Matt con voz queda- Esto… es lo más hermoso que nadie ha hecho por mí en mucho tiempo.- Alejándose un poco apoyó la mano en el hombro de su nuevo amigo- Da igual lo que opine la gente sobre los tuyos- Matt apretó afectuoso el hombro de Drago- Alguien capaz de obrar un milagro así, no puede ser un monstruo.
Había pasado días duros, días en que su autoimpuesta misión parecía cada vez más absurda y difícil. Desde la muerte de Karen se había planteado hasta qué punto había perdido la fe. Si tan sólo era un hombre derrotado más que se lanzaba a las calles en busca del dulce abrazo de la muerte. Íntimamente dio las gracias a Foggy por obligarlo a salir aquella noche y a ese Dios en que tanto él como Drago creían por ponerlo en su camino.
Ahora recordaba bien por qué hacía lo que hacía. Ahora podía recordar que era más que una especie de masoquista o suicida sin valor para terminar el trabajo empezado. Ahora sabía qué le daba fuerzas para seguir soportando esa carga que Dios o el destino habían puesto sobre sus hombros. Pese a las pérdidas, pese al dolor... aquello merecía la pena.
Debía seguir luchando por gente como su padre, gente… como Karen. Por la gente que poblaba sitios como aquél parque, personas que sólo querían vivir sus vidas en paz y buscar un poquito de felicidad con la que construir los recuerdos del mañana. Y si Dios no estaba dispuesto a darles aquella paz, el diablo viviría toda su vida en guerra para proporcionársela. De hecho, puede que él mismo lo hubiese puesto allí por esa razón. Que el dolor fuese una prueba más, que soportarlo fuese lo único que le hiciera digno de cumplir esa misión, de demostrar que merecía hacerlo. Sufrir para que otros no sufran... Sí, aquello parecía el estilo del "jefe".
Puede que, para seguir luchando contra la oscuridad, necesitase volver a ver la luz.
Aunque fuese por un instante.
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Tema: Re: El Ocaso del Sol (Matt Murdock)[01-04-2018] 14th Agosto 2021, 02:47
El mutante tomó aire, nervioso ante la idea del experimento que tenía ante sí. Él también sabía lo que era verse privado de la luz, y era por eso que no podía... no quería, fallarle. Sin embargo, jamás en toda su vida había intentado algo como aquello, y una incipiente sensación de miedo se apoderó de él. ¿Cómo iba a poder hacerlo? No era capaz de conjurar luz, sólo oscuridad... Sí... pero también podía crear ilusiones y doblegar los rayos del espectro lumínico para hacerse invisible. Podía controlar la reflexión de la luz ya existente, conducirla y maniobrarla a su antojo, con la pericia de un artista que dibuja una obra de arte. A Matt no le hacía falta una gran explosión lumínica; sus ojos estaban muertos, no habrían sido capaces de verla igualmente. Lo que aquél hombre necesitaba era que le diera vida a sus ojos por un instante, recreando lo que ya no eran capaces de hacer por sí mismos.
Cerrando sus propios ojos para que la gente del paseo no los viera resplandecer de súbito, se concentró en sentir la caricia de la luz que les rodeaba, tan íntima como el roce de una amante. Aún de noche, estaba por todas partes, y él podía sentir cada diminuta partícula que irradiaba de la luna, las estrellas, las luces lejanas del parque, las farolas del paseo... Era abrumador. La sentía cosquillear en las yemas de sus dedos, como arcilla maleable en sus manos. Concentrándose en cada uno de aquellos rayos de luz los fue guiando hacia los iris ciegos, haciéndolos penetrar hasta el cristalino para enfocar las imágenes en la retina con la precisión de un cirujano. Aquello no era como lanzar rayos láser a los enemigos, ni siquiera como pintar ilusiones en el cielo. Aquello era infinitamente más delicado y complicado, y precisaba de toda su concentración para hacerlo correctamente, sin que la definición o los colores de las imágenes se vieran alterados. Los músculos que se ocupaban de la acomodación estaban atrofiados, por lo que tenía que ser él quien analizara correctamente las distancias a las que se encontraban los diferentes objetos para proporcionar la refracción adecuada que permitiera enfocar bien los cercanos y distinguir con nitidez los lejanos. Por fortuna, la propia estructura del ojo era tan perfecta que resultaba de gran ayuda por sí sola, ayudando a compensar el cambio de trayectoria de los haces lumínicos al pasar por medios con índices de difracción tan distintos con la forma curva de la retina. Ya dentro del ojo, los índices de refracción eran tan parecidos, que lo único que tenía que hacer era invertir él mismo la imagen y rezar para que las células encargadas de transformarla en impulsos nerviosos fueran capaces de reconocer el estímulo lumínico y reaccionar una vez más después de tanto tiempo...
