Primeras impresiones (13/11/2018) [Habitantes de la Mansión-X]

El viaje había sido largo, pero no había pronunciado una sola palabra. Le apenaba tener que abandonar su casa, aunque no era la primera vez que lo intentaba, por desgracia. A veces se sentía desplazada por su familia, como si la miraran con miedo. Pero ella no tenía culpa de que hubieran empezado a suceder aquellas cosas.

Más de trecientas cincuenta millas era el camino desde su Montreal natal y la ciudad de Nueva York. En realidad cuando le dijeron que tenía que ir a Nueva York pensó en edificios altos y la bulliciosa vida de la ciudad, de la gran gran ciudad.
Luego le dijeron que no, que en realidad iba a los suburbios de Nueva York, ni siquiera a esas casas alineadas en grandes urbanizaciones que tantas veces había visto en la televisión y el cine, sino todavía más allá, a una finca situada en mitad de una zona campestre. Todo muy verde, pero a pesar de ello muy cercano a la ciudad.

El gran automóvil paró. No había ido su padre para llevarla aunque se lo pidió. Por lo visto tenía mucho trabajo y cuando se hubiera asentado en el lugar vendrían a visitarla para ver como se encontraba. Su madre era comprensible, tenía mucho que hacer con sus hermanos pequeños, aquellos cuatro diablillos que tantas veces le habían hecho sonreír.

En su lugar, conducía el automóvil Antoine, el mayordomo de casa, al que conocía desde que era una bebé corriendo por los pasillos de la casa donde vivían. Había envejecido en aquellos años, las canas había aparecido en sus sienes, pero siempre lo vería con cariño ya que él era la persona más presente en su infancia junto a su madre. Muchos rodillas rozadas en el jardín, curadas por aquel hombre, que parecía siempre tener a mano una tirita para ponerle.

Llegaron ante una puerta de hierro forjado tras la que al fondo se veía una mansión, parecía que ya habían llegado al lugar. El mayordomo bajó llamó por teléfono y tras una pequeña conversación la puerta se abrió sola.
El automóvil entró en la finca camino de la puerta principal de la mansión.

Paró y ambos descendieron. Él se dirigió al maletero sacando dos grandes maletas. Más llegaría por correo en los próximos días.

Clementine se quedó mirando la fachada de la mansión, con una sensación entre miedo por lo desconocido a lo que se tendría que enfrentar y lo sola que se sentía en aquel momento lejos de su querida familia, sin saber realmente la razón por la que le habían enviado allí.

Su padre se lo había explicado, desde que ocurrió el accidente, sucedían cosas muy raras a su alrededor y él estaba convencido de que algo tenía que ver con ella. Ella se quejaba de que no era cierto, que sólo eran casualidades, lloró, pataleó tirándose al suelo, pero nada consiguió hacer cambiar el convencimiento del padre.

Por lo visto se puso en contacto con el propietario de la Escuela, porque sospechaba que ella podía ser ¿una mutante?. ¡Menudas ideas tenía su padre!, ¿cómo iba a ser ella una mutante?, ¿acaso despedía rayos?, ¿acaso volaba?. Había leído mucho de ellos por las cosas que se decía en la televisión e internet, y no sabía que parecido podía tener ella con ellos.
Tenía la intención de explicar el malentendido y poder volver a casa en unos días, junto a sus seres queridos.

Se acercó a Antoine, le besó en la mejilla:
-Au revoire. Partez, s'il vouz plait.-

Antoine sabía la difícil situación psicológica de la chica, pero sabía que tenía que madurar por sí misma. Ella era culta, era inteligente, pero realmente nunca se había enfrentado al mundo real, esto le vendría bien. Así que entró en el automóvil y salió del lugar.

El mayordomo había dejado las maletas arriba de las escaleras, al lado de la puerta principal.
Clementine subió los escalones como intentando autoconvencerse de que tenía que hacerlo bien, acumulando fuerzas para subir cada uno de los escalones, lentamente, como deseando darse la vuelta y correr detrás del automóvil.
Se decía en voz baja para ella, como queriendo adquirir una seguridad que no tenía:
-"Ahora llamarás a la puerta, te abrirán y dirás 'Hola, me llamo Clementine Martin, mi padre se puso en contacto con su escuela para que me integrase en ella".-

Acercó el dedo al timbre temblando, hasta que finalmente la punta de su dedo presionó el botón, sonando una campana en su interior.
"Afinada en Fa sostenido".

La puerta se abrió, y como un resorte adelantó la mano antes de poder siquiera ver a la persona que le abría la puerta, mientras decía con todo convencimiento:
-Bonjour, je m'appelle Clementine Martin, mon Père...- disminuyendo la voz mientras se daba cuenta de que estaba hablando en francés.
Se detuvo, azorada y con la cara totalmente roja de vergüenza dijo con un hilo de voz, evitando conscientemente el francés, mientras miraba a la punta de sus zapatos, usando un perfecto inglés, aunque con un fuerte acento quebequés.
-Soy Clementine, tengo una carta para poder ingresar.-

La mañana habia comenzado bastante normal... Bueno, normal en el sentido que se podia considerar que no habia una crisis de seguridad ni habian escondido a todos los alumnos tras el caos que ocasiono el apagón y aparición de demonios en Nueva York la Noche de Brujas de este año. Ya llevaba varios dias inquieta de que un demonio pudiese salir de mi reluciente tazon de cereales o del termo que papá me habia enviado con la bandera de Reino Unido estampada. Yo no lo veia con tanta cautela, pero el tener un demonio acechandote cada fecha del calendario resultaba bastante incomodo y realmente peligroso para todas las funciones heroicas con las que los alumnos de la mansión X se debian de dirigir.

