The touch of appetite...(Papa Legba)[4 de Septiembre]

La temporada de lluvias estaba llegando a su fin y poco a poco los cauces se normalizaban y el Nilo recuperaba la compostura mientras los países verdes trabajaban codo con codo para controlar las riadas y desbordamientos. Varios de los pueblos nómadas como los Hausas al norte de Nigeria y los Bororo del sur de Níger empezaban su migración en busca de los nuevos pastos fértiles que Ananse  les había regalado. Con la claridad climatológica en la capital Abuya los ataques terroristas vuelven a estar a la orden del día de la mano del líder del grupo islamista Boko Haram. Debido a los ataques en incesante aumento al norte del país que dejaba sin descanso a la población, la migración era aún mayor, formando mareas de gente que sólo buscaba huir del infierno de pobreza,  refugios,  violencia y dolor que vivían cada día.  

Los pies migrantes se hundían en el barro arcilloso haciendo que la sencilla tarea de caminar se convirtiera en un esfuerzo titánico y la pasta rojiza se adhiriese a sus coloridos ropajes como si quisieran retener al caminante. Pero no hubo descanso ni pérdida. Los que salieron llegaron y hasta última de las cestas se hundió en el barro que cubría la aldea estableciendo así que habían llegado a su lugar de residencia de verano, más cerca del agua, con tierra más fácil de cultivar.

-Dicen que las luchas civiles en los países pobres son las más violentas del mundo entero,  ya que la vida es todo cuanto les queda por perder- exclamó Aganjú, sentado en su sillón óseo mientras poseía la esfera de mareas arenosas levitando a una distancia prudencial de cada palma de sus manos. Manejaba el planeta con una sencillez que parecía ridícula para el valor incalculable del orbe. La alzaba en alto frente a su rostro, oculto en el gran Kikoi anaranjado que cubría todo salvo una perilla vieja de estilo egipcio, y con total fluidez ejercía las rotaciones pertinentes que le permitirán supervisar la migración desde el gran castillo de hueso.  

-Es la única moneda de cambio cuando estás ahí- delante de él no había nada que aparentar.  Otros vinculantes al culto, la mayoría de Orishas, y los arcanos mayores desconocían gran parte de la vida del dios y cómo había conseguido su lugar, pero él había estado ahí desde el principio. Era uno de sus grandes confidentes y de quien, en parte, dependía que la labor de guardián pudiese ser realizada,  ya que a través del orbe terrestre el dios podía desplazarse por todo el planeta y contemplar cualquier rincón del mundo.  

-Sin embargo… Hausas y Bororos se han juntado y no hay gota de sangre y sabían donde ir… Han ignorado sus fronteras y se han unido en una sola aldea-
-¿Insinúas que…?-
-Ukuthula Okubomvu-
-Llévame allí- El guardián caminó hacia Aganjú, quien con un movimiento rápido hizo que cambiara la composición del orbe convirtiendo las dunas en nubes de humos grises de distinta densidad que mantenían la estructura esférica. Legba deshizo su cuerpo en una calada de humos danzantes y en menos de un suspiro se unió con esa esfera y apareció frente a ambos pueblos.

La Virgen Escarlata se alzaba sobre el suelo con ambas manos abiertas, estrechadas en sus dedos huesudos otros mismos esqueletos con piel que contrastaba en oscuridad respecto al reluciente cuerpo de la mujer. El dios espectó durante unos instantes lo que nunca pensó que vería. Hausas y Bororos pendían cada uno de una mano, recibiendo así el alivio instantáneo y absoluto de la maldición que tenían entre sus tripas. Esa criatura, diosa, bruja, fuese lo que fuese, había conseguido que dos etnias rivales conectasen por un bien común.

La mujer nigeriana se retiró dando paso al siguiente hombre de su tribu y en el lugar del padre Bororo en la otra mano  se posó una mano diminuta y frágil como el papel que apenas ocupaba espacio en la palma de la mujer pálida. Un bebé de vientre hinchado que había nacido en el peor de los momentos y ocasiones. El llanto desesperado de dolor y hambre resonaba con amplitud en el valle de la aldea, junto con el de otras criaturas que esperaban en primera posición de las filas y los lamentos de los enfermos y ancianos.

En el preciso instante en el que las manos se unieron, el diminuto vientre recuperó el tamaño habitual, su piel adoptó un brillo y textura saludable y el reclamo desesperado se desvaneció dando paso a una paz absoluta que permitía su descanso en el mundo de los sueños y a posteriori la sonrisa de plenitud y alivio a pesar de no ser consciente de su situación.

