La era de Ultron [Mini-evento] Arthur Curry y Ahri'ahn

Habían transcurrido varios meses, y Arthur había restituido a Arión su posición como Sumo Mago de la ciudad. Con la ayuda de Coral había recuperado su ciudadela y Sancta Sanctorum, que había sido acondicionado para que un habitante de la superficie pudiera habitar en él sin tener que preocuparse permanentemente por el oxígeno.

Aún mantenía su mansión en París, pero era Trykhun quien vivía allí la mayor parte del tiempo, pues él pasaba casi todos los días en compañía de su rey y señor para cumplir con las responsabilidades de su puesto. Ésa era la vida que conocía y a la que estaba acostumbrado; a decir verdad no le interesaba en lo más mínimo mantener la fachada de noble frívolo parisino que había llevado su anterior encarnación hasta su muerte. Prefería con mucho estar en su ciudadela inmerso en sus meditaciones o en la práctica de sus hechizos o aconsejando a su rey.

Y precisamente por eso se encontraba en la reunión con el Alto Consejo de Atlantis cuando sucedió la invasión. Comenzó como una sensación de peligro muy fuerte cuya fuente no se encontraba en la Atlántida, sino arriba, en la superficie. Lo sintió casi a la vez que Arthur se levantaba alertado por su propio sónar, sólo que en su caso la intensidad de la amenaza en su cabeza fue tan fuerte que no pudo hacer más que torcer el gesto en señal de dolor.

Por fortuna no le fue necesario decir nada, pues ya Arthur lo había sentido también y se dirigía rápidamente a la superficie instándole a que le siguiera, cosa que el mago hizo sin la menor dilación.

Por los Dioses... el peligro al que nos aproximamos es tan grande que casi puedo oír los gritos de la gente que está siendo asesinada allí arriba, pensó lleno de angustia a medida que se impulsaba hacia la superficie junto al ejército de Arthur. ¿Pero qué, en el nombre de Caculha, puede ser capaz de crear esta conmoción?

Por desgracia no tardaría demasiado en obtener la respuesta a su pregunta...

- ¡Por el Oráculo! -exclamó horrorizado ante el dantesco espectáculo que estaba teniendo lugar en la costa.

¡Demonios metálicos como los que había visto en Japón estaban atacando a los humanos! Ya Arthur estaba dando órdenes a sus tropas para que atacaran a los robots, dejándole a él el cometido de encargarse de la seguridad de los humanos, cosa que haría con sumo gusto.

- ¡A sus órdenes, mi rey! -exclamó alzándose rápidamente hacia el cielo y sobrevolando la costa a la búsqueda de los habitantes de aquella zona asediada.

Sin pretenderlo los robots se lo habían puesto muy fácil al aglomerarlos a todos juntos en un único punto concentrado.

- Hilos del Tejedor, Luz de Tynan, invoco vuestro poder; guiad mi magia hacia el objetivo... ¡Ahora!

Del cuerpo del mago brotaron multitud de pequeños misiles dirigidos que surcaron los cielos buscando a su blanco. Ni uno sólo erró el objetivo, explotando contra las metálicas cubiertas de los androides antes de que pudieran disparar contra los humanos. Acto seguido, Arión invocó el Escudo de Attatak, introduciendo a los humanos en una gigantesca burbuja de luz verdosa que se elevó por los aires a un movimiento de su mano y se alejó siguiendo los dictados de su voluntad. Su intención era transportarlos hasta alguna zona en la que pudieran estar a salvo; el Escudo de Attatak repelería cualquier ataque que pudieran recibir por el camino.

