Straight Outta... Hell (Luthor) [01/06/2019]

La puerta se abrió y los seis soldados de GECMA entraron como uno solo, sin hablar, perfectamente coordinados. Los planos del edificio se desplegaban en las pantallas de sus cascos, por lo que sabían perfectamente donde se encontraban en todo momento. Uno de ellos entregó un pequeño maletín a la azafata, sus treinta monedas de plata en cuanto tuvieron a la vista su objetivo.

Se dividieron en parejas, dos para cada uno de los objetivos, uno para abrir el camino de salida y otro para controlar la retaguardia. Cada pareja conocía perfectamente su parte del trabajo. Los collares de contención apenas tardaron unos segundos en cerrarse sobre el cuello de sus objetivos que no estaban en condiciones para resistirse. Al entrar no se habían cruzado con nadie, el sargento Milles esperaba que al salir todo fuera igual de bien.

Pero, al final, se cruzaron con un civil. Sonó el leve zumbido de una de las armas aturdidoras y Milles maldijo para sus adentros, acercándose rápidamente al lugar mientras el resto del equipo seguía avanzando. Unos segundos después el rostro de la victima apareció en la pantalla de su casco: "Hernest Brown, 27 años, camarero". Nadie importante.

- Nos lo llevamos.

No hicieron falta más palabras, el soldado que lo había derribado lo recogió en silencio y se lo cargó al hombro. Aquellas ligeras armaduras les otorgaban la fuerza necesaria para que el peso extra no los ralentizara lo más mínimo. El equipo logró salir sin más incidentes, entraron en su discreta furgoneta y salieron de allí a toda velocidad.

- Lo has hecho bien Smith, nuestro objetivo era el sigilo y la velocidad, dijo Milles cuando ya estaban en camino, no traerlo hubiera sido un cabo suelto, ya se encargarán de él.

El soldado que había disparado, a quien habían llamado Smith, se quitó el casco, revelando rasgos femeninos. Con aquellas armaduras era imposible haberlo distinguido antes.

- Gracias, Señor ¿Que hacemos con ellos?

- Las ordenes son claras, si no se resisten y no intentan nada, tratarlos lo mejor posible y llevarlos al punto de entrega.


Lex Luthor estaba sentado tras un amplio escritorio de cristal, en el centro de una habitación inmaculada, blanca como una hoja de papel recién cortada. Las paredes, lisas y brillantes, parecían emitir su propia luz, creando una atmósfera de total claridad. Era una iluminación imposible, sin sombras, como si cada rincón del lugar fuera vigilado por el propio diseño del cuarto. El resplandor era frío y aséptico, una metáfora perfecta de la mente calculadora y controladora de Luthor. Aquel espacio sin sombras producía una sensación muy extraña sobre la mente y los sentidos de quienes no estaban acostumbrados a ello. Sobre la superficie del escritorio, no había más que una fina tableta digital y un bolígrafo que él giraba lentamente entre sus dedos.

A pocos metros de él, Aidan Doyle estaba sentado en una simple silla también transparente, sin ningún lujo ni comodidad. No era cristal por mucho que lo parecía, era algo distinto, algo que nunca había visto. El rockero, una figura que hasta hace poco habría llenado estadios y gritado su furia desde los escenarios, ahora se encontraba encadenado no solo por sus decisiones, sino también, literalmente, por el hombre más poderoso del mundo. Aunque sus cadenas en este lugar eran otras, tan solo un pequeño collar rodeaba su cuello, bloqueando sus poderes mientras empezaba a despertar de lo que le hubieran metido en el cuerpo. Estaba más lúcido de lo que había estado en la última semana.

Luthor lo observaba detenidamente, con una expresión que combinaba astucia y serenidad. Su traje blanco impecable y ajustado le hacía casi invisible en el brillo fantasmal de la habitación, pero, incluso en ese entorno, Lex parecía controlar cada elemento. La primera visión de Aidan solo vio una cabeza calva y unas manos que flotaban en aquel extraño lugar, aunque no tardó en comprender la ilusión óptica. Luthor se inclinó hacia adelante, apoyando los codos sobre la mesa, y su voz rompió el silencio con una suavidad casi hipnótica.

