El silencio de los culpables [06-05-2019] (Waller pnj)

La Balsa
Isla Ryker, Nueva York

Cuatro guardias de seguridad avanzaban por los oscuros y silenciosos pasillos submarinos de la prisión de "Máxima-Máxima Seguridad" para supervillanos de la isla anexa a la Isla Ryker pasando de largo hilera tras hilera de celdas con un objetivo muy concreto, la del recluso que había ingresado el pasado miércoles.

- Entonces... ¿el tío lleva aquí menos de una semana y ya han solicitado su traslado? ¿A dónde lo van a llevar? -preguntó uno de ellos.

- Ni idea. Es confidencial. Yo sólo sé que la orden viene de arriba y doy gracias de que se lo lleven de aquí. Se lleva las veinticuatro horas mirándome directamente por la puta cámara de vigilancia, da igual la hora que sea. Parece que no duerme el cabrón.

Tres de ellos se apostaron con los rifles de asalto dispuestos mientras el cuarto iba desactivando los interminables protocolos de seguridad de la celda de acero forrada de adamantium.

- Y digo yo... ¿todo ésto no es un poco excesivo para éste tío? -comentó uno de los que aguardaban, rascándose con el pulgar la frente debajo del casco-. Aquí encerramos a los supervillanos, pero éste no tiene poderes, ¿no? ¿Por qué no lo han llevado a Ryker?

- Supongo que porque lo capturaron asaltando el Helicarrier, no lo sé. Creo que es la primera vez que lo traen aquí.

La puerta se abrió por fin descubriendo una celda pequeña sin ventanas en donde aguardaba un hombre embutido en una camisa de fuerza dentro de un arnés que lo sostenía de pie a la pared del habitáculo mediante un sinfín de cadenas. En la cara llevaba una máscara de hierro que cubría la mitad inferior de su rostro, dejando al descubierto únicamente unos ojos azules fríos como el cristal y una diana tatuada en el centro de la frente.


- ¡Jesucristo! -exclamó el que había cuestionado previamente la localización del preso en la Balsa-. Pero... en serio... ¿qué ha hecho éste tío?

El preso frunció el ceño, pero no dijo nada. El que había abierto la puerta se volvió hacia él.

- ¿De verdad no sabes quién es? Ha salido un montón de veces en televisión. Se dice que es capaz de matarte con cualquier cosa. Una vez escapó de la cárcel escupiéndole una píldora al ojo a uno de los guardias, y según he oído, en otra ocasión se golpeó contra la pared de su celda con tanta fuerza que se saltó un diente, y cuando el guardia entró para atenderlo le atravesó el cráneo con él.

- ¿En serio es capaz de matarte con un diente? -era absolutamente imposible que el preso moviera ni un sólo dedo, pero aún así le apuntó con el fusil de asalto mientras le descolgaban de la pared para depositarle en una especie de carretilla. Sólo por si acaso.

- Je. Para que luego digan lo de que no tiene superpoderes, amigo.

El cuarto agente, que se había quedado fuera, entró un momento.

- Ha llegado el médico -le dijo a los otros dos.

- Estupendo. Me sentiré mucho más tranquilo transportando a éste bastardo cuando esté inconsciente.

Una leve expresión de alarma asomó a los ojos del prisionero cuando vio la jeringa.

- Tranquilo, hombre... el buen doctor únicamente va a proporcionarte un bonito viaje al país de los sueños...

Las instrucciones de Nick Furia habían sido claras: nada de correr riesgos. Al parecer, había tenido ya algún encuentro con el prisionero en el pasado y tenía nociones bastante certeras de lo que era capaz de hacer y muy pocas ganas de volver a verle poniéndolas en práctica.

Una vez el prisionero estuvo convenientemente dormido, le condujeron a una nave de transporte aéreo de prisioneros en el interior de una especie de cápsula con armazón de metal y, tras firmar todo el papeleo, autorizaron el despegue.

Gracias a la lanzadera de corto alcance cedida por el gobierno, pudieron efectuar un viaje que de normal habría durado cerca de cuatro horas en apenas media, cruzando a velocidad supersónica el Atlántico desde Nueva York hasta el Golfo de México, donde el piloto cambiaría a velocidad normal para sobrevolar las ciudades hasta una vieja zona abandonada y desértica entre los pantanos de Louisiana.

