La Caza del Octubre Rojo: Prólogo. "Veda Abierta" (Natasha Romanoff) [05-07-2019]

En algún lugar de África

Tambores…

Tambores dentro y fuera de mi cabeza. Escucho los cánticos como un murmullo lejano. Como el sonido de los pequeños batallones de insectos, ranas, y demás animalitos en la oscuridad de la noche. Los cánticos inician, los guerreros corean mi nombre.

Kravinoff.

Un nombre noble, el viejo recuerdo de un poderoso linaje. Un sinónimo de nobleza. De un padre digno. De una madre orgullosa.

Decían… decían que mi madre estaba loca…

Recibo el cuenco en mis callosas manos. Arde, pero apenas puedo notarlo. Inhalo los vapores con lentitud. Mis pulmones se llenan de fuego y sal. Arden, igual que el cuenco, pero no emito quejido alguno. Fruto de la costumbre y el adiestramiento. Pero el adiestramiento no es nada sin haber alcanzado antes la verdad. La única importante. La aceptación de la naturaleza propia. La comprensión de esa cadena infinita, invisible, que une a unos seres con otros. El respeto, entre depredador y presa. La necesidad pura. La belleza de la persecución. Un baile cósmico que se ha repetido durante miles de años y así seguirá haciéndolo durante otros tantos miles. Idéntico casi en su totalidad, pero con pequeñas variaciones que convierten cada danza en única. Y la muerte de uno se transforma casi al instante en vida para el otro. El corazón apenas se ha detenido, la sangre caliente aún recorre lentamente las venas de la presa. Los dientes se hincan. El sabor salado llega a la boca. Qué gran espectáculo. Qué estúpidos los que buscan la civilización en un refinamiento impostado y artificial. No hay mayor placer que la caza. Que tiene sus propios protocolos y rituales, pero no impuestos por una norma humana, sino por la natura misma. Eso, es nobleza.

Eso es honor.

Me acerco el brebaje a los labios. Lo apuro de una sola libación. Parte del mismo surca las comisuras de mis labios y cae con lentitud, discurriendo una tímida corriente por mi cuello y mi torso. El tiempo pasa. Poco a poco, me hago más consciente de todo a medida que la realidad se deforma. Me levanto, como un potrillo recién nacido, trastabillo, pero no caigo. El mago de la tribu me observa paciente, vigila mis pasos, me ayuda sin intervenir. Como una madre.

Decían… decían que mi madre estaba loca…

Los guerreros vuelven a corear mi nombre y, como si se tratase de un reclamo, corro. Corro desnudo entre la maleza. Las ramitas y demás irregularidades del terreno rozan mis tobillos y mis piernas, pero no lo noto. Sigo corriendo, como aquella vez, como el día en que los soldados entraron en casa. Desarrapados, sucios… se atrevieron a irrumpir con las botas llenas de barro, extendiendo su hedionda podredumbre, en la casa de los Kravinoff. El fusil al hombro, un arma cobarde. Gritando como bestias.

Entonces lo veo, en la llanura, justo antes de sortear el bosque. El león. Grande… orgulloso. Su melena da prueba de su nobleza. Sus músculos se marcan bajo el dorado pelaje. En él hay rastros de las batallas pasadas. Pequeñas marcas que cuentan la historia de todas las veces que defendió su derecho. Ya de otros leones, que buscaban suplantarlo, acabar con él, matar a las crías y sustituir la manada con su propia prole. O de las hienas carroñeras, envidiosas, deseosas de alimentarse con los frutos de su reino.

Los soldados apuntan. Mi padre, como el orgulloso león, los enfrenta. Lo llaman enemigo del pueblo. Cargan sus armas y mi padre grita. Me dice que corra. Y así lo hago. Corro, corro sin parar. Busco refugio en la casa, y escucho los pasos tras de mí.

Soy la presa.

Llego al cuarto de mi madre. Busco cobijo junto a ella. Me acerco a la falda del camisón. Me agacho, buscando seguridad en sus piernas. Las aprieto. Su dulce caricia me reconforta, pero los pasos siguen. Alzo el rostro lleno de lágrimas hacia el de ella. Sonríe… Pero su sonrisa, no es la de siempre. Es diferente… No sé describirlo. Su sonrisa… Su sonrisa está… rota…

- No pasa nada L'venok (pequeño león). No hay nada que temer. Pronto estaremos juntos.

Se acerca algo al rostro. Negro, alargado. La oscuridad hace difícil distinguirlo. Se lo introduce en la boca.

Decían… decían que mi madre estaba loca.

¡¡BANG!!

