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Los Universos de DC y Marvel se han unido en uno solo. ¿Qué ha sucedido? ¿Quién está detrás de todo? Y, lo que es más importante, ¿cómo reaccionarán héroes y villanos de los distintos mundos al encontrarse cara a cara...?
 
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 La ruta del inmortal. (Legba/Ahrión/Rebecca) (+18 SANGRE+GORE)

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AutorMensaje
Rebecca Logan
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Rebecca Logan


Bando : Villano

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Mensajes : 495
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Localización : ¡Yiha, vaquero, mi hogar esta allí donde tengo mi sombrero!
Empleo /Ocio : Criadora de Caballos
Humor : ¡Hay una serpiente en mi bota!

Ficha de Personaje
Alias: Cowgirl
Nombre real: Rebecca Logan
Universo: DC Universe

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MensajeTema: La ruta del inmortal. (Legba/Ahrión/Rebecca) (+18 SANGRE+GORE)   La ruta del inmortal. (Legba/Ahrión/Rebecca) (+18 SANGRE+GORE) Icon_minitime14th Mayo 2022, 02:35

(FDP: Post conjunto narrado entre los Usuarios de Papa Legba y Rebecca Logan)

[24 de Junio del 2019]

- Sigo enfadada porque me parece una deslealtad. No me gusta estar confiando en compañías que con apenas antelación me dicen que no van a ser capaces de proporcionarme el servicio. No es que vaya a costarme encontrar a alguien que se haga cargo del transporte de caballos, es sólo que pensé que ese aspecto ya estaba cubierto, y ahora descubro que no. - conversaba en voz alta. A veces le venía bien hacerlo para recordar que no era mas que un invitado en aquel cuerpo.

En el fondo de la cabeza de Rebecca, la risa metálica y grave del dios, a la que aún no estaba acostumbrada, resonaba con eco. - La ternura de lo mundano... - Suspiró - Si tantos problemas te da, deja de trabajar con ellos, ponles una reclamación, denuncia o esas cosas que hacéis los blancos cuando algo os sale mal. Pídele hablar con el encargado. - dijo entre una nueva carcajada sonora, haciendo burla de la figura de "Karen" estadounidense que se había formado en el mundo moderno.

La vaquera se sonrió ante el chiste del dios. Quizá porque en cierta manera lo que le hacía gracia también se la hacía a ella. O puede que por fin empezarán a encontrar puntos afines en el sentido del humor.

- Los blancos. Los blancos. Nunca había tenido un problema con los blancos hasta que decidiste alargar la visita. - llegó hasta el final de la verja y torció hacia los establos. - En la vida me había parado la policía tres veces la misma semana porque si.

- Bienvenida al infierno, whity.- Por un instante, el tono del dios cambió a una seriedad poco frecuente en él para desarrollar la advertencia que estaba a punto de aconsejarle - Recuerda que a partir de ahora no puedes hacer lo que hacías. Tienes la suerte de que la policía te ha increpado en sitios cómodos hasta ahora, pero no siempre será así. Si te gritan el alto, no corras, no cojas tu identificación, deja que la cojan ellos. Ten las manos siempre visibles. Y si colapsas, déjame tomar el mando del cuerpo. Lo he hecho millones de veces.- En cuanto terminó el aviso, la voz volvió a afinarse, como si el dios la pronunciase con una sonrisa amplia - ¿Así que a qué hora vas a llamar a atención al cliente y pedirles la hoja de reclamaciones? - Iba a soltar una carcajada, pero un ruido metálico hizo que girasen el cuello. Había algo vivo en el tejado. ¿Cigüeñas migratorias? ¿Algún nido nuevo?. Varios ruidos repetitivos, y el hecho de que no pretendía ser silencioso fue lo que le hizo pensar en un ave.

La alarma se sintió por duplicado en su cuerpo. Para el era casi una mera sorpresa. Para ella un objeto de tensión. Cualquier criatura incontrolada en el rancho podía generar más problemas de los que uno podía llegar a creer. Como un zorro en un gallinero, o un lobo entre ovejas.

- Que es eso. - se detuvo, atenta, en silencio. Hubo varios chasquidos, antes de un suave gorgoteo. No se parecía a ningún ave que hubiera oído. - ¿Donde está?

- No lo sé... ¿Qué aves gordas tenéis en este estado? ¿Los pollos del KFC? - El tono humorístico constante del dios resultaba irritante, pero antes de que la nueva carcajada hiciese resonancia en la nuca de la vaquera, un alarido hizo que la gracia se desvaneciese como con un chasquido. -NO ME JODAS, ¿¡AQUÍ!?, CORRE JODER, CORRE, MÉTETE EN EL BOSQUE - Cuando escucho al dios gritar en su cabeza no lo cuestionó. El impulso de correr se le hizo primigenio, y se dirigió a la linde del bosque. Un chillido resonó aún más alto.

- ¿PORQUE? ¿QUE COÑO ES ESO?! - Más le valía que no fuera una broma de las suyas. Si estaba pegando ese sprint para nada le haría tragar la comida más sosa que pudiera encontrar.

- PRIMERO CÚBRETE - En la nuca de la Vaquera varias ráfagas de viento acompañadas de un sonido de aleteo desnudo se abría paso.- ¡LLEGA AL BOSQUE! - el dios agudizaba la vista de la Vaquera buscando los mejores huecos, y hacia que sus piernas no se cansasen.- Cuando lleguemos al bosque se detendrá para buscarnos, y tendremos tiempo para las explicaciones.

