Descenso a las profundidades (Arthur Curry) 13/03/2018

El primer paso había sido recuperar sus objetos mágicos y aclarar las cosas con la Liga de la Justicia. Lo siguiente en su escala de prioridades era visitar la ciudad de Atlantis y presentarse ante su actual soberano. Aún no había tenido tiempo de practicar con la mayoría de los objetos y amuletos que habían pertenecido a su otro yo, pero había uno de ellos, un anillo, que le permitía recubrir su cuerpo con un dorado halo de energía mágica que le aislaba del agua y las presiones proporcionándole a la vez el oxígeno que necesitaba para respirar.

Como casi todos los objetos y amuletos que poseía, no podría decirse que la magia estaba en el artefacto en sí, sino más bien distribuido entre sí mismo y el objeto. "Donde una vez residió un gran poder mágico, siempre hay una chispa que permanece". Fue lo que le dijo una vez Moonstalker, la hechicera que representaba al pueblo de Wyynde en el Concejo de los Doce Sumos Magos de la Atlántida, y tenía razón. Él no era un hombre corriente, era un Homo magi, una raza que se había desarrollado al mismo tiempo que el Homo erectus y que poseía una afinidad natural con las energías místicas del Mundo Oscuro. La potencialidad estaba dentro de él, pero su cuerpo había perdido la capacidad de canalizar la magia por sí mismo, por lo que dependía de los objetos imbuidos de energía mística para realizarlos, pero la mayoría de esos objetos resultarían inservibles en las manos de otro mago que no fuese él.

El halo dorado que dejaba el hechicero al descender a las profundidades rompía la tenebrosa oscuridad como un cometa en el espacio. Y aún así, no estaba solo. Lo sabía, podía sentirlo, como una especie de sexto sentido que le avisaba siempre que había algún peligro. Pero... ¿cuál era el peligro? ¿Alguna bestia marina, quizás? Como respondiendo a su pregunta no formulada, le pareció percibir una especie de aleteo en la distancia, seguida por una súbita corriente marina, como si algo se acabara de mover a gran velocidad no muy lejos de él. Se quedó inmóvil por unos segundos, observando, pero no logró detectar nada más, y aunque la sensación de peligro no se había mitigado, poco podría resolver quedándose parado en medio de la oscuridad, por lo que reanudó su vertiginoso descenso y no tardó en atisbar una fuente de luz que procedía desde abajo.

Y en efecto, poco a poco, las suntuosas torres de Atlantis le dieron la bienvenida. Se detuvo al llegar ante la barrera mágica que recubría la ciudad como una cúpula. El poder que percibía emanando de ella era inmenso; no había duda de que haría falta un gran poder mágico para abrir una brecha en su superficie. Por suerte, no entraba en los planes del mago afectar en modo alguno la integridad de la barrera. Se concentró unos segundos y su cuerpo pareció disolverse en una bruma dorada para reaparecer instantes después al otro lado. El hechizo de teleportación no era uno de los más simples, pero era uno de los pocos que había conservado tras la pérdida de su poder mágico, aunque sin la ayuda de objetos que lo reforzaran no era capaz de teleportarse más allá de unos metros. Más de lo que necesitaba para salvar un obstáculo como ese.

Una vez dentro de la barrera se dejó caer flotando hasta la base de la ciudad y le sorprendió encontrar que la zona por la que había accedido estaba prácticamente en ruinas, como si hubiera habido alguna batalla reciente.

- ¡Por la cadena de Deedra! -musitó al contemplar la devastación que le rodeaba. ¿Qué había pasado allí?

Y la sensación de peligro permanece... No estoy solo en estas profundidades.

Arión se impulsó para nadar a la búsqueda de un lugar protegido que le permitiera enviar el Ojo de Ra en misión de exploración sin quedar expuesto, pues por lo general era siempre muy vulnerable cuando se concentraba para lanzar un hechizo, y el Ojo de Ra requería de concentración constante para guiarlo y conducirlo.

Atisbó las ruinas de una casa que aún tenía gran parte de los muros enteros y se dirigió hacia allí, pero antes de que pudiera llegar notó que algo lo retenía por la pierna causándole un gran dolor. Se revolvió en el acto para encontrarse cara a cara con una horrenda criatura marina con cola de pez, brazos y torso de aspecto humanoide y una repulsiva boca plagada de afilados colmillos. Las garras palmeadas de aquél ser se habían clavado firmemente en su muslo, y en aquellos momentos se disponía a morder, con la probable intención de darse un festín con su carne.

Arión reaccionó con presteza descargando un proyectil mágico sobre la criatura que la arrojó directamente al fondo, pero calibró la intensidad de su magia para no matarla. Al fin y al cabo, él era el extraño en sus dominios, y no tenía derecho a destruir la vida de un ser que sólo buscaba alimentarse. Tal como había pensado, la criatura decidió que no le merecía la pena arriesgarse tanto cuando había otras presas más inofensivas y se alejó aleteando.

- Vaya, vaya -dijo una voz a su espalda-, ¿qué tenemos aquí?

La voz procedía de un extraño tipo con máscara que se encontraba de pie sobre una roca y sostenía un peculiar tridente en sus manos. El hechizo de comprensión idiomática que había lanzado sobre sí mismo antes de salir le permitió entender sus palabras.

- ¿Quién eres? Estoy buscando al rey de la Atlántida.

El hombre dejó escapar un bufido despectivo.

- Eres rápido, joven mago, pero salta a la vista que no perteneces a este mundo. ¿Acaso eres otro de los patéticos amiguitos que tiene mi hermano en la superficie? No importa: morirás de todos modos.

El hombre apuntó el tridente hacia él y lanzó una descarga de energía mágica que Arión pudo esquivar a duras penas. Eso no detuvo al extraño, que continuó arrojando en su dirección una descarga tras otra, sin darle tiempo al mago de conjurar un contrahechizo que le convirtiría en un blanco perfecto.

¡Por el cayado de Caculha! ¡La magia de ese tridente es muy intensa! Si consiguiera arrebatárselo... ¡Pero es tan rápido que no me está concediendo un sólo momento para recitar un conjuro que pueda salvarme!

Si aún tuviera su poder ilimitado habría podido generar un escudo que devolviera los disparos automáticamente y casi sin pensarlo, pero ahora que se veía obligado a depender de objetos y pergaminos necesitaba al menos unos segundos para tejer los sortilegios, segundos que Ocean Master no pensaba brindarle. Sólo su increíble rapidez de reflejos impedía que hubiera acabado calcinado a estas alturas.

Se arqueó para evitar un rayo que le habría alcanzado en la espalda y logró salir nadando con tan sólo un agujero en la capa, buscando el cobijo de las ruinas, pero una nueva descarga del tridente hizo volar por los aires su potencial refugio.

¡Por los dioses! ¡Sólo me queda una opción!

Y, agarrando la katana que pendía en su cinto para situaciones como aquella en la que se viera incapacitado de hacer uso de su magia, se impulsó hacia Ocean Master con toda la velocidad de que fue capaz. Éste se echó a reír, deteniendo su estocada con su tridente, el cual estalló en una explosión mágica que arrojó a Arión varios metros hacia atrás.

- Reconozco que ha sido divertido, joven terráqueo, pero tenemos compañía... ¡y yo debo marcharme!

Arión se encontraba aún aturdido por la descarga y tardó varios segundos en reaccionar. Cuando pudo incorporarse de nuevo se encontró rodeado por un grupo de seres que recordaban vagamente a humanoides, pero que parecían más peces muy evolucionados con una apariencia casi humana. No parecían demasiado amistosos y le apuntaban con sus tridentes, pero Arión sintió que no debía considerarlos una amenaza... mientras no intentara nada raro. El último ataque de Ocean Master le había hecho soltar la espada, y aunque podría haberla traído de vuelta con sus poderes mentales prefirió no hacerlo. Se puso en pie y se dirigió al que parecía ser el cabecilla de aquellos seres. El hechizo le permitiría comunicarse con ellos.

- Saludos, atlantes. No os deseo ningún mal. Soy Arión, Sumo Mago de la Atlántida, y he venido para ofrecer mis respetos a vuestro rey.

Y diciendo esto les ofreció sus manos desnudas por si querían atarle, como muestra de buena voluntad.

Había corrido un gran riesgo al entregarse. En otra época habría sido capaz de volatilizar hasta las más férreas cadenas, pero ahora sentía el tacto duro y frío contra su piel y sabía que no podría hacer nada para defenderse si aquél rey decidía no creerle, y allí no podía contar con el Lazo de Diana para mostrar la veracidad de sus palabras. Lo máximo que podría hacer sería teleportarse fuera de aquella prisión de acero, pero dudaba que pudiera hacer mucho si todos aquellos soldados le atacaban a la vez sin darle tiempo a conjurar.

Pero a medida que se acercaban al territorio que Aquaman había reclamado como suyo, sus preocupaciones comenzaron a ser otras. Todo aquella zona estaba plagada de cadáveres, y resultaba evidente por su parecido fisiológico con sus propios captores que todos eran atlantes, pero los uniformes de aquellos a los que identificó como soldados eran diferentes de los que le escoltaban.

Una guerra fratricida, pensó, sombrío. Hombres, mujeres, niños... Todos eran atlantes. ¿Dónde está el honor en sus muertes? Son amigos, hermanos, hijos... ¿han de morir por los desatinos de sus líderes? Tendré que intercambiar unas palabras con su rey, si es que se aviene a escucharme. Hay otras maneras de solucionar esto sin derramar más sangre atlante. Mi deber es evitar la amargura cuando esto acabe, para vencedores o vencidos.

Finalmente le condujeron a la sala del trono y los soldados que le escoltaban se arrodillaron, pero él permaneció en pie, tratando de mantener la poca dignidad que las cadenas le permitían. Al fin y al cabo pertenecía a la antigua nobleza de Atlantis, era un lord, y no se doblegaría fácilmente. Sólo se arrodillaría como hombre libre ante su rey, pero aún no sabía si aquél hombre le aceptaría entre los suyos o si le seguiría considerando como un simple prisionero de guerra.

Observó atentamente al actual rey de la Atlántida. Era un hombre fornido, esbelto, apuesto, de mirada orgullosa y que exudaba un aire de grandeza que impelía a los demás a seguirle y obedecerle. Arión había conocido a muchos soberanos y no le cupo la menor duda de que aquél hombre ciertamente tenía sangre de rey en sus venas. Era la clase de hombre a la que él serviría con agrado, siempre que su orgullo no fuese tan desmedido como para impedirle escuchar los consejos de los que se preocupaban por su ciudad y por él.

- Mi nombre es Arión, alteza -dijo inclinando levemente la cabeza. Puede que no deseara arrodillarse como prisionero, pero sabría dirigirse a Arthur con el respeto que merecía un rey-. En tiempos del rey D'Tilluh fui Sumo Mago de la Atlántida. Mi padre era Caculha, uno de los primeros magos de Atlantis y perteneciente a la alta nobleza de la ciudad. Ignoro si conocéis las Crónicas de Choloh que relatan estos acontecimientos, pues los hechos que os narro sucedieron hace más de 45.000 años, mucho antes de que la Atlántida se sumergiera en el oceáno. Soy inmortal, pero eso no me impidió morir a manos del villano Mordru varios meses atrás. Estoy aquí ante vos porque varios de mis seguidores realizaron un ritual de viaje en el tiempo para traerme de nuevo desde el pasado. Tuve que renunciar a la mayor parte de mi magia para evitar una era de glaciación que habría acabado con la vida en la tierra, mi señor, pero aún conservo el suficiente poder como para resultaros útil en esta guerra.

Sus hermosos ojos verdes, llenos de sabiduría y serenidad, se fijaron en los del soberano atlante.

- Sé que estáis preocupado, mucho más de lo que queréis admitir. No me hace falta la magia para saberlo. Os encontráis aislado, prisionero en vuestra propia ciudad, y cuando los suministros se acaben tendréis que afrontar un nuevo problema, más allá del que supone el poder y las armas de vuestro enemigo: el hambre. Los niños caerán primero, después las mujeres y al final los guerreros... incluso vos, alteza. Nadie puede resistir un asedio prolongado durante mucho tiempo. Mi muerte no os reportaría ningún beneficio. Pero si me despojáis de estas cadenas... si me aceptáis entre los vuestros como atlante que fui y sigo siendo, puedo ser de ayuda en esta guerra. Mis hechizos pueden traeros protección a vos y a vuestros soldados.

>> También os traigo información, majestad, importantes nuevas de la superficie. Estuve con los miembros de la Liga de la Justicia hace dos días. Wonder Woman, Green Arrow, J'onn y Superman. La princesa Diana me encargó que os buscara, que os ofreciera mi ayuda y que os entregara el siguiente mensaje de su parte: La Liga de la Justicia sabe de vuestra desesperada situación y está tratando de encontrar la manera de romper el cerco y ayudaros.

Arión concedió a Aquaman unos instantes para que procesara todo lo que le acababa de decir, que no era nimio, pero sus palabras parecían sinceras, así como la expresión en la mirada del mago atlante.

- En vuestro interior sabéis que digo la verdad, mi señor. Los secretos no me dominan; en mi rostro no pueden existir. Así que, os lo ruego, quitadme estas cadenas y permitidme serviros.

Arión flotó hasta ponerse a la altura del rey para responder a sus preguntas mientras iniciaban la labor de reconocimiento. Decidió empezar por lo que parecía ser más importante para Arthur:

- Mi señor, hace tres días se produjo el incidente que ha venido a conocerse como "La Colisión de Mundos". Los distintos universos y realidades alternativas se han fusionado, desencadenando un terrible caos en la superficie; terremotos, maremotos, volcanes inactivos durante siglos entrando repentinamente en erupción, monstruos desconocidos sembrando el terror en las calles, edificios que aparecen donde unos minutos antes no había nada, otros desapareciendo... Es un auténtico desastre. Los miembros de la Liga han estado muy ocupados tratando de minimizar los daños y salvar vidas, pero hasta donde yo sé, todos se encuentran bien. Trataron de contactar con vos, pero las comunicaciones se habían interrumpido y les ha resultado imposible. Hasta ahora no han tenido tiempo de nada más, pero cuando le dije a la Princesa quién era me pidió que os buscara, que me asegurara de que estábais bien y que os dijera que pronto vendrán para ayudaros. Pude atravesar la barrera utilizando un conjuro de teleportación, pero no podía llevar a nadie conmigo y no sé si funcionará en sentido inverso.

Meditó unos instantes sobre la primera pregunta del rey. Así que el tipo que le había atacado era su hermano... Ya lo habían mencionado antes, pero había tenido otras preocupaciones en la mente. Pensar en el hermano malvado de Aquaman le trajo recuerdos de su propio hermano, Garn, maldito fuera mil veces. No había vuelto a tener noticias de él desde que lo había aprisionado en el Mundo Oscuro, y esperaba con todo su ser que continuara siendo así.

- Vuestro hermano... Me lo topé después de atravesar la barrera. Le dije que estaba buscando al rey de la Atlántida y me atacó. No hay mucho más que contar, alteza... No pude hacer gran cosa contra su tridente mágico. Por fortuna la aparición de vuestros hombres le indujo a huir.

El desolador espectáculo era cada vez más evidente conforme más se alejaban del palacio. Arión no pudo evitar que la tristeza se reflejara en su semblante al ver todas aquellas vidas que habían sido segadas por el capricho de la guerra.

- Mi señor... Todos esos hombres, mujeres, niños... eran atlantes -dijo mirando hacia el rey-. Y la mayoría parecen civiles. ¿Era realmente necesario...?

El rey le detuvo con un gesto. Parecía de repente alerta, serio y preocupado, y Arión no tardó en entender el motivo, pues de inmediato sus sentidos procedieron a alertarle del inminente ataque.

- Espero que estés preparado... Arion.

- Siempre, alteza.

Aún no estaba familiarizado con la mayoría de los objetos mágicos que acababa de recuperar, pero casi todos eran bastante intuitivos y funcionaban a través del contacto, sirviendo de catalizadores para su propia energía mística, por lo que no debería tener problemas con la guía de su mentor.

El mago cerró los ojos y se concentró en localizar el origen de la amenaza haciendo uso de su percepción extrasensorial.

- Allí -indicó, señalando en una dirección.

Las tropas enemigas se acercaban buscando batalla, y no tardaron demasiado en avistarlas. Con sumo alivio constató que aquellos guerreros no parecían ser atlantes. La mayoría tenía la piel de color azul, o verde, y todos presentaban unas curiosas orejas picudas y rasgos faciales no humanos.

El ejército de Aquaman había llegado ya hasta donde ellos se encontraban, entonando una especie de cántico tribal para la batalla.

- Si lo que dices es cierto, y lo demuestras ahora... Entonces el apoyo sera mutuo entre los dos, hechicero -dijo el rey, mirándole a los ojos. Arión le devolvió la mirada y asintió.

- Escudo de Attatak, mano de Coathe -susurró en voz baja-, en vuestro nombre elevo esta oración, ¡por vuestro poder os invoco!

Alzó la mano hacia el rey y un rayo de energía verde impactó en él, envolviéndolo en una coraza protectora.

- El escudo os protegerá, mi señor, mas no impedirá que podáis moveros libremente y combatir.

Y en efecto, Arthur pronto descubriría que las armas enemigas no eran capaces de traspasar el escudo, pero su tridente sería perfectamente capaz de atacar y hacer daño.

- ¡Y ahora, permitid que me una al combate! -dijo elevándose por encima de la gran ola que el monarca estaba a punto de desatar sobre los enemigos y situándose en la retaguardia del ejército de Arthur, pues iba a necesitar toda su concentración para lo que pretendía hacer; Había llegado la hora de utilizar algunos de sus nuevos juguetes.

Arión se concentró en el poder de uno de sus anillos y lo utilizó para invocar una serie de criaturas de pesadilla procedentes de alguna dimensión desconocida. Los terroríficos seres se zambulleron en la ola, preparados para arrojarse sobre los enemigos en cuanto ésta los golpeara. Esperaba que los soldados del rey pudieran protegerlo mientras estaba concentrado en el hechizo, porque si alguien le atacaba o resultaba herido posiblemente perdería el control y las criaturas se rebelarían.

Más que combate, podría considerarse una escaramuza. El ejército de Arthur era claramente superior, y los soldados de Namor no tardaron en iniciar la retirada.

- Dejad que se marchen -pidió Arión-. Esto no ha sido más que una tentativa. El enemigo evalúa nuestras fuerzas. Debemos reorganizarnos y preparar nuestras defensas para cuando llegue el verdadero combate.

Había verdad en sus palabras, pero también era cierto que, si bien era perfectamente capaz de matar para defenderse a sí mismo y a los que debía proteger, no podría asesinar a quienes le daban la espalda tratando de huir.

- Necesito que llevéis uno de esos cadáveres al palacio -dijo señalando uno de los muertos de piel azul y aspecto humanoide-. Quiero intentar algo.

El conocimiento para hablar con los que habían pasado al otro lado residía en su interior. No sabía si sería capaz de realizarlo con la facilidad de antaño, pero como mínimo había una serie de rituales que podía probar, y si tenía éxito en su empresa quizá obtuvieran algunas respuestas. Pero, aún si lo conseguía, iba a tardar días, y había otra cosa más urgente que debía comprobar primero.

- Por el momento hay algo que necesito ver... ¿me acompañáis, alteza?

Arión y Arthur se desplazaron hacia la barrera mágica, escoltados por algunos de los hombres del monarca. Una vez se encontró ante ella, extendió las manos para sentir su energía, tal y como había hecho la primera vez.

Bien... allá vamos, pensó para sí.

Arthur pudo ver cómo el cuerpo de Arión desaparecía... para volver a reaparecer en el mismo punto unos instantes después.

- Tal y como me temía... -musitó el mago antes de volverse hacia el rey-. Mi señor... la magia que reviste esta barrera es muy poderosa. Me permitió teleportarme al interior, pero... cuando he intentado hacer lo mismo en sentido contrario me ha rechazado. Me permitió entrar pero no me permite... salir.

Sabía que aquella era una posibilidad cuando llegó. Había contado con que encontraría allí su Ciudadela, su Sancta Sanctorum, pero no había sido capaz de sentir su presencia. Hasta que no consultase los hechizos de clarividencia y los augurios buscadores no podría tener nada seguro, pero lo que estaba claro era que la Ciudadela no se encontraba en la Atlántida, y la mayoría de sus conjuros requerían de él que estuviese consciente para funcionar, entre ellos, el que le permitía respirar bajo el agua. Tenía suerte de que Diana le hubiese ofrecido un respirador por si llegaba a encontrarse con una contingencia como aquella, de lo contrario, no podría dormir so pena de morir ahogado, y no sabían cuánto tiempo tendrían que pasar alli hasta que la Liga acudiera en su rescate.

- Bien, mi señor, intuyo que vamos a tener que pasar aquí abajo algún tiempo... ¿Hay algo que queráis preguntarme, o de lo que queráis que hablemos antes de proceder a organizar la defensar?

Arión negó con la cabeza, conmovido por el dolor de su rey.

- Mi señor, os conozco desde hace poco, y aún así he podido presenciar los esfuerzos que realizáis por vuestro pueblo, así como la angustia que os consume. ¿Creéis que no sois un buen rey? La verdad, no creo que uno sólo de vuestros hombres pueda censuraros. Hasta ahora lo único que he visto en ellos ha sido lealtad absoluta, y no me cabe duda de que cualquiera de ellos moriría de buen grado por vos. ¿Creéis haber fracasado en vuestro deber? No, mi señor. Vos no iniciasteis el ataque. No sois vos el culpable, sino las fuerzas enemigas obstinadas en destruirnos. En cuanto a mí, no pienso marcharme. En lo que a mí respecta, he regresado a mi hogar, y os ayudaré siempre en lo que pueda.

Realmente esperaba que sus palabras pudieran consolar al rey, pues habían sido completamente sinceras.

Pasaron los días, y finalmente, una mañana, uno de los soldados de Arthur se presentó en sus aposentos para decirle que su presencia era requerida en la estancia que había sido destinada como lugar de estudio del mago.

El cadáver del humanoide de piel azul que habían recogido del campo de batalla estaba allí, tendido en el centro de la estancia sobre un pentagrama tallado en el suelo de roca. El cuerpo había sido tratado con pociones y ungüentos para retrasar la descomposición. Arión estaba allí, de rodillas en un extremo del pentagrama, ante la cabeza del muerto. Tenía los ojos cerrados y parecía muy concentrado.

Cuando Arthur entró, Arión abrió los ojos y éstos le brillaron con un inquietante resplandor rojo. El mago alzó las manos abiertas, y éstas comenzaron a irradiar con un resplandor verdoso. Finos rayos de energía esmeralda emergieron de sus dedos y envolvieron el cadáver como los hilos de un titiritero.  

- Mammón y Belcebú, a ti acudo para que respondas a este hechizo, desde el equilibrio que es el eje... -recitó, como en trance-. Tuyos son los muertos, pero escúchame... éste hechizo es mío.

De repente, y ante el pavor de casi todos los presentes en la estancia, el rostro del cadáver se torció en un rictus de dolor, y de sus labios entreabiertos brotó un escalofriante gemido. Arión continuó, implacable:

- ¿Puedes oírme, oh, espíritu? ¿Sabes que tu alma me pertenece hasta que decida liberarla?

El cadáver abrió los ojos, pero éstos no eran sino dos profundas simas de oscuridad, sin iris ni pupila.

- Eeee... Déjame marchar, mago... Te lo imploro... -su voz sonaba espantosa, fantasmal. Movía los labios, pero el resto de su cuerpo permanecía inmóvil, muerto.

- ¡Habla, espíritu! -exclamó el hechicero tensando los hilos mágicos que retenían el alma del cadáver-. ¡No te permitiré marchar hasta que no respondas a lo que deseo saber! ¿Cuál es el nombre de tu líder? ¿Quién os envió a la batalla?

- Fue nuestro rey... Namor... Quien nos envió...

- ¿Por qué razón, espíritu?

- Ésta ciudad... nos pertenece... Somos atlantes... El rey... nos mandó para acabar con los invasores... que surgieron...

Atlantes... La sangre de Arión se heló en sus venas al escucharlo. ¿Podía ser...? ¿Que aquellos fueran los atlantes de una dimensión paralela que se había fusionado con la suya? ¿Que a pesar de todo hubiesen estado exterminando a sus hermanos? Pero... sus rasgos eran muy diferentes a los del pueblo de Arthur...

- Háblame de vuestra historia, espíritu. ¿Os hundisteis en el mar al mismo tiempo que la Atlántida?

- Eeee... No... Pertenecemos... a una sub especie de los humanos... una que se adaptó a vivir bajo el mar desde antes de que la Atlántida se hundiera... Nosotros... la encontramos... y la tomamos...

Aquellas palabras aliviaron al mago. No eran atlantes, no de verdad. No eran más que una raza submarina que había encontrado las ruinas y habían decidido fundar en ellas su ciudad.

- ¿Quién es Namor?

- Es nuestro príncipe... Nació de la unión de los dos mundos... y es el más poderoso... de todos... nosotros...

"Nació de la unión de los dos mundos". Al igual que Arthur. Los paralelismos eran sorprendentes.

- Háblame ahora de la barrera. ¿Cómo podemos romperla?

- En una de las salas... de nuestro territorio... hay un... receptor... que envía... las... señales...

La conexión se iba debilitando por momentos. El señor de los muertos reclamaba que le fuera devuelto lo que le había sido momentáneamente arrebatado. Arión trató de aferrar el alma con más fuerza, pero sabía que no podría retenerla mucho tiempo más.

