[Evento: Fearland] Los espantapájaros andan a medianoche (Joanna y a posteriori mienbros de la Batfamilia)

Welcome to Fearland

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Disparos. Gritos de dolor. Llanto de miedo. La puerta de una celda haciéndose pedazos. Lunáticos con trajes de celador vaciando los cargadores de sus UZIs y sus escopetas. Las súplicas.

Recuerdos de momentos fugaces, estallidos de rabia y poder que apenas duraron un milisegundo. Todos ellos solapados por un sólo recuerdo.

Una horrenda cara tapada por una máscara de arpillera, el autoproclamado Amo del Miedo sentado arrogantemente sobre la silla del alcaide, entrelazando sus dedos huesudos. Un previsible y petulante discurso inicial.

-Bienvenidos a una nueva tele-terapia de vuestro canal favorito, Fear The Dark. Hoy vuestro apreciado anfitrión El Espantapájaros, alias Jonathan Crane, va a atender a un paciente muy muy especial. Es duro asumir la pérdida de una de tus extremidades, ¿verdad? Mucho más cuando son dos. ¿Y si esto sucede a una edad muy temprana? Por supuesto, siempre puedes cambiarlas por implantes, que ejercerán esa misma función con algunas mejoras. ¿Pero cómo puedes asumir semejante intrusión en tu propio cuerpo? ¿No es acaso una experiencia similar a perder a uno de tus progenitores y que aquel que queda vivo se case con un completo desconocido? Por supuesto, la cosa cambia cuando dicho implante te otorga propiedades especiales... Llamémosle "poderes". Y dichos poderes de repente te hacen saltar un escalón. Te posicionan por encima del común de los mortales. Te ofrecen la posibilidad de cambiar el mundo... a tu antojo. ¿Y quién puede resistirse a hacer uso de ese poder, especialmente para castigar a aquellos que sabes que lo merecen?

La cara parpadeó, y la vista saltó a una cámara acorazada de aislamiento, forrada con cojines blancos. Una silueta pequeña yacía encogida en una esquina, tiritando.

-Pero hay quienes no saben hacer un uso responsable de ese poder. O quienes no pueden aceptar toda la responsabilidad que implica. Y cuando eres tan joven e inexperto, y el mundo cambia a tal velocidad a tu alrededor, es inevitable sentir vértigo, conmoción... Miedo.

La figura, apenas un borrón, llegó a hacerse más visible conforme la cámara cobraba algo de nitidez. Un muchacho de cabello castaño, jersey y pantalones verdes, y manos forradas de metal, se debatía tembloroso, apretándose contra la esquina de una de las celdas.

-No... No, por favor, no...

Una de las esquinas de la celda estaba teñida en sombras. De repente, de una de estas sombras, emergió una figura humana. Vestía de calle, con una camisa a cuadros desabrochada, un pelo con un largo tupé y gafas rotas con las patillas torcidas. Sangraba por la comisura de la boca, y su cabeza se inclinaba hacia un lado de forma antinatural. Señalaba al muchacho.

-¡¡F-Fue un accidente, lo juro!! ¡¡No quise hacerlo, juro que no quise hacerlo!! ¡¡Lo siento, de verdad!! -el chico gritaba, su voz se desgarraba rota por el dolor y sus mejillas se convertían en cascadas de lágrimas.

La imagen del hombre cadavérico parpadeó y desapareció. La celda empezó de pronto a temblar, constriñéndose sobre el muchacho. Del techo pareció asomar algo tan grande y abigarrado que la cámara no podía abarcarlo por completo. El chico se desplomó sobre el suelo y gritó, pataleando y rugiendo, hasta que se deshizo en llanto.

-¡¡NOOOOOOOO, POR FAVOR, NOOOOOOO!!

El grito se unió a un rugido de dolor. La puerta yacía a varios metros sobre el suelo. Podía sentir la sangre a sus pies, brotando de múltiples agujeros en su cuerpo. Algunos matones con las caras cubiertas retrocedían espantados, o avanzaban con las armas aún humeantes. Gritos de confusión, de ira, de dolor. De miedo.

