Sharing is caring - (Anastasia Romanóva) [25/02/2019] [+18]

La vuelta a casa no me sentó tan divinamente como yo me esperaba, pero al menos contaba con ascensor para acceder al ático. Ni me planteé la idea de decirle a Anya que no viniera, desde el punto en que John nos había acompañado hasta la mismísima puerta, ni me planteé dejarla en la calle. Si él no había despedido a Anya, tal vez era porque le interesaba que la tuviera cerca, así que en cuanto llegamos al portal y nos despedímos de él, le dediqué una leve sonrisa a mi compañera.

— Espero que no seas muy vergonzosa. Creo que voy a necesitar ayuda para quitarme la ropa.

Y sin esperar su respuesta me encaminé al ascensor. Una vez dentro busqué entre muecas de dolor la llave que activaba el aparato para que nos llevara a un piso que no tenía botón, puesto que el ascensor nos dejaba dentro del mismísimo ático. Al abrirse las puertas, dejé la llave dentro de la ranura como bloqueo mientras abría la reja blanca que separaba el ascensor del resto de mi ático y busqué los interruptores para que lo iluminaran todo, y entonces esperé unos segundos.

Con John no había tenido la oportunidad, pero con Anya quería disfrutar de la sensación de traer a alguien a mi casa. Así que me empapé de la escena, de su reacción, con una leve sonrisa de orgullo ante mi propio hogar. Pasados unos segundos, caminé hasta la cocina dejando a Anya atrás para que pudiera disfrutar de las vistas y pasearse por la zona mientras yo ponía en marcha la calefacción central.

— Supongo que ya habrás cenado... Así que como mucho te invitaría a tomarte una ducha... O tomarnos — susurré en voz más baja, pensando en el dolor todavía latente en mi costado.

John y yo acompañamos a Brooks hasta su casa y el rubio se despidió de las dos, dejándome con la pelirroja a solas en mitad de la calle. Fruncí el ceño. ¿Y ahora cómo volvía a mi callejón? Estábamos muy lejos, tardaría al menos una hora en llegar como poquísimo. Y entonces mencionó lo de ser vergonzosa.

-¿Qué? ¿Quitarte la ropa?- le pregunté sorprendida, pero tarde. Ya la estaba siguiendo dentro del edificio y estábamos esperando al ascensor. No se me escapó la mirada del portero, a mí porque no me conocía y traía a la pelirroja en muy mal estado, y a Brooks porque... Era imposible no quedarse mirándola incluso con el aspecto que tenía en ese momento. Sacó una tarjeta a duras penas y el ascensor se puso en marcha hacia un piso que no tenía botón. "Debe ser inmensamente rica" pensé. Y así era. O eso parecía. Pasé con ella al ático saliendo del ascensor y ella se fue a encender luces o qué sabía yo, mientras yo me quedé ahí quieta, mirando, alucinando, olvidándome de respirar. "Y yo viviendo en la calle..."

-Umh, sí, claro. Una ducha te vendrá de perlas después de la noche de hoy. Cuando estés en la cama me iré para que descanses- le sonreí con educación y la ayudé a moverse por la casa, y dejé que me guiara hasta el baño. Allí me quité el abrigo que empezaba a molestarme con la calefacción del piso y ayudé a Brooks a desvestirse, sonrojándome un poco durante el proceso por mi falta de costumbre haciendo esas cosas, tanto con chicas como con chicos, pero mantuve el rostro impasible, como cuando me quité la ropa delante de John. Eso sí que me dio vergüenza.

Cuando Anastasia finalmente entró en mi apartamento, fui a recibirla en mitad de la sala de estar y retiré la melena de mi espalda, mostrándole la cremallera del vestido, sus manos todavía frías de la calle a veces acariciaban mi piel. La miré de soslayo, su rostro inexpresivo. Pero estaba ahí, me estaba ayudando y sin quejarse en lo más mínimo.

— Tengo una cama de sobras. — Comenté con media sonrisa cansada mientras miraba disimuladamente su rostro para ver su reacción. — Es tarde así que podrías quedarte a pasar la noche, si quieres. Y sigo ofreciéndote una ducha puesto que...

Dejé la frase a medias. Por más que pudiera ser verdad, no quería pedirle directamente que me ayudara en la ducha... También tenía mi orgullo, así que pensaba intentarlo por mi propia cuenta y luego, si era necesario, pedirle ayuda.
El vestido se deslizó hasta el suelo, dejándome en lenceria ante Anya, y bajé la mirada para valorar los daños. Tenía una buena contusión en la cara externa de mi muslo izquierdo que se extendía hasta la cadera, pero esa no era la peor parte. Sin contar algún que otro rasguño y corte en mis piernas y cintura, había salido indemne del encuentro. Lo peor eran mis costillas. En mi costado derecho, la piel mostraba un espectro de colores que iba del rojo al morado, cubriendo desde la cicatriz de mi abdomen hasta... a saber qué parte de mi espalda que yo no llegaba a ver y era tan doloroso como aparentaba. Sobretodo cuando intentaba inclinar mi cuerpo para verlo.

— ... — Me quedé en silencio, contemplando mi propio cuerpo con una sonrisa lastimera. — Bueno... Supongo que podría haber sido peor que recibir una raíz en las costillas, teniendo en cuenta lo que hemos visto.

Anya también me había ayudado a quitarme las medias y junto al vestido los dejé tirados por el suelo. No estaba ahora de humor para agacharme a recoger ropa ni ponerla a lavar y teniendo en cuenta el estado de ambas piezas... Las medias iban directas a la basura. El vestido era de Brooks... Ya lo llevaría a arreglar.
Le hice una seña a Anya para que me acompañara escaleras arriba, mostrándole el resto de la casa. La planta superior era la mitad de grande, formado por el precioso cuarto de baño que ahora mismo era a la vez un anhelo y un tormento para mí y tres habitaciones, la mía que en su momento había sido de Brooks, un despacho en el que yo nunca entraba pues estaba lleno de libros y el antiguo ordenador de Brooks que ni siquiera sé si funcionaba, y un estudio donde guardaba todo el maquillaje, que no era poco, y una cantidad obscena de pelucas. Sin embargo, desde que John viniera a casa la primera vez y yo le hubiera ofrecido asilo, había cambiado estas dos últimas, llevando gran parte del maquillaje al cuarto de baño y las pelucas al estudio, dejando esta última sala limpia y adaptada con una cama doble plagada de recuerdos... Recuerdos que no era para ese día. Estaba cansada.

Le mostré a Anya de nuevo el camino a mi dormitorio y abrí, sólo con la mano izquierda, las portezuelas de mi armario, buscando en su interior una toalla, luego otra. Y finalmente señalé su interior.

— Sírvete. Vas a necesitar un recambio, sea para dormir o para después de la ducha. No hay ninguna prenda a la que tenga especial cariño, así que escoge lo que prefieras.

¿Quedarme a dormir allí? ¿Darme una ducha? ¿Ropa nueva y limpia? ¿Dónde estaba la trampa? ¿Era ahora cuando me atacaban y me despertaba en un descampado sin riñones? Había oído historias en la calle de mendigos a los que les pasaba algo parecido a esto y... Sinceramente, no me gustaba demasiado la idea. Sonreí a Brooks y le respondí lo más educada y amable posible.

-Gracias, quizás me tome esa ducha- acepté eso, al menos. Las duchas en condiciones siempre eran bien recibidas y la ropa nueva no me iba a ir mal. Así tendría ropa de cambio para más adelante. Me adelanté y metí el hocico, como quien dice, en el armario, y saqué una toalla blanca, preciosa y mullidita para mí, el conjunto de ropa interior más sencillo que vi, un pantalón negro que esperaba que fuese de mi talla y un jersey rojo oscuro un par de tallas más grandes que la mía. Olía bien. Toda su casa olía bien. Sonreí cuando ella no me miraba, parecía un pequeño sueño todo aquello: las ilusiones del cementerio, la casa de Brooks, cómo me trataba Brooks, su ropa, ella...

Fuimos al baño y esperé fuera, dándole intimidad a la pelirroja y esperando que no necesitara mi ayuda, porque me moriría de vergüenza si tenía que limpiarla. Fruncí el ceño cuando empecé a sentirme más cómoda y relajada allí, volviendo esos pensamientos de que me robarían el riñón mientras dormía. Sacudí mi cabeza y me deshice de esa idea: Brooks se estaba portando estupendamente conmigo y tras la noche que habíamos compartido no era momento para desconfíar de ella. John no era estúpido y si de algún modo se fiaba de ella yo también podría.


Finalmente llegó mi turno para ducharme, y Dios sabe cuánto la necesitaba. No es que no me limpiara nunca, los baños públicos daban mucho de sí si uno sabía cómo usarlos y cuándo... Pero, una ducha como corresponde... Hacía mucho tiempo que no me daba una. Me desvestí y doblé mi ropa para dejarla sobre el váter, y me sumergí bajo ese baño de agua caliente que hacía que mi pálida piel enrojeciera. Me enjaboné entera y me aclaré, empezando por los hombros y acabando por los pies, terminé sentada en el suelo de la ducha mirando a la nada durante no sé cuánto tiempo. No quería salir y acabar con el sueño. Pero no era mi casa, no era mi agua, no era mi dinero.

Vestida con la ropa de Brooks, cuyo pantalón me iba un pelín justo pero nada preocupante, salí del baño secándome el pelo con la toalla.

