Puesta a punto. [Athenea A.] (17/6/2018)

Ese tarde, una tormenta se desataba en el cielo de Nueva York. Sobre un telón de nubes grises, los rayos y truenos competían con el brillo del neón y el ruido del tráfico que daban vida a la Gran Manzana. Aunque alguien se lo hubiera preguntado, seguramente sería imposible determinar quién llevaba las de ganar. No era como si importara, desde luego. Los habitantes de la ciudad que nunca duerme apenas se paraban a mirar el cielo, y esa tarde menos que nunca. Cubiertos con sus paraguas y abrigos, se apresuraban en un rápido desfile, tratando de sortear a sus semejantes para alcanzar la seguridad y sequedad de sus hogares. Formando patrones tan intrincados que eran casi imposibles de imaginar, a pesar de estar movidos todos ellos por un único deseo simple. Llegar allí. Pronto. Y el señor Schrödinger compartía ese deseo, a pesar de no sentirse especialmente importunado por el frío o el agua que empapaba sus zapatos. Caminaba entre la multitud, con un paraguas negro abierto en una mano y un maletín de cuero del mismo color en la otra. Esos dos objetos eran todo lo que necesitaba.

Finalmente, se detuvo frente a un portal en particular. La consulta de una psicóloga, Athenea A. Era extraño que su apellido completo no apareciera por ninguna parte: A simple vista, eso daba cierta sensación de anonimato… Y eso no era algo del todo deseable para una terapeuta, a su juicio. Al fin y al cabo, es difícil abrirse a una persona que ni siquiera desea compartir su nombre completo.

Pero esos eran detalles sin importancia: El científico no pensaba entretenerla mucho tiempo, tan sólo el necesario para prepararse para su viaje a Alemania. Sus ojos se deslizaron por la placa plateada que había en el portal, deteniéndose tanto en las propias letras como en su significado. Y, cuando se consideró satisfecho, cerró su paraguas y lo sacudió antes de entrar. Quedaban diez minutos para su cita con la doctora. Y, tomándoselo con calma, le sobraron cinco.

Había llamado con una semana exacta de antelación, pidiendo cita para ese día a las seis de la tarde en punto. Y no era lo único en lo que había sido extremadamente preciso. Athenea sabía, desde hacía siete días, que ese cliente en particular quería poner a prueba su propia mente. Tests de inteligencia. De personalidad. Velocidad de razonamiento y reacción. Comprobar si había algún trastorno del que hubiera que preocuparse. Pruebas de percepción. Era, probablemente, una de las peticiones más extrañas que habría recibido en todo el mes. Pero Adam tenía sus motivos y, teniendo en cuenta que los clientes habituales de Athenea eran héroes, suponía que la mujer debía de estar acostumbrada en cierto modo a las extravagancias de algunos pacientes.

Tras saludar a la recepcionista y depositar su paraguas en el lugar que le correspondía, el científico se sentó en una de las butacas de la sala de espera. A pesar de la comodidad del asiento, que invitaba a hundirse entre los blandos cojines, conservó una postura recta y simétrica que cualquier fisioterapeuta hubiera aprobado como saludable. Y así se lo encontró Athenea cuando fue a buscarlo.

Así, de primeras, su paciente no daba la sensación de ser alguien que pudiera encontrarse en la consulta de un psicólogo. Ya no era joven, y los años habían dotado a sus rasgos de un aire de calmada seguridad, de sólida cordura más apropiada para dar consejos que para escucharlos de alguien más joven e inexperto. Su pelo, algo más oscuro que el de la mujer y jaspeado de hebras de plata, ayudaba a definir la imagen de seriedad que ya indicaba su traje azul oscuro. Sus ojos pardos no dejaron de vagar por la habitación en ningún momento hasta que ella llegó, fijándose en detalles invisibles para el ojo desentrenado. -Buenas tardes. Usted debe de ser la doctora…-Se incorporó, poniendo en relieve sus alturas idénticas, y le tendió la mano. Si Athenea decidía estrechársela, encontraría un agarre firme, pero controlado para dar una impresión deliberada de profesionalidad. -Soy Adam Schrödinger. Es un placer.

