[Evento: Fearland] Exit light, enter night... (Aureole Deveron, Dalae Darkle, John Constantine) [4 de noviembre de 2018]

La Embajada Infinita
1 de noviembre de 2018
Tiempo indeterminado


En el sótano más profundo de la Embajada Infinita, siete figuras se sentaban en silencio sobre sus tronos dispuestos en círculo. La reunión, convocada con urgencia por uno de ellos, aún no había dado comienzo, pero todos, de una forma o de otra, sabían por qué estaban allí. Los siete habían podido sentirlo: como siniestras arañas agazapadas al borde de una tela, podían percibir las vibraciones que se producían al tirar de los hilos del Miedo. Pero ¿quién de ellos había sido tan osado como para actuar de espaldas a los otros seis, estableciendo su propio reino de terror en una de las Nuevas Ciudades? ¿Quién estaba tratando de ganar poder frente a los demás, cultivando el miedo que era su sustento, alimentándolo para que creciera, sólo para devorarlo al final?

Las siete figuras sólo se reunían ocasionalmente: cada una tenía sus propios objetivos, sus propias ambiciones, sus particulares enemigos a los que atender. Ninguno confiaba en los demás. Todos ellos se habían lanzado miradas de suspicacia desde sus sitiales flotantes, aguardando, esperando ver la culpa escrita en el rostro de los demás. Cada uno había empezado a fraguar sus propios planes, en silencio. Alguien había movido la primera ficha; si eran lo bastante rápidos, lo bastante astutos, podrían sacarle partido a ser los segundos. Y, si descubrían quién había empezado, ya tendrían una cabeza de turco que pagaría por los demás.

- Ya sabéis por qué estamos aquí - empezó, susurrante, quien había convocado la reunión - El Pacto de Espera se ha roto: alguien araña las mentes de los mortales en la ciudad de Gotham, y devora ese miedo antes de que nos llegue, como hizo La Serpiente tiempo atrás. Uno de nosotros nos ha traicionado.

- ¡Debe pagar! - exclamó otra de las figuras, con un chillido agudo, al tiempo que agitaba los brazos con furia.

- ¿No es un poco pronto para lanzarnos acusaciones? - intervino una tercera voz, más suave y aterciopelada, y al mismo tiempo más amenazadora que la anterior - Por lo que sabemos, podría tratarse de alguien ajeno a nuestro círculo, alguien que trata de debilitarnos.

- ¿Con qué objetivo? - inquirió el primero en hablar.

- Es difícil de decir. ¿Venganza? Tenemos muchos enemigos.

- ¡Hay que averiguar quién fue, y despedazarlo! - insistió la voz chillona.

- Desde luego, este asunto merece una investigación... - asintió una voz masculina, que no había hablado hasta el momento, y que estaba ribeteada por un profundo tinte sobrenatural.

- En cualquier casssso... - intervino una voz profunda y siseante - ... sssse puede consssssiderar que el Pacto essssstá roto...

- Sin duda - convino la tercera figura - No estamos obligados a seguir respetándolo.

Un tenso silencio llenó la estancia.

- Tal y como están las cosas, sería absurdo dejar pasar la oportunidad de hacernos con nuestra propia parcela de miedo - señaló otro de ellos, indolente.

- El Pacto se creó por una razón - dijo una voz vibrante y profunda.

- Es inservible - señaló uno de sus interlocutores.

- Tiene razón, Creador. Lo creamos para protegernos de que uno de nosotros amasara demasiado poder y supusiera una amenaza para el resto. Si seguimos manteniéndolo, nos expondremos al traidor, o a la amenaza externa.

- ¡Debemos acabar con la amenaza! ¡¡¡Matarlos!!!

- Si nuestro enemigo reclama una ciudad para él, nosotros deberíamos hacer lo mismo - dijo la voz aterciopelada - Tal vez los mortales hayan olvidado lo que es el verdadero temor. Nuestro deber es recordárselo.

- Ssssssí... Hacer que nossss teman...

- Tal vez no deberíamos... - empezó la última figura, que no había opinado en toda la reunión. Pero, como siempre que hablaba, ninguno de los otros seis le prestó atención.

- Si hemos terminado, tendría que marcharme. Hay algunos asuntos en mi reino que requieren mi atención - intervino el que había sido el cuarto en hablar.

- La reunión ha concluido - dijo la voz vibrante; le gustaba ser él quien decidía cuándo empezaban las cosas y cuándo terminaban.

Dicho esto, las siete figuras abandonaron la estancia, cada una con sus propias ideas en mente. Gotham había sido la primera ciudad en saborear el Miedo pero, sin duda, no sería la última...



Chicago, Illinois.
4 de noviembre de 2018.
10:42 pm

Los biografistas de Al Capone solían decir que, su tarjeta de visita, debajo de su nombre completo, decía: "vendedor de antigüedades". Y no era únicamente una tapadera para evitar poner "propietario de destilerías clandestinas" o "gángster más popular de América". Algunos creían que el almacén de antigüedades de Scarface aún existía y que, a lo largo de las últimas décadas, se había convertido en una especie de mercado ilegal para todo tipo de objetos raros y valiosos.

Como no podía ser de otra manera, aquel famoso almacén (un rumor que circulaba por igual entre místicos y curiosos) estaba en la ciudad de Chicago, oculto en alguna galería de túneles a la que sólo se podía llegar si conocías la entrada adecuada. Allí se intercambiaban, compraban y vendían objetos mágicos, así como antigüedades de tipo más decorativo. Se decía que podías hacerte con toda clase de cosas: desde un gramófono capaz de manipular mentes, hasta un whiskey escocés capaz de dividir cuerpo y alma para dar forma a una proyección astral.

Aureole Deveron había sido cordialmente invitado a una subasta que iba a realizarse en aquel lugar. La nota de invitación había aparecido un buen día en su mesita de noche, indicándole que se le esperaba en un pub específico (el Morrigan's), cerca de la orilla del Lago Michigan, la noche del 4 de noviembre a las 23 horas. No había ni remitente ni ningún otro dato identificativo. El cómo había llegado a su habitación era un completo misterio.

Por su parte, John Constantine había viajado a Chicago por sus propias razones. La zona de la ciudad en la que se encontraba tenía un indudable tinte sobrenatural, aunque sólo fuera evidente cuando anochecía. Aquel bar en concreto, llamado Morrigan's, había llamado su atención. No era por las luces de neón que parpadeaban sobre la entrada, sino por la gente que entraba y salía de él. Aparentemente normales, envueltos en sus bufandas, sombreros y gabardinas, sus auras no eran tan fáciles de ocultar como el resto de sus cuerpos. En aquel antro parecían reunirse sin distinción todo tipo de seres sobrenaturales.

Dalae Darkle era una de las personas que se sentaban en el interior. Su enigmático jefe, Loki, la había enviado allí en busca de información. Al parecer, alguien había estado haciendo preguntas sobre la presunta muerte del hijo de Laufey hacía relativamente poco, en aquel mismo local. Loki deseaba saber quién sentía últimamente tanto interés hacia su persona, y para ello había enviado a la asgardiana a la taberna.

Morrigan's, un extraño cruce entre local moderno y pub irlandés, contaba con una barra atendida por una exuberante mujer de negros cabellos, escasa y parpadeante iluminación, música ensordecedora y mesas llenas de los más extraños individuos, los cuales bebían, charlaban, fumaban o jugaban a las cartas. Dos guardaespaldas fornidos, de apariencia humana pero naturaleza muy distinta, controlaban las entradas y salidas. En algunos rincones tenían lugar extraños intercambios, y varios camareros de aspecto etéreo circulaban entre las mesas. A pesar de la hora, el local estaba indudablemente animado...


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Orden de posteo:
- Omega
- Aureole Deveron
- John Constantine
- Dalae Darkle


Omega intervendrá después del primer turno por segunda vez. Si tenéis cualquier duda, enviad un MP al Admin que se encarga de vuestro evento ^^

La misiva iba sin firmar. No sabía por qué se sorprendía. Nadie que hubiera entrado en su ausencia para dejarla sobre la mesita estaba por la labor de dejar pistas, o lo mismo le habría dado entregarla en mano. Aureole se tomó su tiempo en estudiar el mensaje. No parecía que hubiera nada mágico en él, ningún mensaje secundario ni cifrado. Nada secreto. Era una invitación tan sencilla que resultaba tanto más misteriosa que un enigma entre místicos. Conocía el Morrigan's desde hacía un tiempo, y aunque nunca había tenido problemas en el local o con su concurrencia habitual, ahora desconfiaba. Apartó la mirada de la carta y se posó sobre la figura abultada que reposaba en completo silencio no muy lejos, en una silla que parecía a punto de romperse bajo el fornido cuerpo de su ocupante.

-Despierta, Stanley. Esta noche saldremos un poco a tomar el aire. Entre otras cosas.

El Morrigan's estaba donde siempre. Era todo un logro, si se tenía en cuenta que determinados locales propiedad de místicos eran... menos estables en cuanto a su ubicación que el resto de edificios. Los porteros, tanto el de la puerta grande como el de la salida de servicio, le conocían, y él a ellos. También conocían a Stanley, que no desmerecía en tamaño junto a ellos. Con su traje a medida, caro simplemente por la cantidad de tela necesaria para confeccionarlo, sus gafas oscuras y su aspecto impasible, era un guardaespaldas eficaz e imponente. Normalmente Aureole le habría dicho que se quedara fuera, o que se diera una vuelta. Sin embargo, la noche distaba de ser normal.

Aureole iba más o menos como siempre, con su propio smoking de faldones, anticuado pero impecable; su chistera, su bastón de pomo dorado, las polainas y su aspecto tradicional de cincuentón. Desde luego desentonaba cerca de los místicos y otros clientes más jóvenes. Todo cambiaba al acercarse a uno de los nichos de las paredes, ocupando él el banco contra el muro y Stanley una silla que crujió tanto como la del hotel. La música era atronadora, y cacofónica, para su gusto. Lo habría comentado con el gólem, incluso si sabía que éste no podía mostrarse en desacuerdo, pero ni siquiera tan cerca le oiría. Al pasar un camarero le pidió una cerveza cualquiera, que no tenía intención de probar. No obstante, había que hacer gasto, por educación.

Había llegado pronto para la subasta, pero no tanto para la típica reunión previa. A buen seguro, una parte de la concurrencia ya estaba preparada para cuando el encargado hiciera su aparición y su seña, y todos se movieran hasta la sala. Al menos, eso habría sido lo normal. Todavía estaba por ver cuánta verdad había en la carta sin remitente.

‘’Bueno, Johnny, aquí estamos, espero que tus instintos no fallen…’’

John Constantine se animaba a si mismo mientras bebía una pinta de cerveza oscura en la barra del pub Morrigan’s, un estercolero de mierda sobrenatural que aquella noche rezumaba especialmente a tufo y a seres de la noche, el mago, siempre con esa mirada cínica suya en el rostro observaba en silencio mientras bebía, el lugar era un ir y venir de seres de toda clase, más incluso de los que el mago tenía conocimiento de que existieran, era obvio que aquella noche se cocía algo en Chicago, y el inglés iba a averiguar de qué se trataba.

Ciertamente no habían sido aquellos hechos los que le habían llevado a desplazarse a la ciudad, la verdad es que Constantine andaba escaso de dinero últimamente, así que había urdido un plan para estafar a unos tipos de negocios de, Dios sabe qué empresa, la verdad, esos detalles no le importaban, era un truco muy sencillo, todo consistía en mostrarles a esos idiotas un falso portal hacia el infierno, hacer de falso intermediario entre un falso demonio y un hombre que tenía más dinero que sentido común, lo típico, te ofrezco un trato con este tipo, a cambio quiero una buena suma, y en fin, así funcionaba, el imbécil soltaba el dinero y John ya tenía suficientes billetes para pasar unos cuantos meses sin preocuparse. Al terminar el trabajo, el mago había decidido salir a tomar unas copas para celebrarlo, puede, que demasiadas, pero de camino a la búsqueda de algún bar que le recordase al Antro, encontró a un grupo de súcubos de rango inferior reunidos en la calle, eran 5, a cada cual más desagradable que el anterior, como parecían preocupados en que no les siguieran, el mago decidió que debía seguirles, quien sabe, tal vez llegaría a algo divertido.

Y allí estaba ahora, en una misión de espionaje, viendo el vaivén de ‘’personas’’ que había por el local, indagando por las mesas y escuchando a hurtadillas las conversas se había enterado de lo que ocurría, al parecer, esa noche se preparaba una subasta, algo grande, pues había toda clase de seres por allí, algunos de los cuáles solo se movían por cosas importantes…Y allí estaba él, perdido entre la multitud con su tercera pinta de cerveza de la noche, con un cigarro entre sus labios, dejándose inundar por el sabor de la nicotina mezclado con el alcohol y los cacahuetes rancios que servían como acompañamiento, lo cierto es que el inglés se moría de curiosidad, fuese lo que fuese esa cosa, iba a hacerse con ella.

El lugar estaba cargado de aromas, pero uno en especial hizo que el mago desviase su mirada hacia una mesa que estaba algo retirada, John no confundiría ese olor en ninguna parte, tal vez para un inexperto pasaría desapercibido, pero olía a magia arcana, una fuerte, y allí estaban, sentados discretamente en un banco y en una silla, respectivamente, Aureole Deveron, el Sangromante y su mascota favorita, Stanley, aunque no los conocía personalmente, Constantine había oído muchas cosas interesantes sobre ellos, más de las que cualquier curioso sabría, podría decirse que el mago sabía hasta cuándo iba al baño aquel tipo, sonrió de forma cínica mientras dejaba su cigarro en el cenicero que tenía a dos dedos de distancia y cogía su cerveza para dar un trago largo, si un tipo como aquel estaba allí, significaba que definitivamente algo interesante iba a suceder aquella noche…Terminó su cerveza y levantó su mano diestra, pálida, como era típico en la gente de Londres:

- Un Whiskey cielo, o mejor, que sean un par, necesito algo fuerte por ración doble. – Le dedicó una sonrisa a la joven camarera que servía en la barra y esta se la devolvió mientras preparaba dos vasos anchos y pequeños, que sirvió con dos cubitos de hielo y tres dedos de whiskey, se los puso a John sobre la barra y antes de que se marchara, el mago le dijo: - ¿A qué hora empieza todo el asunto amor? – Ella le respondió con un gesto con los hombros, indicando que no tenía ni idea y volvió a lo suyo, John dio una nueva calada a su cigarro mientras se ajustaba la corbata negra que llevaba al cuello, ciertamente, quien viese su aspecto desaliñado, con el pelo despeinado, su gabardina sin limpiar, su camisa blanca sin planchar y sus pantalones arrugados, pensaría que era un borracho más, eso era bueno, le daría algo de ventaja. Pasar desapercibido era la clave para dar el golpe a esos mamones.

"Midgard apesta." Eso fue lo primero que pensó Dalae nada más entrar en el local. Parecía mentira que esa fuera su primera misión como aliada de Loki, y que allí pudiera encontrar a sus "viejos amigos". Aquello no iba a ser fácil, y el nudo en la garganta que se le había quedado tras su combate contra el hombre de verde no era tampoco de mucha ayuda. Aún tenía el terror reciente. Dolía, más de lo que estaba dispuesta a admitir. Pero no podía permitirse pensar en eso, después de todo, estaba en una misión.

Aquel sitio era oscuro, sucio y vulgar, todo lo contrario a los lujosos salones de Asgard. Todo hacía desentonar a Dalae, una chica que aparentaba los 17 o 18 años, sola y vestida normalmente.

Bueno, normalmente no, al menos para ella: La hechicera iba vestida con ropa midgardiana. Unos vaqueros negros con unas botas del mismo color y una blusa de color azul pálido la hacían parecer una mortal cualquiera. Quería pasar desapercibida a cualquier precio.

No era la única que quería camuflarse por lo que parecía. Aquel antro estaba lleno de criaturas místicas, que iban mejor o peor disfrazadas.
Y estaba buscando a una de ellas en concreto. Loki le había dicho que alguien había estado preguntando acerca de su "muerte". En aquel bar, donde se reunían toda clase de seres mágicos. Así que su pupila no había perdido el tiempo: Hizo correr el rumor de que poseía información sobre los altos cargos de Asgard, y que estaba dispuesta a venderla por un módico precio.

Ahora solo quedaba esperar a que su presa mordiera el anzuelo. Se sentó en una mesa algo apartada, en el rincón más oscuro que pudo encontrar, y se puso a observar a la clientela.

Había varias personas (o supuestas personas) que llamaban su atención: Un anciano vestido con ropa antigua y su guardaespaldas, un ser que se ocultaba bajo una capa con capucha, una mujer escasamente vestida que lucía alas de murciélago... No le costaba demasiado imaginar a cualquiera de ellos metiéndose en los asuntos de Asgard. Cualquiera podía ser su objetivo de la noche.

El local estaba lleno hasta los topes. Incluso los asientos aparentemente vacíos (que eran pocos) crujían de vez en cuando bajo el peso de un ocupante invisible que cambiaba de posición. Por concurrido que fuera el Morrigan's de forma habitual, aquello era todo un récord. ¿Cuántos de aquellos tipos guardarían en el bolsillo una invitación superponible a la de Aureole?

