Noche de charadas. (01/03/2019)[Dick Grayson]

Fecha: 01/03/2019
Hora: 20.30 de la noche
Ojeadas al reloj:4 en los últimos 15 min.

Bludheaven era una ciudad que cada vez estaba ganando más y más influencias a pesar de que para muchos resultaba de reciente aparición de acuerdo a los últimos informes de los periódicos locales. De origen ballenero, pasó a ser un núcleo de alta industrialización para acabar convertida en un estercolero durante la época de la depresión. Su tasa de criminalidad era muy alta, lo que en mi negocio se traducía en un punto de referencia para movimiento de dinero cuyo origen siempre era de dudosa procedencia. Es curioso comprobar cómo las personas influyentes a menudo convivían con lo que se consideraban despojos humanos, con diferencia de unos cuantos kilómetros que marcaban de manera simbólica el gran abismo que los diferenciaba. Cuando los bonitos paseos florales llenos de adoquines encajados a la perfección empezaban a convertirse en carreteras de asfalto destrozado, las altas farolas cuidadas en murales llenos de grafitis culminados en cables pelados y lámparas destrozadas a pedradas, y la gente en lugar de pasear con tranquilidad saludando a la policía que hacía su ronda se aglomeraba en las esquinas mirando siempre por encima del hombro, bastaba tener dos ojos para ver lo diferente que resultaba la vida para unos y otros.

Debe existir algún tipo de atractivo en las ciudades decadentes que acababan por atraer a la gente que manejaba billetes. Puede que sentir la emoción del peligro, querer sentirse por encima del resto de mortales o vivir en una ciudad con un superhéroe reconocido. No se puede despreciar la popularidad que se gana en los círculos sociales exteriores cuando vives en una ciudad que tiene un personaje de ese tipo. Siempre acaban por contar historias que les involucran a ellos en un escenario donde alguno de los enmascarados salva el día, aunque la mayoría sean más falsas que una moneda de madera. Otro componente interesante era que en ese tipo de localización siempre puedes encontrar a alguien lo bastante desesperado como para hacer lo que sea por dinero. Lo que sea. Lo más probable es que fuera una combinación de todo lo anterior. Algunos de mis clientes de confianza vivían en Gotham, un lugar caracterizado por tener un ratio de violencia elevadísimo y un héroe popular al que habían llegado a apodar “El Caballero Oscuro”. Muchas personalidades influyentes vivían allí, como por ejemplo Bruce Wayne, heredero de la fortuna Wayne, cuya empresa había amasado tanto dinero que me temblaban las manos de emoción sólo de pensarlo. Parte del motivo por el que me había decido a acercarme a Bludheaven era la posibilidad de encontrarme con el millonario o alguno de sus allegados. No era raro que se trasladaran para ese tipo de reuniones de altas esferas. Gotham y Bludheaven no distaban tanto. Aunque para mí más que una fiesta era una reunión de trabajo. Tal vez mis esfuerzos dieran sus frutos.

Había contratado un coche con chófer para la ocasión. Quería poder beber con tranquilidad sin preocuparme de la vuelta al Hotel. Las limusinas aparecían por la carretera haciendo que el tráfico fuera más dificultoso de lo habitual. Era lo malo de llevar coches grandes en ciudades que sólo están preparadas para llevarlos por el centro. Aceptaba que una limusina daba una sensación es estatus y poder, pero en cierto modo eran un coche que a mí me parecía exclusivo de ocasiones especiales.  Algo con lo que impresionar a una cita, comenzar una reunión de trabajo de camino al restaurante, o de donde querías ver aparecer a la madre de tus hijos de camino al altar. Para el tipo de ocasiones como una fiesta era preferible adoptar un estilo más discreto, que no tenía porqué dejar de ser elegante. Para la ocasión pedí un coche con determinada categoría o superior y la empresa satisfizo mis demandas con un elegante Mercedes Maybach Clase S en color negro con los cristales traseros tintados, para más intimidad. Aunque no tenía intención de volver acompañado al hotel, siempre agradecía un poco de privacidad al empezar y acabar la noche.

