El hombre era alto, esbelto y fornido. Los músculos se delineaban perfectamente bajo la ceñida tela elástica del sencillo chándal negro. Llevaba puesta la capucha de la sudadera, que ocultaba la parte superior de su rostro, pero dejando al descubierto unos ojos de un prístino color azul que habrían podido resultar bonitos de no ser por la frialdad que evocaban. Sentado en la cómoda butaca del despacho, observaba a la terapeuta con las manos metidas en los bolsillos de la sudadera, en un gesto que la doctora interpretó como un signo de reticencia a estar allí, o, tal vez, inquietud... Por debajo de la mesa, su pierna derecha se movía continuamente en una especie de tic nervioso que contradecía su aparente calma.
Andrea Letamendi era delgada, no muy alta, de cabello castaño y unos agradables y simpáticos rasgos que evocaban, quizá, una ascendencia asiática. Tenía una sonrisa que le llenaba la cara. El hombre que se sentaba delante deseó poder borrársela a golpes.
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Había esperado tener la consulta con la doctora Stavridis -fue su carta de presentación. Guau. Tan directo como un dardo en el centro de la diana, pensó la doctora. Parecía que había encontrado el motivo de sus recelos.
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La doctora Stavridis es mi pupila -le explicó con paciencia-
. Hoy no podía venir a causa de otros compromisos, pero me pidió a mí que atendiera sus consultas -sacó su libreta y un lápiz-
. ¿Por qué no me explica su problema, señor Stan?-
Mmmmm.... Bueno, verá... Desde pequeño siempre he sido muy nervioso. No podía parar quieto, tenía muchos problemas en clase... No era capaz de concentrarme, me distraía con cualquier cosa. Mi madre dice que me costaba mucho escuchar y atender, y no me enteraba nunca de nada. Los demás niños me rehuían y me costaba mucho tener amigos, ¿sabe? Nadie quería jugar conmigo. Mi madre siempre dijo que yo... no estaba bien. Que había algo en mí que no era normal. Algo que... fallaba. Defraudé bastante a mis padres. Ellos esperaban que hiciera una carrera, y no fui capaz de acabar ni el instituto. Verá, doctora... Siempre... siempre lo estropeo todo. Y ahora estoy casado, mi mujer espera un hijo, y yo no soy más que un don nadie que no tiene nada que ofrecer. Cada cosa que intento, por pequeña que sea, me supone un esfuerzo... -se sacó las manos de los bolsillos para cubrirse la cara en un fingido gesto de aflicción-
. ¿Qué clase de hombre no es capaz de proveer para su familia? Tuve... tuve una pelea con ella hoy que... -enarcó las cejas y dejó escapar el aire para dar a entender que había sido algo significativo. A continuación, se inclinó hacia adelante-
. Mire, doctora, estoy teniendo mucho estrés últimamente. Ya no puedo más con toda ésta mierda, así que necesito... Necesito hablar con alguien. -
Me alegro de que se haya atrevido a venir. A veces, pedir ayuda no es fácil -respondió la doctora con amabilidad-
. Me ha hablado de su pasado y de su presente, Stan. ¿Qué es lo que le preocupa más? ¿Por dónde quiere empezar?-
No lo sé... La doctora es usted... -replicó él, haciendo un esfuerzo para no dejar traslucir su impaciencia. Justo entonces pareció ocurrírsele algo que le provocó una sonrisa que apenas pudo disimular-
. ¿Dónde cree que está el origen de mi problema, doctora? -inquirió, ladeando la cabeza para mirarla como miraría el gato a un ratón que aún no se ha dado cuenta de que es la presa-
¿Qué es lo que falla en mi?-
Entonces, ¿piensa que algo falla? -respondió ella, tan absorta en sus anotaciones que no se dio cuenta del sutil cambio de actitud en su «paciente»-
. Hay muchos motivos para no haber podido estudiar. Seguro que hay cosas que sí se le dan bien. Por ejemplo... ¿a qué se dedica?El hombre se reclinó hacia atrás en el asiento, abandonando la postura agazapada de depredador que había mantenido un segundo antes al tiempo que entrelazaba sus largos dedos en el regazo.
