Doble punto de Catgut (Papa Legba)

6 de Abril de 2018

Después de lo ocurrido hacía poco mas de un par de semanas, y de haberse deshecho del cuerpo, no sin antes haber guardado la cabeza en un tarro, bien hidratada, para poder utilizarla como modelo para una nueva cabeza de su colección, había dejado aparcado el asunto porque otras cosas reclamaban su atención. Pero ahora, de vuelta a la normalidad, se había dado cuenta de que su día a día en la granja era cada vez menos habitual, en lo que a momentos de tranquilidad se refería. Aquello del choque de universos había dado como resultado un desbarajuste que había permitido que todos los bichos raros entraran a fisgonear donde no les importaba. Un ejemplo de ello era Peste, el jinete del apocalipsis contra el que se había enfrentado. Hellboy, otro igual. Por no hablar de Fauna, que en ese momento estaría dando de comer a los caballos. Había decidido delegar sus obligaciones en un par de buenos chicos y en la mutante, en quien confiaba cada vez más, a medida que probaba su valía, para tomarse un rato de tranquilidad y ocuparse de hacer por fin esa tarea pendiente.

Preparó con mimo todos los utensilios que pensaba utilizar, desde el bisturí hasta el cuchillo de despellejar, y también el Catgut, el tipo de hilo que a ella le gustaba utilizar para hacer las costuras. La cabeza estaba preparada en un gato con almohadillas en torno a las sienes, para que la herramienta no dejara ningún tipo de marca que pudiera alterar la elasticidad de la piel. La humana era mucho mas fina, y más frágil, de manera que había que tratarla con mucho cuidado salvo que no importara que quedara hecha un estropicio. Tenía unas cuantas cabezas básicas preparadas, y tuvo que coger la que mejor se adaptaba a la forma de la cara, para que no perdiera la expresión, aunque ya estaba bastante deformada por cómo era el individuo.

Se tomaría su tiempo. Hacía tiempo que no disecaba una cabeza, y tenía ganas de que esa saliera bien.

Primero observó la estructura de piel. La rajaría en torno al nacimiento del pelo por detrás, para poder abrirla en dos y que la costura quedara disimulada por el nacimiento del pelo, siguiendo la línea tras la oreja. Sobretodo tenía que recordar tratar de que no se rajara del todo por la mitad, así, cuando la colocara encima del modelo que tenía encajaría como un guante. Repasó la cabeza básica, limpiándola con cuidado, para que no quedara ningún tipo de impureza dentro. normalmente los ojos se colocaban al final, pero en las cabezas humanas prefería hacerlo antes para comprobar al colocarla cómo quedaban los pliegues del párpado. Se dio la vuelta y comenzó a buscar en su estantería. El bote en el que guardaba los ojos artificiales de resina transparente no podía andar muy lejos.

Un glorioso día nuevo en la...¿Vida? del Dios. Todo se había vuelto mucho más interesante desde el choque, y por qué no admitirlo, la oferta de almas "curiosas" había aumentado sin que su valor decreciese. Y era mi pequeño buffet libre. Cuando tu trabajo es encargarte de vigilar y CONSEGUIR ciertas almas atormentadas y desequilibradas, por tu bien laboral procuras tener un ojo echado en ciudades como Gotham. No había más que revisar su historial; Joker, Dos Caras, Harley Quinn... gente a la que estafarías con una mordaza y los ojos vendados. Sin embargo aquella mañana Legba se dedicó casi por completo a tomar acción en un caso que llevaba contemplando durante un tiempo, un caso que pasaba desapercibido por completo... La Sheriff.

Al tiempo que atravesaba la pared pude ver la espalda torneada en un ocho sensual y pronunciado. Don de la adolescencia recién abandonada. Mientras el cuerpo eterno terminaba de materializarse en los restos de humo denso que se condensaba en espirales, ojeó los útiles de taxidermia. Esta tía tenía pasta... Mucha mucha money. Las agujas estaban casi nuevas y eran de una calidad envidiable en un quirófano, pero la experiencia con la que había preparado la cabeza discrepaba en ese aspecto. En ese momento el dios reflexionó calmadamente la situación. Una niña, porque a la larga era una niña, de apariencia angelical tenía un sótano de taxidermia humana... ¡¡EN SERIO, ERA BUENÍSIMO!! Y lo mejor de todo es que sabía cómo hacerlo. Había preparado las guías para llevar la costura por la línea capilar... chica lista.