El hombre se detuvo delante del Gran Hotel Eustace, rebautizado por su proximidad a la iglesia. Era un Hotel que un magnate había comprado, remodelado y convertido en uno de los negocios más prósperos de la ciudad después de que su anterior propietario se fuera a la quiebra tras la Gran Depresión. Ahora era un negocio familiar que ya habían heredado más de cuatro generaciones. Los bisnietos habían decidido cambiar el nombre para que se viera reflejado lo mucho que les importaba su comunidad, ya que eran también los principales benefactores del comedor social de la iglesia. Muchas ayudas procedían de ellos, entre sus fiestas de recaudación y sus donaciones mantenían una parte importante de las ayudas destinadas a gente en situación de precariedad. Las desgravaciones en los impuestos que traía consigo participar en ese tipo de cosas tampoco eran nada desdeñables.

Descendí del coche envuelto en un elegante Smoking negro a medida que había encargado confeccionar en una sastrería italiana de confianza. Lo había comprado para el fin de año y había necesitado un pequeño reajuste. Ahora me quedaba como una segunda piel. Los únicos detalles que destacaban sobre el blanco de la camisa y el negro mate del tejido eran la corbata y el pañuelo a juego, fabricados de una fina seda con motivos naturales que daban un aspecto metalizado al contacto con la luz.

Conseguí ver a unas cuantas personas influyentes, al tiempo que avanzaba hacia la entrada, donde presenté mi invitación para que me dieran las instrucciones oportunas. La cena se daría en el salón principal del hotel, pero primero se haría una recepción cóctel en la terraza. Sonreí agradeciendo la atención y me dirigí hacia los ascensores para subir a la última planta, permitiendo a las damas acompañadas pasar antes. Tuve que esperar dos ascensores, hasta poder subir por fin. Al llegar me percaté de que la situación estaba en su punto justo. No había llegado el primero, pero aún no estaba tan concurrido como para no poder estudiar a los presentes de uno en uno buscando caras conocidas. Había presencia de seguridad interna y un pequeño número de policías.

Aquello me resultó algo excesivo. Los hoteles solían contratar su propia seguridad, y no era necesario el apoyo policial. Aquello debía significar algo. Tal vez alguno de los asistentes hubiera recibido algún tipo de amenaza o algo por el estilo. Teniendo en cuenta el tipo de fiesta que era, sus posibles invitados, y la ciudad en  la que se encontraban no me resultaría extraño en absoluto. Haría pequeños sondeos aquí y allá. Poca gente se hace idea de las vueltas que da la bolsa cuando una personalidad pública, política o económica está bajo amenaza.

— No me dan nada de envidia estos ricachones… — suspiró a mi lado la agente Rohrbach. Sus ojos castaños vagaron por entre los hijos de la alta alcurnia de Blüdhaven sin demasiado interés. — Se esconden tras una máscara de hipocresía, siempre con sus falsas sonrisas y sus palabras insulsas.

— Vaya Amy, no sabía que te caían tan mal los de clase alta...— bromeé a su lado, mientras seguíamos observando con atención las entradas y salidas de la terraza del prestigioso Gran Hotel Eustace.— ¿Es por qué están probando esos tentempiés tan deliciosos mientras que nosotros sólo podemos mirarlos de lejos?  

— Se creen mejores que nosotros, Grayson, pero a mi me dan pena. Cuando se está arriba del todo, la caída suele ser igual de alta. Esta gente nunca podrá llevar una vida normal como la nuestra teniendo tanta pasta… y sino mira lo que les pasó a los Wayne.

Sí, lo sabía muy bien. Se podría decir que de primera mano, ya que era el hijo adoptivo del heredero de Empresas Wayne. Algo que esperaba que Amy Rohrbach o cualquier otro compañero del departamento de policía del ‘Haven no descubriera jamás.

Pero tanto Thomas como su esposa Martha y su hijo Bruce… no se parecían en nada a los que desfilaban como marionetas bien vestidas en aquel balcón de cinco estrellas. No estábamos protegiendo a nobles prestigiosos que debatían sobre cómo mejorar este mundo… no, estábamos protegiendo a criminales encubiertos, y eso es lo que verdaderamente hacía arder nuestros corazones.

Todo estaba corrupto en esta maldita ciudad. La policía, los políticos, los jueces... y eso también se aplicaba a la mayoría de ricachones del ‘Haven. Todos ellos tenían trapos sucios que jamás podían salir a la luz, y a pesar de todos nuestros esfuerzos, nunca encontrábamos las pruebas suficientes para incriminarlos. Esta fiesta era como un baile de máscaras para la mafia del 'Haven. No podías fiarte de nadie. 

