La Semilla del Diablo (Poison Ivy) [16/03/2019]

A veces, Matt Murdock sueña que puede ver. Para mucha gente, ser ciego de nacimiento suena como una maldición. Para él habría sido una gran suerte. No añorar la luz. Mientras duerme, vive en un mundo de recuerdos deformados, de imágenes rotas pasadas por el filtro del salón de los espejos. Cada vez recuerda peor el rostro de su padre, la tenue luz del alba sobre el asfalto, o la miríada de pequeñas lucecitas que emergen del horizonte cuando la ciudad se va a dormir. Ni siquiera tuvo la oportunidad de ver su propio rostro siendo un adulto. En su mente, Matt Murdock siempre será un niño de diez años, tirado sobre el arcén, sintiendo un beso químico que le carcome los nervios. Aunque hoy no es su rostro lo que puede ver.

Un mundo de fuego y gritos, cambiante y mutable, tiene como su única habitante a una hermosa mujer de cera roja. A Matt le parece extraño que el calor no la haya hecho ya derretirse. Se acerca con cuidado y extiende la mano para tocar su rostro. Sus ojos están cerrados, casi como si estuviese dormida. Matt reconoce los rasgos al tacto, cada imperfección de su piel, cada recoveco.

- Elektra ¿Estás dormida?- pregunta sin voluntad. La estatua no responde- Te quiero.

La otra mano de Murdock sostiene algo, pero antes de que pueda mirar qué, el sai ya ha atravesado el pecho de Elektra Natchios. La figura de cera abre los ojos, mira las pupilas muertas de Matt, y se ríe. Su risa retumba en los oídos del hombre, como en la primera vez que despertó tras el accidente, taladrando su cerebro, llenando su mundo de ruido y dolor. Apenas puede pensar. La estatua toma movimiento y sujeta la mano de Murdock con fuerza, lo atrae hacia ella.

“No ocurrió así. Yo no te maté”

La cera, roja como la sangre, se funde y cae sobre Matt. Lo cubre de la cabeza a los pies, siente de nuevo, ahora en todo su cuerpo, el beso químico que experimentó con diez años. Mientras el dolor se filtra por sus poros, agarrotando sus miembros, quemándole hasta el tuétano, la cera se solidifica. Intenta levantarse y avanzar, pero su cuerpo pesa como si la gravedad fuese cien veces mayor.

“No tengo miedo”

Consigue alzarse a duras penas y camina en línea recta, sintiendo cada paso como una pequeña victoria. Su travesía se alarga por un tiempo que parecen días, siempre hacia delante. Matt mira al suelo y ve caer la cera cada vez que sus pies tocan tierra, parece que no se fuese a agotar nunca. Cuanto más avanza, el rastro carmesí es más y más largo. Finalmente se detiene, pero no por haber llegado a destino. Frente a él, una inmensa superficie cristalina le devuelve con ironía su reflejo. Completamente cubierto en rojo, como si su traje de demonio se hubiese convertido en una segunda piel. Pero el rostro… el rostro sigue siendo el de un niño de diez años que siente el fuego en sus ojos por primera vez.

“Un mundo en llamas”

Matt se atreve al fin a echar la vista atrás. El escenario ha cambiado, y ahora se encuentra en medio de una interminable hilera de bancos de iglesia. Están ocupados por cientos de feligreses. Hombres, mujeres, ancianos… niños. Todos sentados como si estuvieran atendiendo al sermón. Con los ojos muy abiertos, pero no lo miran a él. No miran nada. Están muertos. Al frente, el mundo ha cambiado de nuevo y, en el púlpito, Wilson Fisk, ataviado con un traje del blanco más puro habla sobre Dios. Habla sobre el amor. Habla sobre la caridad, la piedad y la salvación. La bancada de cadáveres aplaude sus palabras.

Matt Murdock corre. Pero corre hacia delante.