Mientras se acariciaba la barbilla con una mano, cogió una de las agujas curvas con la otra y la contemplaba brillar, haciendo sobresaliente su labio inferior a modo de "no está nada mal" mientras asentía.

- Lo que me resulta raro es que uses Catgut en vez de Nylon. Es más suave, aunque supongo que para cabezas muertas no importa demasiado y quizá resista más. Las reducidas son más delicadas sabes... - dijo con total naturalidad, dejando la aguja y sacándose un habano de un bolsillo interior del elegante a la par que sobrecargado chaquetón y haciendo el amago de encenderlo con uno de sus zippos favoritos.

Estaba convencida de que el bote de ojos estaba por alguna parte, entre el bote de dientes y el de falanges. Se quedaba con ellas por una mera cuestión de interés, las falanges dicen mucho de un ser humano. Es lo que hay en el interior de los dedos, la estructura que sustentaba la huella dactilar, una especie de firma personal e intransferible que cada uno tenía integrada en el cuerpo, y que la sociedad había obligado a utilizar para tener controlado a todo el mundo, catalogándolas para poder probar que no eras peligroso porque te tenían absolutamente fichado. En la comisaría, para obtener el documento de identidad, en Arhkam, para impedir que pudieras hacer alguna cosa que pusiera en tela de juicio los principios podridos de la gente con poder, y un largo etcétera que se traducía, simple y llanamente, en doblegar al resto bajo unas normas, a veces sin el menor sentido.

Movió el bote lleno de falanges y apareció el de los ojos de resina. Diferentes tamaños, diferentes anchuras que casaran con las cuencas de los ojos en función de la raza, el tamaño, el carácter. Los ojos de resina que encargaban técnicamente eran para la realización de cabezas realistas, y las compraba al por menor en un estudio que hacía la vista gorda y no declaraba. No deberían vender el producto, pero era un pequeño trapicheo que les ayudaba a acabar con los sobrantes, y a ella, a tener material. No se hacía daño a nadie.

Teniendo el bote en la mano, sintió un escalofrío por la espalda y justo después, una voz. Su reacción fue instantánea. Se giró al tiempo que desenfundaba con la diestra, localizó una figura enorme justo tras ella y disparó a lo que parecía ser una calavera humana suspendida a dos metros y pico de altura. El eco del percutor rebotó en las paredes de la sala, y el humo del revolver se disipó en un silencio sepulcral. La Sheriff observó la figura con aire impasible.

Lo que hubiera aparecido de la nada sería nada bueno...

¿Un tiro? ¿Estás de coña? La mayoría de gente se saluda con un "hola", un "¡Hey tío!". Y yo que creía que el gesto más feo era no recordar el nombre de alguien. Cuando se disipó todo el humo el rostro del diosse convirtió en la expresión del horror y miedo máximo, llevándose una mano a la frente, con los ojos muy abiertos y la mano temblorosa. Hizo el amago de hablar, en un gesto casi ahogado
-Ahrgh...a...arh...ah...aha...ha...HA...HAHA..HAHAHAHA ¡HAHAHAHAHAHAHAHA!- se empezó a descojonar él sólo - ¡TENÍAS QUE HABERTE VISTO LA CARA! JAJAJAJAJAJAJAJAJA- dijo llevándose la mano a la tripa como si le doliera de la risa. Aguantó un poco más riéndose y se secó la lagrimita al terminar con un suspiro.

- Ahora en serio, ¿Por qué catgut? Sólo se me ocurre por la resistencia, pero no creo que vayan a moverse mucho. - dijo señalando la pieza con el pulgar.
Y se recompuso, estiró el chaleco, las mangas del abrigo, ciñó el sombrero sobre la calavera intacta y sacudió la pechera con el dorso de sus manos. Entonces se tomó un momento para observar a su alrededor y contemplar el templo del que la vaquera disponía.
- Hay que decir en tu favor que eres una chica lista, tengo que decir. La seguridad, las herramientas, el orden... Ganas muchos puntos en el mundo de los vivos cuando eres tan meticuloso con lo que te importa.- y la miró sonriendo de medio lado. Aunque poco le duró la sonrisa para adoptar un gesto de sorpresa llevándose la mano a la frente. - Qué modales los míos... Discúlpeme señorita. Mi nombre es Legba. Papa Legba para los menos amigos- dijo haciendo una reverencia agachando el cuello mientras llevaba el sombrero a la altura de los tobillos con la zurda mientras la otra la colocaba a la altura del abdomen. - Es un placer conocerla, Sheriff- finalizó al ritmo que levantaba la vista, contemplando desde sus espuelas hasta los vaqueros, la hebilla, los cuadros, la estrella y un par de amigas que para nada estaban mal a su edad, dejándolo por terminado en los ojos azules que aguardaban firmeza y ese toque turbio tan delicioso.