Al fondo de la estancia, conseguí distinguir a unos cuantos fieles de Roland Desmond, también conocido como Blockbuster, el cabecilla de la mafia con más influencia de la ciudad. Pero últimamente, el hombre que se autoproclamaba el "rey de Blüdhaven" estaba más inquieto que de costumbre. Al parecer… le había salido una rival...

— Veo que nos volvemos a encontrar, agente Grayson...— susurró una joven asiática de aspecto frágil. Llevaba puesto un imponente vestido de espalda descubierta de color negro estrellado como la noche. Para esta ocasión, se había recogido el pelo en un elegante moño y sus labios brillaban en un tono tan rojo como la sangre.

—El ‘Haven es muy pequeño, señorita Aoki. — acompañé mi respuesta con una respetuosa reverencia. — Espero que disfrute mucho de la fiesta —Podía sentir la mirada penetrante de Amy a mi espalda, ya que estaba saludando nada más y nada menos que a la competencia directa de Roland Desmond.

La señorita Natsuki Aoki era la presidenta de la farmacéutica Byocite. Hacía casi un año que se había instalado en Blüdhaven y había contribuido a la reforma de la ciudad tras el atentado de Deathstroke los días previos a la colisión. Le salvé la vida dos veces. Una como agente Grayson cuando Deadshot trató de dispararla en mitad de una concentración de políticos, y otra como Nightwing, cuando Deathstroke irrumpió en su casa familiar a medianoche. Aquel día descubrí que ambos trabajaban para el recién resucitado Blockbuster... No era de extrañar que quisiera su cabeza… según los archivos de Oráculo, Natsuki también era la heredera del Clan Aoki, una de las mafias más importantes de Japón. Aún desconocía cuales eran las intenciones de la japonesa en la ciudad, pero estaba claro que quería un trozo del pastel y Blockbuster no es un hombre al que le guste compartir…

— ¿Qué ha sido eso, novato?— susurró Amy a mi lado, después de que la Yakuza se despidiera de nosotros con una encantadora sonrisa.

— Es una larga historia...— le dije a mi compañera, sin perder ni un detalle de las reacciones de los invitados ante la presencia de la japonesa. El objetivo había llegado a la fiesta, y tenía que impedir a toda costa que Natsuki Aoki perdiera la vida aquella noche.

Mis ojos vagaron por las siluetas de los demás invitados, buscando algún movimiento o actuación sospechosa. También le dediqué una mirada de refilón al resto de mis compañeros policías. No todos eran de la misma unidad de Amy, así que no podía fiarme de ellos. Estaba seguro de que la mafia de Blockbuster los habría extorsionado para hacer la vista gorda por esta noche…

Uno de los mejores ejemplos de cómo las personas influyentes acaban lo quieran o no metidos en todos los trapicheos que se pueda uno imaginar era la lista de asistentes a la fiesta que se celebraba en Blüdheaven esa noche. Muchos de ellos eran personalidades públicas de la ciudad, otros socios influyentes a los que habían invitado con la esperanza de que socializar afianzaría aún mas las relaciones laborales legales o ilegales que mantuvieran con ellos, algunos estaban allí porque debían, otros bajo amenaza, y los pocos que se libraban de todas esas definiciones no sabían dónde se estaban metiendo ni con quién se estaban codeando en realidad. Jamás habría pensado que Blockbuster en persona estaría allí. Los cabecillas de la mafia sólo se dejaban ver en acontecimientos de ese tipo por dos cosas: Por cuestiones de extrema importancia, o para demostrar algo casi siempre relativo a su posición. La familia era tan apreciada a nivel público como despreciada a nivel privado, aunque ninguno de los presentes dudaría en que se trataban de mafiosos y de que sin duda tendrían más de un negocio sucio. En cierto modo, si eran respetados era porque su red se había construido con tal influencia que ni siquiera los mejores policías habían conseguido relacionarles con nada lo bastante serio como para que alguno de sus familiares directos acabaran con los pies entre rejas. Se comentaba que incluso aquellos matones que acababan en la cárcel eran siempre mejor tratados cuando estabas bajo la protección de esa familia. Me bastó un vistazo para saber cuál era el motivo de todo aquello. Aoki. Ignoraba que estaba relacionada con la mafia, pero lo que sí sabía es que tenía una importante empresa farmacéutica llamada Byocite, en la que muchos de mis clientes se habían empeñado en invertir. Al parecer había crecido en un año lo bastante como para hacerse un nombre a nivel internacional, algo que dada la situación de inestabilidad económica generada por la colisión era un milagro económico. Nunca la había visto en persona. Se trataba de una mujer pequeña y menuda, con facciones asiáticas claras, pelo negro y rasgos afilados. Tenía una extraña expresión serena en el rostro, como si en lugar de estar rodeada de desconocidos y debiéndose a interacciones sociales estuviese a la orilla de la playa disfrutando de la tranquilidad de la brisa. Casi era perturbadora su calma.