“No tengo miedo”

Matt sigue su carrera hasta perder el aliento, hasta que se siente seguro de haber dejado atrás la iglesia de los muertos, hasta que sus músculos protestan y la fatiga le hace desfallecer. Se hinca de rodillas, sin atreverse a alzar la vista de nuevo. Sigue acuclillado hasta que un sollozo llama su atención. Un lastimero quejido cercano, de una voz muy familiar.

- ¿Mamá?- Se alza de nuevo y busca el origen del llanto. Con cautela se acerca a otra figura arrodillada. El hábito le confirma lo que la voz ya le había adelantado. En el suelo, la hermana Maggie sostiene su crucifijo de oro. Él se acerca a ella, apoya la mano en su hombro, busca su rostro con la mirada- ¿Por qué lloras mamá?

No hay rostro que mirar, sólo la oscuridad insondable bajo el hábito. El llanto sigue, procedente del interior de las ropas huecas. Matt recuerda en ese momento que jamás ha visto el rostro de su madre. Alza la vista y ve el origen de sus penas. En lo alto, un Cristo crucificado le devuelve la mirada. Lo observa con detenimiento, escruta cada herida, la marca de cada golpe del látigo, los huesos marcados bajo su piel cetrina, la entrecortada respiración. Desde el suelo, Matt le grita, le increpa, le insta a bajar de ahí, a dejar de sufrir. No merece la pena ¿Por qué no baja?

- No tengo miedo- le contesta.

Una nueva figura de cera emerge tras la cruz, de nuevo entre risas. Matt no es capaz de reconocer rostro alguno en ella, tan sólo es la burla de un ser humano. Sí reconoce la voz, la risa. La reconocería en cualquier parte: Es Bullseye. Sostiene una lanza en sus manos y, con parsimonia, la acerca al costado del crucificado. Matt corre a impedírselo, se lanza a los pies de la cruz y trata de desclavar al hombre. Sus esfuerzos son inútiles. La lanza se clava en la carne. Matt Murdock siente el dolor como propio y grita. Se lleva la mano al costado.

Matt Murdock despierta


Retomó la consciencia sin ser capaz de recordar donde estaba, de hecho, ni siquiera recordaba haberse dormido, aunque eso no se recuerda nunca. Se llevó la mano al costado, como un movimiento reflejo. El sueño había terminado, pero el dolor era real. El acompasado “tictac” del reloj le ayudó al fin a ubicarse. El olor a cuero gastado y a libro viejos. Estaba en su despacho, sentado tras su escritorio. La pesadilla había dado paso a un nuevo mundo aún más aterrador, a la completa oscuridad. Su radar seguía sin regresar. En ocasiones, cuando se dejaba caer dolorido y seminconsciente en la cama, rezaba por volver a tenerlo a la mañana siguiente. No sabía por qué había perdido aquel extraño don que el destino había decidido regalarle cuando le arrebató la vista. Su oído, su tacto, su gusto, esos seguían ahí. Pero por alguna extraña razón, Dios había resuelto dejarlo ciego una segunda vez. Aquel mundo extraño de rojos y sabores, de huellas térmicas, de ondas y fuego. No era mucho, pero era su mundo. Lo echaba de menos.

Con dificultad, aún con la mano en el costado, decidió levantarse de su silla. Ignoraba qué hora era, aunque el ruido eléctrico del exterior le indicaba que ya había anochecido. Tampoco podía recordar cuándo se había dormido. Desde que se había reencontrado con Elektra, para Matt todo había sido un larguísimo día de penitencia. El golpe del costado tan sólo era una contusión leve, pero era lo que más problemas le daba al cambiar de postura. Se echó la mano al hombro y constató con alivio que no estaba húmeda, así que la herida no se había abierto. Estaba sudoroso y fatigado, pero no parecía que se debiese a la fiebre. Seguramente se debía a la agitación de la pesadilla.