Respondiendo a todas sus plegarias, los viejos mecanismos que habían permanecido dormidos durante años parecieron despertar al volver a recibir los viejos estímulos, repitiendo una vez más los procesos que, en el pasado, habían resultado tan naturales como el caminar o el respirar, antes de que aquellas ventanas que habían estado abiertas al mundo se cerrasen para siempre... para volver a ser abiertas una vez más...
La luz, transformada ya en impulsos eléctricos, fue conducida a través de los nervios ópticos, aún funcionales, hasta la región posterior del cerebro, donde las señales fueron traducidas en formas inicialmente borrosas que iban cobrando cada vez una mayor claridad y, finalmente, en colores.
Drago no tenía la más remota idea de si lo que estaba haciendo estaba causando el menor efecto, hasta que vio la luz reflejarse en la expresión del pelirrojo y reconoció la sensación de maravilla y asombro ante lo que la mayoría daba por asumido. Sin embargo no podía decir nada... necesitaba de toda su concentración para mantener constante el flujo de luz supliendo la función de aquellos ojos vacíos y no sabía cuánto más podría mantenerlo... pero fue suficiente.
Suficiente para que un abogado ciego se reconciliara con el niño que una vez fue, con su pasado, mientras los fuegos artificiales dibujaban un arcoiris multicolor sobre un rostro encandilado. Estaba a punto de interrumpir el flujo de luz, pero entonces le vio tomar aquellas dos fotografías y se obligó a sí mismo a hacer el esfuerzo de mantenerlo un poco más. Si las llevaba en la cartera era evidente que debían de ser personas importantes, y algo le decía que debía hacer cuanto estuviera en su mano por permitirle aquél momento. La primera imagen mostraba el rostro curtido de un hombre más mayor con evidentes parecidos con el abogado, lo cual le hizo deducir que debía tratarse de su padre fallecido. La otra imagen reflejaba a una joven rubia muy hermosa. Dado que no había hablado de ninguna hermana, resultó evidente para Drago qué había podido representar para él, así como el destino que debía haber tenido, cuando vio las lágrimas resbalar por sus mejillas. Sin poder evitarlo, pensó en su propia familia asesinada. Dos hombres a los que la vida les había arrebatado todo, incluida la visión, pero que se las habían ingeniado para continuar adelante con la fuerza de la fe. Quizá, a pesar de la aparente diferencia de caracteres, tenían en común más de lo que habrían podido imaginar al conocerse...
Matt retiró con suavidad sus manos de sus sienes, manifestando así su deseo de interrumpir la conexión establecida entre los dos (una conexión que, de todas formas, no sabía por cuánto más tiempo habría podido mantener), y Drago cedió, aliviado y exhausto ante el esfuerzo realizado, posiblemente uno de los mayores de su carrera, por el grado de detalle y minuciosidad necesario para lograrlo, pero, también, de los más gratificantes.
- Drago… Esto… es lo más hermoso que nadie ha hecho por mí en mucho tiempo -dijo con agradecimiento el hombre, apoyándole una mano en el hombro- Da igual lo que opine la gente sobre los tuyos. Alguien capaz de obrar un milagro así, no puede ser un monstruo.
El mutante apartó la mirada hacia las aguas del mar, avergonzado.
- Eso lo dices porque no puedes ver mi verdadera forma -musitó-. Mi forma mutante es... soy... un monstruo -se sentó en el muelle con las piernas por fuera, mirando el mar-. Mi poder consiste en dar forma a las pesadillas de los demás. Ha sido agradable hacer algo diferente por una vez. Algo bueno. Las cosas que he hecho en el pasado... -negó con la cabeza, como queriendo apartar aquellos recuerdos-. Sin embargo el Profesor también parece creer en mí. Me ha nombrado líder de la Patrulla X y representante de los mutantes ante los nuevos grupos surgidos con la Colisión. Lo único que espero es que no se despierte un día dándose cuenta de que depositó su confianza en quien no debía. Por cierto -dijo volviéndose hacia él-, te agradezco que no sacaras el tema durante la cena. Casi toda la vida social que tengo es más como Eclipse que como Dragoslav Katich. Sienta bien que la gente se dirija a ti por quién eres... y no por lo que eres.