Su sentido del peligro le avisó a tiempo, pero aún así le faltó poco para no poder esquivar los dos primeros misiles. Su cuerpo se arqueó en el aire en su esfuerzo por evitar una muerte segura mientras la esfera que contenía a los humanos se alejaba flotando sin rumbo sobre las aguas. Arión no podía ocuparse de eso ahora; El aire no era su medio natural, por lo que no era en él tan ágil como lo era en tierra, y si más robots le utilizaban para practicar el tiro al blanco, como parecía que sucedería, no conseguiría evadirlos de forma indefinida. Esquivó un tercer proyectil al tiempo que murmuraba las palabras de un hechizo de protección sobre sí mismo. El conjuro terminó justo a tiempo para repeler los dos últimos misiles, que impactaron contra el escudo de energía verdosa y fueron repelidos hasta perderse en el agua, donde explotaron inofensivamente.

- Ahora es mi turno -musitó. Volvió a repetir el conjuro de proyectil mágico y nuevos misiles de energía mística volaron hacia los cinco androides, explotando al impactar contra sus metálicas carcasas y reduciéndolos a un amasijo de metal retorcido.

Y con ése, se acababa su último hechizo de ataque múltiple. Tenía otros conjuros ofensivos, pero salvo algunas excepciones, eran de alcance individual. Tenía que dejar a aquellas personas en un lugar seguro y unirse al combate que estaba teniendo lugar en la playa; en el aire era un blanco demasiado tentador. Rápidamente voló hacia la esfera que se alejaba flotando, la recuperó y continuó su camino hasta dejar a los humanos en un lugar apartado y seguro. Después regresó hasta donde se encontraba Arthur, que acababa de desplegar toda la furia marina sobre las hordas invasoras, y se dejó caer a su lado.

- Mi señor, he puesto a todos los humanos que he podido a salvo. Parece que nuestra ofensiva ha conseguido su objetivo, porque han dejado de perseguirlos para centrarse en nosotros. ¿Qué queréis que haga ahora?

Estaba rodeado y eran demasiados. Trataba de defenderse como podía, pero por alguna razón sus hechizos estaban haciendo escasa mella en sus rivales. No le quedaba más remedio que recurrir a su último recurso, una estrategia que le había funcionado en el pasado pero que no tenía ni idea de si le funcionaría ésta vez, aunque tenía la corazonada de que así sería, porque, al igual que los robots que le habían atacado en la torre de los científicos 45.000 años atrás, aquellas unidades parecían estar entrelazadas entre sí de alguna manera. Sólo así podría explicarse lo compenetrado de su estrategia, así como el hecho de que hubieran sido capaces de tenderle una trampa entre todas. Quizá sus carcasas fueran demasiado poderosas para sus hechizos, pero el interior... el interior aún podía ser vulnerable.



El mago se concentró y envió su mente al interior del robot que tenía más cerca, sondeando el interior de aquella criatura antinatural. Por supuesto, encontró una fuerte resistencia a su magia, pero no cejó en su empeño, introduciendo aún más profundamente su conciencia en su interior. El desesperado intento consumió rápidamente la energía del mago, puesto que su mente no era compatible con los circuitos electrónicos, pero al mismo tiempo, y de una forma inexplicable por medios convencionales, la energía de Arión comenzó a desplazar la propia electricidad del ser, enviándola hacia los compañeros con los que estaba conectado y provocando una reacción en cadena de retroalimentación entre las restantes unidades que rodeaban al mago, sobrecargando sus circuitos hasta que, finalmente, estallaron desde el interior y Arión quedó solo y libre de enemigos, aunque tan exhausto que las piernas le fallaron y no pudo evitar desplomarse sobre la playa.

Maldición... Hasta que consiguiera recuperarse iba a ser de poca ayuda, pero al menos había dejado fuera de combate a un gran número de aquellos seres, había dejado de estar rodeado y tendría seguramente algunos valiosos minutos antes de que decidieran enviar más a por él...

Los robots se acercaban hacia él, caminando lenta pero inexorablemente, al tiempo que iban dejando huellas profundas sobre la arena mojada.

Un soldado disparó con sus extrañas armas a largo alcance, dejando momentáneamente fuera de combate a uno de los robots al tiempo que otros se ponían frente al mago, cubriéndolo con sus escudos para reflectar los letales rayos del enemigo.

- ¡Levántese, lord Arión! -dijo el soldado que había disparado primero, ofreciéndole su mano para ayudarle-. ¡Los robots nos están superando! ¡Necesitamos su magia!

- No... no puedo -musitó el mago-. Mis fuerzas están casi exhaustas. Necesito tiempo para recuperarme...

- Si es tiempo lo que necesita, lord Arión, se lo brindaremos. ¡Adelante, soldados!

Los bravos hombres se arrojaron a los brazos de aquella muerte implacable revestida de acero. Arión presenció sin poder hacer nada como uno tras otro los leales soldados eran abatidos a manos del enemigo hasta que las olas que el mar arrastraba de vuelta al interior aparecían teñidas de sangre. Buscó a Arthur con la mirada y lo encontró, atrapado e indefenso, a merced de sus despiadados captores. El tiempo pareció transcurrir a cámara lenta mientras el rey atlante se liberaba y luchaba contra los robots que le superaban en número, hasta que se produjo el desenlace fatal y los ojos del mago se agrandaron al ver cómo la mano inerte que segundos antes había sostenido el tridente se abatía sobre la arena.

- ¡Arthur! -gritó, y poco después, los mismos ojos se encendieron de cólera... ¡y odio!

Y en medio de todas estas emociones violentas, hay energías suficientes para que un hombre agotado olvide el cansancio que le entumece los miembros y sienta de nuevo la magia fluir por sus venas, con una potencia tal como pocas veces ha experimentado. Arión gritó, un grito de ira y furia absolutas, y su cuerpo comenzó a resplandecer con un aura verde tan brillante que los hombres que le rodeaban tuvieron que apartar la mirada. También sus ojos habían cambiado; los amables y bondadosos orbes verdes sustituidos por dos profundos pozos de luz vacua y roja como la sangre que empapaba la arena. Todo rastro del Arión que aquella gente había conocido desapareció del todo, absorbido por la devastadora rabia que ahora le embargaba y que acababa de sumirle en una suerte de escalofriante frenesí asesino. La energía que ahora rezumaba de cada uno de sus poros, esa energía que formaba parte de su propia sangre y a la que jamás sería capaz de acceder de manera consciente, palpitaba en el mismo aire que le rodeaba, en cada gota de agua, en cada átomo y molécula, devolviéndole el poder casi divino que una vez había poseído, el poder que le había permitido detener un cataclismo y devolver la vida a un sol moribundo, el poder que le había permitido aniquilar a una estrella. Aquella energía crepitó, expandiéndose cada vez más hasta que, finalmente, estalló, y la onda expansiva que emergió del mago cubrió toda la isla invadiendo los objetos metálicos que encontró a su paso, pero sin hacer daño a los seres orgánicos, ya fueran humanos, atlantes o animales. Incapaz de absorber la fuerza de aquella magia, el vibranium que recubría los robots fue destruido, seguido poco después por los androides en sí, ya que además, por alguna inexplicable razón el metal resultó ser un excelente conductor de las energías místicas procedentes del mago. Apenas unos segundos más tarde, toda la isla estaba recubierta de irreconocibles trozos de metal.

El cuerpo del mago, vacío ya de las energías que lo habían sostenido, cayó de nuevo a la arena de rodillas y se arrastró como pudo hasta donde yacía Arthur.

- Mi señor, todo ha terminado... -musitó. Sus ojos volvían a tener su habitual color esmeralda, aunque estaban preñados de dolor por el sufrimiento de su rey-, pero a qué precio...

Miró la mano cortada con desesperación. Tenía que llevar rápidamente a Arthur a la Atlántida, donde existía el arte que podía curarle, pero... ¿cómo? Ya no quedaba nada en su interior, su poder estaba agotado, pero ¿acaso el Sumo Mago de la Atlántida podía algo más que garantizar la supervivencia de su señor? Se concentró, buscando las últimas energías que le quedaban, constriñendo el gesto con una mueca de dolor por el esfuerzo, buscando el apoyo de la magia de los objetos y amuletos que llevaba para teleportarse tanto a sí mismo como al rey a la enfermería de la Atlántida.