El gobierno la había enviado a EEUU para realizar unas gestiones e investigar un asunto de índole privado y de paso aprovechar para analizar la salud mental de algunos héroes que habían estado expuestos a situaciones realmente traumáticas. Puesto que tenía pensado quedarse una temporada en EEUU, aprovechó para aceptar casos privados. El día de hoy, le tocaba atender un singular caso, un cliente había pedido hora con el fin de ser analizado, una suerte de puesta a punto, para ello había solicitado que le pasaran todas las pruebas de baterías existentes para cerciorarse de su inteligencia, salud mental y el bienestar de su personalidad. Ya tenía pensado como seguir este caso, era evidente que había que atender las necesidades del paciente, pero Athenea sabía a la perfección que en este caso facilitarle todo lo que pedía tan solo iba a asentar una posible obsesión. Pero tan solo era una mera suposición, por lo que esperaría atenderlo antes de perfilar su auténtica demanda.

No estaba pasando por su mejor momento, hacía poco que su ex pareja la había dejado por cuarta vez y estaba iniciando una especie de relación con un tal Matías que había conocido por casualidad en un foro de psicología. Una relación extraña en la que ambos se iban cubriendo sus inseguridades. Era la misma historia de siempre, Joan se había encaprichado con una chica más esbelta, más adinerada, más simpática, más inteligente, y él necesitaba un tiempo para pensar. Pero Athenea realmente se había cansado de esta situación, y sí, era la cuarta vez que la dejaba, y sí, valga la redundancia, era la misma historia de siempre. Él la había llamado, se medio reía con esa estúpida sonrisa, y le pedía tiempo para pensar. Al cabo de unos minutos, como siempre, ella le sonsacaba que había otra chica, como una pobre tonta ella le suplicaba una oportunidad, para finalmente colgarle entre llantos. Es cierto, el patrón se había repetido, era lo mismo de siempre, pero esta vez no lloraba porque quisiera volver con él, esta vez lloraba porque estaba cansada de esta desesperanzada situación. En fin, esperaba poder pasar página en poco tiempo, y la verdad es que albergaba bastantes esperanzas. Además, Matías la ayudaría a salir de esta, aunque fuera desde su tosca actitud.

Lo importante es enfatizar su "necesaria existencia" aunque sea desde el desprecio.

Es la hora de comer, había aprovechado su mañana para gestionar unas gestiones. Su despacho ya estaba preparado, y su secretaria ya estaba informada de los pacientes que tenía que atender. Aunque en realidad, esta tarde solo tendría que atender al señor Schörodinger, y habían acordado verse a las 18h en punto; Athenea debía reconocer que hubiera preferido tener la tarde libre.

Realmente hoy hacia un día horrible, el tiempo acompañaba su estado de ánimo. Nubes negras, truenos, una lluvia intensa; por suerte había conseguido un paraguas que la recepcionista del hotel en el que se hospedaba, le habia prestado. Sentada en el pequeño café del final de la avenida, bebe su chocolate caliente que acompaña de un sándwich de jamón y queso, si bien le agrada la comida sana, debía reconocer que desde hacia cuatro años se había abandonado a la comida basura, aunque seguía tan delgada como siempre.

"Mañana empezaré a comer bien" Se miente a si misma mientras da un sorbo a su bebida ojeando un artículo que realmente no le acaba de interesar.