No recordaba cuál había sido la última vez que había corrido así. Estaba demasiado pendiente de la amenaza como para percatarse de que sus piernas parecían corresponder el impulso nervioso perfecto, y que en ningún momento emitían queja alguna. Sus músculos helados comenzaron a bombear, y su pecho continuaba subiendo y bajando a un ritmo constante, aunque mas frenético. Pero nada de eso se traducía en tirones, jadeos, esfuerzo o pinchazos como era habitual que pasara. Llegó hasta la linde del bosque saltando la valla de madera simbólica que separaba sus terrenos de los de su mejor amiga, y luego, encontró uno de esos árboles de raíces enredadas, de los que se sirvió para cubrirse mientras la calavera blanca de rostro moreno apuntaba al cielo.

-Me cago en la puta... - fue lo primero que fue capaz de decir el dios, formalizado con palabras. - ¿Qué cojones pincha así? - dijo forzando al cuerpo a mirarse las costillas. Para Rebecca, una respiración acelerada era lo normal. Él, sin costumbre de respirar, notaba los jadeos como cientos de agujas en sus pulmones. Para ella, una cosa en la que ni siquiera había que pensar.

- La carne. Igual se te ha olvidado como es, pero era así. - jadeó la vaquera. Lo que ella notaba mas tenue, el Dios lo sufría con la intensidad que da volver a percibir cosas empolvadas en una memoria cada día mas gris. Las pinceladas que los límites físicos imponían a la carne le eran tan ajenas como sus placeres. Al Dios le sería difícil olvidar el sabor del primer Gumbo que había preparado. Y todos los que vendrían después.

- Eso, era un Kongamato. Una criatura del noroeste de Zambia. Es, para que me entiendas... un pterodáptilo en la tierra. Pero, los mitos sasabonsam dicen que... bebe sangre humana... -chasqueó la lengua, frustrando a las dos almas - Imagina que un pterodáptilo folla con un vampiro... pues eso es el Kongamato... Con un poco de suerte se distraerá, raptará un par de bebés y se irá... - Otro gruñido acarició la nuca morena - O no. ¿Tú eras buena disparando, verdad?

- Soy más que buena disparando. ¿Pero esa cosa se morirá de un disparo o será perder plomo para nada? - preguntó mientras se asomaban. La criatura sobrevolaba la zona del rancho. Hacía extraños picados de unos pocos metros, y volvía a elevarse. Después de apenas un par de minutos observando la vaquera sintió algo removerse en sus entrañas. -  No esta bien. - murmuró, no tanto para el Dios como para ella misma. - No está volando. No está cazando. Su vuelo es errático. - Contempló como perdió su silueta tras el piso de arriba del rancho. Escuchó un graznido y un tremendo golpe. - ¿Suelen hacer esas cosas?

Legba observaba con atención y en la distancia - Tenemos mucha suerte... ya nos habría cogido. Son cómodos, acostumbran a coger bebés o niños, pero este está perdido... Para empezar que cojones hace en Estados Unidos, en Gotham en concreto... - El dios repasaba mentalmente toda la información que conocía - No... no creo que muera de un disparo, ni de dos, ni tres... El cráneo es su punto débil y este cabrón tiene exoesqueleto... ¿Tal vez esté herido o hambriento?Tampoco es muy normal encontrarle en un tejado a altura humana, esos bichos necesitan bastante altura para poder hacer vuelos largos.

- Ya. Ojalá hubiese algo que un Dios africano pudiese hacer, mas allá de hacer de voz de documental. - en ese momento la vaquera cayó en algo. - Los chicos. Tenemos que hablar con los chicos. Donde esta el Walkie. - consiguió ponerse en contacto con ellos, que le remitieron respuestas tranquilizadoras o gruñidos somnolientos. - No podemos dejar que salgan hasta que esa cosa no se haya ido. - Miro al cielo. No se veía absolutamente nada. El aire empezaba a estar cargado de una extraña frialdad. O puede que fuera el sepulcral silencio. Se sostuvo durante casi cinco minutos.- No se le oye.

-Uh, Dios africano... Gracias por conocer mi continente - El guardián dejó la gestión a la vaquera. El podía hacer algo... Pero no allí. No era un luchador de campo.- Rebecca... - La voz del dios recobró la seriedad- Carne. Es lo que quiere. Carne humana. Tal vez podamos distraerle con un cebo. Si están muy hambrientos no les importa ser carroñeros... Pero hay que ir con mucho cuidado - El dios había visto lo suficiente para saber que estaba en el sitio correcto con la petición adecuada.

- Vamos a por él. - dijo la vaquera recargada por una peligrosa curiosidad que casi lindaba el morbo. El hecho de que el Dios velara por ella en cierto modo sólo había hecho acrecentar su temeridad. Comenzó a salir del bosque despacio, en silencio, tras haber retirado las espuelas de sus botas. - Si tuviera aquí la ingenua explosiva - dejo la frase en el aire. Aquel arma que le habían dado en el bprd le habría venido que ni pintada, pero estaba en el interior de la casa. Un graznido quejumbroso se elevó en la noche mientras se acercaban poco a poco hacia la trasera de la casa. A medida que recortaban distancias, el Dios comenzó a sentirse inquieto, y no por su presencia, si no por una sensación terrible tras la nuca. Algo...

De mal agüero

-¿Esa es la que te dio el rojo? Parecía útil... - Legba la acompañaba en todo su proceso, permitiendo que Rebecca tomase control absoluto en la toma de decisiones físicas, hasta que escuchó de nuevo ese graznido, más leve, más entrecortado. Sin darse cuenta, detuvo los pies de la vaquera. - Espera... - Las botas giraron sobre sí mismas, haciendo a la rubia partícipe de la visión. La criatura yacía en el suelo, luchando por un aleteo que no llegaba a alzar el vuelo, poco a poco desvaneciéndose. - Qué coño.... Acércate. Desde atrás, rodéale, buscamos su nuca.