Nada. Ni un sólo rasguño. Lo supo instantáneamente, por más teatro que hiciera, cuando se llevó la mano hasta el supuesto agujero de entrada con cara de susto. Tenía que haberse caído al suelo, desplomado, y ella habría tenido un afroamericano en su colección. Pero no. Se quedó allí de pie, riéndose como un absoluto estúpido. La cara de la Sheriff permaneció impertérrita, aunque ciertamente le estaba costando recurrir a su natural frialdad, su instinto le estaba advirtiendo a gritos que aquello era de todos menos normal. Por otro lado, se había enfrentado a multitud de cosas raras últimamente, y eso sería una cosa mas para la lista. De cualquier manera, aquello había sido una total falta de respeto. Siguió insistiendo sobre el Catgut. Ella le remitió una mirada severa, mientras le inspeccionaba.

Era un negro inmenso, de más de dos metros, vestido como si acabara de salir del Mardi Grass, con una calavera pintada de blanco en la cara y un puro en los labios. La Sheriff apoyó el bote de ojos en la cadera mientras volvía a guardar la pistola en su cartuchera de piel. Le dirigió una mirada gélida,pasó su lado a menos de dos centímetros y volvió a la mesa.

- Mera cuestión económica. Encargo Catgut porque es reabsorbible, cuando trabajo con vivos. - se limitó a contestar con un tono de voz neutro.

Fuera lo que fuera no era humano, y no podía matarlo con las armas de que disponía. Al menos eso parecía, así que sin mas datos, lo mejor era continuar recabando hasta conseguir descubrirle un punto flaco o alguna debilidad que pudiera utilizar. Luego ya vería como le hacía pagar la fragrante violación que había cometido al entrar sin permiso en sus tierras, y especialmente, en su templo. Las cabezas humanas disecadas que había alli los contemplaban, silenciosas, como un montón de espectadores, tranquilos y pacientes.

- No tan seguro como creía si has conseguido colarte como te ha dado la gana. - dijo, sin apartar la vista del bote, abriendo la tapa y esparciendo varios sobre la mesa metálica, con un ruido característico. Comenzó a buscar, uno por uno, el par que mas se ajustara en color, expresión y forma a lo que necesitaba. Se presentó, obligando a la Sheriff a parar y a contemplar su teatral saludo. El rostro de ella era totalmente inexpresivo. - No puedo decir que es recíproco. Ya he tenido la oportunidad de conocer a otros bichos raros, y aprendo rápido. Qué eres, qué quieres y porque estas aquí. - preguntó apoyando ambas manos sobre la mesa, y cruzando las piernas clavando unos ojos fríos como un balazo en los oscuros de él. Para un día que se reservaba, justo hoy tenía que ser.

Hummn... La chica parecía molesta, verdaderamente molesta. Y no era para menos. Ese era un sitio donde ella volcaba todas sus responsabilidades, su altar, su templo... Y habían llegado un cristiano y le había obligado a escuchar sobre su religión violando cada rincón del santuario.

Cuánto odiaba a los cristianos....

- Estás enfadada, y lo entiendo, es totalmente comprensible. Como ya le he dicho, soy Legba, Dios Yoruba del voodoo y la santería. No quiero enfrentarme a Usted y mucho menos provocar cualquier sensación repulsiva hacia mí por su parte. - dijo haciendo una reverencia al presentar lo que él era.

- Debo pedirte por favor que no te pongas a la defensiva- inició vagando por la idea de que quizá no le diera mucha importancia a tutearla – Si hubiera querido matarte hubiera aparecido detrás de ti directamente y lo hubiera hecho. No es una amenaza sino una observación, Milady. - Y se quedó de pie, observando cómo sus manos trabajaban la piel.

