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Omega Universe - Foro de Rol de Marvel y DC
Los Universos de DC y Marvel se han unido en uno solo. ¿Qué ha sucedido? ¿Quién está detrás de todo? Y, lo que es más importante, ¿cómo reaccionarán héroes y villanos de los distintos mundos al encontrarse cara a cara...?
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Nota: Este primer post contiene el texto elaborado conjuntamente por la usuaria de Cédric Valjean y por mí. La segunda parte será escrita posteriormente por mí a partir de las ideas que tanto ella como yo teníamos para el tema.
***
Cédric estaba acostumbrado a los susurros. A veces simplemente los escuchaba, incluso aunque no estuviera tratando de leer a nadie en particular. Como ruido de fondo, como destellos en su radar interno que aportaban a su visión del mundo tanto como sus ojos o sus oídos. Una dimensión más que nadie aparte de él podía percibir. Un sexto sentido, sin el que seguramente se sentiría perdido después de tantos años dependiendo de él. Podría decirse que había aprendido a convivir con ese murmullo casi constante, a soportar las voces de los demás en su cabeza… Pero no sería cierto. Siempre habían estado ahí. Desde el día en el que logró formar su primer pensamiento coherente hasta el día que cerrara los ojos por última vez, estarían ahí. Si bien era cierto que no había aprendido a reconocerlos hasta más tarde, Cédric sabía que había estado bebiendo de las ideas de otros, cambiándolas sin darse cuenta cuando no le convenían y permitiéndoles existir cuando sí. Doblar la voluntad de otros era algo tan natural como respirar para él.
Esa era sólo una de las miles de cosas que le habían extrañado al rebuscar entre los recuerdos de Gabriel la noche anterior. El hecho de que, para él, su mutación había empezado siendo una carga. No había tardado ni una semana antes de decirle a sus padres que escuchaba cosas que nadie más oía, que sabía cosas que deberían ser secretos para él. Antes de saber lo que estaba pasando, estaba sentado en una silla, delante de un psicólogo que lo observaba con mirada crítica y le decía que había algo malo en él. Que eso que escuchaba no era real, que tenía que ignorar las voces que inundaban su cabeza. Y Gabriel lo había hecho durante años.
Aunque, por supuesto, nada de eso había pasado en realidad. Eran tan sólo recuerdos artificiales, que con un poco de suerte se borrarían tan pronto como Elissa encontrara y eliminara los últimos restos de Leblanc. Pero, quizás precisamente porque estaba a punto de perderlos… Cédric se había tomado su tiempo para observarlos detenidamente por primera vez. Le pasaba siempre, en realidad. Nunca apreciaba nada de verdad hasta que estaba a punto de perderlo… O de destruirlo él mismo.
Ahora que lo pensaba, había algo de autodestrucción en el hecho de obligar a otra persona a entrar en su mente y seccionar una parte, arriesgándose a que repitiera el ciclo que lo había llevado hasta ahí. Cédric confiaba plenamente en que podría controlar a Elissa, al fin y al cabo se trataba de su propia consciencia. Si en el mundo real sus deseos eran órdenes para la mayoría de las personas, no podía ser muy diferente en su fuero interno. El riesgo seguía ahí, sin embargo, como una bala en la recámara que podía acabar en su sien si no contaba con cuidado. Pero eso no le desagradaba. Por absurdo que resultara… El hecho de que pudiera o bien curarse o bien perderse a sí mismo lo excitaba. Era todo o nada. Dejar que Elissa lo liberara de los grilletes que aún permanecían tenuemente en su memoria, o descubrir demasiado tarde que la griega había seguido los pasos de Rhodes. En cierto sentido, estaba en sus manos. Como cualquier otro paciente.
Cédric abrió los ojos, tan sólo para encontrarse con la blancura agrietada del techo de la habitación. A pesar de que sabía que lo habían sacado de su celda hacía tan solo media hora, la espera se le estaba haciendo larga. No ayudaba el hecho de que los pensamientos de los guardias al otro lado del espejo, esos susurros que llevaba oyendo por encima desde hacía un rato, no fueran especialmente interesantes. Al principio, habían estado tranquilos. Sabían que el cristal suponía al menos un impedimento para lo que fuera que hiciera el 26401, ya que había pedido explícitamente que la doctora Stravridis dejara de ocultarse detrás de él si quería hacer terapia. Sin embargo, (y ahí era dónde se equivocaban), creían que ese frágil parapeto les pondría a salvo por completo. No habían tardado en darse cuenta de su error, sin embargo, ya que Cédric había estado hablando con ellos. Dentro de sus cabezas, llamándolos por sus nombres. Apoyado en el cristal, clavando sus ojos rojos en ellos como si realmente pudiera verlos a pesar de que todos los presentes sabían que no era posible. No los dejó tranquilos hasta que finalmente se cansó, volviendo a la silla de la que se suponía que no debería haberse movido.