Un relámpago llama su atención, a través de los trasparentes cristales observa como ilumina una fuente que se encuentra enfrente de la calle en medio de una especie de parque. En esa fuente no hay nadie, el agua se desliza a través del mármol sin piedad, el agua purifica pero también puede infectar si esta ha estado estancada durante mucho tiempo. Athenea no puede evitar rememorar como su madre trataba de empujarla en vano a una fuente a sus seis años. Habían ido a un pequeño pueblo de la isla para bautizar a Athenea. Tras una ardua discusión con el padre de familia con la que en ese momento convivían, su madre cogió de la mano a Athenea y se la llevó sin pensar. No recordaba el motivo de la discusión, tan solo los gritos que se propiciaban. La pequeña Athenea trataba de imaginar una situación en la que nada de esto estaba pasando, en la que todos eran idealmente felices. Su madre la estira hacia ella, "ya es hora de que te bauticen", la mirada de su madre realmente le producía miedo, parecía que sus ojos iban a salirse de sus órbitas, podría haber gritado o llorado, para quedarse con su nueva familia, pero la idea de perder a su otro progenitor la superaba. Por lo que con cierta aprensión decidió seguir a su madre. Recuerda como durante el camino los coches pitaban a su alrededor "¡Es su culpa conducen como capullos!" pero Athenea sabía perfectamente que era su madre la que ponía en peligro al resto. Un eterno recorrido después, llegaron a la supuesta mejor iglesia de la isla, en la que fueron atendidas por un sacerdote.

- Hoy no podemos bautizarla, hay lista de espera, además tiene que preparar unos sacramentos. -Este hace una leve pausa mirando a su madre con cierta preocupación, parecía que se percataba del malestar de la mujer que tenía ante él- Pero por favor vuelvan pronto.
- ¿Nos podríamos quedar esta noche en la iglesia? -Preguntó su madre con una sonrisa nerviosa tratando de ocultar una desesperación que Athenea percibía-
- Lo lamento, no tenemos lugar para atenderlas, pero como ya le he dicho le agradecería que nos den noticias lo más pronto posible.

Con lágrimas en los ojos, su madre salió de la iglesia cogiendo fuertemente la mano de la pequeña. Al salir de esta, percibieron a lo lejos una fuente. Athenea soltó la mano de su madre para dirigirse a la humilde fuente, empezó a caminar por encima de la superficie plana del borde, no era la primera vez que lo hacía, con su mejor amiga solían correr por encima de esta con sumo cuidado para no tropezar.

-Athenea te vas a caer, bájate de la barandilla -Amenaza su madre con una tétrica voz que Athenea apenas reconocía-

-No te preocupes, no es la primera vez que lo hago, no me caeré -Argüía Athenea con orgullo mientras caminaba con agilidad por esta.-

No recuerda muy bien como, pero al cabo de unos instantes su madre se había subido a la barandilla para empezar a perseguirla. Con sentido miedo Athenea acelera su paso, la persona que tiene ante ella tiene el aspecto de su madre, pero no es su madre. Por suerte su agilidad permite esquivarla, pues Athenea es una artista del movimiento, o por lo menos lo era. Al bajar de la barandilla, empieza a correr para escapar de la persona que ha tomado la apariencia de su madre, pero un estruendoso ruido llama su atención, su madre acaba de caerse en la fuente. Con cautela Athenea se acerca.

- Ves te he dicho que era peligroso jugar con la fuente, acércate Athenea no te haré nada -Le asegura la que parece su progenitora con lo que parece una sincera sonrisa-

Con reticencia Athenea se acerca.

- Súbete de nuevo Athenea -Señala su madre con un susurro mientras jugueteaba con el agua permaneciendo dentro de la fuente-

Athenea sigue su orden confiando en que así su madre saldrá de la fuente. Pero una vez encima de la barandilla, en un descuido de Athenea su madre la atrapa y la tira dentro de la fuente, hundiéndola dentro del agua, al recobrar la respiración o la conciencia, en realidad no sabría decirlo muy bien, su madre prosigue.

- Te he dicho que tuvieras cuidado con la fuente, ves como es fácil que te caigas -Vuelve a esbozar esa forzada sonrisa de la que Athenea escaparía si tuviera fuerzas o algún lugar a donde ir, pero es la única cuidadora que le queda y no puede dejarla sola-
-Pero si me has tirado tú -Afirma con desafió la pequeña que tan solo quiere volver a su tranquilo hogar-
-Athenea sabes que es pecado mentir, no podrás bautizarte si sigues mintiendo de esta manera -La mira fijamente sintiendo realmente las palabras que emite manteniendo con fuerza a Athenea contra ella para que no pueda salir- Pero no te preocupes esta es agua bendita pues forma parte de la iglesia así que podemos considerar que estás bautizada -Agarra a Athenea y la vuelve a hundir dentro del agua-

Totalmente desconcertada Athenea decide mantenerse en silencio, pues sabe que reaccionar contra su madre en este momento tan solo podría alterarla más, y prefiere desconocer las consecuencias. Ante su silencio y sumisión parece que su madre se tranquiliza y decide pasar la noche en casa de la primera cuidadora de Athenea, la cual acepta preocupada.