El Sangromante atribuyó el hecho de que el recién llegado le hubiera pasado por alto al hecho de estar observando al resto de la concurrencia, aunque ciertamente había sido silencioso al aproximarse.

¿Está libre esta silla? - preguntó, señalando un asiento junto a Stan que, hacía un instante, no estaba allí.

La pregunta era una mera formalidad, ya que pensaba sentarse de todos modos. Y lo hizo, con un leve aire señorial acompañando sus movimientos. Sus ropas eran negras como la noche, lo que sólo contribuía a resaltar su mortal palidez. Su rostro era delgado, de pómulos altos, y sus cabellos negros eran un revoltijo que nadie se había molestado en peinar. Aureole hubiera jurado que se le había acercado vestido con una gabardina, un jersey y unos tejanos, pero ahora lo veía vestido con el mismo toque de época distintivo que lo caracterizaba a él, lo que le daba un aire extrañamente familiar. Y, para completar el aspecto bicromático del desconocido, estaban sus ojos. Eran negros, sí, pero totalmente negros, como pozos de oscuridad, sin iris ni pupila. De vez en cuando, una estrella brillaba en ellos, como si se tratara, realmente, de dos ventanas abiertas al universo.

El desconocido consultó un reloj de cadena, con aire aburrido.

No, gracias. No tomaré nada, de momento.

Lo dijo antes de que la camarera que se había acercado a la mesa despegara los labios para hablar. Ésta, acostumbrada a las excentricidades de sus clientes, no hizo más preguntas. Con gesto tranquilo, el hombre pálido guardó el reloj, sacando de otro de los bolsillos de su chaleco una invitación idéntica a la de Aureole, que dejó frente a él, sobre la mesa.

Mientras los observaba desde su propio taburete, John Constantine no podía quitarse de la cabeza lo asombrosamente familiar que le resultaba aquel tipo. Para él, el hombre seguía vistiendo con gabardina y, aunque sólo podía verlo de espaldas, estaba seguro de que lo conocía. Algo habitual, teniendo en cuenta toda la chusma sobrenatural que Constantine había conocido a lo largo de los años. Pero... Dios, ahora no conseguía ubicarlo con exactitud. Tal vez si le viera la cara...

Por su parte, Dalae también acababa de atraer bastante atención a su mesa. Sin que la hechicera supiera exactamente cómo, el rumor que había hecho circular ya había llegado a los oídos adecuados. Una camarera de aspecto fantasmal, con los ojos vacíos de una banshee, le dejó sobre la mesa una jarra de hidromiel que no había pedido.

- Es de parte del hombre de aquella mesa - dijo el espectro, cuando Dalae preguntó, señalando a un rincón en sombras. Allí, la oscuridad se arremolinaba como si tuviera vida propia, enroscándose alrededor de dos sillas vacías. O no tan vacías. Por un momento, Dalae creyó ver dos ojos verdes que flotaban sobre una de ellas.

Dos ojos verdes que la miraban fijamente, como esperando algo.

La gente iba y venía, pero varios asientos ocupados seguían así. En ese sentido, era fácil distinguir al menos a los invitados más pacientes. Los inquietos podían deambular a su antojo por el local, si es que les gustaba tanto mezclarse con el resto. Tenía que haber de todo en el mundo, ¿no? Aureole era de los que prefería más bien mantenerse alejado. Salvo que fuera en sus propios términos, de un tiempo a esta parte el contacto físico no le atraía demasiado. Es por eso que cuando un desconocido se adueñó de la silla junto a la de Stanley, enfrente de él, estuvo a punto de hacer una mueca.

-Por favor, siéntese. ¿Le apetece algo en particular? – dijo en lugar de poner cara de disgusto. No es que le hubiera invitado, pero aún así Aureole cumplía su supuesto papel.

El desconocido era mortalmente pálido, vestido como él en un estilo algo anticuado. Seguramente algún toque de glamour le había permitido camuflar dicha apariencia, porque el alquimista juraría no haber visto a nadie así rondando por el local al entrar. Despachó a la camarera con cierta elegancia y consultó un reloj. Aureole echó una ojeada, pero el objeto no llegó a despertar su interés de buenas a primeras. Sin embargo, el sobre sí. Era igual al suyo. El mago miró a ambos lados de la sala, y luego de nuevo a su improvisado compañero de mesa.

-Parece que no he sido el único con una invitación poco corriente. A juzgar por cómo observa su reloj, debe sentirse bastante impaciente, amigo mío. Lo cierto es que aún falta para las once. ¿Está seguro de no querer tomar nada hasta entonces? Ah, personalmente, la espera en este tipo de ambiente me hace desear tener algo a mano para dejar atrás tanto calor humano – dijo, a pesar de no haber probado apenas la cerveza.

John dejó que el alcohol inundase sus células cuando se tragó prácticamente seguidos los dos vasos de whiskey, notó el calor inundar sus mejillas, y luego nada, diablos, otra vez le habían colado alcohol del malo, esa basura no le hacía ni cosquillas al inglés, pero era mejor que nada. Retiró el cigarro de sus labios con suavidad mientras miraba de reojo a la zona donde el mago arcano, había recibido ahora a un invitado. Exhaló el humo del cigarrillo hacia el aire y miró al nuevo llegado de reojo, no sabía exactamente el motivo, pero algo en su interior le decía que esa figura le era conocida, a pesar de que el tipo iba ataviado en una gabardina y parecía de lo más común, pero ahora, con toda la gente que allí había y el ruido que generaban, John no conseguía percatarse de quién era…Si pudiese acercarse un poco para verle la cara o escuchar su voz…

Dejó un par de billetes sobre la barra para pagar las bebidas y apagó su cigarro, en ese momento se puso en pie de la barra y empezó a desplazarse en silencio, deslizándose entre la ‘’gente’’ para llegar a una zona más cercana a la mesa, le intriga estaba matando al inglés, a su paso se cruzó con una gran variedad de criaturas de todo tipo, ninguna de ellas con rostro amigable en el rostro, examinaba cada una de las caras (los que tenían, claro) de los presentes, allí había todo tipo de calaña, diablos, con la suerte que tenía seguro que se había metido en algo peliagudo, con lo bien que estaba él con sus malditos timos de tres al cuarto, finalmente llegó hasta un rincón más oscuro del bar, donde una chica que parecía ser menor de edad se acababa de sentar hacía apenas un minuto, John se recostó contra una pared algo alejada, dónde la oscuridad le cubría lo suficiente y prestó su atención en Aureole y su invitado, aún no llegaba a verle la cara al extraño, pues el estúpido gollem la tapaba, sin embargo, desde ahí, con un poco de ayuda podría oír la conversa:

- emajéD río us asrevnoc… - Susurró el inglés en un murmullo imperceptible y dicho y hecho, ahora oía con total claridad la conversa de aquellos dos, como si fuese otro invitado más en la mesa: - …mento..- Maldita sea, no había usado el hechizo a tiempo para oír lo que decía el tipo aquel, y ahora, al parecer, era el turno del mago arcano para hablar: - Parece que no he sido el único con una invitación poco corriente. A juzgar por cómo observa su reloj, debe sentirse bastante impaciente, amigo mío. Lo cierto es que aún falta para las once. ¿Está seguro de no querer tomar nada hasta entonces? Ah, personalmente, la espera en este tipo de ambiente me hace desear tener algo a mano para dejar atrás tanto calor humano –

Constantine se llevó un cigarro a los labios y lo encendió mientras analizaba las palabras, al parecer había una reunión a las once, algún tipo de convocatoria, estaba claro que algo sospechoso se cocía aquella noche en el Morrigan’s, aparte de la inmundicia y la suciedad que normalmente residían en el pub.

Off: Siento mucho mi tardanza!

Por fin. Dalae no había tenido que esperar mucho, al fin y al cabo. La asgardiana analizó fríamente la situación: Quienquiera que fuera aquel ser, conocía las costumbres asgardianas: No todo el mundo sabía que la hidromiel era la bebida predilecta de los súbditos de Odín. O antiguos súbditos, en este caso. Eso era un dato a tener en cuenta a la hora de conversar con él.

Por si acaso, la hechicera no probó la bebida. A saber qué veneno podría llevar aquello. Quizá no fuera nada mortal, pero tampoco era buena idea beber una poción de la verdad o del sueño. Aún así, Dalae se incorporó con elegancia y se dirigió en silencio a la mesa en sombras, al encuentro de la criatura de ojos verdes. Cuando estubieron cara a cara, la joven observó que su interlocutor era aparentemente inmaterial: Una simple capa negra con capucha, que cubría una amalgama informe de oscuridad pura.

Dalae no se iba a andar con más rodeos de los necesarios, aunque tampoco pensaba descubrir sus cartas en ningún momento. Pero la criatura tampoco parecía muy dispuesta a hablar, precisamente. No parecía traer oro ni nada que pudiera ser calificado como "valioso" con lo que pudiera negociar. Lo cual dejaba abiertas dos posibilidades: O iba a traer su moneda de cambio mágicamente, o pensaba sacarle la información por la fuerza. Desde luego, era mucho más probable lo segundo, pero tenía que considerar todas las alternativas posibles. Quién sabe: En ese reino no había que dar nada por hecho.

- Buenas noches. Me ha parecido que quería hablar conmigo.

Una voz suave pero firme y seria, casi natural. Enmascarando la tensión que amenazaba con aparecer en su interior. A Dalae no le gustaba aquello, la verdad: Pero tenía que cumplir con su papel a toda costa para que el espectáculo continuara.

- Creo que deberíamos ir a un lugar más... Privado. Hay demasiados oídos indiscretos aquí.

De hecho, había como media docena de seres luchando por distinguir algo en la oscuridad, lanzando miradas nerviosas hacia su mesa. Parecían sinceramente asustados. Pero, ¿Qué se esperaba? Desde luego, nada agradable y tranquilo. Pensando esto, la asgardiana llamó de nuevo a la banshee.

- ¿Quería algo?

- Sí. Necesitábamos un lugar más apartado.

Sin pedir explicaciones, el espectro los condujo a la umbría trastienda. Allí, la luz jugaba de forma extraña con las sombras de la sala. Fundiéndolas con el cuerpo de la asgardiana, contrastando con su piel nívea, que brillaba ligeramente a la luz de los neones ultravioletas del pasillo.

Y por suerte o por desgracia, estaban lejos de la gente. Lo suficientemente lejos como para que nadie oyera su conversación. Pero tampoco podrían oír sus gritos, si Dalae tenía que ocuparse de su objetivo de la peor manera posible.

-Por favor, siéntese. ¿Le apetece algo en particular? – dijo Aureole, con aplomo.

La sombra de una sonrisa podría haber surcado el rostro del desconocido; era difícil de decir, puesto que sus facciones no habían mudado en absoluto. Tal vez le gustaran los buenos modales.

-Parece que no he sido el único con una invitación poco corriente. A juzgar por cómo observa su reloj, debe sentirse bastante impaciente, amigo mío. Lo cierto es que aún falta para las once. ¿Está seguro de no querer tomar nada hasta entonces? Ah, personalmente, la espera en este tipo de ambiente me hace desear tener algo a mano para dejar atrás tanto calor humano - prosiguió Aureole, tras reparar en el sobre.

La paciencia no es una de mis virtudes - concedió el caballero pálido.

Pareció sopesar la oferta del Sangromante, porque cerró aquellos extraños ojos negros y tendió el brazo derecho, que desapareció un instante en la nada. Acto seguido, hizo el ademán de sacarlo de donde fuera que lo hubiera introducido; esta vez llevaba una copa de cristal, llena de lo que parecía un delicioso vino. Nadie en el local pareció reparar en la escena, ni siquiera cuando ésta se repitió. Esta vez, el desconocido sacó un vaso de whiskey con hielo, que dejó en el único lateral de la mesa que no ocupaba nadie.

Tal vez el señor Constantine prefiera unírsenos en la mesa, en lugar de seguir escuchando a escondidas.

Su voz llegó con claridad a los oídos de John, quien los espiaba mágicamente desde una de las mesas vecinas. Sus sospechas eran fundadas; no sólo a él le resultaba familiar el tipo pálido. Al parecer, el conocimiento era mutuo; sólo que el desconocido, al parecer, sí recordaba su nombre. Y también su gusto por el alcohol, a juzgar por el licor que descansaba sobre la mesa, aguardándole.

El hombre de negro volvió a centrar su atención en Aureole.

No tengo por costumbre asistir a este tipo de eventos - señaló, tomando un breve sorbo de vino.

Frunció levemente el ceño, lo que en él parecía ser una muestra más que suficiente de disgusto.

Tengo obligaciones ineludibles que atender...


- Buenas noches. Me ha parecido que quería hablar conmigo. - dijo Dalae al misterioso desconocido, antes de sugerir: - Creo que deberíamos ir a un lugar más... Privado. Hay demasiados oídos indiscretos aquí.

La sombra no replicó. En lugar de eso, cedió caballerosamente el paso a la asgardiana mientras la banshee los conducía a ambos a la trastienda. La joven les dirigió una última mirada inexpresiva antes de desaparecer por la puerta que llevaba a la parte del local que acababan de abandonar.

- Buenas noches, Dalae Darkle. - dijo el propietario de los ojos verdes, como si retomara la conversación desde el principio. Era una voz masculina, sosegada, con un deje de siniestra diversión que asomaba, a veces, entre sus palabras. - La asunción ha sido correcta. Esperaba impaciente la oportunidad de conversar con usted...

El hombre se retiró la capucha del rostro, revelando

sus facciones.:

- No me andaré con rodeos... debe de estar muy ocupada... - continuó, con suave cortesía - Simplemente quería saber de mi viejo amigo Loki... Oí que estaba muerto, pero me cuesta creerlo. Eso de simplemente desaparecer es tan... poco propio de él... - el hombre esbozó una sonrisa, nada carente de atractivo. - Tengo entendido que usted podría decirme algo más...

FDI: perdón por el retraso, se me han juntado varias cosas estas fechas.

Tal como pensaba, el desconocido estaba de verdad impaciente. Lo cierto es que él también. Aquel asunto de la carta anónima con la invitación no dejaba de escamarle. Haciendo gala de su poder con toda tranquilidad, el hombre pálido se sirvió algo de su propia cosecha, al tiempo que manifestaba que no tenía por costumbre acudir a las subastas. Aureole, a falta de otra cosa, y siendo evidente que su compañero de mesa era también un entendido en temas sobrenaturales, decidió empezar la charla.

-Sospecho que pocos tienen por hábito recibir una invitación para una subasta de este tipo. Los que somos del mundillo por lo general nos conocemos, y sabemos dónde suelen estar las cosas que nos interesan, sean subastas o no. Personalmente, siempre me ha gustado ojear las piezas que se traen a este tipo de acontecimientos, aunque sólo fuera por pura curiosidad. De vez en cuando aparece algo notable entre toda la quincalla. Asumo que, si finalmente ha decidido venir, es porque usted también cree que puede merecer la pena. ¿Qué le interesaría encontrar esta noche? Si no es indiscreción...

Antes de contestar, el desconocido hizo un gesto al tiempo que invitaba a un nuevo parroquiano a la mesa. Dicho personaje estaba algo alejado, pero al parecer más que atento a lo que se hablaba en aquel rincón del local. Y no era un bebedor cualquiera. Al verle venir (FDI: supongo que te acerques a la mesa), Aureole se levantó por educación al tiempo que saludaba, extendiendo su mano siempre enguantada. Stanley no se movió.

-Vaya, esto sí que es toda una sorpresa. Encantado de conocerle por fin en persona, señor Constantine. Siempre es un placer coincidir con un compatriota tan lejos del neblinoso hogar. A pesar de que tal vez haya oído mi nombre, permítame presentarme de manera formal: Aureole Deveron, empresario en viaje de placer, coleccionista de rarezas en mi tiempo libre y, como seguramente ya sabe, hechicero. Siéntese, por favor, únase a nuestro pequeña reunión - invitó con cortesía.

El hecho de que alguien de la catadura de Constantine estuviera presente evidenciaba que iba a pasar algo. Aún quedaba aclarar de qué se trataba, y Aureole estaba cada vez más intrigado... aunque eso no significaba que se encontrara muy dispuesto a participar sin más en el evento de otro. Necesitaba saber más, si quería no perder más tiempo en algo que tal vez tuviera nulo interés para él. Y dado que el hombre pálido era de pocas palabras, aunque admitía que no acostumbraba a acudir a aquel tipo de cosas, tal vez fuera buena idea empezar preguntando a Constantine. Eso sí, tenía que ingeniárselas para no dar información de más... O sí, qué importaba.

-Dígame, amigo mío, ¿viene usted también por la subasta? - preguntó directamente, sentándose de nuevo.