- ¡Oh! Ya te has despertado. Bien. Debes entender, Aidan, comenzó, en un tono pausado, casi paternal, que tu situación no es irreversible. Has cometido errores, sí. Quizá los más grandes de la humanidad, pero también has demostrado un... potencial sin precedentes. Eso precisamente es lo que puede salvarte de la precaria situación en la que te encuentras en este momento.

Luthor sonrió levemente, pero no era una sonrisa cálida; era la sonrisa de un depredador que había acorralado a su presa. El bolígrafo giraba entre sus dedos con una precisión ensayada, como si cada gesto fuera parte de un guion meticulosamente planeado. Luthor sabía como darle buen uso al poder que los demonios le habían concedido a Aidan, le ayudaría a que la opinión publica se mantuviera del lado correcto durante la nueva guerra que ya se había iniciado.

- Lo que provocaste, esta WWD como les ha dado por llamarla a los medios, ha puesto al mundo entero en un estado de pánico. Los demonios vagando por las ciudades, la civilización al borde del colapso, la gente temiendo por sus vidas y por sus almas ¿Sabes cuantos millones de personas han muerto o desaparecido durante este tiempo? Aquella, por supuesto, era una pregunta retórica, y el presidente continuó hablando sin darle tiempo a responderla. - Pero Aidan... las crisis crean oportunidades. Esta es la oportunidad para corregir el curso del mundo, para crear un nuevo orden. Ha sido la mayor crisis de la historia y nos da, por tanto, la mayor de las oportunidades.

Luthor hizo una pausa, dejando que el eco de sus palabras se asentara en la mente del cantante, del hombre que todo el mundo odiaba, del causante de todas aquellas muertes y de cosas aún peores. Luego, se recostó en su asiento y entrelazó los dedos, formando una especie de pirámide con sus manos frente a él. Un muro protector que, si Aidan quería, podría protegerlo a él también. Su lenguaje corporal estaba tan medido como sus palabras, Lex no dejaba nunca nada al azar si podía evitarlo.

- Soy el presidente de los Estados Unidos de América, el líder legítimo de esta gran nación, pero, si quiero proteger al mundo de las amenazas que podrían destruirlo por compelto... como tú casi consigues, necesito algo más. Necesito una estructura que me permita controlar a aquellos que poseen habilidades especiales. Un Acta de Registro de Personas con Poderes. Sin ella, estamos ciegos. No podemos predecir lo que harán, quién será la próxima amenaza, quién destruirá el mundo.

Luthor inclinó la cabeza ligeramente, como un maestro hablando a un estudiante que necesita aprender una lección fundamental.

- Y es ahí donde entras tú. El mundo te ve como el villano de esta historia, pero juntos, Aidan, podrías redimirte. Podrías ser la clave que nos lleve a un futuro más seguro. Podrías ayudarme a registrar y controlar a esos seres poderosos, a detener futuros desastres. No tendrás que cargar con esta culpa eternamente. Si decides caminar conmigo en lugar de luchar contra mí puedo concederte no solo el indulto por tu crimen, sino que puedo ayudarte a limpiar tu imagen. Puedes volver a ser un hombre grande Aidan, no tener que volver a ocultarte.

El silencio en la habitación era absoluto. El bolígrafo dejó de girar, y Lex lo colocó cuidadosamente sobre la tableta digital. Se levantó de su asiento con elegancia, rodeando el escritorio con las manos en los bolsillos. Caminó con calma hacia el espejo que ocupaba toda la pared detrás de él. Al acercarse aquel espejo cambió, ya no reflejaba el interior de la habitación, sino que mostraba el exterior. Afuera, la ciudad parecía pequeña y lejana desde aquella altura, pero las llamas y el caos que ardían en algunos rincones del horizonte revelaban lo frágil que era la paz en esos días.

- Un nuevo orden, Aidan. La historia lo necesita. El mundo lo necesita. Y tú... tú podrías ayudarme a liderar ese cambio. A lograr un mundo en el que no hubiera que temer una invasión de demonios o de aliens. No habría que temer a seres superpoderosos que amenazaran a toda una ciudad, pues tenderíamos los medios para detenerlos.

Se giró lentamente, fijando su mirada penetrante sobre el cantante. Le estaba ofreciendo una gran oportunidad, limpiar su nombre y sus antecedentes, ser un pilar para el nuevo mundo que se avecinaba. La única posible duda era ¿Cuál sería el precio? Estaba claro que no sería pequeño, un hombre como Luthor no regalaba nada, eso seguro.

