¿Ciudad de kryptonita? [ Libre - 06/04/18 ]

Poco después de haber ayudado a Diana a saldar cuentas con Cheetah y Giganta en Cuba y aprovechar para ponerse al día, aún ensimismado en gran medida en esa obsesión por descubrir qué había estado pasando y por qué todos los universos estaban patas arriba, había terminado por regresar a la Fortaleza de la Soledad... Pero no por mucho tiempo. Ya había vuelto a saborear la realidad, el combate, la lucha por la justifica, por las vidas arrebatas a manos del mal, y había perdido esa poderosa concentración que adquiese tras un par de semanas de aislamiento.

Por otro lado, por mucho que tuviera como prioridad aquel laberíntico entuerto, no podía pasar por alto un mensaje cifrado de Wayne que le advertía sobre una actividad sospechosa en su propia ciudad, Metrópolis. No se trataba, al menos a priori o en apariencia, de nada peligroso, delictivo, terrorista. Para el resto del mundo no suponía nada más que un hecho anecdótico, una moda, probablemente pasajera. Pero, para un kryptoniano, la idea de que se hubiera disparado en Metrópolis la distribución y compra-venta de toda clase de joyería y complementos fabricados a partir de lo que llamaban "una variedad extraña y poco conocida de esmeralda" disparaba todas las alarmas. Por supuesto que podía tratarse de, sencillamente, una nueva variedad de esmeralda, quizá procedente de uno de tantos universos colindantes. Pero... ¿Especialmente en metrópolis, y precisamente verde? Hasta donde él sabía, las casualidades nunca llegaban solas.

La última vez que aquel destello fue visto cruzando el aire desapareció tras un edificio al cual, en realidad, había accedido a través de una ventana abierta. Minutos más tarde, un hombre alto, musculoso, de buen porte, algo despeinado y con su acostumbrado par de gafas sostenido en las orejas y el puente de la nariz. Era, en definitiva, uno más... Salvo que no lo era. Pero eso el mundo no tenía por qué saberlo.

Aquello era una locura, no dejaba de repetírselo. Pero, en lo más hondo de su ser, sabía que necesitaba más acción. Y, de paso, enfrentarse a lo que podría ser una amenaza real contra su integridad como protector de Metrópolis. ¿Habría sido cosa de Luthor? No lo descartaba, pero tampoco era el único que presentaba hostilidades contra él; tan sólo el más inteligente, y aquel modus operandi no le parecía propio de Lex; más bien de alguien que acostumbrase a moverse por los bajos fondos, por el mercado negro. ¿De qué otra manera podría distribuir la joyería de semejante manera?

Pero por otro lado, ¿por dónde iba a empezar? Él no era así. Preparaba un plan. Investigaba. Actuaba. Y, al verse en aquella situación, empezaba a pensar que tanto tiempo estrujándose el cerebro en la Fortaleza había mermado su conciencia. ¿Necesitaba descansar? Tal vez. Y empezaba a planteárselo en serio... Cuando sintió un ligero pinchazo de dolor en el costado derecho, y en el hombro del mismo lado. Frunció el ceño, contrariado. ¿A qué había venido eso? Observó de reojo a la mujer que se acababa de cruzar con él, como barajando una posibilidad. Pero no, no podía ser que...

Ahí estaba otra vez. En esta ocasión el dolor le atenazó con algo más de violencia, y fue en el lado izquierdo... Justo cuando un hombre pasaba a ese lado. Apretó los dientes, tratando de aparentar normalidad. ¿Qué estaba pasando? Necesitaba mezclarse con la multitud. Pasar desapercibido. Avanzó, giró a la derecha y se perdió en la avenida principal, con el flamante edificio del Daily Planet de fondo. O, al menos, esa era su intención. Perderse, pasar desapercibido. Y, por encima de todo, averiguar qué le estaba pasando.

Pero no pudo hacer ninguna de esas cosas. No pudo, porque cuanto más se abría paso entre la muchedumbre, más sentía crecer esa debilidad, ese dolor que le atenazaba el pecho. Y, cuando quiso darse cuenta, se había desplomado contra el suelo. Apoyado de manos y rodillas, trató de respirar, aunque sentía los pulmones más pesados por momentos. Y, al girar la mirada, aquí y allá, el verde, ese horrible verde, centelleaba entre la multitud una y otra vez.

