Poupée de cire, poupée de son (Sasha) (+18) [16/03/2019]

La Fleche d'Or era una sala de conciertos bastante conocida del este parisino. Se encontraba en la calle de Bagnolet, a la orilla derecha del Sena, y se trataba de una antigua estación de trenes. El nombre lo habían adoptado de uno de sus trenes más famosos: el que hacía el recorrido de París a Calais, que se había ganado el sobrenombre de "La Flecha de Oro" por su lujo y celeridad. Los estudiantes de la escuela de Bellas Artes convirtieron el edificio clausurado en sala de conciertos y café en los años 90, y el lugar todavía estaba impregnado por el halo de progresismo y diversidad que lo había embargado en su momento. De hecho, aceptaban todo tipo de géneros, desde hip hop a pop pasando por el rock y, claro, heavy metal. Además se trataba de uno de los pocos lugares que se atrevían a invitar a artistas nuevos o desconocidos, de tal manera que no era infrecuente, para sus parroquianos habituales, comentar con orgullo la expresión: "hey, yo lo/la conocí en la Fleche d'Or cuando aún no era famoso/a".

Se trataba ésta de una cualidad que el grupo de Aidan había sabido aprovechar. Gob, el demonio con el que había hecho el pacto hacía apenas unas semanas, no había perdido el tiempo. De alguna manera que resultaba del todo misteriosa para el irlandés, había conseguido organizarle un itinerario por las principales capitales de Europa y América. Habían actuado primero en Edimburgo, después en Londres, ahora en París, y los próximos destinos iban a ser Berlín, Roma y Madrid antes de viajar a Nueva York a primeros de abril. Estaba siendo un mes muy intenso, de muchos viajes y muy agotador, por lo que Aidan había tenido que dejar a Muriel cuidando del pequeño Keegan en casa. Sin embargo, no podía decir que los estuviera echando de menos. Por increíble que pudiera parecer, Aidan estaba tan borracho de fama y reconocimiento en aquellos momentos que casi se había olvidado de los motivos que le llevaron a buscar aquél propósito en primer lugar.

En su defensa había que decir que procedía de una familia pobre, y que se había criado toda su vida en un barrio humilde, oliendo a pescado crudo, salitre y vísceras, y que no estaba en absoluto acostumbrado a aquél nivel de atención. En su defensa había que añadir también, que el demonio con el que había hecho el pacto tenía la capacidad de influir emociones negativas a voluntad o potenciar las ya existentes, y que, además, disfrutaba con el caos que ésto provocaba. Aidan llevaba tanto tiempo soñando con aquello que, en aquél momento, subido en lo alto del escenario, con la luz de los focos alumbrándole de pleno y la gente jaleando su nombre y el de su grupo, pensaba que jamás podría llegar a cansarse.

No sabía entonces lo equivocado que estaba.


- ¿Qué tal lo estáis pasando? ¿Bien? -gritó en inglés al público enfervorecido sin poder ocultar una amplia sonrisa al escuchar cómo le respondían-. ¡Me alegro, porque ahora os presentamos una canción de nuestro nuevo disco: "The Blood of Kingu"!

Los gritos del público quedaron opacados ante los poderosos acordes de las guitarras y la batería, pero Aidan se encargó de continuar jaleándolos ayudándose del micrófono.

Una vez empezó a cantar, la magia de su voz se reanudó, manteniendo cautivas en su persona la atención de todos y cada uno de los asistentes al salón de conciertos, que le escuchaban con una mezcla entre fascinación y adoración que rayaba el fanatismo.  La gente saltaba, bailaba y agitaba las cabezas de una manera totalmente desinhibida al ritmo de la música salvaje. El propio Aidan estaba contagiado con su entusiasmo, y se le notaba en la manera en la que vivía la actuación, entregándose por completo a su público y a la música. Rose hacía los coros, y Sullivan la acompañaba al tiempo que se ocupaba de la guitarra prinicipal, pero sin duda el principal protagonismo se lo llevaba Aidan. Las chicas de la sala (y algún que otro chico) gritaban totalmente enloquecidas cada vez que el cantante miraba en su dirección, y él no podía reprimir la sonrisa de satisfacción que se le formaba al verlo. Había empezado a salir con Muriel mientras los dos estaban en el instituto, así que se podía decir que ella había sido su primera y única relación seria hasta la fecha. Aidan no estaba acostumbrado tampoco a aquella clase de adoración, y ésta era otra de las cosas que se le estaba subiendo a la cabeza, especialmente ahora que su mujer y su hijo estaban en casa, a muchos kilómetros de distancia.

No sólo era por la voz. Es decir; sin duda el poder que le había otorgado el demonio ayudaba a consolidar su nueva legión de fans, pero el hecho de que se encontrara en buena forma física, que tuviera de base una constitución esbelta junto con unos bonitos ojos azules y un rostro razonablemente atractivo también ayudaba, aunque éstas características por sí solas no le habrían hecho nunca destacar de aquella manera.

- ¡Vamos, París! ¡Dejadme oíros! -exclamó animando a la gente para seguir los coros.

El influjo casi hipnótico de su voz podía conseguir que la gente hiciese prácticamente cualquier cosa al escucharle cantar, siempre y cuando tuvieran una tendencia natural para hacerla. Ésas habían sido las condiciones del Pacto: no podía obligar a nadie a hacer nada que no quisiera hacer, pero la gente de aquella sala estaba suficientemente motivada como para cantar el estribillo a pleno pulmón.

Lo estaba disfrutando, lo estaba disfrutando mucho. La adoración de las personas podía llegar a convertirse en una sensación auténticamente gratificante, e incluso adictiva, como un vampiro que necesita de la sangre de otros para subsistir. Sullivan se adelantó para cantar a su lado las últimas estrofas y el concierto terminó.

Mientras la gente aplaudía y jaleaba como loca, el maestro de ceremonias subió al escenario para estrechar sonriente la mano de Aidan. En sus ojos se podía leer la misma adoración que rezumaban todos los demás.

- ¡Deamhan, señoras y señores! -exclamó levantando al aire el brazo del irlandés y provocando una nueva oleada de aplausos-. Entonces, Aidan, háblanos un poco de tu grupo -prosiguió el francés cuando el estrépito se hubo sosegado un poco. Hablaba en inglés, y había detrás una pantalla que iba transmitiendo en su idioma el contenido de sus palabras para que el público lo entendiera-. ¡Estoy seguro de que aquí todos están deseando saber más acerca de vuestra fascinante música! ¿Siempre habéis tenido el mismo estilo? ¡Porque desde luego me sorprende no haber oído de vosotros antes!

- Bueno, inicialmente empezamos como una banda de Death Metal -contestó Aidan, ligeramente sin aliento pero feliz como no había estado nunca en toda su vida-. La banda la creamos entre los cuatro: Sullivan -al decir su nombre, atrajo al guitarrista rubio a su lado con un abrazo-, Brian, Inis y yo -conforme los mencionaba, los señalaba y éstos saludaban desde sus respectivas posiciones en el escenario-. Pero a Sullivan y a mí siempre nos atrajo la mitología, y las historias de grandes hazañas de dioses y héroes, y la verdad es que esa clase de temas se tratan mejor en el Metal Sinfónico. Además, todos éramos grandes fans de Nightwish -añadió con una agradable risa-. Así que decidimos buscar una vocalista soprano y encontramos a Rose -yendo hacia ella le dio un apretón cariñoso en los hombros.

- ¿Y cómo ha sido vuestra carrera hasta ahora? Tengo entendido que lleváis ya unos años, ¿no?

- Sí, en efecto, pero en Irlanda hay mucha competencia con éste estilo de música, así que teníamos claro que, si queríamos destacar, necesitábamos salir fuera. Nos presentamos al Wacken Metal Battle de Los Ángeles el año pasado.

- ¡Oh! ¿Y ganásteis?

- Pues no -respondió el irlandés, con una sonrisa tan agradable que la mitad del público rompió a reír en complicidad.

- Bueno, Aidan, ¿y qué hay de ti? ¿Cuál ha sido tu formación? ¿A qué te dedicabas antes de Deamhan?

- Por mi estilo de voz y mis preferencias personales me especialicé en Power Metal durante la carrera, y tengo algunas composiciones propias que no hemos llegado a incluir en los discos porque desentonarían bastante, la verdad.

El maestro de ceremonias dirigió la mirada hacia el público.

- Pues yo creo que a nuestro público aquí presente le encantaría escuchar una de tus composiciones propias, Aidan. ¿Qué me dices?

- Que no tengo el menor problema, Maurice -los dos hombres se volvieron a estrechar las manos y el francés descendió del escenario, seguido por Rose. Aquella canción la había compuesto Aidan cuando aún existía Deamhan, así que no había coros femeninos.

Sullivan tocó los primeros acordes de la canción y Aidan se dispuso a cantar la última canción.

Tú eres fuerte, Sasha, una de las personas más fuertes que conozco. No puedes dejarte derrotar así. No puedes... Tienes que luchar y salir del pozo.

Las palabras de mi mejor amigo rebotaban una y otra vez en mi cerebro. De hecho aquella noche no pude dormir. A pesar del alcohol, de la escapada nocturna con él, del agotamiento del viaje… Todo fue insuficiente hasta que salió el sol. Sin quererlo dormí casi toda la mañana, la cama era cómoda y la hospitalidad de Drago embriagadora. Tanto que no recordaba la última vez que alguien me había hecho sentir así sin querer nada a cambio.

No puedes dejarte derrotar así. No puedes... Tienes que luchar y salir del pozo.

Me martilleaba como una mala resaca de la que no podía escapar. Me levanté con el pijama amplio cuando ya era la hora de comer y después de pasar un día tranquilo, disfrutando de su compañía, ayudando en lo que me dejaba y buscando más abrazos de los que quizá le resultaban cómodos a él, decidí salir la segunda noche. Al menos así, si la insufrible voz de mi cabeza volvía a machacarme, podría callarla con alcohol sin que mi amigo sufriera con ello, ya que no se apuntó al plan.

Me duché y me arreglé usando el poco maquillaje que me llevé. Con una simple raya negra intensa en los ojos y un labial granate. Mi pelo indomablemente liso y bicolor caía sobre una camiseta negra y rota en la parte del escote y todo el largo de la columna, con tiras que juntaban ambas partes y unos vaqueros ceñidos con algún que otro agujero. Me cargué sobre los hombros la chupa y la mochila, un poco de perfume y ya tenía un aspecto infinitamente mejor que el día anterior.

- Bueno… Si necesitas cualquier cosa, me llamas, ¿vale? Tengo roaming, cobertura y todas las llamadas cubiertas- le dirigí una última sonrisa antes de salir, guardando las llaves que Drago me había dejado para que no le molestase a la hora a la que fuese a volver.    

Eché a andar, sin saber muy bien a dónde, mientras miraba en los locales mejores valorados para salir. Cuando quise darme cuenta, entre conocer la noche parisina, el paseo y la búsqueda, me planté al otro lado del río, alcé la vista y busqué los locales alrededor. Las fotos y los comentarios de la Flecha de Oro captaron mi atención, y cuando llegué al local y pude escuchar gente hablando a la par francés e inglés no lo dudé. No sabía lo más mínimo de francés. Quizá alguna palabra de alguna de las recetas pero poco más. Me metí directa.

No sabría decir si el local en sí era pequeño o si había mucha gente, aunque comparado con las salas de barrio de nueva york parecía inmenso. Hice todo lo posible por conseguir una jarra de cerveza grande y me abrí paso como pude llevándome algún codazo como es habitual en esos sitios hasta que pude tener algo de vista del escenario. Mi adorada música… Era increíble como no perdía el don de sanar.

Entré y alcé la vista escuchando las vibraciones eléctricas. Casi podía notar cómo penetraban en mis oídos. Aunque por encima de todo, su voz. Entre todos los saltos, los gritos, el headbanging… Yo me quedé petrificada viéndole a él. Las luces bailaban sobre nosotros como público, rotando entre nuestras cabezas pero los focos principales jamás se apartaron de las curvas de sus músculos, del movimiento natural de su cuerpo sobre el escenario, de su sonrisa cómplice que declaraba el control de cada uno de sus actos.
La voz ya hizo que me empezase a derretir por dentro, pero las gotas de sudor le resbalaban por el cuello remarcando aún más su anatomía y me perdí en ese recorrido. Se movía por el escenario como un tigre en la sabana. Los movimientos de cadera parecían milimétricamente calculados para que mis pupilas se deslizasen por la costura de sus vaqueros. Tragué saliva y cerré la boca. Antes de darme cuenta ya le estaban entrevistando.

Es curioso cómo juega la libido en nuestras cabezas. Nunca he sido celosa, pero quería que esa noche me llevase a su hotel y asegurarme de que de verdad compartíamos lengua y no sólo idioma. Pero no sólo eso... quería que fuese sólo mío, al menos por esa noche. Miré al hombre que realizaba las preguntas con cierto recelo. El cantrante me pegó fuerte. No sé qué tenía ese tío pero le necesitaba. No era un simple calentón. Quería que pasara la noche conmigo y me dijera que había sido el mejor polvo de su vida. ¿Cómo se pasa de una ruptura a medio superar a esa sensación tan de debajo del ombligo? Le miré entrecerrando los ojos como depredador que se agazapa y sonreí inconsciente mientras mi desconocido vocalista respondía a las preguntas. Incluso sus jadeos de agotamiento eran música.

El hijo de puta tenía carisma y unos ojos tan azules que parecían delineados. Algo dentro se me movía cuando miraba cerca de donde yo estaba, provocaba que se me erizase el bello por todo el cuerpo. Por desgracia había competencia. Nunca me he llevado bien con los fanáticos pero tampoco perdía la oportunidad de competir. Me bebí la cerveza que tenía en la mano, dejé la botella en la primera mesa que encontré y me dirigí a la barra mientras sonaba la última canción. Investigué desde el móvil cuál era la mejor importación irlandesa que tenían y tras un par de opiniones con el camarero que gracias a los dioses también hablaba inglés, me sugirió un par de cervezas Smithwick’s. Comenté al camarero que una era para él (para que se la guardase) y que la otra me la sirviese a mí. No soy tan estúpida para ofrecer una bebida de mi propia mano a un famoso desconocido. ¿Quién la aceptaría? Para mi consuelo, el camarero agarró un walkie portátil que llevaba enganchado en el tirante del mandil y dijo "Dile a Aidan que tiene birra gratis en la barra". Sonreí y luego apreté los labios para asegurar que el labial se quedaba donde estaba. Lo cierto es que si la táctica no triunfaba, el camarero tampoco era una mala opción... Dioses ¿Qué me estaba ocurriendo?

Guardé el móvil en el bolsillo trasero del vaquero y con un vaso largo cargado de cerveza irlandesa y los codos apoyados en la barra, esperé a que acabase la última canción. Seguramente la horda de fanáticos fuesen a por él en cuanto acabase y yo no iba a ser muy diferente si me sumaba. Esperé para ver si aparecían por la sala, si decidían tomarse algo en el propio local como era común en NY. Claro que seguramente tuvieran reservado. Acercarse directa no era una opción, además tampoco había podido ver por dónde se bajaban del escenario. Esperar a que se acercase era poco probable por no decir casi imposible. Sólo me quedaba esperar unos minutos y si no aparecían, buscar la puerta trasera donde pudiesen encontrarse fumando o desconectando del ruido del local.
Tampoco sería fácil, pero más que enfrentarme a los pirados desesperados sí. Y siempre y cuando ya estuviese todo dado por perdido, podría preguntarle al barman a qué hora terminaba su turno.

A día de hoy no sé describir qué mosca me había picado, pero parecía que mis ingles estaban imantadas con las de "Aidan". Tal vez fuese un deseo demasiado fuerte. Mantuve mi bebida fría con la mano mientras aguardaba y daba un par de tragos. Se notaba que estaba tostada y tenía algo más de graduación que la habitual, pero estaba tremendamente sabrosa. No esperaría más de tres cuartos de hora pero si aparecían tendría una oportunidad. Tenía que poseerle. Tenía que poder dominar esa espalda sobre un colchón y ver cómo la sonrisa de disfrute y soberbia se inclinaba ante mí.

