[Minievento WWD] Cuervo de Sangre - Masquerade (Lorenzo, Superboy, Savage) [13/04/2019]

El frío húmedo le caló hasta los huesos, y le despertó con un escalofrío que sacudió su cuerpo erizando todo el vello de la cabeza a los pies. Siseó a causa del entumecimiento que sentía en los brazos, empezando a ser consciente de que no era dueño de su cuerpo. Su mente estaba enturbiada, sus sentidos, sosegados, como si todo a su alrededor sucediera con una lentitud que no era capaz de medir. Apenas abrió los ojos cuando recobró la fuerza para hacerlo, sus párpados pesaban como si acabara de despertarse de una noche de borrachera con el sonido del despertador, y su cuerpo le reclamara las horas de sueño que habría gastado en trasnochar. No tenía idea de lo que hacía o donde estaba y levantó la cabeza en un esfuerzo titánico para vislumbrar en la penumbra que le envolvía un extraño vitral de muchos colores, que titilaba como si la poca luz que pasara a través de él estuviera agonizando. Su boca estaba seca, y lo único que percibía con claridad era un gran peso en el pecho, una sensación terrible... como si supiera que no tenía que estar allí. Que ese era el último sitio en el que debía estar.

Entonces llegó a su mente un recuerdo vívido, de un intenso color rojo. ¿Un cielo de fuego? Había siluetas gritando. Llovían llamas. Le dolían las piernas de correr, y sólo podía pensar... ¿Qué?

Gruñó para sí, como si su cuerpo se resistiera a la indagación que su conciencia estaba llevando a cabo en su memoria. Su mente había empezado a funcionar poco a poco, y quería darle algo a lo que atenerse, por mínimo que fuera. Un recuerdo de lo que fuera, una figura, una frase, un rostro, una localización. Algo que le ayudara a averiguar cómo había acabado así. Una voz llegó a sus oídos con claridad, y alzó la cabeza con rapidez. Sus fuerzas renovadas le permitieron encontrar entre aquella extraña neblina de luz tenue una silueta que sí conocía, y que hizo que el peso en su pecho se volviera peor, antes de mejorar. ¿Qué hacía allí? ¡Podía pasarle algo! ¡Podían hacerle daño, y no podría hacer nada por evitarlo!

El tiro certero le hizo caer. En cuanto sus piernas se apoyaron no fueron capaces de sostenerle, y se echó hacia delante, donde el cuerpo de su mujer se interpuso entre él y el suelo. Su voz le llegó como si pasara por un filtro, pero supo reconocerla al instante, y su rostro dibujó el alivio que su presencia le transmitía. Ángela. Su dulce Ángela, su rescatadora, su salvadora. Como siempre lo había sido. Incluso ahora, en el fin del mundo.

La mujer... La mujer... ¿Qué mujer?...

- Raven...- susurraron sus labios mientras notaba su cuerpo en parte apoyado en el suelo, y el de Ángela a su lado, sosteniéndolo, como la roca que era para él. Sus ojos se llenaron de lágrimas, sin que fuera capaz de contenerlas, ni mucho menos entenderlas. Se sentía miserable por haber hecho que su otra mitad se preocupara por él, pero también había un poso de pena. De pérdida. La mujer... ella había muerto. Porqué. La mano en su melena le pacificó.- Ángela...no... no digas eso... - sonaba como el gruñido de un animal herido, en un consuelo que apenas tenía fuerza para salir de su garganta. Miró a su bella mujer a los ojos, y su corazón se bañó en una alegría que no recordaba. No quería hacerla sufrir, pero ahora su mirada... parecía tan viva. Tan llena de emociones. - No llores mi vida. No te pongas triste. - rogó dedicándole esas palabras de corazón, en el idioma materno que los dos compartían. Acarició con la mano temblorosa la de Ángela, deseando haber sido mas firme. ¿Qué podía hacer para pacificarla?

Ruptura... justo en ese momento, sintió como si el mundo entero se quebrara.