-¿Cómo te encuentras? ¿Quieres ir a la cama ya?- le pregunté con la intención de llevarla hasta allí y marcharme. O no. Porque en realidad, no quería irme.

Para cuando Anya salió de la ducha, yo me había apalancado en el sofá, y no estaba sola.

Tenía la grata compañía de mi fiel cenicero, quien guardaba con paciencia dos cigarros esperando ser prendidos. Tenía mi fiel botella de Mozart Blanco y dos vasos con hielo, uno de los cuales ya estaba relleno de dulce crema de whiskey. Estaba con ropa de ir por casa, unos shorts deportivos y una camiseta sencilla y sin costura, ropa ancha que no me dejara tener demasiado contacto con mi dolorida piel. Y tirado a un lado del sofá un blister de analgésicos donde faltaban dos pastillas. Miraba la televisión con aire ausente, aunque realmente no había nada intersante en la pantalla, así que cuando Anya me habló, agradecí el tener algo interesante que hacer, a parte de beber sola.

— Nope. La verdad, dudo que pudiera dormirme ahora, así que esperaré un rato a que me afecte eso. — Hice un ademán incierto con la mano, señalando lo que bien podía ser el cigarro, el alcohol o las pastillas. Tampoco me importaba qué. — Así que por lo pronto me quedaré por aquí. Eres libre de acompañarme, he dejado una copa y un cigarro de sobras.

Me incorporé levemente, intentando mover lo mínimo posible mi lado derecho, y prendí uno de los cigarros, dándo una larga calada. Al apartar el filtro de mis labios, hice una mueca a medio camino entre un suspiro de alivio y un gemido de dolor y me reí, lo cual me dolió todavía más.

— Lamento el exceso de confianza que me he tomado contigo. En realidad, eres la segunda persona que traigo a mi casa. Y ahora que ya sé qué motivos te llevaron a involucrarte con Constantine o al menos lo intuyo... — Le miré sonriendo levemente. Al conocerla había dudado, incluso me había cabreado con John por hacer que Anya llegara a ver quién era. Pero ahora que lo sabía... Tenía otra persona con quien poder ser yo. Otra persona que podía ayudarme a entender a Ruby. Pese al dolor, me sentía pletórica. — Supongo que ver a Ruby... Te hace especial, para mí. Ruby es el espectro que habita en mi cuerpo, y mi razón para meterme en estos lios.

Le ofrecí que se sentara conmigo, al otro lado de la oscura bandeja que tenía al resto de nuestros acompañantes y dejé el mechero a su lado, en una muda invitación para que me acompañara a beber y fumar, si así lo deseaba.

Cuando vi los vasos y la botella, las pastillas, y los cigarros sobre la mesa dejé de secarme el pelo lentamente mientras iba hasta el sofá, donde Brooks me invitaba a sentarme. Me dejé caer en él con suavidad, estaba cansada, pero era consciente de que la pelirroja no estaba para dar botes por los muebles de su casa. Sonreí cuando inhaló el humo del cigarro y eso le hizo daño, lo que desembocó en risas por su parte, y más daño. Fue una situación graciosa, aunque seguro que poco agradable para ella.

Me encendí el cigarro que me había dado y me serví el whisky. No entendía de whiskys, pero parecía caro, así que vertí la misma cantidad que tenía ella en su vaso. ¿Por qué no bebería vodka? Es mucho mejor. En cualquier caso, con el cigarro y el alcohol en la mano, me recosté sobre el sofá y busqué el alcohol de la pelirroja para brindar con ella.

-Por John y nuestros destinos de mierda- brindé con sarcasmo y un poco de amargura, guiñándole un ojo a la chica. Tenía que reconocerlo, la pelirroja sabía tratar a sus visitas. No dejaba de sorprenderme y cada vez me iba a costar menos aceptar su proposición de quedarme a dormir.

-Lo que dije en el cementerio... No lo sabe nadie. Sólo John. Bueno, y ahora tú y Ruby. No es como si conociese a mucha gente, tampoco. Estoy con John para que me ayude a deshacerme de esta aparente maldición- le expliqué mostrándole mis manos para que las examinara si quería: no eran feas ni deformes, de hecho, me gustaban mis manos, pero su aspecto era otra cosa...

Un momento después me acomodé mejor en el sillón, cruzando las piernas sobre este, y me tomé la confianza de alargar mi brazo hasta la camiseta de Brooks.

-¿Puedo verlo?- le pregunté en relación a su golpe. No tenía buen aspecto cuando estaba magullada, manchada de sangre y sucia. Quizás ahora tuviera mejor aspecto, y si veía la gravedad del golpe podría ayudarla mejor... en la medida de lo posible, claro.

— Por John y nuestros destinos... cualquiera que sea el mío. — Contesté a Anya, a la vez que alzaba mi vaso brindar con ella. Me lleve el whiskey a los labios y di un largo sorbo, para luego relamerme y disfrutar del sabor dulzón de aquella bebida.

Escuché atentamente a Anya cuando mencionó lo del cementerio y cuando me ofreció una de sus manos la tomé con cuidado para observarla. Parecía que las tuviera tatuadas, o que directamente su piel fuera de ese oscuro color negro. Eran extrañas, y... no eran desagradables, pero eran... peligrosas. No en el sentido de que pudiera hacerte daño propiamente dicho, si no del mismo modo que contemplarías el filo de un cuchillo o el borde de un precipicio. Sabiendo que puede suponer un peligro si no se va con el debido cuidado.

— Tampoco te voy a tocar las narices para que me lo cuentes. Puedo ser curiosa pero hasta yo sé que hay historias que no estamos dispuestos a contar. Pero... Si al final acepto quedarme con John... — ¿Si al final decido quedarme con John, qué? ¿Voy a ayudarla? Alcé la mirada, todavía sosteniendo su mano y curvé una de las comisuras de mis labios en media sonrisa confiada. ¿Y porqué no? — Si vamos a acabar metidas en esto, yo también te ayudaré, dentro de lo que pueda.

Nos acomodamos en el sofá y di otra larga calada, lo cual era agradable y a la vez doloroso. Anya tendió una mano hacia mi, queriendo ver mi golpe y sonreí. Alcé la camistea hasta dejarla doblada a la altura del pecho, dejando la mayor parte de mi torso al aire y descubierto hasta la cadera, donde empezaba el pantalón. El golpe se veía mejor, pero estaba levemente hinchado y no tenía buen color.

— Soy un mapa de golpes. — comenté casi como una disculpa, dedicándole una sonrisa aniñada. Sin pensarlo pasé la mano por la herida de bala que tenía en el muslo. Todavía no había sanado y siendo sincera no la estaba tratando del mejor modo aunque durante la ducha había podido lavarla y no tenía un aspecto demasiado horrible, tal vez tendría que vendarla... Pero uff, que palo. — La mayoría ya ni recuerdo de qué son. Pelea — mencioné señalando alguno de los cortes que tenía en las piernas. Fui señalando a medida que las nombraba. — Pelea, pelea, un accidente de tráfico, esto es una quemadura... Este me lo hice sola, me enganché en el alambre de un cercado, sin querer... Vamos, de meterme en donde no me llaman. Tengo una facilidad abrumadora para acabar en problemas. Y unas manos muy largas.

Me sentía muy cómoda con esa chica, esa pelirroja me estaba haciendo sentir la calidez que hacía tanto tiempo que no sentía. La otra noche con John fue la primera en mucho tiempo que no dormía al raso, y esa noche con Brooks... Me hacía sentir cómoda y capaz de ser yo misma, sin miedo a hablar con ella. Me invitaba confiar en ella como si fuera mi hermana mayor o... menor. ¿Qué edad tenía?

-Quizás más adelante te cuente todo... Después de un par de vasos más- me reí. Lo cierto era que quería contárselo, quería liberarme de ese secreto por una vez sólo por el placer de compartirlo y no sufrir todo el peso yo sola, en vez de contarlo para que me ayudaran a cambio. -Yo no tengo mucho, por no decir nada, pero... Lo mismo digo- le dediqué una sonrisa sincera.

Cuando se alzó la camiseta mi cara debió ser un cuadro. No era algo que no hubiera visto antes en mi propio cuerpo cuando empecé a vivir en la calle y abusaban de mí, pero verlo así tan claro, tan cerca, y que le haya pasado a mi lado... Normalmente me daría igual e incluso pensaría que se lo tenía merecido, pero esa vez con ella no. ¿Por qué? Los analgésicos parecían estar haciendo efecto ya porque los golpes estaban menos hinchados que antes, aunque parecía que tenía una constelación de colores en su torso. Cuando me contó la historia de sus marcas me reí con ella al final, identificándome un poco con ella.

-Pero seguro que son historias que merece la pena escuchar...- acaricié sus costillas con cuidado de no hacerle daño, di otra calada al cigarro y me terminé el vaso de alcohol. -¿Quieres más?- le pregunté a la pelirroja para evitar que se moviera para servirse más bebida. La miré de soslayo y suspiré.

