Ghosts & Goblins: Prólogo (Autoconclusivo) [05-05-2019]

GHOSTS & GOBLINS: PRÓLOGO

5 de mayo de 2019

Realmente, no sé cómo empezar con uno de estos. Nunca había tenido el impulso de escribir un diario hasta hoy. De hecho, me pregunto hasta qué punto esto se trata de un arranque natural y no un mero acto de imitación. La emulación supone, hasta cierto punto, admiración. Tampoco sé si puedo decir que admiro a Norman Osborn. No lo creo, o al menos al hombre que todos creían que era. El serio industrial, el hábil hombre de negocios, alguien capaz de multiplicar dólares de forma milagrosa, como los panes y los peces. He tenido demasiados de esos a mi alrededor durante toda la vida. La habilidad para hacer dinero jamás me ha parecido una cualidad admirable o, al menos, no tiene tanto valor como el que el resto del mundo le atribuye. Aunque el dinero es útil, desde luego, gracias a él me encuentro ahora escribiendo estas líneas.

Tener el dinero suficiente para comprar un pequeño almacén en el Upper East Side es un bonito lujo. Un lugar coqueto y apañado, de retiro, donde esconderme. Un despreciable punto anónimo en una zona pija. El pago, como siempre, en efectivo y bajo manga. Siempre estoy vigilado, tal vez por eso no he escrito nunca un diario. Siempre he tenido la sensación de constante vigilancia. Paranoia, que en mi opinión es el estado más alto de la alerta. Una palabra curiosa, mal usada, malinterpretada. Si piensas que todo el mundo puede acceder a tus pensamientos más íntimos, aprendes a que lo cotidiano sea el secreto. Pero ya no importa, casi ni me molestaría que alguien encontrase estos diarios. De hecho, ojalá alguien los encuentre en el futuro. Como yo hice con los de Osborn. El día de mañana puede llegar quien tenga la visión para ser el crítico de mi obra. Aunque para eso, debo tener una obra. Por eso escribo un diario. Demasiados pensamientos que poner en orden. En fin, estoy divagando.

No supe cómo el propietario inicial se hizo con el inmueble. Mejor dicho, el propietario anterior. Poco me imaginaba cuál era el propietario “inicial” cuando lo adquirí. Tampoco tendré la oportunidad de preguntárselo ya. Ha sido la primera vez que he hecho algo así. No personalmente, claro, aún no sé si tengo agallas para eso. Sin embargo, no reduce mi responsabilidad. Otro pago, en metálico y bajo manga, pero con un fin muy distinto. Jamás me vio la cara, ni le importó, sólo quería el dinero. Cara de desesperación, voz de cristal roto. Una foto, un nombre, un fajo de billetes. Todo lo que hizo falta para destruir una vida. Es triste, pero no me entristece. Creí que la culpa me comería por dentro. La espero, pero no aparece. Vender el edificio equivocado, con el contenido equivocado, a la persona equivocada. Qué forma más triste de morir. Pero no me entristece. Ahora lo veo, y Osborn también lo veía así. Era necesario para dar el siguiente paso. Mi vida empieza a cobrar sentido. Pensándolo bien, creo que sí lo admiro.

Tras la falsa pared, los trajes colgados como reses en un matadero. Una visión difícil de olvidar. Los ojos, grandes y amarillos, mirándome ¿Por qué no examinó el anterior propietario esa pared? ¿Lo sabía? No creo que lo supiera, me habría cobrado más. Tal vez pensó que era una broma, una mazmorra de sadomasoquistas, o algo así. A la gente le gusta vestirse de cualquier tipo de cosas hoy en día. Si lo vio, debería haber indagado más. Todo este equipo valdría mucho dinero. Pero no me interesa el dinero y creo que, a Osborn, tampoco le importaba al final.

Los diarios parecían confirmar cualquier loca teoría sobre aquel lugar. La prosa era seca, pulcra, eficiente ¿Acaso imito su estilo? No lo sé, jamás he sabido si tengo estilo propio. Pero no es mi estilo del que hablamos, hablamos del de Osborn. Robótico y desapasionado, salvo cuando hablaba de su nuevo poder. A veces, muy pocas, se permitía el lujo de divagar. He sentido su júbilo a través de sus palabras. Al duende abrirse paso, rompiendo la crisálida del serio industrial. Alcanzando su verdadera naturaleza. Y hoy, para mi sorpresa, me veo deseando lo mismo.

Debo ser cuidadoso. Por las anotaciones, la obsesión de Norman le llevó a la locura, y era un hombre bastante más brillante que yo. No soy ni seré tan inteligente, pero puedo intentar ser más listo. Aprender de los errores de otro es no cometer un error en absoluto.

De niño me obligaron a leer a Shakespeare. Un niño no entiende a Shakespeare, nadie lo hace en realidad. Las palabras pasan ante tus ojos como un pájaro que emprende el vuelo y las olvidas casi en ese instante. Pero las imágenes se quedan. Por eso hoy, me veo ante el espejo, sosteniendo la calavera hueca de un viejo amigo. Uno al que jamás conocí en vida, pero un amigo al fin y al cabo. No es una polvorienta calavera de marfil blanco, sino verde y gomosa. También había fantasmas en Shakespeare. El del padre que vuelve y enseña la verdad y la misión ¿Un padre? Tal vez. Padre es quien te crea, la génesis de tu verdadero ser: “¿Ser o no ser?” Mil veces parodiado, nunca comprendido. Pero sigue siendo, en definitiva, la cuestión.

Y yo elijo ser.

Y, como el fantasma de Norman, elijo ser el duende.

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