Día de chicas [Fionna O´Sullivan]

Como todos los días, había despertado justo a la salida del sol. El trabajo de rancho es exigente, más para quienes sólo tienen contratados algunos ayudantes de vez en cuando. El resto del tiempo es una jornada de casi catorce horas de sol a sol. Cuando acabas, tienes polvo hasta en el culo, el cuerpo destrozado, las manos en carne viva, pero el espíritu satisfecho y en el fondo eso es lo importante. Hoy tenía cierto ajetreo, pero había preferido liberar de las tareas a sus muchachos, para hacerse cargo de la jornada ella sola, porque hoy tocaba día de chicas, y para ella eso era sagrado.

Después de un buen desayuno de huevos, bacon, gachas con miel y café negro, y un lavado de cara en el tonel de agua de lluvia acumulada que había en el lateral de la casa, estaba lista. Cogió la mezcla de grano y alimentó a los pollos, ordeñó las vacas, pastoreó a las reses para cambiar de campo, limpió la cuadra de las vacas y la cochiquera de los cerdos, a los que permitió salir durante un rato y alimentó con mondas de frutas, restos y grano. Luego fue a las cuadras a llenar los cubos de agua, cambió el forraje por heno fresco y puso el morral. Para cuando quiso comenzar con sus buenas amigas, ya pasaba por un cuarto el mediodía.

Como había hecho una gran noche, fresca, despejada y fantástica, las chicas habían dormido hoy a la intemperie, y por eso estaban en el vallado de monta, en el que se agrupaban, bebían en los abrevaderos y comían del heno y la avena fresca que había repartidos en los distintos comederos de madera. Entró saltando la vaya, emocionada, y al oír el silbido, las yeguas levantaron las orejas y al paso, con alegre desparpajo, se acercaron. Les ofreció las manos desnudas y las yeguas palmearon el hocico contra ellas, alegrándose de verla.

- ¡Buenos días, mis chicas! ¿quienes son unas chicas buenas? ¿habéis dormido bien?- hablaba en un tono agradable, a medida que las saludaba.

Luego abrió un saco de arpillera que llevaba sujeto al cinturón y comenzó a ofrecerles zanahorias y mitades de manzana, que previamente había partido. Palmeó el cuello a una preciosa hembra castaña y fue entonces cuando se percató de que había una yegua que no solo no había acudido con las demás, si no que no era suya. Con suya, se refería a que no debería estar allí. Muchas de esas yeguas eran de clientes, que esperaban recibirlas preñadas. Pero habían llegado hacía al menos dos semanas, tiempo suficiente como para conocerlas por sus distintivos, sus marcas e incluso su carácter. Volcó el saco en un comedero libre y el resto comenzó a comer, obviando su marcha, que se aproximaba a esa recién llegada de color negro. La observó desde lejos un instante, entornando los ojos. Musculatura fibrada, compactada en pecho y parte baja de las patas, marca blanca sobre la frente y patas ribeteadas de blanco. Altura por encima del resto, cara alargada, expresión despierta, sin duda, una yegua árabe. Chasqueó la lengua, confundida. Si hubiera tenido a una árabe entre las suyas, lo hubiera notado enseguida...

Empezó a acercarse, haciendo resonar sus espuelas, con paso calmado. Sujetó de un poste una cuerda enrollada, de esas que solía tener desperdigadas, esperando la ocasión de usarla. Puede que no hiciera falta, pero de cualquier forma, cuando se habla de animales, toda precaución es poca.

Fiona estaba mirando al vacío con una calma tremenda, sumida en su mundo interior consistente en pasto, tranquilidad y el agradable calorcillo del sol sobre su lomo. La sensación era tan agradable, tan pacífica, que la mente equina había tomado total control de su cuerpo. No recordaba que era una humana en realidad, que su nombre era Fiona y que pertenecía a la hermandad de mutantes.

Tampoco recordaba que la noche anterior le había parecido una buena idea mezclarse con las yeguas de ese rancho para pasar la noche protegida y a cubierto y que sus intenciones incluían cebarse a avena y después marcharse tan ricamente al amanecer. De hecho, estaba tan ensimismada que no se dio cuenta de que no sólo había amanecido hacía un buen rato si no que era el mediodía y la dueña del rancho acababa de verla.

Entonces lo oyó, claro como el agua de un arrollo cristalino. Eso eran unas jodidas espuelas. Sus músculos se tensaron de golpe, y su rostro se giró, mirando fijamente a la humana que estaba detrás suya, a unos pocos metros. Sus ojos se dirigieron a la cuerda y luego a la mujer, mientras comenzaba a girarse lentamente, los ojos fijos, contra todo pronóstico, en el lazo.

Una mente, una que no era animal, empezaba a revolverse dentro del cuerpo equino, indicando que eso que tenía delante de ella era una mujer, que tenía pinta de vaquera y de paso aprovechó para remarcar que tenía unas tetas bien puestas y que ya le gustaría tener unas igual, por mucho que jodiesen la espalda. Oh, y cuidado con el lazo, como nos coja nos tendremos que liar a hostias.

La yegua relinchó suavemente, y empezó a mover la cabeza, primero a un lado y luego a otro, como si estuviese negando, mientras empezaba a recular lentamente. No tenía ninguna intención de ser capturada, ella quería correr libre y pastar en el campo, y aunque no tenía del todo claro qué hacía entre esas vallas, no tenía intención de ser montada por esa humana

La mente humana dentro del animal comentó lacónicamente que a ella no le importaría ser montada por semejante tía buena

Bajo el sombrero vaquero, sus ojos se entornaron levemente aún más al detectar cierto movimiento del animal. No se fijaba en ella, su mayor amenaza era la otra criatura viva, el ser humano que se acercaba lentamente, pero en lugar de eso, sus dos ojos permanecían fijos en el lazo. Ni por un momento ella desató especial interés. Aquello denotaba inteligencia, y a pesar de que sabía que los arábigos la tenían especialmente desarrollada, no tanto como para negar con la cabeza. Aquello era un gesto puramente humano, salvo que la hubieran entrenado para ese fin concreto. Aunque dudaba que alguien pudiera perder su tiempo entrenando a semejante hembra para una estupidez así, tenía una certeza.

Si esa yegua tenía contacto humano sabía perfectamente lo que era el lazo, y para qué lo usaban.

Estaba vigilandolo con atención, y aquello complicaba las posibilidades. Ella continuó acercándose, muy lentamente, hasta que al final, al llegar a unos cinco metros, paró. Se quedó parada, sólo observando, sin hacer movimiento alguno que la delatara. Entonces con la mano izquierda, se retiró el gorro, muy lentamente, dejándolo caer a su espalda. Se sujetaba gracias a una cinta de cuero, que permitía que no saliera volando cada vez que montaba o hacía algún movimiento brusco. Sus ojos claros se encontraron con los de la yegua, y estuvieron así durante al menos cinco minutos. Sólo entonces dio un pequeño paso adelante, con el lazo en la mano derecha, que reposaba en ella aún recogido en varias vueltas. Su postura era relajada, su espalda derecha, pero su andar era tranquilo calmado, y su presencia, nada intimidante.

Desde el punto de vista humano, aquella mujer tendría poderío al acercarse a un animal que sin esfuerzo podía aplastarla. Desde el punto de vista animal, podía llegar a generar cierta inseguridad, pero ninguna amenaza.

- -Tch, tch, tch, tch, boooooo pequeña...- chasqueó la lengua, y luego emitió un sonido grave, en una frecuencia que solía tranquilizar a casi cualquier animal.

