Tan lejos, pero tan cerca. (Anastasia Romanóva) 27 de Marzo 2019

Todo estaba preparado.

Había preparado dos mochilas de viaje, y las había facturado. Tenías los billetes guardados en mi bolsillo, dos pasaportes falsos que ya había comprobado iban a ser capaces de cruzar la aduana y algo de dinero ahorrado para el viaje. Había reservado algo especial para Anya y me moría de ganas de mostrárselo. Iba a ser una sorpresa, todo ello iba a ser una preciosa y enorme sorpresa.

Tras haber abandonado a Anya durante tres días para irme a Japón, estaba intentando compensarla, y aunque normalmente gastar dinero me parecía una manera pobre de demostrar nada que no fuera el tamaño de la cartera, confiaba con que esa vez valiera la pena. Porque tenía algo grande preparado y esperaba que fuera suficiente, por lo menos, para dejar un recuerdo agradable.

Normalmente me negaría a dejar esa clase de recuerdos en la gente, pero estaba intentando cambiar. Anya bien se merecía tener algo más de suerte en su vida, y… Sin ánimo de ser cruel, era alguien con un destino tan negro como el mío. Todo apuntaba a que ella podía perder la vida antes que yo y así mi manía de no dejar atrás nadie que pudiera quererme seguía en pie.
Pero no quería pensar en eso. Pensar en perder a Anastasia… Me dolía. Y hoy no era un día para estar mal, pues iba a darle a la rusa la sorpresa de su vida.

Había logrado convencerla de que viniera conmigo al aeropuerto. Le había dicho que teníamos que recoger a una persona especial para mí, no le había especificado quién. Poco podía esperar ella lo que le iba a pasar en realidad…

Así que ahí estaba, en la entrada del aeropuerto, cambiando el peso de una pierna a la otra, nerviosa porque llegara mi compañera, calzada en una chaqueta tipo gabardina, unos pantalones negros y mis botas de cuña alta, el cabello recogido en una coleta de caballo en lo alto de mi cabeza y unas gafas de sol, que descansaban en mi frente a modo de diadema, apartando el flequillo de mi rostro.

Tenía otras gafas para Anya, por si quería unas. Y esperaba, impaciente...

Brooks me dijo que teníamos que ir al aeropuerto a recoger a una "persona especial" para ella allí, y quería que yo le acompañase. Acepté, pues tampoco tenía nada mejor que hacer que esperar en el ático, aunque me ofrecí a quedarme allí para preparar comida para comer con esa "persona especial". ¿Quién iba a ser? ¿Otro John pero con otro nombre? Tsk.
Aparté esa clase de pensamientos de mi cabeza, no quería sentir celos de nadie porque no tenía por qué. Pero, aún así... Brooks se fue sin avisar y ahora vuelve y tenemos que recoger a alguien. ME olía a chamusquina, pero lo ignoré.

Así pues, llegamos al aeropuerto en taxi en lugar de coger el coche de Brooks, lo cual me llamó la atención, pero tampoco dije nada al respecto. Su coche, su elección. Bastante hacía manteniéndome como para ponerme a exigirle cosas...

Una vez en el aeropuerto sentí la urgente llamada de ir al servicio, así que me ausenté y le dije que la buscaría donde me dijera. La encontré algo nerviosa al llegar hasta ella, cambiando el peso de una pierna a otra, con unas gafas puestas y otras en la mano, que no había visto antes.

-¿Ya estoy! ¿Cuándo llega tu amigo? ...¿O amiga?- le pregunté alzando una ceja y mirando los paneles de "Llegadas", dándome cuenta de que no sabía de dónde venía su persona especial ni en qué vuelo.

Me giré para mirarle a la cara cuando me diera la respuesta.

— Si, si, vamos. Es por aquí.

Tomé a Anya de la mano, con una sonrisa de oreja a oreja y la dirigí por dentro del aeropuerto hasta las puertas de embarque.

— He estado pensando en todo lo que ha sucedido recientemente. Y los cambios que debería hacer de ahora en adelante. Para empezar, me estoy planteando reformar el ático, y adaptar en condiciones una habitación para tí. Podríamos intentar alquilar o comprar otro garaje para mis cosas, y reformar el que tengo ahora. — En parte, quería distraerla para que no prestara atención al lugar donde íbamos, y en parte, realmente quería llevar a cabo esos planes. Y compartirlos con ella. — Trasladar el estudio y la biblioteca allí, tener una zona donde… trabajar de lo nuestro, y aprovechar esas dos habitaciones para que tengas un dormitorio en condiciones, espacioso como el mío y con suficiente espacio como para guardar tu ropa, tus libros y tus cosas...