“-Te tengo miedo. Igual que todos los demás. Debes de estar aburrido de la misma reacción.”-Cédric recordó las palabras que le había dicho Elissa el día anterior, mientras “negociaban” las condiciones del viaje que estaban a punto de emprender. Tenía razón… Empezaba a aburrirse de lo que oía en los habitantes de Arkham. Tanto tiempo en una celda sin que lo molestaran le había permitido extender su influencia por casi todo el mundo, hasta el punto de que ya sabía con casi total seguridad qué pasaría, hiciera lo que hiciera. Era como estar solo en una habitación con eco. No había habido más visitantes después de Alice, así que la única persona que suponía un poco de aire fresco para él en ese momento era Lissa. La única que le podía ofrecer algo más que miedo o sospecha.
Sí, definitivamente tenía que salir de ahí.
Pero antes… Había algo que necesitaba para ser verdaderamente libre. Y ese algo, si no se equivocaba, estaba acercándose por el pasillo con pasos irregulares, nerviosos.
Cuando Elissa entró en la habitación, se encontró a Valjean sentado en la silla en la que lo había dejado el día anterior. Si no fuera por las ligeras ojeras que sombreaban los ojos del rubio, casi podría dar la sensación de que en ningún momento habían interrumpido la última sesión. -Buenos días… Creía que no ibas a llegar nunca, empezaba a echarte de menos.-Musitó, acomodándose con parsimonia en la silla. No había ironía en su voz, y eso resultaba ciertamente inquietante dada la situación. Especialmente porque sus palabras fueron acompañadas del sonido de la puerta, cerrada por los guardias que acababan de salir de la habitación contigua. -Bueno… ¿Por dónde empezamos, Elissa?
La noche había sido larga. Las preocupaciones se agolpaban en la cabeza de Elissa y ni siquiera respetaban el orden de llegada. ¿Por qué Elysia no cogía el teléfono? ¿Estaría bien? ¿Qué estaba pasando más allá de la verja de hierro de Arkham? ¿Por qué no era capaz, después de tantos años, de ubicar la sensación que le producía el asilo? ¿Era miedo, desesperanza, rencor? ¿Era adecuado que alguien tan… inquietante como Sharp dirigiera aquel centro? ¿Tenían sus reclusos alguna esperanza de redención? ¿Por qué no dejaba de llover? ¿Por qué seguía accediendo a usar su poder, pese a lo desastroso que había resultado con Drago? ¿Por qué había aceptado el chantaje de Valjean? ¿Qué le debía ella a Gotham?
Su estómago se había cerrado tras el té de la mañana, y tenía una sensación de irrealidad pisándole los talones desde la partida de Arión. Una parte de ella aún no había conectado con el mundo, probablemente para bien. Necesitaba mantenerse distraída; llenar su cabeza de presente para no contar las pérdidas del pasado ni plantear las sombras del futuro. Y aquel hombre, Cédric Valjean, le había proporcionado el rompecabezas que necesitaba.
Una parte de Elissa sabía que no resolvería el caso. La misma parte que la había empujado a no aceptar una plaza vacante en Arkham dos años atrás. La misma que repetía, con firmeza, la letanía: “hay personas que no tienen solución. La gente que no quiere cambiar, no cambia. No puedes salvarlos, Elissa. Acéptalo”.
Cédric saldría de Arkham exactamente como había entrado. Reincidiría. Regresaría. Era un secreto a voces; el Asilo tenía una puerta giratoria. ¿Cómo iban a hacerlo cambiar? Cédric no sentía miedo; por tanto, el temor al castigo no era ninguna motivación. Elissa creía que tampoco era capaz de experimentar pequeños placeres y, por tanto, se movía guiado por una mezcla de aburrimiento e intuición. Buscaba sensaciones, lo más intensas posibles; algo que le permitiera… sentir. La moral no era una barrera para él. Elissa no tenía nada a lo que apelar. Salvo, tal vez, Gabriel.
Gabriel, el programa. Ni siquiera era una persona real. O, tal vez, pensó Elissa mientras abría la puerta; Gabriel fuera la única persona real que Cédric podía llegar a ser.
-Buenos días… Creía que no ibas a llegar nunca, empezaba a echarte de menos. - la saludó su paciente, tan pronto como entró en la habitación.
- ¿Tanto como para no haber podido dormir? - preguntó ella, en un tono neutral que rozaba lo amable. Las ojeras del rubio no le habían pasado desapercibidas, aunque no estaba segura de lo que podían significar.
Mejor, pensó. Tendremos tiempo de sobra para quedarnos dormidos.
O inconscientes.
La idea le provocó un escalofrío.
-Bueno… ¿Por dónde empezamos, Elissa?
- Sé que los días de Freud quedaron atrás, pero… no puedo evitar ser un poco nostálgica. Supongo que ya te has fijado en el diván - se encogió de hombros, casi como si le pidiera disculpas. Se lo había solicitado a Sharpe la noche anterior, y el director había cumplido. - Mi habilidad te sume en un estado muy similar al sueño, o a la hipnosis. Pensé que querrías estar cómodo.
Por un momento, pensó que Cédric sopesaría el peligro de la inconsciencia y se echaría atrás. Pero después recordó que el joven sentado frente a ella no sentía miedo.
- He pedido que nos dejen solos para que podamos trabajar con más comodidad. Empezaremos en cuanto estés listo.
Los ojos de Cédric se estrecharon ligeramente al escuchar el comentario de la mujer. Fue un instante, apenas lo necesario como para siquiera registrar la amenaza antes de que su actitud cambiara radicalmente. Pero… Estaba ahí, y Elissa lo había visto.
-He estado pensando, nada más. Pero me alegra saber que te preocupas por mi bienestar… Aunque sea por obligación.-Sonrió con fingida resignación, antes de levantarse. En lugar de tenderse en el diván, tal y como la doctora le había indicado… Cédric se acercó a la puerta. -Me sorprende que aún creas que tus palabras tienen el suficiente peso como para que Sharpe las obedezca, Elissa. Pero no te preocupes… Nos dejarán tranquilos, quieran o no. -El chasquido del pestillo subrayó sus palabras, haciéndole saber a Elissa que había una barrera entre ellos dos y la seguridad del mundo exterior. Entre ellos dos y la ayuda que, quizás, llegara a necesitar. Si tan sólo supiera lo que su paciente le había dicho a los guardias que acababan de irse…
Cuando se giró, el rubio se dirigió sin vacilar al diván. Se tumbó ligeramente de lado para no perder de vista a la terapeuta, pero resultaba obvio que no estaba nervioso en absoluto. De hecho… -¿Tú no vienes, Elissa? ¿O eres de las que prefieren estar debajo…?-De hecho, se sentía lo bastante confiado como para provocar a Elissa así.
Ella había seguido sus movimientos con la mirada. No era tan ilusa como para creer que Sharpe los dejaría solos del todo, pero tampoco había contado con que su paciente fuera a “resolver” aquello con tanta naturalidad. No le había gustado el chasquido del pestillo, ni el sonido de los pasos alejándose por el corredor. Eran una muestra más del poder de Cédric; un recordatorio de que era él quien tenía el control. Si Elissa había albergado alguna duda al respecto, ahora había desaparecido. Valjean era señor del Asilo. Las paredes de Arkham, su “seguridad”, no conseguirían retenerlo mucho más.
Una sospecha empezó a cobrar forma en la mente de la griega. Fue como una gota de tinta que cae en un vaso de agua cristalina y se extiende, dibujando fractales de oscuridad, dando forma a la paranoia. ¿Hasta dónde llegaba realmente la influencia de Cédric? ¿La habría manipulado también a ella? ¿Hasta qué punto había influido él en cada decisión que Elissa había tomado dentro del Asilo? ¿Habría escrito las acciones de la psicóloga con su puño y letra? La idea hacía que se le revolviera el estómago de inquietud.
Había algo incuestionable: Cédric era demasiado poderoso en el Asilo; tenía acceso a demasiadas mentes, era libre para aprender, saber, manipular. Una terapia no lo contendría. El sentimiento de culpa no lo contendría. Unos límites morales no lo contendrían.
Cédric necesitaba un collar. Un sistema de anulación de poderes, como el que ella misma había llevado en Belle Rêve. Elissa aún recordaba su tacto alrededor del cuello, su peso exacto sobre los hombros, la inmensa sensación de vacío que había acompañado al sonido de su cierre electrónico. Para ella había sido una liberación y un suplicio; la vía de escape a sus crímenes y su puerta de entrada a la locura. Así había aprendido que no podía estar separada de su magia mucho tiempo. El sello la hubiera matado; por eso ella tuvo que convertirse en el sello.
Igual que June.
Igual que… ¿Gabriel?
Aquella idea no había tomado forma del todo, no era consciente, pero de algún modo latía en ella. Si Gabriel tenía un mínimo de consciencia propia, tenía que estar ahí dentro, en alguna parte. Elissa no sabía si reactivar el programa era viable; al fin y al cabo, ella no tenía buena relación con la tecnología. Pero sentía una profunda curiosidad por Gabriel, por aquella identidad simbiótica, artificial… Gabriel no era humano, no en el sentido estricto de la palabra, pero parte de ella se preguntaba si era consciente. Si tenía una mente y un mundo propios. Si era posible que un programa cobrara vida, vida real, como una especie de Galatea tocada por los dioses.
Le encantaría conocerlo, hablar con él.
-¿Qué has hecho con los guardias? - preguntó Elissa, mientras Cédric se acercaba al diván. No podía mostrar el miedo. Aunque él supiera que lo tenía. - ¿Tengo que preocuparme? - añadió, observando al rubio con detenimiento.
-Nada que no puedas imaginarte… Y sí. Conmigo, siempre debes preocuparte, supongo.-¿En qué había invertido la noche? ¿Por qué aquella reacción inesperada al preguntarle por ello?
Tal vez fuera él el preocupado. La idea, por absurda que fuera, le resultó graciosa. ¿Habría invertido aquellas horas de sueño en “prepararse” para su sesión?
Elissa se sentó junto al diván y cerró los ojos, escuchando con atención la respiración de Cédric y acompasando la suya, imperceptiblemente, a la de él. Se sentía más segura (y el proceso era ligeramente más fácil) cuando había algún tipo de contacto físico, pero aquella situación era distinta. Así que, aunque habitualmente diera la mano, esta vez Lissa se conformó con la sincronización de sus diafragmas y buscó el contacto visual que, lamentablemente, no podía faltar.
Fue como asomarse a un mar de sangre. No podía evitar preguntarse cuántos cadáveres había flotando bajo su superficie.
Visualizó la consciencia de Cédric como una parte separada de aquel mar, y el sonido de su respiración se desdobló en dos. Uno de ellos permaneció inmutable, el canto del aire alimentando los pulmones de una figura de cabellos rubios que estaba tomando forma a su lado. El otro sonido cambió para convertirse en la voz de las olas carmesí, rompiendo en la distancia.
Para Cédric, lo único que ocurrió fue que el azul de los ojos de Lissa empezó a diluirse
-Και ξεκινάμε. - susurró la griega, hablando para sí.
Y, cuando Cédric parpadeó, el mundo que lo rodeaba había cambiado, y la joven que le devolvía la mirada tenía los ojos relucientes y vacíos de color.
No le gustaba. Por un instante, la conexión que compartía con Elissa le transmitió la sensación de un collar en torno al cuello, la presión de estar prisionero en su propia mente acompañada del nombre de Gabriel. ¿Era un recuerdo suyo, o lo que planeaba hacer con él? Quizás ambas. Quizás había investigado por su cuenta, quizás hubiera hablado con Rhodes o leído la carpeta que aún reposaba en el piso de Leblanc, olvidada e ignorada por todos menos por él. Era improbable, pero… No del todo imposible. Y al rubio no le cabía la menor duda de que, si pudiera, Elissa no dudaría en atarlo y someterlo, aunque no deseara hacerle daño en sí. Era la reacción lógica de alguien que lo había visto de verdad, que había empezado a comprender hasta qué punto era peligroso para las personas que lo rodeaban.
Le habría gustado hacerle saber que no se lo permitiría. Que, por mucho que le estuviera entreteniendo, no dudaría en matarla si tan sólo sospechaba que iba a tratar de hacerle daño así. No podía permitir que nadie volviera a encerrarlo dentro de su propia cabeza, tan sólo para poner a esa cosa en su lugar. Pero, por primera vez en mucho tiempo… Cédric se quedó sin palabras.
Su respiración se ralentizó, sus ojos quedaron fijos en los de ella. El mundo a su alrededor empezó a diluirse, como un sueño del que estaba a punto de despertar… Aunque Cédric sospechaba que iban a hacer, precisamente, lo contrario. Sumergirse en un mundo de su propia creación… Con todo lo que ello conllevaba. Su propio patio de juegos. Así que, a pesar del resentimiento que le causaba caer víctima del poder de otra persona… Respiró hondo, y se entregó voluntariamente. Era su propia mente, su mejor arma. Si ella intentaba algo, si se despertaba con un collar al cuello… No dudaría en cumplir con su parte de la promesa. Cuando finalmente cerró los ojos y su cuerpo quedó inerte, una ligera sonrisa se dibujó en sus labios.
Hacía mucho tiempo que no soñaba con nada nuevo.
Lo primero que notó Elissa fue… Que se ahogaba. Cuando abrió los ojos, sólo la oscuridad y el silencio de las profundidades le dieron la bienvenida, rotos por los rayos de luz anaranjada que se filtraban desde la superficie sobre ella. Quizás fuera capaz de respirar, al fin y al cabo nada de eso era real… O quizás no. Pero hiciera lo que hiciera, nada la libraría de la podredumbre que infectaba ese lugar. La corriente la empujaba río abajo, lenta pero inexorable, y Cédric… Cédric no estaba a su lado. O al menos, no lo suficientemente cerca como para que esas aguas, viciadas de polución, le permitieran verlo. Un par de peces de formas extrañas pasaron a su lado, rodeándola antes de dirigirse al fondo. Sin embargo… Ninguno de ellos llegaría jamás a su destino. Una mano huesuda salió de entre los escombros, y con un movimiento muy parecido al de una serpiente, atrapó al primero. El segundo no tuvo mejor suerte, ya que su intento de escape no fue suficiente para salvarlo de las múltiples manos y brazos que brotaron del fondo. Si Elissa se fijaba bien, repararía en que todas ellas eran distintas entre sí… Y que, quizás más importante, estaban tratando de alcanzarla a ella. Estaban tratando de hundirla, de llevarla con ellos a ese oscuro lugar al que se habían visto confinados después de morir a sus manos. Porque nunca tendrían suficiente compañía… Porque nunca serían suficientes para llenar el lecho de ese río, y detener de una vez por todas su curso.
La primera se cerró en torno a su tobillo, con la solidez de un grillete de metal. La siguiente trató de hacer lo mismo, pero falló: Sus garras encontraron finalmente el camino hasta su túnica, y la desgarraron antes de aferrarse a ella. Poco a poco, el cuerpo de Psique fue alejándose del brillo que señalaba la superficie, víctima de esa fuerza que sólo quería hundirla, asimilarla, reducirla a un vívido recuerdo. Taparon su boca, se aferraron a sus miembros con la desesperación de una persona que, al ahogarse, condena a su rescatador en un intento de conseguir sacar la cabeza del agua. Pero, a pesar de todo… Elissa pudo ver una salida. Sobre ella, a una distancia extrañamente cercana (¿cuándo había dejado eso de ser tan profundo?), algo atravesó la superficie del agua. Una mano enguantada, tendida hacia ella tal y como alguien le ofrecería ayuda a otra persona para levantarse después de una caída. Un gesto amable… Pero que no aseguraba ser menos peligroso que la situación de la que parecía ofrecerse a salvarla. La decisión, como siempre, era suya.
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Última edición por Elissa Stavridis el 8th Diciembre 2020, 10:30, editado 1 vez
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Ficha de Personaje Alias: Psique Nombre real: Elissa Stravridis Universo: DC Universe
Tema: Re: To Kill a Sparrow 10/4/2019 29th Noviembre 2020, 11:44
Elissa se dio cuenta enseguida. Algo no funcionaba del todo como debería; en concreto, la cabeza de Cédric no funcionaba del todo como debería. En aquel lugar, la decadencia de su subconsciente no tenía ni la decencia de ponerse una máscara. Todo aparecía tal cual era. Podrido. Sangrante. Oscuro.
El rostro de Psique era una estatua de mármol. Siempre parecía inmutable, en control de la situación. ¿Acaso no lo estaba? Aquél era su elemento. Todo saldría bien, como las otras veces.
Nadie, ni siquiera la propia Elissa, sabía de las grietas que estaban abriéndose en la figura de piedra, unos surcos cada vez más profundos, heraldos de un deterioro imparable. Ni siquiera ahora era posible verlos; rodeada como estaba Psique por los brazos que la aferraban, que la atraían a las profundidades.
De algún modo, entendió qué significaban. Las víctimas de Cédric, muertes metafóricas y también reales. Psique deseó conocer todos y cada uno de los nombres de aquellos desgraciados. Se preguntó si el mismo Cédric los recordaría. Quiso saber si memorizaba sus rostros.
La sorprendió la insistencia con que manos tiraban de ella; casi como si le pidieran que se uniera a aquel destino insoportable. Tal vez necesitaran compartir aquella desesperación con alguien. Psique oyó la túnica desgarrarse, y un dolor lacerante cuando las uñas quebradas se le hundieron en la piel.
No. Aún no podía ir con ellas.
Pero sí debía descender. Ir abajo, más abajo. Porque, cuanto más se alejaran de la superficie, más se alejaría ella del control de Cédric.
Un telépata podía jugar con el consciente. Tal vez con las capas más superficiales de su inconsciente. Pero, a medida que descendieran, él se debilitaría, y Psique se fortalecería.
Para ello, debía bajar al Infierno.
***
Había cinco ríos en el Hades: Estigia, río del Odio. Lete, río del Olvido. Cocito, río de las Lamentaciones. Aqueronte, río de la Aflicción. Y Flegetonte, río del Fuego. Un fuego que no dependía de combustible alguno para arder.
Aunque, para Dante, lo que corría por el lecho del Flegetonte era sangre hirviendo.
La sangre que rodeaba a Psique no hervía. Era fría y viscosa contra la piel, presionaba contra sus fosas nasales y sus labios firmemente cerrados. Era una losa de mármol que pronto hundiría sus pulmones bajo su peso inexorable. La mano de la superficie, sin embargo, era una promesa. Reconoció su piel pálida, sus largos dedos.
Había perdido a Cédric de vista, y aquello no le gustaba. Así que volvería a traerlo con ella.
Aferró su muñeca con dedos ensangrentados, como si ella misma se hubiera convertido en una de las almas del pozo. Tiró de él. Separó los labios, y se metió la mano libre en la boca, sacando la moneda que guardaba bajo la lengua.
La moneda era de color azul pálido y relucía débilmente. Mientras Psique la sostenía entre los dedos, empezó a desenrollarse hasta convertirse en una cadena de palabras entrelazadas.
Έλα, βάρκα. Βοήθησέ με να διασχίσω το ποτάμι. Έλα, Χάρον. Εδώ είναι η πληρωμή σας.
Éla, várka. Voíthisé me na diaschíso to potámi. Éla, Cháron. Edó eínai i pliromí sas.
Ven, Barquero. Ayúdame a cruzar el río. Ven, Caronte. Aquí está tu pago.
Las letras mutaron de forma, estirándose y encogiéndose bajo los pies de la griega. Psique no soltó la mano con la que había aferrado a Cédric, aunque el telépata se resistía con una fuerza sobrehumana. No importaba. La fuerza que surgía por debajo de Psique terminó por empujarlos a ambos hacia arriba, lenta e inexorablemente, hasta que sus cabezas rompieron contra la superficie roja.
Estaban sobre una barca. El armazón estaba hecho de huesos, como si se hubiera construido a partir del tronco de un titán, largo tiempo perdido. En la quilla colgaba un farol donde relucían aún las letras del conjuro. Detrás de Cédric, una figura encapuchada remaba con una larga pala. Llevaba la cabeza gacha, y sus movimientos eran mecánicos, vacíos de vida. Las palabras azules resbalaban por su túnica como hilillos de agua.
Cédric no parecía sorprendido; si algo había cambiado en su rostro era aquella expresión de aburrimiento que lo acompañaba en la celda. Un leve interés había acudido a sus facciones, dando un tinte depredador a su mirada. Sobre ellos, el cielo se había cargado de nubes densas. El mar carmesí se arremolinaba bajo la proa de su barca.
Caronte se detuvo en la otra orilla. Tan pronto los pies de Psique tocaron el suelo, embarcación y barquero volvieron a convertirse en palabras. Aleteando como mariposas azules, las letras regresaron a los labios de la griega.
Cédric aplaudió pausadamente. Burlonamente. No parecía impresionado. No sentía miedo. Caminó hasta colocarse al lado de Psique, de espaldas al mar de sangre. En el horizonte se alzaba una ciudad. Edificios oscuros arañaban el cielo encarnado, como si quisieran obligarlo a descender. Figuras oscuras y aladas sobrevolaban el lugar, como si vigilaran hasta el más profundo de sus recovecos. Incluso desde allí, Psique podía oír las voces. Voces de hombres, mujeres y niños; llamadas, risas, llantos... gritos, lamentos. Sin que, a simple vista, hubiera nadie en aquellas calles.
- Hogar, dulce hogar - dijo el francés, y después sonrió, como si reconociera el lugar. Y fue el primero en avanzar hacia él.
Psique lo siguió. Avanzaron juntos, en un silencio compartido que, en realidad, eran dos silencios distintos. El de Cédric estaba cargado de excitación. El de Psique era cauto, expectante.
Cuando estuvieron lo bastante cerca, ella también reconoció la ciudad. Cómo no hacerlo, con aquella torre inmensa alzándose sobre el resto de edificios.
París. Francia.
O algo que parecía París, pero no lo era.
Psique siguió a Cédric por las calles vacías. El francés parecía conocer el camino. ¿Y por qué no iba a hacerlo? Al fin y al cabo, era la huella que había dejado la ciudad en su inconsciente. Las voces se arremolinaban alrededor de ambos, pero Cédric no les daba ninguna importancia. En cambio, Psique sentía que se aferraban a ella, como las manos del lecho del mar de sangre. ¿Era así como se sentía? ¿Vivir en la cabeza del francés?
Una de las figuras que surcaban el cielo sobrevoló sus cabezas, emitiendo un chirrido agudo y sobrenatural. Psique retrocedió inconscientemente. Sus ojos brillaban con un tono carmesí demasiado familiar, y tanto sus alas correosas como su cuerpo monstruoso eran de... piedra. Como si Medusa hubiera puesto su mirada sobre otro monstruo, pero éste siguiera vivo. Demasiado vivo.
Cédric ahuyentó a la gárgola con un gesto casual de la mano, como si espantara una paloma que se hubiera posado sobre el alféizar. El monstruo chilló de nuevo y se alejó, batiendo sus alas.
Psique apretó los labios. El francés aún tenía demasiado poder allí.
- ¿Adónde vamos? - le preguntó.
- Pensé que le gustaría un tour por la ciudad, Doctora - respondió él, burlón - Y puede que encontremos una forma de bajar. Porque quiere bajar, ¿no es cierto?
Psique no respondió. No quería darle la satisfacción de preguntar cómo sabía aquello.
Cédric continuó caminando, con una sonrisa de triunfo en el rostro.
- Si de verdad quieres saberlo... vamos al lugar donde se posan las gárgolas - le dijo.
Psique avanzó tras él como un fantasma azul.
El francés la guió a través de una avenida inmensa. Elissa nunca había estado en París, pero Psique sabía cómo se llamaba aquel lugar. Los Campos Elíseos.
Ahora, aquel nombre le parecía una burla.
En el París distorsionado de Cédric, los Campos estaban poblados de susurros inquieros. No se parecía en nada al lugar donde descansaban las almas virtuosas. El lugar que había dado nombre a su hermana, a su Otro Yo, Elysia.
No había paz en el subconsciente de Cédric Valjean. Allí, todo sufría.
- ¿Madre?
- Por favor...
- Voy a hacer que te arrepientas.
...
- Qu'ils vont prendre?
La última voz, amable y profesional, atrajo la atención de Psique. Parecía fuera de lugar allí, entre las súplicas y las promesas de venganza. Y traía algo consigo, un soplido que hacía aletear las cortinas de su memoria.
- Nous voudrons le foie de veau grand-mère, epinards et ratatouille à partager, et, pour moi, daube niçoise, merci.
La griega se detuvo.
- Buvez-vous ce qu'ils veulent?
- Avez-vous Pacific sans alcool?
- Bien sûr. monsieur. Et pour la dame?
Una pausa.
- Eh... tomaré lo mismo que él.
Algo se removió en el interior de Psique. Algo que amplió la fractura que crecía bajo la túnica azul, como grietas en una figura de porcelana. El recuerdo de un restaurante francés; la melodía de un piano... el primer paso que dio al otro lado de la barrera.
Quiso gritar de terror. El terror puro e irracional de ver un recuerdo bonito arrancado de cuajo, arrojado sin miramientos frente a ti, rodeado de gritos y dolor. Aquello no pertenecía a aquel lugar. Aquello no debería estar allí.
Y, como conjurado por su memoria, un espectro empezó a dibujarse en el aire, frente a ella. La silueta de un hombre alto, de largos cabellos. La imagen parpadeó, al tiempo que lo hacía ella. Los ojos vacíos de Psique se tornaron azules y definidos por un instante. Después, el hombre desapareció, y Elissa también.
Pero Cédric seguía allí. Sus ojos del color de la sangre se habían estrechado, y observaba la escena con renovado interés.
Psique luchó por conservar la calma. Pero ella nunca había tenido que hacer eso antes.
Aquella imagen... No tenía que ocurrir. Se suponía que las cosas no funcionaban así.
Echó a andar, deseosa de dejar todo aquello atrás. Y, esta vez, Cédric tardó un instante en seguirla. Seguía mirando el lugar donde ella se había detenido, casi con avidez.
Algo parecido al deseo centelleó en su mirada al contemplar el lugar, ahora vacío, donde la sombra se había alzado segundos atrás.
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Tema: Re: To Kill a Sparrow 10/4/2019 7th Abril 2021, 13:12
Las gárgolas volaban sobre ellos, barriendo las calles con su mirada roja. Los haces de luz danzaban sobre las aceras y sobre las fachadas. Eran idénticos a drones de vigilancia.
Cédric caminaba ahora más deprisa, como si llegara con el tiempo justo a una cita. Psique lo seguía. No cruzaron ninguna palabra en su camino a Notre Dame. Aunque lo hubieran intentado, el fragor de las campanas hubiera impedido que se oyeran el uno al otro.
El primer tañido había quebrado el silencio como un cristal, acallando inmediatamente los susurros y reverberando en el cráneo de Elissa, como si el mismo badajo estuviera golpeando las paredes de hueso. A la campana principal se le habían unido las otras, repiqueteando caóticamente, a frecuencias distintas, componiendo un tema extraño y desacompasado con sus múltiples voces. Psique sintió ganas de taparse los oídos. Cédric sólo sonrió.
-Ya estamos llegando.- señaló.
Y era cierto. La catedral se alzaba frente a ellos, recortándose contra un cielo encapotado y oscuro.
Había sido un símbolo de fe para muchos. Pero allí, en el interior de Cédric, nada transmitía paz. Nada hablaba de sosiego. Nada era sagrado.
Notre Dame se asemejaba a un gigantesco nido de gárgolas; un avispero que rezumaba aquellas criaturas correosas y repulsivas. Cédric silbó, y una de ellas descendió y planeó como un murciélago, negro y gigantesco. Se posó en el hombro del francés y dejó que él la acariciara, como si fuera una mascota horripilante. La piel de su rostro estaba atravesada por varios cortes, que alguien había apedazado con hilo. Sus ojos eran de un carmesí muy similar al de Cédric, y no se despegaron de la griega ni un solo momento.
Psique se mantuvo a una distancia prudencial de aquella criatura grotesca. Resultó ser un acierto: cuando se disponían a entrar en la catedral, la gárgola sacudió la cabeza y, emitiendo un chillido, trató de morderla con sus dientes de piedra.
-Shhh, Kasumi. No seas así… La Doctora es mi invitada.- la reprendió Cédric, en un tono que era, a la vez, lascivo y burlón. Y la gárgola le obedeció.
Psique miró al animal, y se preguntó si el mismo Cédric le habría infligido aquellos cortes para después sanarlos. Volvió a dirigir la vista al frente. Tal vez no quisiera saber la respuesta.
El interior de la catedral estaba poblado de los zumbidos de las gárgolas, que revoloteaban cerca del techo, se deslizaban por las paredes o se agolpaban en los capiteles, como un enjambre de moscas gigantes. La nave central de Notre Dame estaba iluminada por velas rojas; sus llamas vacilantes hacían bailar las sombras bajo los arcos. Y, al fondo, donde debía estar el altar, había una estatua inmensa.
La estatua representaba al mismo Cédric Valjean, erguido y desnudo, con aquella expresión burlona y cruel que había mostrado a Elissa más de una vez. Las manos y los ojos relucían tenuemente en rojo; debía deberse a algún juego de la luz.