- Dime Aidan ¿Vas a quedarte en el pasado, siendo un error a corregir? ¿O vas a ser parte del futuro, siendo el hombre que salvó al mundo de las cenizas que él mismo desató?

Luthor asintió lentamente, como un depredador que escucha el último jadeo de su presa antes de inclinarse para sellar su destino. Había algo en la respuesta de Aidan que le provocó una chispa de satisfacción en su interior; una muestra de voluntad que, bien canalizada, sería el arma más eficaz para su nuevo orden. La vulnerabilidad de ese hombre, roto y atormentado por sus propios errores, era el terreno fértil donde el presidente pensaba sembrar la semilla de su influencia. Lentamente, Luthor ladeó la cabeza, observando cada pequeño gesto, cada línea de tensión en el rostro de Aidan. La devoción a un propósito tan absoluto era un diamante en bruto en manos de alguien como él.

El presidente se tomó unos segundos antes de hablar, dejando que el peso de aquel silencio colmara la atmósfera. Era un juego de paciencia, un acto casi artístico. Sabía que los silencios también podían hablar, podían intimidar, podían someter. Y cuando por fin habló, su voz fue casi un susurro calculado, teñido de una calidez que, en el caso de cualquier otra persona, habría sido compasiva; de él, sin embargo, sólo emanaba control. Un control del que sería imposible de escapar, pues nadie escapa de una cárcel que es incapaz de ver.

- Aidan… empezó Luthor usando un tono pausado que transmitía una mezcla de comprensión y dominio. - Esa furia, esa pasión por la redención… Es exactamente lo que el mundo necesita de ti. No dejes que nadie, ni siquiera tú mismo, empañe ese deseo de cambiar. Tú y yo… podemos construir algo que trascienda nuestras diferencias, algo que convierta esa furia tuya en algo mucho más grande, algo útil a la humanidad.

El presidente se enderezó, regresando lentamente al escritorio, pero sin llegar sentarse a sentarse en él. Sus manos se apoyaron sobre la superficie de cristal, de él emanaba una seguridad tan sólida como un monolito. Observaba a Aidan como quien examina un objeto precioso al que debe cuidar con sumo detalle, sin dejar que ninguna de sus debilidades aflorara de nuevo, como una grieta en la superficie. Sabía que había tocado una fibra sensible, que Aidan había sido atraído como una polilla a su luz, y eso le proporcionaba una posición privilegiada. Una posición que ahora saboreaba con meticulosa satisfacción.

- Claro, un concierto benéfico… Eso, precisamente, es lo que necesita la gente ahora. Necesitan algo que los guíe en la oscuridad ¿Y quién mejor que tú podría darles esa luz? Su sonrisa apareció, lenta, casi paternal. - Pero no podemos hacerlo de cualquier manera. La gente necesita creer en ti de nuevo antes de eso, necesitan ver que tu propósito es genuino, que te has convertido en alguien distinto, alguien que ellos puedan seguir.

Su mirada se volvió hacia el horizonte que ardía más allá del espejo, como si las llamas en el caos de la ciudad fueran simplemente las primeras señales de su nueva era, de su propósito supremo. Sus palabras tenían el peso de un designio ineludible, de una visión inevitable. Luthor no era un hombre que se permitiera tropiezos, y menos cuando el futuro de su dominio estaba en juego. Cada movimiento suyo en la sala blanca y brillante era el de un arquitecto que veía las piezas encajando a la perfección en el plano de su mente. Aidan no era simplemente un aliado; era un instrumento, un recurso invaluable que debía manejarse con cuidado, que debía forjarse a su imagen, bajo sus propias reglas. Meditó unos instantes sobre aquella idea, trazando nuevos planes que le permitieran darle al cantante lo que quería mientras él obtenía lo que necesitaba de él.

- Lo primero, señor Doyle, es reconstruir lo que ha quedado en ruinas. Metrópolis es solo el principio, pero el principio es importante. Lo es todo. Hizo una pausa, dejando que el peso de sus palabras calara hasta el fondo. Luego, su tono se volvió más grave, pero sin perder su cadencia suave y controlada. - La gente necesita ver que hay esperanza. Y tú serás quien se las dé, por desgracia no podrás se exactamente tú, o más bien, ellos no podrán reconocerte... por el momento.