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Durante un tiempo fui deportista profesional. Lanzador de béisbol. Pero me aburrí. Después estuve en el ejército, pero no era lo mío. Actualmente estoy en paro, ese es el problema. No consigo encontrar nada que me motive, ¿sabe? Cuando era pequeño mis padres me llevaron a ver a una terapeuta. Me dijo algo muy bonito, algo como: "tu energía es como un tren. Solo necesita un carril para no descarrilar". Me dijo que necesitaba plantearme objetivos en mi vida. Encontrar una estrella del norte que me sirviera de guía. Algo que sirviera para mantenerme encarrilado, ¿sabe? Mi pasión. Pero no he sido capaz de encontrarla.-
¿No ha encontrado nada que le guste? ¿Y el béisbol? - preguntó la psicóloga, dándose un toque en la barbilla con el extremo del bolígrafo.
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Me aburrió -respondió encogiéndose de hombros-
. Haga lo que haga siempre me termino aburriendo.-
Ya veo. Entonces, lo que le atrae es... ¿la novedad? - la Dra. Letamendi escribió una anotación en el cuaderno que tenía sobre el regazo.
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Más bien diría el reto. La dificultad.-
Entiendo. Cosas nuevas, y que supongan un reto. Eso no suena a un Don Nadie.-
Tendría que haberselo contado a mi padre -replicó él con una carcajada seca-
. A lo mejor le habría convencido.-
Antes ha dicho que su mujer estaba embarazada... ¿Cómo se siente acerca de formar una familia?-
Oh, es genial. Tengo muchas ganas de tener un pequeñajo y hacer todas las cosas que se supone que los padres hacen con sus hijos.-
¿Cuáles serían esas cosas? - preguntó ella.
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No lo sé -miró hacia el suelo, repentinamente incómodo. Hasta ahora le había resultado tan fácil mentir...-
. Jugar al béisbol, ¿no? Es lo que hacen los padres; se reúnen con sus familias en el parque y hacen picnics y esas cosas -tamborileó nerviosamente en el brazo de la butaca, y el movimiento de su pierna se intensificó, haciendo un verdadero esfuerzo por reprimir todos sus impulsos de clavarle aquél puñetero bolígrafo en el ojo.
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Supongo que es un momento tan bueno o malo como cualquier otro para sacar el tema, pero ya que lo ha mencionado antes... - la psicóloga miró a "Stan" con empatía-
. ¿Por qué no hablamos de su familia de origen?La vista del hombre se volvió borrosa. Los dedos de su mano derecha acariciaban con reverencia la estilizada figura de un pendrive que se encontraba dentro del bolsillo de su sudadera mientras visualizaba la manera exacta en la que podría clavárselo en la frente. Sus ojos se desviaron hacia un pequeño organizador de escritorio al alcance de su mano, con clips, lápices, bolígrafos... Podría matarla en un momento con cualquiera de esas cosas... Tan... fácilmente.... Podría matarla con el teclado, con su propio ordenador... Hasta con la puñetera mesa. Una gota de sudor empezó a resbalar por su frente.
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Hummmm.... ¿soy yo o hace de repente mucho calor? -inquirió, revolviéndose en el asiento y haciendo un esfuerzo por despejar su mente-
. Escuche, doctora, ¿no podría traerme un vaso de agua o algo para beber? Me noto un tanto mareado...-
Claro - dijo ella, interpretando su reacción como reticencia para abordar el tema. Ésta vez escribió la nota mentalmente, al tiempo que se levantaba de su asiento-
Vuelvo enseguida.En cuanto se cerró la puerta, el hombre se levantó para introducir el pendrive en el puerto USB trasero de la torre y se situó en la parte delantera del ordenador, reiniciándolo y ejecutando rápidamente el programa que acababa de saltar. Después volvió a poner la pantalla en modo de bloqueo y regresó a su asiento, dejando trabajar la unidad. Le habían dicho que necesitaría unos diez minutos para copiar todo el disco duro. Aproximadamente tres minutos después regresó la doctora con un vaso de plástico lleno de agua fresca. Se lo tendió y después abrió un poco la ventana para que entrara aire fresco.
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¿Mejor? -preguntó, con amabilidad, regresando a su asiento.
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Sí, mejor, gracias -dijo, aceptando el agua. No era más que un simple vaso de plástico, y sin embargo se le ocurrían varias maneras de matarla con él-
. ¿Estábamos hablando de mis padres, ¿verdad? -la ventana estaba abierta... ¿por qué no se apagaba el fuego?-
. Pues... no hay mucho más de lo que ya le he contado. Ellos pensaban que había un problema conmigo, que había algo que no estaba bien, y aunque nunca lo dijeron específicamente siempre noté que les había defraudado.-
¿En qué notó eso, Stan? - preguntó la psicóloga, mientras esbozaba el árbol genealógico.
¡Puto inútil! ¡Estoy harto de ti! ¡Lo único que haces todo el día es arrojar cosas, y apuntar a cosas y lanzar cosas por ahí! ¡Estoy harto de ti!Llamas. Llamas en la habitación.