- Control de tráfico aéreo de Belle Reve -dijo el piloto hablando por el intercomunicador-. Aquí el transporte de prisioneros Whiskey Tango Foxtrot acercándome a destino.

- Recibido, transporte. Tiene permiso para aterrizar en la bahía 9.

La lanzadera se posó sobre un montículo aparentemente inocuo de hojas que, acto seguido, se sumergió bajo las aguas del pantano llevándose consigo el transporte. Una cúpula se cerró sobre la plataforma, y acto seguido se activó un sistema de drenaje de agua. Cuando la luz verde se encendió, el piloto activó la apertura de la nave y un pequeño batallón de soldados profusamente armado se dispuso a trasladar nuevamente al todavía inconsciente prisionero hasta otra carretilla, que utilizaron para transportarlo hasta una habitación donde se alzaba una silla de acero atornillada al suelo con grilletes en muñecas y tobillos. Tras comprobarle las constantes vitales y cerciorarse de que continuaba inconsciente, le libraron de sus ataduras y lo sentaron en la silla, fijando bien los grilletes y pasándole una banda extra de metal en torno al pecho antes de librarle de la máscara de metal.

Los soldados armados se retiraron a los laterales de la habitación sin dejar de apuntar al prisionero, y el de mayor rango se aproximó a una figura que había permanecido todo el tiempo observando desde las sombras.

- Todo listo, señora. ¿Procedemos a la reanimación?

El hombre regresó poco a poco a la conciencia y examinó el lugar en el que se encontraba, analizando cada milímetro de la estancia y los hombres que había en ella mientras la mujer hablaba, para terminar enfocando directamente en ella sus aterradores ojos azul cristal cuando salió de las sombras.

- Bullseye -rectificó en tono inquietante-. Mi nombre es Bullseye.

La puerta se abrió entonces para dejar pasar a uno de los guardias con una pequeña bandeja en la mano que colocó cuidadosamente ante él, y el hombre esbozó una sonrisa socarrona.

- ¿Seguro que no preferiría que usara mi boca para otras cosas, señora? -inquirió de manera sugerente, inclinándose hacia adelante para mirarla a los ojos sin amedrentarse lo más mínimo por su situación-. Le aseguro que también descubriría que puedo hacer cosas imposibles para las personas normales...

En respuesta, la mujer avanzó hasta apoyar las manos sobre la mesa improvisada que habían dispuesto ante el prisionero, acercando su rostro al suyo sin mostrar el menor temor, lo cual le hizo sonreír aún más ampliamente.

- La gente siempre tiene interés en mis... "habilidades". Es lo que soy; un arma, y una infalible.

Amanda se apartó entonces, girándose hacia la puerta que se volvió a abrir, en ésta ocasión para dejar pasar a un tipo de pelo plateado. Bullseye observó cómo le quitaban los grilletes sin que su sonrisa desapareciera en ningún momento de su rostro, ni siquiera cuando quedó patente la intención con la que había sido liberado.

- Hey, tío, me gusta tu estilismo -le dijo, burlón, cuando se le acercó-. ¿Qué champú usas para tener la melena tan brillante? Yo nunca tuve paciencia para el pelo, ¿sabes? Preferí rapármelo entero, es más práctico para pelear.

- No es personal, tío.

- ¿No? Pues lo mío, sí.

El hombre encadenado a la silla se inclinó hacia la bandeja con la rapidez de una serpiente, sujetando entre sus dientes el casquillo de bala y escupiéndolo hacia adelante. El proyectil pasó despedido como si hubiera sido disparado con una pistola, pasando al lado del mercenario.

- Has fallado -dijo, asestándole un brutal puñetazo en la cara al prisionero.

El casquillo impactó contra la pared e inició una secuencia de rebotes por toda la habitación, en apariencia aleatoria, pero que obligó a todos los guardias, incluida Waller, a cubrirse, inseguros de cuál sería el destino final del proyectil. Incluso Savant se detuvo para buscar con la mirada el objeto, interrumpiendo la sesión de castigo al prisionero, que esbozó una sonrisa ensangrentada.


- ¿Tú crees? -inquirió.

