The road to hell (Hush, Daredevil) [25/05/2019]

Aidan se bajó del autobús en la estación de Nueva York al amanecer. Había conseguido encontrar uno nocturno que salía de madrugada y había pasado la noche tratando de dormir en el incómodo asiento del vehículo, pero apenas había conseguido pegar ojo. Por más que intentara evitarlo, la terrorífica imagen de la calavera en llamas mirándole con aquellos huecos candentes regresaba una y otra vez junto con el eco de su perturbadora amenaza enunciada con aquella voz de ultratumba:

Mira sus rostros. Ellas lo saben. LO SABEN. El resto también lo sabrán. Se asegurarán de ello. Traidor entre demonios. Por eso serás perseguido. Monstruo entre los tuyos. Por eso serás exiliado.

Tampoco podía quitarse de la cabeza la expresión en el rostro de Dinah al enterarse. La sorpresa, la rabia, la ira, el miedo... y la decepción. Pero, por encima de todo, el dolor.

No sólo la había engañado ocultándole que era el enemigo contra el que se había enfrentado, sino que con la confesión del Ghost Rider acababa de quedar claro que él había sido en gran parte responsable de la muerte del hombre al que amaba, además de la de una de sus amigas. Y había tenido la desfachatez de enamorarse de ella, y lo que era peor... permitir que, quizás... quizás ella llegara a sentir algo por él. Aidan no podía siquiera imaginarse lo que debía estar pasando en aquellos instantes, después de saber que la persona con la que había estado compartiendo tantos momentos de confianza e intimidad no era otro que su enemigo, que aquél que había tratado de ganarse su corazón era quien lo había destrozado en primer lugar. La rabia y la impotencia eran tan grandes que sólo quería reventar el cristal del autobús a puñetazos, pero se contuvo. De alguna manera asombrosa logró reprimir lo que se agitaba en su interior durante las agónicas horas que había durado el viaje, y ahora, tras cubrirse la cabeza con la capucha de su chaqueta, se dirigía lo más rápido posible hacia su hotel. Necesitaba recoger sus cosas, pero especialmente el pasaporte, para largarse de allí hacia algún lugar donde no pudieran reconocerle. Las cosas sin embargo no serían tan sencillas...


Cuando llegó al hotel se detuvo con precaución al avistar varios coches de policía detenidos en la puerta. En la recepción había varios agentes uniformados preguntándole al empleado, que no cesaba de negar con la cabeza, y, en su fuero interno, de alguna manera Aidan supo que estaban allí por él.

El resto también lo sabrán. Se asegurarán de ello. Traidor entre demonios. Por eso serás perseguido. Monstruo entre los tuyos. Por eso serás exiliado, había dicho el Ghost Rider.

Nervioso, se apartó de allí, y, al caminar junto a una tienda de productos electrónicos pudo ver su cara reflejándose en las pantallas de televisión. El sonido estaba desactivado, pero podía leer lo que decían los rótulos inferiores, en los que prácticamente se desvelaba que había sido descubierta su implicación en el desencadenamiento de la WWD y que estaba en busca y captura. Aidan tenía muy claro lo que eso significaba en un mundo repleto de superhéroes. Parecía que la influencia de los demonios sobre la Tierra no había terminado con el cierre de los portales. Puede que hubieran sido expulsados, pero aún tenían acólitos, seguidores, sectarios y dios sabe cuántos agentes infiltrados en los diferentes organismos humanos. Prensa, radio, televisión, cuerpos de seguridad...

Echó a caminar sin saber muy bien a dónde ir, dirigiéndose hacia una pequeña calle lateral. Sin el pasaporte no podría salir del país, y aunque saliera de la ciudad era de suponer que la situación sería la misma en todas partes. Podría quizás coger un autobús para llegar hasta el campo, lo más lejos posible de la ciudad, donde podría pasar más inadvertido, pero si no tenía acceso a su cuenta en el banco tendría que ponerse a robar, y eso le delataría. Su poder no era precisamente discreto, y en un pueblo pequeño no tendría manera de conseguir que lo pasaran por alto...