Una chispa de expectación cruzó sus ojos, y su expresión se tornó aún más astuta. Luthor sabía que debía sembrar el control de una manera imperceptible, una red de hilos invisibles que, si Aidan lograba percibir en algún momento, fuera demasiado tarde para resistirse. Este era el primer paso, y lo llevaría adelante con la precisión quirúrgica de un estratega sin escrúpulos. Pero al contrario de lo que habían hecho los demonios, él lo haría de forma que Aidan quisiera cumplir sus órdenes. Luthor dejó caer el peso de su mirada sobre Aidan con una intensidad casi hipnótica, como si pudiera leer la urgencia que palpitaba en los ojos del cantante. El potencial de Aidan estaba tan cerca de encenderse que casi podía sentirlo, y sabía que, con el toque correcto, podría canalizarlo en algo mucho más grande. Algo glorioso.

- Escucha bien, Aidan, murmuró Luthor, en un tono de voz calculado que crecía, lentamente, como el eco de una verdad ineludible. - La gente aún no está lista para aplaudir en un concierto, pero sí para escuchar, sí para ver que sus líderes están al frente de esta lucha, que no están solos. Y ahí es donde entras tú.

Un brillo astuto se reflejó en sus ojos mientras continuaba, sus palabras seguían tejiendo una red de posibilidades tan ambiciosas que cualquiera, especialmente alguien como Aidan, no podría ignorar. Cada frase estaba diseñada con la precisión de una trampa que envolvía, que atraía y sujetaba al cantante de manera invisible. Había estudiado en profundidad los análisis psicológicos de Doyle y al parecer su estrategia estaba dando un resultado perfecto.

- Dentro de poco, visitaré las obras de reconstrucción de Metrópolis. Necesitan verme, necesitan saber que estoy comprometido a devolverles la esperanza que este desastre les arrebató. Y tú, Aidan… tú podrías ser la voz que los inspire. Una voz que se alce por encima de las ruinas, que llene sus corazones con el valor para resistir y reconstruir, la voz de Luthor se llenó de una intensidad cargada de autoridad. - Te pido que cantes mientras yo hable, que uses ese don tuyo para algo más que el espectáculo. Que uses esa voz para infundir esperanza, para resucitar el coraje de un pueblo devastado.

Su tono se volvió más profundo, y las palabras resonaron con el peso de un juramento antiguo, como si el propio destino de Metrópolis, de los estados unidos y del mundo, dependiera de esa respuesta. Y en realidad era así, al menos en parte. Ese era el mayor peligro de la trampa que estaba tejiendo Luthor, en ningún momento le mentía al cantante, solo escogía que verdad revelarle.

- Piensa en ello, Aidan: tu voz escuchada no solo en la plaza de Metrópolis, sino en cada rincón de este país… en cada rincón del mundo. Imagina millones de almas quebradas, escuchando un mensaje de fuerza y unión. Tú y yo, juntos, podríamos darles una razón para seguir adelante. Una razón para unirse en la reconstrucción. Se que preferirías hacerlo de una manera más directa, pero eso tendrá que esperar hasta que hayamos limpiado tu nombre.

Luthor hizo una pausa, dejando que la idea calara en la mente de Aidan, y, tras ese breve silencio, su voz descendió a un susurro afilado como un cuchillo que el cantante hubiera tenido dificultad en escuchar en cualquier entorno que no fuera el del más absoluto silencio.

- No solo estoy ofreciéndote una oportunidad de redención, Aidan. Estoy ofreciéndote la posibilidad de transformar la historia misma. Estoy ofreciéndote la posibilidad de convertirte en el hombre que ayudó a levantar al mundo de sus cenizas. Todo lo que debes hacer… hizo una pausa, sonriendo con una serenidad glacial, es caminar a mi lado, y juntos, seremos el faro que guíe al mundo a un nuevo amanecer.

La sala volvió al silencio, y Luthor, satisfecho, aguardó la respuesta, sabiendo que había dejado al cantante en una encrucijada donde ya no existían caminos sencillos. En realidad, si había calculado bien, a Aidan no le quedaba ningún camino que no fuera seguir sus instrucciones.