Agité la cabeza. Respiré hondo.

Piensa en otra cosa Sasha, piensa en otra cosa

El aviso le llegó cuando fue un momento detrás del escenario a beber un trago de una botella de agua. El chaval que le informó le indicó un lugar concreto de la barra, y, cuando Aidan dirigió la mirada hacia allí se encontró con una belleza exótica que destacaba entre todas las mujeres pálidas que llenaban el local. Tenía que admitir que no estaba acostumbrado a aquella clase de exhuberancia, con la mirada indomable y los labios carnosos de quien lleva la pasión en las venas, como también sugería la indumentaria escogida. Mentiría si dijera que no le atrajo lo que vio, y la iniciativa y el descaro mostrado por la desconocida le terminaron de tentar. ¿Y sí...? Estaban en París, a un millón de kilómetros de Estados Unidos. Si algo pasaba allí, nadie tenía por qué enterarse...

Se inclinó para susurrar algo de vuelta en el oído del chico que le había informado y se dispuso a volver al escenario en el momento en el que la guitarra de Sullivan iniciaba los acordes para su entrada:


- I hit the gas out on the road -empezó, cantando con fuerza-, and I don't care about tomorrow. I see the places that you don't, I will command and you will follow.

Avanzó más, hasta situarse al borde del escenario, inclinando una rodilla hasta casi rozar la tarima para estar más cerca del público mientras seguía cantando con la absoluta seguridad que le daba su recién adquirido poder:

- Why not, get on it, life depends on it, and I'm gonna survive -extendió una mano hacia la audiencia, que chilló enfervorecida-; I felt your disgust, In myself I trust. I am right - you are wrong. My will be done.

Poniéndose de pie se dio la vuelta mientras Sullivan rasgueaba la guitarra y la gente se volvía loca tras él. Con una sonrisa de absoluto deleite se volvió de nuevo hacia el público.

- So... I can't change the past, I'm moving on. Won't seek revenge, no act of vengeance. I take every chance, I'm on my own -proclamó, volviendo a inclinarse hacia la primera fila y alargando su mano para rozar los dedos que se extendían hacia él, ávidos por tocarle-. Declare my state of independence. Why not, get on it, life depends on it, and I'm gonna survive. I felt your disgust, in myself I trust, I am right - you are wrong: My will be done.

Sullivan se entregó a un apasionado solo de guitarra mientras Aidan se movía lentamente por el escenario, su mirada recorriendo a todos los presentes hasta detenerse en Sasha, a la que dedicó una sonrisa repleta de encanto. Cuando le llegó el momento de volver a cantar, se acercó nuevamente el micrófono a los labios, sin dejar de mirar hacia la atractiva extranjera:

- Step on the gas, I eat the road. I'm born to lead, you're born to follow (yes, you will) -y, al decir ésto último, su mirada azul pareció atravesar a Sasha con ardiente intensidad, al tiempo que una maliciosa sonrisa se formaba en sus labios, la sonrisa del que sabe que tiene la jugada ganadora en su mano.

Quizá al inicio de la canción había cantado para todo el local, pero, en aquellos momentos, cantaba sólo para ella, y Sasha lo supo.

- Why not, get on it, life depends on it, and I'm gonna survive. Filled with your disgust, you betrayed my trust. I am right - you are wrong... My will be done. Left you in the dust, fought the fight, split up. Trust me - I am the one: My will be done.

Cuando terminó la última frase, los focos que le iluminaban se apagaron de repente, sólo para volver a encenderse un segundo después para recibir el aluvión de vítores y aplausos de la gente, totalmente energizados por aquella canción tan intensa y poderosa. El grupo entero del irlandés se subió al escenario a saludar, y, tras un rato de aplausos, finalmente se bajaron del escenario. En ese momento, un hombre con aspecto de guardia de seguridad se acercó a Sasha.

- Por favor, señorita, acompáñeme -le pidió.

El hombre la condujo hasta una salida trasera del establecimiento, en la parte del local que estaba dedicada a los empleados y a la que ningún cliente tenía permitido acceder. Una vez allí, le abrió la puerta a la gélida noche parisina. Fuera lo que había era una especie de descampado desierto con forma de U, con el extremo abierto ante ella. A los laterales había árboles y la parte de atrás de algunas casonas viejas que parecían abandonadas y medio derruidas. Siguiendo el camino de albero eventualmente terminaría por regresar a la civilización, pero era un camino muy, muy largo... Excepto si lo hacía con compañía, claro.

- Smithwick's -la saludó una voz que, a esas alturas, le resultaba ya muy familiar. Aidan estaba ante ella, con la chupa puesta y la mano que no sostenía la botella refugiada en el interior de sus ajustados pantalones de cuero-. Hacía tiempo que no probaba una de éstas, y tengo que admitir que no esperaba encontrarla en París.

Le dedicó una sonrisa franca, genuina, y muy hermosa (o quizás fue así como ella la percibió).

- ¿Eres una experta en bebidas irlandesas o sólo lo has hecho para impresionarme? Porque si es así... -avanzó hasta llegar a estar cara a cara con la mutante, tan cerca que podrían tocarse con tan sólo extender una mano-, considérame impresionado... -musitó con voz ronca. Sus ojos no se desviaron ni un segundo de los de Sasha, ni siquiera cuando se llevó el botellín a los labios.

Cada minuto que el cantante se ausentaba de mi vista me ponía de los nervios y perseguía con la mirada cada rincón que pudiese darme una pista de dónde se encontraba. Era obsesivo… No quería perder esa oportunidad. Nunca he sido posesiva pero con él se me cruzaron los cables… Tenía que ser mío y sólo mío, al menos esa noche, o ese rato… Cinco minutos de tenerle en frente me bastaban.

Levanté la cabeza para intentar encontrarle hasta que me rendí frustrada y le di un trago a mi cerveza, pero justo empezaron unos acordes nuevos y giré la cara antes de terminar de beber, haciendo que se me cayese por la barbilla un poco, que me limpié con el dorso de la mano a toda prisa volviendo a sonreír. Su voz de nuevo, clavándose en mis oídos y erizando mi piel de la cabeza a los pies. Sentir fiebre debía ser algo parecido a esto… Estaba embriagada por completo, las cejas alzadas, el gesto relajado… y cuando me quise dar cuenta estaba con la boca medio abierta cazándole con la mirada por todo el escenario.

Era perfecto, como si todo el mundo fuese un molde hecho para que él estuviera donde estaba, haciendo justo lo que debía hacer. La vida le venía a medida. Cada milímetro, cada vibrato y beat... estaba en su lugar. Lo que más me jodía es que no parecía ensayado en exceso… Era puro talento. Belleza y fuerza bruta genuinas combinadas a la perfección saliendo de cada uno de sus poros para derretirme, por imposible que fuese.

No pude evitar sentir que cantaba para mí palabra a palabra. Era un pensamiento ególatra y narcisista del que no podía librarme… Del que no quería librarme. Hacerlo real en mi cabeza le añadía un peso que por mínimo que fuera me dejaba fantasear con la idea de que quería que yo le escuchase. De todas las manos que se alzaban rozando sus dedos, él quería que sólo yo le tocase. Su talento… era para mí.
Cerré la boca y tragué, parpadeando por primera vez desde que empezó la canción.

Pero entonces me miró, y sonrió… y se me volvió a abrir la mandíbula. Esa sonrisa… no creo que la olvide en la vida. Fue como si me atravesase el alma un fantasma de líbido que me descontroló todo el cuerpo. Sin percatarme, hasta el final de la canción mis botas empezaron a formar escarcha pero mis manos alcanzaron casi los 200 grados. No deja de mirarme… ¿Me está provocando?.. Lo siento, pero te vienes a un hotel, o a tu furgo, o… a la puta calle, pero conmigo.

- I'm born to lead, you're born to follow (yes, you will) - JO.DER. He de reconocer que nunca tiemblo… pero en ese verso me fallaron las piernas, aunque lo intenté disimular cambiando la postura. Esa frase terminó de provocar hasta la última de mis células. Nunca fui fácil en el sexo y no tenía idea de empezar a serlo… y esa frase me metió en la cabeza la idea de competir por el liderazgo de un colchón con ÉL
Le miraba a los ojos y por un instante fue como mantener una conversación a otro nivel, rodeados de gente pero solo Aidan y yo con nuestro metalenguaje… Me está correspondiendo el hijo de la gran puta… Sí me estaba cantando a mí.

No podía más, ¿Qué tenía que me removía así por dentro? Siempre había tenido la libido elevada hasta que llegó la depresión, pero era como volver a una adolescencia a lo bestia en la que tampoco me importaba estar. No podía dejar de mirarle… era… magnífico, poderoso y con el talento de la música en sus venas. Y su voz… esa puta voz rasgada…
Devolví la sonrisa mordiéndome el labio y luchando por dejar de respirar entrecortada. Notaba que el corazón estaba a punto de hacer las maletas, que tenía la boca seca por más que bebiese y que mi cerebro cuando él me sonreía estaba más abajo del ombligo. Pero nada más me importaba en la vida esa noche, la verdad.

Terminó la canción y volví a parpadear y a tragar, a recuperar el control de mi cuerpo en general. Me llevé los dedos corazón y pulgar a la boca para silbar con potencia desde mi sitio. Algo breve pero apoyando el vitoreo general. De nuevo, junté mis labios para recolocar el pintalabios, tratando de distraerme de que empezaba mi tortura… ¿Vendría? ¿Tendría que salir de la película que me había montado? La verdad es que… en los conciertos siempre existía esa idea subtérfuga de que el cantante te canta a ti, de que el teclista te mira, de que el baterista te…

Ostias. ¿Cómo eran los demás integrantes del grupo?

Había estado tan pendiente de él que ni siquiera había podido ver al resto del grupo… Me sonrojé hasta la nariz. Joder Sasha… Recuperando el hilo de pensamiento, es normal que en un concierto que te emociona intentes conectar con el miembro que más te gusta, o con alguien del grupo en general. Además lo que la mayoría de gente no sabe es que desde ahí, y con tantos focos en una situación normal apenas empiezas a ver al público hasta el final, cuando apenas le distingues. Pero… esa frase y la sonrisa… Había sido tan real. Su mirada me había tocado a distancia.. Podría intentarlo, pero no creo que supiera describirlo mejor. Era una droga nueva, no existía nada más. Ni los problemas, ni las pérdidas ni el dolor. Incluso el estómago me rugió del hambre durante el concierto.

Me distraje mientras se despedían y con el último de los saludos, intentando aceptar la realidad de un trago que terminó con la jarra, escuché la voz del empleado de seguridad. Asentí con la cabeza y seguí sus indicaciones. Vale, tal y como yo lo ví había dos opciones. Una, me daban una paliza los de seguridad por haber hecho tremebunda gilipollez. Dos, las sensaciones del concierto no eran un síntoma de locura y ¿él había aceptado mi cerveza?

Abrieron la puerta, que daba a la calle y lo primero que pensé fue que me habían echado de un modo sutil y bastante elegante. Suspiré y me llevé la mano al trasero, buscando sacar el móvil...pero entonces le escuché. Volví a dejar el móvil en el bolsillo del vaquero y le miré de abajo a arriba, aprovechando mi postura. Hacía tiempo que no sentía ese orgullo, la competencia por un trono inexistente, el descaro y las ganas de seducir…

Sonreí con una confianza en mí que obviamente no tenía, frenética en mi interior luchaba por mantener una imagen de seguridad que no sabía cómo estaba resultando. Me sorprendió verle fuera del escenario casi tanto como ser más alta que él.

Otra vez la puta sonrisita y otra ve-se...se está acercando a mí.

Respiré mientras me ronroneó con su voz ronca. Me quedé mirando a sus labios más tiempo del que mi orgullo hubiese querido. Sólo tenía que agarrarle de la chupa y tirar hacia mí… Pero los juegos de caza nunca eran tan fáciles. No al menos los buenos. Muchas veces resultaba más divertido lo que había antes del condón que lo que había después así que, ya que parecía que mi oportunidad era real… ¿Por qué no aprovecharla?

Abrí la boca, rezando porque el acento neoyorkino no le resultase desagradable - Lamento decepcionarte Aidan… Pero me temo que de lo que soy experta es en Blue Moons…-puta cerveza yanki- aunque siempre que salgo pido Guiness Stouts- también irlandesa, bien jugado.

Respondí a su acercamiento alzando la barbilla pero cuando giró la cabeza para beber, a pesar de que esas preciosas balas azules seguían crucificando mi alma, pude ver cómo asomaba una cicatriz de tinta sobre el cuello de la camiseta. Di medio paso hacia él y giré el rostro para verlo mejor. El pelo cayó sobre mi espalda dejando frente a su boca un lado de mi cuello despejado por completo. Observé más de cerca y calenté ligeramente los dedos, ya que estaban fríos de sostener la cerveza que acababa de soltar en la barra, para que el tacto no le resultase desagradable y rocé con la yema de los dedos el tatuaje de arriba a abajo, separando la mano en la primera costura que encontré,  -Son nudos nórdicos…mezclados con tribal- contesté en el mismo juego de susurro rasgado. Cuanto más sabía de él, más me gustaba y eso… eso sí era verdaderamente peligroso. Quería saber por qué nórdicos, dónde terminaban los nudos, a qué sabía la Smithwick's de su boca... - Me recuerda a los míos- sonreí de medio lado y separé la cabeza, no el cuerpo, recuperando una postura recta.

Definitivamente era como un león que jugaba con su presa antes de rematarla, sabiendo que acabaría comiendo tarde o temprano.

Tendí la mano -Sasha Triger…- busqué sus ojos manteniendo una lucha interna por no apartarlos. El orgullo me había invadido de nuevo como hacía meses y estaba dispuesta a pelear por dominar la situación siempre que viese que él lo disfrutaba y no pusiese en riesgo su compañía. Prefería ser sumisa con él que dominante con su recuerdo. Sin embargo en mi cabeza vivía un dilema sobre el que había estado dando vueltas. Y es que… si no la querían como mutante, era mejor que no la quisieran. Ahora que había descubierto que era más bicho raro… ser sólo mutante no era algo que pensase esconder ante nadie. Aunque lo iría sacando poco a poco. Por favor… que no se eche atrás cuando se de cuenta.

-Google Maps dice que hay una chupitería muy buena a una calle de aquí… ¿Qué te parecería gastar lo que me queda en la cartera? Tal vez me suelte como para ser yo quien te cante...- el énfasis en el “te” decía mucho de mi mensaje. Y aceptaría cualquier ausencia de negación como una confirmación de que sí, ME había cantado. Le rodeé sin perder el contacto visual hasta que con una caída de párpados me puse delante de él, empezando a recorrer el descampado a un paso muy lento, esperando que se pusiese a mi nivel. Con un gesto casual coloqué todo mi pelo sobre la clavícula derecha y si se fijaba bien podría ver que llevaba la chupa colgando del brazo (a pesar del frío) y los rotos de mi camiseta dejaban ver parte de la balanza tribal de mi nuca y la ola japonesa de mi hombro.

- ¿En serio? -esbozó una sonrisa traviesa ante su franca respuesta apoyando la mano que tenía libre en la pared, junto a ella, aprovechando el movimiento para acercarse aún más-. Caramba, voy a tener que pensar que ha sido todo una elaborada trampa para atraerme, señorita misteriosa de cabello de fuego...  

Su mirada se quedó atrapada en aquellas puntas ardientes que contrastaban tanto con el color más apagado del resto de su pelo enmarcándole la cara de una manera original y hermosa. Ella entonces giró el rostro provocando con su movimiento que el cabello que admiraba se deslizara a su espalda, dejando al descubierto su esbelto y estilizado cuello.