La vaquera comenzó a aproximarse con cuidado. Merodeó desde atrás ubicando el peligroso rostro que estaba tendido hacia un lado. La criatura temblaba. Se podía adivinar la musculatura bajo la translúcida piel membranosa que en otro momento habría tenido colores vivos, pero que ahora se veía desvaída bajo un tono cerúleo. Su cuerpo parecía colapsar en estertores, incapaz ya de cargar con su propio peso. Sus alas estaban extendidas y dobladas en una posición extraña, hechas un guiñapo.

-  ¿Veneno? – murmuró para sí, mas que para el dios. Era algo que parecía similar a cuando un animal sufría envenenamientos. Lo había presenciado, y no siempre era una muerte lenta y piadosa. A veces sufrían de formas horribles hasta que hacían efecto. A pesar de que Legba la mantenía alerta, notó como el espíritu de la vaquera se dulcificaba. Se percató de que incluso esa criatura que muchos considerarían monstruosa en sus últimos momentos removía algún tipo de empatía o ternura en ella.

Y entonces localizaron aquella extraña marca en la parte de atrás de su cráneo, a la altura de su nuca. La herida negruzca parecía necrosada, pero el tejido a su alrededor mostraba un intenso escarlata vívido, como si se tratara de piel sana luchando contra la infección. Si lo mirabas fijamente, casi parecía que los colores palpitaran uno contra otro. Dos titanes peleando sobre el cuello de la antes temida y ahora frágil criatura. Aquello los detuvo en seco a ambos y de algún modo, supieron de manera instantánea que estaban presenciando una aberración que no podían llegar a entender del todo. No era sólo la muerte del animal. Era algo más turbio.

- ¿Alguna vez habías visto algo así?

Mientras la criatura se debatía entre la vida y la muerte por su pico desgastado se intuían quejidos y gemidos vibrantes que cualquier ser vivo entendería como un agotamiento enfermo. - No... esto es peor... acércate más- se movió hacia el monstruo respetando los límites del cuerpo que compartían. No fue hasta entonces cuando el Dios comprendió qué movía el corazón de Rebecca. Cualquier otro mortal, más aún uno tan joven hubiese echado a correr. Sin embargo el atisbo mínimo de poder ayudar a ese ser, esa ridícula esperanza, hizo que el miedo fuese transparente a ojos del Sheriff.

-Qué hijo de puta... - Susurró el dios antes de chasquear los dientes - Esto es difícil. Muy difícil. Tiene un depredador mágico.- Legba se acercó hasta extinguir toda duda - ¿Tienes gallinas, verdad? Necesito una. Blanca. La más blanca que tengas en el corral. Arena pisada por un caballo y una cuerda... Que lo traigan los chicos y luego nos dejen a solas. Si le pudiese dar la luz de la luna, mejor. - Rebecca podía ver el ritual en su mente mientras el dios narraba los elementos necesarios para llevarlo a cabo. Por algún motivo, parecía lógico.

El instinto era algo que la vaquera valoraba mucho. Si bien no sentía miedo y carecía de la perspectiva de la muerte a causa de la enfermedad mental que le moldeaba la psique, también se acompañaba de una temeridad salvaje que la ponía en constante riesgo. Es posible que Legba acabara por replantearse que el cuerpo de la Sheriff habría sido de todo menos una elección segura donde enraizarse para estar a salvo. Claro que el Dios aún tendría que descubrirlo en sus propias carnes compatidas.

-Hecho. – la vaquera accionó el walkie llamando al mozo que había en las cuadras. Era uno de sus hombres de confianza, de los que más tiempo llevaba con ella. De hecho fue el primero que supo las nuevas circunstancias y para sorpresa del Dios, su única opinión al respecto es que su nuevo aspecto le favorecía.

El hombre se reunió con ellos en la parte trasera. Llevaba la cuerda en un rollo colgando del cuello, mientras en la diestra cargaba un cubo metálico lleno de tierra y la gallina que había cogido del gallinero. No es que fuera experta en gallinas. Nunca le había importado el color. No hasta que el Dios lo mentó y fue enseñando en su mente los requisitos del ritual.

-Por todos los diablos. ¿Qué es eso? – gruñó el hombre mirando a la Sheriff y después a la criatura moribunda.

- Un Kongamato. Ha caído en la propiedad.

El hombre enjugó la frente, dejó las cosas a sus pies, sin dejar de echar ojo al animal que continuaba lanzando gemidos agónicos.

- ¿Necesitáis ayuda? – preguntó, aunque su cara no daba lugar a que aquella cosa le estaba poniendo de lo más nervioso.

“No merece la pena, mírale. Está deseando irse... Su energía para el ritual no hará más que contaminarlo" Dijo el dios hacia el interior de su cabeza, evitando así que el ayudante lo escuchase y permitiendo a Rebecca poner una excusa más...amable.

Una vez el joven se marchó Legba retiró los habituales guantes de sus ahora diminutas manos, tomó la cuerda entre sus ajadas palmas y se acercó a la criatura sin dudar. Con un movimiento rápido le sostuvo el pico terminando así con gran parte de sus quejidos. El animal forcejeó pero fue en vano, estaba al borde de la muerte y ambos lo sabían. En cualquier otra circunstancia la vaquera ya estaría desangrada sobre el suelo. - Dime, ¿sabes desplumar gallinas?

Cuando el Dios le preguntó sobre si sabía que hacer con la gallina, su rostro moreno dibujó una media sonrisa.