Por norma general, los animales se sienten tranquilos en frecuencias bajas, les ayudan a relajarse, los ruidos fuertes y agudos los excitan, les ponen en alerta. Era el modo de la madre naturaleza de decir que algo no iba bien, y eso no era muy distinto en los humanos. Sólo hay que ver las reacciones de la gente cuando hay un grito inesperado. La lectura positiva sólo se sacaba después de entender la circunstancia. En cualquier caso, siempre era un aviso...

En caso de que el caballo permaneciera en el sitio, orejas enhiestas, cabeza ladeada, continuaría avanzando hacia ella lentamente. Si desviaba las orejas, giraba la cabeza o intentaba retroceder, pararía. Por mucho que se viera en las películas o la tele, nadie decía que la doma fuese fácil, y mucho menos si el animal no te conocía.

La yegua se incomodó ante la presencia humana tan cercana. No le incomodaba la mente que latía en su interior, ya que desde que tenía memoria, siempre había estado ahí, pero esa mujer, la del extraño sombrero, le resultaba inquietante precisamente porque no sabía exactamente qué estaba pensando

La mente humana, por su parte, seguía indicando que lo más peligroso que tenía ahora mismo la rubia era el lazo, y como siempre que se lo había aconsejado, la mente animal obedeció, centrando sus enormes ojos en el objeto, aunque no tenía mucha idea de para qué servía.

Bastó una imagen mental del objeto enrollado alrededor de su cuello para que la yegua llegase a la conclusión de que no quería ese objeto cerca, y soltó un leve relincho, agitando sus crines, pero sin apartar la mirada. La rubia se acercó hasta cinco metros, y paró, mirando fijamente a la bestia, que se sintió incómoda ante su presencia. No era porque la considerase una amenaza, si no por esa energía, esa fuerza, esa seguridad que desprendía la rubia

JO-DER, qué mujer pensó la mente humana, que poco a poco empezaba a ganar en complejidad, y poco a poco empezaba a recordar sobre sí misma. El animal torció el gesto al unísono de su mente humana, que parecía bastante fastidiada al darse cuenta de lo que había ocurrido.

Entonces vio un paso por parte de la human, lo que la hizo tensarse. La yegua permanecía erguida, como si esperase órdenes de un jinete invisible, mientras la mente humana sentía cómo su curiosidad se empezaba a acecentar. La yegua quería irse, quería huir, pero la férrea mano invisible de la otra mente se lo impedía.

La criatura piafó, pero parecía incapaz de retroceder, como si algo la estuviese reteniendo por unas bridas invisibles. Había inquietud en la mirada del animal, pero también cierta espectación. Como si esperase a ver qué hacía la peculiar humana.

Algo raro le pasaba a esa pobre yegua. El instinto primario debería haberla hecho huir. Debería haberse alejado unos cuantos metros, a galope. Luego tendría que haberse ido hacia el otro lado, obligando a la rubia a acercarse por otro ángulo. Podría pasarse minutos, horas, días, puede que incluso semanas, acostumbrando a la yegua a su presencia. Claro que eso sólo sucedía si era un animal salvaje, sin doma anterior. Aquello cada vez tenía menos sentido, porque en ese caso ¿De qué conocía el lazo? Ese caballo debía haber tenido jinete, porque no le incomodaba del todo su presencia como para marcharse. Pero veía el miedo a lo desconocido en el pozo negro de su ojo. ¿Que la retenía entonces?

Continuó caminando, lentamente. Hasta que al cabo del tiempo, de ir parando, y continuar emitiendo suaves sonidos que la reconfortaran, consiguió acortar la distancia de cinco metros a dos. Cada vez que presentía en la yegua instinto de escapar le daba un respiro. Sin embargo, no había renunciado al lazo, que parecía continuar despertando su interés.

A dos metros, la mujer volvió a plantarse, esta vez con el rostro levemente inclinado. Ambas llevaban valorándose mutuamente desde que aquello comenzaba, pero no se habían probado y eso era lo preocupante. Ella debería haber intentado probar su velocidad, su capacidad de escapar, su defensa a ser montada, amarrada o sujetada. Sólo mediante su propia defensa ella podía instruirla. Enseñaba a su caballos que no había que temer al lazo, que la silla no era un enemigo, y que ella no era una presencia a la que temer, si no a la que respetar. Pero eso sólo era posible si la yegua reaccionaba, para saber el siguiente paso, y era esa ausencia la que la escamaba.

- Shhhh, sh, sh, sh, sh....- susurró ella cuando la hembra piafó. A pesar de lo cual no se movió, ni un ápice.

Entonces, como todo buen sheriff, al no recibir lo que esperaba, cambió la estrategia. Introdujo la mano en el saco de arpillera, y sacó de él un trozo de manzana, que aún quedaba en los posos que no se habían volcado.

- Tch, tch, tch... mira, pequeña.- la llamó, esta vez con un tono ligeramente más agudo. No pretendía exaltarla, si no atraerla mediante la curiosidad. Aquello la mantenía alerta, despierta, dispuesta a escuchar.

Le enseñó el reluciente trozo de fruta dorada a la yegua. Ella aún no había comido, no se había acercado a donde estaban las demás, de manera que lo más que habría probado sería el forraje. Pocos caballos, incluso recién comidos, resistirían la dulce tentación de una manzana.

La tensión podía mascarse en el ambiente, podía cortarse con un cuchillo e incluso untarse en una tensa mantequilla. Por unos segundos, el animal centró su mirada en la manzana

Hubo una verdadera lucha interna entre la humana interior, que estaba más tentada a comerse "otras frutas" a la vista que la pieza de fruta que la rubia la ofrecía y la yegua, que por muy llena que estuviese, era aún más golosa que la humana con la que compartía cuerpo. Hubo unos segundos de tensión en los que la equina intercambiaba miradas entre el manjar y la mujer. Olisqueó con curiosidad a la humana, la mano y luego la fruta...

Y entonces, rápida como el rayo, levantó la cabeza, dándole un enooorme lametón desde el nacimiento del cuello hasta el fin de la frente a la Sheriff con su lengua musculosa y húmeda. El animal enseñó los dientes y soltó un alegre relincho, como si se riese en la cara de la humana y rápidamente recuperó la fruta del suelo, masticándola mientras empezaba a realizar un alegre trotecillo alrededor de la humana

-¡Ja! ¿Has visto qué cara se le ha quedado? ¡La hemos vacilado!

-Qué rica la manzana

-Mira que eres monotemática, ¿es que sólo piensas en comida?

-Pero tú sólo piensas en sexo, humana en mi cuerpo

-Touché.

El animal, que movía la cabeza de un lado a otro de forma coqueta y alegre mientras trotaba, finalmente paró, se dio la media vuelta y le dio un suave golpe con el hocico en el pecho a la mujer, aparentemente divertida y alegre. Ya no parecía ni temerosa ni nerviosa, pero en su mirada había... algo distinto. Algo más inteligente.

La yegua se acercó, poco a poco. Olió la manzana, luego su mano, y antes de que se diera cuenta, le plantó el hocico en el pecho y apenas tuvo tiempo de ladear la cara, mientras lamía el cuello, la cara y luego el pelo. Guiñó el ojo que quedaba más cerca de la lengua del caballo, pero en lugar de estar enfadada o confundida, una media sonrisa se dibujó del otro lado, mientras esa lengua enorme, cálida y pegajosa la recorría. Después, el caballo relinchó, como si se riera, se comió la manzana y trotó a su alrededor. Como si jugara. La siguió con la mirada, hasta que la dio el golpecito en el pecho, y tras un par de segundos de silencio, en que la vaquera miró al animal con intensidad...

En lugar de molestarse la vaquera soltó una enorme carcajada. Se limpió la cara con el brazo, empapando la camisa de franela de saliva, y luego palmeó el cuello del animal, después de abrochar el lazo rápidamente a su cinturón para tener las dos manos libres.