-Supongo que puedo contártelo... Si vamos a estar las dos con John, acabarás enterándote- comencé, acomodándome de nuevo el respaldo del sofá y dando una calada al cigarro. -Toda mi familia está muerta. Toda. Soy la última de los Románov. Ya sabes, esa familia rusa antigua, de la época de los zares, de la cual la FOX hizo una película un tanto poco acertada... El caso es que la gente pensaba que mi abuela murió durante la masacre en palacio, pero no fue así. Huyó y vivió y amó y fue feliz, tuvo una hija, mi madre, que vino a vivir aquí porque era más seguro ya que los fanáticos de la Guardia Blanca nos perseguían... Hasta que un día... Un día...- se me borró la sonrisa que se me había dibujado en el rostro cuando hablé de mi abuela, para pasar a unas cejas fruncidas y una mirada seria. -Un día volví a casa del instituto y todos estaban muertos. Y salí corriendo, huí del lugar y me refugié en la seguridad de los callejones oscuros en los que entraba cuando era más menuda... Después aprendí a defenderme y busqué a John. Y aquí estoy- acabé con una sonrisa amigable, obviando el tema de los abusos que sufrí en las calles. No era un tema fácil de hablar, ni de escuchar.

-Esa es mi historia, no tengo nada más, así que, por favor, no la cuentes...- me encogí de hombros y le di un trago a mi vaso.

— Uhmmmm, sí, quiero más. — Le sonreí mientras ella rellenaba mi vaso con la crema de whiskey y con mucho cuidado di otra calada al cigarro, para luego llevarlo al cenicero, apretando la parte prendida contra una de sus paredes y hacerlo girar levemente, sacándole punta.

Sentí la caricia de sus manos sobre mi piel, en silencio y mientras ella contaba su historia mis ojos estaban fijos en su mirada, siguiendo su expresión. Al igual que yo, se había quedado sola, y había tenido que vivir en las calles.

— Tampoco tengo a quién contársela. Lo más parecido que tengo a un amigo ni siquiera sabe mi nombre, y nunca hablamos de cosas privadas, así que... — ¿Y ahora qué? ¿Mi turno para contar mi historia...? — Mi situación no es mucho más distinta a la tuya. Viví y crecí en la calle, hasta que siendo más mayor una mujer se apiadó de mí y... supongo que me adoptó. Me enseñó a hablar correctamente y parte de su oficio pero estaba enferma y falleció. Así que me quedé con todo lo que ella tenía, el ático y su coche.

Di otra calada, seguido de otro sorbo al dulce alcohol. No estaba muy segura de qué hacer en ese momento, y aunque estuvieramos en pleno momento de contar nuestras historias, no me sentía especialmente animada a dar detalles. Pero sí había algo en lo que había contado Anya que llamaba especialmente mi atención y recordé una conversación que tuve con John, días atrás...

— Así que... ¿Tú tampoco tienes a dónde ir? ¿Vives en la calle?

Sonreí a la pelirroja cuando me dijo que ella había tenido que vivir en la calle también, y más aún sonreí cuando dijo que tuvo la suerte de que una señora la adoptara y le dejara todo lo que tenía. Si consiguió todo eso y que una desconocida la quisiera como a su hija no debía ser tan mala, sólo curiosa.

-No, no tengo dónde caer muerta- contesté con sequedad. Ya se lo había dicho una vez, no necesitaba repetírselo muchas más veces dentro de su fantástico ático. Eso me hizo enderezarme de nuevo y dar unas últimas caladas al cigarro. No solía fumar de manera asidua, no es como si me lo pudiera permitir como ella... Sacudí mi cabeza y me quedé mirando fijamente la botella de whisky que había sobre la mesa. Ella no tenía la culpa de que nuestras vidas hayan evolucionado de manera tan distinta, no podía culparla por más que quisiera. Suspiré y me dejé caer de nuevo en el sofá, llevándome ambas manos a la cara.


-Lo siento, no acostumbro a hablar tanto con nadie, y menos de mí. ¿Tienes otro cigarro?- no quería irme. Sabía por qué, y no quería aceptarlo. Me estaba aferrando a lo que podía ser una de las últimas veces que durmiera en una cama mullida o al menos, un sofá cómodo, calentita, y con posibilidad de ducharme y comer comida de verdad. O quizás era que no quería quedarme sola de nuevo. Estaba hecha ya a la vida en las calles, pero una vez te ves en esa situación en la que estaba yo en ese momento... No quieres renunciar a lo que podía ser una buena noche.

En cualquier caso, me estiré para alcanzar mi vaso y beber de él con lentitud, dejando que esos pensamientos me inundaran la mente...

— ...¿Sabes? John es como tú. Me dijo exactamente lo mismo, que no tenía dónde caerse muerto. — Encima la mesa estaba mi paquete, y me incliné hacia adelante a tomarlo con la mano izquierda, dejandolo caer sobre el regazo de Anastasia, para que pudiera encenderse otro si lo deseaba. — Así que le ofrecí que viniera a casa cuando lo necesitara. No soy altruista, siempre que hago algo es por algún motivo, y dudo mucho que exista realmente quien de sin esperar recibir algo a cambio. Incluso si es por satisfacción personal, sentirse útil o el deseo de que algún día otra persona haga lo mismo por tí. No confío en la gente, no espero que nadie me dé nada abiertamente. Así que invité a John a vivir conmigo cuando lo necesitara, porque quería tenerle cerca. Porque le necesitaba para entender a Ruby y no porque quisiera acoger a nadie por la buena voluntad de mi corazón.

Miré a Anastasia largamente, dejando que mis palabras hicieran mella en su persona. Su reacción ante el preguntar si tenía donde dormir, no me había sorprendido, tan sólo había empujado un poco más algo que ya me rondaba la mente. Recordé cómo traté a Brooks cuando ella tendió su mano para ayudarme, dispuesta a morderla, arisca y desconfiada, creyendo que quería aprovecharse de mí pero demasiado fría y hambrienta como para rechazar un techo sobre mi cabeza.

— Así que voy a ayudarte. Con todo el tema de tu familia, para encontrar una cura a tu enfermedad. Y a cambio te vas a quedar a cuidarme y a cocinar para mi hasta que sanen mis costillas. Pero no me malinterpretes, te invito por puro interés porque ahora, francamente, necesito ayuda. Y si luego una vez acepte la propuesta de John... Bueno igual nos vemos a pasar muchas horas juntas. Así que la oferta de John... Debería aplicársete. Si vamos a estar los tres relacionados mientras nos adentramos en este mundo de espíritus para luchar contra nuestros destinos... No me parece correcto dejarte fuera de la equación. Así que en mi egoísmo de quererte cerca para satisfacer mis necesidades y curiosidad, te ofrezco un techo. Al menos un par de semanas a partir de ahora y eres libre de ir y venir cuando lo necesites.

Alcé levemente una ceja, sonriendo divertida, sintiendo muy en el fondo, la leve alegría de no estar sola. Pensé que no quería que nada se acercara a mí, pero no podía negar la ilusión de, tal vez, encontrar a alguien que pudiera conocerme. Lo había sentido levemente antes, con mi amigo Storm, pero nuestra relación era diferente. Anya era diferente. Johnny aceptaba quien era por la bondad de su corazón, por su ingenuidad y su inocencia en creer que las cosas podían ir mejor, sin importar el qué.

Ella podía aceptarme porque entendía. Porque podíamos ver en la vida de la otra similitudes a lo que habíamos vivido. Podíamos apoyarnos la una en la otra, comprendíamos nuestros silencios y la desconfianza, los abusos que la vida de calle puede ejercer sobre alguien tan joven. Comprendí que muy en el fondo, tal vez hubiera deseado esto desde hacía mucho tiempo, el encontrar a alguien que pudiera verme tal y como era y no sentir lástima por mí, sino aceptarme, comprenderme y sonreír, sin que la empatía o la comprensión entraran en juego. O... Qué se yo, tampoco necesito entender todo lo que hago para ser feliz con ello.

Así que miré a Anya y sonreí. Sin segundas intenciones, sin intentar implicar una broma o parecer coqueta, sin otro significado tras la curva de mis labios que una simple y sincera sonrisa.

Alcé las cejas ante su confesión sobre John. Daba por hecho que no tenía un hogar fijo en ningún sitio, como ella con este ático, pero pensé que solía vivir en el sótano al que me llevó. Sonreí después cuando explicó sus planes para conmigo. ¿Vivir con ella?

-¿Me dices que quizás acabemos viviendo aquí los tres?- no sólo conseguir una casa si no compañeros de piso. Y qué compañeros: sería la primera vez que lo hacía, con Garnet no sentía reproche alguno, pero con John... Sería la primerísima vez que compartía piso con un hombre.

Cogí otro cigarro de la cajetilla que dejó en mi regazo y lo encendí con calma, pensando en todo lo que me había dicho y propuesto.  No era algo fácil de aceptar exceptuando su petición de ayuda, la cual iba a aceptar ya que, en parte, gracias a mí estaba en ese estado. Sin embargo, lo que se me presentaba en esa ocasión era un manjar suculento y peligroso a partes iguales: me haría vulnerable, me haría débil, habría personas en las que tendría que confiar quisiera o no... No estaba segura de querer eso. Brooks ya sabía parte de mi historia y John también, pero no me costaría nada matar a la primera o meterle el miedo en el cuerpo si se fuese de la lengua... Tsk. Otra vez esa clase de pensamientos.