¿Podía entonces, curar a todo enfermo sólo con el roce de su cuerpo…?

Desvió la mirada, contemplando a quienes habían comenzado su labor al sentirse plenos. Su enfermedad persistía, pero sus rostros hablaban sin palabras de una felicidad que nunca había visto presente salvo por su propia acción o por los efectos de la magia propios de los chamanes de las tribus.
El dios encontró un patrón. Las criaturas con poco tiempo de vida estaban todas sanas, salvo las que aún esperaban a recibir los dones de la pelirroja, y el resto de aldeanos parecían felices. ¿Sería cuestión de tamaño, de tiempo de vida, de complejidad…?

Había esperado mucho este momento y por fin la tenía delante. Había oído tanto hablar de ella, había investigado los rumores… y ahora al fin, ahí estaba y no podía perder esa ocasión. -Soy Papa Legba, Calfu, Elegguá… Soy el guardián de la barrera y protector del pueblo africano. ¿Quién eres tú?- se presentó acercándose a ella. Quienes le vieron se apartaron del camino y le saludaron con ambos puños sobre el pecho. Todos sabían quién era… salvo ella.

Legba no pudo evitar fijarse en el aspecto de la joven. ¿Cómo aparentando tanta debilidad y fragilidad podía permitirse saciar a quienes rozaban su pálida piel? ¿Cuál era su habilidad y por qué había surgido ahí de repente? Una punzada de celos sacudió el corazón muerto de El Dios cuando comprobó cómo observaban los ojos cansados los largos cabellos carmesíes.Sin embargo buscó entre su calma y su interés los motivos suficientes para mantener la compostura.

La diosa complaciente se encontraba atrapada en ese ataúd de geoda del cual parecía formar parte. Era tan suyo como lo eran sus ojos o su voz. -Hablas como las antiguas…- el guardián se inclinó para tener ambas pupilas al mismo nivel. -Deteneos- y cuantos la tomaban en contacto la soltaron, guardando una distancia prudencial que les permitiese contemplarla aún en lo lejos.


Los dedos vendados se extendieron envolviendo el crisol rojizo, recorriendo sus vértices y experimentando una a una con plenitud, saboreando con parsimonia, sus sensaciones. Sus ojos seguían las yemas de sus dedos hasta que se detuvo, antes de tocar su piel. No podía permitirse el lujo de hacer pensar a dos de sus aldeas más conflictivas que la quería sólo para él. -Significa Paz Rojiza… ¿Te duele ese nombre?- Era difícil clasificar los sentimientos del dios en ese instante. Una mezcla entre envidia, duda, curiosidad y celos mezclados entre sí furiosamente, emitiendo explosiones constantes dentro de sus impulsos.

Aguardó paciente una respuesta y retrocedió medio paso buscando la mirada de la dama blanca. Su respuesta, gratificante hizo sonreír al dios y darle la espalda para dirigirse a su pueblo.

-Ella es Ukuthula Okubomvu. Ya la conocéis- observó de reojo los tótems que había a los pies del cristal, con representaciones inspiradas en ella y en su poder. Por lo visto ambas tribus habían desarrollado su propia cultura y sus propias creencias sobre ella pero ambas la vinculaban con el agua. -No debéis abusar de lo que puede hacer por vosotros o tal vez nos arrepintamos de su presencia. Los dioses podrían enfurecerse y mi deber es protegeros, ya sabéis que soy vuestro guardián protector…- concluyó desviando un instante la mirada a ella. -Sin embargo… Para que ambos pueblos puedan volver a disfrutar más adelante de sus dones, algo tiene que cambiar.- Las roja mirada se deslizaba uno a uno dejando atrás las cabezas de fieles peregrinos de la satisfacción, buscando a los líderes de cada facción. -Cabeza Hausa y cabeza Bororo. De pie ante mí- dijo con claridad, y los habitantes de cada bando comenzaron su búsqueda hasta que los líderes corrieron frente al dios. Una mujer Hausa de fiera mirada y el lider Bororo de impenetrable temple. Tras una reverencia con los puños en el pecho, se mostraron receptivos ante las graves palabras del dios. -Debéis pactar. Una tregua lógica, como la que habéis hecho sin dirigiros una palabra. Habéis comprobado ante vuestros propios ojos que juntos sois más fuertes. Vuestras migraciones son demasiado parecidas para mantener la calma, y eso lo comprendo… Pero apuesto a que la presencia de Ukuthula Okubomvu os servirá como motivación para llegar a un acuerdo de no violencia entre ambos pueblos- asintió la cabeza, y luego un líder de cada. -Esta peregrinación será tradición. El nombre de este nuevo ser ya os lo he dicho, y el agua es un tema vuestro. Pero debéis acordaros de ella y no aprovecharos de lo que puede hacer. O la extinguiréis-

El dios hablaba con calma y amabilidad. Parecía irreconocible para cualquiera que conociese su faceta más despreciable. Intentaba explicar que la presencia de esta nueva deidad debía racionalizarse y no explotarse como parecía que habían estado haciendo en las otras visitas al continente. Y si de eso podía conseguir la paz entre ambas tribus y una tradición de peregrinaje para verla o conseguir agua en su ausencia… resolvía un peso sobre sus hombros.