No era ella. No podía ser ella. Eso era sólo un recuerdo. Algo que le recordaba a lo que había sido en otro tiempo. Antes de que sus vidas llegaran a su fin. Antes de empezar esa especie de... coma...

Se encogió sobre sí mismo a causa del dolor que le causaron esos pensamientos, esa verdad escondida que atenuaba cada día, disfrutando sin la vista puesta en el futuro, sólo en el ahora. Las lágrimas se vertieron sobre su rostro, empapando sus manos con un gemido roto. Era su rostro. Era su cuerpo. Era su voz, y sin embargo... ¿Sería un delirio? ¿Un producto de su imaginación? ¿Era una despedida? ¿Era eso el cielo... o era el infierno?...

Y él la miró bajo esa cortina de lágrimas llorando como un niño, mientras la observaba como si fuera la primera vez. Se desprendió de su armadura, y pudo reconocer la luz de su piel morena incluso en las tinieblas que los envolvían, como un faro... que le llamaba.

¿No era eso lo que hacía? Si. Claro que si. Se hundía en mares de pieles de todo tipo añorando el único que deseaba surcar, y que cada día se consumía un poco más. Apretó los dientes mientras los latidos de su corazón resonaban en sus oídos, su pecho atrapado en un vaivén frenético a causa de su respiración.

Vamos, amado, bésame...

Jamás habría usado esas palabras. Parecían tan artificiales en sus labios. Ella era genuina, sincera, sencilla. Se habría conformado con haberle robado un beso, porque así era ella. Su dulce, dulce Ángela.

Pestañeó, tratando de deshacerse de todo ese dolor filtrado a través del llanto, lleno de una rabia
que solía destilar en horas frente al saco, en dolor físico en forma de ejercicio extenuante, o en un desahogo sexual en el que el disfrute era lo principal y también lo pasajero. Mas valía que el mundo se acabara y le dejara quedarse en ese infierno personal... pero...

¿Bastaría con quererlo? ¿Podía ser cierto?

Con la poca fuerza que pudo juntar se irguió sobre sus rodillas, ayudándose con las manos en ese suelo que estaba lleno de vejez espolvoreada, y del que estaba dispuesto a formar parte si eso era lo que el fin del mundo deparaba para ellos. Podía vivir y morir con eso, siempre y cuando le concedieran la gracia de hacerlo con ella. La miró con una muda súplica en los ojos: "Por favor. Por favor... sé ella. Sé mi dulce estrella." rogó alzando ambos brazos, adorándola como un devoto al borde de la muerte pide clemencia a sus dioses.

Su menudo cuerpo femenino reposó en el hueco de un abrazo que crearon sus propios brazos, atrayéndola como si tratara de resguardarla bajo su propia piel.

Y ella se arrodilló dejando que el recuerdo de su aliento le golpeara el cuello...

Y Lorenzo bebió de él dispuesto a ahogarse en un beso que su corazón le aseguró que sería el último.

Supo que llevaba razón en el momento en que sus bocas se rozaron. Si había algo de terrible y oscuro, algo supraterrenal del frío de la muerte que tuviera la capacidad de reptar en el interior de los labios de un ser humano, eso era lo que se escondía dentro de la que creía era su amada.

Bajo la suave piel que prometía la lujuria de un amor recién nacido de las cenizas templadas de lo que había sido, como si brotara de nuevo con la intensidad del primer día, encontró la helada seña del dolor inequívoco, punzante como si metralla le explosionara clavándose bajo la piel. Convertido en uno con el monstruo que lo devoraba, trató de resistir, pero sólo pudo tensar el cuerpo al notar que éste estaba a punto de despiezarse y convertirlo en una masa informe de entrañas y sangre. Si dejaba que esa agonía le consumiera, sólo sería una mancha contra el pavimento. Apenas un residuo.

Nada.

No había espacio ni para que vibrara el aire en sus amígdalas tratando de sacar el último grito del moribundo de su propia voz. Estaba sellado, y al otro lado de la única abertura por la que se le escapaba la vida sólo había una criatura sedienta dispuesta a beber cada gota de la esencia hasta agotarla.