-Lo lamento mucho pero solo podréis pasar una noche -Explica inquieta mirando de soslayo a la pequeña Athenea la cual corresponde suplicando que se ocupe de su madre, pero parece que no consigue comunicarse debidamente- Aunque si quieres puedo encargarme de Athenea -Ante esta propuesta Athenea empieza a llorar desconsoladamente pues sabe que si permite que su madre se marche sin ella, no volverá a verla, y es la única progenitora que le queda-

Al día siguiente parte de nuevo con su supuesta madre, al igual que el día anterior los coches le llaman la atención, pero vuelve a ser culpa de los demás. Llega de nuevo a su pueblo de origen, su madre mal aparca en la acera.

- Ahora vuelvo -Baja del coche con una despiedada sonrisa en los labios, se acerca a un coche y con una piedra que encuentra en el suelo empieza a golpear los cristales de las ventanillas del mismo así como el cristal situado en el capot-

Athenea reconoce el coche así como el hombre que aparece gritando hacia su madre, es el hombre con cuya familia han convivido durante más de un año desde que su padre les abandonó. No entiende porque su madre actúa de este modo, ni porque están enfadados, tan solo quiere volver a lo que considera su hogar y olvidar lo que acaba de ver.

-Todo irá bien Athenea, no te preocupes -Sabe que su madre miente, ya sabe reconocer cuando esta le dice lo que quiere para no oír sus quejas-

Su madre conduce unas manzanas más y aparca el coche, en lo que cree que es una especie de comisaria, pero no lo recuerda a ciencia cierta. Bajan del coche, y su madre deja a Athenea en una fuente, una fuente con agua limpia.

- Ahora vuelvo no te muevas de aquí -Tras estas palabras el pequeño corazón de Athenea se encoge pues sabe que es probable que no vuelva a verla-

Para cambiarse las ideas se sube en la superficie llana de la fuente y empieza a caminar con cautela encima de esta. Si en realidad ella lo sabía, no fue por ella que se había caído el día anterior. Empieza a coger confianza y acelera el ritmo, incluso da un leve y elegante salto, sigue manteniendo el equilibrio sin caerse.

-Athenea -Aparece de nuevo su madre con esa mirada que la inquieta- Ten cuidado, te vas a caer.

Esa amenaza le eriza la piel, se mantiene en silencio y quieta durante unos instantes, pues no sabe si abrazar a su madre que ha vuelto, o salir corriendo al ver de nuevo esa sonrisa despiezada que se dibuja en sus labios. Opta por quedarse quieta, su madre se acerca dándole a entender que va a abrazarla, esta corresponde su abrazo con cierto alivio. Al cabo de unos segundos, nota como su madre ejerce fuerza para tirarla a la fuente, pero Athenea se acoge a su madre para no caer,  para su tortuoso asombro su madre opta por dejarse caer con esta. En esta ocasión unos pasantes son testigos de lo sucedido. Athenea sabe que es su oportunidad de pedir ayuda, pues si permite que su madre se salga con la suya, sabe que no la volverá a ver con vida.

-¡Socorro! ¡Me ha tirado a la fuente! ¡Ayuda por favor! -Athenea grita desesperada suplicando al universo que vengan a socorrer a la sustituta que ha tomado la forma de su madre-

-Esta de broma, se ha caído, estos niños... -Explica de una forma extremadamente tranquila sin salir de la fuente de agua e impidiendo que Athenea salga-

Al cabo de unos minutos, quizás unos segundos, unos agentes acuden a la zona separando a Athenea de su madre. Athenea da un último vistazo hacia su madre.