Esa mujer, ese ser, esa representación de algo que aún no comprendía ni era capaz de limitar por ningún concepto conocido en su memoria le resultaba fascinante. No sólo era algo que le beneficiaba a él y a su pueblo de manera directa. Es que su mera existencia ya resultaba un enigma en relación a los siglos de aburrimiento, desidia y monotonía que llevaba a sus espaldas. ¿Por qué no proyectaba sombra? ¿Qué era esa corona? ¿Por qué parecía ser una visión…? Sin duda debía ser una diosa, pero estaba harto de estudiar todos los panteones y nunca jamás había conocido algo similar. La miraba como si cada línea que conformaba su silueta fuese maná o la mejor de las esencias.

Su expresión oral resultaba irregular y algo trabada, reprimida. Como si tuviese que consultar las palabras a utilizar. Tal vez fuese una deidad Europea que no conociese los idiomas del continente. Quizá en lugar de una diosa se tratase de un alien, lo cual resultaría aún más esperanzador ya que podría intentar traer algunas criaturas de su especie y que existiesen cerca de los suyos. -Lo mereces, ahora es tuyo. Solamente tuyo. Te pertenece…- Legba susurró cerca de ella otorgándole al menos un nombre que él pudiese tratar, algo que ambos pudiesen conocer.

Con una última mirada, el dios ordenó que saliesen, que cooperasen y unificasen sus raíces para erradicar la violencia salvaje que tanto tiempo llevaba castigando ambas tribus. Tenía claro que si no había resistencia y si no habían intentado forzar a la mujer, era por la presencia del guardián y no por una decencia y una consciencia de gestión. Algunos pocos voluntarios altruistas cederían su turno, su posición y su satisfacción en pos de los desfavorecidos. Pero cuando todo un entorno tiene falta de recursos la supervivencia adquiere un matiz agresivo que deja de ser opcional para seguir con vida. Una vez estuvieron a solas, el dios pidió que corriesen el tapiz que hacía a su vez de puerta y conseguir así, aunque más oscuro, un entorno privado.

Había mucho que quería saber de ella, mucho que quería consultar… ¿Qué era esa gema que tenía en su cuerpo? Sus habilidades, la expresión, su fragilidad.. -Lo que ha pasado ha sido gracias a tus favores, Okubomvu... Ahora dime- se giró clavando su fuerte y tosca mirada con la suave y fluida expresión de ella. -¿Tienes hambre? Puedo ofrecerte comida, agua… Quiero que te encuentres bien- su cuerpo desnutrido y diminuto hacía del dios que empatizase con ella con mayor facilidad de la que le gustaría. Nadie merecía el hambre.

A pesar de todo la prisa apremiaba y si debía asegurarse de una cosa, sacar una única cosa en claro de esa reunión, era una sencilla respuesta: -¿Cómo puedo llamarte? ¿Dónde puedo ir a verte? Quiero conocerte…- Estaba convencido de todo el trabajo que tendría detrás para ocultar esto de los grandes. Pero si ella era sólo un tercio de lo que decían los rumores, tampoco le importaría en un futuro los posibles castigos…

Hacía mucho tiempo que el dios no sentía tanta tensión e intriga sobre su pecho. Si hubiese tenido corazón lo hubiese notado galopar con fuerza bombear una sangre helada. Para su sorpresa Okubomvu no parecía necesitar nada y aun así estaba dispuesto a servirla.

Su mente analizaba las frases rápido. Sólo comprendía el hambre a través de sus dedos, es decir que ella no debía tener esa necesidad. Igual que él. Pero el roce con ellos, cuando les sanaba, le hacía consciente de esa necesidad. Sentía el hambre… para ayudarles - Gracias… una vez más, gracias.. - El dios hizo una reverencia desde el cuello. Luego escuchó su mensaje insinuante de desmerecer esa oferta. - Por supuesto que te la ofrecería… Eres merecedora de eso y de mucho más… Eres.. un milagro- Casi parecía que los ojos rojos del dios empezaban a humedecerse.