- ¡Eh, tú, guaperas! ¡Para ahí! -gritó una voz tras él. Aidan lo ignoró apretando el paso, pero el sonido de un revólver siendo amartillado le hizo detenerse-. Que te pares he dicho, joder. Estabas muy quieto ahí, mirando la noticia del cantante. Y diría que te pareces mucho a él, ¿verdad, Sanders?

- Diría que sí, García. Enséñanos tu identificación y podrás marcharte, tipo duro. ¡Vamos! -repitió al ver que Aidan no se inmutaba.

Cuando una vez más no obtuvieron respuesta, avanzaron hasta llegar hasta él. Un sudor frío perló la frente de Aidan, que cerró los ojos al notar el contacto del cañón de la pistola contra su cabeza. El segundo que había hablado le quitó la capucha, descubriendo su rostro, y, al momento, el primero le golpeó brutalmente con la culata de la pistola, enviándolo al suelo.

- Maldita escoria miserable... -profirió mientras le pateaba. Aidan se encogió sobre sí mismo para protegerse de los golpes. Por encima del sonido de sus jadeos y la respiración entrecortada del agente García podía escuchar la risa desquiciada de Sanders, y, en la oscuridad del callejón, le pareció ver un brillo demoníaco en sus ojos...

El cantante se incoporó, clavando en los dos hombres una mirada inyectada en sangre, y gritó. La onda expansiva envió al agente García hacia la carretera, donde un coche le pasó por encima, generando un inmediato caos de chillidos horrorizados y claxons. La sorpresa inmovilizó al segundo hombre el tiempo suficiente para que el irlandés se abalanzara sobre él, arrebatándole la pistola. El tipo se puso de rodillas y levantó las manos, aterrorizado.

- Lo... lo has matado... -musitó, en shock. La mirada de Aidan se encontró con la del policía que ahora se humillaba ante él, permitiéndole llegar, a través de aquél velo de lágrimas, hasta el penoso y patético hombrecillo que era en realidad. Y comprendió que no había nada demoníaco en él. Tan sólo un hombre. Un hombre asustado-. Escucha... se nos ha ido de las manos, ¿vale? Actuamos mal. Mi... mi compañero intentó arrestarte y se le fue de las manos. Diremos que fue en defensa propia... Lo diré... lo diré todo... Si me perdonas la vida diré...

El sonido del disparo retumbó en el callejón y el agente cayó al suelo, muerto. El brazo del irlandés se desplomó lánguido al costado. Los coches se habían detenido en la carretera para auxiliar al atropellado, y la gente no tardaría en llegar atraídos por el ruido, así que, guardándose la pistola dentro de la chaqueta, echó a correr perdiéndose en el primer desvío que encontró.  

A medida que corría tenía la extraña sensación de estar precipitándose por una carretera que no hacía más que descender y se acordó de la canción que había empezado a componer después de aquella no tan lejana primera cita con Dinah, que ahora se le antojaba como si hubiera tenido lugar hacía décadas:

Parece una calle, sí... una calle en el mundo de los sueños... Pero en realidad... no es más que una carretera que conduce directa al infierno.

Desde que firmara aquél aciago pacto con Gob, su vida no había sido más que un descenso en espiral... Escalón tras escalón. La muerte de su familia había sido accidental... pero el suceso que había desencadenado la discusión con Múriel había sido responsabilidad suya. Y cuando había provocado la apertura de las puertas del infierno no lo había hecho de manera intencionada aunque una parte de él sabía que lo que fuera que Gob le estaba obligando a cantar era algo malo. Podría haberse informado... haber tratado de encontrar el significado de aquellos cánticos... Podría haberse negado a cantar... Pero, abrumado por la pérdida y el dolor, no lo había hecho. Así que, en parte, había sido también responsabilidad suya. Y lo de Metrópolis... Metrópolis... Había sido su canto lo que había atraído a todos aquellos desgraciados hasta el matadero... Podría haber luchado, haberse resistido contra Belial... Haberle plantado cara en lugar de agachar la cabeza como un cobarde.