-No te preocupes todo irá bien, ahora vuelvo -Susurra con una cálida y sentida sonrisa, parece que vuelve a ser la misma-

Athenea sabe que miente, nada va bien, y es probable que no la vuelve a ver.

Un trueno la hace volver a la realidad, ya nada de lo sucedido importa, ya son las 16:30h, se dirige hacia la entrada para abonar la cuenta, y con un elegante movimiento prosigue hacia su consulta con un chocolate caliente en mano.

Al entrar en su actual consulta se viste de la profesional Athenea que al igual que una tabula rasa espera ser moldeada por su próximo consultante.

Ya son las 18h, con un seguro y firme movimiento se acerca hacia su próximo invitado.

-Así es, soy la terapeuta Athenea -Señala con una cálida sonrisa, correspondiendo el firme pero controlado agarre de su contrario, en realidad no se esperaba menos de un sujeto con tales características- Encantada señor Adam Schrödinger, el placer es mio. -Responde mirando fijamente con sus marrones ojos a su contrario- Si le parece bien podemos ir a mi despacho para que me cuente con más detalle en que puedo ayudarle -Arguye con un suave pero firme susurro-

Tras esperar el consentimiento del señor Schrödinger se dirige hacia su actual despacho que se encuentra al final de pasillo. Con un paso firme pero lento llegan a la entrada, Athenea abre la puerta se sitúa a un lado dejando pasar a su contrario.

- Por favor, póngase cómodo -Señala la butaca Beige que se encuentra al lado de la entrada-

Seguidamente procede a sentarse ante él, se ajusta sus gafas y con la carpeta en mano, mira directamente a su invitado.

- Ahora si gusta, puede indicarme en qué cree que puedo serle útil -Athenea adopta una postura relajada pero segura esperando la respuesta de este-

Su terapeuta resultó ser una mujer de figura ectomorfa, con el pelo y los ojos marrones. Su rostro resultaba proporcionado, aunque quizás demasiado fino como para coincidir en el canon habitual de belleza. No por ello dejaba de ser agradable, sin embargo. Sus labios rojos sonreían y hablaban con toda naturalidad, era evidente que estaba acostumbrada a la situación. -Si le parece bien podemos ir a mi despacho para que me cuente con más detalle en que puedo ayudarle.-Creía haber sido lo suficientemente claro por teléfono, pensó. No pretendía iniciar una terapia a largo plazo, porque, que el supiera, no tenía problema alguno que tratar. Su vida estaba bajo control, desde siempre. Pero, en cierto modo, entendía que Athenea tratara de llevar la consulta a su terreno. Era una tendencia natural (y, en ese caso, más rentable) hacer lo que se hacía siempre. -Por supuesto. La sigo, doctora.-Y así lo hizo. Guiado por la terapeuta, Adam atravesó un breve corredor, hasta finalmente alcanzar una puerta al final. La sala al otro lado resulta acogedora, decorada con colores neutros y cálidos. No hizo falta que Athenea le dijera dos veces que tenía que sentarse, aunque su paciente no pareció relajarse ni un ápice. Su postura era similar a la que había mantenido en la sala de espera, erguida y simétrica. Como si se hubiera entrenado expresamente para sentarse bien.

-Realmente, no busco nada más que lo que ya he comunicado a su secretaria. Quiero poner a prueba mi mente, asegurarme de que todo está en orden antes de presentame a un trabajo muy importante para mí. -Adam se inclinó ligeramente hacia delante, apostando los codos en los reposabrazos de la butaca y uniendo las yemas de los dedos bajo su barbilla. -He oído de casos en los que la Colisión dimensional ha afectado a ciertas personas, superponiendo y alterando los recuerdos de diversas realidades.-Internet estaba lleno de testimonios acerca de ese fenómeno. Adolescentes que recordaban una edad adulta que todavía no habían vivido, personas a las que les costaba reconocerse en el espejo, supuestos amigos y familiares salidos de la nada… Al principio, se habían tomado como casos aislados, como intentos de llamar la atención. Pero, con el paso de las semanas, había demostrado ser un fenómeno mucho más común de lo que cabría esperar. El mundo había cambiado, y sus habitantes con él. Sin embargo, no era esa la razón real por la que el doctor estaba allí. -Quiero asegurame de que yo sigo siendo yo mismo, tal y como era antes de llegar a esta dimensión. Y supuse que una psicóloga sería ideal para ello.

Por un momento, Adam se detuvo. La lluvia sonaba al otro lado del amplio ventanal, recitando una sonata líquida para el hombre y la mujer que se hallaban en el interior del despacho. El físico posó sus ojos sobre los de Athenea, como si quisiera ver que había al otro lado. La francesa pudo comprobar que las pupilas de su paciente reflejaban una sensación extraña, aunque no exactamente desagradable. Eran los ojos de alguien intronspectivo, alguien cuyo mayor tesoro residía en su mente. Y quería asegurarse de que no había perdido ni una sola moneda.

-Por eso he solicitado los tests desde el principio. Creo que es la manera más eficaz de comprobar que todo esté en orden. Aunque podría estar equivocado por completo respecto a eso.-Al fin y al cabo, la psicología nunca había estado entre sus campos de estudio. Las suyas eran las ciencias exactas, todo aquello que se podía medir, pesar y contar… Aunque tuviera que ser solo sobre el papel. Se sentía capaz de explicar la esencia del universo, pero no veía con tanta claridad el corazón de las personas. Y lo tenía asumido. Una sola persona no podía conocer todo. Y si ese era el precio que tenía que pagar para entender el espacio-tiempo y los patrones sobre los que se tejían las distintas realidades… Lo había pagado, y no se arrepentía en absoluto.

-En definitiva… Estoy en sus manos, doctora.-Todo debería estar bien. De hecho, las probabilidades de que hubiera algún fallo en su mente eran ínfimas. Pero no por ello iba a dejar de comprobar que su integridad siguiera intacta. Cualquier fallo más adelante… Podría ser fatal, si finalmente era contratado. -¿Qué deberíamos hacer primero?

Athenea escuchaba con cautela como las palabras brotaban de los labios del físico, realmente era lo que se esperaba, el consultante temía por su estado mental e intelectual. Era consciente que habría que reformular su demanda sin dañar ni trastocar el núcleo del consultante. Tarea que podría resultar sumamente complicada si no conseguía conseguir el respeto y la confianza de su contrario.

- Señor Schörodinger, tiene razón, mi secretaria ya me lo había comunicado, pero estoy segura de que comprenderá que debo cerciorarme del motivo de la consulta -Afirmaba Athenea con una cálida sonrisa emulando la recta postura de su contrario- Realmente creo que ha venido al lugar adecuado para acabar de poner orden sus ideas, pero por el momento me agradaría decirle que no se alarme, pues a priori nada indica que dicha colisión le haya afectado a nivel mental. Aunque en caso contrario, le agradecería que me corrigiera. -Athenea había usado esas palabras adrede con la finalidad de sonsacar sus auténticos temores-

Al ver como Adam se detuvo, pudo percibir la musicalidad por la que la lluvia se deslizaba entre las ventanas. Transferencia le llaman a este fenómeno. Athenea tan solo se dejaba invadir por la aprensión y la en realidad inocencia con la que este posaba su mirada en ella, y, a la que ella correspondía con ternura.
De nuevo, Adam reanudaba su demanda, Athenea tan solo mantenía una postura firme y erguida, manteniendo el contacto visual con el consultante, mientras iba asintiendo levemente con su rostro.