- Tanto como tu sabes fumar. - Sabía que ese mal vicio del dios había sido un tema controversial entre ambos, pero poco a poco se habían hecho el uno a la otra hasta conseguir crear un balanceado equilibrio, que aunque precario, había empezado a funcionar.

Tras inmovilizar a la criatura, asegurando que sus fauces no supondrían un problema, continuaron con la siguiente parte del Ritual con que el Dios ilustraba poco a poco sus pensamientos en esa especie de maraña compartida que ahora era su mente compartida.

Entre el dios y la vaquera había surgido una simbiosis que ni siquiera el arcano podía haber predicho. Encajaron como los pluviales y los cocodrilos. Parecían destinados a matarse el uno al otro y sin embargo su conjunción sólo les hacía más dichosos. Despellejaron rápido al ave juntando todas las plumas en el mejor estado posible. - Ahora las dejamos juntas, en el centro - dijo mientras dibujaba un símbolo con los dedos en la mezcla de arena y barro del suelo- Y tenemos que dibujar este símbolo con su sangre. El animal debe comer su carne, con que un trozo atraviese su garganta bastará.

La vaquera siguió las instrucciones del Dios sin problemas. Era mucho más fácil cuando él tenía la posibilidad de participar en la ejecución de su plan. Aún había momentos en los que ella ejercía resistencia, pero eran apenas situacionales. Momentáneos. No como al principio, en los que había recurrentes intentos de intromisión en la intimidad del Dios, o llamadas constantes al vacío, como él las había llamado.

- ¿Crees que intentará comérsela si simplemente se la damos? – la criatura ni siquiera trataba de aletear ya. La vaquera negó con la cabeza. Con la navaja que llevaba en las botas cortó un tozo de la carne, y se aproximó a la criatura. Se sentó a horcajadas sobre su cuello y con esfuerzo, levantó el enorme cráneo un poco hacia arriba. Los ojos del Kongamato mostraban una especie de neblina blanca, como una catarata. Aflojó con cuidado la cuerda permitiéndole abrir espacio suficiente para introducir el trozo de carne. El movimiento debía ser rápido. El trozo cayó entre las mortales fauces de aquella cosa y ella volvió a apretar el nudo de la cuerda. El animal aleteó de nuevo, y trató de menear la cabeza lo que pudo, pero estaba lo bastante débil e inmovilizado para manejarlo. El Dios sabía que aquello eran las últimas fuerzas que le quedaran, porque en su estado natural, los Kongamatos tenían una fuerza formidable. La vaquera estimuló el cuello del animal, acariciándolo con delicadeza hacia abajo, forzando así el impulso de tragar.

Ya estaba el ritual preparado, sólo quedaba la parte más peligrosa. A Legba le sorprendió de nuevo el arrojo de aquella chica. No le temía a absolutamente nada, siendo mortal...

Se dejó llevar mientras cumplía sus peticiones, incluso cuando se posicionó sobre la criatura deslizando la carne en el interior de la garganta del Kongamato. Consiguió forzar que la criatura tragase a pesar de ser algo nuevo para ella. Legba no pudo evitar sentir la dopamina de un trabajo físico bien hecho. El animal poco a poco se relajó, quejándose cuando se separaron de él, pero parecía que tenía más luz.

- Ahora... me temo que debemos esperar - Las plumas del bol habían desaparecido y poco a poco la criatura dejó de rezumar ese aroma tan intenso y penetrante que se hacía inolvidable.

Rebecca se retiró para poder dejar espacio a la criatura, siguiendo las instrucciones del Dios, y también esa especie de apuntes físicos que solía darle a modo de sugerencias. El ser pareció retorcerse un momento, antes de relajar todos sus músculos cayendo en un leve estado de relajación que parecía imposible hasta hace unos momentos. No lo sintió como que estuviese muriendo, si no como si alguien hubiese conseguido atenuar el fuerte dolor que estaba padeciendo.

- ¿Qué estamos esperando? – preguntó casi para su propio cuello entre dientes, como si aquellas palabras pudieran llegar a perturbar el orden en que debía sucederse el ritual.

La respuesta se demoró un par de minutos, en los que Rebecca comenzó a dudar de si aquello de verdad iba a ser de utilidad. Los mortales siempre eran así cuando se trataba de lo que se escapaba a su entendimiento. Ansiosos, incrédulos y con esa necesidad constante de inmediatez. La criatura entonces alzó la cabeza con dificultad, y graznó desde su garganta de un modo aterrador. Sus ojos negruzcos se abrieron, cubiertos por una película acuosa, y comenzaron a volverse blanquecinos, hasta que opacaron por completo su visión. Su piel se aclaró más y más, convirtiéndose en una materia traslúcida tan clara que por debajo se podían adivinar sus venas y musculatura. Sus gorjeos roncos dejaron paso a una exhalación tan prolongada que era imposible que fuese del aire escapándose de su cuerpo. Presenciaron aquel suceso, paralizados, una por no saber lo que significaba… y el otro por saberlo. La piel comenzó a ennegrecerse desde la zona de la extraña lesión, se extendió a través del cuerpo de la criatura, y su piel se cuarteó como un cuero viejo que alguien deja bajo la intemperie de un sol abrasador, arena y sal. La vida se le escapó con rapidez, pero su cadáver aún continuó cambiando tiempo después de morir. Continuaba consumiéndose, deshaciéndose como la arcilla cuarteada. Cuando todo acabó, ni siquiera quedaba cadáver. Se convirtió en un polvo tan fino que desapareció, sin dejar otro rastro que la cuerda, y para su sorpresa, el rastro de la gallina que le habían forzado a tragar.