Pero antes de que el mercenario pudiera sonsacarle a golpes a qué se refería, el casquillo golpeó en el techo, salió despedido hacia el suelo, impactando justo entre las piernas de Bullseye, y salió despedido hacia arriba, golpeando la bandeja, que salió proyectada arrojando al aire todo cuanto contenía. El tenedor y los cristales destellaron peligrosamente en el aire durante una fracción de segundo antes de desplomarse sobre Savant, que había seguido la trayectoria con la mirada. Los cristales, de mayor peso, cayeron primero, enterrándose profundamente en su cara, y cuando el hombre empezó a gritar y a llevarse la mano al rostro, cayó el tenedor, clavándosele en el dorso. Pronto, el mercenario se encontraba en el suelo, pataleando y retorciéndose sin dejar de gritar mientras la sangre se escurría por entre sus dedos.

El clip, de menor tamaño y peso, fue el último en caer, limpiamente, sobre la mano abierta de Bullseye, quien lo lanzó hacia adelante con un simple gesto del pulgar y el índice. El diminuto objeto golpeó contra la pared y rebotó en el ángulo preciso para impactar, de vuelta, en el dispositivo que mantenía cerrados los grilletes de sus manos, abriéndolos de manera automática. Antes de que nadie pudiera reaccionar o asimilar lo que acababa de suceder, Bullseye alcanzó el dispositivo que mantenía aprisionados los pies, lo pulsó y, recogiendo del suelo la bandeja, la arrojó sobre el primer soldado que acertó a apuntarle con su rifle. La bandeja decapitó limpiamente al guardia, quedándose incrustrada en la pared con la cabeza encima mientras el cuerpo se deslizaba al suelo dejando un reguero de sangre a su paso.

Con toda una serie de impresionantes acrobacias para esquivar los posibles disparos de los demás guardias, el asesino se abalanzó hacia el fusil abandonado.

Bullseye escuchó el discurso de la mujer sin dejar de apuntarla en ningún momento con el rifle, procesando rápidamente la información en su cabeza.

El asesino tenía una concepción muy alta de sí mismo, pero era una concepción basada en hechos reales. No estaba tan desconectado de la realidad como para no visualizar el panorama que le pintaba Waller. No sabía lo que se iba a encontrar al cruzar aquella puerta, y por lo que había visto, aquella mujer no era de las que se andaban con chiquitas cuando estaba dispuesta a ejecutar prisioneros de aquella manera tan poco lícita y ni siquiera pestañeaba al ver caer el cuerpo decapitado de uno de sus hombres. Si sus propios soldados le importaban tan poco, no era difícil imaginar lo capaz que era de cumplir sus amenazas.

Bullseye ya se había encontrado una vez en una situación similar a la que su indeseada anfitriona describía. No había sido mucho tiempo, pero sí el suficiente como para saber que preferiría morir cien veces antes que repetir la experiencia. Para él, había muy pocas cosas peores que tener el cerebro plenamente activo y en funcionamiento atrapado en una carcasa arruinada e inservible, incapaz de moverse o hacer nada. No sabía qué información tenía Waller sobre él, o si estaba al tanto de lo que le había ocurrido cuando el Cuernecitos le había partido la espalda, porque nada en su discurso daba a entender que así fuera, pero desde luego, intencionadamente o no, había pronunciado las palabras adecuadas para hacerle vacilar.

Su mirada acerada tomó nota de lo que sucedía en la estancia, sin perderse ni un detalle; Las miradas asustadas de los soldados... La manera en la que le sostenía la suya sin achantarse un segundo...

Después de un par de tensos segundos... rompió a reír.

- Estás hablando en serio -concluyó con un brillo salvaje en la mirada-. Estás jodidamente loca... ¡me encanta!

Con una amplia sonrisa, levantó el fusil, apuntando al techo.

- Me gustas, seas quien seas. Está bien... hablemos. Pero antes, deshagámonos de ése juguete, ¿te importa?

Con una rapidez imposible de preveer, bajó de nuevo el rifle y disparó. Cualquiera habría podido decir que no había podido apuntar, y, sin embargo, la bala recorrió la distancia que le separaba la mujer acertando en el detonador que sostenía en alto con precisión milimétrica, destrozándolo y enviándolo lejos sin causar el menor daño en su mano. Sólo entonces bajó el arma, aunque sin soltarla aún.