-Está bien, me quedaré hasta que te cures, pero comerás comida rusa la mayor parte del tiempo si consigo que no se me queme, que hace mucho que no puedo permitirme cocinar. Y si John viene también con nosotras, avísame para dejaros solos cuando quieras quedarte a solas con él...- me permití hacer la broma para romper el hielo que yo misma había creado sobre mí misma, sonrojándome un poco por el atrevimiento, y así seguir rompiendo barreras con ella. Quizás no estaba tan mal eso de tener una amiga, alguien a quien confesar mis miedos y mis secretos, alguien que me conociera como realmente era sin ninguna fachada, y que, lo más importante, me entendiera.

Me levanté y estiré las piernas, levantando un poco el pantalón y acomodándolo -era muy ajustado para lo que yo solía llevar, marcaba mucho mi figura. Terminé el vaso y lo dejé sobre la mesa con un sonoro golpe del cristal, le di una calada al cigarro y me giré hacia la pelirroja.

-¿Quieres comer algo? Estoy francamente hambrienta ahora que me he relajado...

— Me parece perfecto que te quedes. Pero te aviso que no todo serán rosas. Por lo que tengo entendido no es fácil convivir conmigo.

Sonreí mientras ella se encendía otro cigarro, y yo daba la última calada al mío para apagarlo. Ya no me dolía tanto el pecho, pero si era por los analgésicos que me había tomado o por el alcohol no lo tenía del todo claro. Tampoco era que me importase. Anastasia había bromeado diciendo que la avisara cuando quisiera quedarme a solas con él y no supe muy bien cómo interpretarlo. Yo no le había mencionado el tema, y tampoco consideraba que el trato que había tenido con el rubio aquella noche pudiera desvelar nada sobre la noche que habíamos compartido juntos. ¿Tal vez estas bromas eran típicas entre amigas? Así que decidí tomarmelo a lo inocente, y le dediqué una mirada que pretendía ser seductora, respondiéndole como lo habría hecho con cualquier otro, a broma. Anya ya se había alzado, y aun así decidí ignorar su oferta de comer para bromear.

— ¿Quién dice que no prefiera quedarme a solas contigo?

Lentamente me levanté. Sin tacones, medía a duras penas metro setenta y dos y aun así le sacaba algo de altura a Anya. Me acerqué a ella como lo haría un hombre preparandose para dar el primer paso en un flirteo, sin apartar mi mirada de la suya con la seguridad de que iba a ser mía y llevé mi mano lentamente a su hombro y le sonreí.

— Estaba de broma. Por si acaso no había quedado claro. Y acepto tu propuesta. Creo que nunca he probado la comida rusa. — Añadí, apretandole con suavidad el hombro antes de caminar hacia la cocina. — Ven, que te voy a enseñar todas las cosas.

La cocina se encontraba debajo de lo que serían las habitaciones. El ascensor se encontraba en el cuerpo central del ático, de manera que al entrar te encontrabas el recibidor, la sala de estar y el comedor, a la derecha había las escaleras que subían al piso superior, y bajo estas, la cocina, un cuarto de baño adicional, aunque algo más pequeño que el que había arriba, la cocina y el lavadero, como si rodeara el ascensor. Y la terraza, rodeaba el ático en su totalidad.

Así que me dirigí a la entrada, como si fuera a salir del ático, pero en su lugar dejé el ascensor a mi derecha y seguí caminando por un pasillo, que nos dejó de lleno en la cocina. Era toda blanca y negra, con una isla central y toda la pared de la derecha era un portón que podía conectarse con la terraza. La nevera estaba llena y surtida, aunque abundaban especialmente las cervezas, y la comida precocinada. Había pocos ingredientes para cocinar en condiciones, había huevos y bacon, carne y fruta, y una ausencia absoluta de verduras, hortalizas y pescado. Fuera de la nevera, en una bandeja de madera oscura, había todo un surtido de especias, donde muchas estaban sin estrenar y otras tantas estaban caducadas. Y uno de los cajones, donde debería haber ollas y sartenes estaba ocupado en su totalidad con botellas y botellas de distintos alcoholes y licores, todos abiertos y vacíos en menor o mayor cantidad.

Una vez dentro me senté en uno de los taburetes de la isla, y me incliné muy levemente hacia adelante, vigilando no hacerme más daño y cuando quedó claro que no había modo alguno de apoyarme en la mesa sin tener que gemir de dolor me quede muy quieta, sentada con todo el peso apoyado en el pequeño respaldo del taburete y mirando a Anya con el labio tenso, como una niña pequeña intentando fingir que no siente dolor. A medias porque era lo que sentía y porque quería, por algún motivo, hacer reír a la peliroja.

-Por mi parte lo descubriremos las dos, no he compartido nada desde hace años...- le confesé riendo, de buen humor como ella. Y entonces, se levantó conmigo para ir a la cocina y por primera vez me di cuenta de que me sacaba un palmo al menos de altura. ¿Que por qué me di cuenta? Porque se puso delante de mí con una mano en mi hombro, a escasos centímetros de mi cara, insinuando que "a lo mejor" quería quedarse a solas conmigo. Un escalofrío me recorrió la columna vertebral y me sonrojé. Parecía una depredadora y yo su presa. Gracias a Dios, ¡oh! Era broma. Solté el aire en una risa nerviosa y la seguí hasta la cocina.

-Tienes un ático precioso- comenté observándolo todo con los ojos muy abiertos todavía. No llegaba a acostumbrarme a la visión, era abrumador tanto "lujo"... Su cocina era muy ecléctica y limpia, aunque no tenía mucha comida que no fuera precocinada, y la que tenía, la mayoría estaba caducada. Hice una mueca y miré a Brooks con una postura algo cansada. -Algo podremos sacar de todo esto... Aunque no será ruso, si no de pobres...- me reí de mi propia broma. Unos espaguetis con bacon harían el trabajo por esa noche. -Tendré que hacer compra. ¿Me dejarás dinero? No tengo dinero para eso...

Saqué todos los ingredientes, incluidas algunas especias como el tomillo para aderezar los espaguetis y lo dejé cocinando. Mientras se hacía la cena, limpié todo lo que había usado y me sorprendí a mí misma siendo capaz de llevar bien una cocina aún después de tantos años sin tocar una.

-¡Bueno! Y, ¿dónde voy a dormir yo? ¿Tienes un cuarto extra en esta mansión?- bromeé y saqué el bacon del fuego para que no se quemara. Unos minutos más tarde, estábamos sentadas frente a un buen plato de espaguetis. -Espero de veras que se deje comer...

Contemplé a Anya mientras trabajaba por la cocina. La última persona a quien había visto cocinar ahí había sido John y fue cuando... No pude evitar sonreír levemente y miré a Anya trabajando. ¿Era esto lo que quería? ¿Llenar el ático de gente? ¿Sentirme rodeada?

— Cuándo cambié tanto... — Susurré para mi misma. — Uhm... Sí, el ático es una pasada. La mujer que vivió aquí había trabajado para la industria del cine. Era de estas que preparan a los actores, les hacen parecer personas distintas, les maquillan, les hacen parecer más adultos o más jovenes... Creo que ya entiendes por donde va la cosa. Me enseñó bastante de lo que sabe... De hecho es parte vital de mi... eh... trabajo. — Realmente no quería hablar del tema, así que corté abruptamente. — ¡Ah, dinero! Sí, claro, sin problema. Faltaría más. Puedes usar mi coche, si quieres. También tengo una moto... eh... Bueno, no es del todo mía.

Tensé los labios, mirando mis manos reposar sobre la isla. Bueno, era absurdo por mi parte pensar que podríamos convivir y llevar en secreto "mi trabajo", aunque se lo había insinuado horas antes en el cementerio... Asentí a su pregunta.

— Si, lo cierto es que hay otra habitación. De hecho si apuramos, podría tener tres, llevandome las cosas del despacho al garaje... Hay cientos de libros acumulando polvo que nadie va a leer.

Me quedé en silencio, contemplando mis manos reposando sobre la encimera de la isla. No sabía qué más decir, pues esto de convivir con otras personas se me hacía horrible. No sabía si debía intentar llenar todos los silencios de nuestras conversaciones o podía simplemente quedarme callada a ratos, pensando en mis cosas, y se me hacía absurdo el intentar buscar conversaciones o simplemente... no decir nada. ¡Qué follón! Me daba la sensación de que Anya tampoco sentía la necesidad de llenar todos los huecos, pero no podía estar segura y empezaba a sentirme algo nerviosa. Al fin y al cabo todo lo importante lo habíamos hablado... ¿Verdad?

¿Había algo más que Anya pudiera hacer por ayudarme?

...

— ¿Sabes? Hay algo que no te he contado... Al menos no en detalle. — Me aparté el cabello del cuello, recolocando mi melena con la mano izquierda, intentando que mi voz sonara lo más casual posible mientras serviamos los platos. — Me has contado de tu familia pero yo no sé cómo perdí la mía. Todo lo que recuerdo, era ya preadolesente, no sé que edad tendría pero... No era tan pequeña, ¿sabes? Creo que en algún momento tuve alguna pero perdí mis recuerdos. No existo ni en registros civiles, ni partidas de nacimiento, ni... nada. No hay rastro de mi, ni de mi familia por ninguna parte, nada que pueda servirme para rastrear mis origenes. Excepto alguien que estuvo ahí, que lo vivió en primera persona y que no está, ni ha estado nunca dispuesta a compartir la información conmigo. — Me palpé la sien. — Curioso, ¿verdad? Creo que es otra de las cosas que le pediré a John... Quiero saber quién soy en realidad. Garnet se lo inventó mi hermana, ni siquiera es mi nombre.