John tardó unos segundos en reaccionar y darse cuenta de que le hablaban a él, al parecer, el desconocido si le conocía a él, y eso no era algo bueno, observó con una frívola mirada como depositaba un vaso con whiskey sobre la mesa que compartía con Aureole, el inglés dudó unos segundos sobre si aceptar la invitación o no, y finalmente, a regañadientes por haber sido descubierto, se deslizó en silencio para ir a sentarse sobre la silla libre, pero antes fue detenido por el Sangromante, que se presentó formalmente, John le estrechó la mano y dijo:

- John Constantine, un placer desde luego, lo más parecido a un compatriota inglés que hay por aquí es la cerveza, y ni eso tiene el regusto amargo que tanto me gusta de Londres…- El mago sonrió ante su propia gracia y se sentó en la silla, le dio una calada al cigarro mientras oía las palabras de sus acompañantes, y mirando el vaso de bebida que habían preparado para él, ese tipo estaba loco si creía que John iba a beber nada de lo que hubiese en ese maldito vaso, demonios, y menos si aquel tipo le conocía: - Si, a eso precisamente, lo cierto es que se me hace algo aparatoso eso de tener que esperar hasta las 11 para saber de qué va todo esto…- Dijo el mago recordando las palabras que ellos habían dicho antes, hizo una breve pausa para darle otra calada a su cigarro y soltar el humo lentamente hacia la mesa: -…Esto está atestado, posiblemente mucha de esta gente solo haya oído rumores y este aquí por si pueden cazar algo, lo cierto es que he intentado averiguar de qué va todo esto…- El humo dibujó círculos en sobre la mesa mientras se disipaba hacia el techo, el mago dibujó una sonrisa en su rostro y dedicó una mirada cómplice a sus compañeros de mesa:

-…Aunque lo cierto es que no he conseguido averiguar nada, no sé si es algo exclusivo de mi invitación, pero no llevaba ningún tipo de remitente. – El mago volvió a llevarse el cigarro a los labios, chupar nicotina le ayudaba a improvisar mentiras de ese estilo, si le diesen un centavo por cada vez que una de esas invenciones le había salvado la vida, podría haberse jubilado hace unos años: -…Tal vez vosotros podáis iluminarme ¿Quién está detrás de esto? Alguien capaz de mover a místicos de todo el mundo y reunirlos en un sitio tiene que ser alguien influyente por narices… - Volvió a mirar el whiskey, le apetecía terriblemente probarlo, aunque no tenía ni idea de si algo malo le pasaría al hacerlo.

- Podría, desde luego. Pero mi silencio es caro, me temo. Y más si se trata de un asunto tan... Delicado como esto. Lamento ser tan descortés, pero comprenderá que tengo que saber lo que ganaré con esto.

Aquel ser no llevaba nada de valor que pudiera ser utilizado como moneda de cambio, y eso intrigaba a Dalae. Existían dos posibilidades: O bien era tan valioso que lo haría aparecer ahora, por miedo a llamar la atención si lo mostraba en público; o bien pensaba conseguir la información por la fuerza. Seguramente sería la segunda opción, aunque nunca se sabía con aquel mundo de locos que era Midgard. Aún así, tenía que valorar todas las opciones posibles, por si acaso.

- Además... Me gustaría saber con quién tengo el placer de hablar, ya que sabe mi nombre.

Lo más probable es que le dijera un nombre falso, si llegaba a decírselo. Pero hasta eso podía darle pistas sobre aquel individuo, que parecía empeñarse en ser un completo misterio para ella. Y no sólo era él, sino el ambiente que le rodeaba. Parecía que a su alrededor se cernía una atmósfera de asfixia incomprensible, como si el aire se agotara. A pesar de eso, la joven siguió hablando con calma, acomodándose tranquilamente en su silla.
Mientras tanto, el viento arreciaba en el exterior, aullando por los callejones como una bestia enfurecida. Los cristales de la polvorienta ventana se estremecieron ante ese soplo de aire gélido, amenazando con romperse. Pero Dalae no sentía frío, porque ella era el frío.

- Espero no parecer indiscreta, pero me gusta saber de las personas tanto como las personas saben de mí.

Ambos se sostuvieron la mirada unos momentos, que parecieron una eternidad. Midiéndose. Buscando puntos débiles el uno en el otro. Pero al menos Dalae no encontró nada más que una barrera impenetrable en aquellos ojos.

-Sospecho que pocos tienen por hábito recibir una invitación para una subasta de este tipo. Los que somos del mundillo por lo general nos conocemos, y sabemos dónde suelen estar las cosas que nos interesan, sean subastas o no. Personalmente, siempre me ha gustado ojear las piezas que se traen a este tipo de acontecimientos, aunque sólo fuera por pura curiosidad. De vez en cuando aparece algo notable entre toda la quincalla. Asumo que, si finalmente ha decidido venir, es porque usted también cree que puede merecer la pena. ¿Qué le interesaría encontrar esta noche? Si no es indiscreción... - dijo Aureole.

Antes de que el caballero de negro pudiera responder, Constantine decidió aceptar su oferta para unirse a la mesa. Aureole se levantó para saludarlo, y el hombre pálido le dedicó una inclinación de cabeza. El segundo inglés tomó asiento frente al vaso de whiskey, aunque no lo tocó, e improvisó una retahíla de embustes para responder la pregunta del Sangromante. Si el tipo que lo había invitado a la mesa se dio cuenta de que mentía, no hizo ningún comentario que al respecto.

-…Tal vez vosotros podáis iluminarme ¿Quién está detrás de esto? Alguien capaz de mover a místicos de todo el mundo y reunirlos en un sitio tiene que ser alguien influyente por narices… - terminó John.

El compañero de mesa de ambos magos adquirió un semblante pensativo. Tras un breve silencio, durante el cual hizo girar el contenido de su copa con aire ausente, volvió a tomar la palabra.



La mirada del hombre abandonó la copa para regresar a Aureole.



Su expresión se ensombreció.

- el caballero pálido frunció el ceño y entornó los ojos; tal vez lo molestara el recuerdo de ese encarcelamiento; tal vez lo preocupara la situación actual. O quizá fueran ambas cosas las que le resultaban desagradables; era difícil de decir. -

Hizo una breve pausa antes de proseguir.

- no dijo cómo lo sabía. Simplemente lo sabía -

Los ojos del hombre se clavaron en Constantine.



Mirándolos a ambos, dejó su copa de vino sobre la mesa.




- Podría, desde luego. Pero mi silencio es caro, me temo. Y más si se trata de un asunto tan... Delicado como esto. Lamento ser tan descortés, pero comprenderá que tengo que saber lo que ganaré con esto. Además... Me gustaría saber con quién tengo el placer de hablar, ya que sabe mi nombre. - dijo Dalae.

El hombre de ojos verdes rió, divertido.

- Taimada... Loki enseña bien a sus pupilos. - dijo - No esperaba menos de mi antiguo... aliado. No me malentienda, señorita Darkle, siempre he admirado a Loki, aunque no nos separásemos en muy buenos términos la última vez. Claro que él era un niño por entonces, y hay que perdonar las travesuras de los niños, ¿no cree? Sería absurdo por mi parte guardarle cualquier tipo de rencor.

- Espero no parecer indiscreta, pero me gusta saber de las personas tanto como las personas saben de mí.

- Una decisión muy sabia. No tengo ningún inconveniente en que se dirija a mí como Pesadilla. Al fin y al cabo, para hablar de negocios es importante saber con quién.

El hombre sonrió a Dalae. Había algo cruel en sus rasgos, algo que se insinuaba en sus ojos y se arrastraba en el deje sarcástico de su voz, pero que no empañaba su atractivo.

- Y, hablando de negocios... Tal vez pueda ofrecerle algo por las molestias. Incluso podría escogerlo usted misma. Tengo pensado acudir a una subasta que se celebra esta noche, y sería un placer que me acompañara. Busco un objeto en particular para mí, pero estoy seguro de que puedo pagar su información con algún otro que sea de su agrado...

Pesadilla le ofreció caballerosamente el brazo antes de añadir:

- ¿Y bien...? ¿Le interesa mi oferta...?

Aureole asintió cuando, tras la pregunta de Constantine, el hombre sin nombre respondió que la sola fama del establecimiento era suficiente para atraer a una multitud de místicos curiosos. El alquimista sabía que, aunque no siempre se iba a encontrar uno un verdadero descubrimiento en la subasta, había unos cuantos hechiceros asiduos a ella. Gente que siempre esperaba encontrar algo realmente valioso entre los despojos saqueados o robados, o en algunos casos, objetos hechos recientemente. Por supuesto, eso ocurría muy de cuando en cuando. Pero algunos no perdían la esperanza.

-Así es. Ciertos individuos no faltan nunca a esta clase de citas. Otros, como yo, pasamos de vez en cuando, ya sea por aburrimiento, por curiosear o porque ya sabemos de algo interesante entre los artículos a subastar. Lo cierto es que muchas veces es como una lotería, y uno pierde más tiempo del que invierte en venir - terció.

El desconocido habló entonces de que él pertenecía al último grupo. Una pieza que le interesaba... y mencionaba un reino. De modo que podía descartar casi sin temor a equivocarse una de las suposiciones acerca de su identidad. No era un místico cualquiera. De hecho, sus siguientes comentarios hicieron que el habitualmente gesto plácido de Aureole se tornara serio. Cuando una dimensión, mundo o plano, fuera el que fuera, se desequilibraba, otros podían verse sacudidos por el mismo incidente. Cuántas veces había ocurrido ya que el eco de una desgracia cósmica azotaba con su violencia regiones alejadas del epicentro, causando innumerables desastres y portentos.

Sí, creía saber quién era. Y efectivamente, si a una entidad de su calado estaba ahí para pujar por un objeto especial... por ese... ese Sueño Primordial, sin duda tenía que ser por causas de fuerza mayor. Lo que se confirmó más tarde, ya que si su oponente lo conseguía, podía olvidarse de sus siestas reparadoras, a decir del hombre de negro. Y el equilibrio quedaría trastornado, algo que no podía permitir. Muchos de sus rituales místicos dependían de la situación actual de las cosas. Cualquier alteración podía convertirlos en un desastre inesperado.

El hechicero supuso entonces que la charla no era simplemente por comentar como quien habla del tiempo. Estaba contándoselo a ellos dos. Constantine al parecer ya había coincidido con él, y ni corto ni perezoso, afirmó que le ayudaría, como si el otro inglés no tuviera derecho a negarse. Y, naturalmente, si se lo había contado al propio Aureole, era sin duda porque también esperaba su ayuda. Tal vez una cara de sorpresa y temor ante la revelación de que la humanidad podía quedarse sin dormir; preguntas sobre el cómo o el por qué; cierto grado de desesperación y numerosas afirmaciones de que tiene que haber algo que puedan hacer al respecto. Pero aquello no iba con Aureole. Era un hombre de negocios, y como tal pensaba cuando había algo en juego. Cuando alguien tenía necesidad de algo y estaba en su mano la forma de conseguirlo... por un precio.

-Barrunto por su perorata que no es que se le haya escapado toda esa información de golpe, y que espera asistencia no sólo del sr. Constantine, aquí presente, sino también mía. Tratándose de un evento de este tipo y de lo que hay en juego, lo cierto es que prestar ayuda parece muy oportuno. Sin embargo... creo que hay más gente aquí que se la prestaría dadas las circunstancias. Claro que no todos tendrán, digamos, un calcetín bien lleno para emergencias. Lo que significa que usted nos necesita tanto como nosotros necesitamos que ese objeto esté en su poder - concluyó.

Aureole miró directamente a los ojos de su interlocutor. Por supuesto, aquello era puro mercachifleo. Ambos sabían que la situación podía complicarse para todo el mundo de no llegar a un entendimiento. La cuestión era sencillamente fijar ese entendimiento.

-Bien, dicho esto será mejor que aclaremos algunos detalles menores. Por supuesto colaboraré con usted. Es lo menos que puedo hacer. Y estoy seguro de que, en el caso de que sea yo quien gane la subasta, me abonará el importe que me vea obligado a desembolsar una vez le entregue la pieza. Sí, estoy seguro de que esto entraba en sus cálculos. Ahora bien: yo pago, usted me devuelve el dinero y... me quedo como al principio. Puede decirse que realmente no obtengo nada por ayudarle, amigo mío. ¿Qué podría hacer para incentivarme, para animarme a hacer cuanto sea posible en vez de simplemente aportar capital?

Off: Lo siento, estoy un poco desinspirado.

John debía empezar a hacerse viejo, diablos, jamás iba a olvidar lo que ese desgraciado le hizo pasar, con una sonrisa amarga en los labios cogió el vaso de Whiskey y le dio un trago largo, lo mejor que podían hacerle en ese momento era envenenarlo, dejó que el licor bajase por su garganta lentamente y luego inundase cada poro de su piel, con calma, se llevo el cigarro a los labios mientras meditaba en silencio, durante un largo rato, finalmente, despegó sus labios, miró a Sueño y dijo:

- Así que pretendes que me juegue el cuello por ti, dime ¿Porqué debería hacerlo colega? Seguro que hay por ahí cientos de personas que estarían dispuestas a ayudarte. – El mago soltó el humo lentamente hacia el inmortal con desprecio, no le gustaba nada ser el peón dentro de ‘’grandes planes’’, los peones eran las primeras piezas en ser sacrificadas cuándo la situación se ponía peliaguda, y él, no tenía intenciones de ser sacrificado, en absoluto: - No veo porqué debería ayudarte, tal vez sería mejor que yo mismo me quedase ese ¿Cómo lo has llamado? – Hizo memoria mientras daba otra calada al cigarro y dijo: - ¡Ah, sí! Sueño Primordial. Mira, no te ofendas, pero, a mí, que la gente pueda dormir a gusto o no, me da bastante igual, no tengo intenciones de formar parte de algo así, no a menos que me garantices que puedo sacar algo de provecho de todo esto. – Tras eso dejó el cigarro apoyado sobre la mesa y terminó el vaso de whiskey de un trago.

El inglés se sentía ofendido, él no era uno de esos idiotas con capa que actuaban por altruismo, demonios, John sabía que aquel capullo les ocultaba algo, es decir, si de verdad quería ese objeto ¿Porqué esperar tanto tiempo a intentar obtenerlo? ¿Por qué utilizar a simples humanos y arriesgarse a que la misión fracasase? Todo aquello era un sin sentido, aquel desgraciado seguramente conocía a gente más poderosa, influyente y dispuesta a ayudarle que un par de magos sin nada mejor que hacer que pasar una noche en un bar atestado de gentuza, John acabaría cediendo, no por ayudar a aquel tipo, si no por descubrir que había tras eso, y quien sabe, tal vez, dentro de aquella subasta hubiese algún objeto que podría interesar al mago.

El desconocido iba descubriendo sus cartas, una a una. Lo primero, sabía que clase de relación tenía con Loki. En principio solo había tres personas en el Universo que supieran esa información: El propio Loki, Leah y ella misma. Y ninguna de esas personas era precisamente mala guardando secretos. ¿Cómo podía haberse enterado? Si hubiera leído su mente, lo habría notado al menos. Pero nada. Todo estaba en orden tanto en su cabeza como en su cuerpo.

Lo siguiente que mencionó hizo sonreír a Dalae con algo de amargura. Por Asgard corrían rumores extraños sobre las proezas que Loki había protagonizado cuando era apenas un niño. Cuando aún era un chiquillo que soportaba el peso de crímenes cometidos en otras vidas que ni siquiera recordaba. Y trataba de enmendar sus errores anteriores. Pero eso había pasado hacía tiempo, y los asgardianos ya habían olvidado que el dios más temido había sido un héroe antaño. Pero los enemigos de su maestro tenían mejor memoria, por desgracia. Solía ocurrir que alguien fuera únicamente recordado por los daños que causó a los demás, en lugar de por los que evitó.

-Una decisión muy sabia. No tengo ningún inconveniente en que se dirija a mí como Pesadilla. Al fin y al cabo, para hablar de negocios es importante saber con quién.

Pesadilla. Aquel nombre ya bastaba para identificar una de las armas que el ser podía emplear en su contra: Los sueños. Ese era un terreno en el que ella no estaba dispuesta a pelear si podía evitarlo. Combatir allí donde su enemigo era invencible no tenía mucho sentido.

-Había oído historias de los Amos del Sueño, pero nunca pensé que fueran tan reales.

De hecho, era demasiado real. Había algo en su sonrisa que daba la sensación de que se estaba riendo de un chiste que solo él conocía. Y eso era desagradable a la par que interesante. Espera... ¿Interesante?¿En serio pensaba eso de aquel ser?

-Y, hablando de negocios... Tal vez pueda ofrecerle algo por las molestias. Incluso podría escogerlo usted misma. Tengo pensado acudir a una subasta que se celebra esta noche, y sería un placer que me acompañara. Busco un objeto en particular para mí, pero estoy seguro de que puedo pagar su información con algún otro que sea de su agrado... ¿Y bien...? ¿Le interesa mi oferta...?

-He visto la creciente agitación de ahí afuera, será un placer asistir a la subasta.

Dalae tomó del brazo a Pesadilla como la dama que no era en realidad. Sonriendo con tranquilidad, se encaminó con su acompañante al exterior de la trastienda. Tenía que llegar al fondo de aquel asunto, porque si uno de los posibles enemigos de Loki conseguía un objeto mágico, nunca estaba de más saberlo. Y mejor aún si se deshacía de él y conseguía el artefacto. Sería difícil esto último, por supuesto. La chica podía sentir el aura magnética del ser reptando sobre su piel, plena de energía. Daba escalofríos. Lo más probable era que Pesadilla estubiera metido en algo importante, y Dalae estaba dispuesta a averiguarlo.

Morfeo no se mostró sorprendido por los "¿y qué saco yo de esto?", dichos con más o menos cortesía, que recibió por parte de sus compañeros de mesa. Un gesto arriesgado por parte de ambos; Sueño de los Eternos era conocido por ser sumamente orgulloso. Aquel orgullo lo había llevado, en el pasado, a condenar a su amada a una eternidad en el Infierno. Sí, Sueño no destacaba por ser paciente, ni clemente y, aunque el tiempo había limado algunas asperezas de su carácter, no era deseable tenerlo por enemigo. Podía ser especialmente creativo en sus venganzas.



Su tono era lacónico. Para Morfeo, los temas económicos eran aburridos e indignos de su atención. Pertenecía a aquella clase de seres que sólo podían mirar el dinero con curiosidad, e incluso entre los Eternos, era conocido por su nulo interés en el tema. Su hermano-hermana Deseo y su hermana Desespero estaban más familiarizadas con el concepto. Nada era capaz de provocar tales pasiones, y a la vez tantos lamentos y sufrimiento.



Al hacer la propuesta, una estrella destelló, por un instante, en las profundidades de sus cuencas oculares. Entonces, Morfeo se volvió hacia Constantine.

- hizo una breve pausa -

Se inclinó sobre la mesa, hacia John, clavando en él los pozos de oscuridad que eran sus ojos.

- dijo -

Tras aquellas palabras, Sueño se enderezó.



Hubo una breve pausa.



Morfeo volvió a consultar su reloj de cadena.




Aceptando la oferta de Pesadilla, Dalae lo tomó del brazo, permitiendo que la condujera, no sin cierta galantería, de regreso al bar. Un reloj de cuco estaba dando las campanadas; casi como si aquello fuera una señal, varios parroquianos se habían levantado de sus asientos, acudiendo a una de las salidas traseras del local. Sin que su paso se alterara en lo más mínimo, Pesadilla condujo a la asgardiana hacia la misma puerta, mientras en una de sus pálidas manos se materializaba una tarjeta con algo escrito en elegante letra cursiva. Aunque Dalae no tuvo tiempo de leerla, ejerció un efecto inmediato sobre el empleado que guardaba la salida. La figura (la mujer pudo reparar en que tenía, al menos, cuatro pares de brazos) les franqueó el paso, sin más preguntas.

Al otro lado había un pasillo, apenas iluminado por algunas antorchas, que llevaba a unas escaleras de bajada que se adentraban en la oscuridad.

Pesadilla se aseguró de que Dalae estuviera bien afianzada en su brazo antes de iniciar el descenso. Informó a la asgardiana de que probablemente se tratara de alguno de los túneles que habían excavado los contrabandistas de alcohol de Chicago durante la famosa Ley Seca. La red de catacumbas, que aprovechaba viejos sótanos y alcantarillado, recorría las profundidades de la ciudad como un laberinto. El lugar al que se dirigían era un almacén que, al menos en algún momento de su historia, había sido propiedad del mismísimo Al Capone.

- Estoy seguro de que le encantará el lugar. - dijo Pesadilla, en tono conversacional, mientas descendían un tramo de escalones. No estaban solos en el pasillo; a veces, les llegaban los ecos de los pasos de aquellos que lo recorrían por delante y por detrás de ellos, aunque no había nadie a la vista en aquel momento - Bueno, señorita Darkle, ya que vamos a pasar esta velada juntos... ¿qué puede contarme de usted...? - continuó él, dedicándole una mirada de sus fantasmagóricos ojos verdes.

Cuando terminó la escalera, iniciaron el recorrido por otro túnel. El ambiente era ahora más húmedo y frío, y podía escucharse el goteo del agua en alguna parte. Probablemente se encontraran por debajo del Lago Michigan. Las antorchas se habían convertido en lámparas de cristal, en cuyo anterior ardían pálidas luces en movimiento.

El camino describió un pronunciado giro a la izquierda, y luego se mantuvo recto, hasta que les llegó a los oídos el susurro amortiguado de conversaciones distantes. Al fin alcanzaron la puerta, guardada por dos seres similares al que Dalae había visto anteriormente. Les franquearon el paso al ver la tarjeta, no sin una breve mirada de desconfianza a la asgardiana, a quien Pesadilla presentó como su acompañante.

El Almacén era tal y como él lo había descrito. Era enorme, aunque su tamaño quedaba disfrazado por la presencia de decenas y decenas de estantes que iban del suelo al techo, fragmentándolo en una multitud de pequeñas habitaciones. Y, pese a su inmensidad, todo estaba cuidadosamente archivado y ordenado; pergaminos, esferas de cristal, relojes, plumas... Todos aquellos objetos, aunque a la vista, estaban protegidos por poderosas custodias mágicas. Y la zona donde ahora se encontraban, y donde se agolpaba el resto de invitados a la subasta, era una estancia amplia donde destacaba un imponente escenario, en el centro del cual había un pedestal (donde, supuso Dalae, se irían exponiendo las piezas a subasta). También había un estrado, sobre el cual descansaba un mazo. A su alrededor había varias mesas con copas de cristal, que contenían champán, y varias bandejas de canapés.

Aún quedaban algunos invitados por llegar, pero Dalae estaba segura de que la subasta no tardaría en dar comienzo.

En opinión del sangromante, la negociación, si es que podía llamarse así dada la escasez de regateo, había sido un éxito. En aquel momento, sin embargo, no tenía del todo claro qué podría querer. Lo cierto es que hacía tiempo que no soñaba de manera normal (es decir, sin trances autoinducidos), y cuando se daba el caso no recordaba el contenido onírico de su descanso. No obstante, Sueño parecía lo bastante interesado en su ayuda como para no molestarse en poner límites a la recompensa de manera fehaciente, cosa que estaba muy bien. En cuanto a Constantine... no sabía cuál sería su elección. Pero la suya estaba tomada.

-Puede usted contar conmigo, amigo mío - dijo con una amplia sonrisa -.Y con Stanley, aquí presente. Si alguien tiene en mente romper una norma, nada como un buen constructo de furia incansable para devolverlo a su lugar.

Dicho esto se levantó, mirando su reloj. A sus ojos de puntual inglés, la subasta debía estar ya a punto de dar comienzo, por lo que mejor sería que se movieran. Al mismo tiempo, el golem vestido de traje se levantó también haciendo crujir las costuras de su caro diseño a medida. Aureole se guardó de nuevo el reloj antes de dirigirse a su empleador.

-Lo cierto es que ahora mismo no sabría concretarle un precio. Pero no se preocupe, que todo se andará. No bien se me ocurra algo lo suficientemente interesante, o bien vea algo en la subasta o simplemente paseando por un anticuario bien provisto no tardaré en soñarlo. ¿Nos ponemos en marcha, caballeros?

El punto focal de la actividad de esa noche era el de siempre. Aureole lo conocía casi tan bien como la mayoría de aficionados a las subastas arcanas. Se veía que aún quedaban varios asientos libres, pero en una fila intermedia vio cuatro estratégicamente situados ante el pedestal. Lo cierto es que sólo necesitaban tres (Stanley solía quedarse de pie en un rincón o a la entrada durante las visitas más comunes), pero en esta ocasión el hechicero prefería tener cerca a su protector de arcilla y sangre. Con una mano enguantada señaló las localidades, esperando ver si eran del agrado de sus acompañantes.

Constantine cogió el cigarro de encima de la mesa mientras meditaba, lo cierto es que no tenía intenciones de quedarse ese objeto, sabía perfectamente lo que la magia grande le hacía a los tipos pequeños, sin embargo, la posibilidad de volver a dormir tranquilamente….Eso era tentador, demasiado tentador, John llevaba años perseguido por sus pesadillas, cada rostro de cada muerto, cada herido y, básicamente, cada persona que había sufrido por causa del mago se retrataban noche tras noche en las pesadillas del mago, en los mejores casos, simplemente le observaban con culpabilidad, en el peor, bueno, digamos sencillamente, que no eran agradables…Dio una calada al cigarro y dejó que el humo formase espirales:

- Está bien capullo, te ayudaré. – John se puso en pie sin mediar palabra tras Aureole y caminó tras él, sin embargo, dejó que el Sangromante se alejase unos pasos de ellos, y entonces sujetó a Sueño del cuello de su chaqueta y con una frívola mirada susurró en un murmuro casi imperceptible: - Cómo intentes jugármela, cómo algo salga mal esta noche, te juro por lo que más quieras que te acordarás de mi nombre. – Tras eso le soltó y continuó su camino dando otra calada al cigarro, sabía que el tipo se tomaría la amenaza como un chiste, cómo la mayoría de seres inmortales y todopoderosos que el mago se había cruzado en su vida, sin embargo, lo que no sabían era que David derrotó a Goliat.

En silencio llegaron a la sala donde la subasta iba a celebrarse, el inglés se sentó en los sitios que indicó Aureole y tiró su cigarro al suelo en el camino mientras susurraba un hechizo en voz baja, el cigarro continuó emitiendo un tenue hilo de humo, apenas imperceptible, que empezó a expandirse por el suelo de la sala, sin que la gente pudiese notarlo, si había alguien oculto allí, el humo terminaría por revelarle:

- Bueno, vamos, a ver si empieza esto de una vez, algunos tenemos entradas para ir a la ópera… - Dijo el inglés con un tono sarcástico mientras se cruzaba de brazos, mirando hacia el frente, aquella posiblemente, iba a ser una larga noche, y no hacía más que empezar.

Si en algún momento Dalae esperaba que su acompañante se iba a comportar de manera hostil o fría, sus sospechas se redujeron a cenizas cuando el extraño ser se empezó a comportar como si fueran amigos íntimos.Él la iba guiando con total confianza por los corredores, como si los hubiera diseñado y construido él mismo. O como si fuera por allí a menudo. Para cuando quiso darse cuenta, la asgardiana ya estaba conversando con él como si ambos fueran viejos amigos de toda la vida. Entre unas cosas y otras, Dalae recibió una pequeña lección de historia de Midgard, que nunca estaba de más. Cuando llegaron a una puerta, ninguno de los vigilantes trató de poner trabas a Pesadilla, pero sin embargo sí a ella. Estaba claro que lo conocían y sabían de su rango, porque dejaron entrar a una desconocida como ella por el mero hecho de acompañar al Eterno. Eterno que por cierto, parecía tener ganas de hablar. Tendría que medir sus palabras, pensó.

-La verdad, no tengo mucho que contar sobre mí. Como sabrá, nací en Asgard, una dimensión ajena a esta. Es un lugar...Solo se puede definir como hermoso, y aún así esa palabra no le hace justicia. Pero también puede ser un mundo cruel para quienes no están en la cima, por desgracia. Como yo, una simple plebeya.

Por supuesto, no había contado ni la mitad de cosas que marcaron su vida, pero ambos sabían que a Pesadilla poco le importaban cosas tan triviales como aqullas. Lo que él quería era información, algo que no iba a obtener por su parte. Pero tampoco era prudente mentir descaradamente a alguien que con seguridad notaba los engaños. Así que tocaba recurrir al siempre fértil campo de las medias verdades. Cómo no. No tardaron en llegar a la sala, grande como el Salón del Trono de Asgard. Pero a diferencia de ese, la habitación a donde habían llegado estaba llena de cosas. Sí, cosas. No había mejor palabra para describir el maremágnum de objetos, cada uno con su aura mágica. Todos diferentes, pero en el fondo, todos iguales. Fuentes de enrgía al fin y al cabo, aunque esa energía fuera dura como las paredes de la sala o etérea como las almas de los muertos. Y estaba lleno de gente, dispuesta a todo por llevase las mejores piezas, o simples curiosos que pasaban por allí. Unos y otros se distinguían a la perfección. Pero lo que más llamaba la atención era el estrado de madera pulida que dominaba la escena. Estaba vacía, pero pronto se llenaría.

Algún rincón de la mente de Dalae notó como Raden se revolvía, inquieto. Era muy sensible a la energía mística, y todo aquello le ponía nervioso. Normal. Mientras Dalae calmaba interiormente al espectro, que observaba todo aquello con recelo, se sentó junto a Pesadilla en una mesa vacía. Desde allí, tenían una magnífica perspectiva de la tarima y los objetos que se iban a exponer en ella. Como había hecho anteriormente, no tocó el champán o la comida: Su confianza en el ser no había crecido lo más mínimo. De hecho, sus modales corteses sólo le habían servido para intrigar más a la hechicera.

-Y me gustaría saber... ¿Qué clase de objeto busca usted en un lugar como este?

Aureole, Stanley, Constantine y Morfeo tomaron asiento en el lugar que había propuesto el primero de ellos. Las cuatro sillas estaban en una posición perfecta para contemplar tanto la tribuna como el pedestal. El hechizo que John había lanzado sobre el cigarrillo no tardó en dar forma a varias siluetas, sentadas tranquilamente en localidades que parecían vacías. Por el momento, los entes parecían tan atentos a la subasta como ellos, pero nunca se sabía.

Al otro lado de la Sala, pero en una posición igualmente estratégica, tomaron asiento Dalae y su acompañante. Las miradas de Pesadilla y Morfeo se cruzaron un único instante; el rostro del Eterno no cambió, pero en el del Señor del Miedo apareció, al instante, una sonrisa burlona.

-Y me gustaría saber... ¿Qué clase de objeto busca usted en un lugar como éste? - fue la pregunta de Dalae.

Los ojos de Pesadilla relucieron, divertidos, apartándose del hombre pálido para regresar a la hechicera.

- Soy la clase de hombre al que le gusta perseguir sueños... en más de un sentido, y en ocasiones literalmente... Dalae - comentó, con una sonrisa pícara dirigida a ella. El nombre de pila de la hechicera había sonado completamente natural en sus labios, a pesar de haberse referido a ella como "señorita Darkle" a lo largo de la noche. - Oh... parece que empieza el espectáculo - añadió, al tiempo que una figura ascendía a la tarima.

Los acompañantes de Morfeo también pudieron verlo con claridad. Se trataba de un hombre de cortísima estatura y mediana edad, vestido de verde, con un extravagante sombrero de copa... que casi era más grande que él. Sus cabellos eran naranjas, con unas largas patillas que se unían en la barbilla. Tras escalar (literalmente) la tribuna, el individuo tomó el mazo que descansaba sobre ella, se aclaró la garganta y esperó a que la sala guardara silencio para continuar.

- Bienvenidos, damas y caballeros, a la Subasta de esta noche. Mi nombre es Duncan O'Flaherty. Tendré el honor de presentarles las valiosísimas piezas que se han seleccionado, de la mismísima colección de Al Capone, para ser puestas a su disposición.

El hombrecillo chasqueó los dedos, y dos empleadas descubrieron el primer objeto colocado sobre el expositor.

- Ante sus ojos tienen una ballesta del siglo XVIII, sobre la cual se grabó posteriormente, en la época de la Revolución Francesa, la intrincada red de conjuros que pueden ver... Se dice que perteneció a la mismísima Johanna Constantine...

Ante los atentos ojos de Dalae, Aureole y John, se pusieron a subasta varios objetos más, todos igual de curiosos que el primero. Al parecer, el Sueño Primordial debía de ser uno de los platos fuertes, porque no fue anunciado hasta bien pasada la medianoche.

- Ante ustedes... El Sueño Primordial... - anunció la voz del leprechaun, al tiempo que sus ayudantes descubrían un frasco esférico de cristal grabado. Era del tamaño de un balón de fútbol, y contenía una niebla que flotaba y se arremolinaba, adquiriendo nuevos y sorprendentes colores cada vez que se movía. De vez en cuando, una figura parecía tomar forma entre la niebla, desapareciendo de nuevo instantes después, antes de que alguien pudiera decidir de qué se trataba.

Morfeo se tensó ligeramente en su asiento. Junto a Dalae, Pesadilla sonrió como un lobo ante su presa.

- El precio de salida son 20,000 dólares, o su equivalente. ¿Alguien da más?

Hubo un silencio.

- La pesadilla de un dios menor. Tengo entendido que eso equivaldría a 25,000. - ofreció Pesadilla, atrayendo de inmediato la mirada del leprechaun.

- El caballero de verde ofrece 25,000 dólares. ¿Alguien da más?

Aureole contemplaba los objetos, a ratos maravillado, o intrigado, o aburrido, según el artefacto que se subastara en el momento. Si fue consciente de la mirada que Morfeo cruzó con otro caballero, no lo demostró. Parecía más interesado en lo que el leprechaun ofrecía. De hecho, ya había echado el ojo al pergamino atlante, al colgante incompleto de la esmeralda facetada y a una vieja tablilla que el anfitrión de aquella velada había denominado Tercera Litografía de Marais, llamada así por ser encontrada en la vieja casa de un hechicero que vivía en aquel mismo barrio parisino. Cuando se anunció el Sueño Primigenio, abrió un poco más los ojos. Antes de que pudiera levantar la mano, otro caballero había hecho su oferta. Quizás el desconocido rival de Morfeo.