- Seré totalmente franca con usted, -Athenea distiende levemente su postura sin parar de fijarlo con sus ojos color café- los cuestionarios que usted solicita sirven o bien para analizar su inteligencia lógica-matemática, en términos generales lo que no le sirve -hace una leve pausa clavando la mirada en los ojos marrones oscuros de su contrario- pues no me cabe duda de que su inteligencia es superior a la media, con lo que habría un sesgo de partida; o para analizar si hay algún tipo de trastorno mental, que por el mismo motivo, al tener unas habilidades por encima de la media podría sortear sin problemas, y finalmente los cuestionarios de personalidad propiamente dicho, que tan solo sirven para "etiquetar" el carácter de las personas, aunque si realmente le interesa averiguarlo, podría encontrarlo muy fácilmente en internet, buscando por ejemplo el cuestionario 16PF, que hasta la fecha parece el más fiable. -Sentencia con un tono amable pero seguro haciendo un leve paréntesis para acabar de meditar las palabras que piensa aprovechar -

- En su caso creo que lo más apropiado y hablo desde la mera conjetura, me nace hacerle la siguiente pregunta, que me gustaría que respondiera con total sinceridad ¿usted se siente el mismo que antes? -Hace una apenas imperceptible pausa observando detalladamente la reacción de Adam- Y en caso de que así sea ¿qué le podría hacer pensar que aun sintiéndose el mismo ya no es el mismo? O dicho de otro modo, ¿qué indicios tendría para poder detectarlo?

Era una buena pregunta, aunque estuviera puesta en un mal contexto. No era culpa de Athenea, por supuesto. Era imposible que lo supiera. Pero, aún así, esa circunstancia hacía fútil su planteamiento. Preguntarle cómo se sentía era absurdo. Pero no podía decirlo, ni explicar el porqué de esa situación. -¿Por qué da por sentado que soy tan inteligente?-No había mencionado en ningún momento su profesión, o el trabajo al que quería presentarse y debido al cual estaba en la consulta. ¿Habría investigado por su cuenta su nombre antes de que llegara? Adam no sabía demasiado sobre las prácticas que un psicólogo podía ejercer en su consulta o cómo se trataba la privacidad de los pacientes, pero se le hacía extraño que una terapeuta hiciera eso. -Además, aunque fuera el caso, quiero comprobar que todo está en orden. No hay sesgo de partida, ya que quiero comprobar que mis valores se mantienen en comparación con los antiguos, no mi inteligencia absoluta.-De hecho… ¿No contradecía el propio objetivo de un test de inteligencia eliminar a los individuos con puntuaciones más altas, bajo la premisa de que “no sirve”? Es como poner un termómetro con un máximo de 30º C, diciendo que todo lo que está más caliente tiene un sesgo y no puede ser medido de ninguna manera. Y lo mismo se podía decir en cuanto a las enfermedades mentales. Si planeara manipular los resultados, ¿por qué se había molestado en pedir cita, siquiera?

A sus ojos, era algo… Absurdo. Ilógico.

-En cuanto a los indicios que me hacen creer que puede haber cambios en mi psique… Mi vida, como la de todos los habitantes del mundo, ha cambiado. Mi cuidad ya no es lo que era, y el lugar en el que trabajaba ha desaparecido. -Se detuvo un momento, valorando tanto sus propias palabras como las que había oído de labios de Athenea. -Eso me hace pensar que es posible que es posible que la Colisión me haya afectado más profundamente. Y es una sensación muy incómoda para mí ya que me dedico, precisamente, a estudiar esta clase de fenómenos.

Era, en el fondo, cerciorarse de que esa remota posibilidad no tenía lugar. En el campo de la física, algo así se comprobaba aplicando fórmulas y contrastando resultados, generando hipótesis y descartándolas hasta encontrar algo que, con los conocimientos presentes, fuera verdadero. Sin embargo, ese método no servía en el caso que los ocupaba. El pensamiento está lleno de vaguedades y sinsentidos, y eso era algo que Schrödinger no llevaba del todo bien.

Sin embargo, tenía que adaptarse. Resultaba evidente que Athenea no era particularmente partidaria de los test y otros métodos exactos, y Adam no estaba en posición de hacerla cambiar de opinión. Tendría que ser a su manera, entonces.

-Dejando de lado las pruebas objetivas… ¿Cómo comprueba usted que un paciente está sano? Quizás esa será la forma más sencilla de abordar este tema.-Por eliminación, Adam deducía que Athenea optaría por el método más clásico de la conversación. También servía a sus objetivos, aunque fuera de otra manera. Era algo a lo que tenía que enfrentarse tarde o temprano, al fin y al cabo.