No había contemplado la posibilidad hoy en día del catgut… El Nylon era más sutil pero trabajar con vivos…supongo que necesitaría de esa tensión y resistencia.

- Verás, me interesa la gente…PECULIAR- dijo caminando sobre sus pasos, sin rumbo y sin sentido y tampoco desplazándose demasiado. – En ti he visto algo que me llama mucho la atención y que me gustaría tratar. Si estás dispuesta a intentar, sólo intentar desconfiar de mí un poco menos, te contaré de qué trata mi oferta. Por el contrario si no tienes interés en lo que tiene tu padre pensado para la boda, me iré por donde he venido.- y extendió la gran palma de su zurda frente a Logan – ¿Qué me dice Sheriff? ¿No da la mano a un pobre pecador?

El tipo era todo un Showman. Eso había que reconocérselo. Empezaba a darse cuenta de cómo vestía y cómo se movía, entre todas esas presentaciones pomposas, gestos amanerados y reverencias había también una explicación que, de haber sido un año antes, le habría hecho carcajearse en su misma cara. Después de haber vivido lo de peste, y haber conocido a Rojo, Azul y toda esa comunidad, ahora se creía cualquier cosa. No es que participara de ningún tipo de Fe. Para ella lo único que tenía verdadera validez era la ley, y la estrella, que era la encargada de hacer que se cumpliera. Cogió uno de los ojos y lo miró al trasluz, arrugó el gesto con un mohín que resultó casi infantil, y lo tiró a un lado, donde reventó. Estaba rallado, cogió otro y después de comparar el par que había escogido, se puso a buscarles una buena posición sobre la zona destinada a los ojos de la cabeza básica.

- Bueno, Legba. La próxima vez, avisa.- contestó ella, cuando volvió a presentarse.

Era un nombre bastante extraño, aunque a decir verdad combinaba bastante bien con el hombre que se hacía llamar por él. Volvió a centrar sus ojos en las pinturas tribales que llevaba en la cara, una calavera blanca. Muy original. Como solían decir las antiguas mamás de Texas, "En el fondo todos somos blancos".

- ¿Y que puede tener una humilde ranchera de Texas de particular?- preguntó mientras colocaba el primero de los ojos en el hueco destinado, y con un fino bisturí lo introducía bajo los pliegues, fijándolos con delicadeza.

Habría continuado con su trabajo, después de colocar los ojos, si no fuera porque mentó algo que la detuvo. La boda de su padre. Aquello estaba siendo un quebradero de cabeza monumental. No entendía porqué volvía a casarse. No era por sexo, eso estaba claro. Seguramente echaría de menos tener una cálida mejilla a la que golpear por las noches. Pronto conocería a la pobre estúpida que se había dejado embaucar.

- ¿Qué sabes tu de mi padre, o de su boda? - preguntó la vaquera con voz firme, dejando el bisturí y contemplando de nuevo al enorme negro que se paseaba por su sótano sin ir a ninguna parte. Entonces le ofreció una mano, y una condición. La miró durante un instante y le devolvió una mirada intensa. La verdad es que no había tenido tiempo de ponerse a investigar. Apenas había recibido la invitación hacía un par de jornadas, pero tenía claro que quería participar activamente en ella, todo lo que fuera posible.- Sólo si el pecador está dispuesto a llamar antes de entrar. - sonrió la Sheriff, con un tinte indómito y peligroso, cogiendo con un firme y fuerte apretón la mano de Legba, ahora aparentemente tangible, y moviéndola en un gesto cómplice.

