¿Para qué quieres más gemas del infinito? (Chloe Arquero) [3.4.2019]

Loki caminaba inquieto por la grande y oscura sala del trono de Niflheim. Sus pasos resonaban como un eco que se convertía en música para los fantasmas de los muertos que vivían en el reino de Hela. Sus pensamientos volaban libres y trazaban en el aire infinitos planes que se dividían y derivaban, como las inigualables ramas de los árboles. Incontables, únicas… pero arraigadas a una idea central como era el tronco.

La invasión de la ciudad de Asgard.

No había otra cosa que ocupara los pensamientos del dios de las mentiras. Día y noche, desde que Thor le tiró por el puente del Bifrost, el hijo de Laufey no descansó ni un instante.  Buscaría la manera de llevar a cabo su venganza, y nadie ni nada se lo impediría.

Muchas cosas habían sucedido desde entonces, cuando se quedó exiliado en reino de Midgard completamente solo y sin poder. Pero poco a poco, como buen embaucador, había conseguido engañar a muchas personas para obtener recursos y un ejército al que comandar. Contaba con la ayuda de su aprendiz Dalae, a la que había entrenado en el arte de la magia a cambio de que hiciera el trabajo sucio. Tenía comiendo de su mano a la diosa de la muerte, su antigua amiga Leah, tras llevarla directa a una trampa. Pero gracias al juego sucio, la mujer le había proporcionado un ejército de hombres que no podían morir. Había conseguido reunir todas las llaves que abrían el cofre dónde se encontraba su preciada y antigua amiga, la Espada de la Verdad. También había dividido a sus mayores enemigos, los Vengadores, que gracias a la Colisión la mitad de ellos habían desparecido. Y aunque le doliera la pérdida de Clint Barton, cosa que no iba a admitir jamás, no era ningún impedimento para sus planes. El que más le preocupaba en aquellos momentos era su hermanastro Thor, pero cuando recuperara la Gema de la Realidad que había caído desde el puente del arcoíris a Midgard, el tronador ya no supondría ningún problema para él...

Había hecho alianzas con hombres, dioses y demonios. Algunas fructuosas y otras en vano. Nehlon, Tala, Arturo, Cloe... Cualquier trato que firmaba con sus nuevos aliados era un paso más hacia su propósito. Se había tomado tantas molestias para el día en el que comandaría su eterno ejército de no-muertos contra su padre Odín, que ya nada le importaba. Pronto llegaría el día en el que destronaría al tuerto y ocuparía el lugar que siempre se le había negado. Y todo el esfuerzo habría valido la pena.

Lo deseaba. Lo deseaba con todo su ser. Diría incluso que empezaba a saborear la victoria… teniendo en cuenta todo lo que había trabajado nada podía fallar.

Pero a pesar de que Loki tejía sus malvados planes al mínimo detalle, siempre había situaciones inesperadas que retrasaban su cometido. Añadía y desechaba ideas que iban surgiendo a medida que el tiempo avanzaba. Lento, pero seguro.

Y aquel día… fue uno de esos en los que ocurrió algo inesperado...

Sacó de su gabardina la gema del tiempo que le había robado al Atlante Arión y la acarició delicadamente con el guante. Había sido totalmente inesperado el evento que había causado que el tiempo volviera atrás, pero gracias a eso se había llevado a casa un precioso regalo. Una nueva gema del infinito. No era la que buscaba, no era la suya. La gema de la Realidad seguía perdida y no podía encontrarla a menos de que alguien la usara… pero algo se le ocurriría.

No podía viajar al pasado, ya lo había intentado, pues las nuevas leyes que se habían forjado durante la Colisión de los Mundos impedían que nadie volviera atrás en el tiempo, más allá del 10 de marzo de 2018. El día en que lo perdió todo.

Hubiera sido fácil deshacer lo que estaba hecho con la gema del Tiempo, pero en aquellos momentos le era de poca utilidad. Tenía que pensar en otra cosa para sacarle partido a ese nuevo poder...

Loki se sentó en el trono de Hell, e hizo aparecer con un chasquido su bastón. Observó detenidamente la preciosa gema azul que tenía colocada en el centro. Había sido programada para detectar el resto de gemas del infinito. Si alguien en el mundo usaba el poder de una de ellas, la luz del bastón comenzaría a brillar y…

—¿Pero qué demonios?— exclamó Loki al ver que la gema del bastón empezaba a parpadear. Alguien estaba usando en aquel instante una de las gemas del infinito y no podía perder el tiempo. Saltó del trono y corrió hacia el viejo y desgastado mapa mundi que tenía extendido sobre la mesa de ébano. Deslizó el bastón por encima del pergamino, sin importar que los peones que había encima se cayeran al suelo, ya los colocaría de nuevo en su sitio más tarde. De pronto, su luz se intensificó al rozar el estado de Nueva York.