Alcé las cejas con alegría y sorpresa, ¡qué bien que puede usar los materiales de la mujer que la acogió! No era muy fan de tirar cosas que podían resultar útiles aún, así que cunado dijo que ella las usaba para su trabajo me sentí muy bien por ella. Estaba haciendo lo correcto al "reciclar" todo ese maquillaje.

-Oh, así que, ¿eres maquilladora de esas de las pelis, también?- le pregunté con una sonrisa dibujada en mis labios. No era una gran seguidora de ese trabajo ni nada, de hecho, poco sabía sobre ese trabajo, pero lo que veía en las películas de los bares y en las carteleras de cine, lo que vi cuando era joven y vivía con mis padres... Me fascinaba lo mucho que podía cambiar un actor de una película a otra. Como ese actor tan camaleónico... ¿Joey Depp? ¿Johnny Derp? Bah, no lo recordaba, pero sabéis a quién me refiero, no hay muchos actores como él...

...Y, wow, qué rica me había quedado la improvisada cena. Para más de tres años sin tocar una, no estaba nada mal. Quizás un poco salado, pero por lo demás estaba genial.

-Bien, pues... Solucionado el tema de las camas, necesitaré mucho dinero. ¿Te fiarás de mí? Falta mucha comida, y si John va a venir de vez en cuando lo ideal es tener comida de sobra... ¿Sabes si come mucho? Tengo entendido que los hombres comen mucho. Bueno. Voy a callarme ya, черт!- me reí algo sonrojada. Ya estaba, ya me sentía cómoda al 90% con ella. No callaba y tampoco comía. En cuanto a mi pregunta, sentí la necesidad de formularla: no nos conocíamos apenas, pero era cierto que hacía cuatro horas nos conocíamos menos y aún así hicimos por salvar la vida la una de la otra. Supongo que eso une a la gente. Enrollé un bocado de espaguetis en el tenedor y me lo llevé a la boca, y sonreí a Brooks con la boca llena, dando un aspecto algo cómico.

¿Maquilladora, yo? Negué levemente con la cabeza, mirando a Anya y de nuevo juzgando la sinceridad como algo necesario para con la rusa.

— No puedo trabajar honradamente Anya. Me crié en la calle, no tengo educación de ningún tipo. No podría ni escribir una carta de estas para pedir el trabajo, ni leer absolutamente nada. Amén de no tener documentación de ningún tipo. Por eso fui tan reticente a mostrarte mis poderes cuando nos conocimos. — le dediqué una sonrisa. — Tengo cierto renombre como profesional, y trabajo bajo el pseudónimo de Shade.

Me quedé en silencio. Si conocía el nombre de Shade, las noticias traerían las explicaciones por si solas. Si no lo conocía... Pues tenía que presentarme en condiciones, tal vez. Como no sabía leer, no tenía una sola revista ni periódico en el ático que fueran mínimamente actuales. Lo poco que tenía era de cuando Brooks vivía así que era totalmente imposible que hubiera nada de Shade ahí. Así que se lo conté directamente, sin orgullo alguno ni remordimiento en mi voz, simplemente nombrando un hecho.

— Digamos que cuando empieza a escasear el dinero, localizo a alguien a quien le sobre y lo reparto en mi beneficio. Así que por supuesto voy a fiarme de tí. Poco me importaría que me robaras. Ya sabes lo que dicen, quien roba a un ladrón...

Tragué despacio la comida que tenía en la boca y me quedé mirando fijamente los ojos verdes de Brooks, la situación ya no me parecía divertida. No porque a pelirroja que tenía a mi lado hubiera sido pobre, ni porque no usara las cosas de su "madre" adoptiva, ni nada de eso. No. Fue porque lo que dejó caer era que era una analfabeta y que no tenía papeles, y que era una especie de delincuente. ¿Era una ilegal? ¿Era ilegal a caso no tener papeles? ¿Documentación? Lo cierto era que no tenía ni idea de ese tema, como tampoco sabía nada de su seudónimo.

-¿Entonces...?- no me dio tiempo a terminar de formular mi pregunta porque ella misma se adelantó y me habló claro. Era una ladrona. Miré a mi alrededor, a todo lo que nos rodeaba. ¿Lo había conseguido así? ¿Todo su dinero? ¿El televisor? Dejé el tenedor sobre mi plato y me giré hacia ella para mirarla de frente y a los ojos. Me miré las manos y después miré las suyas. No había probado la comida y las tenía reposando sobre la mesa de la cocina.

-Primero: no voy a juzgarte, yo también he tenido que robar a quien le sobraba cuando la escasez llamaba a mi puerta. Y, segundo: yo puedo enseñarte a leer o escribir, si quieres. Y come, que se te enfría la comida- le di un suave apretón y me giré hacia mi plato de espaguetis. ¿Me habría pasado con esa acción? Quizás estaba abusando de confianza. -Después me ayudarás a hacer la lista de lo que hace falta comprar, ¿vale? Mañana iré- y volví a prestar atención a mi comida, pensativa.

No había pasado por alto lo que había dicho antes, eso de que no recordaba quién era, su nombre real o su familia. Que sólo una persona lo sabe pero no estaba dispuesta a hablar. ¿Se refería a Ruby? Quizás yo podría hablar con ella. No le dije nada al respecto ya que no poseía las respuestas necesarias, y probablemente era mejor que las respondiera John si quería su ayuda. Seguí comiendo con esos pensamientos rondando mi cabeza. Entonces, se me ocurrió algo para levantarle un poco el ánimo a la pelirroja.

Me levanté de un brinco y fui a por los vasos con el alcohol, rellené los cristales con hielo y whisky y volví a donde la había dejado, sentada algo alicaída a mi parecer y magullada por un espíritu.

-Brindemos: ¡por nosotras y nuestra escasa historia familiar!- le sonreí. Era plenamente consciente que no era algo por lo que brindar precisamente, pero no brindaba por el hecho de no conocer a nuestra familia o la carencia de esta, sino porque era algo que nos unía un poco más. Algo que compartíamos. Ese vacío que nadie llenaba, y que, puede que empezáramos a llenar con la presencia la una de la otra.

Anya se ofreció a enseñarme a escribir. Recordé la silueta de Brooks, plantándome los libros delante, intentando mostrarme el abecedario, cómo me enfadaba y discutíamos. Ella tenía una paciencia infinita, y yo muy mal carácter, muy poca empatía y demasiada desconfianza... Negué suavemente con la cabeza.

— Agradezco la intención de enseñarme pero dudo que sea buena idea. Soy muy mala para este tipo de cosas, y reacciono de modo muy negativo. Y en cuanto a hacer la lista... Escribes tú. — Le sonreí, de nuevo bromeando.

Me giré hacia el plato de pasta. Tenía tan buena pinta que me daba pena probarlo, pero tampoco quería que Anya se lo tomara como una ofensa, o una falta de educación por mi parte. Envolví con torpeza los espaguetis en el tenedor, y al final desistí y me incliné levemente sobre el plato, cuidando de no doblarme demasiado para no hacerme daño y terminé sorbiéndolos más que comiendolos.

Y estaba delicioso. Cerré los ojos saboreando la salsa, y volví a abrirlos cuando sentí que Anya se levantaba repentinamente de la silla, observandola mientras iba a tomar los vasos y los traía hasta la mesa. Lentamente volví a incorporarme mirando a Anya con una sonrisa en los labios y un moflete hinchado a causa de los espaguetis. Seguí masticando mientras sonreía a Anya y ella proponía el brindis. Tragué y tomé el vaso de whiskey, mirándola.

— Brindemos: ¡Por nosotras, por lo que está por venir, y por la comida casera!

Bebí una buena cantidad, y siendo el cuarto vaso que bebía esa noche sentí un leve escalofrío recorrer mi espalda, y sonreí, consciente de que empezaba a hacerme efecto el alcohol.

— Dime, Annie... ¿Has estado alguna vez en un jacuzzi? — Le sonreí, tal vez con más picardía de la necesaria, pero es que el jacuzzi era mucho jacuzzi. — Porque tengo uno por aquí y podría ser divertido, para relajarnos un poco antes de ir a dormir...

Brindé con ella y sonreí alegre, iluminadas por la cálida luz de la cocina y rodeadas por el calor de la calefacción, con comida caliente, bebida y buena compañía. La noche no estaba siendo estupenda, y ya me arrepentía de haber dudado de Brooks al principio y haber desconfiado de ella. Me sentía hasta mal. Y entonces, ella brindó después de mí, y lo que dijo hizo que un vacío en mi interior amenazara con llenarse de esperanza y expectación. "Lo que está por venir..." Sonreí para mis adentros y miré a Brooks de nuevo. Sentía cómo me brillaban los ojos y veía el brillo en los verdes ojos de Brooks también, a causa del alcohol, imaginaba.

-...- miré incrédula a la pelirroja. -...¿Tienes... jacuzzi...?¡Qué más tienes!- alcé los brazos fingiendo verdadera incredulidad y envidia. En realidad no era envidia lo que sentía, pero sí que me picaba un poco la suerte que tuvo ella y que yo no tuve. Aún así, de nuevo, eso no era culpa suya. Sólo había un problema...

-Sólo tengo la ropa con la que vine, no tengo bañador...- se me hundieron un poco los hombros, no tenía nada. Ella me dio la ropa que llevaba puesta, me estaba dando una casa, una cama, comida caliente, compañía...

— Un garaje y un coche impresionante. Y suficiente maquillaje profesional para dar envidia a todas las mujeres de Nueva York. Y lo que nos toca ahora, ¡bañadores!

Deboré el plato de espaguetis que todavía reposaba en mi plato y una vez terminado, me alcé con cuidado y llevé a Anya, primero a la cocina para dejar ahí los platos, y luego de nuevo a mi habitación. Fui directa al armario y abrí una de sus puertas con la mano izquierda, tras lo cual me retiré para dejar espacio a Anya.

— ¡Bien! Tercer cajón abajo a la izquierda. — señalé esperando a que Anya diera el primer paso y empezara a sacar bañadores del cajón que le había indicado. No quería ser mandona, pero era imposible sacar nada de ese cajón sin inclinarse, y mis costillas rogaban a todo mi ser que no lo hiciera. — Aunque no me hubiera importado demasiado meterme desnuda, siendo sólo nosotras dos.

Me aparté y me senté en el borde de mi cama, contemlpando a Anya mientras ella iba sacando todos los bañadores de dentro del armario. En su mayoría eran negros y colores fríos, aunque había algún que otro rojo. Sonreí con timidez al ver a Garnet sacando tantos trajes de baño.

— Vale, tal vez soy algo caprichosa y compro más cosas de las que necesito. ¡Oh, ese para mí! — señalé el traje negro que tenía entonces en sus manos y esperé a que me lo pasara... Aunque no pude ponermelo al momento. Así que esperé con paciencia a que encontrara uno para ella y muy a mi pesar esperé también a que me ayudara a ponerme el mío. No pude evitar que mi mirada se pasara un instante por el resto del armario. — Y cuando esté mejor, nos iremos de fiesta. Tengo por aquí un par de vestidos que piden a gritos que les quite el polvo...


Minutos más tarde, nos encontrabamos en la terraza en pleno mes de Febrero, aunque Anya parecía aguantar el frío mejor que yo, estaba envuelta en mi toalla tiritando levemente pero con una sonrisa de oreja a oreja. Mientras encendía las luces del Jacuzzi y colocaba el cenicero y el paquete de tabaco en una de las bandejas que había en la esquina. Le había pedido a Anya que llevara ella los vasos y el alcohol, porque, ¿porqué no? a ambas nos gustaba beber y yo ya empezaba a perder el norte.


Cuando vi que el agua empezaba a burbujear con ganas y el vapor empezaba a subir hacia el firmamento, dejé caer la toalla junto a las escalera y subí, sumergiendo lentamente los pies en el cálido agua, y mordiéndome el labio inferior en lo que era un más que obvio gesto de placer.

— Esto es la puñetera gloria... Cualquiera lo diría que esta noche nos hemos enfrentado a fantasmas y sombras gigantes. — Sentí un escalofrío y miré con picardía a Anya. — Esta es otra de esas cosas a las que es fácil acostumbrarse. — y con una última sonrisa, señalé el tabaco y el alcohol al alcance de nuestro brazo, invitando a Anya a que se uniera a mí.

Seguí a Brooks hasta su cuarto de nuevo hasta su armario, donde me indicó en qué cajón estaban los bikinis, los cuales fui sacando poco a poco, ruborizándome con algunos y sintiendome más tranquila cn otros. Le pasé a la pelirroja el que me pidió y yo me quedé con un bikini blanco, bonito y sencillo, que ocultaba bastante bien mis pechos y me ayudaría a no estar tan cohibida, aunque el alcohol ya se estaba ocupando de eso.

Cogimos cada una de nosotras una toalla y ayudé a Garnet a cambiarse de ropa, apartando la mirada cuando debía, sonrojada. Tenía muy buen cuerpo, pero eso no era motivo suficiente para quedarme mirándola mientras le ayudaba a desnudarse. Qué mal se me daban esas situaciones cuando quería. Conocía el cuerpo de las mujeres, sin duda, pero los pequeños traumas son los pequeños traumas. Al final, llegamos al jacuzzi acompañadas de la botella de alcohol y un paquete de tabaco, preparadas para relajarnos y yo para flipar un poquito más antes de irme a la cama esa noche.

-¡Y que lo digas!- reí en una carcajada sonora alzando mi rostro hacia el cielo estrellado. Después llené nuestros vasos de nuevo y le pasé uno a la pelirroja para que no tuviera que moverse mucho, al fin y al cabo, para eso estaba yo ahí, ¿no? Me acerqué a su lado, quedando muy juntas, nuestras piernas podrían tocarse con facilidad, y encendí dos cigarros, le tendí uno a ella y le sonreí. -Esto es... Es increíble. Muchas gracias, Brooks. Muchísimas gracias- le agradecí todo aquello, que me acogiera aunque fuese a cambio de que la cuidara y eso... Era más de lo que había soñado los últimos años.

Me sumergí hasta que el agua caliente me cubría por encima de los hombres, y acariciaba mi nuca, entrecerrando los ojos y dejándome llevar... Pero pronto volví a abrirlos, sonriendole a Anya. Su agradecimiento parecía sincero... Y cada vez tenía más ganas de que se quedara.

— Bueno, esto será tu casa, por lo menos durante un par de semanas. Pero... A mi no me importaría que te quedaras, si lo deseas. — Sentía la cabeza ligera, embriagada por el alcohol y los analgésicos. — Bromeo mucho, y la verdad es que me encanta provocar. Pero la mitad de las cosas que digo son sólo para fingir que me siento segura. Tu tienes que saberlo, has vivido en la calle. La gente como nosotros sabe oler el miedo, es cuando ven que dudas que atacan... Pero si sientes que tienes el control y actuas como que lo tienes... Es entonces cuando se lo piensan dos veces.

Encendí un cigarro y dejé el paquete cerca de Anya por si quería uno para ella. ¿Cuantos llevabamos ya esa noche? A saber... Pero me sentía con ganas de hablar y aunque temía darle la chapa a Anya, tenía el presentimiento de que era lo que teníamos que hacer esa noche. Era lo que necesitábamos.

— Cuando llegué a Nueva York, no tenía dónde caer muerta. Llevaba varios años viviendo en la calle, sabía lo que era pasar hambre y frío y dormir al raso, pero lo había experimentado en otra ciudad, y las cosas eran distintas. Aquí no sabía que calles eran seguras, qué locales tiraban fuera la comida que se podía comer, ni qué prostíbulos aceptaban a menores. Era una nueva vida, y para colmo fue cuando perdí a Ruby. Esos fueron los peores días. No tenía control sobre mi poder, no sabía qué hacer ni como controlarlo. Sin dudarlo, fueron los peores meses de mi vida.

Di una larga calada al cigarro. Hacía tiempo que no pensaba en ese tipo de cosas, y aunque eran lejanas, seguían muy presentes en mi día a día y pensar en ellas era como abrir una puerta al pasado, y dejara entrar parte del dolor a mi presente. Porque sin importar cuánto tiempo pasara, había llegado a querer a Brooks como una madre y siempre iba a pensar en ella con infinito cariño.

— No tenía mucha noción del tiempo. Nadie me había enseñado como funcionaban los días, ni las semanas, así que no sé cuanto tiempo viví en Nueva York hasta encontrarla a ella. O más bien hasta que ella me encontró. Había sido una noche especialmente mala... No era difícil de imaginar lo que le podía pasar a una chica tan joven, sóla en la calle en los sitios peligrosos que no conocía. — No necesitaba detalles. Ni yo repetirlos, ni Anya conocerlos, pues estaba segura de que entendería las implicaciones sin necesidad de ponerlas en palabras. — Ella volvía de trabajar. Me encontró en un callejón, casi inconsciente. A menudo decía que mi cabello era lo que le había llamado la atención, demasiado llamativo como para pasar de largo. Nunca entenderé que la motivo a acogerme. Fui repelente y desconfiada, y los primeros días me negaba a comer. Y Brooks con su infinita paciencia jamás dejó de intentarlo. Estaba confundida, y ahora en retrospectiva creo que era la mezcla de sentimientos de Ruby lo que más me perdía. Y aun sin entender lo que me pasaba, me dio una habitación. Aunque yo tirara la comida al suelo, seguía preparandola para mí. Mi querida Brooks...

Di otra calada, y esta vez alcé la mirada al cielo y solté el aire lentamente, haciendo anillas de humo que se elevaban y deformaban hasta desvanecerse en el aire y perderse en el firmamento. Nunca le di las gracias. Nunca le dije a Brooks cuanto la quería. Nunca di valor a todo lo que hizo por mi, hasta que crecí lo suficiente como para entenderlo. Bajé mis ojos de nuevo a Anastasia, sonriéndole. No tenía miedo a que me juzgara, pero bien podía ser porque ahora mismo no me importara nada.