En un instante de lucidez presionado por la asfixiante tortura deseó estar muerto. No era la primera vez que lo pensaba, pero sí la vez que lo deseó con la intensidad de quien roza con los dedos el humo de una realidad que ofrece sus mieles, y que es imposible de alcanzar. Como si el fin de su existencia fuese la mas deliciosa alternativa a la pesadilla a la que estaba siendo sometido.

Pero por si la tortura física no era ya lo bastante cruel, una voz familiar pero horrenda, distorsionada como si le hubieran clavado mil cuchillas oxidadas resonó en su mente con la virulencia de una enfermedad. Hubiera deseado decir que lo peleó. Que aún tuvo fuerzas para conformar un último pensamiento con alguna verdad digna del héroe caído. Un "Jamás" habría sido épico. Un "No voy a rendirme" habría sido valiente. Un "no puedo" habría sido la verdad. Ninguna de esas cosas acudió en su ayuda en la lenta agonía que se lo llevaba, y para su eterna vergüenza, porque sería incapaz de olvidar lo que le sucedería ese día, lo único que cruzó su ser fue una súplica... "Acaba...ya."

Cualquier cosa antes que aguantar ese tormento inhumano.

La voz burlona le hizo sangrar el alma, cuando le confesó unos sentimientos que no eran suyos. ¿O si lo eran?...

¿Acaso importaba ya?...

Ni toda su experiencia, ni todo su saber quiso hacerle un esbozo vago de lo que sucedía, pero en el subconsciente, el miedo le revolvió las entrañas hasta tal punto que pensó que saldrían por su cuenta de su cuerpo, sin la intervención del demonio. Hablaba de sacrificio, o de invocación, o tal vez peor. De posesión. En la neblina exhausta de su mente la infamia se hizo forma, y cargó contra él con su boca ansiosa y que todo lo consumía, dispuesto a tragarlo hasta aniquilarlo por completo.

Incluso en esa negrura profunda, vio el extraño filo de esa espada de hueso.

En la locura de una mente que se extingue de la peor manera inimaginable se encendió la blanca luz de un alivio. Ya llegaba. Pronto acabaría, y podría descansar en paz.

Pero para su sorpresa, no se debió al instante de lucidez previo a la muerte, a la negrura y al vacío. No. La luz se hizo fuerte, y desplegó su silueta hacia la bestia voraz que se precipitaba contra él. Y no tenía cuatro ojos, si no dos. Su figura no estaba cubierta en negrura, si no que brillaba como si el mismísimo sol ardiera bajo su blanca piel. Sus alas desplegadas cubrían un horizonte de bondad sin límite, cargado a sus espaldas. Su blanca energía lo llenó todo y le abrasó con su paz hasta colmarlo...


Jadeó contra el suelo, a cuatro patas, como si el aire fuese lo mas preciado del mundo, y quisiera abarcar el que hubiera en la sala sólo para él. Gruñó como un animal tensando sus músculos, su cuerpo cubierto de un sudor frío, y su piel ardiendo hasta tal punto que expulsaba vaho. Como si hubiera corrido hasta la extenuación en un día helado. Sus músculos se hinchaban bajo la piel a cada respiración, con la energía de los remeros en un barco de esclavos. Esa voz llena de metal se volvió ambrosía de nuevo, dándole una bienvenida que no le correspondía. Su cabeza estaba despejada de manera repentina, y una sensación le atravesó el cuerpo haciendo que se filtrara todo lo que parecía negativo. Deseaba golpearla, apalizarla y destrozarla. Arrancarle la piel a tiras por lo que le había hecho a él. A Ángela... A ella.

Y sin embargo... ¿Porqué ese sentimiento cálido? ¿Ese que parecía resguardar sus emociones plagadas de alivio, como si las mantuviera bajo las amantes manos de una madre? Su razón se puso a trabajar de golpe, a medida que encontraba sus ojos con los cuatro de la criatura mefistotélica que le devolvía una mirada sucia, llena de complacencia y orgullo.