Por un instante se olvidó de la cerveza, y, por primera vez, fue realmente consciente de lo que estaba sucediendo allí. La mujer (de la que aún ni siquiera sabía el nombre) estaba completamente entregada. Se le notaba por la manera de mirarle, por su lenguaje corporal. Aidan estaba casi seguro de que, si quisiera, podría tomarla allí mismo, contra la pared de aquél oscuro patio interior, donde nadie les molestaría.

El roce de sus dedos resiguiendo las líneas de las flores que descendían por su cuello le devolvió al momento presente. Oh, Dios. Su tacto era tan agradable y cálido... Sería tan fácil... Y además sabía de tatuajes. ¿Se podía ser más perfecta?

- Y dime... ¿qué tendría que hacer éste pobre irlandés para que le permitieras ver esos tatuajes que dices que tienes, mmmm?

El fuego ardía en su mirada y tuvo que hacer un enorme esfuerzo para no cogerla por la cintura y atraerla hacia sí para besarla. Pensó vagamente en Muriel y sintió un aguijonazo de culpa. Desde que la conoció en la carrera no había estado nunca con ninguna otra mujer, y, además, estaba Keegan... Pero entonces miraba a la belleza exótica que tenía delante y todos sus dilemas morales se iban por el desagüe. Bueno, no todos... Tenía que estar seguro... completamente seguro, de que ella estaba con él por deseo propio.

Según la naturaleza de sus poderes estipulada en el contrato que había hecho con Gob, se suponía que no podía obligar a nadie a hacer nada que no deseara hacer realmente, aunque fuera en su subconsciente, pero era difícil ignorar el efecto que provocaba en la gente. Una cosa era engañar a Muriel, y otra cosa muy diferente violar a alguien. Necesitaban bajar el ritmo, por difícil que pudiera resultarle ahora mismo, así que cuando ella propuso la chupitería aceptó encantado.

- Creo que sé cuál dices, pasamos antes por delante para llegar al local. Tenía un nombre inusual que me llamó la atención. Algo relacionado con un animal... Está a menos de diez minutos.

No se opuso a la idea de que fuera ella quien pagara las copas. Aidan no creía en la caballerosidad rancia que parecía sustentarse en la idea equivocada de que las mujeres no eran capaces de valerse por sí mismas. No era su estilo, simplemente.

Sasha ya se había puesto en movimiento, y él la siguió. No pudo evitar esbozar una sonrisa cuando vio que ella le regalaba un atisbo de lo que le había pedido antes, quizá una promesa de que en algún momento le permitiría verlos mejor...

- Así que... la balanza del equilibrio -comentó mientras avanzaban por el camino empedrado-. El sitio es perfecto, justo en el medio. Pero... ¿equilibrio de qué? ¿El concepto clásico del bien y el mal? ¿O el aún más clásico referente a la justicia? -inquirió, observándola de reojo con gran interés. Los tatuajes que uno escogía para marcar su cuerpo de por vida solían ser un indicativo muy poderoso de la personalidad de cada uno, y para alguien tan aficionado a la mitología y los símbolos, se trataba de un tema fascinante-. ¿La ola es porque te gusta el mar o por afición a la cultura japonesa? -preguntó, sacando del paquete que llevaba en el bolsillo de la chupa un cigarrillo y un encendedor. Diez minutos bien daban para unas cuantas caladas-. ¿Sabes? Yo me crié en un puerto. Mis padres eran pescadores -le contó mientras hacía pantalla con la mano para que el viento no le apagara el fuego del cigarro-. ¿Te molesta que fume? Me pondré de manera que no te llegue el humo. Es un mal hábito que tengo. Y si me guardas el secreto te diré que otro mal hábito que tengo es el alcohol... -se inclinó más hacia ella para susurrarle al oído en tono sugerente-: Hazme beber lo suficiente y prometo permitirte explorar todos mis tatuajes mientras aún estamos dentro del bar... -se volvió a apartar para mirarla a los ojos con un brillo malicioso en la mirada-. Dónde y cómo tú quieras...


El local se encontraba en una zona céntrica de la ciudad, justo junto a un antiguo cementerio, y estaba bastante animado, pero milagrosamente consiguieron encontrar hueco en uno de los reservados, un lugar acogedor y cálido.

El camarero llegó y tomó nota de sus pedidos. Para Aidan, una cerveza que reemplazara la que se acababa de terminar. Qué le íbamos a hacer... Nunca había sido demasiado sofisticado para el alcohol, y lo que funcionaba, funcionaba.

Reí para mis adentros con el piropo del fuego. Me pareció paradójico. Por un instante pensé en cómo reaccionaría si supiese que yo era mutante. De la parte Asgardiana ya ni hablábamos… Pero al menos descubrir que tenía…”habilidades especiales”. Tenía miedo de perder la oportunidad con él pero por otra parte necesitaba reforzar la identidad que siempre me había acompañado. ¿Estaba dispuesta a asumir un rechazo y perder esa noche con Aidan? ¿Y a asumir que nunca nadie llegaría a desearme si supieran lo que soy? Lo había ocultado, siempre. Tal vez fuese momento de mostrarlo...y… Que la suerte, el destino, los dioses o cualquier otra entidad de las que me odian decidiesen si era momento de dejar de darme por el culo.

Las palabras del Irlandés me sacaron de mi pensamiento, cada vez que abría la boca subía el pan. Cuando pensaba que ya sólo quedaba comernos la boca, él sacaba más ganas en mí de un rincón que desconocía. ¿Que qué tienes que hacer pobre irlandés?… Arrancarme la ropa con los dientes. -No sé, si sabes desabrochar un sostén…- añadí encogiéndome de hombros y dejando la frase a medias.

El corazón me iba a estallar, tenía la boca seca y seguro que mis pupilas eran como las de un tiburón. Le necesitaba y le necesitaba YA. ¿Había follado alguna vez en la calle? Porque no era mal día para tacharlo de la lista si no lo había hecho.

Pero entonces cambió de tercio. POdría agarrarle de la hebilla del cinturón, tirar hacia mí y…- A LA CHUPITERÍA. VAMOS A LA CHUPITERÍA. Venga, un pie delante del otro.

Intentaba caminar con toda la firmeza posible, haciendo fuerza para no girarme hacia él contra el primer árbol, muro, banco o papelera que nos cruzásemos. La verdad es que contra lo que chocase su espalda me iba a importar poco.

Su interés genuino en los tatuajes me ayudó a distraerme hasta que llegamos. Y a pesar de tener miedo a sonar intensa, le contesté con sinceridad. Él había empezado sacando los conceptos así que fui plenamente transparente. -Pues en su momento fue una manera de recordarme el propio equilibrio como capacidad física. Entrené en el circo unos años y fueron duros y complicados de manejar. Era un modo de recordarme que siempre podría encontrar algo bueno que entrase por algo malo, ¿sabes?- respiré hondo, relajando los hombros. -Ahora representa todo lo contrario. Está hecho al milímetro. No hay un lado más ancho que el otro, está cuadrado a la perfección con mi columna vertebral… Pero estoy viva y soy orgánica. Ahora es un recordatorio de que mientras yo respire y estos bonitos hombros se sigan moviendo, nada va a estar en completo balance y en estricta armonía. Esa paz en la que tanto creía sólo la voy a encontrar cuando esté muerta y en rigor mortis. Mientras tanto se mueve conmigo, a las buenas y a las malas.- Podía sonar tremendo y alarmista, pero lo cierto es que en resumidas cuentas, era tinta en la piel y lo dije con una sonrisa. De hecho poco a poco les iba quitando importancia. Los había tenido que repasar unas cuantas veces y sabía que podía quitármelos si se me quitaban las ganas de llevarlos, pero prefería redescubrirlos. Podría quitarlos todos… salvo uno.

Recé para que el tono de voz ligero y desenfadado fuese suficiente para quitarle hierro a lo que había dicho. -La ola es un contraste. Soy una flipada del agua, si te paras a pensarlo es un elemento maravilloso, seguramente el mejor de los elementos. Alberga vida y puede arrasar con todo a su paso, transfiere temperatura, puede metamorfosearse por completo, es el ingrediente principal de la cerveza... - le sonreí, tratando de enseñarle que todo iba bien. A pesar de haber sido brutalmente abierta, no pretendía hundir el ambiente y últimamente eso se me daba muy bien.          

Me sorprendió conocer su origen. Lo cierto es que pescador en un pueblito donde jugaba con las redes de los barcos no era el perfil de infancia que le había colocado en mi mente. Además era de pensar que si tenía sus fans era lógico que mintiera con estas anécdotas -Wow… no voy a mentir, no me pega para nada.- quise dejar ahí el tema por ese “eran”. Era demasiado joven para que sus padres estuvieran jubilados y me había puesto en lo peor.

-Ah no, fuma cuanto quieras- cuando noté que se inclinaba me acerqué a él retirándome el pelo de la oreja para oír el susurro. Y el baile de líbido empezó de nuevo.

Le tenía tan cerca, notaba la calidez de su aliento, su voz había pasado de ser un grito de pecho poderoso en un escenario a estar sólo para mí en forma de susurro. Y esa idea me erizaba el cuerpo por completo. Me detuve en la puerta del bar. Tal vez no saliéramos de allí igual que entrábamos. Así que… Cómo y dónde yo quiera eh?

Preferí no hablar. En lugar de las palabras me paré frente a él, bien cerca. Con la punta de nuestros zapatos rozándose. Con una sonrisa ladeada deslicé dos dedos por sus labios hasta robarle el cigarrillo y llevármelo a la boca. Clavando la mirada en sus pupilas, sin un solo parpadeo calé lento y profundo, tragué y lo eché a la francesa mientras lo devolvía a su boca. Le sonreí y mordiéndome el labio, entré. También quería conocer su nivel de necesidad. ¿Apagaría el cigarro para entrar conmigo o esperaría a acabárselo fuera?

Encontrar el reservado fue un alivio, hubiera jurado que había sido un milagro o un soborno de Aidan, porque parecía imposible. Me desplomé sobre uno de los sofás y me quedé mirando la mesa, dibujando con el dedo sobre el trazo de las pegatinas mientras pensaba que pedir. -Quiero una tabla número siete y cuatro chupitos de absenta- señalé con los dedos el siete y el cuatro, sonreí al camarero agradeciéndoselo antes de que se marchase y miré a Aidan. -Me muero por probar absenta decente. En Nueva York, si es que te la sirven, está como aguada… No sé, da asco- Estaba convencida de que saber beber era una cualidad que sabría apreciar en una mujer.

Me retiré el pelo a un lado y me quedé mirándole a los ojos.  -Imagino que estarás acostumbrado a esto. Por lo visto no era la única dispuesta a pagarte una cerveza en ese local-

Poco después nos trajeron lo pedido. A él una jarra y a mí las dos tablas. En cuanto el camarero nos dió la espalda empecé a repartir. Le acerqué dos chupitos de los de verdes absenta, dando a entender que eran para él. -Y el arcoiris hay que ganárselo. Así que… Te apuesto el chupito rojo. Si adivino tu edad, te lo bebes. Si fallo, me lo bebo yo- crucé las piernas para estar un poco más frente a él, girada en el sofá. Cogí el chupito y pensativa le miré, excusa para darle un repaso. -Tienes trent….a...y... d..t….dos?- cerré un ojo esperando haber acertado.

Estiré el otro brazo, cogiendo un chupito de los míos y bebiéndomelo de un trago, hacia arriba. Lo dejé en la mesa y luego me lamí la palma de pulgar para rematar lo poco que se había vertido.
Tampoco era el fin del mundo un chupito, pero la competitividad me impulsaba a empezar ganando.

Esbozó una sonrisa ante la provocación de la mutante y le dirigió un guiño malicioso.

- Te sorprendería la de cosas que sé hacer con las manos -dijo con picardía-. ¿No has escuchado nunca que los músicos tenemos dedos hábiles?

Una parte de él se sentía culpable por estar entrando en ese tipo de juegos con otra mujer, pero la otra parte, sencillamente, no quería escucharlo. Podía ver en los ojos de ella la manera en la que se cocía lentamente el deseo, ardiendo más y más, y saber que era él el que lo provocaba resultaba tan adictivo como una buena droga. Había pasado de ser un don nadie mediocre a ser la fantasía con la que cientos de jovencitas se iban a la cama por las noches, y eso suponía un cocktail embriagador para su ego.

Qué le íbamos a hacer: era débil. Si no lo fuera no habría hecho el pacto con el demonio para empezar.

- Así que también has formado parte del mundo del espectáculo -la miró con curiosidad-. Nunca había conocido a nadie que hubiera trabajado en el circo. ¿Deduzco que eras equilibrista? El entrenamiento tiene que ser duro de cojones -asintió, pensando que se refería a eso cuando aludió a las dificultades que le había supuesto-. Pero... al menos tiene que ser bonito contribuir a hacer algo que lleva consigo tanta ilusión, ¿no?

Asintió cuando continuó con su explicación acerca de la balanza, y, parándose un momento, se quitó su propia chupa de cuero para mostrarle los tatuajes que recorrían por entero su brazo. Justo encima del codo había un nudo celta encerrado dentro de un uroboros.

- Me recuerda un poco al uroboros. Simboliza el tiempo y la continuidad de la vida. Se usa como representación del renacer de las cosas que nunca desaparecen, sólo cambian eternamente, porque siempre estamos en continuo cambio. El ciclo eterno.

Para él tenía otro significado más funesto: la eterna condena. El mito de Sísifo, condenado a empujar una piedra enorme por una ladera empinada que rodaba de nuevo hacia abajo antes de alcanzar la cima, obligado a empezar desde el principio. El círculo infinito del que no hay escape; la serpiente que se muerde la cola; el destino inmutable.

Pero no iba a decirle nada de eso a Sasha. Sería la manera perfecta de arruinar la cita antes incluso de comenzarla. Así que, en su lugar, se acercó a la balanza que quedaba descubierta por entre las tiras de la camiseta y resiguió lentamente el contorno del tatuaje con el dedo índice, acariciando la suave piel de la mujer.

- Me parece una filosofía muy hermosa. Por mi parte, sólo me queda esperar que a éstos bonitos hombros aún les quede mucho camino por recorrer -musitó, y estaba tan cerca que Sasha puedo sentir la calidez de su aliento contra el cuello.

Después volvió a ponerse a su lado para retomar el camino. Sonrió cuando le habló de las virtudes del agua, nostálgico.

- A mí también me encanta. No en vano me crié junto al mar. Toda mi infancia está marcada por el recuerdo del olor a salitre y pescado, el sonido de las olas y el graznido de las gaviotas. Cuando era adolescente solía subirme al barco de pesca de mi padre por las noches para practicar con la guitarra al arrullo de las olas. Me resultaba muy relajante, aunque ahora mismo no regresaría a esa vida. Como hemos dicho antes, nos movemos y avanzamos. El ciclo eterno.

Asintió dando una calada al cigarro al ver su reacción a su historia.

- No te preocupes, resulta difícil de imaginar para la mayoría. Pero eh, yo tampoco habría adivinado que trabajaste en un circo. Estamos llenos de sorpresas, ¿no?

Esbozó una sonrisa maliciosa cuando ella le tomó prestado el cigarrillo registrando ávidamente cada gesto, empezando en la sutil caricia en sus labios y continuando por el movimiento que concluyó entre los suyos, rojos, carnosos y extremadamente apetecibles. ¿Qué era ésto? ¿Un castigo por la caricia que le había regalado antes? ¿Le pagaba con su propia moneda? Oh, Dios... Sus ojos claros estaban fijos en los suyos mientras inhalaba profundamente del cigarro, provocando que él contuviera inadvertidamente su propio aliento hasta que finalmente liberó el humo, devolviéndole el cigarrillo, que pendió inerte por entre sus labios, completamente olvidado, cuando ella se mordió el suyo, originando una súbita presión en su entrepierna.

- Jesús... -musitó una vez ella hubo entrado en el bar, dándole una última calada al cigarrillo antes de arrojarlo a la papelera que había junto a la puerta y seguirla al interior.