Una punzada de miedo la había dominado minutos antes. Allí estaba él, sobre las escaleras que llevaban al piso de arriba. Alto y encorvado como un roble viejo, sus odiosos ojos chispeantes clavados sobre ella. Un hombre que jugaba a ser un fantasma. Pero ésta vez era diferente.

-¿Adónde vas, criatura? No puedes huir. Ésta es mi casa, la Casa del Terror. Y nadie es inmune a ello. ¿Lo eres tú?

En su mano reforzada con jeringuillas sostenía un extraño artefacto, similar a una caja. Se abrió, y ella sintió de pronto una fuerte picazón mordió su garganta y su nariz. Cuando se recompuso se lo encontró, delante de ella, a escasos metros de su enemigo.

El ser vivo al que más amaba. Los ojos rojos, las mejillas surcadas por lágrimas del color del óxido. Sus manos reforzadas con guanteletes destrozadas, sangrando aceite. Y la miraba con terrible y cruel indiferencia.

-Estoy así por tu culpa. Aléjate de mí. MONSTRUO.

BLAM.

Tiro de escopeta. Corro de voces inquietas. Sabor a sangre.

Una voz cruel destacando sobre las demás. Sus ojos chispeantes, último y más fresco recuerdo.

-Colgadla en la entrada principal. Que sirva de escarmiento a los entrometidos.

Y silencio.

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Aún tenía fresco el sabor de la sangre. Una intensa picazón le recorría todo el cuerpo. Un golpe de aire meció sus cabellos, pero el resto permanecían ocultos bajo alguna prenda. Tenía todo el cuerpo agarrotado, en parte por el dolor. En parte por algo más.

Poco a poco pudo recobrar la consciencia. Se encontraba en las puertas exteriores del Asilo Arkham. A sus espaldas el caos y el terror eran los amos. Su cuerpo estaba plagado de agujeros de balas, al que ahora se acercaban golosos decenas de cuervos a picotear la carne que asomaba tras el mono de interno del infame manicomio. Sus brazos y piernas estaban atados en cruz, y su cabeza medio tapada por un grotesco sombrero de tela de saco cosido a base de remiendos de camisas de fuerza y otras prendas del centro médico.

Un espantapájaros diseñado para asustar a otro tipo de cuervos.

Frente a ella la carretera descendía hasta los muelles que comunicaban con la ciudad de Gotham. Una niebla amarilla y espesa cubría toda la urbe. Incluso desde allí se podía escuchar un coro de gritos de terror y aullidos desgarradores. La actividad nocturna típica de la Ciudad del Crimen había sido sustituida por una vorágine de horror. No era difícil adivinar de quién era el sello de semejante atrocidad.

Un par de palmaditas en su hombro derecho reclamaron su atención. La cara pálida y verdosa de Joanna quedó levemente iluminada por el fantasmagórico destello púrpura de un habano que sujetaban los dientes y labios gruesos de un tipo afroamericano vestido con una larga gabardina y un sombrero de copa. Lo más llamativo era el tatuaje blanco resplandeciente de calavera que decoraba todo su rostro. Cómo había alcanzado su altura dejó de ser un misterio cuando observó que el extraño se sentaba sobre una nube purpúrea, que emanaba del mismo puro.

-Menudo resacón, ¿eh? Yo que tú me lo tomaba con calma antes de bajar. -murmuró con una misteriosa voz profunda como el trueno, pero con un entomamiento extraño e hipnótico. A continuación le acercó el extraño puro a los labios-. ¿Hace una caladita? Normalmente te diría eso de que fumar mata, pero no creo que sea un problema en tu caso.

Del puro emanaba un aroma muy fuerte a ron y hierbabuena.

Primero fue el sonido. Era distante, como si ocurriese a kilómetros de distancia, y sin embargo, era como si a su vez ocurriese a su lado. Algo goteaba contra el suelo con un ritmo impecable.

Lo siguiente fue el olor. El hedor a muerte, a viejo, a cerrado. Y entonces el tacto. Poco a poco, como insectos corriendo bajo la piel, el dolor empezó a volver a su cuerpo, impregnando cada uno de los recovecos de su cuerpo con su mordedura incesante.