A parte de esa especie de templanza poco digna de la sangre emocional del español, no sentía ningún cambio. Trató de recordar su nombre, las personas a las que quería, su labor, a todos sus hermanos. Trató de recordar cosas absurdas como la clave del banco, y cual era su comida favorita. Sus recuerdos no parecían alterados, dormitaban en el fondo de su mente dispuestos a salir con un poco de esfuerzo en rememorar, como lo hacían los de todos. ¿Sería un truco?

Lo que estaba claro es que la hija de Trigón creía que el era otra persona. Mas bien, otra criatura. Uno de sus hermanos, al que había traído al mundo... el brillo del fino volvió a punzarle la mente, pero ya no sintió miedo. ¿Cómo podía ser posible, si estaba a merced de un demonio terrible que había estado a punto de matarle?

"Olvídate de todo eso. Olvídate de todo ahora. Sólo se quien ella quiere que seas. Sigue vivo un día más. Te has quedado sólo, y ahora estás dentro. Imagina lo que sería capaz de hacerte si descubriera que no eres quien ella cree." un escalofrío le recorrió el cuerpo y se le puso la piel de gallina. Trató de levantarse con esfuerzo, mientras esa carcajada se clavaba hasta el fondo de su cráneo. Lamentaría cada segundo de ella. Se encargaría de eso PERSONALMENTE.

Miró sus manos como si no fueran suyas, cuando la luz bañó la estancia delatando la piel roja como el fuego, y los cuatro ojos brillantes en su frente. Luego miró el resto de su cuerpo, y lo palpó, para asegurarse de que aún lo sentía. Hormigueaba cada centímetro de piel, pero aún sentía cada parte de su cuerpo. Todo estaba en su lugar. Levantó la vista con una mirada encendida, y le remitió una media sonrisa ávida que podría con facilidad interpretarse como deseosa.

El deseo tiene muchas formas, así como la pasión.

No se permitiría volver a caer. Haría lo que tuviera que hacer. Pero se lo haría pagar. No pararía hasta devolverla a las profundidades de las que el infierno en la tierra la había sacado.

Durante la caída en desgracia del Monte Justicia, el frasco donde estaba encerrado Savage fue roto por los escombros, permitiendo a la masa rojiza aprovechar el caos para escapar de sus captores sin ser visto. Después de eso el simbionte perdió la noción del tiempo, la verdad resultaba irónico ver como por una vez el que estaba invadiendo la mente ajena era otro, o mejor dicho: controlándolo.

Sin Shawn para ayudar a oponerse al demonio, este tomó fácilmente el control del alien, el cual se vio abrumado al instante por el irremediable impulso de volver junto con Raven y las otras presencias semejantes a la suya, lo que suponía que eran los hermanos de la criatura.

Al principio intentó evitar que aquel ser dominase totalmente sus acciones, pero todo el razocinio que le quedaba fue reemplazada por la necesidad compulsiva de alimentarse de todo lo que le rodeaba. Ya sean humanos, animales... Aquella sed de poder que tanto sentía parecía que solo podía ser aplacada al regresar junto al resto del ejército demoníaco.

El viaje fue más largo de lo esperado, teniendo que acabar poseyendo a diversos animales como perros para trasportarse de forma más rápida y encubierta, pero tras lo que le parecieron años, pudo fusionarse con una gaviota de la costa y poseerla, pudiendo emprender un vuelo hacia su objetivo. Tras un par de horas, los estrechos ojos del ave localizaron una extraña capilla. Decidió aterrizar en la parte superior de ella, deshaciéndose del cuerpo de la gaviota para volver a su forma viscosa y colarse entre las brechas fruto de los años y poco a poco ir profundizando en la estructura.

Como si de un fiel perro se tratase, el demonio fue rastreando el olor de Raven hasta finalmente llegar a la sala de donde provenía el olor tan delicioso que Gula buscaba: al resto de su familia. Ya dentro de la habitación, Savage pudo reconocer al chico de verde que había atacado a Shawn, la otra figura solo le era vagamente familiar. De repente unos nombres le vinieron a la cabezaIra, envidia. Parecía que no fue el único que había caído en las finas redes de Raven.