La pregunta que atañía a su propia persona hizo sonreír al dios. ¿Qué podía tener de peculiar una texana?
- ¿Y qué puede tener de peculiar un estudiante alemán de artes?- dijo intentando recalcar que entendía el carácter "social" con el que la vaquera había preguntado. Pero lo poco útil que realmente resultaba la respuesta. Además, no puedes contestarle a un loco que lo peculiar que tiene es su locura. Un loco nunca sabe que lo está.
- No te comparo ni mucho menos a él. Es sólo que a veces los humanos ignoráis el potencial que tenéis. Pero tú...¿Eres la Sheriff no? Sabes todo lo fuerte que puedes llegar a ser- objetó curioso y deteniéndose por un segundo en la sensación que le recorría. Esa niña se había formado un imperio con restos de su padre y trabajo. Era una niña, y los críos siempre viven en su mundo pero ella... ELLA había hecho del mundo real su paranoia completa y no sólo eso sino que hizo que todos los de alrededor se la creyeran. Todos la temían por decir ser quien era, y si no la temían la respetaban. Por lo poco que había observado esa niña no sólo estaba enferma, enfermaba a los débiles que contactaban con ella. Y en ese momento el dios, recapacitando sobre esta información sintió lástima por ella. Entendía todo lo que se estaba perdiendo, visualizó el momento en el que ella se curase o despertase de esa especie de "trance" cómodo que atravesaba. En ese instante Logan perdería todo su mundo. Su realidad se distorsionaría hasta el punto de depender de una terapia, quizá de unas pastillas o en el mejor de los casos, de una cuchilla afilada. Sintió pena por ella, pero no era humano. Deseaba estar allí para verlo.

Mientras la mente del dios trabajaba rápido miraba con delicadeza el brillo de los ojos sobre la aspereza de las manos de la rubia. Con una sonrisa, como el adolescente ensimismado que mira su serie favorita en la televisión. Tras el apretón de manos la vaquera pudo apreciar la sonrisa cuidada de legba y sus colmillos forrados en plata. - Eres consciente de que se casaba, ¿cierto? Pero me temo que su padre se ha esforzado verdaderamente en ocultarle ciertas cosas a la autoridad- empezó refiriéndose claramente a ella. Estaba semi inclinado sobre la mesa de trabajo, con los codos apoyados en la madera y las manos cruzadas ofreciéndole sustento a la barbilla de Legba. - Analicemos la situación... Tu padre, gran magnate de fortuna, perseguidor de la suerte y despreocupado ser humano se casa con una de las ornitólogas más famosas de todo esto que... bueno, vive bien pero sin tanto desparpajo como tu padre. No sé si sabes por dónde voy- más que por probar la surspicacia de la sheriff lo hizo por poder hacer una pausa en el habla y que ella sintiese más interés. Lo que buscaba en esa incursión era lo que había dicho. Por una vez Legba era fiel a sus palabras. Quería no ser un enemigo para Rebecca. La quería, y necesitaba que ella le quisiese a él. - Si quieres ganarte a un hombre sediento, le das agua. Si quieres que una adolescente se enamore de ti la asciendes a ser una princesa. Si quieres que una ornitóloga que no conoce el lujo se quede contigo para siempre le regalas una estatua inmensa de un Halcón peregrino.- Piensa pequeña, piensa.

Desde luego esa visita estaba resultando crispante. No solo por el hecho de que un hombre se había materializado en uno de sus lugares privados mas íntimo, si no porque además, era de su familia de quien estaban tratando. Cualquier cosa en la que se viera inmiscuido su padre era de su interés, aunque no por la pacífica preocupación familiar que tanto y tanto les gustaba alabar a los amantes de Marta Stuart. No era por esa estampa que atraía a la sección mas conservadora de la iglesia de Texas. Con su comparativa, la vaquera alzó una ceja y permaneció impertérrita.

- ¿Y en qué tipo de potencial estás interesado? - preguntó, centrándose de nuevo en el bisturí.

Retiraba el rostro de su dirección, pero no por temor o por mala educación. Sencillamente se centraba en su trabajo. Cogió el otro ojo y lo introdujo en su posición, de nuevo ayudándose de la filosa herramienta para encajarlo a la perfección en su lugar. No trabajaba con prisa, procuraba disfrutar de los instantes en los que practicaba la taxidermia. Era cierto que su trabajo en el rancho era estimulante y le gustaba, pero el trabajo no exigía demasiada delicadeza. Mas bien lo contrario. Algunas mujeres preparaban tartas. Otras cosían. La vaquera se había decantado por un pasatiempo adquirido desde su mas tierna infancia, pero con un toque personal. Levantó de nuevo la cabeza por las explicaciones de Legba. Todo su cuerpo se congelo durante un instante, su mente de incansable Sheriff se activó con increíble velocidad. Poco a poco levantó los ojos hacia Legba.

- Tallada a mano, me imagino. - masculló entre dientes.