Una vez en el reservado, tomó asiento como pudo. Los malditos pantalones de cuero eran extremadamente ajustados, y eso le estaba provocando ciertos problemas en su situación actual. No tenía demasiadas esperanzas de que ella no lo notase.

Asintió con la cabeza ante su elección de alcohol. Hasta ahora estaba resultando perfecta. Casi lamentaba que lo que fuera que fuera a suceder entre ambos no pudiera durar más allá de aquella noche.

- En Nueva York, según me han dicho, hay un sitio muy bueno en Brooklyn, pero aún no tuve ocasión de ir. De momento estoy afincado en Los Ángeles. ¿Entonces eres neoyorquina?

Evidentemente había notado que era americana por su acento, pero no controlaba tanto como para saber exactamente de qué región.

- Pues si te gusta la absenta, has venido al lugar ideal -continuó-. En París hay muchos sitios donde la sirven bien, y uno en concreto no está lejos de aquí y se mantiene abierto hasta altas horas de la madrugada. Podría ser nuestra siguiente parada cuando salgamos de aquí, y ésta vez pienso exigir que me dejes pagar a mí -bromeó con una sonrisa-. Ya que estás siendo tan buena conmigo, lo mínimo es devolverte el favor.

Se recostó en el respaldo del sofá, apoyando un brazo por encima para poder girarse en su dirección de manera más cómoda mientras esperaban que les trajeran las bebidas.

- Pues no te creas, ésto de la fama es algo relativamente reciente. Cuando salimos de Irlanda no nos conocía nadie, y de hecho perdimos el Wacken Metal Battle cuando nos presentamos el año pasado. Pero en éste momento concreto lo estoy disfrutando mucho, para qué negarlo -admitió, mirándola intensamente con sus profundos ojos azules-. Además, ninguna de las otras habría tenido tan buen gusto eligiendo la cerveza -añadió en tono de broma.

La descripción del juego le resultó entretenida y,para qué negarlo, también ligeramente excitante.

- Nope -sonrió con malicia-. Tengo 34, pero te has acercado bastante.

Imitándola a ella, cogió su propio chupito de absenta y lo agitó suavemente, observando cómo se mecía el líquido verde de su interior.

- Hace cien años, los camareros de todo el mundo sacudían los pequeños frascos verdes donde se conservaba la absenta para despertar al dragón, como ellos lo llamaban. Supuestamente había que bebérselo antes de que se durmiera de nuevo -observó con aprobación cómo la mutante se bebía el chupito de un trago e hizo lo propio a continuación. Tenía un sabor potente, una mezcla de regaliz, tierra y hierbas que le recordaba a su Irlanda natal y un amargor pronunciado al que llevaba tiempo acostumbrarte. Pero, una vez lo hacías, valía totalmente la pena-. Algunas de mis mejores canciones las he compuesto bebiendo absenta -confesó-. Ofrece momentos de claridad brillantes muchas veces. Y supongo que tiene el encanto de lo prohibido -añadió, acercándose más a ella para acariciarle la mejilla mientras la miraba con una intensidad que era casi tan ardiente como la propia absenta. Su mirada se deslizó hacia abajo, deteniéndose levemente en el generoso escote de la mujer antes de volver a ascender hacia sus labios, esos labios que le habían dejado cautivado antes de entrar al local-. Acepto tu apuesta y la doblo... -musitó, con la voz ronca-. Hazme ahora una pregunta sobre ti. La que quieras. Si la fallo, me beberé el siguiente chupito. Pero si acierto... me dejaras beberlo... de tu boca...  

¿No has escuchado nunca que los músicos tenemos dedos hábiles? - Y otro estremecimiento, empecé a notar cómo mis temperaturas se alteraban. El calor se empezaba a acumular dentro de mi vientre y cerré los ojos centrada en controlarlo. Con una ceja arqueada y una sonrisa di por asumido todo lo que esos dedos hábiles podían hacer. Ese hombre alteraba todos mis sentidos, me encontraba a mi misma teniendo pensamientos desesperados por tener su carne cerca, pero a su vez disfrutaba de ese baile de dudas y seducción, de pelear por tu espacio y tú por el mío.

-Bueno, entre bambalinas el mundo es más distinto, bien lo sabrás. Apuesto a que el Aidan tras el micrófono no es el mismo que el de la furgoneta que el de las clases de técnica vocal- prefería volver a centrar la atención en él. -Tragafuegos, equilibrista, acróbata y telas sobretodo. Eso era lo que más me gustaba…- sonreí con nostalgia añorando a Peevy.

Su respuesta ante el ouroboros me dejó más tranquila. Parecía que lejos de alejarle mi sinceridad, correspondió a ella. Pensé en todo lo que había estudiado sobre Jormungandr. -Eternidad de frustraciones, ambición consante…- añadí a su definición acariciando superficial el nudo con la yema del pulgar.

Entonces empezó a rozar mi piel y pudo notar perfectamente cómo esta se erizaba por completo con su tacto, con ese sencillo gesto que hizo que me mordiera el labio casi tuve que aguantar un jadeo de impaciencia. Notaba cómo me empezaba a tantear y esperaba estar a la altura del juego para el que él parecía leer las intrucciones.

Sonreí de oreja a oreja cuando se coló la silueta del cantante en el reflejo de un cuadro del local, viendo cómo apenas había tardado unos segundos en entrar detrás de mí. Osea que realmente ambos estábamos persiguiéndonos sin prisa… Dicho esto entonces... juguemos, guaperas irlandés.

¿Era Neoyorkina? No. ¿Era la respuesta fácil? -Sí, y dicen que el acento Neoyorkino es desagradable… menos mal que estoy con un Irlandés- sonreí dejando claro el tono de coña. Quería saber si podía picarle no sólo con las ganas de tenerle sino con el ambiente en general. Aunque pareció  pasar desapercibido, tomé nota de que su residencia actual estaba en L.A.

Bufé una sonrisa cuando me dijo que me haría una invitación obligada -Está bien, no opondré resistencia a que una superestrella gaste algo de calderilla en llenarme de absenta.- sonreí con los labios mirando de soslayo cómo se reclinaba en el sofá. Estaba perfecto para que me sentase sobre sus caderas y- NO. No. Céntrate… Disfruta el proceso… Por muy bueno que esté, por muy irresistible que sea… Piensa en tu orgullo. Habéis empezado una competición no escrita y el primero que caiga en reconocer su atracción pierde. Y tú quieres ganar. ¿Porque quieres ganar… verdad? Joder… ¿Me tiene que mirar así, como si me estuviese viendo desnuda a través de los ojos? Aun así, siempre que podía, le mantenía la mirada en una guerra verde y azul. -Oh, gracias Smithwick’s por hacerme una gran privilegiada entre una multitud de crías con las bragas bajadas- comenté con ironía haciendo un gesto de brindar al cielo con un chupito que aún no me había bebido.

-¡JODER! Lo he dudado, coño, iba a decir treinta y cuatro...- dije dándome un golpe en el muslo. Me acabé el chupito en un visto y no visto. Alcé las cejas sorprendida cuando dijo que componía sus propias canciones. En serio… ¿Dónde estaba el fallo de este tío? Seguro que era un asesino en serie. La historia del dragón me hizo sonreír. -Si te portas bien, luego te hago yo un truquito para que veas que conmigo el dragón no puede dormirse... - Decidí con esas palabras que acabaría sabiendo que soy mutante y que daría todo mi empeño en hacerle disfrutar de ello. SI es que podía seguir concentrándome, porque entre el tono de su voz, su mirada y que no paraba de acercarse…

Me subió un sonrojo que me cubría las mejillas y la nariz, esperé con la boca entreabierta a que se acercase tanto como las ganas que le tenía. Con la boca entreabierta y sin dejar de mirarle a los ojos, no pude evitar soltar un suspiro de una sola calada al escuchar la úiltima palabra de nuestra apuesta privada. Del golpe de aire, seguro que le llegó el regusto a absenta a su nariz y pudo notar el aliento cálido que acababa de escapar entre el carmín. Podía hacer una pregunta fácil, de qué color tenía los ojos, viendo que no paraba de mirarme. Mi nombre, qué día era… Pero eso era jugar en modo principiante y parecía que ambos teníamos rodaje. Me acerqué instintivamente, imitando ese susurro rasgado que tanto le gustaba poner, pero en mi propia garganta. Esas palabras que salían vibrantes de las cuerdas vocales como una súplica invisible -...No, si fallas me lo bebo yo… Pero tienes que contestar a mi pregunta con los ojos cerrados y no los puedes abrir hasta que a quien le toque, se beba su chupito.- dije sonriendo con hambre, subiendo la mirada por primera vez de sus labios a sus preciosos cristales de hielo que tenía como iris.

Con un gesto de la mano, de arriba a abajo, le cerré los ojos con lentitud sin tocarle los párpados, rezando para que le pareciese bien y los cerrase. Para reforzar que no se viese tentado a mirar a posteriori, le sostuve el rostro agarrándole firme la mandíbula con la mano bajo su barbilla. -Muy bien Aidan… ¿Qué talla de sujetador utilizo?- Seguramente utilizase la media de tallaje Europeo, y no el Estadounidense, por lo que estaría mal de todos modos y podría beberme el chupito como yo quería, en forma de hielo verde sobre su boca y su cuello… sin que él pudiese ver qué sucedía y se dedicase únicamente a sentirme.

"Apuesto a que el Aidan tras el micrófono no es el mismo que el de la furgoneta que el de las clases de técnica vocal". ¿Era cierta esa afirmación? Durante mucho tiempo se había mantenido igual al chico que fundó la banda con sus tres amigos, y quería creer que aún seguía siendo ese mismo chico, que la fama súbita y repentina no le había cambiado, pero sabía que no estaría siendo sincero consigo mismo. El hecho de que estuviera ahora mismo allí con Sasha y sin la alianza en el dedo era la prueba más evidente de ello. El Aidan que estaba allí, compartiendo un juego secreto de seducción con una completa desconocida no era el mismo que regresaría a su casa una semana más tarde, abrazaría a su mujer y le daría un beso a su hijo en la frente. Era un pensamiento incómodo que trataba de apelar a su sentimiento de culpabilidad, así que lo echó a un lado como llevaba haciendo toda la noche, prefiriendo centrarse en la belleza que tenía delante.

- Guau, tragafuegos. Siempre me he preguntado cómo lo hacéis, aunque supongo que lo que más me atrae ahora mismo es imaginarte envuelta en esas telas vaporosas haciendo acrobacias en el aire como un ángel -respondió, mirándola con una intensidad que dejaba claro que, en su imaginación, no llevaría nada encima más que las telas-. Un ángel de fuego. Así que eres aventurera, ¿no? La clase de persona a la que le gustan los desafíos encaja en el perfil que me has descrito. Eso me gusta. Siempre he defendido que uno debería probarlo todo al menos una vez. La vida es muy corta, ¿no crees?

No le pasó desapercibido el roce de su pulgar sobre su piel, pero no le apetecía seguir ahondando en el tema de la condena que venía asociada al tatuaje (una condena que tenía siempre muy presente y que era en parte responsable de que hubiera decidido ceder a sus pasiones por una noche), así que lo dejó correr.

- ¡Qué dices! -exclamó con una carcajada, ya en el local-. El acento irlandés es espantoso. Menos mal que yo no lo tengo muy marcado, porque viniendo de un pueblo podría haber sido muy ridículo. Te enseñan a disimular esa clase de cosas en las clases de canto, para que tu dicción sea lo más estandarizada posible. Se me nota cuando hablo más que cuando canto. La fuerza del hábito, supongo. Pero quiero pensar que es parte de mi encanto -bromeó guiñándole el ojo a la del pelo color ceniza.

No pudo evitar una sonrisa de orgullo cuando le llamó superestrella. Joder... Todavía no se acostumbraba a que la gente le llamara así, y no podía negar el erotismo que venía asociado a saberse adorado y deseado por miles de personas en todo el mundo. Era embriagador... tanto como la mujer que lo mencionaba.

- Me decepcionaría mucho que ya tuvieras las bragas bajadas -mencionó, siguiendo la broma al tiempo que emulaba su gesto de brindis-. Me gustaría tener que trabajármelo, si no, pierde su gracia, ¿no crees? -inquirió, con una irresistible sonrisa de chico malo y un brillo travieso en los ojos mientras tomaba un lento y deliberado trago de su chupito.

Cuando mencionó lo del dragón, alzó una ceja con curiosidad.

- ¿Oh? Vale, considérame oficialmente intrigado, jovencita -su mano se deslizó lentamente sobre su muslo, por encima de la tela del vaquero mientras su mirada se oscurecía y se hacía más intensa-. Aunque dudo mucho que nadie pudiera dormirse contigo... -le susurró al oído, insinuante-. Yo desde luego no lo haría...

Y llegó el momento de cambiar las tornas cuando la chica decidió coger su propuesta y darle la vuelta, recuperando las riendas y el control de la situación. A Aidan el juego le resultaba excitante, así que hizo lo que le pedía, entregándose al abrazo de la oscuridad.

Ella estaba muy cerca; podía sentir el calor de su cuerpo, el roce de sus piernas contra las suyas, el aliento cálido aderezado de absenta, y cuando le agarró la mandíbula notó un escalofrío de excitación recorrerle la columna. Dios... Muriel no había sido nunca tan lanzada, y le encantaba. Tuvo que contener el impulso de atraerla hacia sí para besarla.

Cuando por fin planteó la pregunta, la garganta se le quedó reseca. En aquél momento la chica le tenía contra las cuerdas. Podría haberle pedido prácticamente cualquier cosa y él lo habría hecho. Estaba total y absolutamente a su merced.

Ah... le gusta jugar sucio, pensó. Pero a ese juego pueden jugar dos...

Aprovechando la relativa intimidad que les daba el reservado y que Sasha había tenido que volverse hacia él para poder "cerrarle" los ojos, dándole la espalda al resto del local, alzó discretamente las manos hasta abarcar el contorno de sus pechos desde abajo, sopesándolos durante un instante sin llegar a acariciarlos. Sólo el toque justo para sembrar en ella el deseo y la anticipación. Después se inclinó hacia adelante muy despacio mientras sus manos volvían a descender para apoyarse en sus caderas, para permitirle ubicar su cuerpo y así poder depositar un suave beso en el agujero del escote, sobre el pecho izquierdo.

- Basándome en un exhaustivo y metódico análisis... -susurró, para después depositar otro beso sobre la piel descubierta encima del otro seno-, diría que tienes una... ¿36D?

De todo lo que pasó esa noche, no podría quedarme con un momento. La noche, Aidan, el ambiente, la situación, su personalidad, el sabor del tabaco, el de su boca… Todo en él era peligrosamente magnético. Desde que le vi supe que iba a ser único, y esa tensión, ese juego en el que nos habíamos embarcado me demostraba que no me equivocaba. No era sólo carisma, ni actitud. Había algo en él que hacía que mis ojos no se separasen de los suyos. Aún cuando recuerdo esa noche no sabría decir qué fue.

“La vida es muy corta, no crees?” No me había parado a hacer esa reflexión desde que descubrí que en realidad tengo 160 años… Y no consideré que fuese momento para ponernos reflexivos sobre el tema teniendo en cuenta que lo único que quería era tenerle bajo mis caderas y que esa mirada de desafío se convirtiese en una mirada de realidad.

Los guiños… los putos guiñitos… ¿Por qué? ¿Qué mierda tiene este tío para que me deje así sólo con una mirada?

Me decepcionaría mucho que ya tuvieras las bragas bajadas - Pensé que te decepcionaría la idea de que las llevase - sonreí mirando distraída el chupito. -Me gustaría tener que trabajármelo, si no, pierde su gracia, ¿no crees?- Joder… este chaval va a matarme.