Y entonces, inspiró. La mujer se arqueó en el gesto brusco, provocando que los cuervos se espantasen en todas las direcciones, sorprendidos de que un cadáver se moviese. Entonces, con un leve gemido, el cuerpo de la mujer volvió a relajarse mientras agachaba la cabeza. Poco a poco, segundo a segundo, su respiración empezó a acompasarse, y entonces un sonido agudo rompió el espectante silencio que habían mantenido las aves.

Una bala, manchada de sangre y retorcida, acababa de caer al suelo. Pronto la siguió otra más, y otra, y otra. Después decenas de perdigones. Y por último, un nuevo gemido, esta vez de dolor físico.

Joanna se humedeció sus resecos labios, enfocando la mirada en el suelo. Lo primero que pudo observar fue la gran cantidad de munición que había en el suelo, lo que la hizo entrecerrar los ojos. Al parecer, la habían matado, y gastando más munición que en un patíbulo.

Entonces, un brillo morado le llamó la atención. Era algo que se movía como hebras, y lo siguió hasta unos pies, que se unían al cuerpo de un hombre de color, que parecía sentado y disfrutando del espectáculo

¿Qué...?

Menudo resacón, ¿eh? Yo que tú me lo tomaba con calma antes de bajar Joanna asintió levemente, como si estuviese en un trance. Notaba sus extremidades inmobilizadas, y sus fuerzas aún no habían vuelto del todo. Debería esperar un poco más antes de poder intentar bajarse. ¿Hace una caladita? Normalmente te diría eso de que fumar mata, pero no creo que sea un problema en tu caso.

la interna bizqueó intentando centrar su mirada en el tabaco, antes de suspirar. Vale, estaba delirando, fijo... Al menos podría disfrutar un rato del delirio. Después de todo, al cabo de unos días en Arkham hasta el loquero más sano terminaba tarumba.

¿Quién sabe? A lo mejor está tan bueno que levantaría a un muerto... murmuró con cierto sarcasmo, dándole una calada al puro. Empezó a toser, claramente no acostumbrada al humo del tabaco en sus pulmones, cerrando fuertemente los ojos

¿Cuánto... Cuánto ha pasado desde mi... desde el incidente? Y entonces recordó por qué había tirado una puerta abajo, se había echado encima de los matones aullando como una aparición e incluso había llegado a vampirizar a un par de ellos. Se tensó, empezando a tirar con una expresión de furia y dolor


La mujer se revolvió y sus ataduras empezaron a crujir ominiosamente mientras sus ojos brillaban con energía verde. No iban a durar mucho tiempo, y si el desconocido no empezaba a explicarse, iba a correr el peligro de que la amenaza de Joanna se cumpliese y viese el infierno muy de cerca. No sólo eso, si no que como si respondiesen a una orden mental, las barreras entre el mundo de los vivos y de los muertos estaban empezando a resquebrajarse, atrayendo espíritus furiosos hacia la ex-política.

El desconocido frunció el entrecejo y observó con sorprendente impasibilidad el arranque de ira de Joanna mientras forcejeaba, y la posterior apertura de la Tierra por la que los espectros se escapaban y se acercaban a la no-muerta. Volvió a encajarse el puro entre los labios mientras se encogía de hombros.

-Ñtsh... Ya sabía yo que no podrías estarte quieta sin montar un numerito. No importa cuántos años pasen, hay cosas que nunca cambian.

Dio una buena calada al puro y exhaló el humo. Éste rodeó de repente el área de la puerta de Arkham, y conforme los muertos se acercaban chocaban con el gas, como si éste fuese de piedra, quedándose al otro lado de aquella que los convocó.

-¿Os importa? Quisiera hablar con la señora a solas un momento -masculló, frunciendo el ceño, antes de volver de nuevo a Joanna-. La verdad, me sorprendes. Es la primera vez que te veo así por un alma mortal. Chica, ¿qué ha cambiado en todos estos años? Y no me refiero sólo a esa vestimenta cutre de Mardi-Gras. Pero bueno, de qué me sorprendo, siempre has sido un poco hortera en tus gustos.

Volvió a dar una calada al puro. Sus ojos brillaron al tiempo que lo hacía el cigarro. Había algo extraño en ellos, profundamente hipnótico y misterioso, algo que contrastaba con su tono francamente jocoso e irritante.