Ese asqueroso pensaba comprarla. Nate Logan. Creía que todo podía solucionarse con dinero, pero aún mas importante, que todo podía comprarse. Tenía tanto que para el no valía nada, al menos hasta que empezaba a escasear. Un halcón peregrino. Sería el animal preferido de ella. Lo realmente lamentable es que, si no lo conocías, esa atención al detalle que usaba para estar seguro de que tendría asegurado un punto débil de su adversario para hundirle a placer se camuflaba tras una capa de cortesía que conseguía hacerle parecer encantador.

- ¿Con qué quiere comprarle el derecho de pernada a esa desesperada, desesperada, desesperada criatura? - preguntó, esta vez clavando sus ojos en él. Se mantenían fríos, controlados, como dos estacas. Era en el interior donde poco a poco se iba colmando la rabia y el asco que sentía hacia su propia sangre.

El dios torció su cabeza en una mirada pícara y sonriente ante la pregunta de la rubia.

- Sólo en el potencial que ya te he comentado, sabes todo lo fuerte que puedes llegar a ser- y el que no puedes también, y te lo crees. Pensaba tranquilo, reflexionando sobre sus planes de futuro para ella, sobre el "qué pedir a cambio". La deuda que pactar con ella. Aquel día se estaba haciendo cada vez más y más raro, pero Legba sabía que en algún momento futuro, este día serviría como obsequio a la vaquera y como inicio de un contrato muy interesante.

- Tallada a mano. El equipo de escultores está invitado, creo. Deberías verles las manos.- dijp son superioridad ni sorna alguna. Más bien como si tal entrega y dedicación al trabajo fuese admirable y las heridas, ampollas y magulladuras de los dedos fuesen la prueba.

- Algo parecido al derecho de pernada - dijo él, con cara amarga rememorando las explotaciones campesinas cuando él fue testigo. - Te daré la información que me pidas, te facilitaré tu plan y te aportaré mis medios a cambio de que no me guardes rencor por esto...- dijo mirando con media sonrisa y una ceja levantada, inclinándose sobre la mesa para no tener que forzar la vista de la sheriff. - ¿Y bien?-

Sólo cuando terminó de hablar la rubia levantó la vista para encontrarse de nuevo con la mirada de Legba. Algo la tenía profundamente escamada, y no se trataba simplemente de la intrusión. La Sheriff entendía más que nadie sabía que la gente no va por ahí ofreciendo cosas por mero altruismo. Si un ranchero vecino te ofrece una vaca para acabar con las rencillas, seguramente en unas semanas todo tu ganado esté misteriosamente contagiado de encefalopatía espongiforme. A pesar de insistir en que estaba interesado en el potencial, la vaquera no podía dejar de pensar que perseguía algún tipo de objetivo que no quería compartir con ella. Sería una mera cuestión de tomar medidas preventivas. Podía otorgarle el beneficio de la duda.

- Siempre es un placer conocer a artesanos que trabajan con las manos. - respondió, con una sonrisa sencilla, que teniendo en cuenta que tenía una cabeza humana cortada entre las manos, resultó de lo más retorcida. Mientras continuaba con su propia artesanía, hundiendo la herramienta en la piel, por el rabillo del ojo fue capaz de percibir el disgusto de Legba ante el "derecho de pernada". De pronto se le ocurrió que no sabía nada de él, y que sin duda, le interesaba hacerlo.

La pinta que llevaba tenía que ser definitoria de algún lugar. sin duda quizá pudiera hablar con Rojo y sonsacarle algo de información. Tenía que ser un mago, o una de esas criaturas extrañas que, desde que le había conocido, parecían rondarla como si no hubiera otra persona más a la que acercarse. Si como Legba decía, la consideraban peculiar puede que fuera por eso.

- De acuerdo, Legba. Soy todo oídos. - dijo la vaquera, sonriendole de nuevo, mientras la piel del cuello del hombre se desprendía poco a poco de la brillante capa de músculo que escondía en su interior.

Ella había accedido a escuchar las palabras del dios. En esas situaciones le venía a la mente todos esos momentos en los que un humano, futura alma en propiedad, le prestaba tanta atención. Con ella era distinto. Ella no cesaba en su trabajo, y aunque notaba su curiosidad y sus orejas bien abiertas, el dios se relamió con la idea de una actitud tan profesional en lo que a la disección se refería para alguien que no se dedicaba a ello. Cuanto más la miraba, más conocía su alma y más sádica le resultaba. Una tierna niña de 19 años recién cumplidos casi, con casa y negocio propio, que sabía lo que era trabajar y que albergaba en su sótano una central de taxidermia humana... Vamos, era bueno a todos los niveles.