Se acercó a mí, intrigado por la insinuación del dragón, y me susurró al oído una frase tan sencilla como “yo no lo haría”. Que en su boca, a esa distancia y con su voz, adquiría un nuevo significado. Qué hijo de la gran puta…
No pude detener el impulso de dirigir una mano a su nuca y ceñir los dedos en torno a su pelo castaño cuando se insinuó junto a mi oído, pero  solté antes de que se convirtiese en algo más. Si este era un juego de desesperación, no pensaba perder. Los dos teníamos ganas, y si no estábamos ya en un hotel o comiéndonos la boca era porque los dos disfrutábamos de esto.

Pero ahora iba ganando. O eso pensaba. Cuando le planteé el reto y noté sus manos sobre mi, adiviné en seguida los próximos segundos de mi vida en los que me derretiría. Me arqueé inconscientemente con su contacto, dejando escapar un jadeo que intenté por todos los medios que fuese sordo. Este hijo de puta es capaz de todo. -Eso es… trampa...- sonreí ampliamente con los ojos cerrados durante los besos, dirigiendo mis dedos a su pelo de nuevo, aferrándome con más fuerza y alejándole de mi con suavidad después del segundo beso.

Y el muy capullo... va y acierta. ¿Por qué coño lo ha dicho en tallaje estadounidense? No era justo…
Muy bien Aidan… ¿Quieres jugar? Juguemos.

-Mantén los ojos cerrados- dije aún sin confirmar su acierto. Estire el brazo, sostuve el chupito entre mis dedos corazón y pulgar de la mano que no sostenía su mandíbula. Mi dedo índice tocaba el líquido, congelándolo lentamente mientras los otros dedos aplicaban calor para poder desmoldar el hielo de absenta. Le solté la mandíbula y acerqué mis labios a los suyos hasta que pude notar su reacción al percibir mi aliento sobre su boca.

-Cabrón con suerte…- y deslicé el chupito congelado como si fuese a beber, dentro de mi boca, pero capturándolo con los dientes antes. Busqué su boca rápidamente haciendo que el frío verde de aroma a anís rozase sus labios. Sabría que habría algo raro, nadie puede congelar el alcohol en un instante, y menos teniendo en cuenta que hay que bajarlo hasta casi 150K. Ya poco me importaba. Estaba dispuesta a ir hasta el final del mundo con él a esas alturas… Dependía de si aceptaba el hielo de buen grado o si paraba lo que pasase a continuación.

Para darle algo de ánimos y ayudarle a escoger la mejor opción, la mano que acababa de soltar el chupito, empezó a trepar por su pierna en una caricia sobre su pantalón que se detuvo milímetros antes de su ingle. Confiaba que eso, junto a la imagen de estar frente a él con un hielo de alcohol en la boca fuese suficiente para que le diese igual todo lo demás.

- Mantén los ojos cerrados.

La frase en sí ya era una promesa de lo que estaba por venir. Todo su cuerpo vibró por la expectación al notar la calidez del aliento de la mujer junto a su boca. Adelantó la cabeza, buscando por instinto sus labios, pero ella ya se había apartado, dejándole tan perdido como un viajero extraviado en el desierto en busca de un oasis. Sin embargo, su confusión duró poco, pues casi al momento sintió como su boca capturaba la suya en una indescriptible amalgama de sensaciones como nunca antes había experimentado. El inesperado contacto con el hielo le generó un escalofrío que se mezcló con el ardor de notar la mano femenina tan cerca de su entrepierna, actuando como un resorte automático para la tensión ya incipiente bajo su pantalón, volviéndola tan claramente evidente que habría sido difícil de ignorar.

La enérgica embocadura de la absenta se mezclaba con el azúcar y el hielo, inundando su boca con una mixtura de sabores dulces con regusto amargo, afrutados pero con un toque dominante a anís y a otras hierbas de sabor intenso. El hielo, de un vibrante color verde brillante, comenzó a derretirse en una vaharada de vapores de colores metalizados ante el calor de sus respectivas lenguas, liberando embriagadores perfumes a eucalipto y menta, nublándole los sentidos a la par que la razón al cantante. Un intenso jadeo escapó de sus labios, quedando ahogado por la presión de la boca de ella.

Aidan no notó el momento en el que su cuerpo se deslizó hacia atrás hasta quedar tendido en el amplio y cómodo sofá del reservado. Tenía las mejillas arreboladas a causa de la excitación, y, cuando finalmente se separaron y pudo volver a mirarla a los ojos, resultaba bastante evidente que Sasha había conseguido derrotarlo por completo. En aquellos momentos, el hombre estaba totalmente a su merced, y parecía dispuesto a hacer cualquier cosa que ella le pidiera.

- Joder... Sasha... -musitó trabajosamente mientras se esforzaba por recuperar la respiración, apartando un mechón de pelo de su cara mientras la miraba con profunda admiración-. Es el mejor beso que me han dado en mi vida... Y la absenta más jodidamente deliciosa que he tomado nunca... No sé cómo lo has hecho, pero eres increíble... Jodidamente increíble... -se inclinó hacia adelante para depositar ardientes besos en su cuello-. No hace falta que me digas qué eres si no quieres... No me importa...

Aidan nunca había conocido a un mutante o a alguien con capacidades especiales, pero era cierto que no le importaba. Él jamás había discriminado a nadie por su aspecto, creencias, orientación sexual o cualquier otra característica. El heavy era, por naturaleza, rebelde contra el sistema y, por tanto, tolerante con todos mientras se respetaran los derechos humanos básicos.

- Para mí eres perfecta... jodidamente perfecta... -la sujetó por la mandíbula para volver a besarla de nuevo. Estaba tan excitado que no sabía cuánto más iba a poder aguantar-. Hey... has ganado... y, según la apuesta que hicimos antes de entrar, ahora me toca permitirte explorar mis tatuajes... -se volvió a inclinar hacia ella para susurrarle al oído, en un tono ronco y sensual-: Soy todo tuyo, preciosa... Soy tu esclavo para hacer lo que quieras, dónde y cómo quieras, tal como te prometí -dirigió una mirada intencionada a la vulnerable cortina que les separaba del resto del local-. Aquí podrían descubrirnos en cualquier momento... ¿Quieres que sigamos aquí o quieres ir a otro sitio? Porque pienso dedicar todo lo que queda de noche a demostrarte lo maravillosa que eres...

Por primera vez, desde hacía tiempo, disfrutaba de verdad. Ese juego sucio en el que parecía que todo estaba permitido, el ambiente, el calor corporal, los gestos involuntarios de ambos… Perderme en su hechizo había sido una experiencia maravillosa, pero ahora le tocaba a él… Tuve una sensación de poder que no tenía nada que ver con mis capacidades. Me sentí como una leona jugando con la presa una vez ya estaba malherida… Lo único que quedaba era, en cualquier momento… dar el bocado adecuado.

Me alejé de él con suma paciencia, disfrutando cómo se arqueaba mi espalda para distanciarme de él, milímetro a milímetro. Le miré entrecerrando los ojos y con una sonrisa de satisfacción plena sobre mis labios. Limpié con la punta de mi lengua parte de la absenta que había caído por mi comisura y alcé una ceja, como esperando su respuesta.

Me costaba creerme sus palabras. Dudaba mucho de ser la mejor experiencia de alguien con rodaje y tanto éxito, pero me gustaba la idea de que me necesitase tanto como para decírmelo y mantenerme cerca de él. Me abracé a su cuerpo cuando empezó a besarme el cuello siendo incapaz de contener un jadeo rasgado mezclado con una sonrisa. Tal vez… para ser la primera vez que hacía algo así, sería mejor dejarlo estar. Quizá no convenía que supiese lo que era mientras le siguiese importando una mierda. Y así fue, dejé que el silencio hablase por mi.

Con el segundo beso mi cuerpo se acercó por inercia contra el suyo y mi mano fue directa a su nuca para buscar atraerle hacia mí todo lo posible. Sus besos eran un regalo de los dioses… Tenían esa suavidad mágica mezclada a la perfección con un salvajismo visceral que poco tenía que envidiar a una caza selvática… Cuando abrí los ojos volví a sonreírle, reconociéndome ganadora de la apuesta con orgullo. Y joder… qué bien sonaba mi nombre cada vez que salía de su boca.

Sin embargo esa entereza me duró poco. Antes de poder reaccionar al recordatorio de sus tatuajes ya volvía a tener esa voz ronca sobre mi oído, notando contra mi oreja el aliento cálido de esos susurros que me hacían corruptible por completo…
Me mordí el labio tan fuerte que casi me lo arranqué y le miré a los ojos como dicha leona hambrienta, sosteniendo su mentón entre dos dedos. -Así que… eres mío…- no me lo podía creer. ¿Cuántas posibilidades había de que de todo el público se fuese conmigo y ahora le tuviese a mi entera disposición? Una orden… y él la cumpliría. -Lo que yo quiera…- mascullé haciéndole levantar el rostro hacia el techo mientras mi lengua escalaba con mucha calma desde el margen de su camiseta por todo su cuello, enfriando levemente la lengua para ponerle la carne de gallina.

Joder, estaba sobreestimulada. Este tío era increíble, su aura, su química, la personalidad, la voz, esa bestialidad… Por un instante, la opción de seguir ahí, solo por no tener que esperar más, cruzó mi mente como algo brillante. Llevaba preparada para que le arrancase la ropa desde hacía un buen rato, y yo nunca estuve hecha para esperar. -Demuéstramelo mientras te prendes conmigo Aidan… Quiero que no pienses, que hagas lo que el pecho y tus tripas te ordenen que hagas… Piérdete conmigo Aidan… Llévame donde quieras, pero que sea donde no puedan oírme gritar tu nombre- Y me levanté, arrastrando las uñas con suavidad desde su pecho hasta su barbilla justo antes de separarme.

Apenas controlaba mi respiración y tenía la boca entreabierta hasta que sonreí para ofrecerle mi mano como ayuda para levantarse. Y no me había dado cuenta hasta entonces, que me delaté con una carcajada breve -Creo que deberíamos pasar por el baño…- Mi pintalabios descansaba en la mitad de mi cara, en su boca, en parte de su cuello…

Así que después de limpiarnos, le cogí de la mano y le saqué del local, agradeciendo el frío del invierno parisino sobre mi piel, disfrutando de no tener que abrigarme para aprovechar que esa temperatura me despejase un poco, reconduciendo la sangre de mi cuerpo al cerebro. De hecho, ni siquiera me puse la chupa al salir del local sino que permanecí en tirantes todo el trayecto. -El único problema que tengo es que me estoy quedando en casa de un amigo y no tengo piso aquí… Pero seguro que aquí cerca hay algún- Pero Aidan empezó a tirar de mi mano con un destino claro en mente. ¿Un buen hotel? ¿Un piso? ¿La furgoneta del grupo? La verdad es que me daba igual. Con estar a solas con ese dios en la tierra me conformaba… -Maldito Aidan… estás mal de la cabeza- Contradecía el mensaje el baño de ilusión y nervios de mis palabras.

Caminamos no mucho tiempo pero en comparación a cómo se me había pasado el tiempo con él debajo de mí, se me hizo eterno. Con cada respiración acelerada, mezcla de la caminata y la excitación se liberaba de mi boca una densa nubecita de vaho blanco que iban quedando atrás según avanzaba a un destino que me desconcertó bastante.

Llegamos a la puerta trasera del cementerio en menos de lo esperado. Había que saltarla pero era fácil por la estructura de las barras horizontales de forja de la puerta. Aidan de hecho empezó a saltar antes de asumir dónde estábamos. -Eh… de verdad, de verdad, que puedo pagar un hotel- comenté con sorna mientras veía cómo caía al otro lado. Estaba dispuesta a ir hasta el hellheim si me lo pedía, pero dispuestos a elegir... -Confía en mí, Spitfire… Lo que queda en la tierra es para los vivos- Y me hizo un gesto con la cabeza, llamándome mientras se formaba una sonrisa de medio lado que…

Que caí al otro lado con bastante ligereza. En comparación al entrenamiento del circo, ese salto era como como una valla de seguridad para perros para mí. Hace tiempo no hubiese hecho algo así, siempre le he tenido un respeto a los muertos muy presente… Pero desde que sé que existen otros mundos, que las almas viajan y lo único que se queda bajo tierra es lo que no importa… Todo había perdido significado. Así que agradecí su mano de buen gusto y me dejé llevar.  

Llegamos junto a una puerta metálica que parecía un armario o una sala de mantenimiento, y llamó con tres colpes secos. -Oui?- Se escuchó una voz grave al otro lado -Os vivants- Pronunció Aidan antes de que la puerta se abriese y se giró con un guiño en los ojos. Una parte de mí sentía rabia… Casi podía ver cómo recuperaba su poder… aunque nada hacía que olvidase que había reconocido ser mi esclavo y eso no iba a cambiar por nada. -No te me vengas arriba, jilguero…Sigues siendo mío- Sonreí apretando su mano, siendo guiada por unos fríos pasillos de piedra que bajaban por unas escaleras cada vez más y más. No hacía falta ser muy listo para saber dónde me llevaba. Lo que no sabía… era para qué y por qué a ese sitio. Hasta que empecé a escuchar bullicio y una música que salía de las catacumbas.




-¡¡¡NO ME JODAS!!!- dije sonriendo, fascinada ante la imagen que acababa de encontrar. Hacían raves clandestinas en las catacumbas de paris, y ahora, por lo visto, estaba en una de ellas. Permanecí boquiabierta durante unos segundos hasta que Aidan me puso en movimiento. Había altavoces por todos los rincones, habían colgado luces de colores con unas bridas e incluso tenían repartidas las zonas. Después de pasar un par de salas donde parecía estar la gente más relajada, Había una parte más amplia donde había un hombre vendiendo alcohol de supermercado y hielos sobre una mesa plegable, un grupo de chavales descansando en una esquina y un marco de piedra más grande, del que salía la música más potente y los gritos de la gente. No se veía más allá que cabeza tras cabeza humana. Juraría que incluso habían llevado máquina de humo.


Me quedé atónita, con media sonrisa de lado, buscando la mirada del irlandés para hacer palpable mi confusión. -¿Pero qué…?- sin embargo se podía leer perfectamente que estaba disfrutando como nadie. Este chico estaba lleno de sorpresas...

Sabía que él mismo se había entregado a ella, pero escucharlo de aquellos carnosos y sensuales labios mientras la mujer más exuberante que había conocido en su vida le sujetaba el mentón entre sus dedos para obligarle a mirarla a los ojos le resultó particularmente excitante. Por lo general, estaba acostumbrado a llevar el rol dominante en la cama, por lo que normalmente no solía ceder el control de aquella manera.

-Lo que yo quiera…

El cantante no sabía qué le excitó más; si aquellas cuatro palabras llenas de promesas no pronunciadas o la manera en la que ella le recorrió el cuello con la lengua haciendo que cada poro de su piel se erizase ante su contacto, provocándole un escalofrío que hizo conexión directa con la presión de su entrepierna. Dejó escapar un jadeo ahogado mientras sus manos recorrían sus muslos hasta llegar a sus caderas, cerrando los ojos y dejándose llevar por aquella sensación maravillosa.

- Demuéstramelo mientras te prendes conmigo Aidan… Quiero que no pienses, que hagas lo que el pecho y tus tripas te ordenen que hagas… Piérdete conmigo Aidan… Llévame donde quieras, pero que sea donde no puedan oírme gritar tu nombre -dijo, mientras recorría su pecho con las uñas hasta llegar a la barbilla, provocándole un nuevo escalofrío de placer contenido, pero justo cuando se inclinaba para volver a besarla, ella se separó de él, dejándole con la sensación del sediento al que le retiran el agua de entre los labios agrietados justo después de haberla probado.

Por fortuna, no parecía el único afectado. Su mirada se perdió en el delicioso rubor de sus mejillas, en la manera en la que su pecho subía y bajaba a causa de la respiración agitada y en aquella boca entreabierta que parecía estar gritando su nombre... Extendió su mano para acariciar aquella mejilla sonrosada, notando el agradable calor que desprendía su piel mientras le apartaba un mechón de cabello del rostro para admirar su belleza.