El disparo muta, hasta convertirse en un fiero rugido. Estoy frente al león. Llevo la lanza al hombro y un puñal atado al muslo. Pero no pienso utilizarlos. El león me observa, advierte la amenaza. Yo le miro también a los ojos. Lo estudio. Le muestro respeto. Se crea un vínculo entre nosotros. Algo hermoso.

Honor.

Forcejeo con la bestia. Su fuerza es formidable, pero la mía lo es aún más. Mis piernas palpitan. Un viejo reflejo, pese a los años de caza, que me impele a huir. Pero no lo hago. Nunca más la presa. Nunca. Consigo someter al orgulloso animal y, con mi bíceps bajo su mandíbula, susurro.

- Te respeto, rey. Has luchado bien. No hay deshonra en tu derrota. Descansa en paz.

¡Crack!

La bestia tiene en la muerte la misma dignidad que tuvo en vida. Yace tranquila en la estepa. Al fin, me permito extraer el cuchillo. Lo hinco con fuerza en su pecho, rasgo y busco. La sangre es cálida. Come pescado y nadarás bien. Come gacela y correrás rápido. Come corazón, y serás fuerte. El enorme órgano casi parece palpitar en mi mano ensangrentada. Lo miro, y otro sonido extraño me perturba. Me pongo en guardia, pero pronto identifico su origen. Como un tábano gigante desciende del aire. Un helicóptero. Al principio pienso que se trata de los guardabosques, que patrullan la zona en busca de furtivos. Pero no… En cuanto el vehículo desciende, acompañado de una decena de hombres, surge la bestia más peligrosa que, en ese momento, puebla la sabana.

Wilson Fisk. Kingpin.


Se acerca a mí, con su impoluto traje blanco y su bastón. Es de marfil. Uno que, seguro, ha comprado. No lo ha ganado con honor. Lo ha hecho a propósito, sin duda. Quiere provocarme. Demostrarme que incluso aquí, en mi hogar, está al mando.

- Cuanto tiempo, Sergei.

Lo observo. Miro a los hombres armados a su alrededor y sonrío. Luego dirijo la mirada de nuevo a su jefe. Es grande, lo reconozco. Pero han caído más grandes. Me doy la vuelta. Vuelvo a mi labor.

- No sé lo que te ha traído hasta aquí, Fisk, pero has hecho el viaje en vano. Da media vuelta. Ensucias esta tierra.

- ¿Estás seguro?- sonríe. Lo sé aún estando de espaldas. Su tono es venenoso.

- Dinero me sobra y de tu mundo nada quiero. Si me ofreces poder, te diré que ya lo tengo. Si me ofreces influencia, te diré que no la quiero. Te diría que lamento el hecho de que hayas tenido que venir hasta aquí en persona para irte con las manos vacías. Pero no tengo mentir por costumbre.

- Si he venido personalmente, Sergei, es por respeto. Hacia ti y hacia las habilidades que has demostrado hace unos instantes. Eso, al menos, me da derecho a ser oído ¿No crees? Escucha mi propuesta, antes de rechazarla.

Resoplo hastiado. Tiene razón. Con el corazón del león aún en la mano camino en dirección al cadáver. Me siento, completamente desnudo, junto al animal inerte. Acaricio su lomo con sumo cuidado y cariño para, después, clavar la mirada en Fisk.

- Habla. Aunque nada tienes que sea del interés de Sergei Kravinoff.

- ¿Ni siquiera un reto a la altura del mayor cazador del mundo?

Resoplo. Creo saber de qué habla. Siempre es él.

- Cazaré a la araña en mis propios términos y cuándo yo lo considere. No me extraña que te esté dando problemas, sin duda es un hombre mucho más valioso que tú. Por eso es una presa digna de Kraven… que se cobrará cuando le plazca.

- Vengo por una araña- extrae algo de su americana. Parece una fotografía. Me la extiende- Pero no la que tú esperas…

El maldito sabe lo que hace. Me ha intrigado. Alargo la mano y observo con cuidado. Una mujer pelirroja, atractiva. La conozco. La conozco demasiado bien… Ellos… ellos entraron en mi casa. Apuntaron a mi padre. Lo llamaron “enemigo del pueblo”. Ella trabajaba para ellos…

- Chernaya Vdova (Viuda Negra)

- En efecto…

- ¿Por qué la quieres?

- Mis motivos son míos, Sergei. Por el momento baste decir que se ha inmiscuido en asuntos que no debería. Mis asuntos.

- ¿La quieres muerta?

- Sí- habla sin rodeos. Eso, al menos, se lo puedo conceder.

- Tienes miles de hombres a tu servicio Fisk, algunos hasta competentes ¿Por qué me lo pides a mí?