- ¿A dónde? ¿A dónde envía las señales? -exigió saber en tono imperioso-. Dame la información que necesito y te liberaré.

Sabía que retener antinaturalmente el alma provocaba un gran dolor al espíritu, y que el deseo de regresar al descanso interrumpido sería el acicate que necesitaba para impulsarle a continuar.

- Los... cristales... Los... cristales... generan... la barrera... desde fuera. Si se rompe... el... receptor... los cristales... se... desbloquearán... pero... no podréis... no podréis... destruirlos... porque están... fuera...

- ¿El receptor alimenta los cristales que son los que a su vez mantienen la barrera? El receptor se encuentra en vuestros dominios y los cristales están fuera de la barrera, ¿no es así?

- Eeee... libérameeee... mago... He... cumplido...

- No aún, no del todo. ¿Cuántos cristales son, espíritu? ¿Dónde se encuentran?

- No... servirá...

- ¡Responde!

Los ojos de Arión destellaban con furia emitiendo un espantoso fulgor carmesí. Sus dedos crispados aferraban los hilos de energía mística que mantenían apresado el espíritu del cadáver, que tenía todo el aspecto de estar sufriendo horriblemente. Era un espectáculo dantesco. Incluso Arthur sintió algo de pena por el espíritu.  

- ¡Eeee...! ¡Cuatro, son cuatro! Uno por cada punto... cardinal de la... ciudad...

- Y la barrera se abrirá cuando hayamos destruido los cuatro, ¿verdad?

- Sí... sí... por favor...

Arión volvió emtonces sus ojos rojos hacia el rey.

- ¿Hay alguna pregunta que deseéis hacerle al espectro antes de que lo libere? Apresuráos, señor, pues no podré retenerlo mucho tiempo más...

El soldado muerto hizo un gesto de dolor.

- Ocean Master está... fuera... de la barrera. Él protege... los cristales. Namor... Namor está... ¡¡¡EEEEEEEE!!!

El cadáver emitió un chillido desgarrador a la vez que la luz que lo envolvía resplandecía con fuerza. Se escuchó un macabro sonido parecido al de un crepitar, y cuando la luz desapareció, no quedaba rastro alguno del cuerpo, ni tan siquiera cenizas, como si nunca hubiera estado allí.

- Lo siento, alteza -musitó Arión. Sus ojos habían recuperado su habitual color esmeralda, pero parecía cansado-. No pude retenerlo por más tiempo. El cuerpo no resistió la presión del hechizo y se desintegró, y sin el cuerpo no puedo convocar el alma, es una parte fundamental del ritual, el nexo de unión con este mundo.                

Se incorporó impulsándose levemente hacia arriba en el agua.

- El ritual es útil, pero es demasiado laborioso y requiere de varios días para llevarlo a cabo. Además siempre existe la posibilidad de que el cadáver que interroguemos no conozca la respuesta a nuestras preguntas, por lo que sería tiempo perdido. Tiempo que no tenemos. Temo que tendremos que continuar sin conocer la respuesta a esa última cuestión. Al menos sabemos bastante más que al principio... Sin embargo, hay algo de todo esto que me preocupa, mi rey.

Arión flotó hacia donde estaba Arthur, y ambos se alejaron por los pasillos del palacio. Prefería exponerle sus dudas estando a solas.

- Los hombres que nos atacan no son verdaderos atlantes, no por sangre, pero a su manera sí lo son, ya que en el universo del que proceden nadie sobrevivió al cataclismo que hundió la ciudad en el mar. Ellos encontraron unas ruinas vacías y las habitaron, y eso sucedió hace nueve mil años. Nueve mil años, mi rey, tiempo más que de sobra para considerarse atlantes por derecho propio. Sí, nosotros estábamos antes, pero desde su punto de vista, nosotros somos los invasores que han aparecido de un día para otro. No me gusta esto. ¿Vamos a ser los responsables del genocidio de toda una raza? Me sentiría más tranquilo si pudiéramos... hablar con ellos, aunque aceptaré cualquier decisión que toméis. Lo que está claro es que vamos a necesitar ponernos como sea en contacto con la Liga, pues necesitamos que ellos destruyan los cristales una vez nosotros nos hayamos deshecho del receptor. Sólo así lograremos acabar con la barrera. Las comunicaciones están interrumpidas, pero quizá encuentre la manera de hacerlo por vía mágica.