Un camarero apareció con una bandeja y me atreví a coger una de las copas de vino blanco que llevaba en una nube de diferentes bebidas. También hizo hincapié en que si me apetecía podía pedir cualquier otra cosa, como cócteles o champán. Agradecí con un gesto y después dejé pasear mi mirada de nuevo. También parecía haber otras personas de mi interés. Un par de clientes míos con los que no me apetecía mucho conversar, pero que tendría que saludar tarde o temprano. De Wayne no había rastro alguno.

Contemplé de nuevo los policías, que se habían disgregado un poco en grupos de control. Tal vez sería buena idea saludarlos y comenzar por agradecerles su labor. A menudo la gente adinerada actúa como si no fueran más que muebles, y quien sabe, tal vez durante la conversación pudiera satisfacer un poco mi curiosidad.

- Buenas noches. Disculpen. - me aproximé a un grupo de dos policías, donde un joven de cabello moreno y ojos azules, y una mujer de ojos castaños a juego con el pelo parecían charlar en voz baja. Aún no había tomado ni un trago de mi copa. Casi parecía más tenerla en la mano por costumbre que por tuviera interés de algún tipo en bebérmela. Como si pasearla fuera algún requisito en ese tipo de reuniones sociales. - Disculpen que les interrumpa. ¿Me permitirían una pregunta? - miré a ambos a los ojos con seguridad y una suave sonrisa. - Debo admitir que es una mera curiosidad. Veo que hay varios agentes repartidos en diferentes ubicaciones, pero también veo a la seguridad del hotel. Me parece un despliegue bastante impresionante para una fiesta. ¿Hay algo de lo que debiera preocuparme? - pregunté haciendo gala de mi encanto social, tratando de no sonar demasiado familiar ni tampoco demasiado formal, aunque procurando por todos los medios sonar distendido.

No veía porqué tendría que ser más discreto. Lo más probable es que si no era nada, lo mencionaran sin más, y que si había motivos por los que estar alerta, se negaran a decir nada. Fuera cual fuera la respuesta, tal vez podría sacar algunas conclusiones antes de empezar a mezclarme entre aquella gente que, podría decirse, eran mi elemento natural.

La agente Rohrbach y yo paseamos nuestra mirada por todos los invitados, uno por uno, en busca de alguna anormalidad en el ambiente. Mis ojos estaban fijos en Natsuki Aoki y su musculado acompañante trajeado. Debía de ser su nuevo guardaespaldas personal, ya que el último acabó partido por la mitad el día en el que Deathstroke trató de asesinarla en su propia casa.

Roland Desmond tampoco se había perdido la entrada triunfante de la japonesa. Blockbuster estaba sentado junto a sus fieles matones, justo en la esquina opuesta de donde estábamos nosotros, la policía. Y es que para no verle, con aquella gigantesca cabeza y su imponente figura de casi tres metros. Sería imposible perderle de vista.

Desde la colisión de los mundos, Desmond se había pasado un año entero en el hospital, recuperándose de las heridas. Y hasta hace un mes, yo creía que seguía muerto. Después de todo, se le había caído encima un edificio de siete plantas ¿Cómo iba a sospechar que había sobrevivido a eso? Pero allí estaba…como si no hubiese pasado nada, intentando retomar sus negocios y volver a las andadas. Era la primera vez en todo este tiempo que se le veía en público, y me apostaría lo que fuera a que su resurgimiento tenía que ver con la nueva guerra de territorios que se estaba librando en Blüdhaven. Desmond quería recuperar su parte del pastel… el trozo que le había quitado Natsuki Aoki durante su ausencia en el hospital. Y conociéndole, era capaz de hacerlo en cualquier momento...

Blockbuster había sido el cerebro y el puño criminal de Blüdhaven, temido y odiado por todos… y verle codeándose con los más ricos e influyentes de la ciudad como si fuera un empresario más... me revolvía las tripas. Sentí una repulsión especial al ver cómo algunos de los socios de Empresas Wayne que disfrutaban de la velada también se acercaban a adularle como verdaderos hipócritas. Me daban asco. Los mismos que se habían sentido aliviados de que hubiese muerto en aquel accidente, ahora estaban lamiéndole las botas… era repugnante.