- Esto no es bueno. - Sintió que los dos se combinaban para decir eso. Una sensación de angustia le recorrió el cuerpo, sabiendo que había perdido sin remedio a una bella criatura que había sufrido mucho, y sin embargo, también tuvo la certeza de que para cuando llegó hasta ellos, ya estaba muerta. Lo que fuera que le hubiera hecho esa herida, había tenido un efecto en él que sólo había prolongado algo que esa especie de mordisco selló en el momento exacto en que taladró su piel. Aquello era peligroso.

Muy peligroso.

- Sea lo que sea lo que le hizo eso, hay que ir a por él. - dijo la vaquera, antes de acercarse y recoger los restos que quedaban de manera ordenada. Sintió la necesidad de hacerle una especie de pequeño altar, algo que le resultó curioso, puesto que no se consideraba una persona espiritual en absoluto. Puede que el impulso se debiera a las influencias o cultura del Dios que ahora convivía en su interior. Cuando terminaron, volvieron al interior de la casa.

Tras una larga conversación meditativa, y no sin cierta reticencia por parte de la Deidad africana, la mujer tomó la determinación de buscar a alguien que pudiera serle de ayuda. Contactar con los miembros del B.P.R.D era imposible, ya que la institución ni existía, después de los acontecimientos con los jinetes del apocalipsis. Su segunda mejor opción era Sloan, pero no consiguió localizarle. Otro que se había desvanecido de la faz de la tierra como si no existiera. Se sentó en el sofá, con Jodie sobre las rodillas, acariciando de manera distraída las cuerdas, dejando escapar unos tonos ligeramente erráticos, concentrada en aquellos movimientos. Dejó resbalar el culo sobre la tela, repantigada mientras dejaba que sus ojos rojizos se perdieran contra el techo. Su mente se perdió, y en ella, brilló la breve estela calenturienta de un recuerdo.

Lo tengo. - susurró, mientras la calavera blanca sobre su rostro dibujaba una sonrisa decidida. - Tu puedes ayudarme a encontrar a un tipo, ¿verdad? Se llama Ahrión. Es mago. Seguro que puede ayudarnos.

Un bufido gutural de desagrado salió de la boca del guardián, ahora también de la humana. En la cabeza de Rebecca  sin proyectar voz, pudo escuchar - Los atlantes son soberbios,  arrogantes... ¿no hay otra elección? - luego cayó en la cuenta y frunció el ceño- ¿De qué coño conoces a Arion?

-Lo conocí en una subasta. Conseguí un par de cosas bien conservadas para mi colección de armas y un buen polvo. - la vaquera sonrió con satisfacción -No me pareció arrogante, aunque es difícil que un hombre lo intente cuando estás a horcajadas sobre él. La mayoría tienen suficiente con no echarse a temblar. - respondió divertida la vaquera en voz alta mientras reconsideraban su siguiente movimiento. No creía que fuese a conseguir nada en plena noche cerrada. - Deberíamos dormir. Tratar de descansar, e ir mañana a primera hora, en cuanto salga el sol. ¿Es tiempo suficiente para ti?

Una risa con eco, grave y poderosa se expandió por el cráneo de la mujer.- Mira al hechicero asaltacunas... quien le ha visto y quien le ve. -sonrió con una sorna que sólo Rebecca pudo notar- Si tenéis buena relación  servirá... puedo llevarte pero seguramente te marees. Descansa cuanto quieras, estaremos en Atlantis en Media hora desde que nos despertemos.

-¿Asaltacunas? - preguntó la vaquera, con genuina sorpresa. - ¡Por la sonrisa de Cat Ballou, qué valor! - se rió en alto con toda franqueza. - Cuántos años tienes? ¿Y no has entrado en mi cuerpo como te ha dado la gana? - le recriminó, aunque ya no quedaba nada de ese rencor de los primeros días. Se habían habituado al otro mucho mejor de lo que el Dios habría esperado, también para sorpresa de la vaquera. - Hasta me has hecho fumar. Tu eres el único que está malogrando aquí a la juventud. - se carcajeó, mientras entraba en el interior del rancho, dispuesta a caer rendida, no sin antes hacer los últimos preparativos para la ardua tarea que se avecinaba en cuanto despuntara el sol.

[----]


Legba había procurado ser cuidadoso a la hora de llevar a cabo determinadas cosas dentro del cuerpo mortal. Su intención era pasar desapercibido todo el tiempo que pudiera, pero aunque la adaptación había salido mucho mejor de lo que los dos pensaban, la terca obcecación de la vaquera y su ausencia de miedo le estaban dificultando ciertas cosas. Estaba dispuesto a dejarla usar el Smoke para ir a buscar a Ahrión, pero no quería que la joven se acostumbrara. La experiencia para él también era distinta. Mucho más vertiginosa.

Por la mañana, tras un desayuno frugal, se prepararon para el viaje. El dios necesitaba, lo primero, ser capaz de percibir los rastros mágicos de Ahrión, para poder localizarlo. Luego, bastaba con contactar con su intermediario, informarle de dónde quería ir, y que fuesen transportados gracias al humo.

Ambos notaron el hormigueo a través del cuerpo de la vaquera, antes de percibir esa sensación de liviandad. Como el instante antes de sucumbir a un desmayo. El humo se adueñó de su cuerpo físico compartido, incluso a pesar de que hubiera una leve resistencia por parte de la vaquera. Quedó convertida en una suave estela que se desvaneció en el aire, mientras recorrían la distancia que los separaba de la atlántida.

Su cuerpo se reformó bajo el mar…

Y los dos se percataron del tremendo error que habían cometido, cuando las aguas heladas les mordieron la carne, y el aire se les escapó de los pulmones por la presión, haciéndoles tragar una bocanada de agua salada. Trataron de contener en su cuerpo el poco oxígeno que les quedaba, mientras ambos quedaban en shock durante un instante.