Con parsimonia, se acercó a abrir la ventana del despacho. Se abstuvo de asomar la cabeza, pero el aire fresco limpió un tanto el cargado ambiente. En ese instante, de pié con los puños apoyados sobre su mesa, en la más absoluta oscuridad, Matt tomó conciencia de lo sólo que estaba. Karen había muerto, hacía tiempo que no sabía de Drago, Elektra… valía más la pena no recordar a Elektra. Con las cosas que le había dicho, era bastante improbable que volviesen a verse. No sabía si era bueno o malo. Y Foggy…

Matt echó mano de su teléfono móvil. Respiró durante unos segundos e hizo de tripas corazón.

- Llamar a Foggy- dijo con la voz aún tomada por el abrupto despertar.

Un tono.

Dos tonos.

Tres tonos.

Matt colgó el teléfono. Foggy había tenido muy buenas razones para irse. Reconciliarse con él, pedirle que volviese… no era más que un acto de egoísmo. Sólo él debía soportar su carga. Contraviniendo un consejo que él mismo le había dado a Drago en una ocasión, creía que merecía la soledad y eso le protegía. Tal vez no a él, pero si a los demás de él.

Al fin se decidió a asomar la cabeza por la ventana y, como la noche en que peleó con la Mano junto a Elektra, aquel olor húmedo y dulzón penetró por sus fosas nasales casi hasta abrasarle el cerebro. Aún mareado, se apoyó en la mesa y con las manos buscó un maletín que, últimamente, le acompañaba a demasiados sitios. Introdujo la clave y lo abrió, acariciando su contenido con delicadeza. La máscara de Daredevil le observó desde abajo. Matt tenía casi la certeza de que ese extraño aroma que había aparecido en su ciudad era la clave para recuperar su radar, y era el momento de llegar al fondo de aquel asunto.

Si no podía recuperar su vida, al menos trataría de recuperar su mundo.

El sonido de las raíces, gruesas y profundas, deslizándose como serpientes que se liberaban de su jaula de asfalto. Había sido fácil adivinar el origen del sonido y ponerse en guardia frente al… ¿Ataque? Pero su cuerpo no reaccionaba con la velocidad acostumbrada, no sólo por la falta de su radar sino también por las heridas recibidas en su reciente combate contra las fuerzas de la Mano. Había logrado zafarse de lo que parecían una planta viviente ¿A quién conocía con esos poderes? A nadie que pudiera recordar en aquel momento. Necesitaba respuestas, pero era recomendable estar vivo para conseguirlas.

Cuando ya creía estar dispuesto para devolver los golpes la maceta de la entrada tomó partido en la pelea y no precisamente por su dueño. Erythronium japonicum o, “flor de Katakuri”. Un bonito regalo… Jamás le había gustado esa jodida planta y parecía obvio que el sentimiento era recíproco.

Hasta ese momento no había sido consciente de lo lento que se había vuelto. Con su radar y en buenas condiciones habría visto venir el ataque a kilómetros. Ahora sus costillas crujían por la presión de unas ramas que harían morirse de envidia a los tentáculos del Dr. Octopus. Matt apretó los dientes, rezando porque las heridas no se le abriesen de nuevo y tratando de pensar el próximo golpe contra aquella mujer. Sí, al menos sabía que era una mujer, podía deducirlo por su voz, por mucho que sus palabras no tuviesen sentido para él.

Antes de poder hacer nada, la mujer liberó a Matt de su presa. Parecía decepcionada pero su decepción no era algo que competiera al Diablo de Hell´s Kitchen. No, él estaba más interesado en las respuestas ¿Quién era? ¿Qué demonios hacía allí? ¿Cómo había llegado al apartamento de Matt Murdock? Si no era a él… ¿Quién era ese diablo al que buscaba?

No había podido centrarse en ella mientras… bueno… luchaba por respirar pero, ahora, podía percibir con mucha más claridad la extraña aura de sensaciones emitidas por su extraña visitante. El olor, insoportablemente profundo. Puede que agradable para otros, pero no para quien tenía sentidos aumentados. El frescor del rocío, como en un campo recién cortado, el dulzor floral y… No era un experto en botánica, pero sí puedo reconocer el olor de la hiedra.