Luego con ansia, escuchó con atención la respuesta para encontrarla. Hablaba de sí misma como si fuese un remedio natural del universo. Una curación del planeta para ir junto a aquellos que más la necesitaban. ¿Acaso había una sola Okubomvu que acudía? ¿Cómo regía las necesidades? ¿Bajo qué criterio las escogía? ¿Había llegado con la fusión universal?. Las preguntas se arremolinaban tras el ceño de Legba como una incansable cascada cuyo torrente no tenía intención de detenerse. - Podré encontrarte… Podré si me necesitas o si quieres reclamarme.. Sólo necesito sentir tu deseo, tu voluntad… Sólo el pensamiento de mi existencia me hará consciente- legba le tendió su mano vendada - Podré encontrarte… si de verdad quieres hacerlo - Rojo y rojo buscaban encontrarse del camino de un iris al otro. Sonreía amable. Necesitaba que se sintiese bien, necesitaba que quisiera volver. Si surgía allí donde la necesidad fuese latente, estaba en el continente apropiado y no debía ser muy difícil encontrarla. Además sus informantes eran rápidos, los chamanes de cada tribu sabrían pasarle el mensaje de ese alivio tan pleno. Quisiera o no, si pisaba África la noticia llegaría a sus oídos más rápido que el correr de la pólvora.

Observar los movimientos de aquella delicada figura le reportaba una paz extraña, como si sólo poder contemplarla le hiciese sentir en los brazos de una madre.

- Quiero saberlo todo de ti, quiero conocerte hasta comprenderte sin quererlo… - El dios llevó la mano de la frágil pelirroja sobre su pecho, chocando la tela con su dorso. Su tacto era único, no era como nada que hubiese tocado anteriormente. Un roce superficial, estático, como un hormigueo latente de dos pieles que no han alcanzado a tocarse con intensidad. Una caricia desde la distancia.

Tenía cientos, no, miles de preguntas. Pero algo dentro de su sedentario corazón le susurraba al oído que les quedaban poco tiempo y como era costumbre, el dios se entregó a las sensaciones olvidando su objetivo. Cada segundo que pudiese disfrutar a su lado era un regalo de los dioses.

Para los iris rojos no había otra cosa sino belleza frente a ellos. Cada rincón de aquella virgen era increíblemente hermoso, estaba plagado de salud y bienestar. No sabría identificar si su sensación estaba relacionada más hacia una vocación maternal, filial o hermanada. Los sentimientos del dios estaban bañados en placer cuando la pelirroja estaba cerca. Un placer puro, tranquilo y silencioso. Todo lo contrario a lo que el guardián disfrutaba, todo lo contrario a su motivo para morir en vida. Lo opuesto a su ser. - Claro que sí… Sólo…piensa en mí. Con el nombre que más gustes. Verbalízalo y podré acudir a ti. Sólo tienes que repetir… Papa Legba… Calfu, Elegguá… - Dijo en susurros con prudencia, dejando el suficiente silencio entre los nombres para que lo identificase como conceptos separados.- Con uno bastará, elige el que más te guste y acudiré - Su devoción era sincera y absoluta. No recordaba la última vez que se debía tanto a alguien que no fuesen los Orishas Ella parecía menos apenada después de la propuesta y el guardián no iba a desperdiciar esa oportunidad.

La gema poco a poco iba ganando espacio sobre la nívea piel, esa era la única pena de Legba.

Acto seguido, pillando por sorpresa al cansado, viejo y agrietado corazón del dios, la joven se disculpó con él por no poder paliar su necesidad como parecía hacer con sus ciudadanos. El gesto de Legba se rompió tras la máscara. Un gesto sorprendido y totalmente desfigurado en incredulidad que permaneció en silencio más tiempo del habitual. Si le hubiesen quedado lágrimas para llorar se hubiesen caído por su rostro sin pedir permiso.

- No… No, en absoluto. Mi dolor lo consuelas, con ellos… - Dijo señalando con la cabeza el umbral por el que habían ido saliendo los miembros de ambas tribus. - No me debes una disculpa, nosotros te debemos algo… y siento mucho no haberlo hecho antes - El dios rompió el contacto con ella finalmente, permitiendo que la narina se adueñase poco a poco de su cuerpo - Gracias, Ukuthuola… Aquí siempre te esperaremos y siempre estaremos dispuestos a aprender de ti. Búscame cuando quieras… acudiré cuando me necesites. - asintió con una última reverencia, aguardando los últimos minutos de presencia de ese ente que aún seguía siendo un misterio para él.