Un pequeño tropiezo por parte de Legba, no considerar que aquel cuerpo humano necesitaba respirar. Abrieron los ojos bajo el agua, tratando de enfocar algo. Imposible. Sólo ganaron un escozor insoportable. Comenzaron a manotear, hacia ninguna parte. Algo les embistió con fuerza. Los arrastró, de una manera violenta y rápida sin que pudieran hacer más que agarrarse.

Cuando quisieron darse cuenta, el aire les llenó los pulmones de nuevo de una manera deliciosamente dolorosa. Tosieron con fuerza, hasta que llegaron las arcadas, y vertieron el contenido de su estómago sobre el suelo. Sus pupilas rojas estaban envueltas en una ardiente irritación a causa de la sal, las lágrimas descendieron de sus ojos, pero pasaron desapercibidas gracias a que estaban totalmente empapados.

¡¿QUÉ COÑO HA PASADO?! - gritó la vaquera, en cuanto pudo recuperar el habla, para después jadear con extremo esfuerzo, tratando de recuperarse lo antes posible y ver si era capaz de entender qué había sucedido.

“Mal cálculo... mea culpa. Pero…¡Estamos vivos!”

Tenía suerte de que la vaquera tuviera que preocuparse por cosas como recobrar el aliento. Sólo eso impedía el rapapolvo que estaba seguro que habría sobrevenido después.

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MensajeTema: Re: La ruta del inmortal. (Legba/Ahrión/Rebecca) (+18 SANGRE+GORE)   La ruta del inmortal. (Legba/Ahrión/Rebecca) (+18 SANGRE+GORE) Icon_minitime17th Junio 2022, 01:03

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Sólo cuando sus pulmones se hubieron recuperado de la dolorosa experiencia, pudo la Sheriff recomponerse lo suficiente como para analizar su entorno, y lo que vio, la dejó sin habla; Se encontraba en una especie de templo milenario de alguna civilización largo tiempo extinguida, con techos tan altos como los de una catedral y las paredes de piedra repletas de grabados que parecían aztecas, o mayas. No sabía dónde estaba, pero aquella no parecía una edificación que uno asociaría inmediatamente a la ciudad sumergida de Atlantis, sino más bien a un vestigio perdido que podría encontrarse en alguna región ignota de México, semienterrada por la vegetación. De hecho, el único recordatorio de dónde se encontraba en realidad, además de la intensa quemazón en sus pulmones, era el agua que se filtraba de manera continuada desde el techo, resonando entre las amplias paredes de un modo imposible de ignorar.

Como imposibles de ignorar eran los dos hombres con aspecto de soldados que se encontraban junto a ella, apuntándola con largas armas afiladas que semejaban alabardas. Sus armaduras evocaban fuertemente elementos marinos, tales como las aletas de los peces en los cascos o el material de sus escudos, que parecían elaborados con conchas gigantes. Por lo demás, tenían una apariencia totalmente humanoide, y si tenían branquias, la vaquera no pudo distinguirlas.

- Apareció de repente, como de la nada, a las puertas de la ciudadela, alteza -dijo uno de ellos en un idioma totalmente incomprensible para Rebecca-. Parece una criatura de la superficie, pero no debería haber sido capaz de descender tan profundamente ni de aguantar las presiones.

- Os pedimos perdón por haberla traído a la ciudadela, pero era la única manera de evitar que pereciera, alteza.

Rebecca no podía entenderles, pero parecía evidente que estaban contrariados, como si la idea de tenerla allí no les complaciera en lo más mínimo, y así era, pues si se trataba de una amenaza, la habían traído directamente a presencia del rey.

- No os preocupéis. Es comprensible -Rebecca miró en la dirección de donde había surgido la voz, y pudo ver al hombre que se había presentado ante ella como Arión cuatro meses atrás al principio de las escaleras-. Habéis hecho lo correcto. Después de todo, éste es el único lugar donde se puede respirar oxígeno de todo Atlantis...

- ¿Qué hacemos con ella?

Rebecca seguía sin poder entender la conversación, pero intuía que, de las siguientes palabras que pronunciara el hechicero, iba a depender todo. Pese a todo, el castaño no se apresuró en responder, tomándose su tiempo para descender las escaleras y acercarse a la mujer.

Cuando estuvo más cerca, Rebecca pudo observarlo mejor; Estaba diferente a cuando ella le había conocido. Su mirada encerraba una mayor sabiduría, pero también parecía infinitamente más cansado, aunque ésto no se traslucía en su apariencia física, que lucía tan magnífica como siempre, salvo porque la estilizada corona y las elegantes vestiduras le conferían un aura aún más regia. Al llegar junto a ella, se acuclilló a su lado, observándola intrigado.

- ¿Señor? -inquirieron los guardias, temiendo que hubiera olvidado su presencia allí o la pregunta que flotaba en el aire sin responder.

- Podéis marcharos -respondió con tranquilidad, sin mirarlos.

- ¡Pero señor...! -empezó uno.

- ¡Es evidente que se ha utilizado magia...!

- Podéis marcharos -repitió, de manera amable pero firme-. No percibo amenaza alguna procedente de ella. Sus intenciones no son causar el mal, ni a mí ni a la ciudad. Partid tranquilos, pues no hay nada que temer.

Estaba claro que la perspectiva no les ilusionaba, pero les había sido inculcada la importancia de no cuestionar nunca el juicio del rey, y, siendo éste un archimago tenían aún menos motivos para poner en tela de juicio sus decisiones, así que abrieron las pesadas y gigantescas puertas de madera del templo y se zambulleron en el agua, que, contra todo pronóstico, no penetró al interior, como si estuviese siendo repelida por algún hechizo.