Matt había registrado hacía tiempo los nuevos registros de las bases judiciales de datos desde la colisión. Nuevas ciudades, nuevas instituciones… Todas ellas repletas de datos sobre criminales y procesos por terminar. Cientos de sentencias que no existían en su mundo. Nueva jurisprudencia de la que no había tenido nunca conocimiento. Y, también, nuevos delincuentes.

- Pamela Lillian Isley- dijo recuperando la voz- Botánica. Ecoterrorista. Fugada del psiquiátrico de Arkham para Criminales Dementes. Esa última parte es obvia, a juzgar por este numerito- bufó- Me refiero a lo de demente.

Era una de los engendros que se solían enzarzar con el tío de Gotham. ¿Qué hacía ella en Nueva York? Aunque… Ese olor… No era exactamente el que había percibido días atrás, ese olor dulzón y extraño que le hacía desorientarse, que parecía ser el origen del mal funcionamiento de su radar. Pero se le parecía. Valía la pena intentarlo y no creía tener muchas más oportunidades para preguntar.

- ¿Qué haces aquí? ¿Por qué has venido al apartamento de Matt Murdock?- Si había venido buscando al “diablo”, era muy probable que supiera que Matt Murdock y Daredevil eran la misma persona, pero bueno… Había que seguir la farsa hasta el final.

No parecía haber respuesta. Ivy lo ignoraba con la misma dedicación con la que hacía tan solo unos segundos había intentado estrangularle. Matt meditó un segundo y, acto seguido, tiró al suelo la maceta con la flor de Katakuri. Una llamada de atención y un acto de venganza. Al fin y al cabo, nunca le había gustado esa jodida planta.

- ¡¡EH!!- gritó Murdock mientras, lentamente, aplastaba la flor con el pié- Puede que en Gotham estéis todos chalados pero aquí solemos requerir una explicación cuando alguien intenta matarnos. Te lo repetiré: ¿Qué haces aquí? ¿Por qué has venido al apartamento de Matt Murdock?

Provocarla en su estado y habiendo visto de lo que era capaz, estaba a mil jodidas millas de ser una buena idea.

Pero no tenía otra.

Matt fijó toda su atención en la mujer, esperando un nuevo ataque. Ya había experimentado de lo que era capaz y no pretendía dejarse sorprender de nuevo. Centró los sentidos que le quedaban en ella, tratando de escuchar su latido. Su sistema circulatorio parecía funcional pero era… extraño. Lo que corría por sus venas se asemejaba a la sangre pero el tacto le indicaba que era bastante más… frío. Un ruido tenue, vegetal… le sacó de su examen. Antes de que Matt pudiera darse cuenta la planta bajo sus pies lo atenazó y, en poco más de un segundo, se hallaba colgado boca abajo y a merced de esa… pirada.

El abogado ya estaba empezando a forcejear cuando Ivy empezó a hablar y… al parecer no se había fugado del psiquiátrico. Puede que no recordase bien el informe o que, al leer que se encontraba en libertad, hubiese dado por hecho que se había fugado. Pero… ¿Alta? ¿Quién en su sano juicio habría dado de alta a un peligro andante como ella? Quería creer en la reinserción, pero el hecho de que hubiese entrado en su apartamento para intentar estrangularle con la planta de judías de Jack no ayudaba a romper su sano escepticismo…

- Tal vez sería mejor pedir una segunda opinión…-susurró.

La mujer siguió hablando, dejando bien claro que no le buscaba a él ni… a Matt Murdock ¿Realmente no sabía nada o tan sólo le estaba siguiendo el juego? No había variaciones en su latido que implicasen que mentía pero, con una fisionomía tan peculiar como la de Ivy era difícil saberlo. Matt quería creerla, no sólo porque implicase un problema menos para él, también le ahorraba una batalla para la que no estaba, ni por asomo, preparado. Pero sabía bien que, a veces, confiaba demasiado a sus sentidos super-desarrolados. Por mucho que sus poderes le indicasen que era sincera, los hechos eran demasiado sospechosos como para no preguntar. Había perdido su radar justo cuando empezó a detectar aquella sustancia tan extraña en el aire y, de pronto, aparecía frente a su puerta una supervillana cuyos poderes consistían en la manipulación de la vida vegetal, la emisión de esporas, toxinas y demás sustancias extrañas. Todo era demasiado sospechoso y, al mismo tiempo, nada tenía sentido.