- Porque no hay un mejor rastreador que tú, Sergei y porque tienes asuntos pendientes con sus antiguos “empleadores”. Es buena ocultándose, lo bastante como para conseguir eludirme pese a mis considerables recursos. Pero dicen que nadie es capaz de escapar de Kraven el Cazador ¿Son los rumores exagerados?

- Esta lanza ha atravesado un rinoceronte de lado a lado, Fisk. Vuelve a dudar de la habilidad de Kraven y comprobaremos si puede hacer lo mismo contigo.

La amenaza no surte efecto. En cambio sonríe. Sabe mi respuesta antes de que la exprese. Le estoy dando justo lo que quiere.

- ¿Entiendo que aceptas el reto?

Me levanto. En parte frustrado y en parte emocionado. Me quedo la foto y me giro.

- Te crees un hombre sabio, Fisk, pero no sabes nada de la caza o de lo necesario para atraer una presa como esta.

- ¿Y qué es lo necesario, Sergei?

- El cebo adecuado.




Mausoleo de Lenin. Plaza Roja de Moscú. 05 de julio de 2019

Una considerable hilera de curiosos se agolpaba a las puertas del austero edificio, imponente pero espartano, como era propio de la arquitectura soviética. Visitantes de todas las nacionalidades guardaban cola, llevados por la incomprensible morbosidad de presenciar el cuerpo incorrupto del antiguo líder revolucionario. En medio de la archiconocida plaza roja, la tumba era al tiempo muestra de vergüenza y orgullo para el pueblo ruso. En tiempos recientes se había tramitado una propuesta de ley para exhumar el cuerpo y darle un enterramiento común, como tiempo atrás se había hecho con el de Stalin. Pero, por el momento, el monumento se hallaba abierto al público y disponible para cualquiera que deseara visitarlo. Vladimir Volkov, pese a la coincidencia de nombre con el ex presidente, no tenía simpatías o antipatías que compartir respecto a la momia que guardaba. Se había convertido en guarda del mausoleo por una carambola de la vida y su trabajo, aunque rutinario, al menos le daba para vivir junto a su familia con cierta dignidad.

Con la misma mecánica monotonía de siempre, ordenaba a los turistas que dejasen sus bolsas en la cinta y pasaba el detector manual en caso de pitidos inesperados al cruzar el arco. Eso hacía cuando el hombre alto de espeso bigote se acercó a la puerta, una vez avanzó su lugar en la cola. El pitido del arco hizo suspirar a Vladimir, que se levantó con parsimonia de su silla.

- Deje aquí sus objetos metálicos, por favor.

El hombre del bigote espeso se limitó a sonreír y, antes de que Vladimir se diese cuenta, cayó noqueado al suelo con un puñetazo extraordinario. Al tiempo que los gritos se sucedían por la sala, el resto de guardias echó mano de sus armas. De nuevo, demasiado lentos. Los dos “hombres” que acompañaban al agresor saltaron sobre ellos, noqueándolos en el suelo también con inesperada violencia. Tras ello, ambos dejaron ver sus rostros, y los gritos no hicieron más que aumentar. Uno de ellos, el más bajo, exhibió un rostro peludo y monstruoso. Sus ojos rojos y redondos parecían asustados y, como respuesta a los gritos del público, mostró dos gigantescos dientes afilados al tiempo que emitía un quejido agudo y grimoso. El otro, emitió otro rugido sobrehumano, pero su faz se asemejaba más a la de un felino gigantesco.

- Estos caballeros no les harán ningún daño siempre y cuando se mantengan alejados y se coloquen sin hacer escándalo en las paredes.

En la sala de cámaras, dos de los guardias se apresuraron a llamar a la policía cuando el tercero de ellos, sin hacer el menor comentario, extrajo una pequeña semiautomática con silenciador para derramar sus sesos contra los paneles de control. Acto seguido, se reunió con Kravinoff en el vestíbulo. Echó las manos a su rostro y comenzó a arrancárselo, como una serpiente mudando de piel, hasta que emergió un rostro blanco, completamente carente de rasgos.

- ¿Tenemos potencia suficiente para una emisión internacional?

- De sobra. Y además colgaremos el vídeo en internet. Veo poco probable que ignore el mensaje.

- Bien- rió Kraven mientras se encendía un cigarrillo- Dimitri, en momentos como este casi me alegro de que mi padre tuviese a bien fecundar a aquella sucia criada a la que llamabas madre…

- Sergei…

- Prepara las cámaras. No hay tiempo que perder.

Kraven ignoró de nuevo al Camaleón, su medio-hermano bastardo, y se dirigió con parsimonia hasta el centro del mausoleo, donde yacía el cuerpo momificado de Lenin. Se detuvo un instante, saboreando el momento, observando los rasgos congelados del ex presidente, memorizando su piel cetrina. Al poco, con un poderoso codazo, hizo añicos el cristal protector y, con el cuidado de quien espolvorea azúcar sobre una tarta, extrajo una botella de su chaqueta, empapando completamente el cuerpo con el líquido.

