Era una tarde tranquila en la soleada ciudad de Gateway. Los niños estaban volviendo a sus casas tras las horas lectivas, cuando un muchacho de cabellos negros como el carbón cruzaba con decisión la carretera hasta aproximarse a una de las casas. El muchacho de no más de 15 años, llevaba unos pantalones tejanos ajustados y una camisa de cuadros escoceses de color rojo, que contrastaban con el zafiro de sus ojos. En cuanto se dispuso a picar a la puerta de los Sandsmark, sus pies le traicionaron y dio media vuelta, alejándose instintivamente de la casa hasta casi esconderse tras los cubos de reciclaje.
— Vamos, Billy… no seas un cobarde. ¡Tú puedes!
El joven tomó todo el aire que pudo con sus pulmones y volvió al ataque, recordándose a sí mismo porqué estaba allí y que había venido a hacer. Pero una vez más, notó que sus piernas flojeaban cuando trataba de picar al timbre.
— No puedo, no puedo, no puedo… — expresó, llevándose las manos a la cabeza y poniéndose de cuclillas en mitad del jardín.
Sus pensamientos vagaron hasta recordar lo ocurrido esa misma mañana en su piso alquilado de Nueva York.
Antes de marcharse para retomar las clases que habían sido canceladas durante la invasión demoníaca, Billy Batson estaba disfrutando de uno de los mejores desayunos posibles: los pancakes con doble de caramelo del tío Dudley.
—¿Porqué no la llamas?— susurró su tío.
— ¿A quién? — preguntó el muchacho, aunque sabía perfectamente de a quién se refería.
— Tu amiga, la chica por la que estabas tan preocupado...— dijo el señor de mediana edad, levantando suavemente las cejas.
Aquellos últimos días habían pasado muy deprisa. Los héroes habían logrado interceptar a las huestes de Raven, liberando a los amigos presos de los hijos de Trigon, y expulsado a todos los demonios del planeta. Lo había visto todo por las noticias, ya que no pudo participar directamente en ninguna de las batallas.
Billy conocía muy bien sus propias limitaciones, y Diana y Batman consideraban que no estaba lo suficientemente preparado para aquel enfrentamiento. Y tenían razón, pero aún así, Billy insistió en que quería ayudar todo lo posible... hasta que sus compañeros le dejaron encerrado en la Atalaya para evitar que hiciera una locura. No podía culparles, seguramente Trigon se hubiera merendado con patatas al hechicero Shazam. Pero aún así... no podía evitar frustrarse al sentirse tan inútil...
Y ahora que por fin todo parecía haber acabado, Billy no paraba de darle vueltas a la idea de ir a ver a la chica que había destruido metrópolis en un abrir y cerrar de ojos. Estaba seguro de que se sentiría fatal por todo lo que había pasado durante la invasión, y estaba muy preocupado por ella. Así que decidió llamarla para quedar un día y...
¿Por qué le hice caso al tío Dudley? ¡Ahora estoy aquí y no he pensado en cómo decirle a Cassandra que soy…
—¿Qué haces aquí, chico?
Billy Batson se levantó bruscamente del suelo, observando con sorpresa a la mujer que acababa de interrumpir sus pensamientos. Era una señora de rasgos afilados que llevaba puesto un traje de chaqueta y pantalón de un color azul muy elegante. Se ciñó las enormes gafas cuadradas al rostro, y observó al pequeño con las cejas levantadas y aire juicioso. El muchacho la reconoció al instante. Era Helena Sandsmark, la madre de Cassandra.
— Eh, esto… yo… pues… verá…— tartamudeó el muchacho, lo que hizo que la mujer levantara aún más las cejas, juzgándole con la mirada. — Había quedado con, con su hija, Cassandra… y… y me estaba atando los cordones, ¡Sí! — el muchacho volvió a agacharse, para hacer ver que se le habían desatado las bambas, y le dedicó una inocente sonrisa a la arqueóloga.
La morena se cruzó de brazos y esbozó una divertida sonrisa en sus labios pintados con carmín.
—¿Por qué no pasas y te tomas algo?
William asintió, y siguió a la madre de Cassandra hasta el umbral de su casa. Sacó las llaves de su bolso y abrió la puerta, pasando al interior de la vivienda antes que el chico. Helena se quitó los zapatos y los dejó en uno de los cajones que había al lado de la entrada.
Billy repitió exactamente lo que vio, a pesar de que se sentía bastante nervioso por su encuentro con la chica maravilla, y sus piernas se agitaban sin parar, como las hojas de los árboles. En cuanto vio aparecer a la rubia, su rostro se iluminó y finalmente reunió el valor de decirle:
— ¡Hola Cassie! ¿Qué tal estás? Me alegro... — tragó algo de saliva, debido al nerviosismo.— Me alegro mucho de verte…