En ese mismo instante, la mujer inició marcha hacia Matt y este volvió a ponerse en guardia. De nuevo… ni una maldita variación en su latido. Estaba tranquila… Demasiado para tener delante a un tipo vestido de demonio. Puede que su reputación no le precediera más allá de Nueva York. O que no lo considerase una amenaza seria. Estaba dispuesto a desmentirla si las cosas se salían de madre.

Seguía hablando… Jurando que perseguía a un demonio… ¿Real? No era del todo descartable. Al fin y al cabo, había visto cosas más raras y, los viernes por la tarde, tomaba cerveza en la casa de un mago. Luego vinieron los “desprecios”. Matt había perdido ya la cuenta de cuántas veces le habían llamado payaso disfrazado y todos sus derivados desde que comenzó su cruzada contra el crimen. Pero Hiedra se acercaba cada vez más y más y eso… eso le daba una oportunidad.

“Acércate un poco más. Este tipo disfrazado va a comprobar si tienes clorofila en las venas cuando te parta la…”

¿Qué demonios estaba ocurriendo? Ella estaba cerca. Muy… cerca. Tanto que Matt podía sentir su aliento en la cara. Solo tenía que hacer un pequeño esfuerzo y su frente se estrellaría contra la nariz de ella. Pero no… no tenía ganas de hacerlo. Pese a encontrarse aprisionado sus músculos estaban extrañamente relajados. Examinó su propia presión sanguínea. El pulso del justiciero era firme, pero no estaba lo acelerado que sería esperable en una situación así.

- ¿Qué… coño me has hecho?- masculló.

Puede que estuviese diciendo la verdad. Que sólo tuviese que quedarse callado y quietecito hasta que ella decidiera irse por donde había venido. Pero… algo, ella había hecho algo y… Matt Murdock tenía la necesidad de estar el mayor tiempo posible en compañía de aquella mujer. El justiciero meneó la cabeza, tratando de despejarse. Se sentía algo raro y recordaba una situación similar a aquella. Con María Tifoidea. También tenía la capacidad de hacer que los hombres sintiesen esa atracción repentina por ella.

“Vale Matt… No es la primera vez que te atontas así por una mujer que no te conviene”

Murdock hizo de tripas corazón. Tragó saliva e hizo acopio del poco orgullo que le quedaba para hablar con voz firme.

- Bien… Pongamos que muerdo el anzuelo. Los papeles dicen que ya no estás chalada. Obviando toda prueba en contrario, haremos una excepción y nos creeremos la versión oficial. Con todo, tu aparición aquí sigue siendo de lo más oportuna. Si de verdad tienes las… habilidades que aparecían en tu ficha tú también lo habrás notado. Hay algo… en el aire. Una sustancia extraña, algo que no estaba antes y que no debería estar. Créeme, sé algo de esas cosas. El hecho es que…- Matt apretó los dientes- El hecho es que me está jodiendo bien. Está interfiriendo con mis propios poderes y… Bueno… -volvió a tragar saliva- Tu expediente también dice que eres una de las mejores botánicas del planeta. Una científica brillante. Y puede… joder… Puede que seas mi mejor opción de averiguar qué coño está pasando.

Matt giró la cabeza, tratando de evitar el contacto visual con Ivy aunque él no pudiera tenerlo en modo alguno. Más bien trataba de esconder el rostro de ella.