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¿Tiene hermanos, o hermanas?El hombre sonrió.
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Si, tengo un hermano mayor que siempre fue perfecto -mintió. La puta no había tenido más que un hijo-
. Siempre lo aprobaba todo con mención de honor, y hoy en día es un solvente arquitecto con estudio propio. Mis padres siempre me compararon con él. La historia no era real, nada de aquello lo era. Entonces, ¿por qué no podía dejar de escuchar la voz de su padre en su cabeza?
¿¿Es eso todo cuanto sabes hacer??-
Y... ¿qué tal se lleva con él ahora...? -preguntó la doctora.
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¿Hm? -inquirió, sin saber inicialmente a qué se refería-
. Ah, mi hermano. Nate -se encogió de hombros-
. No me llevo. No nos hablamos.-
Comprendo... -murmuró, y anotó algo junto al cuadrado que representaba al hermano-
. Hábleme de su esposa. ¿Cómo se conocieron?El hombre tomó una bocanada de aire, armándose de paciencia. Sería tan sencillo arrancarle la información que necesitaba con la pequeña navaja que llevaba oculta en la bota... De haber sido la doctora Stavridis no se lo habría pensado. Pero la doctora Stavridis no estaba, y si al regresar encontraba que habían torturado y asesinado a su mentora era probable que sospechara algo. Y no estaría bien que sospechara, no... El asesino adoraba las sorpresas.
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Cuando volví del ejército y llegué a Nueva York alquilé un apartamento y resultó que era mi vecina. Fui un día a pedirle un poco de azúcar y me la encontré llevando una camiseta de los Cardinals. Los Cardinals, ¿se lo puede creer? -dejó escapar una risita. Para él, las mentiras llegaban con la misma naturalidad que si fueran verdades, construyéndose en su cabeza con la misma fluidez-
. Todo el mundo sabe que los Cubs son mejores. Andrea sonrió, reflexiva.
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Entonces ella vio algo en usted -señaló-
¿Le ha preguntado alguna vez por su perspectiva?Se reclinó en su asiento de nuevo, contando mentalmente los minutos que quedaban para que aquello acabase. Aguantar allí sin matarla estaba siendo una tortura.
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No, doctora. No me hace falta. Sé que ella me echa la culpa de que no tenga trabajo. Se le nota el reproche en la manera en la que me mira. Escuche... no soy un entendido, pero... ¿ahora no tendría usted que sacar sus conclusiones o algo?La psicóloga lo miró, consciente de su impaciencia.
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Bueno, he sacado mis conclusiones, pero una terapia no consiste solamente en eso... -explicó con amabilidad-
. Generalmente hace falta más de una sesión, y no se trata únicamente de definir su problema, sino también de abordarlo. ¿Cree que podría hacer una lista de sus atributos positivos para la próxima visita? Tanto los que usted mismo percibe, como los que le pueda señalar el entorno. Me gustaría que me trajera una lista de los negativos también. La idea es reforzar sus puntos fuertes, y buscar a través de ellos esa motivación que le está faltando.También me gustaría visitar a su esposa, si le parece bien.Aún faltaban unos pocos minutos para que terminara de grabar el USB, la lucecita verde aún seguía parpadeando. Se apoyó en un codo y miro a la terapeuta.
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¿Para que necesita hablar con ella, doctora? Pensaba que el problema era mío.-
El problema en una pareja nunca es de uno solo. O, si lo prefiere, la relación puede estar enferma sin que las personas de la relación lo estén. En cualquier caso, me interesa su perspectiva del asunto.La luz verde se apagó
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Perfecto, doctora -se inclinó hacia adelante con la excusa de recoger su macuto del gimnasio y, por el camino, retiró con hábiles dedos el USB de la torre-
. Me aseguraré de hablar con su secretaria para concertar una nueva cita donde procuraré dejar claro cuáles son mis puntos fuertes.... Hasta la vista...* * * *
Cuando la doctora llegó a la oficina se extrañó de encontrar la puerta entornada. Era demasiado temprano como para que Lucy hubiera dejado abierto.
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¿Lucy? -llamó, abriendo la puerta, pero nadie le contestó, y su escritorio estaba vacío, sin embargo el reproductor de música estaba encendido, dejando sonar una antigua canción de Billie Holiday. En el suelo, ante la puerta, alguien había escrito las palabras
“por aquí” con una sustancia rojiza que inicialmente pensó que debía ser pintura. Varias flechas rojas iban marcando el camino hacia su despacho-
. ¿Qué diablos...? -musitó para sí antes de seguir lo que no podía ser más que una broma...