La idea de pasar por el baño a arreglarse sonaba bien... al menos en teoría, porque la realidad fue que, nada más llegar al punto en donde deberían haberse dividido, Aidan no pudo evitar besarla de nuevo y, al final, terminaron irrumpiendo en el baño de señoras envueltos en un abrazo apasionado del que no podían desligarse. Aidan tanteó con una mano hasta encontrar el pestillo y lo echó para asegurarse de que nadie les interrumpía y después la sujetó con ambos brazos y la alzó hasta sentarla sobre la encimera del lavabo, separando sus piernas. Sin dejar de besarla ni un sólo segundo recorrió con sus manos la parte interior de sus muslos hasta alcanzar la parte más privada, y sus dedos comenzaron a acariciar la rugosa tela de los vaqueros, notando el calor que se desprendía de allí incluso a pesar de la consistencia de la prenda.

- Joder... si no fuera por éstos vaqueros... -insinuó, sugerente, antes de recorrer a besos su mandíbula hasta morderle el lóbulo de la oreja-. Pero me has pedido que te lleve a un sitio donde no puedan oírte gritar... -una maliciosa sonrisa se dibujó en su atractivo rostro-. Y resulta que conozco el sitio perfecto...

La ayudó a bajar y se lavó la cara y el cuello para quitar los restos del carmín antes de aceptar su mano y salir al exterior. Él no poseía los poderes de regulación de temperatura de la mutante, pero tampoco le hizo falta ponerse la chupa. El frío del exterior le resultó revitalizante al contrastar con el increíble calor que recorría todo su cuerpo. Se sentía tan vivo que tenía deseos de gritar, pero en lugar de eso, comenzó a tirar de ella hacia el cementerio de Pére Lachaise que se encontraba a cinco minutos de allí.

Conocía el cementerio porque allí se encontraba la tumba de Jim Morrison, pero no era la única razón por la que era conocido en los círculos en los que el cantante se movía... Y Sasha estaba a punto de averiguarlo.

-  Eh… de verdad, de verdad, que puedo pagar un hotel.

Se rió, mirándola a través de la reja, y, aferrándose a los barrotes que aún les separaban le dirigió una mirada retadora.

- Hey... Hemos dicho que por ésta noche soy tu esclavo... y que debía hacer lo que me ordenaras... Y me has pedido que te llevara a un lugar donde poder perderte conmigo. No te estarás echando atrás... ¿verdad? -otra vez aquella sonrisa de chico malo y el brillo divertido en sus ojos azules-. Confía en mí, Spitfire… Lo que queda en la tierra es para los vivos.

El mote le vino sobre la marcha, y resultaba sencillo imaginar por qué. No lo pensó más. Resultaba adecuado... natural. Era perfecto para ella.

La chica saltó con una agilidad que no le sorprendió después de saber que había sido entrenada en un circo. Había empezado a chispear, y las gotas de lluvia parecían querer cortarles la cara con la ayuda del viento. El camposanto era precioso, con la imaginería gótica tan típica de los cementerios europeos, pero de noche lo envolvía un halo particularmente inquietante que no hizo vacilar al cantante ni un ápice. En cuestión de minutos estaban frente a la puerta que les granjearía la entrada a las famosas catacumbas de París, lugar al que accedieron tras entregar la contraseña. Aidan observó divertido el gesto de sorpresa de la mujer, que rápidamente se recompuso al ver su expresión.

-No te me vengas arriba, jilguero… Sigues siendo mío.

Aidan se echó a reír, una risa fresca y desenfadada, antes de corresponder a su apretón de manos y susurrarle al oído:

- No se me ocurriría soñar lo contrario, Spitfire... Quiero quemarme en tu fuego -musitó antes de recorrer lentamente con un dedo su columna vertebral, deteniéndose en la base de su cintura para guiarla en la dirección correcta...

Iniciaron el descenso a paso rápido siguiendo un largo, angosto, húmedo, silencioso y oscuro túnel. Algunos tramos estaban parcialmente inundados, por lo que tuvieron que que sortear el agua saltando cuidadosamente de piedra en piedra resbaladiza, mas pronto el túnel se inundó del todo y no tuvieron más remedio que mojarse los pies. Iban equipados con un mapa que indicaba el camino a seguir y una linterna que les proporcionó el vigilante de la entrada; las paredes se iluminaban a su paso, revelando cada hueco y cada recoveco, cada piedra que parecía diferente y cada inscripción en la pared. El suelo estaba cubierto por cada vez más agua, 10, 20, 30 centímetros de helada y estancada agua que se filtraba a través de las alcantarillas que les observaban pasar de vez en cuando al final de un inquietante túnel vertical. Sus pisadas eran fuertes y seguras para evitar resbalones, con lo que desplazaban una gran cantidad de agua mientras se escapaban ruidos sordos.

Las paredes parecían temblar con las vibraciones de la música electrónica que se estaba desarrollando más abajo. La música era moderna, pero a la vez tribal y salvaje, infundiendo sus cuerpos con una sensación de liberación total. Era... catártico. Había gente haciendo malabares con antorchas de fuego y luces de todos los colores inundaban las diferentes salas haciendo completamente imposible que nadie pudiera reconocerles. Graffitis de todo tipo decoraban las paredes y la música sonaba tan alto que, aunque hubiera querido, no habría podido darle a Sasha la explicación que su expresión demandaba. En lugar de eso, simplemente la cogió de las manos y la invitó a bailar y a perderse, permitiendo que la adrenalina se apoderara de él, anulando su capacidad para pensar y razonar, olvidando por completo todos los problemas, todas las preocupaciones...

Estaban allí, en aquél lugar de muerte, para celebrar la vida. Y así lo hicieron. Fue como si, al descender a las profundidades de París no sólo lo hicieron con sus cuerpos, sino que también sus mentes descendieron hasta alcanzar diferentes estados de consciencia. En un momento dado, el cantante cogió a su compañera de la mano y tiró de ella, arrastrándola hacia uno de los innumerables pasadizos que partían de aquella inmensa sala. La sensación de indefensión era total, al saberse en el corazón de uno de los laberintos más grandes de Europa, donde cada pocos metros aparecían túneles diferentes que se perdían en la oscuridad haciéndoles preguntarse qué habría ahí, a dónde llevaría...

Pero no importaba... La música seguía sonando a través de aquellos potentes altavoces, y mientras continuara retumbando entre las paredes podrían seguirla de vuelta... Caminaron por las catacumbas durante bastante rato, con el ritmo acelerado por la adrenalina y el alcohol que habían consumido hasta que la luz de la linterna alumbró una inscripción grabada en azulejos que decía así: "In girum imus nocte et consumimur igni".

- "Vamos dando vueltas en la noche y somos devorados por el fuego" -tradujo el irlandés dirigiéndole a la mujer que le acompañaba una mirada ardiente-. ¿Tú que crees, Spitfire? -susurró junto a su cuello-. ¿Crees que corro peligro de ser devorado por el fuego? -inquirió, con una mirada pícara.

Sus labios se acercaron más a los de ella, y, durante un instante, pareció que iba a besarla de nuevo, pero entonces, un fuerte sonido se impuso al latir fogoso de sus corazones. Quietos y en silencio, se volvieron hacia el túnel por el que se acercaba el ruido, que cada vez estaba más y más cerca, hasta que, al fin, vieron una luz acercarse, y, con ella, un chico de unos 20 años con un potente foco sacado de una lámpara antigua de gas vestido con sombrero y botas de agua que llevaba colgado del cuello un equipo de sonido que en nada tenía que envidiarle a los altavoces de una discoteca. Iba a paso tranquilo, como si no estuviera paseando de noche y completamente solo en aquellos túneles laberínticos, oscuros y macabros. Con completa calma les saludó en francés y prosiguió su marcha, perdiéndose tras ellos en la oscuridad de los pasadizos.

Aidan y Sasha se miraron, rompieron a reír como adolescentes ebrios de vida, se cogieron de las manos y prosiguieron su andadura hasta que, finalmente, fueron a desembocar en una gran sala de unos 40 ó 50 metros cuadrados donde el suelo era de fina arena, como la de una playa.


Alrededor de la estancia habían tallado bancos de piedra en donde habían dispuestas, a intervalos regulares, pequeñas velas encendidas que iluminaban un hermoso mural que llenaba toda la estancia con una inmensa ola que intentaba emular el arte de Katsushika Hokusai, el famoso pintor japonés del siglo XIX, y que era exactamente igual que la que la mutante tenía tatuada en el hombro.

Aidan se quedó petrificado durante varios instantes, observando la bella obra de arte antes de volverse hacia su acompañante y acariciarle suavemente el tatuaje desde atrás.

- ¿Crees que ha sido casualidad? ¿Aparecer justo aquí? -susurró, depositando un beso en su hombro y otro en la base de su cuello, apartándole el cabello.

Sintiéndose eufórico, se quitó los zapatos y los calcetines mojados, disfrutando de la sensación de la arena fresca entre sus dedos. Aquél lugar era... No tenía palabras para describir cómo se sentía.

- Es como ese libro... “Crónica del pájaro que da cuerda al mundo” de Haruki Murakami -musitó, mirándola de nuevo-. El protagonista desciende regularmente al fondo de un pozo para, simplemente, reflexionar -mientras hablaba, avanzó hacia la primera de las velas y la sopló, apagándola-. Me parecía soberbia la manera en la que narraba cómo sus pensamientos adquirían una forma diferente a la habitual, más... densos -pasó de largo la siguiente vela y sopló la que estaba al lado-, y cómo, al estar privado de la vista, todos los demás sentidos parecían sobreestimularse...

De manera metódica, fue apagando una vela de cada dos, hasta reducir la iluminación de la cueva a una semipenumbra mucho más íntima que dejaba entrever lo justo de la pintura del mural para que continuara siendo un regalo para los sentidos. Aidan se quitó entonces la camiseta, dejándola caer al suelo de arena de la cueva. La tenue luz de las velas que quedaban iluminó unos músculos no demasiado prominentes pero bien definidos, relucientes por el sudor. Los tatuajes recubrían por completo su brazo izquierdo en una hermosa enredadera de flores y símbolos celtas en el que se podía apreciar también un uroboros por la parte posterior de su antebrazo. Los nudos se extendían hasta casi alcanzar el hombro, donde se interrumpían tan sólo para continuarse, tímidamente, en la base del cuello en la forma de una única flor aislada del resto.

- Te prometí que te los mostraría... -dijo, mirándola con picardía-. Y también que haría todo cuanto me pidieras... Por ésta noche...

Hacía rato que había dejado de cuestionarme los encantos del Irlandés, de dónde había salido, qué tenía que fuese tan magnético… Lo que fuese que me llamase la atención, aparte de estar tremendo, cantar como un puto dios y tener un rollazo increíble (como si fuese poca cosa), dejó de ser algo en lo que pensar y empezó a ser algo que disfrutar puramente, sin más miramientos ni pensamientos. Todo en él era provocador… Su sonrisa, su mirada, su voz rasgada cuando mi roce le gustaba… Probablemente estaba teniendo uno de los mejores no-polvos de mi vida. Inclusos sus suspiros resultaban inspiradores y me revelaban nuevas formas de provocarle.

Pero ese descontrol, esa entrega… El no querer pensar en nada me hizo bajar la guardia, cosa que disfruté cuando le noté de nuevo en mis labios en las puertas de los servicios. Me iba a pegar fuerte con este cabrón… Aún pensando en otra cosa conseguía con un beso que todo me importase una mierda y sólo pensase en quemarle vivo bajo mis caderas.

Le agarré de la nuca cuando me enganchó en ese abrazo, conduciéndome al lavamanos. El roce aún por fuera de los gruesos vaqueros era una bendición de los dioses. Todas mis sensaciones se magnificaban y ese gesto, sencillo y tentador se convirtió en la ambrosía que tanto echaría de menos instantes después. Se me escapó un gemido aún sin dejar de besarnos y enganché su labio inferior entre mis dientes antes de dejar que escapase para hablar. Quise contestar, quise decirle que si aún llevaba los vaqueros era porque él quería. Que por mí como si les prendía fuego, que esos estúpidos pantalones eran la última de mis preocupaciones… pero sólo podía sentirle a él. Ni siquiera recuerdo el baño en sí. Sólo podía olerle, notarle, sentirle… Mi cuerpo empezó a mover la cadera inconscientemente, buscando pegarme a él todo lo posible. Cuando empezó a besarme la mandíbula agarré su mano, apretándola aún más contra la costura de mis jeans. -Hnn…- No eran gemidos de placer. Por muy mañoso que pudiese ser el cantante, la tela era demasiado gruesa como para que pudiese estimularme tanto. Esos quejidos hablaban de otra cosa. De deseo, de expectación, de excitación e impaciencia…

El instante en el que se separó de mí fue horrible. Le dediqué una mirada inconsciente de cabreo y agitación. Me había dado un adelanto de algo para lo que ahora tendría que esperar demasiado, fuese lo que fuese.

Me di la vuelta, utilizando el espejo para terminar de eliminar el labial de mi boca y alrededores. Me arreglé el pelo con los dedos en unos segundos, sin dejar de mirarle en el espejo. Cómo era posible que resultase atractivo incluso limpiándose la cara… -Donde sea que me lleves… hazlo ya- Y le abrí la puerta, dejándole salir primero.

Pero el cementerio sí me pilló por sorpresa. - Confía en mí, Spitfire… Lo que queda en la tierra es para los vivos. - Sonreí de oreja a oreja mientras me ponía en marcha. Spitfire… Me gustaba, poca gente me ponía motes y muchos menos podían permitirse el lujo de ponerme uno que tuviese que ver con mi poder. Me mordí el labio y aterricé al otro lado al tiempo de escuchar la confirmación que puso mi corazón en quinta marcha - Quiero quemarme en tu fuego - Me estremecí sólo con esa frase. Su forma de hablar resultó ser una debilidad mayor de la que me esperaba. Ni siquiera pude contestar. Sólo me dejé guiar por su mano hacia las catacumbas.

El aroma a humedad, el ambiente más cálido y a la vez más frío, la pesadez, los charcos… Todo eran contras, y sin embargo no me importaron una mierda. Lo cierto es que algo muy grave tenía que pasar para que esa noche yo me separase de él. Cuando encendió la linterna mientras chapoteábamos, prendí fuego a mi mano libre para ganar iluminación, con cautela a los ruidos. Sabía de buena mano que los mutantes estaban peor vistos aún en Europa. Así que una vez nos habíamos ubicado, apagué de nuevo y me dejé sorprender.
Su mano inició otra invitación, la de bailar con él, a la que no pude resistirme. Sólo por ver cómo el brillo de los malabares de fuego y de las luces instaladas bailaba sobre su cuerpo mientras se movía merecía la pena. Me quedé contemplando unos segundos antes de reaccionar también y ponerme a bailar con él, entregada al momento, a la música, a nosotros… A la vida en ese instante congelado en el tiempo.

Disfruté como si de verdad mi vida no fuese una mierda. Por un minuto se me escarchó la punta de la nariz y los labios, pero desapareció en unos segundos convirtiéndose directamente en humo. Bailaba con los ojos cerrados, sintiendo mi cuerpo y el suyo, conectando con esa química que nos enlazaba y con la suerte que había hecho que nos encontrásemos. Le miré, con una expresión que estaba muy lejos y a la vez muy presente, como si estuviese viendo algo más en el rostro de Aidan. Me acerqué a él, resbalando los dedos desde su pelo a su cuello hasta agarrarle por la nuca y volver a besarle, esta vez con muchísima suavidad, con un mensaje diferente. Ese beso evocaba la misma pasión pero llevaba un ligero barniz de gratitud y alivio.