La traición y el desprecio de Válerie le habían dejado destrozado... Estaba borracho y los criminales a los que había matado no merecían vivir... Pero le habían rogado de rodillas que no los matara y aún así no había vacilado a la hora de tomar sus vidas. Aquella había sido la primera vez que había matado a otro ser vivo, y justo después había secuestrado a un científico para forzarle a que le ayudara. Dolphin ya no era una criminal, sino una heroína, y aunque estaba poseída y durante algún tiempo había tratado de justificarse a sí mismo pensando que había sido en defensa propia, lo cierto era que lo podría haber resuelto de muchas formas distintas. Y sí, en aquellos momentos no tenía manera de saber que, una vez muerta Raven, los poseídos volverían a su ser original, pero aquello no le eximía de culpa. Y ahora ya no habían sido criminales... ni humanos poseídos... La primera muerte había sido instintiva, sin pensar. Pero la segunda... Acababa de matar a un policía a sangre fría después de concluir que era sólo un ser humano.

Humano, sí... pero no inocente. Un policía honrado no se habría ensañado con él de la manera que lo habían hecho ellos, pero... ¿acaso no era él el principal responsable de la WWD y el enemigo público número uno en aquellos momentos? Aidan no podía más que imaginar el desprecio que habría sentido de estar él en la piel de aquellos hombres. ¿Habría actuado igual? No podía saberlo. Pero daba igual, una vez muerto el primero no le quedaba más remedio que acabar con todos los testigos...

No paraba de bajar... y bajar... y bajar... cada vez más. Cada paso que daba era un paso más en aquella espiral descendente. Y quizá fuera lo mejor... La única salida. Seguir negando la realidad de lo que se había convertido no le depararía más que dolor. ¿Acaso no era lo que había estado haciendo desde el principio? Negarlo y tratar de autoengañarse ahogándolo todo en alcohol, y su vida no había sido menos miserable por eso. Quizás debería dejar de tratar de rechazarlo. Aceptar por completo lo que era: un criminal y un asesino. Sólo conseguiría dejar de sufrir cuando dejara de importarle. Para poder seguir adelante y sobrevivir tenía que acabar con cualquier resto de compasión o humanidad que todavía le quedara. Era la única forma de no terminar pegándose un tiro, porque si moría... si moría... en el infierno estarían encantados de destrozarle miembro a miembro por toda la eternidad.  

Pero aún quedaba otro problema... y es que no había nadie sobre la tierra que no quisiera un pedazo de él ahora mismo. Posiblemente Dinah habría alertado ya a sus amigos superhéroes, la policía le estaba buscando y no tenía ningún lugar a dónde ir... Excepto, quizás...

No supo por qué se encontró encaminándose en dirección al barrio en donde vivía el mexicano al que había conocido cuatro días antes. Habían estado juntos de fiesta por dos días, y, aunque no tenía motivos para pensar que no querría su cabeza como todos los demás, algo en su fuero interno le decía que no sería así, pero no habría sido capaz de explicar el por qué. De lo poco que le había conocido tenía la impresión de que a Juan le importaría bien poco lo que hubiera hecho, incluso aunque la WWD le hubiera jodido como a todos los demás. Como mínimo, pensaba que le dejaría explicarse.

No le conocía lo suficiente como para tener una implicación emocional que le impidiese ser objetivo con él, o sentirse traicionado , pero tampoco era un completo desconocido al que no le importara nada denunciar. Tenían justo la clase de relación en la que podría escucharle sin que el dolor le cegara y sin querer entregarle de inmediato. Era arriesgado, pero por lo que había visto, el mexicano tampoco era demasiado amigo de las autoridades, por lo que no creía que estuviese deseoso de llamar a la policía.

Con todo ello en mente, se encontró llamando a su portal. Debía tener un aspecto horrible cuando finalmente le abrió la puerta, con ojeras de no haber dormido, y la expresión de un gato acorralado y desesperado.

- Estoy en problemas -le dijo al ver que no le cerraba la puerta en las narices-. Lo que sea que hayas visto por la tele... Puedo explicarlo. Por favor, Juan... Necesito tu ayuda. Y sé que no me conoces de nada y que no tengo derecho a pedírtela... Pero no me queda nadie más a quien acudir. Y te juro... te juro que te lo compensaré. Te lo juro. Por favor...