-27,000 dólares - ascendió Aureole, levantando la mano enguantada. Si todo se resumía en dinero, no tendría problema. Podría haber subido más, pero en eso, como en muchas otras cosas, no conviene mostrar todas las cartas. Si subiera de manera desaforada la puja, quién sabe lo que podría ocurrir. Era mejor avanzar progresivamente, y sobre todo, observar. Otros podían tratar de pujar a su vez, y quería estar al tanto de las reacciones de la concurrencia.

John escuchaba sin demasiado interés como todos esos idiotas de la sala pujaban precios desorbitados por artículos que, probablemente o no entendían o  se les serían substraídos antes de acabar la noche, suspiró aburrido mirando al frente sin ningún interés, el efecto del alcohol le estaba adormeciendo, necesitaba algo de acción si no quería morirse del asco, entonces, justo cuando creía que la cosa solo podía ir a peor, presentaron ante ellos el sueño primordial, desde luego el presentador de la subasta sabía cómo montárselo, se había guardado lo más interesante para el final, no tardó en oírse la primera oferta y John miró de reojo al pujador, tenía algo que le ponía los pelos de punta, suspiró de nuevo al oír la oferta de su compatriota, esta oferta disparó una serie de contraofertas que fueron incrementando el precio del objeto:

- 48.000 dólares! – Gritó la voz aguda y algo ronca en el fondo de un duende que estaba de pie en una silla y agitaba su sombrero para que todos le viesen mientras bailoteaba alegre, John se llevó la mano a la cabeza con impaciencia y se rascó el cabello, no entendía por qué Morfeo le había traído a esa cosa, es decir ¿De verdad esperaba que el inglés pujase sentado y tranquilo? Sabía perfectamente que ese no era su estilo: - Eres un capullo. – Dijo de forma tajante al inmortal, mirándole de reojo, claro, Constantine estaba allí para llevarse el sueño por la fuerza…Sonrió fríamente y se puso en pie, fingiendo estar terriblemente borracho: - ¡Esta puja es un maldito t-timo! – Chilló mientras se tambaleaba entre las sillas, fingiendo caer al suelo torpemente, la gente fijó su mirada en él, curiosos, se arrastró hasta una silla dónde había un hombre de avanzada edad: - ¡Eh! ¡Tú, no me mires así! – El inglés le propinó un puñetazo al tipo y lo derribó en el suelo, entonces, susurró un hechizo casi en silencio y el cigarro que seguía emitiendo humo en la sala, empezó a formar una fina niebla roja casi invisible: - ¡No me toques! – Gritó el mago cuándo uno de los hombres de seguridad se acercó para sacarlo de la sala, en el momento en el que Constantine se zafó de este, dos seres de la sala se enzarzaron en una pelea mientras uno de ellos intentaba arrebatarle al otro uno de los objetos ganados en la puja:

- ¡La has ganado con trampas! Cerdo – Chilló uno de los hombres mientras tiraba de una tabla de piedra antigua con grabados que sujetaba violentamente un troll de casi 3 metros de alto y 2 de ancho, al segundo, casi toda la totalidad de la sala se convirtió en un ring de lucha libre en el que volaban sillas, golpes y toda clase de objetos, sólo los seres con bastante habilidad mágica se habían librado del hechizo de discordia:

- Joder, me siento como en casa… -Susurró Constantine mientras esquivaba al duende que había pujado por el sueño primordial, alguien lo había lanzado volando desde la otra punta de la sala…El inglés empezó a moverse entre el caos hacía el lugar dónde reposaba el codiciado objeto mientras el leprechaun chillaba intentando poner calma sin demasiado éxito: - ¡Por favor señores! ¡Basta! –

El inglés estaba ya a apenas unos metros del sueño primordial, solo tenía que pasar una fila de sillas y lo tendría al alcance de la mano.

Pesadilla acortaba distancias rápidamente. No sólo al llamarla por su nombre, si no literalmente: El Eterno se había sentado junto a ella con una sonrisa que solo podía interpretarse como provocativa. ¿Qué clase de estrategia era esa? Una que jamás habían usado con ella, a decir verdad. No estaba demasiado acostumbrada a la cercanía con otras personas, y menos en esas circunstancias. El encierro en Asgard había hecho de Dalae una criatura taciturna y solitaria, que siempre había luchado con espadas, puñales y lanzas, no contra miradas e insinuaciones. Pero aprendía, y a un velocidad de vértigo. Además de percibir ese magnetismo que Pesadilla emanaba, Dalae observó cada detalle de lo que sucedía a su alrededor: El duelo de miradas entre el Amo del Miedo y el individuo de semblante pálido, hasta el aspecto de los acompañantes de este último. Eran tres hombres de aspecto cuanto menos asimétrico: Un gigante trajeado, un anciano caballero vestido con ropa antigua y un hombre rubio cubierto con una gabardina beige. A los dos primeros los había visto en el bar desde un principio. Su curioso aspecto le había llamado la atención desde el primer momento, pero el tercero había sido bastante más discreto. Quizás fuera solo un disfraz, por que no parecía especialmente poderoso. Ni siquiera parecía mago, si no más bien un hombre corriente con demasiado alcohol en el cuerpo y demasiado poco dinero en el bolsillo. O también podía ser un pobre diablo a punto de ser sacrificado por el ser de ojos vacíos que encabezaba el grupo.

Cuando acabó de examinar al rival de Pesadilla y a los otros, se volvió hacia él para escuchar si respuesta. Sueños. ¿Cuánto tiempo llevaba sin soñar en paz? Los sueños mantenían viva y esperanzada a mucha gente, tanta como la que era empujada al abismo persiguiéndolos. Desde luego, Pesadilla era perfectamente capaz de usarlos para esto último. Su "caza de sueños" era lo que lo había traído a Chicago, después de todo. Y si se había tomado tantas molestias, probablemente lo que pretendía hacer con ello no sería nada bueno para la mayor parte de los afectados.

Unos momentos después, la puja dió comienzo. La mercancía subía y bajaba del estado con desigual éxito, presentada por un leprechaun que se las arreglaba para venderla por auténticas fortunas. El comercio de objetos mágicos era seguramente la rama más lucrativa de la magia, pero aquella noche era algo extraordinario. Los miles de dólares, yuanes, libras, monedas de oro y piedras preciosas fluían como ríos de riqueza. Entre tanto, Dalae y Pesadilla iban comentando las distintas piezas. Habían acordado que el pago que ella se llevaría a cambio de la información sería una capa de la invisibilidad que aún no había salido a subasta. Pero antes de eso, O'Flaherty presentó el Sueño Primordial ante la audiencia. Una niebla cambiante contenida en una esfera de fino cristal se ofreció en la subasta, alcanzando rápidamente un valor desorbitado. Pesadilla, el anciano, un espectro, una vieja decrépita, un duende... Todos se lanzaron a la carrera por él. No era difícil imaginar que ese objeto era lo que había empujado a su acompañante a la subasta.

Y, justo cuando el presentador iba a adjudicar el sueño al duende del fondo, el hombre de la gabardina hizo su aparición estelar. Iba borracho no, lo siguiente. Lo cual chocaba con sus refinados acompañantes, quienes no intervinieron cuando golpeó a un mago. En pocos segundos, se había desatado una batalla campal en el subterráneo. Hechizos de todo tipo empezaron a surcar el aire, acompañados de toneladas de gritos e improperios varios. Y, en medio del caos, Pesadilla seguía sonriendo, como si supiera que aquello iba a pasar de antemano.

-Humanos... Sabía que son violentos, pero esto no me lo esperaba.

Un pulso de energía rojiza pasó silbando junto a la asgardiana, que lo esquivó inclinando la cabeza levemente. La verdad es que Dalae había notado como el ambiente se cargaba de tensión al principio, pero no podía imaginar que el tipo que había provocado aquello era el mismo que se abría paso a empujones hasta el Sueño. El frasco que lo contenía no se había roto de milagro, pero había quedado en medio de la refriega. Pero no por eso estaba lejos del alcance de Dalae, quien lo vio de inmediato.

-Si me disculpa...

La asgardiana no podía quitarse de la cabeza la sensación de estar cumpliendo un papel preparado para ella. Pero si se hacía con el Sueño Primordial sería muchísimo más fácil tratar el asunto de Loki con Pesadilla, lo que era su fin último de esa noche. Así que se levantó de la mesa y se deslizó entre el gentío, moviéndose como si volara sobre el suelo. De vez en cuando tuvo que abrirse paso a base de magia, pero apenas tardó nada en alcanzar la esfera, gracias en parte a los avisos que Raden le decía para ayudarla a sortear todos los obstáculos. Su mano se posó sobre el vidrio pulido, aunque no fue la única. Al mirar al frente, se topó con el que había empezado la pelea. Ahora que lo tenía a un par de palmos de distancia de su cara, podía verlo mejor. No parecía ni mucho menos tan borracho como Dalae había pensado. Estaba a punto de deshacerse de él cuando un rayo les pasó por encima, obligándolos a agacharse.

-Si no te importa, yo me guardaré esto.

Nadie sabría nunca si Morfeo había previsto o no las consecuencias de llevar a John Constantine a una subasta. El Eterno tenía una habilidad para poner expresiones inescrutables sólo igualable por unos pocos.

El caos se había desatado en el almacén de Scarface, un caos al que Pesadilla dio la bienvenida con una sonrisa. En pocos segundos, la apacible subasta se había convertido en una batalla campal. Algunos objetos eran arrojados de un lado a otro; otros estallaban tan pronto les ponían las manos encima, y otros activaban sus conjuros de protección, provocando desde transformaciones en sapo hasta terribles quemaduras en quienes trataban de aferrarlos sin permiso. Los compradores, la mayoría de los cuales eran usuarios de la magia, no dudaban en emplear su propia sabiduría arcana en aras de romperle la nariz al vecino. Por supuesto, el propio Constantine estaba en el centro de la refriega, decidido a hacerse con el Sueño Primordial. Pero no estaba solo en aquel empeño; Dalae corría hacia el mismo objetivo.

Las miradas de Sueño y Pesadilla volvieron a cruzarse, al tiempo que sus dos inesperados paladines llegaban al objeto que lo había empezado todo. Cuando quisieron darse cuenta, ambos aferraban el objeto con fuerza, agachándose al unísono para esquivar un proyectil mágico enviado en su dirección.

En aquel momento, Pesadilla se decidió a hacer el primer movimiento osado en la silenciosa partida de ajedrez que se había estado desarrollando. El hombre de verde alzó los brazos y, al instante, un humo negro y verde brotó de sus dedos, incrustándose en el pecho de todos aquellos que había cerca. A todos a cuantos rozaba los sumía en un profundo sueño, pero no debía de ser uno agradable, pues las expresiones de quienes dormían estaban llenas de terror.

- Dulces sueños, Chicago... - susurró, el ente, con una maliciosa sonrisa.

Uno de aquellos tentáculos se desplegó hacia Aureole, pero no llegó a alcanzarlo; Stan se había interpuesto entre el mago y el conjuro, recibiendo el impacto directamente. El gólem no podía dormir, ni soñar; nada sucedió cuando la magia chocó contra él, disipándose. Sin embargo, otros haces verdes y negros habían encontrado el camino hacia el túnel por el que habían llegado, perdiéndose en la oscuridad. Y, cuando Pesadilla llamó al humo de vuelta, éste arrastraba consigo miles de filigranas luminosas, enredadas, debatiéndose como mariposas atrapadas en una red. El sueño debía de estarse apoderando de toda Chicago.

- Ahora, dejad que me alimente de vuestro miedo... - dijo Pesadilla, con voz sibilante.

Morfeo no había permanecido ocioso. Había algo frío y cortante en su expresión neutral, lo más próximo a la ira que alguien contemplaría en su rostro.

Te has excedido, Pesadilla. - dijo, con voz glacial, al tiempo que se ponía en pie.

Ninguno de los proyectiles de humo se había atrevido a acercarse a Sueño de los Eternos; en cambio, las filigranas multicolores trataban de aferrarse a él y liberarse de la red de sombra que las oprimía.

Y, de golpe, todo el escenario que rodeaba a los combatientes cambió.

Pocos quedaban en pie tras el ataque de Pesadilla; Constantine, Dalae y Aureole. Ni Stanley ni la demás concurrencia del almacén los habían seguido a aquella localización. A su alrededor, la Sala de Subastas había dado paso a una inmensa llanura, sobre la que se alzaban las ruinas de lo que parecía una ciudad de la época clásica. No se veía a nadie más en aquel paisaje. El Sueño Primordial había caído al suelo tras el forcejeo, rodando hacia quedar en el centro de una plaza, a varios metros de Dalae y Constantine.

- Qué cortés por tu parte, Sueño, invitarnos así al corazón de tu Reino... - dijo Pesadilla, con una sonrisa lobuna, mientras contemplaba el nuevo paraje - Había oído que eras un anfitrión excelente, pero esto supera todas mis expectativas. Y, por supuesto, viola todas las normas que prohíben que te hagas con el Sueño Primordial por la fuerza.

No lo he tocado - fue la respuesta de Morfeo.

- Y no lo harás. Va a ser una bonita partida de póker, ¿no es verdad? Pero encuentro un poco injusto que tengas más cartas que yo... - Pesadilla chasqueó los dedos y, al instante, una luz glacial emanó del bastón de Dalae, cobrando la forma de un enorme lobo de fauces abiertas - Ahora está mucho más equilibrado. Dos contra dos.

Mi intención no es emplear a los mortales como piezas de ajedrez - dijo Morfeo, entrecerrando los ojos.

- Pero aquí están, y en un lugar donde todo es posible. La única limitación es la que ellos pongan a su capacidad de soñar, ¿cierto? - Pesadilla sonrió, al tiempo que el escenario se retorcía y se transformaba; las ruinas cambiaron de configuración para asemejarse a las de un anfiteatro, y una elevadísima columna arrastró el Sueño Primordial hacia el cielo, apartándolo de la arena de los combatientes. El ente asintió, complacido con su creación, y tomó asiento en la tribuna, con una sonrisa. - Bueno, que empiece el combate... y que gane el mejor.

Off:

En tan sólo un momento, las cosas se habían torcido. La inesperada intervención de Constantine había hecho de la subasta un completo caos. Aureole dudaba de que su compatriota estuviera tan borracho con sólo un whiskey como para ponerse así. Lo cierto es que conocía algo de su fama de pendenciero, pero no esperaba que surgiera la confirmación de la misma de una manera tan amplia. Si bien su actuación habría bastado para que simplemente entrara el personal de seguridad a llevarse a alguien que se había pasado con la bebida, su hechizo posterior casi convirtió la sala entera en una típica taberna irlandesa en hora punta. Estallaron peleas por doquier, con gente peleando por uno u otro motivo. Mientras Aureole procuraba apartarse en lo posible de los forcejeos y los hechizos de transmutación que ya empezaban a aparecer usando a Stanley como pantalla, pudo ver cómo Constantine se acercaba al atril, donde el desesperado promotor intentaba imponer orden sin éxito.

Pero no había sido el único que trataba de aprovechar la confusión. Alguien más, una figura femenina, alcanzó el frasco antes de que Constantine pudiera llegar. El mago no se rindió y consiguió poner también sus manos en el Sueño Primordial. Y luego, de improviso, el mundo se detuvo para muchos. Un humo verdoso claramente antinatural se expandió, llevando a la inconsciencia a todos los presentes. El golem, todavía delante del mago, le impidió ver la totalidad del efecto, pero a cambio, cuando fue embestido por la hechicería ésta no tuvo efecto en él.

Pesadilla se había revelado. He ahí al rival que Morfeo había mencionado.

Dicha revelación puso en marcha al Eterno, que dada su habitual inexpresión, las mínimas muecas de su cara revelaban tanto como un ceño terrible. Al momento el mundo cambió. No; no el mundo. Ellos habían cambiado. Ya no estaban en el mundo material. Se encontraban sólo ellos cinco (Pesadilla, la mujer, Constantine, Morfeo y él mismo) en una llanura que abarcaba hasta el mismo horizonte, poblado únicamente por ruinas y columnas cuyos capiteles denotaban su origen en la Grecia clásica... o lo habrían hecho de ser reales. Inmediatamente Aureole echó en falta a Stanley, que como una de aquellas columnas se habría alzado junto a él. Todo parecía indicar que estaban en uno de los reinos del sueño. Pesadilla atrajo su atención al tiempo que Sueño respondía a su tono burlón con su habitual estoicismo. Sin duda, la obtención del Sueño Primordial iba a pasar por un enfrentamiento, por más que a nadie gustase la comparativa con las piezas de ajedrez.

-Sea como fuere, supongo que este es el momento ya no sólo de ganar una recompensa, sino de evitar un desastre... - murmuró. Teniendo en cuenta la naturaleza del objeto a recuperar y la del enemigo a quien se enfrentaban, todo tomaba un cariz mucho más urgente.