- Eres una picarona, ¿eh? - le susurró, al tiempo que le sujetaba el hocico para que no cabeceara, acariciándole el morro, con una delicadeza inusitada en esas manos que podían levantar balas de paja como quien oye llover.

Luego acercó su rostro y lo dejó reposar sobre el morro del animal, acariciándole suavemente las mejillas, jugando con las yemas de sus dedos en la sedosa piel azabache, de pelo corto. A pesar de todo, quería que estuviera relajada. Así, además, la yegua se empapaba de su propio olor. Aprendería a reconocerla, a saber quién era, por ese aroma...

"Y bueno, la había dado un buen lametón, así que también podría hacerlo por el sabor" pensó divertida la Sheriff.

Después de unas caricias, contempló al animal a los ojos, contemplándolo como se hace cuando se quiere comprender profundamente lo que sucede en el interior de cualquier otro ser vivo, asomándose a la inteligencia superior que parecía desprender brillos en aquella negrura, escondida al fondo, protegida por su oscuridad. Acarició la marca de su frente, y la habló en susurros, casi arrulladora.

- Como has llegado hasta aquí, cariño...- le preguntó, mesando su crin con los dedos - Tu dueño tiene que estar muy triste, cielo... si fueses mi caballo y te perdiera, yo lo estaría...- añadió, y su voz sonó verdaderamente triste.

Porque desde luego, si ella perdiera un ejemplar tan magnífico, no se lo habría perdonado.

La equina relinchó alegremente, como si se riese ante la frase de Rebecca, claramente alegre. Ah, si ella supiera... picardías le sobraban todas, y eso que nunca había vestido ninguno. Quizás debería planteárselo algún día. Cuando la rubia se le acercó, el animal se dejó tocar, y acariciar, alegre por el cariño que le estaba dando la rubia.

De hecho, hacía muchos, muchos años que nadie la trataba así, con ese cariño, con esa ternura. Si estuviera en su forma humana, ahora mismo estaría llorando entre los brazos de la otra rubia, pero afortunadamente en su forma equina, compartiendo su mente con un ser más primario, sólo podía quedarse con la parte más básica y superficial del acto.

Se quedó embelesada durante largos segundos, imaginándose lo que sería tener a alguien, quien fuera, que la tratase así, aunque no la conociese. Tanto tiempo huyendo hacia adelante había hecho que la mujer nunca se plantease si alguna vez necesitaría algo más, y ahora que lo había descubierto, el resultado había sido el equivalente a golpearse de frente con una pared.

Suspiró suavemente, entrecerrando los ojos en una expresión de máxima felicidad, apoyando su rostro contra el de la humana. Se restregó suavemente contra ella y la miró con suavidad, directamente a los ojos

Ah, si tú supieses, preciosa... no tengo dueño, sólo golpes en la espalda... Quizás no fuera tan malo vivir aquí como un animal más, lejos de la política, de los mutantes y todas esas mierdas. Sí, sería precioso...

Por fin las cosas estaban encarriladas. Por atípico que resultara, el lazo no había sido necesario, y la yegua se mostraba tranquila y cariñosa, algo que por otro lado agradecía. Sabía que no era lo normal, que ese animal escondía algo, pero por otro lado ella tenía la delicadeza de no preguntar, si no esperar, porque al final, con la suficiente confianza y tiempo, un animal acaba siendo tan franco contigo como tú lo eres con él.

Y tenía la certeza de que era transparente para ellos.

Palmeó los mofletes de la yegua, introduciendo su hombro bajo su cuello, quedándose así de espaldas al animal, pero a la altura de su rostro, sonriéndola de medio lado y contemplando ese rostro avispado. Era una lástima que no tuviera nombre, pero ella no podía ponerle uno que no fuera el suyo. De momento, se limitaría a llamarla como había hecho hasta el momento, con apelativos cariñosos.

- Eres una buena chica. ¿Te apetece otra manzana? - preguntó al tiempo que sacaba otro pequeño pedazo del saco. Acto seguido, ella comenzó a andar, dió una suave palmadita a su robusto cuello, y con un chasqueo de lengua, le indicó que la siguiera. Quizá fuese capaz de hacerlo, al fin y al cabo ahora se estaba comportando bien.

La ayudó en el recorrido que la aproximaba hacia las otras yeguas. Estas no parecían tener ningún problema con ella, y eso la tranquilizaba. A veces quedaban cosas del mundo animal que no podía comprender, y por otro lado, su instinto no era infalible. Aunque le seguía diciendo que ese animal tenía muchos misterios que ofrecer.

- Tienes un pelaje precioso, ¿Quieres que te cepille un poco, pequeña? ¿Eh? ¿Te gustaría?- dijo al tiempo que la liberaba de ese pequeño abrazo, en el que la mantenía, mandándola con el hombro y con la mano, de manera tan sutil que cualquiera habría dicho que no estaba haciendo nada mas que seguir al caballo. - Espérame aquí. Voy a por el cepillo.- le explicó, como si pudiera entenderla.

Se desvió un momento, dejando a la yegua junto al resto, para poder acercarse a la pared y coger así los cepillos y los peines. De vez en cuando daba indicaciones a las otras yeguas, para que se movieran o dejaran sitio a las otras. Como si hablara con un grupo de viejas amigas. Así hablaba siempre. Al fin y al cabo, ¿porqué no iba a hacerlo?

Tanto la humana como la yagua disfrutaron de las atenciones que les estaba impartiendo la tejana, con una leve expresión de éxtasis equino. El animal resopló suavemente y la siguió, mientras que la humana se maravillaba con la mano que tenía la mujer para los animales. ¡Y Fiona entendía muy bien de empatía animal! La rubia era no sólo buena, si no que destilaba un aura de seguridad y calma que resultaba atrayente.

Aceptó de buen grado el nuevo trozo de manzana e intentó alcanzarlo bajando levemente la cabeza y alargando la lengua. Al verlo imposible, resopló un poco, pero no separó el contacto con la humana, aprovechando para darle un lametón en la piel que se encontraba a su alcance.

Ante la idea de ser cepillada, Fiona soltó un alegre relincho, dejando que la humana se separase. Como si hubiese entendido perfectamente lo que había dicho la humana, la yegua se mantuvo perfectamente en el sitio, no moviéndose un ápice más que para mover suavemente la cabeza, piafar y dar un par de botecitos excitados en el sitio, como si bailase alegremente.

Cuando volvió, no se había movido ni un ápice. De hecho se detuvo, asombrada de la percepción que el caballo parecía demostrar. Había seguido su orden al pie de la letra, salvo por el hecho de que parecía excitada con la idea del cepillado, como si verdaderamente entendiera cada palabra de lo que había dicho. Se relamió la comisura derecha, y se acercó, poniéndole una mano sobre el morro, acariciándolo suavemente.

-- Que chica mas buena. - le susurró, mientras las otras yeguas se retiraban a su ritmo, cada una caminando por el complejo a mayor o menor distancia. Sabía que les esperaba su turno, pero no tenían prisa.

Con una palmadita indicó a la yegua que se acercase un poco más hacia la zona de la pared. Así estarían mas cómodas. Cuando estuvo colocada, pasó el peine desde la raíz del pelo que cruzaba la espalda del animal, hacia abajo, siguiendo la musculatura de su poderoso torso y su oronda panza. El cepillo, de cerda fina, sacaba el pelo que debía caerse, formando poco a poco en el suelo una fina pelusa. Lo hacía en el sentido del pelo, ya que para los animales era muy desagradable hacerlo en el otro sentido. Salvo cuando se trataban de caricias, en cuyo caso a algunos incluso les gustaba, aunque los casos eran mas bien pocos. Cepilló sus piernas, su otro lateral y acabó con el cuello. Su pelaje azabache arrancó un brillo precioso, bajo la luz del sol parecía terciopelo.