— Me enseñó a hablar correctamente. Me enseñó a conducir y a contar, cómo funcionaba el calendario y las horas, cómo usar el metro y cómo comportarme en un restaurante. Cuando la dejé acercarse lo suficiente, me cocinaba y me daba postres cuando me portaba bien. Decidió que tendría quince años, y se inventó una fecha para celebrar mi cumpleaños, aunque ya no la recuerdo... — Junio, era un Junio. ¿Qué día? — Me compró ropa y regalos. Me enseñó a maquillar y arreglar el cabello.  Me dio tanto... Y siempre pensaba que me iba a pedir algo. ¿Porqué salvar una vida tan insignificante, sólo por la voluntad del corazón? Tal vez quería alguien que la cuidara cuando ella fuera demasiado mayor para moverse, y aun así ¿cómo podría negar semejante trato? Fue al cuarto año de vivir juntas que aprendí que Brooks se moría. Y sólo tuve dos años más a su lado. — Otra calada, un sorbo de whiskey. La crema de chocolate blanco se hacía terriblemente dulce al paladar, haciendo un curioso contraste de lo más agradable con la amargura del tabaco. — Hay muchas cosas que me quedaron por decirle. Al fin y al cabo, ¿qué puedes hacer por alguien que te ha dado tanto? Este era su ático. Brooks era una persona maravillosa, una de esas que verdaderamente no merecían morir. Fue mi refugio, mi salvación y lo ha sido durante todos estos años.

Bajé la mirada, sintiéndo que se me habían llenado los ojos de lágrimas. Pero... no quise esconderlas. Miré a Anya, sonriéndole. Esto es lo que era, sin máscaras ni mentiras, y ya era hora de que alguien lo viera. No me avergonzaba, nunca me he avergonzado de ser quién soy ni de las cosas que he vivido, no iba a avergonzarme de llorar por ella. Brooks era una persona que bien merecía mis lágrimas.

— Y aunque pienses que soy idiota, o que es una tontería... Creo que podría ser el tuyo. Creo que Brooks hubiera hecho lo mismo en mi lugar. ¿Sabes?

Me froté los ojos, consciente que, pese a las cicatrices, ahora me debía ver como una niña. Inocente, ilusa. Dejé el cigarro sobre el cenicero, dejando que se consumiera. No quería sollozar entre caladas. Pero Brooks... Brooks me había enseñado que las cosas podían salir bien. Que las personas como yo también merecían la suerte y la calidez de un hogar. ¿Tal vez me estaba excediendo con Anya? ¿Tal vez había ido todo demasiado rápido? Al menos... tenía la excusa de poder culpar al alcohol.

— No te voy a retener aquí una vez esté curada, pero te pediré que te quedes las llaves... Siempre que lo necesites, puedes contar conmigo y volver aquí, Anastasia.

A su lado como estaba, la escuché con paciencia. Tenía mucha y tampoco es como si me pesara escuchar lo que Brooks tenía que decirme o que se sincerara conmigo. Si íbamos a vivir juntas, lo mejor era conocerse y confiar la una en la otra sin reparos y sin dudas, y más viniendo de donde venimos ambas: la calle. Parecía mentira pero encontrar a alguien entienda tu situación, que realmente la entienda, es muy difícil. "Sí, estuve sin comer y sin luz dos días porque no me pagaron en el trabajo", no... No era eso. Era mucho más complicado. Vivir en la calle te hacía fuerte a la fuerza o te consumía al completo sin que te dieras cuenta, una vez hundías un pie en el fango resultaba muy difícil sacarlo y volver a flote. Lo sabía porque lo había visto. Nunca tuve amigos en la calle, sólo compañeros pasajeros, nunca se quedaban quietos, buscaban otros lugares o se buscaban dónde caer muertos literalmente, se buscaban otras víctimas más a las que robar, más droga, más abusos, más peleas... Conocía ese mundo.

Di un par de caladas mientras ella hablaba, imaginándome una pequeña y tierna niña con el pelo rojo como el fuego, tirada en la calle. Había salido bastante bien parada, la verdad. Podría haber muerto hacía mucho tiempo o ...haber terminado como esos amigos pasajeros. En silencio di gracias a Brooks, la mujer que adoptó a la que ahora era "mi" Brooks, por salvarle la vida, porque ahora me la estaba salvando a mí de rebote.

Según mi compañera iba relatando su historia, sus ojos se iban llenando más de lágrimas que finalmente derramó sin vergüenza. Me sonrió y yo le devolví la sonrisa, acercándome más a ella y quitándole el cigarro para abrazarla con cuidado y que llorara todo lo que quisiera. En el fondo creía que Brooks realmente necesitaba contar todo aquello, que llevaba tiempo guardándoselo para ella sola y de algún modo le estaba consumiendo.

-Puedo quedarme todo el tiempo que quieras... No es como si me estuvieran esperando en ningún sitio...- acaricié su pelo durante un rato, hasta que se tranquilizó un poco, y entonces me separé brevemente de ella, para hundirme en el jacuzzi y apoyar la cabeza en su hombro con cuidado. -Lo siento, antes no te conté la historia entera y... después de esto, creo te mereces saberlo todo- sonreí mirando a las burbujas de agua caliente que nos rodeaban.

-Mi familia era de la realeza. Lo teníamos todo, la gente nos quería, confiaban en nosotros... Pero también teníamos enemigos. Una noche, la Guardia Blanca se levantó contra mi familia y mi bisabuelo, el Zar. Fue una masacre encubierta. Se llevaron a los miembros de la familia real a una habitación escondida dentro del palacio y allí, uno a uno, los torturaron y los mataron. Mi abuela, en cambio... Gracias a ella estoy aquí. Ella logró escapar durante la confusión y... Murió. Al menos durante unas horas que ella decía que duraron segundos. Decía que el mundo de los muertos era oscuro, triste, doloroso pero, tranquilo. Decía que jamás sintió tanta paz como en ese momento. Cuando despertó y volvió al mundo de los vivos, regresó sus poderes. Con mis poderes, los cuales vagaron al morir ella hasta que nací y se ligaron a mí.

Alcé mis manos del agua, mojadas y arrugadas, pero igual de oscuras. John tenía razón, debía ser una maldición. Sólo oscurecían hasta estar negras, y cada vez iban tomando más zonas de mi antebrazo, la mancha crecía con cada vez que usaba mis poderes, lo cual era difícil evitar a menos que me tapara los ojos o me quitara la vista.

-Yo no he vivido todos mis años en la calle, yo vivía bien. Tenía una casa con jardín, una habitación amplia y cómoda, biblioteca... Como cualquier joven a esa edad, como se supone que todos deberían vivir. A pesar de haber muerto mi abuela y estar más seguros en Estados Unidos, seguíamos alerta por si había que continuar huyendo. Pero no lo vimos llegar. Yo no quería creerlo y mis padres no supieron verlo. Les mataron. A todos. Y estoy segura de que no fue rápido, que no fueron amables con ellos... Era imposible que hubieran acabado con ellos con rapidez. Nunca he visto tanta sangre como aquel día, ¿sabes? Estaba por todas partes, por las paredes, por los muebles, en el suelo... Por todas partes...- acabé en un susurro, pero no lloré. -Tenía dieciséis años cuando eso ocurrió, llevo desde entonces en la calle. No es mucho tiempo en realidad, pero al ser tan joven se aprovecharon de mí... También. Cuando podía, al principio, me colaba en Bibliotecas públicas buscando información sobre misticismo, espiritismo, exorcismos, magia, nigromancia... Encontré de todo y nada de valor. Me timaron varias veces, aún cuando corrí el riesgo de darme a conocer. Finalmente, encontré información sobre John... Algo me dijo que él era el indicado, así que mi vida empezó a girar en torno a su encuentro, hasta que le encontré. Aún no sé por qué ha aceptado ayudarme. ¡No quería ni mirarme cuando le encontré! ¡El muy cobarde! Vio mis manos y se achantó... Es broma, pero al menos clarificamos que mis poderes más que un don son una maldición, y que con suerte viviré hasta los treinta. Ocho años más- me reí sardónica. Evidentemente John no se iba a achantar ante una niñata como yo que ni siquiera conoce en profundidad sus poderes o su significado.

-Así que ahora, él me ayuda a encontrar quién anda detrás de esta maldición y yo... Aún no sé qué puedo hacer por él, no le importa la lealtad ni la amistad. No sé qué puedo ofrecerle realmente, pero llegado el momento sabré qué hacer. Igual que ahora- me moví para poder mirar a los ojos a Brooks y le sonreí como sonreía a mi madre cada mañana al despertar, feliz y, por qué no, segura.

-Si tú me quieres aquí, me quedaré. Me gustaría quedarme- le dije con sinceridad. Era cierto que quería compañía, alguien a quien saludar por las mañanas y a quien desear buenas noches, alguien con quien hablar, alguien con quien compartir secretos, alguien en quien confiar... Alguien con quien estar tranquila.

Y, aunque a ella no se lo diría nunca, quería a alguien que no me dejara morir sola si John no lograba ayudarme.

Era mi primera vez.

En realidad no, pero fue así como me sentí. No era ajena a los abrazos ni al contacto físico, pero siempre había sido con hombres y con fines... dejémoslo en no tan puros. Por eso no pude evitar sorprenderme cuando Anastasia me quito el cigarro para rodearme con sus brazos, con una delicadeza deliberada.

Seguíamos abrazadas cuando Anastasia volvió a hablar, separandose lentamente de mí. Era su turno, y esta vez me tocó a mi escuchar su historia. Y aunque entonaramos la misma melodía, la letra era distinta. Sí, las dos sabíamos lo que era vivir en la calle o perder un ser querido. Pero yo había nacido sin nada, me había críado en la calle, me había amoldado a ella a medida que crecía.
Para Anya había sido muy distinto, ella había conocido el calor de un hogar y se lo habían robado. Tuvo unos padres que la amaban y habían sido asesinados... Y ella había visto la escena. Eso más que cualquier otra cosa me hizo sentir un ardor en el pecho que nada tenía que ver con las costillas rotas. Apreté los puños por debajo de la superficie del agua, sintiendo la ira hervir en mis entrañas.