Una vez más, su mano me guió en la oscuridad cuando me sacó de allí. Volvimos a las entrañas de los túneles, haciendo que me plantease si sabría salir de allí dentro. Cuando me dictó la frase permanecí quieta un instante. El destino y la suerte la habían tomado conmigo en ese último año, o eso parecía. Pero debía reconocer que esos hijos de puta tenían humor. Cerré los ojos cuando noté el cálido susurro sobre la piel de mi cuello, tratando de respirar hondo. -Creo que si sigues así acabarás ardiendo…- dije concentrando mi paciencia en no soltarle de la mano y luchar por llegar a cualquier sitio cuanto antes.

Al escuchar la música me detuve, contemplando la escena del pintoresco francés que parecía un hombre orquesta del siglo XXI Contuve una risa en el paladar. -Bonne nuit- contesté intentando imitar su acento justo antes de romper a reír compartiendo lo absurdo del momento con él.

Ya poco me importase dónde me llevase con tal de llegar con él. Pero es cierto que si la primera impresión había sido pantanosa, esta era un paraíso comprimido en una pequeña sala bajo el suelo de París. Mi mirada se detuvo especialmente en la ola de Kanagawa. ¿De verdad? ¿Cuántas casualidades más podría…? ¿O acaso ya conocías este sitio y lo has planeado todo sobre la marcha…? Entrecerré los ojos. Si hubiese sido a drede tal vez hubiese sido uno de los detalles más bonitos que ningún amante hubiese tenido conmigo.

El tacto en sobre mi hombro me sacó del trance. -Me cuesta creerlo, la verdad…- susurré buscando la verdad en su rostro. que no pareció delatar lo que yo buscaba. Le sonreí con sus besos, con cada gesto… hasta que se acomodó, cosa que imité quedando también descalza. Entonces comenzó su ritual apagando intermitentemente las velas. Le observé desde la entrada, aún intentando asimilar el entorno y el sitio donde había sido conducida. Sus palabras me daban ganas de seguirle allá donde fuese. - y cómo, al estar privado de la vista, todos los demás sentidos parecían sobreestimularse… - Cientos de imágenes diferentes y de posibilidades invadieron mi mente con esa declaración de intenciones. Algunas bastante directas, como posturas concretas o detonantes con los que jugar. Otras más sutiles, como el hecho de que, sin visión, percibiría mejor su voz…

Para cuando se quitó la camiseta de espaldas a mí y se dio la vuelta, yo ya estaba frente a él. Esa mirada… Esa jodida mirada…

No iba a esperar mucho más. Nuestro encuentro iba a ser inminente e inevitable, así que decidí darme un último regalo de paciencia. Sonreí, observando su tatuaje mientras lo repasaba con la yema de los dedos, ligeramente cálidos -Qué buen chico… Casi no pareces el hombre que me ha encerrado con él en el baño del bar… - Deslizando los dedos por su nuca, agarré su pelo cerrando el puño y haciendo que inclinase la cabeza al lado contrario, dejando aun más expuesto el tatuaje. Le guié conduciéndole con mi cuerpo, con la mano dominante y otra mano en su espalda que le rozaba con suma suavidad en contraste con la zurda hasta que le senté entre dos velas, una encendida y otra apagada. -Si te sigues portando así de bien va a ser un lujo…- Y con él ya sentado, clavé mis rodillas en el suelo frente a su mirada.

Buscaba en él constantes señales de consentimiento, de aprobación y también de incomodidad. Tenía que leerle muy bien si no quería incomodarle, pasarme de la raya o hacerle daño y me concentré en eso. Por un instante cruel, Plana se cruzó por mi mente en una desagradable comparación. Sí, él podía utilizar los rayos para intensificar el placer, pero… Este juego, esta caza… nunca había sido igual con nadie.

Aproveché su vulnerabilidad y me concentré en el tatuaje para dejar de pensar en eso. Empecé recorriendo con suma calma los nudos celtas, besando uno a uno mientras le liberaba la espalda y el pelo, empezando a acariciar sus muslos, cada vez más cerca de las ingles según descendía por su brazo. -Háblame si hay algo que te perturbe…- Era mi esclavo, haría lo que yo quisiera, pero siempre había que dejar claro que era cosa de dos. Por mucha actitud, rol o juego que hubiese de por medio.

Una vez aclarado, apoyé mi mano en su pecho hasta colocar su espalda contra el frío mural y empecé a recorrer de nuevo su tatuaje, empezando por la flor tímida del cuello pero esta vez dejando besos suaves y tranquilos que abandonaron pronto el camino de tinta y se desviaron a su pecho. Posé un beso sobre su corazón y seguí bajando recorriendo sus abdominales, su costado, el rincón de piel junto a su ombligo… Hasta llegar a su cadera y la ligera curva que describía el inicio de sus ingles.

Me detuve, rozando con la punta de la nariz su piel, ahora estremecida. Sonreí disfrutando de cada una de sus reacciones, las voluntarias y también los pequeños espasmos por los que su cuerpo dejaba escapar el deseo. Pretendiendo que iba a desabrocharle los pantalones deslicé uno de los dedos por dentro de ambos tejidos mientras le besaba la cadera, buscando un roce inesperado bajo su ropa interior.

Con una sonrisa me alejé de él sólo para terminar de desvestirle, dejando la ropa a la altura de sus rodillas y continuar con los besos, las caricias con la lengua y los mordiscos suaves sobre su piel.
-Mi primera orden… es que no te contengas- y empecé a jugar con la lengua justo en la punta. Primero fue con suavidad y algo de cortesía, pero según se endurecía y él reaccionaba, aceleraba y buscaba ese punto de desesperación que tanto deseaba verle de nuevo en su bonita cara.

Pero tranquilo Aidan Doyle… esto no ha hecho más que empezar.

Ella sonrió cuando se quitó la camiseta, y Aidan no pudo menos que pensar que estaba preciosa a la luz de las velas. Sus intensos ojos verdes tenían un brillo especial, mágico, y el tono oscuro de su piel resultaba aún más seductor. Se estremeció de placer cuando las yemas de sus dedos recorrieron las líneas de sus tatuajes dejando un rastro cálido a su paso, como el beso superficial de una llama.

- Qué buen chico… Casi no pareces el hombre que me ha encerrado con él en el baño del bar… -comentó ella, a lo que él respondió con una sonrisita maliciosa.

- Aún no sabes nada de mí, Spitfire... -respondió, retándola con la mirada. En respuesta, ella cerró los dedos en su cabello y tiró con suavidad hacia atrás, dejando expuesta la delicada flor de su cuello, haciéndole jadear de excitación y anticipación-. Joder... Realmente eres un volcán... -musitó cuando le fue guiando hasta quedar sentado en el suelo entre las velas.

- Si te sigues portando así de bien va a ser un lujo…

Aidan no sabía por qué, pero era como si cada gesto, cada roce, cada puñetera frase alimentaran más la llama que había prendido en el patio trasero de La Fleche d'Or. Aquella mujer era la viva personificación del erotismo, y allí erguida sobre él, con las rodillas apoyadas a ambos lados de su cuerpo mientras le sujetaba por la espalda y el pelo, ante los ojos del irlandés era como una diosa ardiente y salvaje. En aquellos momentos no había nada que deseara más que ser devorado por su fuego, el mismo que veía arder en sus intensos ojos y en sus carnosos labios, en cada una de las generosas curvas de su cuerpo y en cada palabra que pronunciaba.

- ¿Quieres que me siga portando bien? -musitó, sintiendo la garganta seca-. ¿Entonces no debería tocarte? Por Dios, déjame tocarte, Spitfire...

Finalmente le liberó, pero en lugar de responder a su pregunta empezó a recorrer los nudos celtas de su brazo con los labios al tiempo que sus manos acariciaban sus muslos, acercándose cada vez más al lugar donde más ansiaba sentirla.

- Háblame si hay algo que te perturbe…

"Algo que te perturbe..." Una visión fugaz de Muriel cruzó su mente, pero era demasiado tarde... ya no podía parar... Aquél jueguecito que llevaban jugando toda la noche había generado un incendio que arrasaría todo a su paso a menos que lo sofocara en el néctar de sus labios. Estaba demasiado excitado, dolorosamente excitado, algo que sin duda ella percibiría a través del ajustado cuero de sus pantalones.

- Lo único que me perturba es no poder probarte... -musitó, lanzándole una mirada retadora, desafiante. Le había dicho que tenía que ser un buen chico, y no haría nada a menos que ella se lo permitiese.

En respuesta, ella le empujó suavemente hasta dejar su espalda apoyada contra el mural de la pared, empezando a besar la flor de su cuello. Él cerró los ojos; el tacto frío de la piedra tras él contrastaba con la calidez de sus besos y el oscilante ardor de la llama que estaba a su lado. La arena era suave y fría entre sus dedos...

- Sasha... -jadeó cuando sus besos se perdieron del sendero de la tinta para bajar por su pecho. Corazón, abdomen, vientre...

Dejó escapar el aire en un jadeo excitado cuando rozó con la nariz la piel sobreestimulada de su zona más sensible.

- Te gusta torturarme, ¿verdad? -bromeó con la voz entrecortada cuando la vio alejarse y enarcó una ceja, con aire juguetón-. Pero hey, he aceptado ser tu esclavo, así que no voy a quejarme. ¿Quieres que yo...?

Se quedó sin aliento cuando sus dedos comenzaron a maniobrar con la hebilla de su cinturón y la miró directamente a los ojos, con intensidad ardiente, alzando finalmente una mano para acariciar su mejilla y recorrer la línea de sus labios mientras sentía cómo cedía el botón de sus pantalones. El tiempo se detuvo cuando ella descendió sobre él.

-Mi primera orden… es que no te contengas...

Un suspiro entrecortado encontró su camino entre sus labios cuando dejó caer la cabeza hacia atrás, apoyándola contra la piedra. Los efectos de la absenta aún perduraban en su organismo, haciéndole sentir todo de una manera mucho más vívida, nítida y vibrante. Los colores de la ola de Kanagawa eran mucho más brillantes, envolviéndole hasta colmar unos sentidos que de por sí ya estaban saturados mientras se dejaba llevar con total entrega y abandono permitiendo que Sasha creara una canción con su cuerpo, una melodía ascendente y descendente que hablaba de placer, deseo y sensualidad.

- Sasha... -el nombre sonaba como una plegaria entremezclada con gemidos-. Sasha... Oh, Dios... Por favor...

"No te contengas", le había ordenado ella. Cuando ya no pudo aguantar más, la tomó por los hombros y la obligó a alzarse, atrayéndola hacia él para capturar sus labios en un beso apasionado y ardiente mientras sus dedos se clavaban en la abertura posterior de su camiseta, desgarrando varias de las tiras en su precipitación por desnudarla, mordiéndole el labio inferior de una manera que resultó casi dolorosa... justo en el límite entre la intensidad y el placer más absoluto un segundo antes de pasarle la camiseta por la cabeza, dejándola sólo con el sujetador. Abrazándola por la cintura la pegó completamente a su cuerpo, llenándola de besos en el cuello, las clavículas y el espacio entre sus pechos antes de hacer bajar el fino tejido con las manos para liberar sus pezones y atraparlos entre sus labios.

Sosteniéndola aún por la cintura se inclinó sobre ella, obligándola a recostarse hacia atrás sobre la arena, manteniendo uno de sus pezones entre sus dientes mientras jugueteaba con la lengua acariciando y estimulando la rugosa superficie rosada. La mujer podría sentir sin problemas la larga y cálida dureza firmemente apretada contra su vientre mientras le separaba las piernas con las manos, levantando una de ellas para colocarla sobre su hombro. El irlandés terminó finalmente de prestar atención a sus pechos para empezar a descender por su vientre hasta su ombligo, soplando ligeramente sobre la piel estremecida antes de mirarla con una pícara sonrisa en su rostro.

- ¿Qué deseas ahora que haga, Spitfire? -inquirió, con un brillo juguetón en la mirada.

El corazón golpeaba con fuerza y velocidad el pecho de la mutante, era como un martillo incansable que delataba su deseo. Ese hombre era lo mejor que le había pasado en las últimas semanas. No era capaz de recordar nada malo, todo se convertía en neblina sin importancia y finalmente el irlandés volvía a absorber toda su atención.

Su voz, su actitud y esa mirada… Esa intensa mirada que ya la había desnudado mucho antes.

Jugaba con él, disfrutaba de su desesperación, de la entrega…  Joder… Era una puta locura. Estaba a punto de acostarse con tremendo hombre, en unas catacumbas en plena Europa… ¿Qué diantres había pasado? -Joder… suena tan bonito mi nombre cuando te tiembla la voz…- dijo sonriendo con picardía mientras le seguía torturando.

Todo su cuerpo resultaba apetecible, y descubría pequeños nuevos placeres mientras le aprendía. Cómo sus venas se remarcaban a lo largo de su piel según intensificaba el movimiento de la lengua, sus suspiros desesperados, los espasmos musculares y cómo se iba calentando poco a poco… Sonrió, y pensaba seguir pero la movió, volviendo a ponerla junto a él. Este hijo de puta besaba demasiado bien…

Volver a notar el sabor de su boca, con recuerdos del anís, fue una completa bendición. Volvió a pegarse contra él para vivir el instante justo en el que rompía la camiseta y apretaba con fuerza. Notó esa punzada superficial de dolor que hizo que el sistema nervioso se reiniciase y le permitiese sentir el placer de una manera más intensa. Gimió luchando por respirar. Ese tío debía ser un dios…

Se estremeció por completo cuando la pegó a él, notando su sudor, la prisa y cómo sus cuerpos encajaban a la perfección. Le gustaba dominar, era el rol en el que ella se sentía más cómoda, pero cada vez que se entregaba un mínimo era una gozada. Sólo notar esos iris ultramar contra ella ya le preparaba para lo mejor. Le siguió paso a paso, recostándose mientras se arqueaba de placer y se mordía el labio aún más fuerte de lo que lo había hecho él antes. Podía notar su habilidad, la perfección milimétrica para apretar y que hubiese más placer que dolor, cómo el cuerpo se movía en contra de su voluntad dirigiendo las caderas en un roce constante contra él, de arriba a abajo. -Joder Aidan…- No podía más… Llevaban HORAS con ese juego… y hacía rato que había dejado de ser una escapada de diversión y se había convertido en una de necesidad. Pero no por follar, a eso ella le daba igual… Le necesitaba...a él.

Su cabeza bailaba entre la luz de las velas palpitantes, los colores de la pared, el olor de la arena, del cantante, el soplido sobre su piel estremecida… Se dejó llevar por completo en ese cóctel de sensaciones hasta que paró, arrastrando el final de un gemido. - ¿Qué deseas ahora que haga, Spitfire? - …

Una tiene paciencia, temple y presencia… hasta un punto

Se incorporó ligeramente y agarró su barbilla entre dos dedos, haciendo que se inclinase para poder susurrarle al oído con fiereza -Destrózame...- Y volvió a liberarle

-… Haz que no pueda más… Vuélveme loca…- Se estremecía debajo de su cuerpo, estaba al borde del colapso y aún quería llevarlo más lejos. - Quiero que cuando acabemos no quiera que nadie vuelva a tocarme para no ensuciar tus huellas- Le miró a los ojos. Su última mirada de reto y de desesperación… pero la más intensa de todas… - Quiero acordarme de ti durante la próxima semana, que me duela, que tenga que esconder tus marcas..- volvió a apoyar la cabeza contra la fría arena.. -Hazme tuya…. Pero de verdad- y dió un último caderazo hacia la boca milagrosa del hombre, conteniendo las ganas de hundirle la cabeza entre sus piernas y ahogarle en su placer.

Sonrió ante su anhelo, haciendo un travieso gesto de negación con la cabeza.

- No, no... No tan rápido, Spitfire... Me has pedido que te destroce... y tus deseos son órdenes para mí -dijo, agarrando sus muñecas y sujetándolas por encima de su cabeza con una mano contra el suelo mientras la otra se deslizaba con lentitud agónica por su estómago, dirigiéndose hacia el botón de sus vaqueros. Una vez hubo terminado de desnudarla, separó sus piernas y la mutante pudo sentir cómo la punta de su dedo se deslizaba con la levedad del aleteo de una mariposa sobre su punto más sensible, rodeándolo con suavidad sin apenas aplicar presión. Luego, tan fugaz como había aparecido, el contacto desapareció cuando el cantante estiró el brazo libre para coger una de las velas aún encendidas que había junto a la cabeza de la mujer.