- No espero que hagas esto gratis. Pero podemos llegar a un acuerdo. Conozco a un tipo, es mago… Supongo que también habrá de esos en el sitio del que vienes. Si es un demonio lo que buscas, estoy seguro de que puede dar con él. Juega al tenis con algunos, no necesitará más que un segundo. Pero no podrás dar con su casa sin mí, es un tipo listo y no le gustan las visitas inesperadas- Matt hizo un ademán con la cabeza- Ayúdame con mi problema y yo te ayudaré a encontrar a tu diablo. Pero… - su rostro volvió a mostrarse severo. Al menos la parte visible con la máscara- ¿Dices que te has reformado? Te daré un voto de confianza. Como ocurra algo que no me guste… Como hagas daño a un solo inocente… El menor indicio de que intentas, siquiera, arrebatar una vida… Bueno… espero que tengas mucha más de la mierda que me has echado encima, porque no podrás pararme ni con una tonelada…

- ¿Sabes? Las peticiones y las amenazas no trabajan bien juntas.

Hubo algo… un cambio en la voz de aquella mujer. Había pasado de la ira a la decepción, después a la desidia pero ahora. Matt se sentía cada vez más fuera de la realidad, menos dueño de su propio cuerpo. Sus músculos se fueron relajando, su ritmo cardiaco descendiendo. Una pequeña parte consciente dentro de él sabía qué estaba ocurriendo, pero otra aún más fuerte más… ruidosa, le impelía a abandonarse. De pronto, sintió la necesidad de seguir escuchando la voz de aquella mujer.

- ¿Que tú me das el voto de confianza? No, diablito… El voto te lo doy yo. Me fiaré de tu palabra

Una inmensa sensación de alivio se apoderó del corazón del justiciero, como si su caja torácica hubiese estado oprimida por cientos de manos que se retiraron al tiempo. Unas palabras que en otro contexto no habrían tenido ningún significado lo eran todo en ese instante: “Me fiaré de tu palabra” ¿Qué le importaba la confianza de esa mujer? Una desconocida… no, una criminal. Una criminal peligrosa y en libertad, una demente por mucho que unos papeles dijeran lo contrario. Y poco a poco, como un pensamiento intrusivo e incesante, como una serie de martillazos en su cabeza, lo único que anhelaba era estar con ella un segundo más.

- No necesito que me hagas promesas, aunque quiero conocer al mago. ¿Quieres que te ayude? Sólo necesito una cosa…

“Cualquier cosa” se disparó en la mente de Matt Murdock. De pronto notó de nuevo su corazón latir a mil por hora ¿Qué iba a pedirle? ¿Y si no era capaz de cumplir su requerimiento? Y si… si se alejaba de él. Otra vez… lejos de nuevo… Otra persona que lo abandonase otra…

Ivy enguantó su mano con finas hojas verdes y le hizo girar el rostro, pellizcándole de la nariz sin apretar, volviendo a dejar los labios sobre su aliento…

- Suplícame…- sonrió de medio lado, aunque Matt no pudo verlo.

Suplicar… Matt Murdock estaba harto de suplicar. De clavar sus ojos muertos en todos aquellos que lo abandonaron. Su madre, su padre, Stick, Elektra, Karen… Y fue entonces cuando dejó de suplicar. De suplicar perdón, afecto o ayuda. Cuando en vez de sentir pasar a la gente frente a él comenzó a apartarlos de su lado. Como había hecho con Foggy. Cuando comenzó a pagar con los demás toda su ira. Cuando los nudillos empezaron a sangrarle. Cuando atemorizó a los mismos moradores del infierno. Esos nudillos que siempre dolían.

Pero ya nada le dolía. Ni los nudillos ni ninguna otra parte de su cuerpo mal remendado. Casi había olvidado la razón del trato con aquella extraña… aquella maravillosa mujer… Su radar apenas le importaba ya, la vida de nuevo a oscuras era algo soportable mientras siguiese a su lado. Al lado de alguien. Siempre, aunque no lo quisiera, había querido estar solo. Sin quererlo, por muchas veces que hubiese rechazado ese mantra, el viejo Stick tenía razón. El guerrero debe librarse de sus sentimientos.

Pero aquello no era un sentimiento. Era una lujuria, dulce, sosegada pero irrefrenable. Una que le prometía la paz de una compañía cálida. De descanso… Una que al fin prometía rendir ese orgullo de guerrero. Esa coraza tan pesada. Sólo tenía que rendirse. Sólo tenía que suplicar. No se trataba de esa pesadilla febril de María Tifoidea, sino un sueño delicioso. Suplicar… renunciar a…

“Los chicos Murdock lleváis el diablo dentro”

Y el diablo es traicionero.

Sí, suplicaría. Sí se rendiría. Su cuerpo era suyo. Pero hubo un mantra que nunca rechazó.

“¿Qué somete a tus enemigos?”

“Mi cuerpo”

“¿Qué controla tu cuerpo?”

“Mi mente”

Tenía su cuerpo… Se rendiría… Pero era un guerrero. Y él decidiría a quién rendirse.

Ser ciego tenía pocas ventajas. Pero una de ellas era que, al alargar la mano, al alargar la mano para intuir ese pelo ensortijado, no tenía por qué verla a Ivy. El bosque no tenía por qué ser tal…

“Mi mente”

El dulzor y el rocío podían convertirse en sal y olas rompiendo. La madreselva podía ser el dulce viento del Egeo. Y una pequeñísima parte en la mente de Matt Murdock recordó otra vez que se sometió. Otra vez que anheló. Otra vez que se rindió. Otra vez en que una mujer lo tuvo indefenso e inerme. Y habló…

- Ayúdame… Te lo suplico… Te deseo… Te necesito… Quédate conmigo aunque sólo sea un segundo más…

Y Matt Murdock tuvo la fuerza de callar su última palabra antes de acercar lentamente los labios… Que Ivy pensase que la súplica era para ella…

- Te necesito…

“Elektra”

Los pensamientos hacia Elektra se difuminaron… su fútil resistencia privada tocó a su fin. En cuanto las palabras salieron de la garganta de Ivy… en cuanto escuchó ese “Buen chico” y los golpecitos impactaron en su mejilla, la mente del Diablo sólo tenía pensamientos guardados para Ivy. Aquellas palabras de aprobación lo hicieron sonreír como un imbécil. Sólo le faltó sacar la lengua y ladrar, al igual que un perrillo que acaba de devolverle la pelotita a su amo.

Tenía que haber algún error en esos expedientes ¿Cómo fiarse de documentación que ni siquiera era de su propio universo? En aquel del que venía Ivy... debían de ser todos imbéciles para declararla como loca. Que era peligrosa. Una criminal.

Sin duda, se trataba de un malentendido. De un simple y desafortunado malentendido ¿A cuántas personas había defendido que, pasando por victimarias eran, en el fondo, víctimas? Algo así tenía que haberle pasado a Pamela Isley. De pronto, su mente se puso a trabajar. Seguro que había alguna manera de limpiar su nombre. De hacer desaparecer ese expediente de forma legal. De que todos la vieran como era en realidad. Inocente… un ángel… Esas resoluciones judiciales, esos informes médicos… con todos sus conocimientos, seguro que había alguna forma de rebatirlos. Estaba seguro de que si rebuscaba conseguiría anular…

Su ritmo cardiaco fue descendiendo, poco a poco… Su mente no se aclaró del todo. Los pensamientos seguían siendo los mismos, pero algo más despejados. No era presa de esa arrebatadora pasión, sino de un interés más sosegado. En cualquier caso, toda iniciativa violenta hacia Ivy se había desvanecido. El instinto, ahora, no era de lucha sino de protección. Uno al que Murdock estaba acostumbrado pero que, en este caso, tenía fines mucho menos altruistas de los habituales. Quería ayudarla, por supuesto, pero más que nada, quería hacer todo lo posible por mantener a esa mujer a su lado el máximo tiempo posible… No hacía mucho, una persona importante de su pasado había reaparecido en su vida y el final de tan “feliz” encuentro había sido de todo menos satisfactorio ¿Y si el infortunio había puesto a una nueva persona en su vida? ¿Merecía la pena conocerla? Sin duda… merecía la pena ver hasta dónde llegaba aquello...

Matt notó que las manos le temblaban un tanto. Se dispuso a hablar, pero tenía la garganta completamente seca. Casi se había olvidado de la ausencia de su radar. Junto a aquella extraña mujer todos sus demás sentidos le hacían conformar una imagen tan vívida del lugar que casi le parecía volver a ver. O, al menos, en lo que rodeaba a Poison Ivy. El calor que desprendía su cuerpo, tan extraño, tan distinto al del resto de personas. Su latido, también diferente, dando prueba de aquella particular fisionomía a caballo entre lo humano y lo vegetal que, sin embargo, no resultaba inquietante sino un divertido capricho de algo muy cercano a un nuevo orden natural. Y su aliento… Incluso más alejado de ella, después de que las plantas lo hubiesen dejado con una suavidad casi confundible con ternura, podía olerlo como si lo tuviera delante.

Su respiración empezó a volverse más regular. Cerró los ojos con fuerza, aunque no hubiese ninguna diferencia entre tenerlos abiertos o cerrados. Consiguió al fin, tragar saliva. Traer algo de humedad a su garganta aunque, al principio, tras un casi inaudible hilillo y un carraspeo… su voz sonó rasgada… y más profunda de lo habitual.

- Yo…-no sabía por qué las palabras siguientes salieron de su boca- Yo… lamento la brusquedad de antes… eh… no… No es un buen momento. Para mí, digo... Que no me has conocido en un buen momento... Si… si quieres, podemos ocuparnos primero de tu problema… sí… buscar a ese amigo tuyo…

Matt cruzó los brazos, en un inútil gesto de defensa psicológica. Pues comenzó a deambular por el lugar. A la vista errático pero, sutilmente, puede que de forma desconocida para el propio justiciero, se iba acercando cada vez más al lugar donde estaba sentada Pamela Isley. Matt hizo un movimiento con la cabeza, como una negación delicada.

- Yo… Bueno, no puede haberte pasado desapercibido- hizo todo lo posible para no abrirse más. Para no contarle a aquella extraña todo lo relativo a la naturaleza de sus poderes. O incluso revelarle que era ciego- Tengo una especie de “sexto sentido”. Me ayuda a orientarme mejor. A conocer mi posición en el entorno y a… ser más consciente de todo lo que me rodea. A ser más preciso. Con ese poder, tengo una “visión” de casi 360 grados. Es como…-no había nada que perder por utilizar la palabra. Al fin y al cabo, sí… ella había demostrado ser de fiar. O, al menos, el nivel de feromonas en el lugar aún era lo bastante alto como para convencerse de lo contrario- … es como un "radar". Las señales, las emite mi cerebro. Son como microondas, no sé si es una buena analogía... La cosa es que… me está fallando. Mucho, últimamente. De hecho- sonrió, soltando el aire de forma un poco inocente. Casi adolescente- Qué demonios… Ha desaparecido. Tengo… otros poderes. Y ellos me advierten de que hay algo en el aire. Lo percibo como un olor dulzón… terroso. Por ello he pensado que el origen es… vegetal, puede que micótico- de nuevo habló más de la cuenta- No es químico, o al menos no sabe a química. Pero sí parece trastear con mi química cerebral. De no ser así, el radar no se habría "apagado".

Sin darse cuenta, estaba cada vez más cerca de la silla. La mano enguantada sobre uno de los reposabrazos pero sin llegar a tocarla…

- Y he pensado. Siendo tú botánica… bueno- se rió- Una eminencia, en esa materia. Tal vez… podrías dar con el origen… Pero- se corrigió- Por supuesto, podemos… puedo presentarte a mi amigo primero- ¿Había mencionado que eran amigos? ¿O solamente que conocía a un mago?- No… no tenemos por qué darle prioridad a lo mío…

Estaba ciego. Ciego como un topo. Más ciego que nunca en su vida... ¿Y no tenían que dar prioridad a lo suyo?

Desde luego... estaba más ciego que nunca...