Hablando del demonio (valga la redundancia), apareció por la puerta seguida de un humano, según lo que había dicho se suponía que su cuerpo iba a ser el recipiente del simbionte si no hubiese aceptado el regalo de la dama oscura. Gula se acercó bruscamente hacia él y comenzó a reptar por su cuerpo mientras se relamía los labios.

-Una pena hermana, parecía un anfitrión muy...suculento-dijo jocosamente el demonio mientras se volvía a separar del cuerpo.

Envidia se encontraba admirando su nuevo aspecto en un majestuoso espejo. Al fin había dejado atrás ese aspecto de niño bueno que nunca había roto un plato, pero nada más lejos de la verdad, al husmear en sus recuerdos pudo apreciar que no solo había roto un plato sino su bajilla entera y parte de la del vecino.  Pobre chico, tanto poder y nadie se dignó a enseñarle a controlarle mientras sus amigos tenían maestros los cuales considerar parte de su familia. Por eso debía eliminarlos a todos para demostrarles que él era mejor que toda esa chusma junta, para que nadie volviera a recordarle lo miserable que era.



Se giró al escuchar pasos y se colocó junto a Ira, esperando a que la puerta se abriera mostrando a su hermana acompañando de un hombre, al cual miro de arriba abajo. Al no parecer gran cosa se relajó al ver que no tenía que poner a nadie en su lugar, que era por debajo de él porque ya lo estaban. Ante la presentación no supo que le hizo más gracia; si ver que ese era su hermano de la lujuria o que ese humano en un principio iba a ser el recipiente de su hermano gula.

[FDP: Siento muchísimo la tardanza y el tamaño, chicos. Lorenzo está pasando por un punto decisivo en su historia ahora mismo, y es necesario dejarlo escrito.]

A medida que avanzaban, su raciocinio tenía un objetivo claro como el día. Tenía que esmerarse en ver, oír, aprender y sobrevivir. No diría la primera palabra hasta estar seguro de que era capaz de "mezclarse" entre ellos. Porque había más. Ahora lo importante era identificarlos, localizarlos, y en cuanto tuviera oportunidad, dar el aviso.

La figura que caminaba delante de él estaba a sólo una embestida de distancia, pero sabía que habría resultado del todo inútil tratar de hacer nada contra ella. Su poder era demasiado fuerte. En ese momento las ideas más retorcidas le cruzaron la mente. Si hubiera tenido el valor de activar a las diez hermanas puede que hubiera tenido alguna oportunidad. Sin embargo no quería seguir arriesgándose a perder mas almas. Nadie tenía derecho a hacer que otro renunciara a su ser inmortal y en su ignorancia... puede que eso fuera lo que había estado haciendo todo ese tiempo. Sus pensamientos volvieron a Ángela justo cuando estaba a punto de dejarse llevar por la rabia en un arrebato. Si ya estaba todo perdido...

Pero no lo estaba.

Ese extraño sentimiento de esperanza se le había aposentado en el fondo de la cabeza, como un Pepito grillo sin voz. Notó como de alguna manera, cuando la tormenta de sus emociones quería hacerse dueña de sus actos, algo la retenía. No era como una cadena o una correa, era como si en el momento indicado en el que estaba a punto de ahogarse en la desesperación una mano le sujetara por el cuello y le sacara de ese mar helado para dejarle tomar una bocanada de aire más.

El abrazo de un ser querido en el momento adecuado...

¿Cómo podía sentirse de ese modo con todo lo que había pasado? ¿Sería cosa del shock o es que estaba empezando a volverse loco? ¿Tenía algún sentido tener esa sensación de seguridad, aún cuando cada paso le acercaba más y más a un nido de horrores en el que le esperaban criaturas abyectas capaces de matarlo sólo con enterarse de que en realidad no era quien ellos creían que era?