Pegada a la puerta de su despacho había una hoja de papel donde aparecía escrito, en rojo:
“Hola, doctora. Le alegrará saber que he hecho los deberes. Le he traído la lista de cosas que se me dan bien”, acompañado por un smiley sonriente. Después añadía una postdata:
"Mi esposa no ha podido venir. ¡Tal vez para la próxima!.Sintiendo un mal presentimiento, abrió la puerta...
Le habían empapelado el despacho con las páginas arrancadas de un cuento infantil llamado Topito Terremoto. Las persianas estaban bajadas y la habitación estaba sumida en una extraña semipenumbra. Sin poder quitarse de encima la sensación de inquietud, se aproximó a la primera de las páginas. En ella, se podía leer en grandes caractereres, fáciles de leer:
- Allí bajo el bosque, todo está la mar de tranquilo... ¡Hasta que se despierta Topito Terremoto!:
En la página habían clavado con un alfiler una truculenta instantánea de lo que parecía ser una colisión múltiple de tráfico. El suelo estaba cubierto de sangre, y había decenas de cuerpos desperdigados en las más atroces posturas, con miembros amputados y cercenados. ¿Qué clase de broma retorcida y macabra era aquella? Una flecha roja le indicaba que continuara hacia la derecha, donde se encontraba la siguiente página del cuento...
- ¡Ya se ha acabado la calma! Y es que Topito Terremoto no para quieto ni un segundo. :
En la segunda página del cuento aparecía clavada la imagen de una paloma a la que habían destrozado aparentemente con un yo-yo. De nuevo las flechas le decían que continuara...
- En clase la cosa no cambia...:
Aquí la fotografía mostraba a un hombre al que habían asesinado con un avioncito de papel como el que lanzaba el protagonista del cuento... Encima del cadáver habían dibujado una serie de aros concéntricos reflejando una diana. Armándose de valor, Andrea continuó leyendo...
- Muchos compañeros le rehúyen y él no entiende por qué...:
La siguiente fotografía era aún más terrible, y Andrea experimentó una sensación de náusea al verla. En la imagen se podía ver a todo el personal de una oficina asesinados con los instrumentos más diversos e irreales, desde cartas de póquer, bolígrafos, grapadoras y otras cosas que jamás habría podido imaginar que pudieran usarse para aquello. Y lo peor de todo, es que una sensación de reconocimiento empezó a asentarse en lo más profundo de su ser... Porque las palabras del cuento se parecían muchísimo a la historia que le había contado aquél extraño paciente de hacía dos días... Casi como si las hubiera memorizado...
El cuento continuaba, hoja por hoja, y en cada una aparecía clavada una fotografía de algún asesinato horripilante realizado con los medios más dispares. Finalmente, tal como le había contado "Stan", los padres, cansados de que su hijo no fuera bien, decidían llevarlo a una terapeuta para que les dijera qué era lo que fallaba en él...
- Nadie quiere jugar conmigo...:
Aquí, la fotografía clavada junto a un cabizbajo Topito mostraba a un hombre que había sido salvajemente torturado hasta la muerte con instrumental de cocina. El cuento continuaba hasta que, al final, las flechas la conducían hasta un extraño bulto que habían colocado sentado en la silla de su escritorio. Estaba cubierto con una de las mantas que utilizaban en ocasiones para ofrecer algo de confort a sus pacientes, sólo que estaba salpicada de inquietantes manchas rojas... La siguiente página la habían clavado con la grapadora en la parte superior del bulto, y era la que encerraba la frase estrella que, según Stan, le había dicho su terapeuta...
- Tu energía es como éste tren... Sólo necesita un carril para no descarrilar... Tu pasión:
Aquella era la única imagen que no tenía una fotografía incorporada, pero estaba manchada de una sustancia rojiza que había calado de lo que fuera que tenía debajo... Andrea ya sabía lo que iba a encontrar antes de apartar la manta... Con dedos temblorosos tiró del paño de tela para descubrir el cuerpo de Lucy... A la que habían estrangulado con el cable del teclado, que colgaba ridículamente a su espalda. Tenía los ojos desencajados y el rostro abotargado y amoratado por la falta de oxígeno. Frente al cadáver, sobre la mesa, se encontraban las dos últimas páginas del cuento...
- Al llegar a casa, Topito Terremoto se pasa la noche entera concentrado y motivado en su trabajo de fin de curso:
- Ahora el mundo es un lugar más dulce para él...: