En llamas [19 de abril de 2020] (Belial, Aidan, Papá Legba?, +Todo el mal que acontezca)

Lo maravilloso que resulta cuando una pequeña chispa genera una gran y devastadora reacción en cadena. Como todo se volvía ceniza con su aroma a ogre combustión. Ese indescriptible sentimiento de poder al reducir todo a nada. La hipnotizante llama roja que te invita a ver sin pestañear como con su abrasador beso todo transforma en humo y polvo.


El primogénito demonio estaba aburrido. Esperar y acatar órdenes no eran sus mayores virtudes. Sus condenados hermanos y hermanas vete a saber dónde infiernos estaban. Por lo que, allí no había nadie con quien mantener una conversación mínimamente interesante e inteligente. Belial se puso a indagar en los recuerdos de la joven que le cobijaba en su ardiente cuerpo. Había muchas cosas en las vivencias de Cassandra que le resultaban graciosamente entretenidas. Otras muchas que le aburrían sobremanera cómo la tendencia de la muchacha a hacer el bien y ayudar o su eterno heroismo. Sobre todo, le resultaba muy cargante toda la etapa de la amazona rubia con el equipo de la Young Justice y luego con Teen Titans. Las peripecias de ese grupo de amigos adolescentes le resultaban vomitivas. Pero dentro de aquel grupo de vivencias, había algo entretenido y caliente.

A Belial le resultaba entre extraño y divertido tener esos recuerdos tan fogosos de la propietaria de su cuerpo y el propietario del cuerpo de su hermano. El hijo de trigón tenía que reconocer que tanto WonderGirl como Superboy tenían unos cuerpos hermosamente atractivos y llamativos que incitaban a todo tipo de lujurias y pecados. Situaciones que hubiera repetido de no ser porque su hermano menor se encontraba en posesión de ese escultural cuerpo. A parte del placer carnal, entre Cassie y Kon había habido muy cariño, amor y afecto. Los dos titanes se habían conocido muy jóvenes. Desde el primer momento en que se conocieron se había llevado bien y un floreciente sentimiento había surgido. Las vivencias y experiencias que habían experimentado juntos habían regado, mimado y fortalecido sus lazos y sus afectos. Habían crecido y madurado juntos amparados por sus sólidas y bondadosos sentimientos. Se habían desarrollado como pareja apoyándose mutuamente y preocupándose por el bienestar ajeno. Se habían querido de forma ardiente y se habían cuidado. Habían permanecido juntos en las alegrías y sobretodo en los momentos difíciles. Nunca habían dejado caer al otro. Se habían aferrado fuertemente a su pareja y habían posibilitado que ambos abrieran majestuosamente sus alas. Emociones que el portador de la llama de ébano no podía entender. Era un demonio y no albergaba ninguna clase de amor y respeto por el prójimo. No entendía cómo alguien puede actuar por el bienestar de otra persona en lugar del suyo propio. Dejar el egoísmo y el egocentrismo atrás y no era algo que el príncipe demonio considerase de una forma particularmente activa. Sus únicos intereses eran la satisfacción personal, conseguir placer, destruir y sembrar el caos. Lo demás le traía sin cuidado.

El ígneo señor siguió indagando en la mente y los recuerdos de Cassandra. No sólo en los propios, sino también en aquellos que le habían llegado a la muchacha cuando su mundo fue absorbido por Omega. Los recuerdos, pensamientos y emociones de esas Cassandras de otros mundos, que eran similares a la portadora de su cuerpo y de las que ahora sólo quedaban esos registros de su existencia; los ecos de la memoria recogidos en la versión que el universo decidió conservar. Rebuscando y rebuscando encontró algo que le pareció divertido recrear. Un sonrisa cruel se posó en el hermoso rostro de la Cassie-Belial. Se divertiría y además, reduciría a cenizas algo que atesoraba amorosamente la dueña original de su cuerpo. Querría arrasar con todo lo que fue Cassandra porque ahora ese cuerpo era suyo. No quería dejar ni un resquicio de lo que antes fue una heroína. Belial quería poseer por completo ese traje de carne en el que ahora habitaba. Además reduciría un bastión de la esperanza a cenizas. Sabía que cuando aquel lugar había caído la sociedad y los héroes se habían sumido en un caos que nunca pudo resolverse de la manera adecuada. Un lienzo perfecto sobre el que trabajar. También necesitaban almas para devorar así que era algo como un 2x1.

Llamó a su séquito de demonios entre los que se encontraba un tal Gob. Estuvo conversando con sus afines un rato, ideando cómo iba a llevarse a cabo el caos. Tenía que ser un espectáculo digno de un emperador. porque a diferencia de sus hermanos, que se comportaban frecuentemente como chusma, él era de la realeza tanto por parte de su padre como por su progenitora. Todos sus poros tenían la esencia de la grandeza y superioridad. Tenía que dominar el mundo pero como el pueblo del que procedía, con magnificencia y grandeza.

Su esbirro Gob le dijo que tenía bajo su servicio a un humano con el poder de embaucar con su voz. Ante esta información Belial pensó que con un canto de gloria y servidumbre sería un gran empiece de su Ópera Prima. La cantata del diablo que suena mientras el mundo se fragmenta en miles de pedazos.

Belial silbó para que acudieran sus tres perros del infierno. Los tres canes infernales acudieron de inmediato ante la llamada de su amo. Después de todo, sus mascotas también tenían derecho a dar un paseo y disfrutar de las bondades que los buenos ambientes del mundo ofrecían. El hijo de Trigón se subió en una poderosa bestia alada de color negro y se puso camino a la luminosa y esperanzadora ciudad de Metrópolis.

Estaba siendo una semana de locos. La mañana del día anterior había estado a punto de terminar como un ternero degollado en el antro de pesadilla en el que había acabado por medios desconocidos, le había rescatado un puto dios que había tratado de convencerle para que se enfrentara a una jodida diosa para detener la WWD. Después de mandarles a tomar por culo como no podía ser de otra forma, había caído como un peso muerto en la confortable cama de su hotel para disfrutar de un más que merecido sueño, pero, nada más despertar, se le había aparecido Gob para comunicarle que sus servicios eran requeridos de manera urgente por un demonio mayor y que debía cancelar el concierto del día siguiente en Seattle.

Al parecer, el tal Belial era orgulloso y arrogante, y deseaba que Aidan cantara para él en Metrópolis una especie de Oda en su honor para festejar su renacimiento. Malditos demonios de mierda y maldita su suerte que le obligaba a actuar como un esclavo. Había tenido que cancelar todos sus planes con Deamhan para coger el primer vuelo a Metrópolis y poder llegar a tiempo para la actuación de aquella noche, donde tendría que cantar, como un canario domesticado, para ensalzar el ego de un señor demoníaco. Al menos, Gob nunca le había tratado así. Nunca le había hecho sentir como un sirviente. Dentro de que estaba obligado a obedecerle por contrato, su relación siempre se había sentido en cierto modo compensada. Aidan obedecía, pero a cambio tenía riqueza, fama, gloria y poder. Vivía como un rey, el público le adoraba y no le faltaba de nada. Ayudaba a sobrellevar un poco mejor la amargura.

Todo había sido tan precipitado que ni siquiera había podido movilizar a su grupo. Habría tenido que dar demasiadas explicaciones para obligar a sus compañeros a dejarlo todo en Seattle, por no hablar de que con tan poquísimo margen de antelación habría sido imposible embarcar todo el equipo, los instrumentos, etc, además del gasto que supondría considerando que la actuación se había aplazado para el siguiente fin de semana, por lo que habrían tenido que moverlo todo otra vez. Cuando había expuesto a Gob sus inquietudes al respecto, éste le había dicho que no se preocupara, que lo tendría todo organizado para cuando llegara a Metrópolis. Así, el resto del grupo sólo tendría que esperar en Seattle hasta su regreso para reanudar la gira. Aidan había tenido que marcharse casi sin dar explicaciones, por lo que no le sorprendió encontrar que no había prácticamente medios de comunicación cubriendo el concierto, más que alguna emisora local.

Lo que sí le sorprendió fue descubrir que tenía a toda una jodida orquesta y coro profesionales a su disposición. Es decir... como representante del Symphonic metal, había soñado toda su vida con cantar con el acompañamiento de una orquesta clásica, pero habría supuesto tal cantidad de dinero y recursos que nunca lo habían llegado a poner en práctica. Y ahora, al parecer, tenía su oportunidad.

Como era más que evidente, habiendo sido avisado esa misma mañana, y teniendo que haber perdido varias horas entre preparativos, vuelo y demás, era completamente imposible que hubiera podido componer un tema enteramente nuevo para el hijo de Trigón, pero por lo que le había contado Gob, tenía entre su repertorio un tema antiguo que le podría venir bien. Era de los primeros que había compuesto con Sullivan, y hablaba del poder y la gloria de un dios demonio de la mitología babilónica. Lo único que tenía que hacer era cambiar el nombre por el de Belial y hacer unos simples arreglos que realizó sobre la marcha en el avión y estaría listo. Por la mañana hizo llegar el tema con las partituras a la persona que debía encargarse en Metrópolis, y, en teoría, la orquesta ya debía de tener ensayado el tema. Respecto al resto del concierto, asumía que tendrían las partituras de las composiciones de Deamhan, así que sería cuestión de ir improvisando. No era lo ideal, pero la magia de su voz debería bastar para compensar cualquier posible déficit.


El escenario había sido levantado en el Centennial Park de Metrópolis, justo delante de la estatua de Superman. Aidan nunca había estado allí, y no pudo más que admirarse ante la gloriosa vista de los impresionantes rascacielos que podían verse a lo lejos, resplandeciendo en la noche como gigantescas joyas. La ciudad era preciosa, más incluso que Nueva York, de las más bonitas que había visto en toda su vida.

El auditorio ya estaba lleno de gente, y Aidan sabía que en cuanto empezara a cantar se llenaría aún más. La orquesta se levantó de sus asientos cuando subió al escenario en muestra de deferencia y respeto. Aidan no sabía si porque le habían escuchado cantar con anterioridad y conocían su prestigio o porque habían sido instruidos para hacerlo así, pero no le importaba demasiado. Todo cuanto escuchaba era la ovación del público, un sonido que nunca se cansaba de oír. Además de la orquesta, en el escenario había un bajista, un batería y un guitarrista, elementos fundamentales de cualquier pieza heavy. Aidan les saludó estrechándoles las manos antes de saludar al director de orquesta y a la muchacha que haría las veces de Rose aquella noche.

Estaba un poco nervioso; no había escuchado los arreglos para orquesta de la canción y no tenía claro cómo quedaría, aunque debería de ser lo bastante épica como para que no desentonara, como no tardaría en demostrarse.

Los músicos comenzaron a afinar sus instrumentos mientras un silencio respetuoso se iba extendiendo gradualmente entre el público. Cuando todas las comprobaciones estuvieron hechas, el director se volvió hacia la orquesta y dio la señal para empezar.

Tenía que reconocerlo, ese muchacho era cuanto menos interesante. Se había convertido en uno de sus objetivos más codiciados desde el mundial despertar demoníaco. La capacidad de ese humano para mover hordas de receptores que codiciaban su posición resultaba excepcional. Sobresalía de lo que comúnmente se denomina talento. Incluso de los no terrenales. ¿Tal vez el muchacho fuese un mago o tuviera una mutación en las cuerdas vocales? Normalmente en los conciertos y recitales ves humanos desvividos, humanos indiferentes y otros que balancean su peso de suela en suela y no paran de ver su reloj que parece no avanzar. Sin embargo, con este muchacho eso nunca sucedía. Absolutamente todo el mundo parecía encantado con su presencia. Los que no querían ser como él, querían acostarse con él. No había rostro que no sonriese al mirarle.

Esa cualidad despertaba la avaricia del Dios y le hizo desplazarse desde que le vio por primera vez, siguiendo sus pasos y observando su presente. No de forma contínua, había labores que no podía desatender dada la situación… Pero precisamente por esa causalidad necesitaba tener a ese muchacho más cerca que en ninguna circunstancia. Aún buscaba cobrarse algún favor que le fuese de suficiente importancia como para ayudarle a salir del profundo pozo en el que se encontraba. Aunque eso, claro está, sólo lo sabía él.

Curiosamente las vestimentas habituales del guardián no eran especialmente sobresalientes dentro de la vestimenta del resto de oyentes. Si ponías especial ojo al detalle puede que encontrases cosas sin sentido, pero a primera instancia, y al haber hecho desaparecer el sombrero, encajaba a la perfección, aun con la calavera blanca en el rostro. Entre el público, cerca del escenario pero inclinado por completo hacia un lateral, le miraba. Le miraba cantar como si fuese el rey de cuanto existe. Se lo creía, el tipo tenía carisma, estilo y ese toque personal que te hace querer ser necesario para él, ser especial entre ese mar de carne. Se podía incluso apreciar en un vistazo rápido un par de tatuajes en honor a las letras y al logo del grupo.

Sonriendo de medio lado deslizó su mano por el interior de la pechera, sacando a la luz un zippo que le encendería el puro sostenido portaban sus labios. La música era buena, y estaba dispuesto a esperar las horas que hicieran falta para conseguir una charla cara a cara con el muchacho. Sí, era potencial aliado para recuperar la normalidad demoníaca pero también era un potencial aliado para el propio interés de Legba. Tenía ante él una poderosa segadora, el último modelo del mercado, con alma propia incluida… y estaba seguro de que ese contrato le dilataría mucho la soga que llevaba al cuello y que parecía estrecharse día tras día.

El siguiente punto a plantear era cómo acercarse a él. ¿Obteniendo el cuerpo de una atractiva mujer apasionada por el metal orquestral? ¿Como un Manager que podría hacerle rico?... Sea como fuese... le quería. Le NECESITABA.

Una vez ultimados los detalles, las otras del príncipe Belial partieron hacia Metrópolis. Belial era agresivo, cruel y beligerante. Pero siempre se mostraba elegante, altivo y digno. Con el cuerpo esbelto y atractivo de Cassie, procuraba estar siempre muy atractivo y deslumbrante. Muy al estilo de adorad mi insuperable magnificencia miserables insectos. Porque cualquier forma de vida para él era un peón en su juego. Alguien prescindible y desechable que solo servía para servir cada una de sus necesidades y caprichos.

Enfundó su exuberante cuerpo femenino en una ajustado peto rojo. La vestimenta estaba constituida por dos tipos de tela diferentes; una era de un rojo más mate y otra de una tela más brillante con gemas  y lentejuelas que recordaba al calor y la intensidad del fuego, su elemento. El cabello rubio y hermoso se encontraban suelto. Sus hombros, su cuello y sus brazos estaban engalanados con joyas que parecían partes de una armadura de un dorado fulgurante.

Una vez atraviado, Belial llamó a los perros del infierno y a la gran bestia negra que utilizaba de montura y partió con sus huestes hacia Metrópolis. La ciudad de la esperanza que iba a ser conquistada y devorada. Vetusta, Brensy y Dardo eran tres robustos cánidos negros de la altura de un ser humano. Su cuerpo tenía una gruesa piel ígnea del que a veces salían unas ardientes llamas. Su dientes afilados como cuchillos estaban listos para desgarrar y atacar en cualquier momento. Sus rostros destilaban rabia e ira. Eran unos voraces animales que necesitaban nutrirse de la carne y de las almas de los desprevenidos e indefensos mortales. Nada más llegar a la ciudad, el hijo mayor de Trigón dejó libres a sus perritos para que hicieran lo que quisieran en la ciudad. Los tres sabuesos del infierno se marcharon cada uno en una dirección sembrando el caos, al violencia y la muerte por donde iban pasando. Como animales feroces y voraces se comían y ensañaban con cualquier criatura que encontraban a su paso. fuertes y brutales iban dejando sin ningún remordimiento cuerpo devorados y desgarrados por doquier.

Por su parte, Belial se dirigió al concierto que daba en su honor el músico humano que había alcanzado recientemente una desbordante y arrolladora fama. Le tenían en nómina los demonios por lo que era perfecto para cantar alabanzas hacia quien iba adueñarse de aquella ciudad. Belial soltó a su montura en las cercanías del Centennial Park de Metrópolis donde se realizaba un fastuoso concierto en su honor. Para él, habían preparado un palco privilegiado. Cuando llegó caminando enseguida acudieron a sus encuentro un equipo que se encargó de acompañar al demonio a su privilegiado lugar. Sus asistentes también proporcionaron a Belial bebida y comida mundana mientras tenía lugar el evento. Tras el concierto tendrán el gran festín de almas.

No obstante, el semidemonio estaba un poco deseoso de probar la carne y el alma de un delicio ser humano.  Seleccionó a su presa y haciendo gala de una simpatía inusitada y un coqueteo zalamero, embaucó a una jovencita con estética punk  con la promesa de situarla en el palco de honor. Belial se llevó a un lugar apartado a la muchacha y calmó sus ansias. Con cuidado posó sus labios sobre el cuello de la chica y la mordió atravesando su yugular. Bebió la sangre que fluía y devoró el lama de la joven antes de que se le escapase la vida. Dejó el cuerpo sin vida de la morena en el suelo y volvió a su lugar entre los asistentes. Con delicia se lamió la sangre reseca que quedaba en sus labios.

Los músicos empezaron a empezó a tocar y Aidan a cantar. Belial se congratuló con la música en su honor. Sonrió prepotente, arrogante y glorioso. Se sentía cada vez más satisfecho y con unas imperantes ganas de reducir a toda esa gente a suculentas e indefensas presas. Todas esas deliciosas y resplandecientes almas unidas en un mismo lugar se le antojaban como un muy grato presente. En un momento dado uno de sus asistentes dejó al lado del demonio una elaborada caja de madera color caoba con incrustaciones y piezas de metal formando  patrones ornamentales. Dentro de la caja estaba su armadura y el látigo de Wonder Girl que por medio de magia y artes demoníacas había corrompido para poder usarle para sus propios fines.

Estaba en mitad de una de las canciones cuando sintió cómo algo o alguien le tocaba el hombro desde un lugar en el que no debería haber nadie...

Con todos sus sentidos a flor de piel por las luces parpadeantes, el sonido estruendoso de los amplificadores y los gritos del público, la sensación del contacto inesperado fue casi electrizante.

Dio un respingo, sobresaltado, se dio la vuelta... y fue como entrar caminando en un sueño. Se encontraba parado en un espacio extraño, desprovisto de color. A su alrededor había dispersos varios espejos de reflejos tenues en donde se podía contemplar lo que estaba sucediendo en el escenario del Centennial Park desde diferentes ángulos y perspectivas. En uno de ellos pudo verse a sí mismo, cantando... como si no acabara mágicamente de desaparecer. El shock fue tan grande que, de haber seguido sosteniendo el micrófono entre las manos se le habría caído al suelo. Pero, al parecer, sólo su cuerpo había hecho aquél viaje a donde quiera que estuviese. O ni siquiera eso, si tenía que creer el espejo que le decía que, en realidad, nunca había abandonado el escenario...

- Pero... ¿qué coj...?

- Aidan, ¡préstame atención! -la conocida voz del demonio al que había jurado obediencia le sacó de la estupefacción, obligándose a girarse una vez más en su dirección-. No tengo mucho tiempo por lo que seré breve.

La confusión estaba clara en su semblante. ¿Por qué la urgencia? ¿Por qué la preocupación? ¿Acaso no estaba haciendo lo que le habían ordenado? ¿Cuál era el problema?

Gob se detuvo frente a un espejo que reflejaba a un hombre africano de constitución impresionante; enorme, de más de dos metros de altura y apariencia corpulenta. La calavera pintada sobre su rostro le hacía aún más llamativo, aunque no destacaba demasiado en un concierto de aquellas características.

- Ten mucho cuidado con este sujeto, presiento que tiene intenciones raras con nosotros -le advirtió Gob, y Aidan le observó con atención durante unos instantes antes de volverse hacia el siguiente objetivo que le señalaba su señor-. Éste es el ser que nos interesa, necesito que te concentres en él. Éste es el pez gordo.

En condiciones normales, oír hablar a alguien así de una muchachita que muy posiblemente no había alcanzado aún la mayoría de edad habría provocado las carcajadas de cualquiera, pero, en ese mundo, las palabras de Gob habían de tomarse muy en serio. Porque no estaban hablando de personas normales, sino de demonios, y, por lo que Aidan sabía, aquella belleza de apariencia angelical podría ser perfectamente el Mal encarnado. Los demonios por lo general poseían cuerpos humanos como medio de entrada en la Tierra, por lo que no había manera de saber qué clase de monstruo abominable se escondía tras aquellos rasgos delicados.

- Hazlo entretenerse, quiero que te vea como su ídolo, que sea tu fanático número uno. Solo haz tu trabajo, y hazlo a tu máxima potencia -le encomendó.

¿Encandilar a Belial, uno de los Señores Demoníacos, hijo del mismísimo Trigón? Por supuesto, no había presión en absoluto.

Gracias a Dios la canción había terminado cuando se encontró a sí mismo de regreso en el escenario, porque necesitaba unos segundos para calmar la agitación interior que estaba experimentando. Hizo un gesto al director de orquesta para solicitar una breve pausa antes de continuar con el esquema preestablecido, y unas gotas de sudor frío se deslizaron por su frente cuando alzó la mirada para encontrarse con la de Belial en el palco.

Su nerviosismo podía parecer absurdo; después de todo, Gob ya le había informado de que tenía que cantar para él. Pero era diferente cuando se trataba de un concepto abstracto e intangible a cuando podías ubicar exactamente de quién se trataba. Una cosa era cantar para un ser súperpoderoso que supuestamente te estaba viendo, y otra muy diferente saber que estaba allí mismo, en vivo y en directo, y poder reconocerlo.

Lo que le pedía Gob ya lo había hecho otras veces, pero intuía que no sería lo mismo encandilar a muchachas jóvenes y fans que a un Señor Demoníaco. No tenía ni idea de si su poder le afectaría, para empezar, pero no tenía más remedio  que intentarlo. Le habían llevado allí para entretener a Belial, para encumbrarle y ensalzarle. Sus instrucciones no habían cambiado, pero ahora al parecer tenía que imprimirle un poco más de intensidad para cautivar al demonio.

Intercambió unas palabras con el director de orquesta y después transmitió unas breves instrucciones a través del pinganillo. Al poco, un foco de luz brillante incidió sobre él, dejando todo el resto a oscuras, atrayendo la atención de todos sobre su persona sin distracción posible. Aidan quería que quedara perfectamente claro que estaba mirando directamente a Belial, que el mensaje que iba a transmitir era únicamente para él (o ella).

La orquesta empezó a tocar unos tonos lentos, casi elegíacos, antes de que las guitarras cobraran de nuevo el protagonismo. Y, entonces, sin dejar de mirar a Belial, empezó a cantar:

>>Si miras a tu alrededor los podrás ver elevarse desde los cielos en movimiento.
Hay algo salvaje en el ojo del demonio.
Hace falta oscuridad para poder ver la luz.
La luna está arriba en la noche,
no la puedes ver a la luz del día.
Lo sé, tú lo sabes, es verdad.

- Oh, Oscuridad, te necesito -cantó señalando hacia el palco-; muéstrame la Verdad. Por favor guíame, tómame -enfatizó apretando la palma en un puño-: yo te pertenezco.

>>Hay una bestia que siempre está presente;
mira bien y lo descubrirás.
No tengas miedo de la realidad:
el lado oscuro está vivo dentro de nuestras almas.
La luna está arriba en la noche,
no la puedes ver a la luz del día.
Lo sé, tú lo sabes, es verdad.

- Oh, Oscuridad, te necesito -repitió-; muéstrame la Verdad. Por favor guíame, tómame: yo te pertenezco. Oh, Oscuridad, te necesito para mostrarme lo que es verdad -imploró-. Guíame. Te pertenezco a ti.

¿Habría conseguido captar la atención de Belial? No sabría decirlo, y eso le ponía aún más nervioso.

Durante el solo de guitarra trató de localizar a Gob y al gigante africano, pero no fue posible. Incluso si el recinto no estuviese completamente abarrotado ya a aquellas alturas, con gente que seguía llegando y ocupaba las explanadas del parque al no poder entrar en los márgenes de la zona acotada, la luz de los focos le cegaba y le hacía imposible distinguir nada. Sólo podía ver a Belial porque la ubicación de su palco estaba por encima de donde se encontraban las fuentes de luz, pero todo lo demás era un borrón desenfocado, lo cual contribuía a incrementar la sensación de que cantaba únicamente para él.

- Oh, Oscuridad... -volvió a suplicar, cayendo de rodillas en el escenario-. Oh, Oscuridad, te necesito -repitió-; muéstrame la Verdad. Por favor guíame, tómame: yo te pertenezco. Oh, Oscuridad, te necesito para mostrarme lo que es verdad. Tómame -rogó, volviendo a hacer contacto visual con el demonio-. Te pertenezco a ti. Dulce oscuridad...

Los focos que le iluminaban se apagaron gradualmente hasta que el escenario volvió a quedar completamente a oscuras, ante un auténtico aluvión de aplausos y vítores.


La luz regresó en diferentes tonalidades de rojo y verde que iban cambiando, adaptándose y fluyendo al ritmo trepidante de la canción que daría por finalizado el concierto. Aidan se había puesto en pie y estaba recolocando el micro, que hasta ahora había sostenido en la mano, en su pedestal, para después agacharse y beber un sorbo de la botella de agua que reposaba en el borde del escenario.

¡Salve, salve, salve el misterio!
Uthark, Código de secreto
Belial, dios del éxtasis
Álzate, álzate desde Ginnungagap

Empezó el coro su himno glorioso al Hijo de Trigón. Aidan empezó a cantar con la voz ronca y rasgada que le caracterizaba, pero ahora que los focos no le iluminaban a él directamente empezó a percibir algo extraño; Las personas que, por lo general, deberían mantener su atención cautiva en él, empezaban a desviar la mirada hacia sus teléfonos móviles, que no paraban de vibrar en sus bolsillos con alertas de algún tipo.

¡Salve, salve, Dios de los misterios!
Belial, tu prosperidad
Sal de las profundidades en las que te encuentras
Álzate, álzate desde la eternidad

El coro cantaba, ajeno a todo, y los instrumentos no paraban de sonar, pero la sensación de intranquilidad empezó poco a poco a extenderse por el cuerpo del cantante. Aquello no era normal, el influjo de su voz debería bastar para tenerlos a todos completamente enfocados, y, sin embargo, cada vez eran más los que apartaban la mirada para hablar entre ellos o contemplar las pantallas de sus teléfonos. Y cada vez también eran más las expresiones de alarma que podía distinguir. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué podía estar transmitiéndose a tantos móviles a la vez? ¿Noticias? ¿Alguna alarma en las calles de Metrópolis?

Se obligó a desechar todas las preocupaciones para dar un paso al frente, aferrarse al pie del micro y entonar el verso que marcaría el fin de todos los presentes:

La vida es eterna para ti
Cuando pasas la puerta del infierno
(y) llegas al final del camino
(donde encontrarás)
a la Bestia y el Dios formando uno solo.

El muchacho parecía ser consciente del desbordante talento y del don que sus cuerdas vocales eran capaces de proyectar. Si hay algo más atractivo que el poder, es el poder en manos de alguien consciente de su posesión y amo de su control. La curiosidad del dios no hacía más que prosperar con cada verso. El transcurso de sus rojos iris seguía el mismo camino que el cuerpo del cantante sin perderse un milímetro. Incluso sin el tsunami demoníaco ya hubiese merecido la pena haber ido a ese concierto. Se movía con una lista interminable de cualidades de las que Legba se sentía cada vez más sediento. Carisma, convicción, seguridad, persuasión, sensualidad, magnetismo, potencial… Sin duda el mundo había puesto en el lugar adecuado a ese irlandés.

Precisamente por la atención prestada, se percató de que todos los gestos a lo largo del tema fueron dirigidos hacia un mismo punto fijo, elevado frente al escenario. En el palco honorífico del recinto había sentada una niña rubia que permanecía sedente con una presencia digna de una reina. No recordaba verla en ninguna circunstancia. Política, mundo heróico, cultura audiovisual… En los anclados recuerdos del dios no había imágenes de esa chiquilla. Pero sin duda sus vestimentas, su actitud y toda su presencia delataban su importancia. Si él hubiese tenido cuerpo humano, su piel se hubiese cubierto del erizado propio del que se paraliza ante su peor pesadilla. Por suerte a día de hoy no había ser que pudiese detectar su miedo.

La palabra esclavo resonaba en lo más profundo de su ser cada vez que los acordes la acompañaban. Sin duda escuchar a un blanco banalizar una vida de deshumanizada existencia debía ser lo que más doliese en el fondo de su ser. Entrecerró los ojos concentrándose en la figura de Aidan, parecía infinitamente distinto al que había conocido en el pub de Morgan. Que había algo raro era incuestionable, ahora debía averiguar qué, y protegerle de esos demonios a los que tanto parecía querer acercarse. No es que le gustase especialmente proteger a alguien por quien Loki había mostrado interés, pero si quería tener una mínima oportunidad el joven debía permanecer con vida.

En la pausa acompañada de la ovación las pupilas volvieron a la voz de Aidan, pero una voz detrás de él le hizo perder la atención en el escenario un instante. Giró levemente el rostro y los ojos pero sin mover un ápice su cuerpo, que seguía dándole la espalda al hombre. Sin embargo pudo percatarse de un atuendo corporativo y la serenidad de su voz. Desentonaba entre todos los presentes. -Lo es. Tal vez deberías hacerle tu oferta- le trató como si fuese un agente cazatalentos. Las palabras “nosotros” y “altares le hizo sonreír”. Las palabras del hombre tras la inmensa espalda delataron su posición como demonio. Si había opción a desconfiar en alguien en esos tiempos, pensar en un diablo te haría acertar. Y del mismo modo pensó de la invitada de honor  -Cada cual consigue seguidores con sus propios talentos.- comentó distraído sin dejar de mirar al otro lado del micrófono. Sus ovaciones eran preocupantes… Aidan era una red de pesca de arrastre y cualquiera que cayese en la cuenta podía hacerse más y más fuerte sólo al tener esa garganta comiendo de la palma de la mano. No podía ser que alguien como él hubiese complacido los deseos de un demonio cualquiera. Después de la charla con el dios embaucador… ¿Qué le había convencido de rendir culto a los demonios? ¿Un trato? ¿Supervivencia?

Al oído del dios se acercó un muchacho negro con trenzas que atendía el escenario, un pipa. Le susurró algo en Bitú y tal y como se fue, volvió a marchar por entre las vallas desapareciendo por los pasillos preparados para el staff. Legba sonrió de medio lado dejando relucir sus dientes y desligando el cruce de brazos. Sólo entonces giró parte del torso para observar de arriba a abajo al hombre que había iniciado conversación con él. -Si me disculpas…- Alzó el ala del sombrero por encima de la cabeza con su diestra vendada a modo de despedida y se deshizo en una nube de denso humo gris que se deslizaba por los tobillos de todos los oyentes. Parece ser que la única reacción externa que obtuvo fue el alivio de quienes sufrían estar detrás de su altura sin poder ver al cantante.

Avanzó a un ritmo acelerado y atravesó cuanto material y carne se interponía entre él y su objetivo, todo para materializarse junto a la mesa de sonido con un pase de técnico colgado del cuello. -Permíteme, dice el jefe que la torreta derecha está haciendo eco- dijo al chico sentado en la silla frente a los botones, que se levantó encendiéndose un cigarro y mirando distraído a la nada. Con un par de movimientos rápidos sobre los controles y las pantallas, pinchó el in-ear izquierdo de Aidan y encendió el micrófono del set de sonido para conectar su voz con el oído del chico. -Aprovechemos esta pausa entre canción y canción para una breve pero concisa charla- inició aprovechando la confusión que debía sufrir el artista para comprobar si le escuchaba. No cabía duda en que sabría dónde mirar para encontrarse con su heraldo -No me conoces pero yo a ti sí, Aidan. Y sé cómo te sientes… Por eso debo informarte de que corres un grave peligro. Hay demonios en este concierto, y no son crías ni diablos menores. No pasa nada bueno cuando los putos demonios cristianos están cerca. Tienes que protegerte. Me da igual si conmigo o por tu cuenta, pero estoy convencido de que esto se va a poner muy feo dentro de muy poco tiempo y ellos te desean por tu talento. Sólo quiero que te pongas a salvo… y que ojalá este pobre guardián te haga creer en sus palabras lo justo para que salves tu vida- la voz grave del dios alcanzó el pinganillo sonando emocional y compungida, como si el inevitable destino de la muerte del muchacho azotase su consciencia. Cortando la conexión se desvaneció en la misma nube para tomar forma corpórea de nuevo sobre el escenario, ya con su atuendo habitual, escondido en la oscuridad de los laterales tendiéndole una enguantada mano amiga que había ofrecido ponerle a salvo.

Vamos Aidan… eres un tipo listo, sabes lo que tienes, sabes cómo usarlo… pero no conoces con quién estás tratando. Dame la mano y prometo protegerte de estos cabronazos ególatras y su inagotable afán de protagonismo.

El músico le estaba haciendo muy bien, engrandeciéndole con sus canciones y ensanchando su ego. Belial el temido y demoníaco primogénito del noveno demonio. Nacido de una madre de una raza superior a la humana. Su sangre de demonio más la sangre de su raza bravía y guerrera le hacía el mejor de sus hermanos. Mejor de los demonios. Él era el único y verdadero Señor de todos los reinos. Él dictaba quien merecía vivir y que vida merecía ser sesgada. La tierra y sus humanos eran un mundo y una población inferior que necesitaban con urgencia su presencia. Tenían que ser juzgados y sometidos por él y su magnánima voluntad.  

Toda la gente que estaba en el concierto era de su propiedad. Para su reino y su diversión. Le complacía poder decidir sobre el destino de las gentes de Metrópolis. Sonreía de forma arrogante y prepotente. Estaba encantado con las salvas en su honor, por ser un conquistador tan elegante y a la vez destructivo. La emoción de poner todo bajo sus pies. Por oler y sentir el fuego acudir en su llamada. Todas sus ardientes intenciones de acrecentaban con el ritmo de la música.

Con el concierto detenido, empezó a ser más audible los ruidos de sirenas de policías, fuerzas del orden y servicios sanitarios. El caos y el pánico empezaba a envolver las calles aledañas. Los perros infernales desataron muerte, sangre, fuego y violencia por donde pasaban. Iban consumiendo cada cosa y persona que se ponía en su camino.

Rápidamente uno de los tres perros demoniacos de Belial se hizo paso entre la multitud, hiriendo y despedazando a cualquiera que se ponía en su camino con sus poderosas y afiladas garras. Cuando estuvo al lado de su amo, dejó a los pies de este un niño que había cazado. Era un regalo para su amo. En muestra de  fidelidad. Belial consideró que era momento de que cayeran las máscaras. Tomó su regalo y sin el más mínimo remordimiento hizo buena cuenta del menor. Bebió descaradamente su sangre y absorbió su alma. Disfrutó con elegancia y soberbia de su dulce ante la mirada de todos los presentes. Miles de miradas se dirigieron horrorizadas y temerosas a la atractiva fémina que acababa de devorar a un infante. Dardo volvió a salir a la caza. El gran perro demoníaco de nuevo emprendió su misión de crear caos, muerte y devastación por donde pasase.  

Chasqueó los dedos y acudieron dos demonios a su servicio: Emed y Rodolphus. Emed era morena con el pelo largo y ensortijado. Su físico delgado y curvilíneo. Su tono de piel anaranjado y sus relucientes cuernos marrones la hacían destacar. Estaba ataviada con un traje de chaqueta y falda de color rojo sangre y llevaba unas gafas estilo secretaria años cincuenta. A Belial le agradaba Emed porque era aguda y eficiente. Rodolphus tenía un porte algo más angelical y clásico. Era alto y musculado. Sus facciones eran armoniosas y su tez un tanto pálida. Tenía las orejas en punta similares a un elfo y en su blanco cabello destacaban dos imponentes cuernos. Tenía un corte moderno de dos niveles; la parte superior de su pelo era ligeramente larga y la coronilla la tenía rapada. En su mano derecha tenía en vez de un brazo humano, un brazo de apariencia metálica. Vestía de pulcro negro; un pantalón de pitillo y una camiseta ajustada. Era un tanto enérgico y hacía muy buen equipo con Emed por la discrepancia de caracteres.

- Todo está listo, mi señor- dijo Emed. Belial asintió con la cabeza era momento de dar apertura al segundo acto.

Emed salió a seguir programando tareas. Marcó un número de teléfono para liberar a unos divertidos y amaestrados  compañeros. Rodolphus se quedó junto a su Señor. El siervo colocó a Belial las piezas de armadura que estaban en la caja que le habían traído anteriormente al príncipe demonio. El señor de la espada de fuego de ébano se puso una brillante coraza dorada con tres pinchos que sobresalían en la zona del esternón. Un casco dorado que dejaba libre su larga y deslumbrante cabellera rubia.  Unas hombreras enormes con un pincho en su mitad, también doradas. Se cambió los brazaletes que portaba por unos más contundentes que tenían la misma estética que las otras piezas de su armadura. Se enzarzó unos cubre muslos dorados y se armó con el látigo corrupto de Ares.


El ambiente empezaba a olor a chamusquina. Una imponente criatura se posó sobre el imponente, conocido, majestuoso y muy visible globo terráqueo que coronaba el edificio del Daily Planet. El demonio alado, que parecía una gárgola monstruosa, arrancó el símbolo del diario más leído de  de Metrópolis y lo dejó caer sobre los ciudadanos de la urbe. La bola dorada se estrelló estrepitosamente, despedazandose y segando vidas.

El cielo se volvió negro. Pero no por las nubes. Miles de criaturas aladas lo surcaban. Descendieron en picado y a gran velocidad  y al llegar al suelo, empezaron a arañar y destripar con sus garras todo lo que se ponía a su paso, tanto mobiliario urbano como personas. Empezaron a picotear todo lo que llegaba  a ellos como aves voraces y rapaces. Algunas de estas bestias aladas , siguiendo el deseo de Belial, tomaron personas del concierto y las llevaron a las afueras, donde había grandes y rápidos vehículos para desplazar a la carne seleccionada para alimentar a los hijos de Trigón.

Con sus atributos puestos estaba listo para dirigirle a la multitud. Salió del palco seguido de su séquito. Silbó para que sus tres perros demoniacos acudiesen a su encuentro. Cuando los canes llegaron, con sus cuerpos cubiertos de tierra y sangre, Belial comenzó a caminar hacia el escenario. Volvió a chasquear los dedos de una forma más intensa. Un sonido que se escuchó por todo el lugar. Inmediatamente se escuchó ese típico sonidos chispeante que inicia un fuego. Ese sonido que hace el mechero de piedra al hacer su chispa para iniciar la llama. No tardó mucho en crearle un espeso círculo de llamas negras que rodeó a todos los asistentes del concierto.

Subió triunfal al escenario y se hizo con el micrófono.

- Soy Belial, príncipe demonio y vosotros y Metrópolis tenéis el gran honor de ser mi tributo. Que os colme de gloria que vais a servir para engrandecerme.-  

Usó su rojo látigo para ir apresando y seleccionando del público a los asistentes que serían parte del banquete en honor a su hermana Raven, ya que, ella había posibilitado que su alma resurgiera y pudiera volver a existir.

Una voz se abrió paso por encima de las ovaciones y vítores del público, una voz profunda y grave que se hizo oír sólo para él portando palabras de advertencia. Aidan miró disimuladamente a su alrededor, pero no pudo encontrar a nadie. Estaba nervioso. La atmósfera de inquietud y tensión cada vez era más y más palpable en el improvisado auditorio, los cuchicheos, murmullos y consultas al móvil cada vez más frecuentes. Aidan no podía distinguir bien las caras del público porque la luz de los focos le cegaba, pero sentía una opresión en las tripas que le indicaba que algo no iba bien. De repente toda la idea de aquél concierto tan improvisado y repentino le empezaba a dar muy mala espina, pero Gob no le utilizaría de esa manera, ¿no? Cierto, no le había advertido de lo que ocurriría cuando cantó la invocación que provocó la invasión demoníaca, pero hasta ahora siempre le había protegido. No le pondría en peligro sin advertirle primero... ¿verdad?

Otra voz se abrió camino en su mente como un cuchillo de hielo, sólo que ésta no era real; era la voz de un recuerdo:

...Créeme, no vas a salir ganando, los demonios nunca pierden con sus tratos amigo...Esos hijos de perra se cobran sus deudas multiplicadas por diez... ...No he venido aquí a pelear contigo... Sino a advertirte, amigo… Lo que has desencadenado no sólo te afectará a ti...

Se llevó una mano temblorosa al pinganillo. La que sostenía el micro estaba bajada, así que no podría captar el tenue susurro que pronunció después:

- ¿Quién eres?

Y entonces la vio, la mano enguantada que asomaba entre bastidores. No podía ver al dueño, y las advertencias de Gob regresaron a sus oídos una vez más. Tenía la garganta reseca, asediado por las dudas. Gob no le había dicho que podía marcharse, pero...


Un silencio sepulcral se abatió sobre el recinto, y esto era tan poco habitual en un concierto que para Aidan resonó con más fuerza que cualquier ruido, obligándole a devolver su atención al público.

Un inmenso perro demoníaco con las quijadas tan grandes como para partir en dos a una persona y los ojos resplandecientes con el fuego del infierno acababa de detenerse al lado de Belial dejando un rastro de cadáveres a su paso. Pero no fue eso lo que acababa de hacer que el tiempo se parara para todos los allí presentes (salvo para las personas que habían venido con los muertos, que chillaban histéricamente ajenas a todo lo demás), sino lo que traía colgando inerte entre sus fauces como un muñeco roto.

El músico ya no fue consciente de nada más. Ni del desconocido que le imploraba que se pusiera a salvo en su oído, ni de las sirenas de policía que se escuchaban a lo lejos, ni del olor a quemado que cada vez era más potente. El micrófono se deslizó por entre sus dedos inertes, y el sonido que hizo al caer contra el suelo del escenario retumbó como mil cañones en su mente. Belial tomó al niño entre sus brazos y Aidan sólo era capaz de ver a Keegan. Las piernas dejaron de sostenerle y el moreno cayó al suelo de rodillas como si fueran de paja, tapándose la boca con las manos como si quisiera evitar que escapara a borbotones todo el horror que asomaba a sus ojos.

En el espantado silencio que siguió, el sonido que hacía Belial al consumir a aquél niño resonó como una repulsiva cacofonía que acompañaría las pesadillas de Aidan en los días sucesivos. El perro infernal se abalanzó sobre el público para iniciar la carnicería, y fue como si el tiempo se reanudara de nuevo, comenzando la sinfonía de gritos que constituían el verdadero concierto de aquella noche maldita.

Aidan no vio mucho más de lo que sucedió a continuación. Sin poder evitarlo vació todo el contenido de su estómago en el proscenio. La cabeza le daba vueltas, no podía pensar con claridad. Se sentía enfermo y no era capaz de distinguir dónde estaba ni qué estaba pasando. Los gritos de dolor, agonía y terror de los condenados resonaban en alguna parte dentro de un mundo que no cesaba de dar vueltas a su alrededor. Vagamente fue consciente de que el cielo se oscurecía, pero en ese momento no supo por qué. Y el calor... Un calor intenso, sofocante... Fuego...

Dedos esbeltos y estilizados recogieron el micrófono a unos metros de distancia de donde él estaba. Desde su posición en el suelo sólo pudo ver la mano, y, al seguir el movimiento del aparato pudo verla en su totalidad: el monstruo disfrazado de persona. Un odio intenso asomó a su mirada, una mirada que Belial, concentrado en su discurso al público, no pudo ver.

Le habían utilizado. En el concierto de Nueva York le habían utilizado para liberarse, pero aquella vez, aunque las repercusiones fueran ínfimas comparadas con una invasión a escala global, resultaba mucho más espantoso por lo que implicaba. Le habían utilizado a él, a su voz, su poder, para reunir a todas esas personas como cerdos en un matadero. Se habían congregado allí dócilmente bajo su influjo como un sacrificio ritual para el ego del demonio. Desde que había empezado la pesadilla había estado tratando de convencerse a sí mismo de que él no tenía la culpa de la WWD. Que no podía saber entonces lo que iba a liberar en el mundo, que sólo había sido un peón en el juego de los grandes demonios. ¿Cómo podía seguir engañándose después de aquello? Ya no tenía excusa posible. Sabía que iba a cantar para Belial. Sabía que aquello era en su honor y lo había hecho de todos modos. Había cantado para él... se había entregado a sí mismo a él, a la oscuridad que encarnaba, y era tan responsable de lo que acababa de ocurrir como el propio Belial.

Durante un instante, se imaginó a sí mismo enfocando su grito del Wraith con toda su potencia sobre él hasta derretir con su propio fuego la carcasa de carne que le cubría. Y estuvo a punto, a punto de reunir el valor que necesitaba para hacerlo. Pero el sentido común se abrió paso trémulamente en su interior: el fuego del infierno no mataría a Belial, sólo le enfurecería, y él no era ningún héroe, ¿verdad? Sólo era un cobarde, un maldito cobarde. Belial no repararía en su presencia. Ahora mismo era tan insignificante para él como una hormiga. Lo único que podía hacer era aprovecharse de eso para tratar de escapar. Poniéndose en pie, retrocedió hacia bastidores sin apartar la mirada del monstruo que estaba dirigiendo aquella sinfonía del horror. No sabía si su misterioso benefactor aún estaría allí, y ni siquiera sabía si podía confiar en él o no, pero si tenía que elegir entre Belial y él, tenía muy claro a quién se entregaría. Cualquier cosa que pudiera ocurrirle sería mejor que aquella pesadilla.

El tiempo corría en su contra y el dios estaba cada vez más convencido de que quedarse era estar más cerca de un naufragio del que no podría volver a ser rescatado. Escuchó los gritos del el público siendo apresados por el látigo que recolectaba cada vez más y más cuerpos con aparente facilidad de los ingenuos humanos que hace apenas unos instantes disfrutaban de sus singles favoritos. La gente empezó a huir despavorida de todo ente demoníaco que resurgía de los cielos, especialmente de la rubia con potente armadura, ahora el puto Belial. Aquellos que no estaban siendo devorados o brutalmente asesinados por las rémoras, estaban siendo aplastados por otros humanos que buscaban en una ardiente manifestación de ansiedad un camino libre para huir. El olor de la máquina de humo fue sustituido por la insistente pestilencia del hierro cálido de la sangre y el azufre propio de los demonios. En apenas cuestión de segundos, todo se estaba reduciendo a la nada.

Aidan estaba en trance, parecía haber perdido todo instinto de supervivencia y cuando parecío haber recuperado su presencia, vomitó con el poco impulso de vida que le quedaba.

No es momento para ser débil chaval…

El dios avanzó un par de pasos, pero vio cómo al otro lado del escenario, Belial comenzaba su showtime. Odiaba a los putos cristianos. No sabían limpiarse el culo sin colgarse veinte medallas por el camino y comprarse un marco de oro.

Por fin el chico volvió a sus cabales y consiguió ponerse en pie. Aunque su cuerpo parecía reaccionar, sus ojos reflejaban con claridad que su alma se encontraba lejos de allí, como si su espíritu ya no estuviese unido a él.

En cuanto se puso a su lado, Legba sostuvo su mano con delicadeza y cubrió con su cuerpo lo que pudo de él, buscando la primera escalera que les permitiese bajar del escenario. -Abre los ojos, fiera. Esto es vida o muerte, no puedes permitirte quedarte en blanco ahora. ¿Lo entiendes?- Le llevaba con una delicadeza que resultaba absurda en contraste con su entorno completamente desastroso, caótico y sanguinario. Se detuvo tras una torreta metálica de la estructura que sostenía en pie el escenario, al menos del momento y le puso frente a él buscando con su iris carmesí el contacto con las pupilas del cantante. Abrió la boca para empezar a explicarle la situación, pero un quejido desgarrador desvió su atención. Retiró con un gesto violento del sitio en el que estaba a Aidan, sin soltarle del todo. Justo donde estaba el cuerpo del cantante, cayó medio cuerpo de una Fan, cuyas costillas eran visibles, de color rojo, bañadas en la sangre que la rémora que les sobrevolaba estaba terminando de saborear. -Esto servirá- El guardián se agachó y arrancó del cadáver un pellizco del pelo negro de la fan y empezó a tejerlos entre sí. En un instante tenía un cordel de pelo perfecto, sus dedos iban tan rápido que parecia magia y cuando estuvo a punto de acabarlo, rebuscó con la diestra en un bolsillo de la pechera de su gran chaquetón. Terminó enrollando el pelo en torno a un cristal alargado de jaspe africano. -Jẹ ki mẹtalọkan daabo bo ọ nigbati o ba wa ninu ọkan rẹ- Y dejándolo caer en torno al cuello de Aidan, con la gema sobre su corazón, ésta se iluminó un instante hasta que los dedos del dios terminaron de tocar el amuleto.

Una vez terminada la bendición, le agarró por los hombros e implicó sus mejores esfuerzos para que comprendiese lo que decía  -Escúchame, no tenemos mucho tiempo. Puedo sacarte de aquí, llevarte a un lugar seguro. Puedo hacerlo en un abrir y cerrar de ojos pero necesito que decidas YA. Hoy por ti, mañana por mí… Aidan Doyle… ¿Te saco de aquí?- Y alejando las dos manos de él, le tendió la diestra enguantada para que pudiese verla. A modo de “firma” de ese pacto, sólo tenía que apretar la mano…

Y con ese acuerdo firme, los dos se desvanecieron en una turbia neblina gris de humo en el preciso instante en el que el demonio volador bajaba en picado a terminar lo que había empezado.

Belial chasqueó su látigo y multitud de demonios persona, demonios bestia y toda clase de criaturas infernales emergieron para dar buena cuenta de Metrópolis. Loa plausos y vítores de las malvadas criaturas impregnaron todo el lugar. Los habitantes de Metrópolis empezaron a caer en la desgarradora y agónica situación en la que se encontraban. Un señor infernal había tomado Metrópolis y pensaba saquear, conquista y jugar con la ciudad de Superman hasta que se cansase. La destrucción y masacre de Metrópolis era concebida por el descendiente de Trigón como una oda a su padre y sus hermanos. Como una hazaña que engrandecía tanto su nombre como el de su estirpe demoniaca. Después de todo, era su misión someter, torturar, masacrar y crear un mundo a imagen y semejanza de los dominios de su progenitor en su dimensión de origen. Tenían que llevar la ruina y la devastación como caballeros infernales a todas y cada una de las partes del mundo. Para eso habían sido concebidos. Para llenar el mundo de miseria, dolor y sufrimiento. Que las lágrimas y la sangre regasen la tierra.  

- Que se abra el juego- dijo la atractiva y seductora carcasa de Belial. El hijo del octava demonio daba inicio así a las pillerías de las criaturas del más profundo averno. Alzó la mano y de sus dedos emergió una gran bola de fuego negra. Apuntó hasta lo que quedaba del ruinosos edificio del Daily Planet y la lanzó. La bola impactó en lo alto de edificio y con gran presteza unas llamas negras empezaron a consumir y devorar todo la edificación. Una gran y macabra sonrisa apareció en el suave rostro de Cassandra. Sus perfectas y hermosas facciones se perturbaban por la maldad del ser que estaba en posesión del cuerpo de la hija de Zeus.

Sin los grandes héroes que brindaban a aquella urbe de su positivismo y virtud, el faro de esperanza cayó. Por las calles empezaron a pulular los secuaces del príncipe infernal, masacrando todo a su paso. Las criaturas demoniacas empezaron a campar por sus anchas por la ciudad de Metrópolis. Como si fueran una plaga de mangostas iban destrozando y destruyendo todo a su paso. No dejaban que nada vivo escapase de sus profundas e imponentes colmillos. Los gritos y lloros de los habitantes fueron la melodía que sonaba mientras el mal hacía de las suyas arrebatando vidas y llenando las fauces de los demonios de carne, vísceras y sangre. La sangre empezó a teñir de carmín las aceras y el asfalto. El olor a muerte y humo era cada vez más intenso. El caos empezó a reinar por doquier. Las masas de gente corrían por la ciudad buscando alguna manera de escapar de los crueles e Los animales demoniacos despedazaban y devoraban cuerpos y carne de cualquiera ser vivo que encontraban a su paso. Sentimientos de terror, desesperanza, angustia y pavor iban llenando cada uno de los corazones de los seres humanos. La situación no era nada fácil. Escapar se hacía casi imposible con los círculos de fuego negro creados Belial, las criaturas aladas poblando los cielos, los perros demoniacos jugando con las personas como si fueran un juguete para perros y las inmensas cantidades de demonios que estaban llegando sin parar.  

Belial como sus hordas fue segando su hambre y su sed, comiendo las almas de cualquier criatura humana que se cruzaba ante su majestad. No supo cuando tiempo estuvo degustando almas, carne y sangre de asustados e implorantes humanos pero llegó un momento en que estuvo saciado y también sus criaturas. La ciudad no había tardado mucho en caer. Los demonios apagaron la luz de Metrópolis más pronto que tarde. Miles de cuerpos se apilaban por doquier. Edificios que antes se alzaban hasta el cielo orgullosos ahora no eran más que un amasijo de cemento, ladrillos y metal regado por el suelo. Todo había sido destruido y devorado. Belial sonrió ante tan inmensa catástrofe. Ver las ruinas de lo que hasta aquel momento había sido una prestigiosa cuidad humana le hizo sentirse pleno. Había cumplido bien el papel que la existencia y su padre le habían otorgado. Belial, destructor y conquistador. Un príncipe altivo, dominante y orgullo de causar ruina, destrucción y muerte por cualquier terreno que pisasen sus principescos pies.

El príncipe llamó a sus tres canes infernales, hizo retirarse a sus criaturas y a los súbditos demoniacos. Hizo que todas sus huestes regresasen a su sede. Contempló la ciudad vacía, derruida y sangrante. Para darle el último toque de gracia lanzó bolas de fuego negro para calcinar cada rincón y dejar aquel espació completamente lleno de cenizas. Aquel lugar nunca más sería nada.