Una vez estuvieron solos, Arión siguió mirando a la muchacha con curiosidad, y ésta vez Rebecca pudo distinguir cómo una especie de ojo egipcio se dibujaba mágicamente encima de su cabeza. Arión la observó con más atención, utilizando su conjuro para observar más allá de lo que era visible a simple vista, ahondando en lo más profundo de la mestiza hasta llegar al corazón de su alma...

- Eres Rebecca... Rebecca Logan. Te recuerdo -al decir ésto, se sonrojó ligeramente-. Pero estás cambiada. Hay algo... dentro de ti. Una energía oscura y poderosa... Puedo sentirla -su mirada resplandeció con una fuerte luz dorada al enfocarla en los ahora rojos ojos de la mujer-. Sólo que no es simplemente energía, ¿verdad? Es pensamiento y espíritu. Una segunda alma vive dentro de ti.

Él había pasado antaño por una experiencia similar, cuando había retenido el espíritu de su hermano Garn en su interior para aprisionarlo. Sólo que, en su caso, el alma atrapada había luchado ferozmente buscando su libertad, pero no percibía conflicto en el interior de Rebecca. Fuera lo que fuese, se trataba de algo mutuamente aceptado, lo cual era lo único que evitaba que tomara medidas más drásticas. Con calma, se sentó en el suelo frente a ella con las piernas cruzadas y apoyó las manos en sus rodillas.

- ¿Quién eres y por qué has tomado éste cuerpo? -interpeló a Legba-. ¿Qué es lo que deseas de ella, y por qué has acudido a mí?

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MensajeTema: Re: La ruta del inmortal. (Legba/Ahrión/Rebecca) (+18 SANGRE+GORE)   La ruta del inmortal. (Legba/Ahrión/Rebecca) (+18 SANGRE+GORE) Icon_minitime23rd Abril 2023, 22:49

La sensación era terrible. Sentía el cuerpo pesado y frío y no sólo por el agua. La sensación de ahogo tardó mucho en abandonar sus pulmones. Era como mil pequeñas agujas clavadas en su abdomen. Una especie de galimatías musical les llenó los oídos mientras trataban de recobrarse. El sabor de la bilis en la boca se atenuó a causa de los restos de agua salada en los labios, que se relamió, buscando evadirse del sabor. En cuanto pudo, se irguió sobre las rodillas para poder observar a su alrededor. Aclarar su vista le costó unos pocos segundos más. Desde esa posición pudo comprobar como dos guardias armados intercambiaban algún tipo de lenguaje con el hombre que recordaba.

Su atractivo seguía siendo indiscutible, solo que ahora, además, transmitía un aura de autoridad que si bien no había mostrado con ella, no desentonaba en absoluto. Recuperando la respiración, jadeantes, miramos hacia arriba, donde nos encontramos el rostro coronado sobre el cual aparecía una especie de luz dorada con una silueta que parecía un jeroglífico.

A pesar de lo cambiado de su aspecto, la reconoció. Cosa que hizo que el rostro de la ahora morena mujer dibujara una media sonrisa satisfecha. Quería contestar, pero se limitó a sentarse de lado, doblando una pierna y dejando reposar el codo sobre ella, en una posición mas cómoda, y alejada del vómito, que era en su mayor parte agua salada.

La voz de Rebecca se tornó algo más grave, aparte de lo que ya lo hizo en el instante de la fusión. - -Muchas preguntas para alguien tan sabio. - sentenció a la defensiva - No he tomado este cuerpo. Me lo han prestado - Y tenía pruebas escritas de ello - Lo que deseo de ella, ella lo sabe. Sólo le debo la verdad a quien me la ofrece.  - Pero él ya sabía quién era Arión, por los recuerdos de la rubia.

Una nueva voz intermedia, femenina pero mas grave que la dulce que Ahrion recordaba salió del nuevo cuerpo que su combinación había creado.

- Me alegro de verte, vaquero. - le dijo a Ahrion alargando una mano hacia su hombro, donde dió un cálido apretón. Un trato mucho más cercano al comportamiento que Ahrión conocía de la Sheriff.

Una sonrisa burlona apareció en sus labios enmarcados por aquella calavera blanca, antes de que la voz de Legba volviera a resonar de nuevo en sus labios.  - Os lo pasásteis bien, ¿Eh Cabrones?- se sonrió, complacido.

La morena sacudió la cabeza antes de hacer su primer intento de levantarse, ahora que estaba convencida de poder hacerse con su propio cuerpo. Al hacerlo, la ropa que llevaba se le pegó, pesada y empapada.

- ¿Alguna de las dos entidades puede hacer algo con esto? - preguntó agarrando una de las mangas de la camisa y apretándola para que escurriera todo el contenido del agua. - ¡Por todos los dólares de Anne Oakley! - exclamó con disgusto al darse cuenta del estado de sus armas. Todo estaba hecho un auténtico desastre. Esperaba que Ahrion pudiera secarla con alguno de sus encantamientos. O tal vez Legba pudiera utilizar el Smog de alguna manera para dejar el agua atrás. Resultaba bastante incómodo intentar entablar conversación en ese estado.

Cuando solucionaron aquel pormenor, por fin la vaquera pudo centrarse en lo realmente importante.