— Nos alegra ver que ya está totalmente recuperado, señor Desmond. Fue una verdadera tragedia lo del atentado del año pasado.

— Sin duda. He oído que ese vigilante… ¿Night-bat? ¿Night-wing? Sí, ese. Parece que ha vuelto a la ciudad después de la última que se armó por su culpa…

Roland apretó sus gigantescos puños y temí que estuviera a punto de perder la paciencia. Todavía debe de odiarme por ello. Y esta ciudad de desagradecidos también…

Tragué saliva, mirando hacia otra dirección, y traté de no pensar demasiado en ello cuando uno de los ricachones, con un elegante smoking de color negro y cabello perfectamente engominado hacia atrás, se acercó a hablar con nosotros. Su pregunta me pilló algo desprevenido, por suerte, Amy fue más rápida que yo en responder:

— No tiene nada de qué preocuparse, señor. Estamos aquí como refuerzo de la seguridad del hotel.

Sí, eso, sin contar que Natsuki Aoki había recibido una carta de amenaza y tenía los días contados. Pero claro, eso no se lo podíamos decir. No conseguiríamos nada alarmando a los invitados de aquella manera.

— Ciertamente. Habrá gente muy importante por aquí esta noche, qué menos que una seguridad decente… — intenté bromear con el tipo, que a primera vista parecía bastante simpático. Al menos le había dirigido la palabra a la policía, y no nos había mirado por encima del hombro como hacían todos los demás.

Me fijé en sus rasgos faciales y el alegre color castaño de sus ojos, bailando sobre la copa de vino. Era un hombre bastante alto, y debajo de la camisa y el traje se podía intuir un cuerpo trabajado, musculado diría yo. Por alguna razón, no pude evitar que me recordara un poco a Bruce, pero era la primera vez que lo veía. ¿Quién sería aquel tipo?

De pronto, por el rabillo del ojo noté el extraño comportamiento de una joven dama que descansaba en una de las mesas más pegadas al interior, dónde había menos iluminación. La señorita, de tez morena y rasgos latinos, llevaba un llamativo vestido de color negro y naranja calabaza. El destello metálico de un pequeño cuchillo escondido en su brazalete había llamado poderosamente mi atención.

— Ups… emergencia ciento once. — le dije a Amy, a modo de disculpa, mientras me separaba de la formación y agachaba la cabeza para despedirme también de aquel hombre.

— Perdónele… es su manera de decir que necesita ir al baño...— sonrió Amy en una extraña mueca, mientras se llevaba una mano al rostro para retirarse el flequillo de la cara. Una parte de mi se divertía mucho avergonzándola de esa manera delante de desconocidos.

Las entradas y salidas al balcón quedaban muy cerca de dónde se encontraba la mujer del vestido naranja. Era el lugar perfecto para hacer lo que sea que había venido a hacer, y largarse por patas sin ser vista. Así pues, me acerqué sigilosamente desde un punto muerto y calculé el momento preciso en el que pasaba el camarero e hice ver que me tropezaba con él. Sin querer, el empleado del hotel derramó todo el contenido de las copas sobre la señorita. La morena, que parecía muy concentrada en sus cosas, se llevó un susto de muerte al ver todo el cava desparramado en su precioso vestido de Gucci. Aquel inesperado accidente había atraído todas las miradas de la fuesta en su dirección… sin duda, acababa de cortarle el rollo.

—¡Oh! Perdone, ha sido culpa mía... No le he visto— me hice el tonto, y agarré un pañuelo con la intención de secar el vestido de la señorita. Aunque mi verdadera intención, era poder ver de cerca su traje de noche y averiguar si llevaba algo más escondido... pero la mujer apenas dejó que me acercara a ella.