Legba se enderezó entonces recortando su silueta con un foco que tenía detrás, lo que hacía destacar aún más su enorme estatura. Sonreía fijando sus ojos rojos en los claros mares de la vaquera. Estiró el brazo para agarrar una silla de madera y ponerla frente a ella, al otro lado de la mesa para no taparle luz. Con la silla al revés y las piernas abiertas se sentó, apoyando los brazos cruzados en el respaldo. Mantuvo durante toda la conversación media sonrisa mezcla pícara y confidente.

- Bien... ¿Todos conocemos a Jenny, no? Analicemos la situación. Tu padre se va a casar con una mujer a la que acorde tus gustos, deberías venerar. O por lo menos guardar cierta admiración y respeto. Ella es una GRAN heroína del mundo animal- hacía gestos que casi ridiculizaban la situación, sobre exagerando la conversación. Los dedos se movían como dibujando olas del mar y de vez en cuando se separaba de la silla para gesticular mejor.- Y tu padre, quien podría permitirse comprarle todo lo que ella posee, decide por todo lo contrario hacerle un GRAN regalo.- en ese momento el dios se enderezó sobre la silla sin levantarse y estiró su brazo distanciándolo del suelo para marcar la altura de la escultura - De mármol de Carrara y jade azul puro puro.- Sonrió, la chica era lista - Entre doscientos y trescientos kilos de Halcón Peregrino- El dios recogió entonces sus brazos de nuevo. Sólo hacía eso porque quería ganarse la confianza de la sheriff de verdad. Tal y como tenía entendido tenía buena relación con la llave del apocalipsis y necesitaba ganar puntos frente a él para que llegado el momento pudiese obtener lo que necesitaba.

- Sólo te doy las herramientas, Rebecca, une los puntos y cose- dijo el dios retirando el sombrero, lo que hizo que varias rastas y mechones de pelo negro acompañado de trenzas, todo ello decorado con anillos de madera y plumas, se descorriesen hasta enmarcarle la cara. Una mano recolocó el pelo hacia atrás y se volvió a poner su extravagante prenda .

Cómo sabía él tanto acerca de sus gustos, es algo que la vaquera desconocía. Pero que estaba muy encaminado sólo dejaba claro que había estado analizándola de alguna manera, y eso no es que fuera demasiado de su gusto. Si quisiera que alguien estudiara sobre los múltiples matices de su personalidad, habría continuado ingresada en Arkham. Por otro lado, la oportunidad de conocer de antemano los intrincados entresijos que su padre planeaba para la boda era una oportunidad de oro para intervenir. Al fin y al cabo, al más feliz y afortunado lo ocurren desventuras.

El trabajo de la vaquera no se detuvo, incluso cuando él aprovecho la ocasión para sentarse teatralmente en una de sus sillas de metal. A pesar de que era una amante del mueble tradicional realizado en maderas, cuanto mas buenas, mejor, nada de lo que había en el salón de taxidermia podía ser orgánico. La mesa era de metal, los tarros, de cristal, todos los inmuebles eran de hierro o aluminio, pensado con el único propósito de que soportaran tanto las altas temperaturas, como una limpieza a fondo con todo tipo de productos. Si era necesario, incluso ácido. La sangre y los fluidos son muy difíciles de limpiar si no se dispone del material adecuado.

- Es una de las mejores ornitólogas de este siglo. - respondió, continuando el suave movimiento deslizante que ejercía el bisturí sobre la cabeza cortada, separando las finas capas que componían la piel. Con unas pinzas ideadas a tal efecto, levantó suavemente y con una delicadeza propia de un cirujano la piel, sin dejar siquiera en ella la huella dentada de las pinzas. - De modo que la conoce tan poco como conocía a mi madre. - bufó, negando con la cabeza.