- ¡Que me sirvan zarzaparrilla y resulte ser whisky de 20 años, vaquero!- exclamó acercándose a él y agarrándole por los hombros con una gran sonrisa. - ¡Mírate! ¡Pareces un semental con herraduras nuevas! - se asomó a su rostro. Estaba genuinamente contenta de verle. A pesar de que sólo habían compartido una noche, Ahrión había sido un hombre de trato agradable y su manera de follar, difícil de olvidar. - ¿Qué ha pasado con el arrecho caballero que encontré en una subasta en Gotham? ¿Qué es todo esto? ¡Parece algo grande! - dijo por fin soltándole y andando un poco por la zona, permitiéndose fijarse bien en los inmensos alrrededores. En la inmensa sala de piedra, llena de detalles en sus paredes y de una luz que parecia natural a pesar de que estaban bajo el mar. Un mar que parecía respetar los límites de sus paredes. Eso debía ser cosa de Ahrión sin duda.

Ya había demostrado tener poder para eso, y mucho más.

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MensajeTema: Re: La ruta del inmortal. (Legba/Ahrión/Rebecca) (+18 SANGRE+GORE)   La ruta del inmortal. (Legba/Ahrión/Rebecca) (+18 SANGRE+GORE) Icon_minitime7th Mayo 2023, 16:33

Arión no se tomó a mal la incisiva réplica. Si algo le había caracterizado siempre era una profunda humildad, por lo que apenas dio importancia al comentario, centrándose en lo que ya había intuido por sus propios medios: Rebecca había dado consentimiento explícito a aquella entidad para que invadiera su cuerpo. Lo que no sabía era por qué haría algo así, aunque los motivos podían ser numerosos y complejos, pensó, recordando el alma de su álter ego que había quedado atrapada en la gema corazón tras el ataque de Mordru.

Su expresión se dulcificó cuando Rebecca le dedicó sus cálidas y sinceras palabras. Al contrario que su hastiado y cínico álter ego, Arión había sido siempre profundamente romántico y poco dado a tener encuentros que no fueran motivados por el amor. Antes de Rebecca sus experiencias sexuales se habían reducido a su esposa, largo tiempo fallecida, y durante los siglos que siguieron no había intentado buscar consuelo en el lecho de ninguna otra mujer porque el mero placer sin significado no tenía sentido para él. Lo que había ocurrido con Rebecca había sucedido porque no estaba siendo exactamente él mismo por aquél entonces, y su código moral junto con sus necesidades, anhelos, ambiciones y frustraciones se había visto drásticamente modificado hasta el punto de llegar a cometer atrocidades antinaturales como hacer retroceder la Atlántida en el tiempo o tratar de resucitar a su esposa muerta, pecados por los que había pagado con creces durante su estancia en el infierno.

No se enorgullecía de haber cedido a sus bajos impulsos, pero su naturaleza romántica hacía que no pudiera mirar a la vaquera y recordar lo sucedido sin experimentar una genuina sensación de calidez y afecto. En su mente y su corazón no cabía la posibilidad de compartir algo tan íntimo sin que restara un rescoldo de amistad y aprecio. Sencillamente era incapaz de acostarse con alguien y después actuar como si no hubiera pasado.

- Yo también me alegro -dijo con sinceridad-. Han pasado muchas cosas desde entonces. Me preguntaba cómo estarías.

Muchas cosas, desde luego. Tenía la impresión de que habían transcurrido años desde la última vez que se vieron, aunque en realidad no habían sido más que cuatro meses. Sin duda las torturas experimentadas en el infierno tenían algo que ver con su percepción del tiempo.

Entonces, la calidez de trato de la vaquera fue reemplazada por un nuevo comentario sardónico de la entidad que provocó que sus mejillas se tiñeran de un intenso escarlata. No podía evitarlo, a pesar de tener una concepción bastante abierta acerca del sexo, las bromas sexuales siempre conseguían dejarle cortado y sin palabras, algo que parecía divertir mucho a su mujer, que siempre estaba buscando las formas de mortificarle en público con algún comentario subido de tono.

Por suerte, la propia vaquera le proporcionó la salida perfecta para reenfocar su pensamiento en la forma de sus ropas apelmazadas y chorreantes. Sin que tuvieran que pedírselo dos veces, extendió el dedo índice de su mano izquierda hacia la mujer, que sintió al momento una oleada de placentero calor recorriéndola de la cabeza a los pies, evaporando el agua y llenándola de la confortable sensación que uno experimentaría al descansar junto al fuego una tormentosa noche de invierno. Una suave y mullida manta de energía verdosa se materializó a la vez sobre sus hombros, manteniéndola caliente, permitiendo que la reconfortada Sheriff pudiera, al fin, mostrarse como ella misma cuando acudió a saludarle con efusividad, provocando que se ruborizara de nuevo.

- Bueno... -musitó con timidez. No terminaba de acostumbrarse a su recién adquirido título-. Ahora soy... el rey de Atlantis.

Carraspeó, sintiéndose incómodo. Sabía que no había sido realmente él quien había puesto fin a la vida de Arthur, pero no conseguía sacarse de encima la sensación de culpa. Era cierto que había salvado a los ciudadanos de Atlantis de los demonios que la habían invadido y de la cruel tiranía de su hermano, pero continuaba maravillándole que le hubieran concedido el trono al asesino de su rey. Tenía la sensación de que, hiciera lo que hiciera, nunca conseguiría expiar del todo su culpa ni enmendar el daño causado.

- Y ésta es... la ciudadela de hechicería de mi padre, Caculha, y mi sancta sanctorum. No puedo más que deducir que la entidad que habita en ti te condujo hasta mí, así que dime... ¿qué desasosiego abruma tu alma hasta el punto de hacerte descender a las profundidades de Atlantis para encontrarme? No es que no me complazca disfrutar de tu compañía, pero me resulta una innecesaria zozobra para simplemente decir hola...

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