A medida que el engaño se hacía obvio, iba mirando a Anya estudiando su reacción, esperando que la sorpresa fuera buena y no mala. Entonces me planté delante de las taquillas y entregué el pasaporte. Allí comprobaron nuestra ‘identidad’ y di media vuelta para enfrentar el rostro de Anya.

— Vale, te he mentido. No hemos venido a recoger a nadie. Digamos que te estoy… secuestrando. Así que… aun a riesgo de perder algo de dinero por el camino, me gustaría pedirte que me acompañes a un lugar. — Le tendí la mano, deseando que la tomara. A mi espalda, los trabajadores del aeropuerto esperaban a que termináramos de hablar para darnos el pasaje a nuestro vuelo y que pudiéramos subir al avión. — Sé que es un voto de confianza que tal vez no merezco si nos ceñimos a eventos recientes, pero este es también mi modo de redimirme… ¿Me dejarás que te lleve a una pequeña aventura?

Brooks me cogió de la mano y me arrastró prácticamente a la zona de embarques. Podía ser pobre pero no era tonta, si bien su discurso sobre las reformas me distrajo un poco...
¿Reformar el ático? ¿Haría eso por mí? ¿O por John? Algo me decía que realmente era por mí, pero dada la relación tan abierta que llevaban a veces no sabía qué pensar sobre ellos, o sobre cuál era mi papel en aquel trío tan pintoresco... Sin embargo, no podía negar que la idea me gustaba y me reconfortaba que pensara en mí de esa manera como para darme mi propio espacio y cuidarme tanto. Le sonreí y le apreté la mano para después soltársela y llevármela al pecho, haciéndome la ofendida.

-¿Piensas secuestrarme? ¿Sin invitarme a una copa o dos antes?- me reí y le di la mano de nuevo, tirando de ella hasta abrazarla. -¡Pues claro que te dejo!- froté mi mejilla contra la suya y la estrujé con amor.

Me olía que tramaba algo, pero no pensé que fuera un viaje para las dos. Además, no sabía a dónde era ni cuánto tiempo ni tampoco había traído ropa ni iba preparada. ¡Era una locura! ¡Un viaje exprés! No lo había hecho nunca y estaba emocionada, además de ir con alguien con quien podía ser yo misma y quien me entendía.

Me reí. Anya no sólo había aceptado que la embarcara a una aventura sin previo aviso, si no que se lo había tomado bien y parecía tener ganas de ello. Ver que estaba animada, que incluso parecía gustarle la idea, hacía que todo valiera más la pena, que todavía tuviera más ilusión. Así que cuando frotó su mejilla contra la mía y nos abrazamos, no pude si no abrazarla con todavía más fuerza.

— ¡Vas a flipar, te lo juro! Pero será otro de nuestros secretos. No hagas esto con nadie más, ¿vale?

Me aparté de ella con cuidado y la tomé de ambas manos, tirando de ella hacia el interior de las puertas de embarque. Pronto la megafonía anunciaría la salida de nuestro vuelo y sabría el destino al que nos dirigiríamos. Pero esperaba que aun así pudiera sorprenderla con los pequeños detalles de nuestro viaje.

— Me pensé mucho a dónde podíamos ir. En otros años sería ya época de ir a la playa y podría escoger un destino algo más tropical, pero este invierno ha sido especialmente frío y aun vamos con chaquetas, así que un destino frío... Tampoco me parecía mala idea. Además, por lo que tengo entendido, Rusia es muchísimo más fría que América, así que pensé que tal vez la nieve te ayudaría a sentirte como en casa. Pero hay más. Mucho más.

Charlaba animadamente mientras nos dirigíamos a la cabina del avión.


Estabamos embarcando en primera clase. Me acomodé en uno de los asientos situados en el pasillo, cediéndo a Anya el que tenía la ventanilla. Era todo un lujo, teníamos espacio de sobras para ir sentadas con comodidad, una pantalla delante por si queríamos ver la televisión o películas, y hasta un pequeño puff por si queríamos colocar los pies. No nos iban a dejar fumar, pero podíamos tomar un trago y charlar tranquilamente, y ella tenía una ventana para deleitarse con el paisaje... Cuando llegara el momento.