No sabía cómo, cuándo, quién, por qué... Pero le habían tendido una trampa. Metrópolis era la trampa.

La habían convertido en una ciudad de kryptonita.

Se sentía ciego. Débil. Impotente. Los murmullos surgían a su alrededor; los curiosos se paraban un momento a ver qué le pasaba, pero nadie mostraba un interés real. Así era la sociedad a la que tanto deseaba proteger, así protegían ellos a los suyos: ignorándolos por completo, dejándolos perecer ante sus narices sin hacer nada más que dedicarles una mirada condescendiente, como hacían con él. Nadie quería perder el tiempo ayudando a un desconocido.

¿Qué había sido aquello? Un pensamiento semejante no era propio de él, pero lo atribuyó a su aislamiento en combinación con los duros y crecientes efectos de la kryptonita. Si no abandonaba las calles...

Caminó prácticamente a cuatro patas, jadeando. Una mujer se agachó y se las arregló para colarle un par de monedas en la mano, cosa que, de alguna manera, le hizo gracia, y casi echó a reír si no fuera porque se sentía desfallecer. Por el amor de Krypton, ¿cuánta de esa maldita piedra había por las calles? Consiguió alcanzar una puerta entreabierta; no tenía la más mínima idea de a dónde conducía, pero necesitaba aislarse de allí, recuperarse, sobrevivir. Así que la abrió como pudo y se precipitó, sin más, en el interior, esperando que el remedio no fuera peor que la enfermedad.

Aquello tenía que ser una pesadilla.

Había logrado, a duras penas, acceder al interior de lo que resultó ser el portal de un edificio, en la sección de portería, al pie del par de escalones que conducían a la sección de buzones y al par de ascensores. O eso era, al menos, lo que habría visto si se hubiera preocupado por tratar de adivinar dónde estaba, pero por el momento sólo podía concentrarse en una cosa: respirar. Cuando la puerta se hubo cerrado tuvo tiempo de darse la vuelta, tumbándose boca arriba, y... Eso, respirar. Coger aire y tomarlo. Siempre se olvidaba de lo gratificante que podía ser algo tan sencillo como respirar sin sentir que le ardían los pulmones a cada pequeña contracción muscular.

¿Cómo definiros esa situación? Quizá alguno de vosotros sea asmático, y sepa lo que es esa angustia de no encontrar el inhalador y sentir que la fuerza se os va a cada segundo. Pues la reacción de Clark a una concentración masiva de kryptonita era más o menos la misma, pero elevada tres o cuatro veces al cubo.

Así que allí estaba Superasmático, recuperándose de su ataque. No es que el portal de un edificio supusiera la barrera aislante de kryptnita más efectiva del mundo, pero allí el efecto apenas se hacía notar. Y pudo volver en sí, poco a poco, mientras se percataba de la presencia de un tipo que había entrado tras él y decía algo de llamar a una ambulancia.
- ¿Eh? No, no... Estoy bien, gracias -musitó, tratando de reincorporarse. ¿Aquello había sido una voz en su cabeza, o en la del hombre que se preocupaba por él? No estaba muy seguro; después de un golpe de kryptonita, como él lo llamaba, había ocasiones en que sus poderes se disparaban, y por un momento había escuchado demasiado del barullo de la calle. Una pareja discutiendo. Una niña llorando por su perro muerto. Dos universitarios planteándose violar a una animadora que estaba demasiado buena para ser verdad. Una señora que lamentaba no haber lavado a su gato a tiempo para que se fuese limpito al más allá. ¿Qué necesidad tenía de saber que..?

Ah, claro. Un pinganillo. Lo descubrió porque también se le activó la visión y lo vio ahí, escondido, anclado al interior de su oído. Parpadeó, respirando en profundidad y retomando el control de sí mismo.
- Estoy bien, de verdad. Ha sido un... Bajón de azúcar -aseguró, frunciendo el ceño al dirigir la mirada al exterior. Estaba confuso, mucho más de lo que recordaba haberlo estado. Confuso, algo angustiado, y muy desubicado. ¿Qué estaba pasando? ¿Quién? ¿Por qué?

¿Qué podía hacer ahora? Miró al hombre a los ojos por primera vez, y su rostro... Le sonó. De algo. ¿De qué? Ni idea.
- ¿Nos conocemos?