Le invadió una enorme tristeza que le humedeció los ojos, que se secó de inmediato... y volvió a suceder. Cuando sus emociones se hundían hacia lo oscuro le surgían fuerzas renovadas. Ángela, Sieglinde, Björn, Omar, sus compañeros, sus chicos... Todos iban a pelear hasta su último aliento. Sintió como si todos ellos estuvieran a su espalda apoyando sus manos contra él, dándole suaves palmadas de apoyo. Revivió todas esas veces que se había sentido herido, incapaz o cuestionado. Cómo le había quitado importancia y había pretendido estar bien. Cómo ellos habían sabido bucear en su interior hasta sacar a la superficie aquello que le hacía sentir dolido con la intención no de exponerlo o humillarlo, si no de comprender el daño para poder sanarlo.

Y aún quedaba algo...

¿Estaba realmente muerta o podía arrancarla de las garras de ese demonio que parecía haberla consumido? ¿Formaban parte del mismo ser? ¿Esto era lo que ella era? ¿O era la joven aislada y de carácter altruista con la que se había carteado hasta forjar una amistad que ahora le parecía irreal?

¿Habría aún un modo de salvarla?...

La luz le cegó durante un instante, y tres siluetas se dirigieron hacia él haciendo que recobrara la razón. No tenía más tiempo que dedicar a sí mismo y a sus miserias. Ahora tocaba pelear por su vida. Cuando les presentó lo único que hizo fue mirarlos uno a uno con intensidad. Tenía que tratar de enfocarse en reconocerlos, y saber así a qué se enfrentaba. Lo hizo casi de inmediato: Había hablado con Raven acerca de Garfield; Superboy no tenía pérdida, sus actos habían supuesto una delicia para los extremistas que querían volver a la época de "la marca"; respecto a la última cosa, sólo podía estar seguro de que debía tratarse de algo con base orgánica, pero sacado de alguna retorcida pesadilla.

No pudo evitar que su cuerpo se tensara ligeramente cuando aquella cosa grumosa se deslizó hacia él acariciándole el cuerpo de una manera que se le antojó virulenta y obscena. Rav... no. El monstruo de cuatro ojos... explicó sus planes a los presentes. Luego se dirigió a él de nuevo. Se esforzó en no apartar la mirada de esos cuatro ojos llenos de una maldad que parecía infinita. Por mucho que hubiera entrenado, nada podía prepararte para encarar algo como eso.

Y entonces, en algún sitio en su pecho, sintió un extraño miedo por si mismo. Como si fuera capaz de verse a través de sus seres queridos. Lo que ellos pensarían de saber que estaban en esa situación. ¿Que habría querido que ellos vieran?

El monstruo esperaba una respuesta, y esa cosa repugnante empezaba a separarse de su cuerpo con una exasperante parsimonia, como si no hubiera renunciado del todo a la posibilidad de devorarlo.

- ¿Dárselo? - gruñó con gravedad y un suave matiz siseante en la voz arrugando la nariz con desprecio sacudiéndose lo poco que quedaba de "gula" de una de sus manos. Luego la estiró y la contemplo con mimo, mientras una media sonrisa socarrona se dibujaba en su rostro. - No sabría que hacer con él. - añadió arriesgándose.

A partir de entonces cada muestra de adoración, servidumbre y sensualidad sería en realidad una puñalada que el español infringiría en las espaldas de la hija de Trigón. Así debía verlo si quería seguir vivo.

Podía fingir lascivia. Podía forzar su deseo. Lo había hecho cientos de veces. No en esas circunstancias pero si el rumbo de su vida le había preparado para un papel, ese era el de lujuria. Tomó la mano del amenazante ser de piel rojiza y lo hizo descender por su propio torso mientras una expresión de dominación se dibujaba en su cara. La agarró por la cintura atrayéndola hasta que sus cuerpos hicieron contacto y lamió su rostro con lentitud y avidez. Luego se rió de una manera ronca y extrañamente seductora.

- Hagamos que el Sabbat se sonroje...- susurró en su oído.