Luego sujetó el peine y teniendo cuidado de no darle tirones, si encontraba algún nudo, cepilló las crines. Las dejo sueltas, ya que no tenía necesidad de sujetarlas como si fuese a montar o a exposición. Acabó pronto con la crin delantera, y tras colocarla un poco con los dedos se dirigió hacia los cuartos traseros, para hacer lo mismo con la cola. No podía hacer el trabajo en los cascos, ya que desconocía si estaba herrada, y era imposible sin amarrar a la yegua primero, idea con la que no estaba muy conforme.

Así empezó a cepillar la cola. Procuró sujetarla de manera que los tirones no le hicieran ningún daño. Si la yegua hubiese sido suya, le habría dado un pequeño corte en las crines, para igualarlas. Aquello la habría dejado espectacular. Al llegar a esa zona, retiró un poco el pelo de la cola, para examinar los genitales. El ano parecía totalmente sano, al igual que la parte externa de la vagina. Se percató de que mostraba el mismo tipo de inflamación que mostraban las hembras en celo, y se preguntó si en cualquier caso, se habrían equivocado y esa hembra le había sido entregada por error, o había llegado allí porque algún listo quería que la montara con uno de sus sementales y luego meterse en una querella. No era el primero que trampeaba de esa manera a un ganadero despistado. Te cuelan al animal, se lo preñas y luego te demandan por hacerlo. Sacan una cría y encima, algo de dinero.

Pero si esperaban hacérselo a ella, podían esperar sentados en sus poltronas de imitación cuero. So cutres.

Acarició suavemente la zona colindante, para analizar la piel y comprobar que la inflamación no se tratara de alguna enfermedad, en lugar del celo. Por el momento, todo parecía ir bien. Si hubiera tenido al equipo allí, lo habría mirado con la máquina de ecografía, pero no iba a invertir ese dinero en una yegua que no era suya, sólo por curiosidad. Así que utilizó el método más rápido, y que le daba unos resultados bastante precisos, basándose en la experiencia de campo. Con cuidado, introdujo muy suavemente la mitad de dos dedos en los labios de la yegua, procurando hacerlo desde un lateral y sujetando la cola firmemente. Nunca se trabajaba en la espalda de un caballo. Era la norma principal para tratar con ese animal.

Fiona estaba en el verdadero paraíso. Hacía más de trece años que nadie la cepillaba el pelo, y aunque no era exactamente lo mismo, notar el suave cepillo por su torso era algo extremadamente agradable. Era como una caricia que la hacía estremecerse, derritiéndose ante ese contacto. No le quedaba duda de que si la rubia trataba así a sus amantes, sería una verdadera diosa en la cama, aunque no llegasen al acto en sí. La hostia.

Embelesada, se dejó hacer, tornando los ojos en un sumo placer mientras notaba cómo el pelo de su crin, que en la práctica era para ella como si la estuviesen cepillando, se iba soltando, quedando suave agradable. Soltó un leve bufido de aprobación, y no se resistió cuando la mujer empezó a cepillar y cuidar de su cola.

De hecho, tan ensimismada estaba que no se dio cuenta de que la mujer había dejado de cepillar, y que estaba empezando a levantarle la cola. No se dio cuenta de que le miraban el culo y el coño con intensidad... hasta que de pronto notó dos dedos entrar dentro. Así, sin llamar ni pedir permiso. La yegua levantó la cabeza con sorpresa, los ojos bien abiertos y...

¡¡¡COOOOOOOÑO!!! y no salió ningún relincho sorprendido de sus labios equinos. La yegua dio un salto hacia adelante (eso sí, cuidando de no cocear a la pobre granjera que poca culpa tenía) y salió al trote, aún sorprendida, agitando la cabeza confusa. Se dio la media vuelta, mirando a la mujer y... y se dio cuenta a juzgar por la cara que la otra ponía, que acababa de hablar, y no relinchar

Oh, bueno, de perdidos al río

¡Joder, nena! Podrías haberme invitado al cine antes, que por muy ligera de cascos que parezca ¡Ja! ¡Esa era buena! no soy de las que lo hacen en la primera cita... Aunque contigo haría una excepción, oye

Evidentemente, ese grito le llegó a los oídos con la claridad con que una oveja escucha el aullido de un lobo. Se quedó petrificada un instante, mientras la yegua, o lo que parecía una yegua y ahora no estaba del todo claro qué demontres era, salía corriendo al clarísimo berrido de: "Coño".

La cola del caballo se deslizó entre sus dedos, y acto seguido bajó las manos, mirando a la yegua con la única cara que se le puede quedar a uno cuando... bueno, cuando un caballo te habla.

Chasqueó la lengua, permitiéndose un momento de introspección. ¿Qué diablos llevaban las pastillas que le habían dado en Arkham? ¡Si tenían efectos secundarios deberían avisarlo, y... O, aguarda un segundo. Ella no tomaba las pastillas. ¿Sería por eso? ¿Pero como iba a saber su médico que alucinaba con caballos? ¿Y si estaba soñando? ¿Y si la habían drogado? A lo mejor estaba atada en una de esas camillas de electro-shock que te hacían escupir espumarajos por la boca, y le estaban friendo el cerebro. Eso explicaría todo ese lío. Disimuladamente, se pellizcó en el brazo, para ver si eso la sacaba de la fantasía, pero no hubo forma.

No contentos con eso, la yegua volvió de cara a ella y hablando con una pronunciación casi más correcta que la suya, le hizo un comentario picante. La sheriff continuó mirando al animal, con los ojos bien abiertos. Entonces hizo lo único que podía hacer. Se retiró el sombrero, se secó el sudor de la frente, y miró hacia el cielo despejado.

- Por las pistolas de Jhon wayne, espero que me esté dando una lipotimia. - dijo al cuello de su camisa.

Luego devolvió la mirada al animal, que seguía ahí plantado. Sus dos manos se ciñeron en torno a su morro, para poner la cabeza frente a la suya, haciendo que el gesto fuese bastante dramático y le ayudara a prestar la máxima atención.

- Tienes dos minutos para explicarte, señorita. Después, y si no me gusta lo que oigo, tomaré medidas drásticas.- dijo en un tono imperativo muy firme, que sin embargo seguía siendo agradable. Pedía explicaciones por las buenas, y desde luego, las quería pronto. Aquello era un fenómeno. Un milagro. Pero lo más importante, si ese animal no era resultado de algún tumor cerebral que le estuviera jugando una mala pasada, valía oro. Oro. ORO.

La vaquera puso sus manso en el morro del animal, el cual se dejó mansamente mientras se reía mentalmente. Se lo estaba pasando teta con la reacción de la mujer, especialmente porque en vez de gritar cosas sobre el demonio, parecía tomárselo bastante a bien.

¡Howdy! exclamó, sonriendo de una forma equina No sé si dos minutos me bastarán, así que resumiré. Me llamo Fauna, puedo adquirir la forma de cualquier mamífero, incluyendo a los humanos y estaba de paso. Como se me hizo de noche al lado del rancho, me mezclé con tus chicas para pasar la noche y no dormir a la intemperie... pero luego estaba muy a gusto, y como me viste, me dio algo de pena marcharme. la yegua volvió a sonreír, separándose de la vaquera para rápidamente convertirse en una gata negra, que dio un trotecillo a su alrededor alegre, con el rabo en alto

¿Ves? La verdad es que no tengo dónde caerme muerta, y tu rancho es muy acogedor... Y tú también, todo sea dicho

La gata la miró unos segundos fijamente y después volvió a adquirir la forma de la espléndida yegua que había sido antes, relinchando suavemente

A lo que quiero llegar es que puedo ser el animal que necesites en todo momento en el rancho. Una perra pastora, una gallina ponedora... ¡No me importa, estoy dispuesta! si me dejas quedarme aquí... contigo. Si... si no te importa, vaya. el animal apartó levemente la mirada, casi como avergonzado, mientras rascaba el suelo con una pezuña.

Ahora que había probado unos cuidados de verdad, unas atenciones por parte de alguien, no quería perderlo, pero el desliz de haber hablado... ay, ser una bocazas le iba a dar problemas

Demasiada información.

Se puso a hablar como si fuese la cotilla mujer del pastor, y ella apenas había conseguido hacerse a la idea de que tenía un caballo parlante en medio de un campo de yeguas que esperaban ser montadas antes de que se les pasara el celo. Negó un momento con la cabeza y se calzó el sombrero de forma decidida. Tenía que recomponerse y procurar sacar en claro lo que pudiera.

Y tanto que lo hizo, cuando la esplendorosa yegua recién cepillada empezó a encoger, encoger, encoger, hasta convertirse en un gato. Levantó el gorro con el dedo pulgar, asomándose a la presencia del pequeño felino, que si no se hubiera materializado ante sus ojos, sería difícil de creer que pintaba nada en ese corral de madera. En lo que duraba un parpadeo, el magnífico caballo volvía a estar presente e incluso creyó leer en esos ojos negros diversión. Cuando adquirió esa expresión avergonzada, ella cogió todo el aire que le cabía en el pecho y lo deshinchó con ganas. ¿Estaba pidiéndole asilo? De verdad que aquello era inaudito.

- Diablos, que se me atragante un verbo. - mascó entre dientes, mientras negaba con la cabeza, mirando hacia abajo. Luego se dio la vuelta y comenzó a caminar siguiendo el interior del vallado. Cogió un brote, y se lo introdujo en la boca, mientras cavilaba. - ¿Fauna dices? - preguntó cuando volvió a la altura de la yegua- Que nombre tan condenadamente adecuado. Has dicho que puedes convertirte en cualquier animal o en persona. ¿verdad? - preguntó, apoyando las manos en el cinturón como lo haría un clásico tejano - ¿Puedes convertirte en persona ahora?- preguntó, obviando el hecho de que no era una respuesta lo que buscaba, si no contemplarlo con sus propios ojos.

La equina le dedicó una mirada torva a la humana, ladeando la cabeza, antes de soltar un relincho bajo. Incluso parecía que torcía el gesto.

¿Humana? Está bien, pero que conste que no es mi forma favorita declaró claramente la yegua, que dio un suave golpe con su pezuña en el suelo, como dando énfasis a sus palabras. Se puso a dos patas y en cuestión de segundos el animal había dejado paso a una chica vestida de militar, con la camisa desabrochada dejando a la vista una camiseta sin mangas negras. Era delgaducha, algo escuálida, con unos ojos enormes y verdes, con una melena bien peinada (gracias a los cuidados de Rebecca, todo fuera dicho) también verde con las raíces claramente rubias. Sus piernas eran algo largas y era un poquillo escasa de pecho, pero en general se notaba cuál era su sexo.

Sus manos eran algo pequeñas, pero tenían ese aire algo castigado propio de alguien que trabaja con ellas a menudo

Hale, ya está. comentó, ajustándose las gafas que tenía sobre la cabeza. Eran anaranjadas, como de buceador, y bien podrían tapar sus ojos completamente si se las pusiese Pero los humanos no son tan útiles... ¡Un gorila puede levantar diez veces su peso! ¿A que no lo sabías?

Lo hizo. La muy puñetera lo hizo. Se encabritó a dos patas, y de nuevo, en lo que duraba un parpadeo, se había convertido en otra cosa. Esta vez en una chica que parecía medio soldado. Medio, porque con ese cuerpecillo no podía decirse que diera para un soldado entero. La examinó atentamente, igual que lo había hecho cuando era una yegua. La miró de arriba abajo, y luego, no se privó de dar vueltas en torno a su cuerpo humano, tal como había hecho ella cuando se había transformado en un gato.

- Eres una pena. He visto percheros con abrigos colgados que pesaban más que tu. Necesitas algo más que manzanas y heno. - le dijo, alzando una ceja, cuando volvieron a estar cara a cara.

Nada. Por mas que la mirara seguía estando allí. Había una chica en medio del establo, donde antes había un caballo, donde antes había un gato, y el mismo caballo. Aquello no tenía ninguna lógica. Por otro lado, vivía en una ciudad donde un payaso de rodeo volaba edificios, un espantapájaros salia a pasear para volver loco a todo el mundo y un murciélago gigante cazaba criminales por las noches... Después de pensarlo un momento, ¿Era realmente tan raro?

- Gracias por la información, aunque no es precisamente la que quiero ahora mismo. Sólo explícame una cosa... - preguntó, al tiempo que se acercaba. Sus espuelas marcaron el ritmo que contoneaba sus caderas, al acercarse un paso tras otro y quedar a menos de unos centímetros de la chica. Levantó el sombrero con un toque de los dedos, permitiendo así que ambos rostros se enfrentaran. Sus facciones parecían mas curtidas, mas amenazadoras ahora. Se hizo el silencio entre ambas, y sólo faltó que una planta rodadora ambientara ese momento con ese rodar tan oportuno propio de los western - ¿Qué has sentido exactemente estando dentro del caballo? - preguntó sin despeinarse.

Estaba interesada en saberlo. De verdad.

Fiona se sintió incómoda ante el movimiento de la vaquera. No era por el hecho de que la mirase de arriba a abajo o que diese una vuelta a su alrededor (ya contaba con algo así), si no por la horrible sensación de que lo que estaba viendo no le gustaba a su anfitriona. Se cruzó de brazos, incómoda, esperando la inspección de la otra mujer con impaciencia

Eres una pena. He visto percheros con abrigos colgados que pesaban más que tu. Necesitas algo más que manzanas y heno. -

Y no, no le gustó ni un pito el veredicto. Arrugó la nariz y lanzó una mirada de molestia a la otra mujer, dejando bien claro con su actitud que no le gustaba lo que había oído. Podría haber replicado, pero prefirió, de nuevo, callar. Expectante.

Gracias por la información, aunque no es precisamente la que quiero ahora mismo. Sólo explícame una cosa...

Y Rebecca se le acercó. Eso no la importaba, teniendo en cuenta que cuando era una yegua la había estado mimando. Estaba claro que era alguna especie de prueba, o algo así, pero cuando la vaquera levantó la mirada se encontró con que la peliverde estaba echando los hombros atrás, elevando la cabeza e hinchando pecho. Y que los ojos que la estaban mirando no eran humanos, si no los de un lobo. Y a juzgar por cómo estaba elevando la comisura derecha de sus labios, parecía dispuesta a liarse a mordiscos con la vaquera como hiciese un solo ademán agresivo.

Casi casi como un animal salvaje, aunque al menos era uno bastante más permisivo de lo normal

¿Qué has sentido exactemente estando dentro del caballo?

Yo SOY la yegua, vaquera replicó la chica con un leve sonido gutural que hizo que las yeguas más cercanas levantasen las orejas, confusas. es algo instintivo, no se puede explicar bien con palabras. Estaba tranquila, a gusto con la manada, que me aceptó sin pensárselo dos veces. Cuando me encontraste, estaba disfrutando del sol sobre mi pelaje. Noté curiosidad en tí y no la agresión que hay ahora. apuntilló, mirando fijamente a la otra mujer. Olisqueó levemente el aire con su nariz respingona, como si el lobo interior estuviese pugnando por salir en cualquier momento Eres la hembra alfa de esta manada, todas te reconocen como tal.

Añadió, dando finalmente un paso hacia atrás, indicando de ese modo que, aunque no le hacía gracia, ella también la reconocía como la alfa. Pero no iba a permitirla pisotearla, por supuesto

¿Contenta?

Aquello se escapaba de todo lo que podía comprender. En esos días no había nada que la asustara, pero si que la sorprendiera, y había algo de agridulce en esa sensación, porque le dejaba comprender que aún había muchas cosas en el mundo que se le escapaban, pero para las que quizá no estuviera preparada. Ese pensamiento la hizo endurecer la expresión, apretando la mandíbula.

"Majaderías"se recriminó así misma, al final "Lo que importa de un Sheriff no es lo que ha vivido, si no el cómo vive lo que le falta por vivir"

Así resolvió el dilema en el que ahora había entrado. Porque por un lado, ella no era una invitada, si no que había entrado sin permiso en su propiedad. Quizá si la hubiera conocido y se lo hubiera ofrecido antes, la cosa sería diferente. Por otro lado no podía negar que era cierto lo que decía, porque lo había visto con sus propios otros. No había indicio alguno de que las yeguas estuviesen molestas en su presencia, y si los animales la consideraban buena, ella no tenía porqué dudar de ellos. Si realmente se trataba de una joven en apuros, no podía saltarse su deber a la ligera, además no quería tener que escuchar que no había cumplido con la debida hospitalidad tejana...

Así que decidió hacer una prueba sencilla...

A pesar de que Fionna se mostró también orgullosa, lo hizo en el aspecto más animal, uno que conocía muy bien. Defensa propia. Al adoptar ella la posición intimidante, reaccionó. Eso era muy importante, porque si que había un punto desde el que partir. Domesticar a un humano no es difícil, ni tampoco muy diferente a la doma de un animal, siempre que haya respuesta claro. Por eso estaba satisfecha. Así, su rostro se suavizó y mostró una sonrisa suave, que llegó a rozar lo juvenil.

- Mientras lo recuerdes, lo estaré. - añadió al tiempo que sujetaba la pequeña barbilla de la chica, le daba un pequeño meneo y luego la soltaba.

Se dio la vuelta y comenzó a andar hacia la valla de madera. Se habría puesto las manos en el cinturón pero recordó cierto detalle y prefirió obviar el gesto. Empezó a andar a buen ritmo mientras hablaba, esperando que la recién llegada se uniera a ella.

- Ten muy clara una cosa, forastera. Si vas a quedarte, vas a trabajar, y no será ni mucho menos un paseo por el campo. - le advirtió, con tono autoritario - Aquí nos levantamos al amanecer, y tendrás que hacer algo más que el animal, si quieres que me salga rentable tenerte aquí. ¿Tienes alguna experiencia? - preguntó al tiempo que salía agachándose entre las dos tablas que componían el vallado horizontal.

Continuó andando, en busca de uno de los toneles que tenía junto al porche, donde los canalones echaban el agua de lluvia, y ayudaban a acumularla. No hay nada que despeje tanto las ideas como lavarse la cara con agua de lluvia.

- Te asignaré un cuarto en a las caballerizas, y te quedarás allí por el momento. No entrarás a la casa bajo ningún concepto a menos que te llame. Llevarás un Walkie y si pasa cualquier cosa, me llamas. Estoy en el canal 04. - explicó, justo al llegar al tonel. En ese momento cogió un trozo de jabón de grasa que había atado a una cuerda, lo restregó contra sus manos y las hundió en el tonel de agua helada, lavándose concienzudamente. Al sacarlas, las sacudió salpicando el agua fresca a su alrededor, luego se las secó contra la camisa, y miró a su empleada en pruebas, durante unos instantes, intensamente. - Bienvenida a Relinchos al rojo, moza de cuadras. - añadió mientras le tendía la mano, para estrechársela, y sellar así el trato.

Aunque si pensaba en lo que había pasado entre ellas sólo un rato antes, aquel gesto parecía hasta impersonal...

- Mientras lo recuerdes, lo estaré. Fiona no estuvo muy contenta de que la cogiese de la barbilla, pero sólo la mantuvo la mirada, notando que el contacto no era agresivo. Más bien parecía querer forzarla a que la mirase a los ojos, por lo que los ojos lupinos de la cambiante se cruzaron con los de la humana. Sin embargo, el contacto pronto terminó, y la chica simplemente se acarició el mentón mientras los ojos volvían a un verde más normal

- Ten muy clara una cosa, forastera. Si vas a quedarte, vas a trabajar, y no será ni mucho menos un paseo por el campo. Aquí nos levantamos al amanecer, y tendrás que hacer algo más que el animal, si quieres que me salga rentable tenerte aquí. ¿Tienes alguna experiencia?

Contaba con ello. musitó, trotando rápidamente al lado de la mujer. No estaba segura de si volver a cambiar a una forma animal o mantener la humana, pero viendo que la conversación continuaba por unos derroteros más... laborales, prefirió mantenerse como una humana

No cuidando de animales, pero eso lo aprenderé rápido lo cual era cierto. Y la parte de madrugar no le iba a costar demasiado, teniendo en cuenta que prácticamente había sufrido algo parecido a una instrucción militar en Genosha

- Te asignaré un cuarto en a las caballerizas, y te quedarás allí por el momento. No entrarás a la casa bajo ningún concepto a menos que te llame. Llevarás un Walkie y si pasa cualquier cosa, me llamas. Estoy en el canal 04.

Bueno, podía vivir con ello, por lo que la peliverde sólo asintió, devolviendo una mirada llena de determinación a la otra mujer

- Bienvenida a Relinchos al rojo, moza de cuadras.

Gracias, jefa, no se arrepentirá la expresión de la peliverde cambió a una sonrisa mientras le estrechaba con fuerza la mano a la vaquera. Pese al aspecto algo esmirriado de Fiona, se notaba que tenía bastante fuerza, al menos con las manos, mientras se rascaba la cabeza

¿Algo más que deba saber? ¿Tengo que llamarla de algún modo, hay algún uniforme que deba ponerme? Ya sabe, esas cosas

La frase "No hay que juzgar un libro por la portada" cobró cuerpo cuando la moza le estrechó la mano. Tenía un agarre vigoroso, y eso hizo que la Sheriff sonriese de medio lado, complacida, segura de que lo que tenía delante engañaba a la vista tanto como ella misma. La chica, a pesar de tener un carácter algo agrio, parecía dispuesta a aprender y eso era muy bueno, porque había mucho que enseñar sobre todo si no tenía ninguna experiencia. Se iba a hartar de dar palazos de estiércol.

- Soy Rebecca, pero puedes llamarme Sheriff, aunque jefa también está bien. - le dijo, devolviendo una sonrisa mucho más amable. - Depende, ¿tienes mucho aprecio por ese uniforme? - preguntó mirándola de arriba a abajo. Ella entendía bastante bien lo que era sentir amor por el uniforme y lo que representaba. - Si piensas trabajar con él, no tardarás nada en condecorarte, seguro. - añadió, bromeando claramente.

Estaba segura de que tenía algo de ropa usada de alguno de sus ayudantes. Tampoco es como si tuviera que ir a una fiesta de etiqueta. Con un arreglo aquí y allá, y un nudo en alguna buena camisa, estaría mas que lista para el trabajo duro.