-Pero no estamos aquí para hablar de los viejos tiempos. ¿Verdad? Tranquila, no te robaré mucho tiempo. Y antes de que me preguntes, no, no me asustan tus trucos de pirotecnia. ¿El Infierno? Mi oficina, por si no lo recuerdas. Lo que me lleva a mi pregunta: ¿dónde demonios ha has estado todos estos años?

Se quedó mirándola con total impasibilidad, a la espera quizás de otro acceso de furia por parte de Joanna.

-Ñtsh... Ya sabía yo que no podrías estarte quieta sin montar un numerito. No importa cuántos años pasen, hay cosas que nunca cambian.

No importaba cuánto aullase, cuánto se revolviese ni cuánto intentase arañarle la cara al hombre que tenía delante de ella, Joanna se encontraba impotente. Dio un último tirón frustrado a sus ligaduras y gruñó por lo bajo, molesta

La verdad, me sorprendes. Es la primera vez que te veo así por un alma mortal. Chica, ¿qué ha cambiado en todos estos años? Y no me refiero sólo a esa vestimenta cutre de Mardi-Gras. Pero bueno, de qué me sorprendo, siempre has sido un poco hortera en tus gustos.

Joanna lanzó una mirada de soslayo al hombre, intentando verle mejor. Hablaba como si la conociese... ¡Hasta actuaba igual! Pero estaba segura de que si había visto antes a un hombre como él lo recordaría. Después de todo, con ese maquillaje y ese aspecto... ¿Sería algún superhéroe? ¿Quizás un supervillano? A lo mejor lo conocía en su aspecto de civil...

-Pero no estamos aquí para hablar de los viejos tiempos. ¿Verdad? Tranquila, no te robaré mucho tiempo. Y antes de que me preguntes, no, no me asustan tus trucos de pirotecnia. ¿El Infierno? Mi oficina, por si no lo recuerdas. Lo que me lleva a mi pregunta: ¿dónde demonios ha has estado todos estos años?

Inspiró y espiró, cerrando los ojos, intentando concentrarse, antes de carraspear. Negó con la cabeza, recuperando su compostura y dedicándole una mirada tan altiva como pudo en un intento de mostrarse firme


Dicho eso, la ex-alcaldesa volvió de nuevo a forcejear, intentando soltarse, aunque esta vez con algo más de cabeza y mucha menos histeria

El tipo con cara de calavera suspiró pesadamente, como quien intenta explicarle la lección de matemáticas a un niño que insiste en que no entiende nada.

-Demonios, ya entiendo... La amnesia inherente a la reencarnación forzada. Haber empezado por ahí, maldita sea... En fin, qué demonios. Esto lo hará todo mucho más lento.

Con un sonoro chasquido de dedos, una humareda púrpura se liberó de la palma de su mano y envolvió a Joanna, deshaciendo los pedazos de camisa de fuerza que la sujetaban a la puerta del asilo como si el tiempo pasara por ellos a toda velocidad y los carcomiera. El mismo polvo se extendió a través de la horda de muertos que golpeaban furiosamente los muros de Arkham y se arremolinaban a los pies de la mujer, y éstos empezaron a deshacerse también hasta convertirse en polvo.

-Está bien, por dónde podemos empezar. Mira, me alegra que hayas usado el término "hijo adoptivo", porque éso es exactamente lo que es. Como tu vida. Nada de lo que estás viviendo ahora es real. No es más que una máscara tras la que escondes tu verdadero yo. Oh, sí, se supone que debería contarte todo esto con un poco más de enigma, misterio y "mambo-jambo" de por medio, pero la verdad, ni tengo tiempo ni ganas. Señorita, olvídate del chico. No significa nada para ti, para quien realmente eres. ¿No me crees? Deja entonces que te muestre...

El discurso del individuo fue bruscamente interrumpido por una extraña voz, un cántico, que parecía escucharse a lo lejos, en un punto muy distante de Gotham. Y a pesar de todo Joanna lo oía con meridiana claridad. Un cántico en una lengua que desconocía, y una palabra repetida una y otra vez: "Ereshkigal". Y, extrañamente, sentía que esa llamada era para ella. Y que no podía eludirla por mucho que deseara ayudar a Brian.