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Tema: Re: El Ocaso del Sol (Matt Murdock)[01-04-2018] 26th Septiembre 2021, 18:59
Matt tomó aire mientras escuchaba las palabras de Drago, disfrutando del efecto de la brisa nocturna en su pelo, esforzándose por recuperar la compostura tras el extraordinario evento que acababa de coprotagonizar con su nuevo amigo. Tras aquel momento de intimidad, mientras alguien que tanto había hecho por él le daba las gracias por un gesto tan simple como mantener a un lado los detalles de su vida pública, Murdock sintió el impulso de hablar a Drago de su “otra” vida. No dejaba de ser curioso cómo el mutante, que daba la cara ante todo el mundo, se sintiera un farsante mientras a Matt le pasaba lo mismo, precisamente, en su vida pública. Desde que comenzó con sus actividades como Daredevil aquello había sido la tónica habitual. Las mentiras se habían convertido en un aspecto tan común de su vida que le asustaba el hecho de que ya no le costase usarlas. Se habían convertido en algo tan automático como respirar. Sin embargo, Matt descartó el pensamiento en pocos segundos. Aunque Drago se hubiese abierto en canal ante él no podía cargar a una persona a la que apenas conocía con la responsabilidad de guardar su secreto.
- No… no tienes por qué dármelas Drago. Es como Dragoslav Katich como te he conocido, no como Eclipse y es así como me dirijo a ti. En cuanto a tus dudas… Si conozco bien al profesor Xavier me parece poco probable que ese día que temes llegue algún día. Te aseguro que no suele equivocarse al juzgar a las personas- Matt esbozó una leve sonrisa irónica- Bueno, si exceptuamos a su viejo amigo, el imán de nevera terrorista...
Matt buscó con su bastón alguna barandilla cercana al agua, aunque no necesitaba hacer uso de él, y se apoyó en ella de cara al parque.
- Todos nos hemos sentido malditos alguna vez, Drago. Es una corriente de pensamiento bastante extendida dentro de mi fe que Dios prueba con más dureza a quienes más ama. Yo no opino así, o al menos no siempre. Si eso fuese verdad, Dios tiene una forma muy extraña de amar… No, tal vez sólo le culpemos de lo que nos hacemos a nosotros mismos. Existen la enfermedad y la mala suerte… pero en mi experiencia la mayor fuente de mal en este mundo, somos nosotros. Y el mal tiene muchas formas, yo he visto bastantes de ellas…-Matt chistó- y eso que soy ciego. Aunque del mismo modo que el mal tiene muchas formas, también las tiene el bien. No sé… al fin y al cabo, las catedrales tienen gárgolas ¿No? Pesadillas que guardan la casa de Dios. Si son buenas para él, también deberían serlo para tí- el abogado se quedó un rato en silencio, buscando en su memoria un pasaje que había aprendido hacía mucho tiempo- “He visto llorar a los oprimidos, sin que nadie los consuele, y considero más felices a los muertos, que ya no existen, que a los vivos que todavía están; y pienso que todavía es más feliz quien no ha existido, pues así no ha visto las barbaridades que se cometen bajo el sol. Pero «el necio se cruza de brazos y así se va consumiendo». Más vale ser dos que uno, pues sacan más provecho de su esfuerzo. Si uno cae, el otro lo levanta; pero pobre del que cae estando solo, pues no tendrá a nadie para levantarlo”- Matt se encogió de hombros- Eclesiastés, creo recordar. No sé si la Biblia es la palabra de Dios, pero esa es una palabra en la que puedo creer. Sólo serás un monstruo si tú mismo piensas que lo eres. Y, el problema de los monstruos, es que suelen ser muy solitarios. No te recomiendo esas soledad, Dragoslav. He estado ahí, y no es un lugar agradable. No creas que la soledad te protege a tí, o a los demás. La soledad nunca ha protegido absolutamente a nadie. Los amigos sí.
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Tema: Re: El Ocaso del Sol (Matt Murdock)[01-04-2018] 2nd Octubre 2021, 01:01
Guardó silencio cuando afirmó que Xavier no se equivocaba, agachando la mirada. Le daba tanto miedo defraudar a la única persona que había creído en él... ¿Y si llegaba el día en que se demostraba... que había estado equivocado?
Vivía asediado por sus sombras, pues él había sido testigo de la oscuridad que era capaz de albergar, y continuamente temía que pudieran llegar a poseerle. Tanto le preocupaba aquello que ni siquiera sonrió cuando hizo el chiste sobre uno de los mayores adversarios ideológicos de la Patrulla X, aunque tampoco era un hombre dado a sonreír a menudo. Pese a todo, aunque sus dudas continuaban, habría sido absurdo seguir insistiendo sobre el tema, así que no dijo nada, pero sí escuchó con interés lo que el abogado tenía que decir a continuación.
Al parecer, Matt era católico, algo que ya había podido deducir de lo que había revelado acerca de su educación religiosa.
- La historia de Abraham -intervino cuando el pelirrojo mencionó las pruebas de fe de Dios-. En el Islam es considerado como el primer musulmán, y la historia es prácticamente la misma, salvo porque, según el Corán, a quien tenía que sacrificar era a Ismael, el ancestro de Mahoma, y no a Isaac.
Él también coincidía en que la mayor fuente de mal en el mundo eran los propios seres humanos. Asintió por costumbre, sin darse cuenta de que Matt no podría verlo.
- El hombre alberga luz en su interior, y también oscuridad... -musitó casi para sí-. Somos capaces de las cosas más hermosas... y de las más terribles...
Sus últimas palabras le hicieron mirar al abogado con expresión sorprendida durante unos segundos, antes de volver a desviar la mirada hacia el mar.
- Sí, yo... lo sé -musitó, y guardó silencio unos instantes antes de continuar, buscando las palabras adecuadas-. Mi poder... absorbo la luz y la convierto en tinieblas. Durante mucho tiempo he vivido obsesionado con la idea de que podía... absorber de la misma manera la luz de las personas. He apartado de mi vida a las personas que eran importantes, para protegerlas, y he procurado aislarme y distanciarme de los demás cuanto he podido. Dediqué años a cosechar una reputación temible en la escuela, para que los alumnos no desarrollaran ninguna clase de apego hacia mí. Me mantuve siempre al margen, de todo, y de todos. Pensaba... que era lo mejor.
Uno pensaría que no tenía sentido revelar aquello a un desconocido... Pero en realidad era justo lo contrario... Aquél ciego había visto aquella noche el interior de su alma. Desde el momento en el que le había escuchado tocar había sido como desnudar la parte más privada de su ser, algo que durante ocho años había evitado hacer con sus alumnos, y ahora aquél desconocido le conocía mejor que la mayoría de ellos...
- Sin embargo, cuando se produjo la Colisión, la mayoría de los X-Men más experimentados desaparecieron de un plumazo... Otros se marcharon... Lobezno, Cíclope... De repente era de los mutantes que llevaban más tiempo en la mansión -se observó las manos, pensativo-. En el transcurso de una misión de exploración de una de las nuevas ciudades que habían aparecido de la nada, con Tormenta al mando, se produjeron complicaciones... El grupo fue atacado y consiguieron inutilizar a Tormenta. Los demás miembros del grupo no eran más que niños... chiquillos en su primera aventura fuera de la escuela. Yo me había quedado dentro del jet... Es lo que solía hacer, permanecer fuera de la vista de todos. Pero... tuve que intervenir. Tormenta había quedado muy afectada, así que tuve que encargarme yo de representar a la Patrulla cuando aparecieron los héroes de esa ciudad. Salió bien -dijo con sencillez, mirando hacia Matt-. Surgieron otros encuentros con otros héroes... Y, al final, tuve que acabar ocupándome yo de representar a la Patrulla. Xavier me dijo... que confiaba en mí para ser el portavoz de los mutantes, el líder de los X-Men. Quise negarme pero no pude, porque apenas teníamos personal con la experiencia suficiente para ocupar el puesto. Así que, en éste último mes me he visto obligado a mantener más relaciones de las que he tenido en años. Creo que por eso el Profesor se empeñó en hacerme acudir a ésta gala. Y, bueno... tenía miedo al principio, pero creo que... no he dañado a nadie. Creo que... puede que mis temores fueran infundados. Y puede que...
Guardó silencio de nuevo, recordando la manera en la que Matt le había ayudado cuando había entrado en pánico en el escenario.
- Creo que... -volvió a mirar al abogado ciego-. Sí... Amigos. Creo que me gustaría.
Le tendió de nuevo la mano, no para presentarse o despedirse, sino para sellar el principio de algo nuevo, de algo que habría de perdurar tanto como la sinfonía eterna que tocaba día tras día, noche tras noche, aquella inmensa ciudad llamada Nueva York...
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Tema: Re: El Ocaso del Sol (Matt Murdock)[01-04-2018]