-Estamos en las tierras del Sueño, ¿no es así? Bien, en tal caso, y aunque no he disfrutado siempre de estas pequeñas excursiones, creo que por esta vez es adecuado explayarse - proclamó, alzando una mano enguantada. Junto al frasco con el Sueño Primordial apareció del suelo una mano de dedos gruesos, que se apoyó contra la superficie y empujó, sacando de la misma materia onírica el resto del cuerpo de Stanley, despojado de todo disfraz. La mole del golem en todo su esplendor, como una montaña de arcilla, sangre y poder arcano, era suficientemente intimidante como para poner nervioso a un mago experto. Más, dada su naturaleza resistente y su carencia de mente. Stanley no escuchaba nada que no tuviera que ver con sus obligaciones, y era capaz de perseguir un objetivo hasta el mismo fin del mundo. Con la lentitud desesperante pero implacable de un glaciar, cogió con cuidado el frasco entre sus manos y se agazapó ligeramente, listo para defenderlo.

Aureole supuso que podía evocar más de un golem pero no le pareció buena idea. Era más sencillo concentrarse en uno solo, por la típica inestabilidad onírica, que tratar de mantener un puñado de ellos y controlarlos a todos a la vez. No lo haría si no se volvía una necesidad. En lugar de eso, ciertas palabras arcanas acudieron a sus labios en preparación de un hechizo, y alzó el bastón frente a él.

-Bien, muchacho. Ahora tráelo aquí. Ya sabes cómo.

Nada más decir esto, el golem empezó a avanzar hacia su amo con decisión.

Lo tenía. Mejor dicho, casi lo tenía. El Sueño había quedado abandonado, solo ella y el hombre que tenía enfrente se lo disputaban aparentemente. En principio, porque no eran más que la representación de otros en ese juego. La asgardiana ya estaba acostumbrada a esa sensación. A veces, le parecía notar los hilos atados en torno a sus muñecas, tobillos y cuello, como la marioneta que el mundo quería que fuera. Pero, irónicamente, eso le daba cierta ventaja. Porque... ¿Qué hay más triste que ser un juguete de fuerzas por encima tuyo? Serlo, y no saberlo. Y esta era la situación de la gran mayoría de los seres de ese recién nacido Universo. Gritaban a los cuatro vientos ser libres, para después ceder a sus impulsos, sus vicios u otras personas. Pero esto es inevitable. Incluso los que podrían parecer los titiriteros estaban a menudo sometidos a otras cosas. ¿Por qué si no los Señores del Sueño los empleaban en este asunto? Porque algo se lo impedía, y tenían que respetarlo. Aunque eso supusiera montar toda esa situación para atraerlos y utilizarlos. De pronto, Pesadilla intervino. La verdad, ella no lo esperaba. Al menos, no esperaba lo que hizo: Generó humo, durmiendo a todo el mundo. Pero las volutas de energía pasaron de largo junto a la joven, para impactar en  los magos que peleaban. En poco rato, la sala de subastas se sumió en un silencio casi mortal, sólo interrumpido por unas débiles respiraciones, entrecortadas por el miedo. Y ellos desaparecieron.

A su alrededor, un enorme anfiteatro se alzaba para impedirles ir a cualquier otr lugar de ese reino. Ambas entidades intercambiaron algunas palabras poco tranquilizadoras para ellos, que no se metieron en la conversación. Iban a luchar. Como gladiadores en la arena,. Ellos eran dos, pero la diferencia numérica fue compensada con rapidez por la entidad que la apoyaba. ¿O era ella la que apoyaba a Pesadilla? Raden entró en escena, tan grande como siempre, aunque esta vez no tenía ese aire de desdén principesco de siempre. No, ahora se mostraba como el espíritu salvaje que era. ¿Estaría él también soñando? Era posible, porque Dalae lo había visto dormir varias veces, aunque a él no le gustara nada que su portadora lo viera en un estado "vulnerable". Para asegurarase, tendría que hablar con él telepáticamente. Quizás fuera simplemente un ser creado por Pesadilla, y no tuviera los mismos poderes. "-Claro que soy yo, niña.¿Quién si no?" Aureole actuó `primero, extrayendo del entramado de esa realidad  "-Vale, vale, no te enfades. Ve a por el anciano, creo que físicamente es débil."

Dalae dejó que él se ocupara, pensaba que para eliminar al gólem tendría que usar más el ingenio. Raden, a pesar de su tamaño, podía ser endiabladamente rápido si se lo proponía. Ella por su parte, tendría que detener a esa...cosa de lodo sanguinoliento. Algo se le ocurrió. Era mala idea. Muy mala idea. Pero, como se solía decir, a grandes males, grandes remedios. Imaginó un sol ardiente, abrasador. Calor, pero no para ella. ¿Cuantas veces había visto solidificarse la arcilla en un horno para que se convirtiera en porcelana? Miles, y esta solo sería una más. Porque en torno al gólem se desató el infierno. Unas llamas de color carmesí surgieron de ninguna parte, y envolvieron a Stanley, que no paró de caminar hacia su dueño. No le habían dado órdenes de librarse del fuego ni de cambiar su ruta, así que no lo hizo. Y no lo iba a hacer según la joven creía, por que Aureole estaba bastante ocupado tratando con Raden. Por último, deseo que un escudo la cubriera a ella y al fantasma, para no resultar abrasados, sin importarle que también pudiera proteger al anciano. Cuando el humo se disipó, Dalae pudo ver el resultado de su estretegia...

Off:

El miembro 'Dalae Darkle' ha efectuado la acción siguiente: Lanzada de dados

#1 'Dado de 10' : 10

--------------------------------

#2 'Dado de 10' : 7

El miembro 'Aureole Deveron' ha efectuado la acción siguiente: Lanzada de dados

'Dado de 10' : 10

Aunque aquel Stanley de ensueño se había acercado un corto tramo, no fue lo suficiente, ni muy lejos. Aureole se cubrió un poco cuando la vaharada de calor se adueñó de aquella arena improvisada por Pesadilla. Estuvo a punto de sonreír, a pesar suyo.

-Inteligente maniobra, sin duda. Pero insuficiente - dijo para sí mismo mientras dejaba de concentrarse en ese Stanley. Entonces sí que sonrió. Tuvo que extraer algo más de poder del sueño mismo, pero valía la pena.

El gólem empezó a ralentizarse. De haber tenido su habitual traje a medida, habría ardido en cuestión de segundos ante el intenso calor de las llamaradas. Por su parte, aquel Stanley se limitó a caminar cada vez más despacio hasta detenerse por completo en el proceso de dar un paso. De pronto parecía la inacabada estatua de arcilla de un hombre enorme haciendo carrera de fondo. Nada que supusiera un problema serio, ya que otro Stanley, éste trajeado, con gafas de sol y una semblanza mucho más humana, apareció junto al primero y le arrebató el frasco con el Sueño Primordial sin miramientos con la quebradiza arcilla.

Y es que a pesar del material que formaba su base, un gólem era mucho más complejo que un montón de barro hechizado para moverse. Los encantamientos que le daban forma, que dictaban su obediencia ciega a su maestro y forjaban a fuego el vínculo con su creador le dotaban de numerosas resistencias, sin contar los propios encantamientos que un mago veterano le hubiera imbuido. Por tanto, aquel Stanley trajeado era más similar a la versión real, con todo lo que ello implicaba. Sí, era más pequeño, más "humano" y menos intimidante que el primero... pero lo compensaba con mayor velocidad y destreza. Ante la sonrisa de su amo, se dirigió hacia él corriendo con sus pasos pesados.

Pero Aureole tenía otras cosas de las que ocuparse, como no tardó en darse cuenta. Un lobo enorme se precipitaba sobre él. El mero temor reflejo ya hizo que le cambiara la cara, pero no se movió del sitio. Miró al lobo, esperando algo que no llegó a suceder. El hechicero había esperado que el animal se incrustase de frente contra su hechizo, pero en vez de eso se detuvo y olisqueó.

No es una bestia corriente, ¿no es así? Tal vez sea algo más que un ser invocado a partir del sueño. En cualquier caso, mejor prevenir.

Y tanto que tendría que prevenir. Apenas estaba a unos metros de Aureole, el lobo siguió olisqueando y movió una pata. Ésta chocó contra algo duro. Sin más evidencias en las que confiar, bien parecía que era, como el gólem, una barrera extraída del sueño mismo. El hechicero sabía que no era así, claro. Leer tomos antiguos no siempre merecía la pena, pero de vez en cuando uno encontraba pistas a lugares antiguos. Y si no había artefactos en esos sitios, a veces uno encontraba magia nueva.

El conjuro había sido de mucha utilidad a aquel viejo rey en su tumba para evitar y alejar a los ladrones, pero ahora aquella versión renovada funcionaba incluso mejor. El área alrededor de Aureole estaba surcada por muros de fuerza sólidos como la roca. Formaba un clásico laberinto, aunque su aspecto clásico desaparecía con la invisibilidad de dichos muros, y el hecho de que se movían girando a su alrededor. Los caminos que conducían a su centro, donde se mantenía el hechicero, eran más o menos estables si éste lo permitía, pero incluso así el resto del laberinto no dejaba de girar y alterar sus patrones. Sí, decididamente, el viejo rey nunca había pensado en usar la magia para fabricar una protección personal tan compleja y versátil como el Laberinto de Cristal.

FDI:

Podría decirse que John Constantine lo había visto casi todo. Su única reacción al cambio de escenario fue buscar el mechero en el bolsillo de su gabardina mientras maldecía en voz alta.

- Joder. - espetó, al tiempo que Dalae y Aureole tomaban la iniciativa en la caza del Sueño.

El inglés podía tener bastante imaginación si se lo proponía, pero aquel no era su mejor día en cuanto a inspiración. El jueguecito de Pesadilla no le hacía la más mínima gracia, pero poder crear cuanto quisiera a partir de la materia del sueño tenía sus ventajas.

- Silk Cuts - musitó, mientras materializaba un cigarrillo a partir de su imaginación, y lo encendía con su recién encontrado mechero.

Dejó escapar la primera calada de humo mientras observaba a Raden encontrarse con el conjuro de Aureole. Dalae había logrado petrificar el primer constructo del Sangromante, pero un nuevo Stanley corría ahora hacia su amo, con el Sueño Primordial en las manos. John chasqueó la lengua.

- Mi turno - se dijo, lanzando al suelo el mechero, aún encendido.

El fuego, mitad real, mitad mágico, se extendió con la misma facilidad con la que se prende un reguero de aceite, dando lugar a una cortina de llamas que se alzaron entre Dalae y Aureole, dejando a un lado a Constantine, el otro inglés y el golem y, al otro, a Raden y la asgardiana.

Lejos de detenerse aquí, el fuego siguió extendiéndose. El muro de llamas trazó una curva por detrás de Stanley, brotando también entre el golem y Aureole, cortándole el camino hacia su creador.

- Yo te sujeto eso - dijo Constantine, alzando la mano hacia Stanley, en actitud demandante.

Morfeo estrechó los ojos. Pesadilla sonrió en la grada.

El combate empezaba a ponerse interesante.

El fantasma no había podido reducir al anciano, había algo sólido e invisible en medio. Una barrera mágica, supusieron a la vez los dos. El enorme gólem de barro y sangre se había solidificado, como Dalae había supuesto, pero antes de que la asgardiana cobrara su recompensa, una versión de ensueño del guaradespaldas de Aureole alcanzó el premio primero. Ella comenzó a imaginar un abismo cortándole el paso. La tierra se empezaba ya a agrietar, cuando, de pronto...
Fuego. Venga ya. Aún no sabían que sus poderes se basaban en el hielo y el frío y ya habían sacado una cortina de llamas. ¿No había más elementos a utilizar? Por supuesto que no, desde luego. Ni Raden ni ella se quemaron, pero quedaron separados de sus rivales. Aunque lo que sucedía al otro lado de la barrera era cuanto menos... Interesante. El midgardiano desaliñado también había dejado al margen a su compañero. Los habitantes de la Tierra siempre le habían parecido criaturas egoístas, pero eso era ya el colmo de la codicia. Constantine no se había dado cuenta, pero había dado una idea a su rival. Había un arma muy, muy poderosa, que Dalae aún no había tenido en cuenta a pesar de que corría por sus venas como la sangre. El odio.

Deseó que hasta la última célula del cuerpo del sangromante odiara al rubio. No era difícil detestarlo, puesto que Dalae no conocía ni su nombre y ya lo hacía. Además, había intentado llevarse él solo el Sueño Primordial, encerrando a su propio aliado para que no interviniera.

-Pero antes... Vámonos.-Ella cerró los ojos un momento. Recordando esa pesadilla recurrente que solía atormentarla cuando conseguía dormir, para que sustituyera ese coliseo en el que estaban encerrados. Una Asgard desolada, el esqueleto de la Ciudad de los Dioses bajo un cielo en llamas que lloraba sangre. Cualquier habitante de los Nueve Reinos reconocería con facilidad la escena: Se parecía demasiado a un Ragnarok como para no reconocerlo. A lo lejos se oían gritos y sonidos metálicos de una batalla en la que Dalae no tenía pensado meterse. En sus pesadillas, moría siempre si se acercaba demasiado a la lucha final entre los dioses y el resto de las criaturas. No, pensaba aprovechar las ventajas que le ofrecía ese terreno: Ragnarok o no, había nacido y crecido en esa ciudad, ahora llena de peligros. Y conocía todos y cada uno de los seres que poblaban ese mundo de pesadilla... O eso creía. Si tenía cuidado, era cuestión de tiempo conseguir el Sueño para continuar con sus negociaciones tranquilamente.

El lobo se detuvo, dejando a Aureole libre para concentrarse en su conjuro y empezar a formar el camino que conduciría al golem hasta él. Cuando la primera parte de la cortina de llamas separó aún más a los partidarios de Pesadilla de él, estuvo a punto de darle las gracias a Constantine... hasta que el fuego continuó extendiéndose y rodeó a aquella versión onírica de Stanley. El otro mago inglés, que había quedado atrapado junto con él, le pidió el frasco.

Algo nubló momentáneamente su visión. Una presión ajena. Tal vez un cambio en el aire, pues la hechicera, ni corta ni perezosa, se las había ingeniado para cambiar el campo de batalla. La escena parecía sacada de numerosas referencias escandinavas al fin del mundo, pero eso no quedó mucho tiempo fijo en su mente. No, en vez de eso, el súbito movimiento de Constantine levantó sus suspicacias, y algo más que eso. Lo que acababa de hacer no ayudaba en nada a su propósito.

-¿Qué significa esto, caballero? Si mal no recuerdo, estamos en el mismo bando. A ninguno nos interesa que gane el adversario de Morfeo, ¿no es así? - preguntó, con el gesto serio.

Pero no esperó una respuesta. Aureole le miró con irritación, empezando a sentirse decididamente molesto. La actitud arrogante e interesada de Constantine le estaba enervando profundamente. No obstante, no sería un sentimiento lo suficientemente profundo como para echar a un lado su calma y habitual flema. Constantine era despreciable, detestable, un ejemplo a evitar en el mejor de los casos. No, no se avendría a un pacto con él, ni entregaría nada de buen grado a aquel impresentable que se decía mago. Le apartaría de su camino si era necesario. Y por supuesto, no compartiría ni un ápice de la recompensa prometida con ese advenedizo. Eso sin duda le escocería más que ser marcado a fuego. De hecho, tal vez después hiciera esos honores. Pero antes podía escarmentarle de otra forma.

-Stanley... - empezó Aureole con voz ominosa, alzando el brazo que no portaba el bastón.

De repente, su tono se suavizó y esbozó otra sonrisa, que no iba dirigida sino a su creación.

-Bon appétit.

Sin una palabra más, el golem levantó su abultado brazo, abrió la boca, y se tragó el frasco. Aureole agitó la mano en una floritura y de nuevo le indicó que se acercara. Dedicó una mirada a ambos contendientes, como si aquel escenario no le perturbase lo más mínimo.

-Ahora tengan cuidado, dama y... caballero, tanto con sus actos como con lo que nos rodea. No querrán que sufra daño aquello por lo que estamos enfrentados, ¿verdad?

Hecho esto, echó a andar de nuevo, atravesando las llamas. Le separaban ya pocos metros de su maestro. La ropa que llevaba ardió como la yesca, las gafas de sol se fundieron, pero esta vez no era un simple montón de arcilla con forma de golem. No se solidificó hasta quedar petrificado, gracias a la cantidad ingente de conjuros protectores. Era Stanley, y su avance implacable como el de un glaciar.

John suspiró, chasqueó la lengua y maldijo, en aquel preciso orden. Había actuado demasiado pronto, pero el inglés sabía que aquel tipo de juegos con inmortales no solía terminar bien. Quería el Sueño para poder negociar con ventaja, pero, al parecer, sus compañeros iban a funcionar como los respectivos paladines de Pesadilla y Morfeo. Eso lo convertía en el "tercer bando", suponía. Carne de cañón, para entendernos.

- Seréis cabrones - musitó, sin tener claro si el "cumplido" iba dirigido a Morfeo, a Pesadilla, a Dalae, a Aureole... o a todos ellos, en general.

La asgardiana y el Sangromante habían ejecutado sus movimientos, y Constantine tenía, más bien, poco campo de acción. Por el momento, el resultado favorecía a Aureole. Su mascota tenía el Sueño Primordial bien guarecido en su interior. Por lo que a John respectaba, aquello era lo más similar a una victoria que alguien había alcanzado hasta el momento.

- Tranquilo, Deveron. Sólo intentaba evitar que los inmortales nos dieran por culo. No le hice ningún daño a tu amigo. - John se relajó, alzando las palmas de las manos en señal de paz; las llamas que había causado su mechero estaban extintas y ya no separaban a los combatientes. El humo que rodeaba al inglés provenía únicamente de su cigarrillo - Ahora que tienes esa cosa, ¿por qué no nos haces un favor a los tres y negocias con este par de capullos, antes de que esto se tuerza más?

No era todo lo ventajoso que hubiera sido de estar el Sueño en sus propias manos, pero Constantine no tenía ganas de seguir echando leña al fuego, ni literal ni metafóricamente.

- ¿La señorita está de acuerdo, o seguimos con la demostración de magia? - añadió, mirando a Dalae.

-Entonces, ¿Propones que nos sentemos a hablar como los seres civilizados que se supone que somos? -Dalae sonrió de lado. No se fiaba ni un pelo de ese par, pero si la cosa se trasladaba al terreno de las negociaciones, tenía clara ventaja. Aunque ninguno de sus competidores lo supiera aún. Solo tenía que forzar a Aureole a unirse a ella, aprovechando la repulsa que este sentía por el rubio. Después de todo, Constantine no había hecho ningún esfuerzo por granjearse las simpatías de nadie en esa dimensión,  mientras que ellos estaban protegidos por sus respectivos Señores del Sueño.

-Por mí, bien. No quiero pasar toda la noche peleando aquí sin motivo. -Dijo en un tono más o menos neutral, encogiéndose de hombros. Caminó hacia el centro con esa cautela que la caracterizaba. A su lado acudió Raden. -"¿Tienes un plan, o sólo lo parece?"-El espectro había terminado por conocer bien a su portadora, y algo le decía que estaba dando vueltas a una idea. Una mala idea, con toda seguridad. "-Por supuesto que tengo un plan." En un abrir y cerrar de ojos, unas manos putrefactas surgieron del suelo, recién salidas de alguna pesadilla remota. Aferraron con fuerza sobrehumana tanto a Aureole, como a Stanley, Dalae y Raden. La chica gritó, presa de la sorpresa. O mejor dicho, presa de una fingida sorpresa: Era ella la que había creado esas ataduras infernales, que aprisionaban al sangromante como si quisieran asfixiarle.

-¡Vaya, es fantástico cómo entiendes la palabra "negociar"! -Gritó, airada, en dirección a John. Raden se convulsionó, mordiendo los miembros que lo agarraban, aunque se regeneraban como si fueran las cabezas de una hidra. Finalmente, se quedó quieto, como si hubiera entendido que era lo más sensato. Pero no por ello dejó de mirar con furia a su supuesto captor, amenazándole en silencio.

Su ángulo de visión no le permitía ver a Deveron, pero la asgardiana esperaba que semejante trampa lo enfureciera. Tenía el Sueño en su poder, y la mejor baza de Dalae por ahora era manipularlo, de modo que centrara su atención en el otro inglés a la vez que bajaba la guardia con ella. A menos que se equivocara mucho, Aureole era el tipo de hombre al que molestaría que se rompiera una tregua de ese tipo. Y con un poco de suerte, Constantine sería el tipo de persona que se aprovecha de la debilidad ajena, aunque ésta apareciera tan de improviso. Si le daba por recuperar el Sueño, la asgardiana esperaría a que se hiciese con él para quitárselo. Le había puesto delante de las narices un cebo: Solo quedaba por ver si lo mordería, intentando recuperar el Sueño del inmovilizado gólem, o si sería más prudente y desaprovecharía la oportunidad.

CCO:

FDI: hago constar que no me parece mal xD.

-Entonces, ¿Propones que nos sentemos a hablar como los seres civilizados que se supone que somos?

John sonrió también, al tiempo que lo hacía Dalae, ambos con la misma expresión de incredulidad.

-Por mí, bien. No quiero pasar toda la noche peleando aquí sin motivo.

Dicho esto, la asgardiana caminó al centro de la arena y, justo entonces, unas manos los aferraron a todos, salvo a John.

-¡Vaya, es fantástico cómo entiendes la palabra "negociar"! - gritó ella, mirando a Constantine.

El mago tuvo que reconocer que la idea, fuera de quien fuera, era buena. No sólo lo hacía quedar como un capullo, sino que lo ponía ante la disyuntiva de aceptar el papel de traidor que alguien había escrito para él (y la ventaja que aquello suponía); o proclamar su inocencia.

"Inocencia". Sólo de pensarlo sentía escalofríos. John se encogió de hombros. No era la primera vez que tenía que quedar como un capullo. Se le daba bien aquel número.

Ahora bien, era muy posible que hubieran previsto que lo haría. La mujer era la más peligrosa; probablemente era la que estaba detrás de la jugada. Deveron era poderoso, pero tenía las de ganar antes de que las manos aparecieran. No eran obra suya.

- Muy bien, ya que insistes... Solata a sodot - dijo Constantine, con una sonrisa que recordaba a la de un lobo. Un conjuro que había aprendido de Zee, y que resultaba sorprendentemente práctico y versátil.

Los grilletes y las cadenas aprisionaron a Dalae, Aureole, el lobo y el golem tan pronto el mago lo deseó. Las ataduras eran distintas a las garras que surgían del suelo; se trataba de un conjuro, no de materia del sueño; por tanto, no bastaría con desearlo para romperlas, habría que utilizar la magia, y medirla con la del inglés.

- Es mejor que las manos del suelo. Ésas no eran muy de mi estilo... - Constantine se dirigió directamente a Stanley.

Se preguntaba si tendría que destriparlo de algún modo para llegar hasta el Sueño.

Tiradas:

Stanley avanzaba, poco a poco, mientras los dos magos departían. Aureole observó el intercambio en silencio. Ahora mismo, él tenía la carta más alta y confiaba en que eso fuera suficiente para zanjar la situación. Justo cuando parecía que iban a poder concretar el resultado en términos razonables, unas manos repulsivas emergieron del suelo y les agarraron. A todos menos a Constantine.

-Oh, por favor... - se quejó con una muesca de asco. El puño de su bastón brilló durante un segundo exacto, y una oleada de energía hizo que se estremecieran como si hubieran recibido un golpe físico. No bastó para que le soltaran por completo, pero al menos evitó que subieran por encima de la rodilla. El hechicero lamentó que un paño tan bueno se echara a perder con toda esa suciedad. Confiaba en que la materia del sueño no dejase marca. O al menos, en que fuera materia del sueño. Lo cierto es que no había visto a ninguno de los dos pronunciar ningún conjuro. Ya iba a enviar un nuevo impulso que las aplastara contra el suelo cuando algo más pasó.

Constantine lanzó un hechizo. En este caso no fueron manos, sino cadenas, lo que emergió del suelo, sujetándoles con más fuerza. Ahora sí que no quedaban dudas al respecto del autor de sus ataduras, pero establecía otras sobre la procedencia de las desagradables manos. Era un buen momento para no fiarse de nadie. El hechicero rubio se dirigió entonces hacia Stanley. El sangromante sonrió. Incluso una copia de materia onírica seguía disponiendo de ciertos beneficios... como la protección mágica. No obstante, estar atado no le agradaba en absoluto y empezaba a cansarse de la situación. Por desgracia, el conjuro de su compatriota resultó ser demasiado para romperlo por su cuenta. Aureole no perdió las formas como para maldecir, pero aquello limitaba tremendamente sus opciones.

Por su parte, al verse atado, Stanley siguió intentando avanzar como si no hubiera nada sujetándole. La inmensa fuerza del gólem y su resistencia natural a los encantamientos hicieron que sus ataduras no fuesen tan efectivas. Limitaban sus movimientos, pero no por completo. Eso dificultaría la labor de Constantine, pero como no se le había ordenado nada más, no parecía que fuese a intentar otra cosa. Aureole aguardó, en silencio. Si el inglés esperaba realmente poder acercarse tal cual sólo por verle un poco impedido, podía cometer un error. Y si quedaba al alcance del gólem, Aureole daría la orden al momento. Constantine sabría entonces lo que era tener una enorme mano de arcilla en torno al cuello, o a punto de dislocarle una extremidad.

FDI: bueno, una vez resuelta la duda ya está editado y al completo. Siguiente...

El miembro 'Aureole Deveron' ha efectuado la acción siguiente: Lanzada de dados

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#1 'Dado de 10' : 3

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#2 'Dado de 10' : 2

Spoiler:

La idea había sido buena, sí. Jugar con la inmoralidad de otra persona era una estrategia cuanto menos... Creativa, podía decirse. Y podría haber salido a pedir de boca, si no fuera por un pequeño detalle: El capullismo de John, que había superado sus espectativas. Le había dado dos opciones, le había empujado a escoger la que le convenía... Y, a pesar de todo, había elegido una tercera. El canto de la moneda. Debía de ser esa la razón por la que caía mal a todo el mundo.

En lugar de morder el anzuelo como se esperaba que hiciera, se aseguró de que ninguno podía escapar en cuanto averiguara cómo hacerse con el premio. Aquellos grilletes... Debían estar construidos con magia auténtica: Por más que deseaba hacerlos desaparecer, no se movieron ni un centímetro. Estaba claro que el inglés no quería arriesgarse. Había conseguido paralizar al resto de jugadores... O quizás no. La constitución física de Aureole y Dalae no fue suficiente para liberarse de las cadenas (cosa que, seguramente, no sorprendió a nadie), y lo mismo ocurrió con Stanley, quien ni siquiera parecía consciente de que lo habían atado. Seguía moviéndose, obedeciendo la última orden que había recibido, aunque con cierta libertad de movimientos. Las cadenas que lo sujetaban estaban en tensión y algunas de ellas colgaban de él, rotas.

Sin embargo... Raden no había tenido ese problema. Una breve mirada de la mujer que le acompañaba había bastado para que los dos se entendieran, y el espectro comenzara a forcejear. Afortunadamente, el lobo conservaba toda la fuerza de la que se solía enorgullecer en el mundo real, con lo que los eslabones no tardaron en crujir, y, finalmente, romperse con un chasquido. Sus ojos, rojos y brillantes como tizones, viajaron de inmediato hacia John y Stanley. No estaba seguro de poder romper al gólem. Y, si lo hacía, era imposible que eso dejara el Sueño Primordial intacto... Por no mencionar lo que hiciera el autor de los grilletes que se acababa de quitar. -No.-Por un momento, se pudo adivinar una leve sonrisa en los labios de Dalae. Una sonrisa artificial, que no llegó a los ojos, acompañada de un solo pensamiento. Había descubierto cómo hacerse con el Sueño. En el fondo... Era una de las reglas más básicas de la magia.

-Mata al invocador.-Una orden sencilla, susurrada en esa conexión que el lobo y su portadora compartían por obligación. La asgardiana no quería que Raden se volviera a topar con una barrera mágica, como la que Aureole había conjurado antes. Sabía que esa clase de hechizos requerían de una cierta preparación... Una preparación que difícilmente podría realizarse si el peligro aparecía de repente. Con un poco de suerte, eliminar al sangromante causaría la desaparición de su gólem, liberando así el premio por el que Sueño y Pesadilla competían. Y, en el peor, al menos ya no tendría que competir con el hombre de pelo negro por el contenido del gólem. El siguiente paso sería lidiar con el rubio, y Dalae estaba bastante segura de que no iba a ser fácil.

Pero, de momento, su mejor opción era ir por orden. Raden saltó súbitamente sobre Aureole, usando todo su peso para tirarlo al suelo. Apoyó una de pata delantera sobre su pecho, gruñendo quedamente, y cerró sus mandíbulas en torno a la yugular del hechicero.

El miembro 'Dalae Darkle' ha efectuado la acción siguiente: Lanzada de dados

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#1 'Dado de 10' : 4

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#2 'Dado de 10' : 8

El miembro 'John Constantine' ha efectuado la acción siguiente: Lanzada de dados

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'Dado de 10' : 9

Dicen que el tiempo funciona de modo distinto en El Sueño. Y tal vez sea cierto porque, en un único instante, sucedieron muchas cosas.

Dalae sonrió.
Aureole fue derribado.
Stanley se reblandeció.
Raden abrió sus fauces.
Constantine gritó.
En su sitial, Pesadilla se inclinó hacia delante, excitado. Sueño, tenso, aguardó.
El recipiente de cristal empezó a abrirse paso a través de la espalda del gólem.
Y Raden mordió.

Los colmillos del Lobo Blanco se hundieron en piel, músculo, arteria. La sangre, que salió a borbotones, humedeció su hocico, tiñéndolo de carmesí. Y entonces, su mandíbula se cerró sobre el vacío, porque Aureole ya no estaba allí. Y, tal y como la asgardiana había deducido, la desaparición del invocador provocó la de su invocación.

Stanley se esfumó en el aire, igual que el sangromante. Igual que el Sueño Primordial, que aún no había logrado desprenderse del todo de la arcilla reblandecida.

¡No!

Sueño de los Eternos se levantó con brusquedad y se envolvió en su capa, como un hombre de negocios que se pone apresuradamente el abrigo para salir. Y eso fue lo que hizo, salir, a través de una puerta que, hacía tan solo un instante, no estaba allí.

- Sí... - musitó Pesadilla, con una sonrisa maliciosa.

Dalae, Raden y John Constantine sintieron como el escenario se hundía bajo su peso. Estaban libres de sus ataduras, lo cual no estaba tan bien como podría estar. Ahora, el paisaje se disolvía en volutas de materia del Sueño, y ellos se precipitaban al vacío, sin nada a lo que agarrarse salvo el aire.

En otro lugar, Aureole abrió los ojos a tiempo para ver como el frasco del Sueño Primordial se hacía añicos contra el suelo.


Morir en un sueño suele conducir, invariablemente, al despertar. Y el Sangromante se encontraba de nuevo en el almacén donde todo había comenzado.

El Stanley que lo había acompañado los últimos minutos ya no estaba allí. Como todas las creaciones del Sueño, se había desvanecido al contacto con la realidad, dejando libre el recipiente que había custodiado.

Libre a unos dos metros de altura, lo cual constituía una distancia insalvable para un cristal. El Sueño Primordial había sobrevivido a aquella misma caída en el Sueño, pero aquello no era el Sueño, sino la vigilia. Se oyó un estallido, y el contenido del frasco se elevó en una voluta en forma de mariposa nocturna, que se retorció y desapareció.

Una puerta se había abierto a escasos pasos de Aureole. Paralizado en su umbral, Morfeo contemplaba los vidrios rotos con expresión indescifrable. Tud. Tud. Tud. Constantine, Dalae y el bastón de Raden cayeron al suelo del almacén segundos después. Clap. Clap. Clap. Pesadilla aplaudía lacónicamente.

Entonces, Sueño se llevó una mano al pecho y su rostro se contrajo de dolor. Entre sus ropajes oscuros, negra contra su pálida piel, había una abertura; un vacío que, ante los ojos de los presentes, empezó a crecer.

- Jaque - dijo Pesadilla, con venenosa suavidad.

Morfeo le dirigió una mirada helada desde los pozos de noche que tenía por ojos y, sin decir una sola palabra, se desvaneció.

- Mmmmh... - musitó Pesadilla, volviéndose lentamente hacia Aureole, Dalae y Constantine - Tengo que felicitaros, mortales... Lo habéis hecho muy bien... - sonrió, mostrando una larga hilera de dientes blancos y afilados.- Especialmente tú, querida- se puso de cuclillas junto a Dalae, que aún estaba recuperándose del impacto contra el suelo, y le besó la mano. Había algo de burlón en aquel gesto caballeroso.

Entonces, volvió a alzarse. De algún modo, parecía más grande, más amenazador.

- Como agradecimiento por vuestra ayuda... no devoraré vuestros sueños esta noche - anunció. - Es suficiente con el poder que he obtenido de Chicago... por el momento.

Unas alas oscuras nacieron de la espalda de Pesadilla, y éste se alzó en el aire, como un gigantesco cuervo.

- Volveremos a vernos - sonrió, antes de emprender el vuelo y hundirse en la oscuridad de los túneles... Abandonándolos en un almacén repleto de soñadores en estado catatónico, en el que yacían los pedazos de cristal de lo que había sido el Sueño Primordial.

Un gran peso sobre el cuerpo y cuatro punzadas a la altura del cuello. Eso fue todo antes de que la oscuridad cubriera su consciencia con su velo no siempre compasivo, pero en ocasiones muy agradecido. Aureole disfrutó sólo brevemente de esa pérdida de conocimiento, que terminó pronto y dio lugar a un despertar en el que su cuerpo, a pesar del vigor conservado gracias a sus pócimas, le dolía como si realmente tuviera los años que aparentaba y se hubiera visto haciendo más ejercido del acostumbrado. Es decir, prácticamente nada.

El sangromante abrió los ojos y se encontró en un lugar que reconocía vagamente como el almacén donde habían estado previamente. No obstante, en aquel momento Aureole no tenía ojos ni siquiera para Stanley, que aguardaba en el mismo sitio donde había recibido impasible golpes y conjuros sin que se le movieran siquiera las gafas. Bendito gólem. Al final resultaba casi como una suerte de ancla en torno a la cual todo podía caer en el caos sin que variara su expresión. Y eso había ocurrido. Aureole lamentaba no haber podido disponer de sus plenas capacidades en el sueño, pero una criatura sin mente como él difícilmente podría entrar en un paisaje onírico. Y lamentaba aún más que no hubiera podido ayudarle a conseguir lo que yacía en fragmentos ante él. El sangromante se agachó para examinarlo con cuidado. Aquellos restos eran sólo el recipiente. El Sueño Primordial ya se había desvanecido.

Sueño apareció de una de sus puertas. Al poco, Constantine y la mujer cayeron salidos de ninguna parte. El sangromante se dispuso a arreglarse las solapas y las mangas de su chaqué con toda la dignidad de que era capaz. Pesadilla, con una sonrisa sardónica, aplaudía lo que Aureole consideraba la temeridad y estupidez de los otros dos hechiceros. Todos lo habían codiciado para negociar en sus términos, pero al final no había quedado nada que les diera ventaja. Sueño debía pensar lo mismo, porque no tardó en desaparecer. Su expresión era indescifrable, pero su actitud hablaba alto y claro. Pesadilla agradeció a la hechicera (ya sin duda su aliada desde el comienzo) y se marchó.

-Espero que estén satisfechos, dama y caballero. Especialmente usted, Constantine. De no haber sido por su numerito en la subasta, es posible que hubiéramos podido conseguir lo que nos proponíamos sin más problemas. Cada cual tendría su recompensa o, al menos, la seguridad de no haber ayudado a alguien cuya máximo agradecimiento consiste en... no devorar nuestros sueños por una noche. Pero lo cierto es que ahora no tenemos nada. No estoy muy seguro de hasta qué punto hemos desatado una plaga sobre la ciudad, o puede que sobre el mundo, pero espero que sepan que me limpio las manos respecto de este asunto.

A una orden imperceptible de su maestro, Stanley avanzó hasta los pedazos de cristal onírico roto y se guardó uno de los fragmentos. Aureole tenía intención de estudiarlo. Nunca se sabía; tal vez sirviera de algo en el futuro.

-Bien, si me disculpan, tengo más asuntos que atender que dar explicaciones a la concurrencia acerca de por qué somos los únicos despiertos en todo este maremágnum. Les aconsejaría que hicieran otro tanto, pero lo cierto es que en estos momentos no puedo decir que tenga a bien malgastar más palabras en ustedes. Por si me ocurre como a Sueño. Buenas noches.

Dicho esto, Aureole se colocó el bastón bajo el brazo y se encaminó hacia la salida. Lo que había prometido ser una noche interesante había dado un giro que le resultaba en extremo desagradable, y estaba deseando que mañana fuera otro día.

Dalae no estaba segura de que fuera a funcionar. No lo estaba cuando lo había pensado, no lo estaba cuando lo había hecho. De hecho, no había salido de dudas hasta que había visto desaparecer al sangromante, acompañado del gólem y el Sueño Primordial que tan cerca había estado de acabar en manos de Constantine. Ellos no tardaron mucho más en hacer lo mismo, pero les dio tiempo a oír el resultado del juego, anunciado por las propias entidades. La irrealidad que los rodeaba se desvaneció, dejándolos caer a ese vacío tan recurrente en las pesadillas. Y, como en las pesadillas, esa caída encontró su final en el mundo de la vigilia, a una altura lo suficientemente considerable para que los soñadores se llevaran un buen golpe.

A pesar de que Dalae estaba más que acostumbrada a los despertares desagradables, aquel era el peor que podía recordar. Se incorporó con un quejido, enmascarado por los aplausos, si se les podía llamar así, de Pesadilla. Sin embargo, lo primero en lo que se fijó la asgardiana fue en la expresión de Morfeo. Hasta ese momento, el Eterno se había mantenido imperturbable. Dalae había llegado a dudar de que realmente pudiera mostrar alguna emoción en esa máscara que tenía por rostro. Sí que podía, y desgraciadamente acababa de demostrarlo. Era incluso peor que ver sufrir a una persona cualquiera. Sus ojos parecían haber perdido el brillo, transformados en meras cuencas negras y sin fondo; rodeadas de piel tensa y pálida como la cal.

Cualquiera en el mundo mágico sabe que herir a uno de los seres que mantienen en orden del universo es mala idea. Por eso, la morena sintió un escalofrío cuando vio la herida que acababa de aparecer en el pecho de Sueño. No se sentía responsable de ello, desde luego, y no pensaba arreglarlo. Pero… No podía dejar de pensar en las consecuencias que podría traer el debilitamiento del señor de los sueños. Seguramente, alguien más heroico que los tres magos presentes se haría cargo del asunto. Pero… ¿A qué precio?
A diferencia de Morfeo, Pesadilla sí que tenía algo que decirles. La bruja torció el gesto casi imperceptiblemente como respuesta al beso en la mano: No estaba de humor para eso. Tan pronto como él se apartó, la bruja se levantó, recogiendo discretamente el bastón del que dependían sus poderes. - Como agradecimiento por vuestra ayuda... no devoraré vuestros sueños esta noche. Es suficiente con el poder que he obtenido de Chicago... por el momento.-Dalae mentiría si dijera que le preocupaban los habitantes de la ciudad, o los asistentes a la subasta. A diferencia de un número nada desdeñable de magos, no sentía el impulso de salvar a todo aquel que se cruzara en su camino. Su conciencia estaba prácticamente en coma, como las criaturas que los rodeaban, atrapadas entre el dominio de Morfeo y la realidad de la que procedían. Por eso, saber que iba a dormir sin pesadillas no era algo demasiado valioso para ella. No le molestaban demasiado. No se podía decir lo mismo de John, desde luego, pero eso no lo hacía mejor premio para nadie.

Cuando el vencedor de aquel extraño torneo se retiró, Aureole encontró la ocasión perfecta para demostrar su superioridad moral y reprobar la actuación de los otros dos. Qué sorpresa. Era tan típico de los magos antiguos… Y tenía su gracia que las críticas fueran especialmente dirigidas hacia Constantine, su supuesto aliado. Dalae no pudo hacer menos que encogerse de hombros. -Yo tengo lo que he venido a buscar, así que… No estoy insatisfecha en absoluto.-Loki la había enviado a ver y oír cuanto pudiera, y eso había hecho. Había venido a buscar el nombre de quien estuviera siguiendo el rastro de su maestro, y ya  lo tenía, junto con algo de… Información adicional, que seguramente tendría algún uso. No dudaba de que la guerra entre las dos entidades era algo importante que debía saberse.

Cuando el sangromante dio por finalizada su perorata, a la que Dalae no tenía intención de responder, se dirigió a la salida. Antes de eso, sin embargo, su golem recogió uno de los trozos del cristal que había contenido el Sueño Primordial. ¿Sería mágico? Se agachó a recoger un fragmento: No le gustaba la idea de volver con las manos completamente vacías, pero no quería arriesgarse a recoger alguno de los objetos de la subasta. El riesgo de que estuvieran protegidos con algún conjuro era demasiado grande, y la idea de perder una mano o convertirse en piedra no le seducía especialmente. -Supongo que esto acaba aquí…-Era más un deseo que una observación objetiva. Dalae empezaba a entender que “esto”, fuera lo que fuera, nunca acababa del todo. Siempre quedaba la posibilidad de cruzar caminos de nuevo, de que Pesadilla hiciera realidad ese “volveremos a vernos” que había dejado a modo de despedida. Por suerte, no sería él la persona con la que Dalae tendría que colaborar varias veces (y a la que tendría que robar una, también) meses después.

No tenía sentido extenderse mucho más. En algún momento, alguien entraría en la bóveda, y las alarmas empezarían a sonar. La asgardiana no quería estar en medio cuando eso sucediera, así que simplemente se dirigió la salida, procurando no pisar a ninguno de los durmientes.

Aureole y Dalae tomaron un pedazo de cristal antes de marchar. No parecía más que vidrio frío, aunque tuvieron que llevar cuidado para no cortarse con él; al quebrarse, el frasco del Sueño Primordial había dado a luz al menos a media docena de cuchillos afilados y punzantes agujas. John no encontró nada entre las ruinas de la botella. El rastro del sueño había desaparecido. 

De camino a la salida, el túnel seguía una trayectoria ligeramente ascendente. A juzgar por la humedad que flotaba en el aire, debían de estar bajo el lago Michigan, o bordeando una de sus orillas. Ninguno de los tres frecuentaba Chicago con la suficiente asiduidad como para poder decidir cuál de las opciones era correcta, pero les pareció que no habían tomado aquel camino para llegar. La atmósfera era fría, incluso antinaturalmente fría; algunas hebras de vapor negro flotaban en el aire aquí y allí, como vestigios de los cordones de oscuridad que había extraído Pesadilla de las mentes de los durmientes.

Encontraron algunos cuerpos a medida que caminaban. La mayoría dormían en posiciones antinaturales, con la espalda demasiado arqueada o el cuello torcido; otros permanecían acurrucados en posición fetal, mientras gemían débilmente o se debatían en sueños. Una minoría de los cuerpos les parecieron demasiado quietos y rígidos. Tal vez no estuvieran soñando exactamente.

Ninguno estaba en su faceta de buen samaritano (incluso suponiendo que la poseyeran), de modo que no se detuvieron en su avance. Los tres sabían que algo iba terriblemente mal, y no querían permanecer demasiado tiempo en el escenario de la tragedia. Continuaron su camino, manteniendo las distancias unos con otros, hasta que llegaron a una escalera de mano que subía hacia un círculo de luz pálida. Les recordó vivamente a la salida de una alcantarilla, o a la entrada de un búnker. Tal vez se hubiera construido para ser una cosa o la otra. Lo que resultaba evidente era que no llevaba al Morrigan’s.  

Cuando salieron al exterior, la orilla del Lago Michigan les dio la bienvenida.

El agua se extendía como una sábana desde la playa rocosa, lamiendo las piedras despacio, con desgana. El viento rizaba perezosamente la superficie y hacía susurrar los árboles cercanos. Habían dado un buen rodeo; lejos, al otro lado de un estrecho de agua dulce, la ciudad de Chicago dormía (tal vez literalmente), acunada por el lago.


- Something’s wrong, shut the light, heavy thoughts tonight, and they aren’t of Snow White…  - tarareaba una voz de barítono, cerca de allí – dreams of war, dreams of liars, dreams of dragon’s fire, and of things that will bite...

- “Cosas que muerden” – intervino otra voz - me pregunto si pensaban en perros cuando lo escribieron.

La canción provenía de un hombre alto y fornido que tenía el cabello pelirrojo recogido en una coleta a la altura de la nuca. Llevaba una descuidada barba del color del azafrán y una camiseta blanca y ajustada, manchada de óleo de distintos colores. Estaba apostado detrás de un caballete y tenía un pincel en la mano derecha. No había nadie más, si exceptuaban al perro que estaba tumbado a sus pies, con una oreja alzada.  

- Sleep with one eye open, grippin’ your pillow tight…  - el pelirrojo deslizó el pincel sobre el lienzo que había frente a él – Exit light, enter night… take my hand…  

- Hola – los saludó el perro.

El pintor también alzó la mirada y posó en ellos sus ojos claros, interrumpiendo la canción.

– Ah, el paisaje ha cambiado – dijo, casi para sí mismo, y se rascó la barbilla, ajeno al rastro de pintura verde que extendía sobre su mentón al hacerlo – Si os quedáis quietos, podría añadiros.

- O dejar el cuadro inacabado – sugirió el perro.

- Tonterías, Barnabás. No mejoraré si no practico.

El pelirrojo dejó el pincel a un lado y los estudió con mirada crítica.

- Por cierto, menudo desastre habéis causado ahí abajo – señaló, con naturalidad, como quien habla del tiempo que hace.

Aureole se había encaminado hacia la salida, sí... pero habría jurado que ésta no se parecía mucho a lo que antes había sido su entrada. No, no lo era en absoluto. Demasiado húmeda y oscura en comparación. De hecho, el penetrante tufo a humedad y moho hizo que el sangromante tuviera que cubrirse la nariz con un pañuelo. No es que fuera especialmente desagradable; algunos de sus componentes alquímicos tenía peor olor. Pero aquello era inevitable y tenía un propósito. En su situación, siempre podía dar media vuelta para evitar tanto molestar a su sensible pituitaria como coger un resfriado, pues conforme el túnel proseguía su ascenso empezaba a hacer más frío. Y ni siquiera era un frío normal. Daban fe de ello los zarcillos de oscuridad más densa que se deshacían poco a poco.

Stanley, a su lado, caminaba con su característica estoicidad. Nada le afectaba, ni la humedad, las sombras a su alrededor, ni los cuerpos que empezaron a aparecer sesteando en posiciones de lo más incómodo. Por contra, el hechicero empezaba a pensar que ya no se trataba de que su memoria le jugara una mala pasada o  de haber estado lo suficientemente indignado como para confundir el camino a la salida. Aceleró el paso, esquivando como mejor podía a los durmientes. A saber qué ocurriría si interfería en su sueño (si es que eso era posible); no le hacía gracia que Pesadilla cambiara de idea sobre su "protección" de una noche. Stanley se abría paso arrastrando los pies, apartando cuerpos como el quitanieves de una locomotora, hasta que su amo le reprendió. Además, había creído escuchar algo por encima del arrastre de sus zapatos por el suelo.

Sí, ahí estaba. Detrás de él, sonidos fácilmente identificables como pisadas. Al parecer, la maga y Constantine no andaban demasiado lejos. Tanto mejor. Empezaba a pensar que regresar a su habitación de hotel para darse un baño, tomar una copa de algo reconfortante y sumergirse en un estudio rutinario para olvidar el asunto no iba a ser tan sencillo, y la presencia de los otros dos hechiceros podía resultar útil... aunque no esperaba gran cosa, dados los antecedentes.

El avance terminó en un callejón sin salida, al menos hacia adelante. Una escalerilla de mano subía hasta lo que podía ser la superficie. Todo aquello recordaba mucho a una alcantarilla, y el sangromante se permitió fruncir el ceño ante lo que eso supondría. Aureole vinculó sus sentidos a los de Stanley y le hizo subir primero. Los ojos de arcilla le revelaron una orilla herbosa próxima a un lago que sólo podía ser el Michigan. No parecía haber nadie esperándoles fuera, de modo que esperó a que el corpachón de Stanley dejara de abarcar todo el hueco y se aupó hasta arriba trabajosamente.

FDI: pongo esto por ambientar un poquillo, aunque no sé si tocarán más toñas luego xD:

Spoiler:

Una vez fuera se comprobó que, efectivamente, aquello no era el Morrigan's. No era ni la ciudad, que abarcaba el horizonte más allá del lago ante sus ojos. Se encontraban literalmente a kilómetros de allí. No estaban lo suficientemente lejos como para no escuchar el ajetreo ruidoso de una gran ciudad como Chicago... de no ser porque no se oía nada. Lo normal habría sido escuchar al menos el estruendo lejano del tráfico, pero con lo que parecía toda una población dormida, simplemente no existía. La quietud era sólo aparente, de eso estaba seguro, pero precisamente por ello resultaba casi opresiva.

Y entonces se oyó una canción y una conversación. Mantenida por un hombre pelirrojo con barba y un perro. El hombre pintaba en un lienzo lo que tenía ante sí, y el perro se mantenía tranquilo a su lado, mirando con ojos inteligentes. Apenas la maga desconocida y Constantine se acercaron a la escena, el hombre dejó de cantar y se dirigió a ellos.

-Muchas gracias por su consideración, pero me temo que debo declinar su ofrecimiento - dijo cortésmente -. No tengo nada en contra del arte, es algo... algo sublime, sí; si se reúnen ciertas cualidades y materiales... pero ya conozco casos no muy agradables de personajes ilustres a los que un retrato terminó resultándoles... molesto, cuando menos, y en cierto caso lamentable, un verdadero inconveniente para su bienestar.

Habida cuenta de sus encuentros esa noche, Aureole creía saber de quién se trataba, y no le cupo ninguna duda cuando escuchó el nombre del perro. Eso hizo que se mantuviera alerta. El pelirrojo parecía ser plenamente consciente de lo que había pasado, cosa normal si era quien creía. Lo cierto es que Aureole no le conocía demasiado bien. Había intentado evitarle a él indirectamente y a su hermana mayor activamente y con mucho cuidado, pero no estaba muy seguro de qué podía estar buscando en semejante escenario... amén de pintar un cuadro. Cuando hablaba no parecía estar echándoles nada en cara, pero para eso no hacía falta mucha ayuda.

Bueno, ciertamente unos han ayudado más que otros, se dijo el sangromante, pensando en los demás de la forma que le parecía más apropiada en el momento.

-Bien, sí... - carraspeó para evitar mencionar la réplica que se le había pasado por la mente -. No puede decirse que fuera algo intencionado, pero ahora ya no parece tener remedio en cualquier caso. Al menos, ninguno que se haya revelado todavía. Si no es indiscreción, ¿está usted aquí en relación a los últimos acontecimientos o podemos asumir que es tan sólo una feliz coincidencia?

Qué bien que les vendría la segunda opción...