-¡Oh, mira qué bien! ¡Alguien va a tener la decencia de explicártelo por mí! Perfecto -el extraño tipo sonrió, enseñando sus dientes que parecían relucir con luz propia-. Mejor que atiendas la llamada, los negocios son los negocios. Después podremos hablar tú y yo largo y tendido sobre esta crisis tan rara que se os ha avecinado. ¡Imagínate! ¡Querer jugar con el miedo! Me divierte ese mortal, pero no tiene ni idea de con qué está jugando realmente. En fin... Au revoir, supongo.

El extraño ejecutó una graciosa reverencia y se recolocó el sombrero, y de pronto se convirtió en una voluta de humo púrpura que se deshizo ante los ojos de Joanna. Desde la distancia seguía escuchándose el extraño cántico que la atraía irremediablemente.

-Demonios, ya entiendo... La amnesia inherente a la reencarnación forzada. Haber empezado por ahí, maldita sea... En fin, qué demonios. Esto lo hará todo mucho más lento.

Joanna arrugó la nariz en un mohín especialmente adorable cuando el hombre mencionó esas palabras. No entendía muy bien a qué venía toda eso, pero sí entendía que por fin era libre. Se dejó caer al suelo con toda la gracia que pudo reunir, acariciándose las molestas muñecas con un suspiro. Pero parecía que eso no iba a acabar ahí, porque el extraño hombre de negro aún tenía que seguir hablando

-Está bien, por dónde podemos empezar. Mira, me alegra que hayas usado el término "hijo adoptivo", porque éso es exactamente lo que es. Como tu vida. Nada de lo que estás viviendo ahora es real. No es más que una máscara tras la que escondes tu verdadero yo. Oh, sí, se supone que debería contarte todo esto con un poco más de enigma, misterio y "mambo-jambo" de por medio, pero la verdad, ni tengo tiempo ni ganas. Señorita, olvídate del chico. No significa nada para ti, para quien realmente eres. ¿No me crees? Deja entonces que te muestre...

Los ojos de Joanna refulgieron con fuerza mientras su expresión se tornaba en una de verdadera furia. Con su brillo antinatural y su expresión, bien parecía haber escapado del propio infierno. Su pelo ondeó, y abrió la boca para replicar, alzando un índice incluso antes de parar en seco. Su mirada se desvió hacia un lado, y giró el rostro, como concentrándose en oír algo más allá

-¡Oh, mira qué bien! ¡Alguien va a tener la decencia de explicártelo por mí! Perfecto

¿Cómo que explicar? y sin embargo, no podía evitarlo. Su cuerpo parecía girarse hacia el cántico extraño que llegaba a sus oídos desde una distancia imposible. Algo tiraba de ella, algo parecía querer llamarla, como un canto de sirena.

Lanzó una mirada de preocupación hacia el hombre que parecía estar muy complacido con la situación

Mejor que atiendas la llamada, los negocios son los negocios. Después podremos hablar tú y yo largo y tendido sobre esta crisis tan rara que se os ha avecinado. ¡Imagínate! ¡Querer jugar con el miedo! Me divierte ese mortal, pero no tiene ni idea de con qué está jugando realmente. En fin... Au revoir, supongo.

Joanna se pasó la lengua por los labios, que de pronto estaban más secos de lo habitual. Lanzó una mirada confusa al hombre de color, pero finalmente no pudo resistirse más y comenzó a caminar, al principio torpemente, como si se resistiese ante una mano invisible que la empujaba y poco a poco empezó a coger velocidad hasta empezar a correr a toda velocidad. Era extraño, sabía que nunca había sido una atleta, y sin embargo no podía evitar correr, no parecía cansarse, como si la fuerza que la empujaba no le permitiese siquiera perder el resuello.

Lanzó una mirada hacia atrás, preocupada, aterrada incluso, por lo que estaría pasando Brian, pero pronto cerró los ojos. No podía parar, ya no

Pero volvería a por su hijo, maldita sea, cuando pudiera entender qué demonios le estaba pasando