- Lo mejor es que estés cómoda, porque te vas a mover hasta que los músculos se te hagan mantequilla. Si quieres cambiarte puedo darte algo. - le ofreció.

Se retiró el sombrero un instante, para echarse el pelo hacia atrás, y colocárselo de nuevo. La verdad es que era hora de un descanso. Era media mañana, hacía bastante calor, y quería comer algo, antes de continuar con la jornada de cepillado, que serviría para evaluar las dotes de la nueva encargada de las caballerizas. Al fin y al cabo era un trabajo rápido de explicar, fácil de comprender, pero algo más difícil de ejecutar de lo que parecía. Sería un buen entrenamiento para la novata.

Iba a dirigirse a la entrada principal de la casa y ya en el porche, cuando sólo había subido un pie al entarimado de madera, que crujió bajo sus botas, chasqueó los dedos como recordando algo importante.

-¡Ah, se me olvidaba! - añadió girándose para quedar de nuevo de cara a Fionna - Aquí se trata a los animales como a reyes. Si te pillo haciendo algo indebido, lo que sea, con alguno de ellos, no habrá lugar en la tierra donde te escondas, ni animal en que puedas transformarte que evite que te de tu merecido. - según iba explicándolo su sonrisa se iba desvaneciendo y al terminar su rostro era totalmente inexpresivo. Seguramente no habría sido tan perturbador, si en su tono de voz no hubiera tanta decisión. Aquel tono prometía, de algún modo retorcido, una condena.

Acto seguido dio una palmada a una de las vigas que sustentaban la entrada principal, se dirigió hacia la puerta de la casa y la abrió, dejando salir una temperatura agradable. La casa estaba bien aclimatada, y dentro solía hacer una temperatura agradable, hiciera en el exterior frío o calor.

- Estarás hambrienta, ¿Te apetece comer algo?- le preguntó, en un tono conciliador. La verdad es que ella había hecho hambre.

Soy Rebecca, pero puedes llamarme Sheriff, aunque jefa también está bien. Depende, ¿tienes mucho aprecio por ese uniforme? Si piensas trabajar con él, no tardarás nada en condecorarte, seguro.

Fiona se rió suavemente, sonriendo de lado, antes de encogerse de hombros

Bueno, hemos pasado por mucho juntos y es la única ropa que tengo, así que supongo que no me vendría mal usar un uniforme más a su estilo, Sheriff. Le gustaba el mote. No creía que fuera una Sheriff de verdad por eso de que ahora llevan uniformes y en la práctica son polis, pero le gustaba. Tenía además un andar hipnótico, y una presencia que le hacía sentirse a gusto.

De hecho, junto con Magneto, era a la única persona que trataba de usted... ¡y acababa de conocerla! Era todo un reto, sin duda.

Lo mejor es que estés cómoda, porque te vas a mover hasta que los músculos se te hagan mantequilla. Si quieres cambiarte puedo darte algo

Por favor, Sheriff. No me gustaría terminar sin ropa en su rancho, los clientes podrían incomodarse añadió, metiendo ambas manos en los bolsillos. Tendría que esconder y enterrar su petate con dinero y comida, pero este era un sitio perfecto para esconderse hasta que todo se calmase. Y con lo del cataclismo ese... vamos, era imposible que la buscasen justo ahí, de todos los sitios.

Entonces, la rubia se volvió, lo que hizo que la irlandesa cortase su carro de pensamientos, mirándola con curiosidad. La mirada de seriedad y amenaza no se le pasó por alto (¿Pero qué demonios pasaba con esa tía? ¡No paraba de cambiar de registro!), y rápidamente frunció el ceño. ¿Maltratar a los animales? ¿Por quién la tomaba? ¡Ella era uno! Por supuesto que jamás le haría algo así a ninguno. A lo sumo le pegaría un susto como intentasen montarla, pero vamos, mientras evitase tener forma de yegua cerca de caballos en celo, no pasaría nada

¡Sheriff, por favor! Sería estúpido que yo le hiciese nada a un animal a mi cuidado. He cazado conejos en el pasado, y alguna oveja, vale, pero no es lo mismo. Ya sabe, una cosa es cazar para alimentarse, y otra es hacer daño por hacerlo. Precisamente de mí no debe temer nada en ese aspecto Soltó un leve bufido, claramente molesta ante la mera idea de que alguien se pensase que sería capaz de hacer algo así. Pero entonces todo volvió a un cauce más manejable cuando su futura jefa le ofreció comer algo

¡No le diré que no, Sheriff! Esas manzanas me despertaron el apetito y entonces se quedó parada, en silencio Err... no es usted vegetariana, ¿verdad? Porque... bueno, hace mucho que no como algo de carne de verdad y... er... bueno, que si lo es, me voy al monte, a ver si pillo algo, ¿eh? No es por molestar...

Bien, como se suele decir "Las cosas claras y el chocolate, espeso". Los límites, las indicaciones, las directrices básicas que marcarían la diferencia entre compadre y futuro cadáver estaban dadas, ahora todo era cuestión de si pensaba seguirlas, de ser así, todo marcharía sobre ruedas. Le gustó el tratamiento que le dio y también sus respuestas, porque era muy parecido a lo que ella misma pensaba, y así se lo hizo saber dándole una palmada animosa en el hombro cuando se puso a su altura. Abrió la puerta, invitándola a entrar y acompañarla con un gesto de la cabeza. Cuando le dijo lo del vegetarianismo, casi se al suelo desternillada. La carcajada resonó por toda la casa.

- ¡Por la firma de Sam Houston! ¿A cuantos vaqueros veganos conoces?- dijo mientras se secaba los ojos, que se habían humedecido.

Hacía tiempo que no se reía tantísimo. Permitió que la invitada entrara a continuación, la entrada tenía una estantería donde dejar el calzado, una mesilla y una alfombra. El salón, dividido en dos alturas, conectaba con la cocina, pero se diferenciaba por el pequeño escalón que las marcaba. Todo el interior tenía acabados en madera. A la izquierda, una pequeña escalera llevaba hacia tres puertas, de frente se veía el salón con la gran chimenea central, los sofás y la mesa baja, todo sobre una piel de vaca blanca y negra. A la derecha, la cocina se mostraba equipada con todo lo necesario, la nevera estaba empotrada, y desde un punto que era imposible ver desde la entrada, justo al otro lado, estaba la despensa. La cocina era moderna y completa, incluida la impresionante barbacoa de piedra empotrada en uno de los lados, en cuyo interior bailoteaban unas brasas. Lo impresionante era la gran cristalera que permitía observar el porche y el terreno, donde momentos antes habían visto el atardecer. Al fondo del todo, se entreveía por la puerta el baño. A su derecha, otra habitación, a su izquierda, unas escaleras marcaban la subida hacia el piso superior.

Su decoración, a pesar de ser de lo más rústica, tenía un toque personal claramente definido. Había conseguido convertir todos esos elementos duros en algo acogedor, incluidas las viejas herraduras que había colgadas en las paredes, los cactus, los cuencos nativos americanos, las pieles, el cuero, y alguna que otra calavera de toro. La vaquera se deshizo de su sombrero y lo colgó en un perchero hecho con astas de toro, para luego adentrarse en la casa.

- ¿Qué quieres desayunar? Puedo freírte unas buenas salchichas, unos huevos o algo de panceta. - ofreció. Su estómago ronroneó suavemente, sólo de mencionarlo se le abrió el apetito. -Creo que adelantare el almuerzo. - informó a la chica, al tiempo que se acercaba a la pila de la cocina y se levaba las manos intensamente, con jabón, de nuevo.

