La Caída Del Diablo || Privado con los Vengadores || 4 de Marzo del 2019

Madrugada, 4 de marzo del 2019

Aquella tarde la valquiria necesitaba un poco de aire fresco. Desde hacía unos días que raramente salía de su cuarto. Se comportaba de manera un tanto brusca y huraña con quien se encontrase en su camino. Llevaba toda la semana un tanto nostálgica extrañando contantemente ambiente tan especial que tienen los lugares queridos, notando recorrer su cuerpo de ese sabor tan agridulce que se te queda impregnado en el alma cuanto estas lejos de tus seres amados y tu hogar. Esa quemazón en lo más profundo de tu ser al sentirte una completa extraña, ese picazón que recorre todo tu cuerpo al saberte fuera de lugar y no encajar del todo en un sitio. Sentirse tan lejos de casa y tan distinta de esos midgarianos hacía que su ánimo decayese por ello, había estado desde hacía unos días fríos y distantes.

Sabía que necesitaba salir de la mansión por una rato, por lo que, cogió ese aparato que Tony Stark la había regalado, ese curioso invento terrestre denominado por los humanos móvil y marcó el número de una de sus amigas de Nueva York. Ese grupo de mujeres con las que había forzado férreos lazos de amistad la hacían sentirse que pintaba algo en el reino de Midgard. No sabía muy bien si ellas sabían lo importantes que eran para ella. Aunque estaba acostumbrada a vivir y luchar entre hombres, Brunilda siempre se sentía más cómoda y segura entre mujeres pues  las valquirias estaban habituadas a pasar su vida íntima, privada y de ocio en el ala del palacio que estaba destinada única y exclusivamente a las fieles guerreras y protectoras de Asgard.
Aquella tarde salió con una ropa más acorde al mundo midgariano aunque sin dejar de lado la comodidad de practicidad. A Brunilda le gustaba estar preparada en cualquier momento por si se presentaba cualquier tipo de acción o imprevisto que requiriese sus habilidades de guerrera. Con ese fin, se había vestido con unos pantalones vaqueros de color azul marino, una camiseta larga hasta la cintura y sin mangas de color negro y unas botas militares negras con cordones blancos. Su largo y sedoso pelo rubio estaba, como siempre, peinado en dos largas trenzas.

Pasó un rato agradable por la ciudad hablando de temas mundanos con su grupo de amigas. Esa pequeña salida la había servido para aligerar sus hondos pesares y aliviar su sentimiento de nostalgia. Las charlas y las risas entre personas que comparten el sagrado vínculo de la amistad siempre aligerar el peso de las preocupaciones enquistadas en el corazón. En un mundo que no entendía y la mayor parte del tiempo le era ajeno, ellas eran su tabla de salvación.

La rubia valquiria volvía a “su casa” en la tierra teniendo una sonrisa en el rostro y con más alegría en su ser. Al entrar en el umbral de la mansión vio mucho movimiento. Gente que entraba y salía con mucha rapidez. Algo había pasado. Aceleró su paso. Su cara adquirió un gesto de preocupación.  Cuando las rutinas se alteran y hay más movimiento de lo usual es un signo inequívoco de que se había disturbado la paz de los vengadores.

Vio a Steve Rogers correr a una velocidad pasmosa con alguien en brazos. Ella admiraba al Capitán América porque le había visto luchar por el ciudadano de a pie.  Era un hombre honorable y un guerrero valiente que primaba los intereses de las personas a los nacionales o los suyos propios. Siguió al rubio hasta la enfermería y vio cómo se ocupaba del herido.  

Se quedó apoyada en el marco de la puerta mientras Steven hacía su llamado a los demás vengadores. Una vez finalizó la transmisión, se acercó al capitán y posó una de sus manos en su hombro.

- Tranquilo, Gran hombre.  No va a morir hoy. No está el aura de la muerte impregnándolo.-