—¡Amplíate!— ordenó el hechicero, y por arte de magia, el mapa reveló esta vez la cuadrícula de calles y manzanas de la ciudad. El brillo del bastón se intensificó en un punto concreto del mapa. Loki lo observó atentamente y se dirigió esta vez al estanque de adivinación.

—Muéstrame el lugar de las coordenadas...— susurró, y las tranquilas aguas revelaron la imagen de las concurridas calles de Nueva York. Una figura llamó inevitablemente su atención. La mujer que acababa de usar la gema tenía los cabellos blancos como la nieve...

Me desperté antes de poder abrir los ojos. Inspira despacio… Un, dos, tres, cuatro, cinco. Exhala. Un, dos, tres, cuatro, cinco. Repite. Notaba palpitar mi corazón en los oídos, el suave tacto de las sábanas en mi piel, la luz a través de mis párpados… Date prisa. Esperaba que mi cuerpo atendiera la súplica, que mi capacidad regenerativa trabajara para eliminar todos los fármacos de mi cuerpo. ¿Lo has conseguido? Sí. Seguro. Al menos estoy viva. Obligué a mi cerebro a recordar mis últimos momentos de conciencia y vi la nieve blanca, la ventisca que azotaba la montaña, la tormenta que amenazaba con atraparnos a 5000 metros de altura. Noté como se me erizaba el vello. Bien. Poco a poco. Continua. Sangre. Había manchas que salpicaban el manto blanco del suelo y al seguirlas estaba él completamente en shock, no reaccionaba. Mi compañero. Su peso muerto ahora me parecía liviano, ajeno, intentaba avanzar para resguardarlo dentro del campamento, pero nos hundíamos. La fractura. Cúbrela con gasas, hay que evitar la contaminación, el hueso está expuesto. Mi mano respondió con un movimiento involuntario, empezaba a reaccionar. ¿Dónde estás? Base de Mendoza, base de Mendo… Miraba mi mano desnuda apretada contra mi pecho, de ella salía un débil resplandor azul púrpura y luego… Luego me arrastraron, vi cómo me alejaban de él y después oscuridad. Despierta. Estás bien. Toda ira bien. Abre los ojos.

La luz fluorescente atravesó mi pupila con violencia, giré la cabeza molesta y traté de enfocar mientras intentaba moverme, estaba entumecida. Al tener mi propia regeneración mi cuerpo no reaccionaba bien a los fármacos, era contraproducente ya que le forzaba a trabajar el doble, por un lado, trataba de curarme y por el otro de eliminar los medicamentos... La cabeza me iba a estallar, notaba una presión increíble en la parte superior, como si llevase un yunque encima, inspiré por la nariz y la boca y poco a poco me fui incorporando para pegar mi espalda al respaldo de la cama. Mucho mejor. Una temblorosa enfermera se acercó para atenderme, pero le hice un gesto con la mano y le negué con la cabeza, sin embargo, no impedí que me auscultara con el estetoscopio, más para su tranquilidad que para la mía.

- El servicio – Mi voz sonó ronca prácticamente irreconocible. La enfermera me miró con desconfianza, pero me ayudó a levantarme de la cama y me acercó el porta sueros, me habían puesto una vía en la mano - No la necesito – dije mientras extendía mi brazo derecho hacia ella, que retrocedió visiblemente asustada. Alcé las cejas en señal de incredulidad, pocas veces me había tenido que enfrentar al miedo, mi mutación no era visible a menos que yo quisiera y no entendí a que venía su reacción. Me alejé de ella visiblemente molesta, en cualquier otra circunstancia la habría confrontado, pero tenía que ir al baño, mis necesidades fisiológicas amenazaban con reventarme la vejiga.