Pero Anya no parecía dispuesta a derramar lágrima alguna, y no iba a ser yo quien la forzara. Si ella había decidido ser fuerte y no mostrar debilidad con el tema, no podía permitirme mostrar yo la ira que ella no se daba el lujo de exteriorizar.

Y luego pasamos a hablar de John. Sonreí al pensar cómo parecía que nuestras vidas giraban en torno al rubio, aunque era natural, puesto que había sido nuestro punto en común, nuestro nexo de unión. Suspiré, intentando alejar a Constantine de mi mente, para poder centrar toda mi atención en Anya.

— Bueno, tan sólo son ocho años para encontrar una solución. Es como plantear un reto.

Entonces intenté moverme. Sentí que era mi turno para devolverle el abrazo, pero mis costillas hacían que mis moviemientos fueran algo patosos, me movía con una lentitud extrema y siempre buscando la posición que menos dolor aportara a mis huesos rotos.
Pero lo conseguí. De algún modo. Aunque tuve que forzar levemente nuestra postura. Incluso rodeadas por el agua caliente, podía sentir la propia temperatura de su cuerpo, y cuando coloqué mi mejilla junto a la suya sentí un escalofrío por nuestra proximidad.

— Quédate conmigo, Anya. Yo también quiero que te quedes.

Bufé cuando comentó lo del reto de los ocho años, pero se me escapó una sonrisa al final. En eso tenía razón, ocho años daban para mucho y más ahora que tenía a John de mi parte, aunque aún no sabíamos exactamente a qué nos enfrentábamos o qué hacer con mi maldición.
Miré entonces a Brooks, que se acercaba a mí con movimientos torpes y ortopédicos a causa de sus costillas rotas. Esperé a que encontrara su postura y fui yo la que se movió para complementar su posición y que no tuviera que hacer mucho esfuerzo, y tras su petición froté nuestras mejillas con una sonrisa en la cara, agradecida.

Por algún motivo, sentía que era donde debía estar, y eso se lo debía enteramente a John por presentarnos. Si bien era cierto que sin mi insistencia no habría sido posible...

-Gracias, Brooks- carraspeé. -A las dos. No os vais a arrepentir, seremos una pequeña familia... Si queréis- terminé, dejando la decisión a su elección, y algo sonrojada. En esa frase había muchos sentimientos implícitos y a lo mejor me había pasado de ilusión o de la raya... No lo sabía.

O quizás sólo era el alcohol hablando por mí.

Si queríamos. Un plural. ¿Se refería ahora a John?

No, algo me decía que no se trataba de eso. Era más profundo, el tema que estabamos hablando en ese momento era más delicado, más íntimo. ¿Ruby? No dejé de abrazarla, pero sin que ella pudiera verlo mis ojos se habían abierto, alertas, mientras mi mente trabajaba para alejar la espesa maraña de sentimientos que eran ahora mis pensamientos. Mi relación con Anya estaba siendo cuanto menos extraña. Rápida y espontánea, las dos nos habíamos buscado mútuamente como dos imanes que se atraen, dos personas buscando desesperadamente una persona con quien verdaderamente compartir quienes éramos. Tal vez incluso demasiado rápido.

Sentía su piel bajo la mía, su corazón latiendo bajo mi propio oído. Podía sentir su respiración, los músculos trabajando bajo su piel. Su proximidad en ese momento era mayor a la que había tenido nunca con ninguna otra mujer, y había sido... Inesperado. No buscaba nada de ella, ni engañarla ni aprovecharme, me había acercado a su calidez de un modo natural e inconsciente. Ese súbito cambio me sorprendia, pero la mención a Ruby...

No sabía como sentirme. No había compartido nunca a Ruby con nadie, y sin embargo ella parecía haber entrado en nuestra burbuja, casi por casualidad. Había aceptado a Ruby. Le había dado un valor como individuo y la había aceptado sin que yo... sin que ninguna de las dos hubiera intervenido. Me sentí pequeña, delicada, muy diferente a lo que era normalmente, o lo que pensaba que era. Y sin embargo, la calidez de Anya junto a mi cuerpo me permitía sentirme protegida. Pese a todo, esa debilidad, no me parecía un defecto.

Y eso me asustaba y gustaba a partes iguales.

— Creo... Que ahora estaré preparada para dormir. — Reí, acurrucandome todavía más en el pecho de Anya. — Pero se está bien aquí. ¿Tu que opinas? ¿Vamos a la cama o nos quedamos un rato más conversando de lo preciosas que han sido nuestras vidas? — O lo preciosas que pueden ser a partir de ahora. ¿qué narices, porqué tendría que callarmelo? — O podemos charlar de lo magníficos que pueden llegar a ser ahora los años por venir.

Le sonreí haciendo medio burla de lo que acababa de decirle.

Sonreí a Brooks y la acerqué más a mí en un intento de profundizar el abrazo, pensando en lo mucho que nos quedaba por delante si eso de la convivencia salía bien.

-¿Yo? Opino que podemos quedarnos aquí un poco más, disfrutando de las estrellas y del alcohol que queda en nuestros vasos, y después te llevaré a la cama- le guiñé un ojo en una muestra de confianza y picardía por mi parte y me reí.

-Creo que nos puede ir muy bien juntas, la verdad. No quiero esperar para comprobarlo, ¿sabes?- suspiré debajo de ella. No me molestaba su cercanía, ni que estuviera apoyada sobre mi pecho, como tampoco me molestaba el hecho de que no me molestara.

Pasamos así abrazadas unos veinte minutos más en los que yo no quise romper el silencio a menos que ella lo hiciera, para responderla.
Después de ese tranquilo último momento en su jacuzzi, cogí aire y lo solté con fuerza, acariciando su hombro que tenía rodeado por mi brazo.

-Vamos, hora de ir a dormir- me moví y esperé a que ella se acomodara en su sitio para ponerme de pié y ofrecerle mis manos para que las usara para apoyarse en mí y salir del agua. Una vez fuera la envolví en la toalla con cuidado e hice un poco de lo mismo conmigo, colocándola sobre mis hombros.
Tardamos un poco en llegar a su cuarto, pero una vez allí le quité el bañador y le puse la ropa que llevaba puesta antes del bikini, para que durmiera seca y cómoda.

-Buenas noches, Brooks- la arropé con la manta y me dirigí a mi cuarto para dormir en una cama de verdad después de mucho tiempo.

Sin embargo, poco después, no pude evitarlo y me colé en la cama de Brooks en ropa interior y le di un beso en la frente mientras le susurraba lo agradecida que le estaba. Y que no quería dormir sola.

Sonreí ante la proposición de Anya y ambos nos quedamos en silencio, contemplando las estrellas y disfrutando de la compañía mutua, y de la certeza de que, en ese momento y en ese lugar, no esperábamos nada la una de la otra. No estábamos juntas por interés a aprovecharnos la una de la otra, no teníamos la necesidad de imponer nuestra presencia. Simplemente estábamos ahí, juntas, porque queríamos y nos apetecía, sin ningún motivo oculto.

Pasado un rato, su voz me despertó. No mencioné haberme quedado dormida, en parte por vergüenza a aceptar que estaba tan cómoda como para dormirme, en parte porque me parecía innecesario. Sentí su caricia en mi brazo y con cuidado y sin mover demasiado mi lado derecho, me intenté desperezar, y dejé que me ayudara a alzarme. Y sin yo decirle nada, me envolvió delicadamente en una toalla y no pude evitar reírme.

— Qué fácil va a ser acostumbrarme a tí. Si me mimas tanto el problema va a ser dejarte ir.

Caminamos lentamente hasta mi dormitorio, y sin mostrarse tan vergonzosa como antes me ayudó a despojarme del traje de baño y vestirme con ropa cómoda para dormir. En todo el proceso no dejé de sonreírle, a veces en una clara incitación a la broma, a veces simplemente porque me hacía la vida más fácil y era de agradecer. Y tras colocarme en la cama, se despidió de mí y me arropó.

La ternura que me hizo sentir su gesto, casi me partió el alma.

— Buenas noches, Anastasia…

Y no pude dormir. La noche había sido dura y larga, pero lo había soportado todo con Anya a mi lado. Ahora que estaba sola, en la oscuridad de mi habitación, recordaba la sombra y el cementerio y mi mente se ponía a trabajar. Tenía que tomar una decisión, aunque en el fondo tenía cada vez más claro lo que quería. La puerta se entreabrió y mis ojos esmeralda escudriñaron la silueta de Anya mientras esta se acercaba a mi cama. Me besó la frente y me dió las gracias, y si su trato me había roto el alma en dos, su voz terminó de hacer añicos lo que quedaba de ella. La insté a colocarse a mi lado izquierdo, alzando las sábanas para que pudiera tumbarse conmigo y cuando lo hice la abracé, devolviendole el beso y esta vez siendo yo quien la acunara en mi pecho.

Esa noche no tenía porqué dormir sola. Ninguna de las dos teníamos por qué.

Esa noche, nos podíamos permitir dormir sintiéndonos un poco seguras, un poco queridas. Y con la suave respiración de Anya en mi pecho y los latidos de su corazón en el mío, me dormí.