- Bienvenida a mi mente, Elissa Stavridis- dijo el Cédric que había a su lado. La voz reverberó en la iglesia, como si fuera el mismo gigante quien hablaba. Las gárgolas chillaron en respuesta.- Por favor, ponte cómoda… Tenemos mucho de qué hablar.
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Elissa Stavridis DC Universe
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Ficha de Personaje Alias: Psique Nombre real: Elissa Stravridis Universo: DC Universe
Tema: Re: To Kill a Sparrow 10/4/2019 23rd Junio 2022, 08:36
No quería hablar con él. No consideraba que tuvieran nada de qué hablar. No allí, al menos, en aquel lugar de poder donde Elissa era una intrusa disfrazada de invitada.
Cédric tomó asiento a horcajadas sobre el altar, a los pies de su propia estatua. Hizo un gesto hacia Psique, ofreciéndole el espacio que quedaba a su lado. Ella negó con la cabeza y permaneció de pie, bajo la sombra ominosa de la efigie.
- Como bien sabe, doctora -empezó Cédric, clavando en ella sus ojos rojos. Desde que habían entrado en su mente, pensó Elissa con un escalofrío, no lo había visto parpadear ni una sola vez- hemos venido a hablar de Gabriel Leblanc. -aquel nombre parecía ser el único término en el mundo que Cédric detestaba pronunciar- Seré breve: quiero que muera. Quiero que lo mate, o que me lo traiga aquí para poder hacerlo yo mismo. -sonrió ante la segunda opción. Era, claramente, su favorita-. Es absolutamente simbólico, por supuesto -añadió, interpretando correctamente el silencio de la griega- puesto que Gabriel no está vivo. No es una persona real. Es un programa. El resultado de un experimento que se me practicó sin mi consentimiento. -cruzó los brazos- No quiero que siga… parasitando mi mente. Lo comprende, ¿verdad?
Psique era consciente de que la verdad revestía las palabras del francés. De que, probablemente, había sido sometido a un trato injusto. Obligado a desaparecer bajo la máscara de Gabriel. Podía parecer que no le pedía nada malo en realidad. Y se preguntó, con un destello de extrañeza, si existiría una justificación así para cada asesinato.
- ¿Sabes dónde está? -preguntó, simplemente, acariciando con la mano un ramo de rosas negras que descansaba junto al altar.
- Lo encerré muy dentro de mí -respondió Cédric, con una sonrisa que era, a la vez, perezosa y complacida- Pero… reconozco que me molesta que siga ahí dentro. Sé que quiere salir -dijo, y su voz adquirió un matiz irritado.
- ¿Y si no logro dar con él? ¿Si no se lo puede matar? -preguntó ella.
Una espina del tallo de las rosas perforó su piel. Psique hizo una mueca y retiró los dedos de inmediato, dejando atrás unas gotas de sangre que, casi al instante, cobraron el aspecto de un pequeño enjambre de mariposas azules que revoloteaba entre las flores.
- Me sentiré profundamente decepcionado -respondió Cédric, en un tono cargado de amenaza.
Se echó hacia delante en su improvisado trono, asustando a las mariposas, que se alejaron rápidamente de él. La gárgola emitió un chirrido, inquieta, y Cédric la calmó con una caricia distraída
-. Mi mente es mía, Elissa. No quiero compartirla con nadie.
Despacio, muy despacio, Psique asintió. Miró a su alrededor, preguntándose cuál sería la vía más adecuada para el descenso. Entonces, sin añadir nada más, se dirigió hacia una de las salidas de la nave.
- Espera. Kasumi te acompañará -declaró el francés, enviando a su gárgola tras ella- Por si pierdes el camino -aseguró, con falsa amabilidad.
Por si intentas alguna tontería.
Psique se encogió de hombros y continuó andando. La gárgola de ojos rojos volaba pesadamente, trazando círculos sobre su cabeza, manteniéndola vigilada.
Tras descender los peldaños del exterior, de nuevo hacia París, la efigie de Psique perdió solidez. Su piel adquirió, a parches, un color azul translúcido. Parecía que alguien la hubiera construido usando las piezas de un rompecabezas.
O… las letras del alfabeto griego.
Ἀ… μ… φ…
Ἀμφιτρύων, Anfitrión.
El esposo de Alcmena. O eso había creído Alcmena al entrar con él en la cama que compartían.
Pero Psique conocía las historias. Y, durante aquella larga noche que duró tres días, la Reina se había entregado, en realidad, al dios Zeus... Que había vestido el disfraz perfecto.
Tan perfecto que ni su propia esposa se había dado cuenta del engaño.
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Mientras tanto, en la oscuridad de la bóveda, el enjambre de mariposas revoloteaba aún, irrelevante para la mirada de Cédric y, por tanto, invisible al escrutinio de las gárgolas.
Mientras el francés se reclinaba contra su propia estatua, entrelazando sus dedos largos y pálidos, una de las mariposas azules se separó del resto.
Y voló escaleras abajo, hacia la cripta, hacia la negrura.