El lenguaje de la música (Alice Delaney) [15/05/2018]

Delaney había sido siempre una chica terriblemente aplicada. Tal vez por su carácter cerrado y sus dificultades sociales, encontraba en el estudio un refugio y un modo de proyectar toda aquella curiosidad intelectual y esa necesidad por relacionarse, en los intercambios que se ofrecían entre profesores y estudiantes. No había complicaciones, había unas pautas claras y sabía en todo momento lo que se esperaba de ella. Eso era especialmente cierto cuando se trataba de la música. Tener que tratar una asignatura que llevaba tan cercana a su corazón hacía que pudiera desplegar completamente su pasión y volcarse en cuerpo y alma a todo lo que estudiaban. A ella, no le parecía que Dragoslav fuera especialmente distante. El trato cordial de la británica se adaptaba como una segunda sombra a la severidad del profesor bosnio, y ese aire profesional que mantenía lograba que ella se encontrara en un ambiente acorde a su zona de comfort.

No solía levantar la mano. No solía participar activamente en ninguna de las lecciones, y solía mantenerse en silencio, tomando cientos de apuntes y escudriñando con los grandes ojos naranjas cada uno de los movimientos del profesor, cuando éste, como ahora, se dedicaba a reproducir música en la radio. Alice cerró los ojos, escuchando la melodía que días antes había poblado su habitación mientras hacía los deberes. Sin pensarlo, sus dedos tamborileaban imperceptiblemente sobre el pupitre, siguiendo la digitación que las notas encontrarían sobre las teclas. Tenía mucho cuidado de no hacer ruido alguno, dejando que sus dedos a duras penas rozaran la superficie de madera.

Lo que le hizo abrir de nuevo los ojos, sin embargo, fue el silencio. Una vez Dragoslav hubo hecho su última pregunta, el silencio se propagó como un manto, extendiéndose a todos y cada uno de los alumnos, de modo que la británica miró a su alrededor. ¿Nadie? Sus manos detuvieron el insonoro e invisible concierto, y se mordisqueó levemente el labio inferior. No necesitaba abrir la libreta para recordar lo que había apuntado en ella, con la letra pequeña y pulcra. Le daba demasiadas vueltas a lo que escribía y acababa de escuchar la melodía, por lo que era más difícil todavía que no lo recordara. El problema, es que a la hora de explicarse, que es lo que pedía el profesor, encontraba dificultad por poner en orden las palabras que pudieran reflejar correctamente sus pensamientos.

- Uhm... - aventuró, con un hilo de voz y la ausencia de la seguridad que tendría si no estuviera hablando en frente de una clase. - Shostakóvich se debatía constantemente por la música que le pedía su alma de compositor y aquello que le pedían que compusiera. El modo que tenía de conseguir mezclar los dos y escribir las piezas que pudieran satisfacerlo como artista, era hacerlas abstractas, de modo que aquellos que no comprendían realmente la música no pudieran criticar su trabajo y comprender realmente sus motivos. Con tal de no escribir un himno de alegría a Stalin y poder retratar las dificultades del pueblo tal y como él quería, mezcló las dos. - no estaba acostumbrada a hablar tanto, así que prosiguió, todavía en un hilo de voz, frotándose los dedos y con la mirada gacha. - Aunque fue criticado de infantil al negarse a celebrar el régimen y componer una melodía tan alegre que podía ser considerada una burla, lo que logró fue... desestimarlo. Quitarle importancia y dejarlo en un segundo plano. Fue su modo de plantar cara a la dictadura.

Se quedó en silencio, un, dos, tres... cuatro segundos. Y alzó la mirada al profesor, con una expresión de neutra inocencia. No buscaba los puntos de la nota final, tan sólo responder a la pregunta del profesor, para que la clase pudiera seguir avanzando.

"No está preparada" pensó inmediatamente la joven. Pero por alguna razón las palabras no llegaron a escapar entre sus labios. Se quedó un instante quieta en el lugar, con la mirada fija en el profesor mientras intentaba procesar la línea de pensamientos. Había dado la respuesta correcta y eso le había prendido una especie de calidez en el pecho, una sensación de satisfacción familiar que sentía cada vez que estaba a la altura de sus propias expectativas. Lo que no se esperaba es que fuera seleccionada para la muestra. Le hubiera gustado decir que no estaba preparada, la canción, pero sabía que eso era mentira. Hacía días que se había dado por satisfecha con la melodía. Pero no había tenido ocasión de ponerla en práctica. La que no estaba preparada era ella, como interprete, ya que siempre había tocado el piano para si misma, y jamás para una audiencia. Una mano se deslizo junto a su pelo, buscando el borde de una gorra de lana que descansaba sobre el pupitre. Al no encontrarla, bajó hasta juguetear con la melena, casi como si esperara ganar algo de tiempo, el que necesitaba para decidir qué hacer.

Pero negarse a hacer algo que pedía el profesor, simplemente, era inconcebible para Delaney. Se levantó muy lentamente, deteniéndose únicamente para tomar su libreta. Creía ser capaz de tocar sin necesidad de mirar las partituras, pero aun así, su carácter humilde la llevaba a considerar siempre el error, y su falta de confianza hacían que le pareciera siempre que ese sería el caso. También tomó el gorro... se sentiría más cómoda con él.

De camino al piano, la británica dedicó un par de miradas apuradas a los compañeros de clase a medida que pasaba a su lado para sentarse en la banqueta y color la libreta perfectamente recta y en la página indicada. Se tomó su tiempo, asegurandose de que estaba bien sentada, las manos en la posición correcta, y colocó el gorro de manera que quedara justo por encima de sus ojos, cubriéndole la parte superior de las orejas.

No iba a tocar la primera nota hasta que se sintiera preparada. La música era algo especial para ella, demasiado cercana a su corazón para ser tomada a la ligera. Y aunque Alice solía ser muy pesimista, había decidido centrarse en otro sentimiento para aquel proyecto. Suspiró, intentando calmar la tormenta de su corazón, hasta que finalmente sus dedos se posaron suavemente sobre las teclas. La melodía se inició sencilla, utilizando la mano izquierda únicamente para imprimir un contraste más grave. Una melodía que se podía tocar solamente con una mano. Pero a medida que la canción avanzaba, añadía más notas que se entrelazaban en armonía. Como siempre, la música la envolvía y hacía que dejara atrás cualquier otro pensamiento. Se olvidó por un momento de que estaba en el aula, y poco a poco su cuerpo empezó a mecerse acompañando su composición. Sus ojos se cerraban a veces volcándose en el sentimiento que la había llevado a escribir esas notas.



Aunque sus labios no estuvieran tensos en una sonrisa, no había duda alguna en el estado de ánimo de la estudiante, en aquellos breves minutos en los que danzaba en silencio con el piano. A duras penas cuatro minutos antes de un final abrupto, en el que pareció romperse el hechizo. No había terminado la canción, pero por alguna razón, se detuvo. Dragoslav había dicho que mostraran lo que tenían adelantado, y de nuevo, no se sentía cómoda mostrando la pieza entera. Eso tendría que esperar.

Si el profesor no la detenía, Alice recogería sus cosas y volvería a su pupitre, donde se quitaría el gorro y se hundiría en la silla, como si quisiera volvera a ser invisible.

Uh oh. Llegaba el momento de explicarse. Los dedos de la británica empezaron a moverse discretamente bajo las mangas, jugueteando con ellas, apretando la tela entre sus dedos. Pero eso no era una conversación entre amigos, no podía simplemente intentar pasar desapercibida o evadir la pregunta. Estaba en clase. Tenía que responder al profesor, y ella, siempre había sido una estudiante modelo. No podía simplemente dar una respuesta ambigua para poder ir a sentarse. Dedicó una última mirada de soslayo al piano. Recordaba perfectamente en qué pensaba al componer la melodía, pero no había tenido tiempo de ensayar la respuesta para darla frente a una audiencia.

- Nueva York... – apretó los labios entre sí durante un breve instante, mientras hacía acopio de valor. No tenía problemas en explicar su historia, sobretodo porque se encontraba en un ambiente donde la misma parecía tener cien y un reflejos. Todos había vivido cosas similares. - Mis padres no saben que soy mutante… En Inglaterra tuve problemas para relacionarme con otras personas con naturalidad, y los doctores pensaron que tenía algún tipo de deficiencia de aprendizaje debido a mis dificultades para comunicarme. La Mansión… Me presentó una oportunidad de experimentar la vida de un modo más humano. Me dio esperanza… Y me basé en ello para componer la canción. – Tal vez tendría que haber alzado un poco más la voz al explicarse. Pero así era ella, y responder no significaba tener que hacerlo de un modo que no fuera natural para Delaney.

Eso sí, una vez aclarado ese punto, era innegable que el cuerpo de la británica se moría por dar esos pasos que la separaban de su pupitre, de poder hundirse de nuevo en la discreción y la falsa invisibilidad que le ofrecía el poder esconder la nariz tras la libreta. Si Drago no volvía a intervenir o a hacerle una nueva pregunta, eso era exactamente lo que haría.

Cuando al fin se marcó el final de la clase, Alice pensó que ya había pasado todo. Que podría ocultar la mirada bajo el flequillo y volver al refugio que le inspiraba su habitación. No fue así, pues el profesor Katich le indico que se quedara unos segundos más para hablar con él. Fue como el pistoletazo de salida para que su mente se pusiera a trabajar, una vez más, a mil por hora. Bajo le pupitre, la rodilla empezaba a temblar, arriba y abajo, empujada por el tic y los nervios. Los dedos jugueteaban una vez más bajo las mangas y se mordía el carrillo intentando pensar en qué podía haber hecho mal. En qué habría fallado para que le pidieran quedarse después de clase y cuántas cosas podría haber hecho mejor. Tal vez tenía que ser más participativa en clase, o había algun error en su pieza que el maestro había tenido la bondad de no querer corregirla en público. Fuera como fuere, la ansiedad arrastraba consigo el ánimo de Delaney, hasta que finalmente se quedaron solos, la puerta entreabierta, y Dragoslav fue a sentarse cerca de ella. Alice era incapaz de mirarle a los ojos, todavía refugiada a la defensiva con la tensión de cada uno de sus tics, hasta que llegó a ella la voz de Eclipse.

Una felicitación. Con los labios ligeramente entreabiertos, Alice finalmente tuvo el valor de alzar la mirada y buscar la de su profesor. Todo su ser había parado al unísono. Ya no jugaba con sus mangas. Ya no mordisqueaba la parte interna de su mejilla. Su pierna se había detenido por completo y para ella, lo había hecho el mundo.

El alivio se esparció por su columna, llegando a cada punta de los diez dedos de Delaney, quien intentó por todos los medios posibles disimular el suspiro que iba a escapar de la jaula que eran sus costillas, mientras intentaba centrarse en lo que le comunicaba su profesor.

Era la primera vez desde su llegada a la mansión que sentía que de verdad se había ganado algo con su esfuerzo. Porque a diferencia de su poder, al que trataba con tanta distancia y frío respeto, no había un pero. No había un debes controlarlo, el hay potencial pero tienes que usarlo, simple y llanamente, se había esforzado, y tenía potencial, e iban a darle las herramientas para seguir perfilandolo. Y a diferencia de sus poderes, era algo que Alice si podía abrazar en su totalidad, volcarse por completo con el amor y la pasión que le profesaba. Un nuevo tipo de tensión hizo que la espalda de la británica quedara totalmente erguida, pero esta vez, era el orgullo lo que henchía su pecho, a medida que las palabras de Dragoslav hacían mella en ella y se reflejaban en una sonrisa de absoluto deleite. Una sonrisa totalmente genuina, que mostraba los dientes, tan distinta a los gestos tan comedidos y mesurados de la joven sirena. Algo que denotaba que de algún modo, las palabras del profesor habían llegado realmente a ella, habían tocado su alma y la habían motivado a algo. Y ese algo eran las clases particulares que le ofrecía. Clases donde no tuviera tanto problema para desenvolverse y mostrarse como era, donde poder sentirse cómoda y ser ella misma, donde poder dar rienda suelta a la música que daba forma a su alma.

Cuando al fin habló, la voz de Alice Delaney ya no era un susurro. Tampoco iba a gritar, ni alzar el tono, pero parecía haber ganado una fuerza inusitada. Fuerza que al parecer, Dragoslav Katich iba a escuchar mucho más a menudo de ahora en adelante.

- Sería todo un honor, profesor. Si me permite que le de ya mi respuesta... Me encantaría aprovechar la oportunidad.