Una vez más, su padre mostraba su predisposición a dejarse perder por el lujo y el boato. Una escultura de su pájaro favorito, en materiales ricos y lujosos. Cualquier estúpida mujerzuela de bien criada entre algodones se habría deshecho por un regalo así. Pero no era cualquier mujer de quien estaba hablando. Era Jennifer Belant. Una mujer que en su juventud había estado viviendo durante meses en Borneo, con el único objetivo de hacer un estudio sobre las aves tropicales. Una mujer cuyo concepto de riqueza dependía directamente de las experiencias, y no de los objetos.

- Mi padre tiene el terrible defecto de las urracas. ¿Sabes algo de pájaros, Legba?- dijo la mujer despegando con suaves movimientos ondulantes la capa de piel de la musculatura interior, que se desprendió con un suave goteo de sangre. - Se exponen demasiado para conseguir todo lo que brilla. - con un último gesto, comenzó a trabajar otra sección, desprendiendo prácticamente la totalidad de la piel del rostro. - Si esperas conseguir las pepitas de oro grandes, dejarás pasar el polvo de oro que, bien acumulado, se cuenta por kilates. - añadió la vaquera, con media sonrisa maquiavélica. - Ahora que ya sabemos que van a asaltar el tren, necesito un donde, cuándo y cómo, para detener a los renegados. - su tono era neutro, pero expectante.

Lo más importante del trabajo de un Sheriff era, siempre, recabar la mayor cantidad de información posible.

La vaquera sonrió, casi con dulzura, cuando escuchó a Legba hablar sobre las urracas. Era una información genérica, cierto, pero muchos otros ni siquiera sabrían diferenciar a un cuervo de una urraca. Lamentablemente ese era el mundo en el que vivía, de total indiferencia hacia el resto de criaturas, siempre y cuando no se pudiera sacar de ellas más que beneficio. Habría quien lo encontrara sarcástico, que una defensora de los animales fuese precisamente alguien que los "explotaba" en propio beneficio. A pesar de lo cual, nadie encontraría en los caballos de Rebecca Logan una sola droga, en sus reses ni un anabolizante, y en cualquiera de los animales que vivían con ella, síntoma de que su vida hubiera sido descuidada de ninguna manera. La vida era dura en el rancho, y lo era para todos.

- No hay nada que corregir, en realidad. - sonrió, mientras colocaba la piel sobre la cabeza, utilizando las pinzas con la delicadeza con que usaría un artista su pìncel. - Todo eso es verdad. - añadió, pensando por un momento en las innumerables ocasiones en las que su padre habría pagado a otros por ensuciarse las manos, para llegar a donde estaba ahora. La inocencia de su niñez brilló por sus ojos azules. Lo estúpido que se puede llegar a ser cuando se es sólo un niño.

Escuchó memorizando con su rapidez habitual la información que le cedía Legba. Todo cuanto pudiera utilizar sería comprobado, corroborado. Compraría a quien hiciera falta para confirmar sus sospechas, y luego, si la información resultaba ser correcta, sin duda actuaría en consecuencia. Aunque algo le decía que no mentiría. Parecía muy interesado en ella, aunque desconociera el motivo real. Otro factor es que sin duda debía ser muy fácil recabar información cuando los muros no son un obstáculo. Estaría atenta en los próximos días por si recibiera visitas extrañas o pesquisas de cualquier tipo.

- Pues, la verdad es que si. - añadió, una vez había dejado el rostro colocado por completo. Levantó la vista del trabajo encontrándo a Legba tendido a sus pies, mirándola con esa piel negra empapada de blanco. - Mantén la boca cerrada respecto a este sitio. No vuelvas a entrar en mi propiedad sin avisar.- añadió posando su mano sobre la de él, pero en lugar de dejar que la besara, la estrechó y le ayudó a levantarse, con ese apretón firme que confirmaba su carácter. Sus ojos se clavaron en los de él, y de algún modo le prometieron en silencio que no tendría donde esconderse, por mucho que pudiera hacerse intangible, invisible, o ser la misma nada. - Pásate por aquí de vez en cuando. Me encanta recibir visitas. - añadió, adquiriendo de nuevo esa expresión que la hacía ver como la jovencita que era. - Supongo que puedes salir por donde quieras. Quizá la próxima vez puedas enseñarme como se hace una cabeza reducida. - comentó sonriente, como quien hablara del tiempo, antes de comenzar a enhebrar el garfio con el catgut, y penetrar en la piel, cosiendo poco a poco las secciones que luego, una vez completa, compondrían su siguiente trofeo.