El Kybalión escondido.[16 de Noviembre del 2018]

Disponía de un tiempo limitado para visitar los entresijos de la mansión, y ya había tomado un día de asueto viendo Broadway. El último de mis planes habría sido salir dos días seguidos, pero era cierto que aunque podíamos presentarnos donde fuera necesario en cualquier rincón del mundo haciendo uso de la magia, nuestras responsabilidades y el gran número de nuevos alumnos, de desapariciones, y de problemas de adaptación derivados de todo lo que había causado la colisión nos hacía imposible realizar salidas tanto como querríamos. Habíamos decidido economizar el tiempo lo más posible para que fuera rentable. Hasta las traslaciones mágicas de pocos minutos tenían objetivos secundarios que eran calculados y previstos a priori. Por eso al recibir esa mañana la lista en la PDA cerré los ojos, eché la cabeza hacia atrás y dejé escapar un gemido de hastío. Si me la hubieran enviado la tarde anterior, seguro que podría haberlo coordinado con mi salida por Broadway. Me pasé la mañana organizando los diferentes puntos de destino a los que necesitaba acudir, comprobando el precio de todos los objetos que mi equipo quería o necesitaba adquirir que se encontraban en pequeñas tiendas, callejones poco iluminados, mercados negros o sótanos ilegales. Algunas sería imposible llevarlas a cabo por distancia, así que concentré mi atención elaborando una planificación exhaustiva. Donde se concentraba el área con mayor cantidad de objetos, y también donde podía encontrar los más prioritarios. Tras valorar los datos, encontré mis objetivos.

En ese momento estaba delante del cuarto lugar. Llevaba un traje chaqueta gris oscuro, de raya diplomática, una camisa blanca, y a mi cuello un pañuelo elegante de color rojo. Sobre ello, un abrigo negro a media pierna. Me había marchado de la mansión en su coche alquilado, lo había aparcado en un parking de pago, había sacado dinero y me había dispuesto a encontrar lo que me habían encargado. El set de herramientas de medicina orgonal fue sencillo de conseguir, teniendo en cuenta que el comprador iba sobre aviso y se trataba de una simple recogida. Encontré los dos cuadros de los esposos Arquilaes en un anticuario, y bajo las instrucciones de Rotschrek, los envolvió cara a cara, y los deposité en vertical en el asiento trasero del coche, antes de recoger las 20 barajas de tarot personalizadas que habían encargado al finalizar el curso anterior las del club aquelarre.

Ahora observaba la inmensa planta llena de libros apilados, grimorios gastados, ensayos sin tapas, tapas sin paginas, y una enorme cantidad de pergaminos, polvo, apuntes y cintas que sin duda habrían sido lujosas en otro tiempo, pero que en la actualidad se habían apolillado y consumido. Estaba buscando algo muy concreto, un libro de no tanta antigüedad llamado el Kybalión. Lorenzo llevaba años tratando de echar mano a una de las copias originales, y el matrimonio dueño del local le había asegurado que tenían una copia.

Lo que no le habían advertido era que no sabían donde, y tendría que encontrarla por sí misma.

- Ki, Ki, Ki, Ki.- murmuraba por lo bajo paseando mis ojos azules por los estantes. - ¿Qué tipo de orden es este? Ni es alfabético, ni numérico. Esto es un despropósito. - me di la vuelta, tratando de encontrar el último estante en el que había encontrado una copia moderna. no era tan ilógico pensar que las copias podrían estar cerca unas de otras, aunque estaba claro que esa sección estaba bastante mas descuidada que el resto de la librería.

Volví a repasar el último instante. Una copia del Kibalión moderna. El resto de cosas eran otros libros catalogados o bien por temática similar o por la sílaba. Aquello era como tratar de encontrar algo en una cabeza con afasia. Tanto si sonaba parecido como si eran los conceptos los que eran similares todos iban en el mismo estante. Pero entonces, el hecho de que la copia antigua no apareciera por esa zona carecía de sentido. Lo único que se me ocurría era la posibilidad de que lo hubieran vendido, de que su capacidad de inventariado estuviese acorde a su capacidad organizativa presentada en los estantes, y que no hubieran sido capaces de darse cuenta de que ese modelo ya no estaba disponible. Fruncí el ceño con levedad, algo que que se tradujo en el rostro ilusorio que llevaba encima. Cuando no tenía que mantener una imagen que no estuviera acorde, la ilusión solía adaptarse de manera automática a mis expresiones traduciendo el verdadero estado de mi rostro. Avancé un poco más por el pasillo, hasta el estante de al lado, y entonces, localicé la silueta de una mujer en el suelo.

En un primer momento no la había visto, pero en cuanto mi mirada la encontró, su aspecto me resultó fascinante. Estaba acuclillada sobre el suelo, rodeada de libros que formaban pequeñas pilas a su alrededor. La tenue iluminación le daba un aspecto cálido y mortecino a su piel pálida, y hacía destacar su melena rubia y el vestido rojo, extendido con la "casual" precisión con que un fotógrafo recoloca las colas de las novias en las fotos tras la ceremonia. Sus ojos eran penetrantes,sus orejas afiladas, y las extremidades que extendió dotadas de una figura y elegancia que percibí cuando alzó los libros hacia mi, como si fueran tan livianos como una pluma. Pero su rostro no dejaba ver nada mas que una enigmática sonrisa. Pestañeé un par de veces, procurando mantener una expresión cordial controlada a juego con la de ella, impidiendo así que se transmitiera un leve sonrojo que ignoraba en las mejillas. Sentí un escalofrío.

Era como ser la primera persona del mundo en contemplar una obra recién descubierta del Art Noveau.

Lorenzo solía comentar esa sensación muchas veces. Decía que ante ciertas personas, uno tenía sensaciones que trascendían lo comprensible. Decía que, prestando atención, se podían detectar los seres sobrenaturales por esa imperturbable belleza propia de ellos. Tenía razón. Jamás había visto una antes, pero sin lugar a dudas, debía tratarse de una elfa real.

En silencio, alargué las manos hacia los libros que ella me tendía. Paseé mis ojos por las portadas, y encontré entre ellas el manuscrito que buscaba. Permití que la sorpresa que esa situación me había causado se transmitiera a mi rostro. ¿Cómo había sido capaz de saber qué libro estaba buscando? ¿Acaso me había oído hablar de él? No recordaba haberlo dicho.

- Lo ha encontrado. - murmuré, volviendo a mirarla a los ojos. - Se lo agradezco muchísimo. - añadí, ejecutando una sutil reverencia de agradecimiento con la cabeza. Lorenzo decía que para la alta alcurnia faérica, la educación y el respeto mutuo era muy importante. - ¿Acaso quería usted el manuscrito? Si es así, no es necesario que me lo ofrezca. Usted lo encontró primero, si quiere quedárselo, es suyo. - aseveré, tendiéndolo de vuelta en señal de buena fe. Si declinaba la oferta, sabía que le parecía bien que me lo quedara. - Mi nombre es Sieglinde. ¿Puedo saber el suyo? - pregunté, procurando mantener un tono cortés.

Esperé con anticipación la respuesta. Me preguntaba cómo sonaría su voz.

La joven habría hecho las delicias de cualquier fotógrafo profesional. Cualquiera con un poco de talento para localizar los instantes en los que merecía la pena accionar el disparador de la cámara habría sido capaz de percatarse de que cada uno de los gestos que efectuaba contenían una belleza única que se desvanecía y que obligaba a los ojos a regocijarse en esos momentos. Hasta en los gestos más sutiles transmitía esa distinción que había llevado a la alemana a confundirla con una elfa real, que se distinguían entre el resto de una raza exquisita porque tanto sus movimientos como sus modales poseían una nobleza que no podía ser emulada por criatura alguna, por mucho que estuviese educada en el protocolo o la finura.

Su voz estaba perfumada de un suave acento francés, pero tenía a una misma vez la dulzura de la miel, y algo que no supe identificar… como una discreta sugerencia de piel sobre seda. De alguna manera revolvió los nervios en mi estómago, como si algo en mi interior me impulsara a pensar que escucharla era un privilegio que había que ganarse. Así que hice lo único que se me ocurrió para acomodar la conversación, y fué arriesgarme a hablar en el que parecía ser su idioma.

- Encantada, señorita Debonnaire. - un leve asentimiento formal fué todo lo que llevé a cabo por mi parte para corresponder sus palabras. Tenía un modo de expresarse poco casual. - Muchas gracias. Me ha hecho un gran favor. Un buen amigo estaba deseando tenerlo. Se alegrará mucho de saber que ha sido posible encontrarlo, gracias a usted. - expresó en un francés casi perfecto. Hacía tiempo que no lo hablaba, y me había costado un poco utilizar la musicalidad necesaria para hablar ese idioma concreto.
Fué un espectáculo ver cómo se levantaba del suelo. Fué como si de manera repentina la gravedad de la tierra hubiera dejado de afectarla, o su cuerpo no pesase lo más mínimo. El vestido se dejó caer cuando se levantó. Sus movimientos me tenían atrapada. Cualquiera podría pensar que lo único que había hecho la mujer era erguirse. Para quien la miraba, era como ver cerrarse el capullo de una flor roja sobre los dos estambres blancos de sus piernas. Como si eso marcara un extraño anochecer.

- Creo que podría sugerirle algunos si eso es lo que busca. Tengo la suerte de conocer a un hombre muy versado en esas lides, aunque ignoro si hasta aquí habrá llegado alguna de sus publicaciones. - guardé silencio intentando pensar durante un momento, hasta que me dirigí a una de las estanterías, en las que habían marcado de manera descuidada un montón de grimorios como “autores extranjeros” - Podría leer a Brandivino, un joven italiano que durante el siglo XVIII organizó diversas expediciones en las que, según él, encontró todo tipo de criaturas fantásticas. - rebusqué entre los libros, hasta que por casualidad, localicé uno. - ¡Que afortunadas! Aquí tiene un ejemplar del primer recopìlatorio de los diarios de campo de Lesmes de Rocamora. Fué un conocido mago especialista en criaturas. ¿Cree que podría interesarle?- tendí el libro con cuidado hacia la mujer de melena rubia. Se trataba de un códice, una réplica que alguien había hecho tratando de que tanto el papel como las tapas de cuero blando, a las que había atadas una correa que cerraba el libro dando un par de vueltas fueran lo más parecido posible al original. Sabía cómo era porque Lorenzo se lo había enseñado en alguna ocasión. Era uno de esos libros que el español parecía capaz de proteger con su vida.

Su aparición me tenía fascinada por completo. Sentía un deseo irrefrenable de hacerle todas las preguntas que me rondaban la cabeza, pero sabía que no debía hacerlo. Aunque la curiosidad tuviera un importante papel en mi labor, todos estos años me había permitido comprender bastante bien dónde debían fijarse los límites, y aunque para la mayoría mi manera de pensar era rígida y restrictiva, sabía bien que era fácil caer en cosas como el racismo y la falta de respeto. Me había costado mucho comprender los contextos en los que era adecuados hacer depende de qué tipo de preguntas a miembros de las diferentes razas. Había algunas que consideraban las cosas que a nosotros nos parecían corrientes una absoluta falta de respeto, de igual modo, ciertas preguntas les suponían vergüenza o incomodidad, a causa de sucesos del pasado que no querían compartir. Debía actuar con coherencia, así que me limité a tratar de disfrutar cuanto pudiera el momento, y tratar de grabar hasta el último detalle en mi memoria para poder compartirlo con Enzo una vez hubiera vuelto a casa.

- Es usted muy amable, Señorita Debonaire. Se lo agradezco mucho. - volví a agradecérselo. Miré el libro entre mis manos, satisfecha de haberlo encontrado, y percatándome de que en realidad, había sido un día bastante productivo.

Sentí un hormigueo de satisfacción al percatarme de que el libro que yo le había sugerido le había gustado, y cuando lo hojeó con esa calma pausada era como si sus dedos fuesen capaces de leer con acariciar las páginas lo que las cubiertas encerraban en la tinta y el papel. De nuevo, un suave escalofrío. No podía estar segura de si se debía a la temperatura o a ese modo de moverse tan antinatural que hacía que me pusiera en guardia de modo instintivo. Tenía esa especie de alarma sonando en el fondo de mi cabeza, que decía algo así como: "Demasiado hermoso para ser cierto". Muy similar a lo que solían llamar la calma antes de la tempestad. Pero solía tener sensaciones similares de manera constante, así que tampoco eran del todo confiables.

- Lo comprendo. Es una ciudad muy grande, y no es fácil sin tiempo encontrar buenos sitios. Yo tampoco llevo demasiado tiempo en la ciudad, pero me han hecho varias recomendaciones. Si no le importa caminar un poco, podemos dirigirnos a una cafetería que conozco. Está cerca de Central Park. - le sugerí, de nuevo en francés fluido.

Resultaba curioso como al hablar idiomas, algunas palabras venían a mi mente en francés, otras en mi idioma materno, y otras en inglés. Entremezcladas las tres a toda velocidad, buscaba los sinónimos mas oportunos, o la conformación de las frases adecuadas. Pero hablaba con la fluidez propia del estudio y de la práctica.

- Estaría encantada de acompañarla, si le parece bien.- agregué, sumándome al ofrecimiento. Si podía disfrutar aunqeu sólo fueran unos pocos pasos a su lado, tal vez podría surgir una conversación que me ayudara a solucionar algunas de mis dudas, aunque toda ella desprendía un aura de misterio que prometía que en sus silencios quedarían sellados sus secretos, por mucho que la acompañara. Decidí en un arrebato que pocas veces me concedía, que podía dedicar un poco de tiempo para mi misma, y lo que quería hacer era pasar mas tiempo junto a esa mujer de enigmática expresión bañada en ojos dulces como la miel.

- Debemos pasar por caja antes de salir. Creo que está en el piso de arriba. -añadí dispuesta a caminar de nuevo entre las pilas de libros, y dirigiéndome al hombre que en la entrada me había señalado el piso inferior. Sabía que en las tiendas de ese tipo estaban acostumbrados a cierto regateo, pero yo me lo ahorré. Podía haber participado, y al pensarlo a posteriori, quizá en cierto modo traté de "premiar" al hombre por haber atraído a la señorita Debonaire a su establecimiento y que eso me hubiera permitido conocerla. Eran pensamientos extraños, pero que en cierto modo justificaban mis acciones por raro que pudiera sonar. O puede que sólo tuviera ganas de salir para contemplarla mejor en el exterior, y no bajo la luz cálida y tenue de la tienda, que podía haber engañado en cierto modo mis sentidos, creando un aura mas "magica" que la que había en realidad. No tardaría mucho en comprobar que no se trataba de eso para nada.

Ambas pagamos los pequeños tesoros que habíamos encontrado en la tienda. En cierto modo no podía parar de pensar que en un lugar como Nueva York resultaba asombroso poder encontrar un pequeño rincón pintoresco que parecía mas bien sacado de algún pueblo medieval, con libros tan antiguos que hasta los historiadores podían considerarlos reliquias. Salimos al exterior, y me cuidé de mantener una distancia razonable entre ella y yo, no sólo por el hecho de que necesitaba un espacio seguro en el que poder proyectar con seguridad la ilusión que me envolvía, si no también porque me angustiaba la idea de por accidente pudiera pisar alguno de los finos volantes del bello vestido que envolvía a Mallory. Cuando más tiempo pasaba, más segura estaba de que sin duda alguna debía de tratarse de una elfa real. Hasta sus ropajes parecían de una confección sobrehumana, aunque era posible que sólo se tratara del modo en que resaltaba su feminidad y acompañaba sus movimientos con una livianidad imposible. Ante la idea de compararla con otras mujeres que hubiera conocido con maneras similares, me resultaba muy complicado que se me ocurriera alguien en el que la elegancia resultara un atributo con tanta naturalidad.

Comencé a andar y ella me siguió sin cuestionar nada, con un paso tranquilo. Buscaba evitar en la medida de lo posible las calles muy concurridas, por imposible que sonara eso en una ciudad tan abarrotada como era aquella. Entonces la mujer alabó mi acento, y sin darme cuenta un sonrojo se tradujo a mi ilusión imitando el natural. A menudo era capaz de evitar ese tipo de reacciones reflejas, porque tenía que limitarme a proyectar lo que quería. Pero esa mujer me transmitía una calma pacífica que parecía disculpar ese tipo de pequeñas vulnerabilidades que, frente a otras personas, jamás me habría permitido.

- Pensé que le resultaría grato. Viajo a menudo y cuando uno se aleja de su hogar natal, no hay nada como la alegría que da oír la lengua nativa. - expliqué, con total sinceridad. La realidad era que yo misma añoraba la sororidad del alemán cuando pasaba mucho tiempo lejos del lugar al que consideraba hogar. - Aunque me halaga mucho. No tengo la oportunidad de practicarlo todo lo que me gustaría y me alegra saber que no está muy oxidado. - sonrió de vuelta. Su voz era como una dulce música, un arrullo, un secreto entre las dos.
 
Una voz en mi cabeza me recordaba que debía mantenerme alerta. Había conocido criaturas capaz de someterte bajo sus embrujos de manera que si te hubieran pedido arrancarte el corazón del pecho, hubieras obrado su voluntad. Alejarse de la MKL me mantenía en tensión pero también tenía en mi un efecto sedante de no tener que preocuparme y estar pendiente de tantas cosas. Así mi atención podía centrarse en pequeños detalles, y en disfrutar de fugaces instantes para mí. Como ese encuentro. Puede que no estuvieramos compartiendo ningún hecho esencial o personal que cambiara nuestras vidas. Sin embargo yo estaba segura de que no lo olvidaría.

- ¿Puedo saber a que se dedica, Señorita Debonaire?- pregunté, con cierta curiosidad. No pretendía ser inquisitiva, mas bien crear una conversación en la que pudiera comprender algo mas de ella, de sus costumbres, de sis inquietudes. sin embargo, no hubo oportunidad. Noté como el movil me vibraba en ese momento, y a juzgar por el número, ella adivinó que no se trataba nada grato. - Lo lamento mucho, señorita Debonaire. Parece que ha habido algún tipo de emergencia, y debo atenderla.- dije, levantado la vista. Esperaba que no se sintiera defraudada por mi abrupta marcha, pero era un asunto importante. Antes de marcharme me aseguré de disculparme de nuevo, y de darle una tarjeta con un teléfono en el que pudiera localizarme, para una próxima ocasión. Tal vez la proxima vez Lorenzo podría venir y confirmar mis sospechas.