Pero para entonces, Anastasia ya sabía a dónde nos dirigíamos. Me la estaba llevando a Alaska.

Me reí por su entusiasmo y la seguí, aún sin creer el pedazo de viaje que me estaba regalando Brooks. Jamás podría devolverle tanta amabilidad y cariño.

-¡Tampoco es que pueda permitirme estos viajes! ¡Con nadie!- me reí, alzando los brazos en señal de derrota.

Empezó a divagar sobre qué destinos pudo haber escogido, que si playa y sol, que si frío y nieve... Mmm... Cerré los ojos por un segundo, intentando recordar lo bien que me sentía de pequeña cuando viajábamos a Rusia y lo mucho que me encantaba su clima, o el frío que sentí cuando enterramos a mi abuela... Un escalofrío me recorrió la nuca y disipé ese recuerdo sacudiendo la cabeza.
Al final, llegamos al avión. Primera clase. Primera. Clase.

-Me tomas el pelo. ¡Este sitio tiene más lujos que lo que he tenido yo en toda mi vida! ¿Y te lo puedes permitir?- la miré con incredulidad y con entusiasmo a la vez, como si tuviera cinco años y no entendiera del todo nada.

El vuelo comenzó y fue muy cómodo, yo estaba en la ventana y podía deleitarme con las vistas y entretenerme, llamando de vez en cuando a Brooks para que viera esto o aquello, tomando alguna copa... ¿Dónde estábamos?
La megafonía del avión se conectó y pude escuchar al piloto anunciar nuestro destino: Alaska. ¡Alaska! Nunca había estado allí y eso me llenó de ilusión.

Me lancé a los brazos de Brooks casi llorando, agradecida por todo lo que hacía por mí. Alaska no era Rusia, y por eso mismo pensaba que era lo mejor. En Alaska no me buscaba nadie.

Sólo por ver aquella reacción, por como Anya se había lanzado a mis brazos, ya me había valido la pena el estrés de organizar el viaje. En cuanto a lo de permitirmelo...

— No se puede decir que lleve una vida humilde, precisamente. No te voy a negar que me voy a tener que apretar el cinturón unos días — meses — después de esto, pero significa comer en casa y no salir de restaurantes, así que creo que podré sobrevivir. — O que pensaba pasar un par de días saqueando bancos en cuanto volvieramos al ático de Nueva York, pero no iba a decirle eso a Anastasia... todavía.

El avión aterrizó, y guié a Anya directamente a la zona de taxis, donde ya estaban preparando nuestro equipaje para ir a nuestro "Hotel". Si Anya intentaba alzar cualquiera de las dos, descubriría que iban especialmente ligeras teniendo en cuenta el tamaño y la cantidad de ropa que supuestamente cabía en cada una. Eso obviando el hecho de que había una maleta para ella.
Durante el viaje me mostré especialmente taciturna. En parte porque estaba emocionada esperando que llegara el momento, y en parte porque quería darle espacio para disfrutar del entorno. Pero sobretodo porque quería disfrutar del instante en que se diera cuenta de que en lugar de un hotel, nos llevaban a un puerto marítimo.

Al salir del taxi me coloqué a su lado y pasé un brazo por sus hombros, guiándola por el puerto. Si bien no tenía intención de desgranar la mejor parte del viaje, a medida que caminabamos entre barcos y yates, decidí que era el momento de darle una pequeña explicación a mi compañera.

— Vale... Debo disculparme de antemano por secuestrarte durante tres días, que es lo que vamos a invertir en este viaje. Vamos a ir a visitar Glaciar Bay. Es un parque nacional, una de estas zonas protegidas por el gobierno por no se qué mierdas. La cuestión es que encontré algo que me pareció digno de una princesa, y sentí que debía traerte aquí. — Al fondo de los muelles, se alzaba un hermoso e inmenso crucero en el que la gente ya hacía cola por embarcar. — Hacen un recorrido entre los glaciares, los icebergs y todas esas cosas bonitas de estos sitios cuyos nombres no conozco. Había otro de una semana pero... se me salía de presupuesto. Así que... esta noche la pasamos aquí. Dentro hay zona de casino, jacuzzi y un montón de pijadas que podemos pasar el día descubriendo. Por la noche hay barra libre — Arqueé una ceja con toda la intención de que Anya apreciara la implicación de que todo estaba pagado. — Mañana dormiremos en otro sitio que no pienso desvelar y al tecer día vuelta a América. — Me paré junto a la pasarela del crucero, momento en que el taxista dejó nuestro equipaje y un marinero trajeado de azul las subió al barco. Con una sonrisa ligeramente burlona en el rostro, le hice una reveréncia a Anya, invitándola a precederme dentro de nuestro "hotel".