- Eto bylo davno, tovarishch. Teperʹ gori, kak ya nadeyusʹ, ty v adu (Ha pasado mucho tiempo, camarada. Ahora arde, como espero que ya estés haciendo en el infierno)

Una vez que Kraven lanzó la colilla, el féretro se convirtió en una pira improvisada donde ardió sin descanso el hasta hace unos segundos cuerpo incorrupto del “padre de la patria”. Kraven dedicó una última mirada a su obra y, sin más dilación, viendo que el Camaleón ya había preparado las cámaras, se plantó frente a ellas.

- Mi nombre es Sergei Kravinoff. Algunos me conocerán más por el nombre de “Kraven el Cazador”. Quedan muy pocos ya que lo recuerden, puede que ninguno, de hecho. Pero antaño, la Madre Rusia era una tierra hermosa y fuerte. La cuna de hombres nobles y mujeres dignas, como mis padres…

Dijeron… dijeron que mi madre estaba loca…

… pero eso acabó. Con la tan cacareada revolución y el ascenso de todos esos bandidos desarrapados a los que alguna vez llamaron los “amigos del pueblo”. Con la premisa de liberaros lo único que hicieron fue cambiar vuestras cadenas blancas con otras de color rojo. Todo asomo de nobleza, de rectitud, de honor… cayó con la llegada del régimen y el alzamiento de todos aquellos que lo apoyaron. Entre ellos, esa a la que hoy tenéis la desvergüenza de llamar “heroína”… una “vengadora”. Natalia Romanova, la Viuda Negra…- Kraven escupió con desprecio al suelo-… que desvergüenza. Una asesina despiadada, un arma en manos de uno de los regímenes más monstruosos de la historia a la que ahora alabáis como a una especie de diosa sólo porque decidió cambiar de bando cuando vio que le convenía. Que luchó por vosotros, cobardes, las batallas que no tuvisteis agallas de librar. Me dais asco… América, Rusia… tanto la caída Rusia Roja como el nido de mafiosos, prostitutas y tramposos en que habéis convertido a la Madre Patria. Pero ya es tarde para cambiar eso y, sinceramente, no es que me importe. Con todo, como pago exijo que me entreguéis a Romanova, vuestra “Viuda Negra”. Vendrá sola, y se enfrentará a mí. Prometo mantener a mis lacayos al margen. Un combate justo entre la vieja y la “nueva” Rusia. Sola ¿Me habéis entendido? No quiero aquí ni a SHIELD, ni al Capitán pomposo ni a ninguno de sus amigos disfrazados, de mi mundo o del nuevo. Ni ejército, ni fuerzas especiales. Sólo ella y yo, en una lucha honorable. He tenido a bien darle la oportunidad que otros no tuvieron y… si no se cumplieran mis demandas…

Kraven hizo un gesto con la cabeza y uno de los guardias de seguridad entró en plano, arrodillado y sometido.

- ¿Cuál es tu nombre, guarda?

- Vladimir… Vladimir Volkov…

- ¿Tienes familia, Vladimir?

- Sí…- sollozó- Tengo mujer y dos niños…

- Has cumplido con tu obligación hasta el final, Vladimir. Tu familia estará orgullosa- Kraven hizo un nuevo gesto, y el hombre de ojos rojos, con cara deformada y dientes de rata, se acercó a él como un perrillo, lo haría a su amo. Kraven acarició su nuca con cuidado, agitando con cuidado su pelillo de roedor- Alimaña. La cena.

Todos los presentes, pequeños y mayores, no pudieron hacer más que cerrar los ojos. La criatura se lanzó contra Vladimir Volkov con una rapidez inesperada. Los gritos del guardia de seguridad retumbaron por toda la estancia, a medida que Alimaña clavaba sus dos agudos dientecillos en la carne y un charco de roja sangre se extendía por el mármol. Kraven tomó asiento frente a los restos del féretro y volvió a mirar a cámara.


- La Viuda Negra. Sola. No quiero tener que repetirlo.

La conexión se cerró, y un silencio sepulcral se hizo en el lugar, al tiempo que Alimaña roía lo que quedaba del desdichado Vladimir. Solo los sollozos de los rehenes se escuchaban en el lugar hasta que uno de ellos, tal vez de forma inconsciente, presa del pánico absoluto, murmuró.

- E… Está loco…

Kraven giró la cabeza lentamente, clavando su mirada torva en el rehén.

Decían… Decían que mi madre estaba loca…

- Alimaña…

... el postre.