Cuando logré ser persona y mirarme en el espejo, pude entender el recelo de la mujer. Tenía dos cuernos blancos de unos quince centímetros de largo saliendo de mis sienes – Pero, ¿Y esto? – Me los toqué con cuidado, eran bastante duros y rugosos, intenté controlarlos, como solía hacer con mis garras pero me sacudió un pinchazo en la cabeza que me obligó a agarrarme al lavabo. No me dolían, simplemente notaba la presión de tener algo ahí que no era natural en mi fisionomía, pero jamás mi cuerpo me había negado el control de mi esqueleto. Eran de hueso, estaba claro, podría reconocerlo después de todo este tiempo, pero ningún medicamento era capaz de descontrolar tanto mi organismo, sin embargo, estaba bien. Me quité la vía y observé como la herida se curaba, como siempre, poco a poco mi cuerpo normalizaba sus funciones. Me enjuagué la cara y unos ojos que no reconocí me devolvieron la mirada – Venga, no me jodas – Me acerqué al espejo estirando el parpado inferior y parpadeé varias veces. Mi violeta habitual se había mezclado con un azul oscuro, si me quedaba mirando fijamente casi podía ver como ambos colores se mezclaban.

Vaya cuadro. Sal de aquí.

Quería llegar a mi casa, si no iba a hacer cima de poco me iba a servir seguir atrapada en un país que ni tan siquiera era el mío. Regresé por donde había venido y pedí mis cosas, dispuesta a vestirme, utilizar mi piedra y llegar a Nueva York. No tardé en cambiarme, esta vez no me puse tanta ropa, palpé el bolsillo del anorak notando entre otros, el bulto de la piedra y eché un vistazo para comprobar que seguía dentro. Una tímida luz azulada brilló en el interior del bolsillo, miré a mi alrededor para comprobar que nadie me observaba y respiré tranquila, tenía que ocultar mi hallazgo. Cuando ya tuve todo fui hacía la puerta, estaba muy nerviosa, ¿Funcionaría? Quizá sólo era de un solo uso, ¿Y si no calculaba bien la trayectoria y aparecía en la otra punta del globo? O peor aún, en otro universo.

No le des más vueltas, vámonos.

Abandoné mis pensamientos y entonces le vi. Fue solo un momento, a través de unas cortinas desgastadas por el paso del tiempo, estaba intubado y conectado a un monitor de constantes vitales algo arcaico. El suave pitido me indicaba que su frecuencia cardíaca era estable, no alcancé a ver la presión arterial ni la saturación de oxígeno pero después de la sangre que había perdido y la bajada tan brusca de altitud era probable que tuviese que estar en esa cama un par de días y sobretodo dar gracias por ello. Subí la cremallera del anorak hasta mi barbilla, me puse los guantes y salí de la base sin rumbo fijo, estaba amaneciendo y mis pasos eran lo único que alteraban el silencio de la montaña, no había ni un alma en la meseta. No sé cuánto tiempo estuve andando, cambiando mi densidad ósea para recuperar el control sobre mi cuerpo y tratando de espabilarme pero, en cuanto vi la oportunidad de esconderme tras una roca, lo tuve claro. Apoyé mi espalda en ella mientras respiraba profundamente, notaba mi corazón martillear en mi pecho. La saqué y la observé como si la acabase de encontrar, en el peor de los casos no pasaría nada… O de eso trataba de convencerme.

Hazlo ahora.

Me quité el guante con los dientes y extendí mi palma desnuda. Cerré los ojos y pensé en mi ático en Nueva York, mi lugar favorito bajo la ventana donde me sentaba sobre unos cojines a leer o simplemente a tomarme una copa de vino mientras veía al vecino de enfrente hacer pesas. Volqué la piedra, aguanté la respiración y lo primero que noté fue el cambio de temperatura, tomé aire y el suave olor del suavizante me tranquilizó, estaba en casa. Abrí los ojos y cambié la piedra de mano, estaba intacta y yo me encontraba perfectamente. La ciudad mostraba su ajetreo habitual, se escuchaban cláxones de los coches a primera hora, el murmullo de gente que se apresuraba para llegar al trabajo, un miércoles normal en la Gran Manzana. Las 09:17, la hora del café. Me puse cómoda, preparé la cafetera y después de una ducha reconfortante, me senté en el sofá a pensar. Podría ir a ver a mi madre y me abuela, estaban en Jartum, las extracciones mineras de oro habían provocado que en el último año el gobierno de Sudán necesitase personal médico para sus explotados habitantes. Estados Unidos aceptó un acuerdo para desplazar a algunos efectivos médicos de su ejercito por un módico precio, siempre y cuando la ONU no interviniese, había cosas que no cambiaban. Suspiré, necesitaba centrarme y sólo había un sitio que me ayudaba a eso de una manera instantánea, casi mágica, La Charca, un lago en Central Park. Al estar bajo el nivel del mar, era capaz de atenuar los ruidos propios de la ciudad así que decidí que era lo mejor que podía hacer para poner algo de estabilidad en mi vida. Me peiné envolviendo mi pelo alrededor de la base de mis nuevos cuernos, poco podía hacer, total a los habitantes de Nueva York pocas cosas les asustaban a estas alturas. Opté por un look sport y eché en mi mochila la libreta dónde apuntaba mis tormentas de ideas, me iba a hacer mucha falta esta vez. Tendría que llevar la pierda conmigo no la podía dejar sola pero no quería arriesgarme a llevarla de cualquier manera, así que deshice un colgante que ya casi ni usaba y lo utilicé para poner a mi nueva compañera, con un cordel largo la oculté por debajo de mi camiseta. Eché un último vistazo antes de salir de casa y salí con paso ligero hacía mi destino, la séptima avenida estaba tan bulliciosa como siempre, la gente iba demasiado ocupada como para reparar en una mutante con cuernos, me mimeticé con mis vecinos y me puse los cascos para hacer más ameno mi paseo.

La calmadas aguas del estanque de Loki mostraron a una joven de cabellos blancos observando las concurridas calles de Nueva York desde la ventana de su piso. Su aspecto físico era bastante peculiar, en comparación al resto de los midgardianos que conocía. Su mirada violeta contrastaba con su tez blanquecina, y unos pequeños cuernos de hueso asomaban con timidez por su frente. Estaba claro que esa mujer no era una mortal cualquiera, y su teoría se reforzó cuando vio la gema azul del espacio descansando en sus manos.

Si era capaz de usar la magia de las gemas del infinito, tenía que ser una persona especial. Otro humano hubiera muerto por el desgaste físico que producía el continuo uso mágico de una de esas piedras. Así pues, antes de dar el primer paso, Loki necesitaba conocer más cosas sobre la misteriosa mujer.

Llevaba puesto un anorak, y se quitó los guantes cuando hizo uso de los poderes de la piedra. Desde la visión mágica del estanque, el embaucador pudo ver la luz resplandeciente de la azulada gema. Era sin duda la piedra que albergaba poderes sobre el espacio, y con ella se podía viajar a la otra parte del mundo, o incluso a través de cualquier dimensión paralela a Omega. ¿Para qué la había usado aquella mujer? ¿A dónde había viajado?

Estaba claro que aquel piso de Nueva York era su hogar, o incluso su base secreta. La utilizó para descansar y prepararse para salir después de desayunar y meditar en el sofá. El Asgardiano observó a la muchacha sin perder detalle y chasqueó la lengua cuando deshizo un colgante viejo y lo convirtió en el nuevo portador de la gema del infinito. Lástima, la misión hubiera sido más fácil si la mujer hubiera dejado la piedra en su piso. Pero no, tenía que llevársela consigo. Eso le complicaría la estrategia, pero no le preocupaba en exceso, puesto que no había nada que se le resistiera al dios de las mentiras. Estaba empeñado en hacerse con la gema a toda costa.

De pronto, la mujer abandonó su piso y fue entonces el momento de actuar…

Una humareda de color esmeralda apareció de la nada en las coordenadas que había marcado con su bastón en el mapa de Niflheim. Al instante, un par de elegantes zapatos de hombre caminaron con cautela por la alfombra de un salón que no le pertenecía. Esta vez, el embaucador había escogido un impecable traje de chaqueta de color negro, a juego con su corbata. Si quería camuflarse con los mortales, tenía que empezar a vestir como ellos. Pero no pensaba conformarse con una chándal o unos tejanos. No, el dios tenía su propio estilo, y una de sus normas era no perder jamás la elegancia.

Loki acababa de allanar la morada de su objetivo en busca de información valiosa. Miró por el salón y después se acercó a la habitación de la mujer en busca de documentación, un nombre, una fotografía… cualquier cosa que le fuera útil para conocer un poco más a la criatura con la que iba a tener que enfrentarse tarde o temprano para robarle la gema.

Si algo había aprendido el dios de las mentiras durante su estancia en Midgard era a ser cauteloso con los mortales. Ya se había llevado varios disgustos en ocasiones anteriores, y esta vez no quería que le pillaran desprevenido. Él no era como Thor o el resto de Asgardianos que se enfrentaban a los problemas de forma directa y sin pensar en una estrategia. No, para él, la preparación previa a la batalla era igual de importante para alcanzar la victoria. Y ya saben lo que dicen: la información es otra forma de poder.

Tras dar varios pasos por la habitación, notó el cierto toque militar con el que la mujer había decorado sus casa. Admiró en silencio los cuadros de aviones de guerra y se dio cuenta de que varios de los cajones de madera se utilizaban antiguamente para almacenar armas. ¿Era una especie de guerrera midgardiana? Quizás ella o algún familiar directo había participado en una de esas famosas guerras mundiales. En especial, destacaba una réplica de lo que parecía un avión de combate de color verde musgo que colgaba del techo del salón.

— “P-40 Tomahawk”— citó el hombre desde su posición, afilando los ojos para leer mejor el nombre de la pieza. Nunca había visto aviones que tuvieran la parte frontal pintada como si fueran tiburones, y le pareció tremendamente curioso. Los asgardianos usaban otro tipo de monturas de guerra intimidantes, como cabras gigantescas, grifos o pegasos, pero nunca se habían planteado ir a lomos de un tiburón monstruoso...

Se acercó entonces a mirar la estantería, que estaba repleta de libros relacionados con la robótica, la medicina y la historia militar. Sus intereses parecían enfocados únicamente a esos tres temas, además de la escalada. Había varias fotos de la chica practicando ese deporte y se la veía entusiasmada. También era una aventurera. Entonces, fue cuando vio el nombre de la mujer en uno de los documentos de la estantería. Chloe Arquero. Un nombre fácil de memorizar.

Después se paseó por la zona donde había tomado el desayuno y se percató de que la taza de café no estaba terminada. Pero lo que llamó su atención poderosamente fue el portátil que descansaba encima de la mesita. El cacharro ese que usaban los midgardianos para comunicarse a través de internet. Pero lo interesante no estaba en su interior, no, sino en su exterior… un logo de Industrias Stark flotaba en el aire en forma de holograma.

—Vaya vaya… ¿Qué tenemos aquí? Menuda coincidencia… — dijo sonriendo con una mueca traviesa— Esto se pone interesante…

Ya había encontrado un nexo en común, algo que explotar y con lo que empezar a trabajar para acercarse a la peliblanca. Al ver que el salón no tenía nada más que ofrecerle, se dirigió al dormitorio de la mujer. Nada más entrar, le invadió el suave y dulce olor a lavanda, con un cierto matiz a café. Una combinación curiosa, pero a la vez agradable. La mujer lo tenía todo prácticamente impoluto, demasiado ordenado incluso. Clint Barton ya podría aprender un poco de ella a la hora de recoger las cosas de su habitación.

Se acercó a mirar los cuadros que tenía la joven de sí misma y algo más llamó su atención. El rostro de una mujer de cabello azul le devolvió la mirada. Su sonrisa era tranquila y amigable, algo que perturbó al embaucador. Una extraña sensación empezó a trepar por sus piernas hasta hacerle perder el equilibrio.

—¿Qué… qué ocurre…? — susurró en voz alta, mientras se apoyaba en la cama para recuperar el equilibrio. Esa mirada… ese rostro… lo había visto en algún lugar. Hace mucho tiempo…

— Aurora… — le respondió una decrépita voz desde su interior. Pero no dijo nada más. Por mucho que Ikol quisiera, el viejo Loki no iba a ayudarle a recordar. Era más divertido ver lo que ocurriría desde lejos.

El rostro del dios se ensombreció tras digerir aquellas extrañas emociones y se incorporó. Alisó con la mano las arrugas que había dejado al presionar la sábana con su peso y dejó la cama tal y como la había encontrado.

—Es hora de pasar a la acción…

El dios de las mentiras usó su magia para cambiar su aspecto físico. Esta vez dejó su melena azabache intacta, pero cambió los rasgos de su rostro para que nadie de Nueva York le señalara con el dedo mientras gritaban “Loki”. Después se teletransportó al lugar donde se encontraba la mujer y esperó al momento más oportuno para intervenir.

—Perdona… ¿Eres Chloe? — dijo disimulando total extrañeza y después asombro. Había modulado ligeramente su voz para que fuera más aguda— ¡Vaya! ¡Qué casualidad!

Loki se había metido totalmente en el papel e imitó la inocencia de un encuentro casual. Como si verdaderamente la conociera de algo, y no porque minutos antes hubiera allanado su piso.

—Disculpa mis modales, no me he presentado. No se si te acordarás de mí, pero me llamo William Parker. — explicó. Aquel nombre y apellidos era de lo más común en los Estados Unidos, así que sería fácil de confundir fácilmente a la mujer. — Soy un conocido del señor Stark, y creo que nos hemos visto alguna vez en alguna de sus fiestas de Industrias Stark.

Loki le ofreció la mano a Chloe para que ésta se la estrechada, en señal de cordialidad. Esperaba que aquella mentira cuajara a la primera y así acercarse a ella con naturalidad. Después, tan solo necesitaba un momento de despiste para quitarle el collar de la gema que llevaba puesto...