- Tengo preguntas. Varias. La primera: ¿quién eres tú? La segunda: ¿para qué agencia del gobierno trabajas? ¿La C.I.A? ¿La N.S.A? Porque está claro que no eres Nick Furia (y sin duda salimos todos ganando de ello). La tercera cuestión y más importante... Lo que propones me gusta, pero necesitaría saber qué es lo que implica. ¿Voy a seguir siendo un prisionero? ¿Me vais a tener encerrado en algún sitio hasta que llegue el momento de salir o voy a ser libre? Porque si lo que me estás ofreciendo es sustituir una cárcel por otra... No es exactamente lo que yo consideraría... atrayente.

Bullseye la miró fijamente cuando le dio la orden, sin moverse más que para esbozar su característica sonrisita burlona. Contrariamente a lo que pudieran pensar los que le consideraban el perro fiel del Kingpin, lo cierto era que no se le daba nada bien seguir órdenes. Para eso primero había que ganarse su respeto, y se trataba de algo extremadamente difícil de conseguir.

Fue a abrir la boca para decir que no estaba interesado en "una nueva vida" porque ya hacía exactamente lo que le gustaba hacer... pero entonces ella siguió hablando, y lo que dijo le resultó lo suficientemente interesante como para limitarse a escuchar.

Por lo que decía, ARGUS era algo así como SHIELD... sólo que no había oído hablar de ellos en su vida, así que, o eran unos jodidos cracks o debían de ser el equivalente a SHIELD del otro universo. O algo así... porque lo que decía no se parecía mucho al modus operandi del viejo Furia.

Y, entonces, soltó la bomba y el asesino se quedó boquiabierto. Vio cómo entraba el hombre de la barba y dejaba al alcance de Waller el portafolio. Su mirada siguió las letras que aparecían impresas en la portada: Poindexter, Benjamín. Era uno de los alias que había utilizado en su vida, concretamente durante la época en la que había sido agente del gobierno cuando trabajaba para la C.I.A. No se le escapaba lo que aquello representaba.

Waller abrió la carpeta y comenzó a extraer un montón de información personal sobre él: sus más que generosas cuentas bancarias, sus refugios seguros y almacenes, e incluso un exhaustivo seguimiento de los sitios que había visitado en los últimos meses a través de capturas de cámaras de seguridad y muy posiblemente el uso de tecnologías de reconocimiento facial y de la manera de caminar.

- Guapa, si querías saber dónde me gusta ir a comer sólo tenías que decírmelo y te habría invitado a venir conmigo -fue lo único que dijo, sin borrar la sonrisa de su rostro. Era imposible saber si estaba impresionado o no, pero apartó la silla con la mano que tenía libre y tomó finalmente asiento ante la mujer. Cuando dijo que el país le necesitaba rompió a reír como si hubiera escuchado el mejor chiste de su vida, pero la expresión de su rostro era de auténtico deleite-. ¿Yo trabajando para el gobierno? Es lo más demencial que he oído nunca -su sonrisa se amplió al pensar en la cara que se le quedaría a Murdock si algún día llegaba a averiguarlo-. Me encanta. Pero tengo algunas condiciones propias, Amanda. ¿Puedo llamarte Amanda? Acepto llevar un busca. Los busca funcionan por ondas de radio. Te permitirá conocer mi ubicación dentro de un área pero no la localización exacta. No te ofendas pero paso de que sepas exactamente dónde cómo y cuándo decido ir a cagar, le quita mucha magia al romance. Te basta con saber que no me he ido del país y con que pueda acudir con rapidez cuando me necesites. Si aceptas esa única condición soy todo tuyo para lo que ordenes... y no me refiero únicamente a las misiones -añadió con un guiño.

Imperturbable y haciendo honor a su fama de Mujer de Hielo, Waller se levantó ignorando todas sus insinuaciones, pero justo antes de salir dijo algo que se ocupó de disipar las últimas dudas que le quedaban y le hizo dibujar una gran sonrisa en la cara. Así que, efectivamente, Kingpin había tenido algo que ver en todo aquello...

- Puedes decirle al Rey de Diamantes que no se preocupe... -dijo, poniéndose en pie para realizar una elegante reverencia burlesca a modo de despedida-. Soy el mejor jugando al "under the gun" -finalizó con un guiño.