- Ok... Ésto normalmente se hace con velas especiales que no queman... Pero he visto cómo enfriabas y calentabas partes de tu cuerpo en el bar. ¿Estoy en lo cierto al suponer que el calor de la vela no te hará daño? -aguardó hasta escuchar su respuesta y se inclinó para susurrar en su oído-. De acuerdo, cielo... Voy a pedirte que enfríes tu cuerpo para mí... ¿Puedes hacerlo?

Una vez notó que la temperatura de su piel descendía, volcó ligeramente la vela sobre Sasha, haciendo que la cera caliente goteara sobre su vientre expuesto.

- ¿Estás bien? -le preguntó antes de continuar, para asegurarse de que no estaba causándole dolor, pero lo cierto era que la diferencia de temperatura entre la cera caliente y la frialdad de su cuerpo estaba creando una sensación increíblemente placentera en su piel, sensación que se reflejaba en su rostro y en los suaves gemidos que brotaban de sus labios, que Aidan absorbía mientras la miraba con un ardor en la mirada que reflejaba la excitación que ella sentía. Gota a gota, fue vertiendo la cera con delicadeza, utilizando su cuerpo como un lienzo para una obra de arte que se experimentaba no sólo a través de los ojos, sino de todos los sentidos.

La cera caliente siseaba brevemente sobre la piel antes de solidificarse, dejando una maravillosa y placentera mordedura sobre la carne tierna de sus pechos un segundo antes de que los labios del cantante depositaran suaves besos sobre la zona previamente estimulada, incrementando las sensaciones cuando, sin previo aviso, volvió a capturar una de aquellas elevaciones rosadas entre sus labios. Aidan sonrió al ver cómo el cuerpo femenino se estremecía bajo el suyo antes de empezar a descender, besando el reguero ardiente que la vela iba dejando en su estómago hasta llegar a su cadera, dibujando espirales y salpicaduras de cera por todo su cuerpo como si fueran tatuajes que brillaban a la luz de las restantes velas.

- Oh, Dios... Te ves tan sexy... -musitó sin aliento-. Eres preciosa, Sasha... Tu cuerpo es una obra de arte...

Cada músculo en el cuerpo de la mutante se tensaba al sentir la momentánea mordedura del fuego sobre muslos, brazos y abdominales. Cuando hubo completado su lienzo, el cantante dejó la vela a un lado y tomó su mandíbula entre sus manos, su pulgar curvándose a lo largo de su garganta.

- Ya puedes calentarte de nuevo, preciosa... -musitó contra sus labios-. Si quieres te ayudo...

Sus besos eran hambrientos y feroces sobre su boca, mientras hacía descender su mano hasta su zona más preciada, deslizándose hacia abajo hasta rozar su abertura. Presionando firmemente su foco de placer, dobló el índice para introducirlo en su interior sin dejar de besarla. Su cuerpo había recuperado ya su temperatura normal, incrementándose lo justo para fundir la cera solidificada y hacer que resbalara sobre su cuerpo hasta la arena del suelo, pero Aidan apenas se dio cuenta, porque ya se sentía como si estuviera ardiendo. Por su parte, el cuerpo de Sasha estaba tan estimulado que no tardó en alcanzar el clímax. Aidan la soltó, permitiéndole recuperar el aliento, pero apenas había empezado a respirar con normalidad cuando sintió la caricia húmeda de su lengua donde antes la habían venerado sus dedos, haciendo que una corriente eléctrica la atravesara mientras el cantante le levantaba las piernas para apoyarlas sobre sus hombros y permitirse así un mejor acceso, ayudándose de vez en cuando con los dedos e intercalando besos en la cara interna de sus muslos. De nuevo el éxtasis la golpeó con la intensidad de la ola que decoraba el muro sobre sus cabezas, pero en ésta ocasión Aidan no le dio lugar a recuperarse; Mientras su cuerpo aún se estremecía con los dulces espasmos del placer más absoluto, la mutante sentiría que su eje de gravedad cambiaba, percibiendo el roce de la fina arena de la cueva entre sus dedos y bajo sus rodillas. Aidan depositó suaves besos a lo largo de su columna y Sasha pudo escuchar perfectamente el característico sonido que hacía el envoltorio de un condón al romperse.

- ¿Estás lista? -preguntó junto a su oído y presionando una mano entre sus omóplatos al tiempo que la otra levantaba sus caderas para facilitarle la entrada. Acto seguido sintió como sus dedos se enterraban entre su pelo, tirando con la fuerza justa para no hacerle daño mientras daba rienda suelta a toda la dolorosa y casi insorportable pasión que se había ido generando en su interior durante las últimas horas, manteniendo el ritmo hasta que la sintió estremecerse entre sus brazos por tercera vez, dejándose ir justo después y derrumbándose a su lado en la arena. Su pecho subía y bajaba con dificultad, tan sobreestimulado que apenas podía respirar.

- Joder, Spitfire... No creo que vaya a poder olvidar ésto en la vida...

No había momento más placentero en la mente de la mutante que el instante que vivía. No era capaz de recordar un instante de mayor complicidad carnal, de arrastre visceral y puro impulso sexual como con Aidan. Ese hombre había hecho que perdiera todos los estribos posibles. Ni siquiera se paró a pensar que si la detenían por hacer lo que estaba haciendo, se joderían todos sus planes. El viaje, la llegada a la MKL…. Seguramente Sieglinde tendría que intervenir por ella de algún modo si es que quería. Y ninguno de los riesgos surcó su mente. Sólo quería más…

Escuchar ese primer “no” hizo que frunciera el ceño con ruego. No podía más… le necesitaba. No era cuestión de ganas sino de puro deseo. Si no podía satisfacerlo le haría retorcerse en el básico impulso de tenerle dentro de ella. Cuando la sostuvo por las muñecas una mirada de reto se clavó en las intensas pupilas del cantante. Le esperaba… pero estaba dispuesta a pelear por conseguirle sin importar lo que tuviese que hacer. Arqueó la espalda de forma instintiva mientras cerraba los ojos y se dejaba arrastrar por el tacto de la mano del irlandés. La excitación era evidente y los temblores se disgregaban por su cuerpo con el mínimo roce piel con piel. Un leve gemido se escapó de entre sus labios.

-¿Estoy en lo cierto al suponer que el calor de la vela no te hará daño?- Sasha buscó su rostro con los ojos grandes como gesto de sorpresa, luego soltó una risa rasgada y se mordió el labio desviando la vista un instante. -Hijo de puta…- suspiró con una sonrisa amplia y relajó su cuerpo, apoyada sobre sus hombros y sus caderas dando vía libre a hacerle lo que quisiera. Estaba tensa, expectante… Estos juegos le volvían loca pero nunca había cruzado un límite como aquel. Sabía que no podría quemarla, pero el cruce de sensaciones con algo tan diferente era algo que jamás había sentido en su piel.

Cerró los ojos concentrada y buscó una sensación leve de frío que pudiese mantener a pesar de estar con la cabeza en otro sitio tan lejano. Las primeras gotas la estremecieron por completo y provocaron que su piel se erizase en casi todo el cuerpo. Frunció de nuevo las cejas cerrando los ojos sin pensar y mordiendo el labio con intensidad mientras intentaba contener los gemidos que poco a poco fueron haciéndose cada vez más reales. -¿Estás bien?- Estaría bien aunque me echases a una hoguera… Sigue…- dijo entre dientes mientras sus caderas se movían involuntariamente buscando de nuevo la salpicadura de la cera.

Las gotas seguian cayendo con fluidez, dibujando en su piel un mapa de placer según se expandían los caminos que al contacto con su piel permanecían sólidos. Pudo notar las cosquillas, el choque de temperatura, la piel bajo las líneas conteniendo el calor… Todo su cuerpo centró la atención a esas sensaciones que se iban dispersando dibujando sinuosos caminos que resbalaban hasta su espalda y sus ingles.

Para cuando el cantante se dio por satisfecho, ella ya estaba sobreestimulada y preparada para cualquier cosa. Había hablado… ¿Qué había dicho? Estaba tan perdida en sus impulsos que no podía contestar. Cuando recibió el permiso para calentarse, así lo hizo desde su boca, aprovechando los increíbles besos que aquel hombre le regalaba. Dudó por un instante sobre la naturaleza de Aidan y un diálogo veloz en su mente resolvió la situación.

“¿Y si es un incubo… ? Que me devore.”

Le recibió con ganas y fiereza, casi con rabia y desesperación.. Aquel hombre había sido una montaña rusa de sensaciones en su pecho y en su bajo vientre y ya no podía parar… No habría forma de detenerles. Notaba los calambrazos, los impulsos y cómo la curva de placer se intensificaba cada vez más. Se estremecía y gemía cada vez más fuerte en la boca del irlandés que no paraba de besarla, hasta que todo su cuerpo se tensó por completo y con un quejido rasgado, se relajó.

Cayó desplomada sobre su espalda respirando con mucha agitación. Todo su cuerpo acompañaba las bocanadas de aire que luchaban por mantenerla consciente después de toda esa locura, el pecho subía y bajaba con violencia y así el resto de su abdomen donde aún había algunos restos de cera. Cerró los ojos, viendo cómo titilaba la luz del exterior tras sus párpados y justo antes de abrir la boca notó su lengua. -¿Qué?- y una bocanada de sorpresa la arrastró hacia sus hombros, notando de nuevo las corrientes de placer subir por todo su cuerpo desde las ingles. -Joder…- se llevó su propia mano a la boca para morderla, luchando por no morir de placer. Apretaba con fuerza mientras fracasaba en el intento de que los gemidos no se convirtieran en gritos.

Este tío… ¿No se cansa? ¿No pide nada? ¿De qué está hecho… y por qué… sabe provocar así?

Con la nueva corriente de clímax desesperado, tensó las piernas, haciendo que el cantante notase la presión de las piernas en su espalda, pero no podía dejar de respirar para pedirle perdón. Aunque a él tampoco pareció importarle, ya que giró su cuerpo por completo y estaba preparado antes de que ella pudiera ser consciente de todo lo que estaba pasando.
Se colocó obediente, con el pecho contra la arena y las caderas alzadas por completo para él. El agarrón de pelo le hizo soltar una sonrisa burlona de puro disfrute. Notar que por fin estaban juntos había sido el telón final para que ella se volviese loca.

Antes de que él pudiese reaccionar, tomó la mano que no estaba tirando de sus mechones grises y la puso contra la arena, obligando al irlandés a apoyarla contra el suelo e inclinarse hacia delante. Ella clavó su mano sobre la de él, inmovilizándole con fuerza y curvando aún más su espalda empezando a moverse con violencia robando en sus últimos esfuerzos la marcha del ritmo. No podía parar y chocaba con violencia grabando en su memoria los quejidos rasgados que se escapaban por la preciosa boca de Aidan. De vez en cuando, se giraba, revelándose contra el tirón de pelo a la fuerza para mirar por encima del hombro cómo disfrutaba de ella por fin y cómo su rostro se perdía en un placer que llevaba cocinándose a fuego lento durante horas.

Con un último calambrazo que se dispersó por todo su cuerpo, colapsó por completo en la arena, dejándose caer a su lado, aún más destruida que él. Su respiración se entrecortaba y tenía la voz ligeramente más grave y disfónica de haber jadeado tanto -Jo..der…Aidan...- dijo por fin cuando pudo hablar, buscando la mirada turquesa y rompiendo a reír con un par de cansadas carcajadas. Cuando vio al hombre tendido y cansado se fijó en el brillo característico del sudor de su piel que perlaba los tatuajes y todo su cuerpo, haciéndolo resplandeciente y aún más bonito que antes. Se concentró, enfrió sus pulmones y le sopló desde la distancia aire frío para ayudarle a recuperar la normalidad. Sonreía, increíblemente satisfecha y relajada. Cuando él respiraba con más calma sostuvo su mandíbula con una mano y le giró el rostro para besarle con más suavidad, disfrutando de otros matices más relajados y confiados que la pasión que acababan de cumplir. Cuando se separó le dedicó una amplia sonrisa -Tal vez… ¿Vestirse sea buena idea?-

Nunca un mote estuvo mejor escogido que el que le había puesto a ella. Pasión misma encarnada en mujer, se mantuvo ardiente y fogosa hasta el final, resistiéndose ante la idea de ceder aunque fuese momentáneamente el control, excitando los más salvajes deseos del irlandés y tornando los últimos momentos de lo que hasta entonces había sido un cuidadoso y detallado proceso de adoración al cuerpo de la otra persona en una vorágine desenfrenada de pasión genuina y atávica que recordaba al lento y sensual desarrollo del bolero de Ravel, con un eterno e intenso preludio que se iba repitiendo una y otra vez, cada vez con un instrumento adicional, generando un crescendo que terminaba en el éxtasis más puro y sublime cuando la orquesta al completo entraba a ejecutar la melodía.

Sí... Mientras se esforzaba por recuperar el aliento en el suelo se dio cuenta de que, posiblemente, había sido una de las mejores composiciones de su vida... y no había sido con su mujer.

La agradable y repentina brisa que ella le dirigió le distrajo de aquellos pensamientos, devolviéndole al momento presente. Cerró los ojos y sonrió, agradecido. El ambiente en la reducida cueva llena de velas se había vuelto bastante sofocante después de la intensa experiencia de pasión compartida.

- Gracias -dijo, apretándole levemente la mano en gesto de confianza e intimidad-. Será mucho más agradable no tener que llevar la ropa mojada hasta el hotel...

...donde sus caminos se separarían.

Ella le tomó la mandíbula con suavidad para regalarle un beso que él sabía que tendría que ser el último... y como tal, se tomó su tiempo para disfrutarlo y guardar a aquella increíble mujer en su recuerdo, aunque sabía que no haría falta mucho para que aquella experiencia quedara grabada a fuego en su memoria.  

En silencio, se vistieron. Ya era muy tarde, estaban exhaustos y lo único que deseaba ya el cantante era una buena ducha y una ración de sueño reparador, así que la tomó de la mano, sabedor de que, cuando sus dedos se desenlazaran, la perdería para siempre. No podía ser de otro modo; Amaba a Múriel, y amaba aún más a su hijo. Aquello había sido... una concesión que se había hecho para compensar el hecho de haber vendido su alma, sabedor de que, una vez muriera, acabaría en el infierno y que por tanto más le valía aprovechar cualquier oportunidad que le surgiera para disfrutar de los placeres que le serían arrebatados por toda la eternidad. Sin embargo, y aunque no se arrepentía en lo más mínimo de lo vivido aquella increíble noche, se daba cuenta ahora de que no sería capaz de seguir manteniendo aquello en el tiempo ni de continuar incidiendo en actitudes y comportamientos que podían hacer daño a su familia.

Tampoco creía que Sasha esperara otra cosa. Cada uno de ellos tenía sus deberes y sus obligaciones. Aquella noche había sido lo que había sido; dos miradas que se habían encontrado entre un sinfín de rostros, unas copas de más y un abandono sin pensar. Ahora el sueño había terminado y llegaba el momento de despertar, pero ninguno de los dos podría nunca describir con palabras lo que habían vivido.

- Bueno... Spitfire... Llega el momento de despedirse -dijo, besándola dulcemente en la mejilla mientras le acariciaba suavemente la otra con la mano. Al retirarse, la miró a los ojos-. Ha sido una de las mejores noches de mi vida... Gracias por todo.

Sin más, los dos se despidieron, sus manos se separaron. El sol empezaba a salir en el horizonte, y, con él, cada uno regresó a su vida, como si aquella noche no hubiera sido más que un sueño... Increíble y mágico, pero sueño al fin y al cabo.