Según Brooks hablaba y me contaba algunos detalles del viaje, como la duración de este y el itinerario que tendríamos, que estaríamos sin parar y de fiesta... se me iluminaba la cara, seguro que ella lo notaría. ¿Un lugar digno de una princesa? Ni mucho menos, sólo soy Anya.
Le cogí de las manos y las estreché con las mías, colocándolas entre nosotras. Sentía mi corazón ir a mil por hora pese a las comodidades del trayecto y el trato que recibíamos: estaba realmente emocionada. Feliz. Agradecida.

-¡Pero...! ¡Brooks! Todo esto... ¡Es demasiado!- le digo frunciendo el ceño pero sonriendo como una enana. Cuando llegamos a la puerta de embarque Brooks me cedió el paso y yo... Yo di un salto, le cogí de la mano y corrí al interior a través de la pasarela.

-о мой Бог...- creo que la sangre abandonó mi cuerpo. Paré en seco una vez estuvimos dentro... Pero, dentro de, ¿qué? Ese crucero era como una miniciudad flotante, más de lo que jamás habría imaginado. Se supone que los barcos estaban llenos de marineros y ...peces. Supongo. O eso me gustaba pensar, porque sabía de la existencia de esa clase de barcos, sólo tenía que recordar el Titanic.

Negué con la cabeza y miré a Brooks, indecisa. No sabía qué hacer o a dónde ir, me movía como un niño con hiperactividad y sobre excitado.

-...¿Hacia dónde...?- mi cara era la de un cachorrito. ¡Venga, Brooks! ¡Abre la marcha!

Durante todo el rato que Anya no paraba quieta, yo permanecía a su lado, sosteniendo su mano, sonriendo como una madre orgullosa ante su hija. Había valido la pena, sólo por verla así de contenta. Luego ya me metería en problemas, ya lucharía por recuperar el dinero. Pero ahora, había merecido la pena y al menos durante esos días estaba todo pagado y no teníamos que preocuparnos por nada.

Mientras el crucero inició la marcha, yo llevé a Anya de la mano a explorar el barco. Conseguimos nuestras llaves y dejamos nuestro equipaje en las habitaciones. Cada una tenía la suya, una al lado de la otra. Eran algo pequeñas pero lujosas, con una cama redonda con vistas al mar, un pequeño mueble bar y televisor. Joder, hasta teníamos bañera propia en la habitación.


Cerca de la zona de habitaciones había un salón de Spa, con varias piscinas y jacuzzis de burbujas y una buen surtido de hamacas que daban con vistas a los glaciares.

— ¿Sabes que todo esto va incluido? Podemos pedir manicuras o lo que narices se pide la gente rica mientras mira por las ventanas y tendremos gente dandonos masajes o lo que quieras. — Sonreí. Para qué negarlo, llegados a este punto empezaba a contagiarse la alegría y la emoción del viaje.


Finalmente salimos a la cubierta del barco, aunque no del todo. Había una piscina en el centro, y varias mesas para sentarse a charlar. Unas escaleras en la proa del barco llevaban a dos pequeños jacuzzis en la parte superior de la cubierta, y llevé a Anya, todavía sosteniendo su mano la llevé a las barandillas de estribor. O babor. No sé cual es la derecha y cual la izquierda, de hecho ni siquiera estoy segura de que fuera la proa. ¿Pero qué más da? Es divertido pensarlo así.


El caso es que nos apoyamos en las barandillas y pasé un brazo por los hombros de Anya, contemplando el sobrecogedor paisaje. Sonreí, y me sentí pequeña e insignificante, pero libre. Era maravilloso.

— Bienvenida al Glaciar de Hubbard, Anya.