Asi que esa mañana de martes, asistiria a mi clase de deportes. ¡Si algo hacia genial a los heroes es que sabian cuando era necesario correr para poder salvar mas vidas y no detener su empresa heroica porque una torre que exploto por un misil te cayese encima! Deportes se me daba fatal, a ciencia cierta, yo no estaba hecha para el combate ni para el atletismo, odiaba los quemados, tengo pesima punteria con cosas que no fuesen movidas con la mente sino con mis manos. Yo definitivamente estaba para ser llevada en el asiento de copiloto de los vehiculos y desde la parte trasera apoyar a mis compañeros con mis poderes... Pero habian sido muy claros desde que pregunte hace meses sobre mi participación en la Patrulla: Los niños no van a misiones ni arriesgan su vida hasta que no sean mayores de edad. Y para eso me faltaban bastantes años.

Me puse mis tenis, miz pantalones y el abrigo deportivo de mi conjunto para hacer ejercicio y la playera blanca reglamentaria para la clase. Parece que el profesor esta vez nos haria jugar basketball, asi que no tenia tanto miedo de que un balon chocase contra mi cara y me rompiese la nariz, los dientes y cayese dramaticamente al suelo y tuviese que ser llevada a un hospital y mi carrera de superheroina se quedase arruinada por estar en cama durante años recuperandome de las heridas... ¡Basta! Tenia que tratar de ser un pelin menos dramatica.

Corri con mi botella de agua a la clase y en el camino me acomode el cabello en una coleta larga que me daba a la espalda. Mientras pasaba le iba dando los buenos dias a los profesores y alumnos de otros grados (claro, con mis reservas de no relacionarme tanto con los grandes. Los grandes podrian partirme en dos con sus poderes si los molestara). Al llegar, tome lista de asistencia y procedi a realizar los ejercicios que el profesor nos pedia para calentar.

Cuando la clase concluyo, me limpie con la manga de mi sudadera el sudor de la frente, jadeando. Me dolian las piernas de un salto que di mal y me habia hecho caer, pero gracias a Dios, no acabe en el hospital ni me quedaría en silla de ruedas como el buen profesor Xavier... Sonrei un poco ante mi propia broma, pero luego me senti mal por ello... Seguramente si alguien se enterase de eso, me castigarian... ¡Oh! Abri los ojos con sorpresa, recordando: El profesor Xavier es psiquico, como yo (bueno, el es un millon de veces mejor). Si prestase atención a mis pensamientos... ¡No, espera, ya lo hace! ¡ARGH! ¡Lo siento, Profesor!

Rapidamente sali corriendo para el receso pensando como le explicaria al profesor Xavier mi pequeña broma cuando vi en la entrada principal a una chica con maletas caminando hacia la entrada. No alcanzaba a escuchar lo que decia, pero parecia algo extraña... Levante la mirada con curiosidad y desde una distancia prudencial la observe. Parecia normal, pero bueno... "Normal" en la mansión X es como yo, que puedo usar mi cerebro para producir comportamientos y mover objetos en el mundo fisico. Eso de normal tenia poco, comparandolo con los chicos de mi anterior colegio.

Me escondi tras un arbusto y entre los arreglos del jardin de la mansión, me movi hacia la entrada para saber quien era la chica nueva. Creia ser lo suficientemente discreta cuando me tropece y cai sobre un arbusto, llenandome de rasguños por las pequeñas y afiladas ramas.

-¡Auch!

¡No! Seguramente la chica me veria y se reiria de mi. El dolor y el rubor se apoderaron de mi gesto, incomoda por esta tonta impresión. Tenia que tomar la clase de atletismo para ser tan agil como Spider-Man o definitivamente no duraria en esto de ser heroína.

La puerta se abrió, pero cuando miró, nadie había allí. Empujó la puerta y esta se abrió de par en par, y no había nadie allí.
Parecían dos cosas. Una, que alguien se había dejado la puerta mal cerrada y una corriente de aire la había abierto dejándola en una situación bastante ridícula. Dos, había llegado en mala hora, seguramente ya estarían en clase y no había nadie allí para recibirles. Parece que el que abrió el portal de la finca al coche no estaba pendiente de la puerta de la mansión también.

De repente escuchó un ruído a sus espaldas. Una niña estaba enganchada en un seto espinoso. Debía tener unos nueve o diez años. Recordó cuando a ella le pasaban cosas así de pequeña, que siempre acababa llorando, buscando a Antoine para que la curara.

Dejó sus cosas y se acercó a la niña. Tomándola por las axilas la ayudó a enderezarse y la fue liberando con cuidado de las espinosas ramas del arbusto.
-Vaya, esto vamos a tener que curártelo. No es que sean grandes cortes, pero sí va a haber que desinfectarlo y ponerte unas tiritas.- Dijo con su marcado acento francés.
Acompañó a la niña de la mano hasta las escaleras y la hizo sentar en los escalones.
-Por cierto, me llamo Clementine, ¿y tú?-
Mientras, se acercó a su maleta, abriéndola, sacando un pequeño neceser.
Ese neceser tenía cosas que ella misma necesitaba muy frecuentemente. En él no llevaba solamente lo normales, pasta de dientes, cepillo, hilo dental, algo de maquillaje y otras cosas habituales, sino que además llevaba un pequeño bote de gel desinfectante, gasas de algodón, crema para las contusiones y unas tiritas.
Tomó una gasa impregnada en el gel y limpió con cuidado la rodilla de la niña. A la chica le escoció, pero era lo normal que debía de suceder con una herida, lo aguantó.
Le puso una tirita encima. Eran unas tiritas de color rosa, con dibujitos de animales, que eran las que ella misma usaba por otra parte.