—¡No se preocupe, no hace falta! — apuró, apartándose de mi con rapidez. Sabía que tener a un poli de cerca le había complicado las cosas.— Iré al aseo a intentar limpiar este desastre… —dijo, con una suave sonrisa y abandonó la fiesta lo más rápido que pudo. Si escondía su nerviosismo lo estaba haciendo la mar de bien…

Yo la seguí de cerca, con la intención de desarmarla en cuanto estuviéramos a solas. Lo que no sabía, es que aquella mujer no era la única que había venido a cumplir un encargo esa noche…

El agente de policía me devolvió unas tranquilas palabras con un leve toque cordial. Resultaba increíble ver como ese tipo de gente tenía un don para conseguir transmitir la tranquilidad que era necesaria para contrarrestar el subtérfugo mensaje que enviaba la realidad. Tanto ellos como yo sabíamos que el despliegue de fuerzas que había allí esa noche no se debía en modo alguno a una cuestión de refuerzo, pero el modo en que desvió la atención del tema resultaba cuanto menos espectacular. Unas dotes conversacionales combinadas con una naturalidad y seguridad que convertían su discurso por entero en algo creíble. Una combinación de talentos envidiables en el mundo en el que yo me movía. No me dio la sensación de estar mintiéndome, y eso era lo más excepcional de todo. Tener delante de las narices una serie de hechos a los que podría haberme atenido y que el joven había sido capaz de suavizar hasta considerarlos lo bastante nimios para ser ignorados. Todo ello en tan sólo un par de frases de conversación.

Me permití una suave risa cuando el hombre compartió su broma antes de marcharse, y contemplé el azoro que su compañera sufría al tiempo que se disculpaba para ir al aseo.

- Es una inteligente manera de no incurrir en vulgaridades. - reconocí mientras contemplaba con cierta displicencia la copa de blanco que acababa de coger. Un vino de ese tipo no se podía servir mal atemperado y haría bien en bebérmelo enseguida antes de que el calor de mis propias manos destrozara las notas de frío con las que se había mimado. - Es una lástima que el motivo que les haya traído aquí sea el trabajo. No debe ser muy agradable estar viendo como los demás se divierten sin poder participar. - sugerí tratando de mantener una conversación con la agente que había quedado separada de su compañero por el momento. Habría sido muy desafortunado dejarla sola. Qué clase de educación sería esa.

Instantes después un jaleo repentino atrajo la atención de los presentes. Un choque fortuito había cubierto a una mujer en bebida. Contemplé que se trataba del hombre que se había excusado para ir al servicio. Dibujé una genuina mueca curvando mis labios hacia abajo, dejando ver mis blanqueados dientes mientras emitía un suave siseo.  No me gustaría estar en su pellejo en absoluto. Si había algo que irritara a las mujeres de esa clase era la idea de que alguien las importunara en lo más mínimo, después de tener a su personal Shopper, su estilista profesional, su peluquero y sus maquilladores trabajando para tener el modelo perfecto. Aún peor. Había sido alguien del servicio. Incluso aunque no se tratara de un camarero, o una sirvienta. Para ellos cualquiera que no estuviera esa noche envuelto en un smokin, fumando puros Cohíba, bebiendo la semanada de uno de aquellos camareros en un par de buenos cócteles o charlando animado sobre sus próximos negocios era relegado de manera instantánea a la categoría “servicio”.

Para mi sorpresa, la mujer mostró más prisa por ir al baño que enfado. Algo que me sorprendió de manera grata. Sería la primera y única sorpresa agradable de la noche.


Pocos minutos después, ni siquiera podría decirse que la recepción estuviera lo bastante llena para justificar el altercado que se sucedió de manera abrupta. Primero brotaron un par de bombas de humo hacia el centro de la inmensa terraza. El ruido metálico provocó apenas una leve confusión. Uno está dispuesto a reaccionar de la manera más lenta e inverosímil cuando se convence de que no hay motivo en el mundo que pueda arruinarle la noche cuando va bien. Con un suave sonido siseante, bocanadas de humo gris se expandieron llenando todo de una densa humareda en apenas unos segundos. Los gritos llenaron el aire de órdenes. Los chasquidos de las comunicaciones de la policía quedaron irresolutos cuando por fin se percataron de que debía haber en activo algún tipo de inhibidor de frecuencia que les estaba impidiendo mantener la comunicación a través de los Walkies.

Una voz autoritaria, profunda como el rugido de un viejo coche diesel que arranca a medianoche en el barrio más tranquilo de la periferia, se alzó sobre el humo con un sutil sonido atenuado, como si hablara a través de algún tipo de cobertura.

Lo único que fui capaz de hacer ante la premisa que se presentaba, fue poner los sentidos en alerta al tiempo que trataba de cubrirme el rostro para evitar que el humo me rasgara los pulmones. No podía plantearme reaccionar. El shock había sido demasiado grande, y mi cerebro aletargado hizo lo único de lo que era capaz cuando activó el único modo común al de todos los seres humanos.

Supervivencia.