Ella podía no hacerle ascos a nada, pero cuando se trataba de cocinar bajo techo, era bastante cuidadosa. Podía comerse media comadreja asada en una fogata en mitad del desierto, pero si tenías la opción de no masticar arena, lo más inteligente era aprovecharla.

- Voy a hacerme una buena hamburguesa de vaca. ¿quieres tu una?- dijo abriendo la nevera y echámdole un vistazo a lo que había dentro. Cuanto más lo pensaba, más hambre tenía.

¡Por la firma de Sam Houston! ¿A cuantos vaqueros veganos conoces? la vaquera se rió a la vez que Fiona soltaba una risilla nerviosa mientras se rascaba la nuca, quizás algo avergonzada por haber saltado a conclusiones

Pues... usted es la primera y única vaquera que conozco, así que ni idea... comentó, carraspeando y desviando la mirada. A un animal una decoración como esa podía resultar perturbadora, y al menos los toros y vacas que pertenecían al instinto colectivo de la chica estaba berrando de pavor. Pero después de haber conocido a Sloan, Fiona le había perdido el miedo a casi todo. Además, tenía un saborcillo rústico que jamás había visto antes.

La chica soltó un silbido apreciativo, lanzando un vistazo a la decoración, mientras seguía obedientemente a la que ahora era su nueva jefa

¿Qué quieres desayunar? Puedo freírte unas buenas salchichas, unos huevos o algo de panceta. Creo que adelantare el almuerzo. La mirada de la chica volvió a centrarse de nuevo en Rebecca, esta vez con una expresión extasiada en su rostro. ¿Había oído bien? ¡Un desayuno en condiciones! ¡Y con carne de la buena, seguro! Porque vamos, sería delictivo tener una mierda de carne si tienes un jodido rancho, ¿no?

Voy a hacerme una buena hamburguesa de vaca. ¿quieres tu una?

La chica entonces abrió los ojos como platos, sonrió torvamente y asintió vehementemente

¡Sí! ¡SÍ! ¡Oh, Dios, sí! Sheriff, si va a tratarme así de bien, me voy a enamorar tanto de usted como de su rancho... No se imagina lo mucho que echaba de menos una hamburguesa de carne de verdad... Después de tanto forrajeo y tantas suelas secas de comida rápida, es un sueño hecho realidad comentó, alegre completamente. Incluso unas orejas de lobo acababan de emerger de su cabeza, y una cola del mismo animal que antes no estaba se encontraba asomando por su espalda, agitándose alegremente de un lado a otro.

En cuanto se dio la vuelta se encontró con una especia de cachorro humanoide de ojos grandes y llorosos que le recordó a los dos gandules que andarían ahora mismo jugando por al monte, vigilando a sus vacas. Tenía dos orejas sobre la cabeza y el rabo hacía un ruidito muy reconocible, al dar a un lado y a otro de su trasero. Le dedicó una media sonrisa, y como guiada por un gesto de lo más natural, posó una mano sobre la cabeza de su encargada de cuadras y la acarició delicadamente, antes de coger el mandil negro y ponérselo, preparada para cocinar.

Empezó a sacar ingredientes de aquí y allá. Un poco de carne picada, los condimentos secretos de la alacena, algo de lechuga, tomate, bacon y queso.

- Ya verás cuando tengas esta carne entre tus dientes, va a hacerle el amor a tus papilas gustativas. ¡Si, señor!- añadió ella, bromeando, ante la inocente felicidad de la chica, mientras preparaba los ingredientes- ¿Quieres la hamburguesa con huevo?- preguntó mientras buscaba en la alacena el pan de semillas casero. Lo compraba a un obrador que vivía cerca de allí. Ella más que nadie sentía mucho respeto por lo casero, así que siempre que podía permitírselo acudía a lo hecho a mano. También era una buena forma de saber qué metías en tu estómago.

Empezó a prender el carbón de la barbacoa, y añadió madera de cedro, que le daba a todo un excelente sabor y aroma. Encendió la freidora, mientras el fuego consumía la madera. Cogió un par de patatas de buen tamaño, las lavó y las cortó, y empezó a aderezarlas con piel con una mezcla secreta de especias. Encendió la freidora, y esperó a que se calentara. La cocina era otro de esos sitios en los que se movía como pez en el agua. No tardó mucho en hacer un buen par de hamburguesas, condimentarlas y ponerlas sobre la rejilla de la parrilla, que chisporroteó cuando hicieron contacto. La grasa natural del animal se deslizaba por la superficie de la carne, resbalaba entre las rejillas y caía sobre las brasas, haciéndolas cantar. La casa se llenó de un aroma sugerente, que claramente abría el apetito.

- Espero que tengas buen apetito, porque no me gusta nada desperdiciar la comida. - añadió apuntándola con una espumadera, aunque no sonó en absoluto a amenaza. - Todos los días vendrás aquí a desayunar, pero no podrás hacerlo hasta que te llame. En el despacho de las caballerizas hay una mini-nevera. Puedes llevarte allí alguna cosa, pero no bebas nunca mientras estés de servicio, ni de guardia. Nada de drogas. Aquí respetamos la ley, ¿De acuerdo?- añadió. Tenía mucho que enseñarle, y ella mucho que aprender. Podría estar dándole indicaciones todo el día. Metió las patatas en la freidora, y después de untarles un poco de mantequilla, el pan de semillas acabó junto a la carne, para tostar el interior. Dio la vuelta a la carne y engrasó la plancha junto a la barbacoa.

La vaquera se sacudió las manos, viendo que todo estaba en marcha y entonces echó una mirada de arriba abajo a su nueva compañera. Lo hizo un par de veces y luego, tras aclararse las manos, se perdió en una de las habitaciones que había a la izquierda de la entrada, de la que salió poco después con una pila de ropa, entre la que había un par de vaqueros con algún desgarro en las rodillas, unas cuantas camisetas de tirantes y alguna que otra camisa de algodón de cuadros, que iban a venirle muy grandes. Se lo tendió a Fionna, con una sonrisa.

- Ve probándotelas y así vemos qué se puede hacer con ellas.- dijo sin más, mientras ponía el bacon y el huevo a freír sobre la plancha. Luego observó de nuevo a la chica, al darse cuenta de que no se había movido ni un ápice- ¡Vamos, mujer, no seas vergonzosa! no tendrás nada que yo no haya visto ya...- luego lo pensó mejor, y añadió con una sonrisa pícara- Espero.

La peliverde sonrió de oreja a oreja con satisfacción cuando recibió la caricia en la cabeza, incluso restregándose activamente contra la mano de la otra mujer. Había tenido la fortuna de encontrarse con una mujer que realmente apreciaba a los animales, lo notaba sin problemas, y ese aprecio se extendía a la propia mutante, que exhibía sin tapujos sus rasgos animales

Ya verás cuando tengas esta carne entre tus dientes, va a hacerle el amor a tus papilas gustativas. ¡Si, señor! ¿Quieres la hamburguesa con huevo?

¡Ja! Esa era buena... jamás pensó que una sugerencia sobre el sexo oral dirigida hacia ella le arrancase una carcajada tan fuerte, pero había que reconocer que el desparpajo de su jefa era contagiosa. Sonrió alegremente y asintió con vehemencia, perdiéndose en los olores que estaban llegando a su nariz

Espero que tengas buen apetito, porque no me gusta nada desperdiciar la comida. la híbrida de perro asintió vehementemente, esforzándose por controlar la salivación incontrolada que se estaba haciendo con su boca, poniendo una expresión de cachorrillo bueno Todos los días vendrás aquí a desayunar, pero no podrás hacerlo hasta que te llame. En el despacho de las caballerizas hay una mini-nevera. Puedes llevarte allí alguna cosa, pero no bebas nunca mientras estés de servicio, ni de guardia. Nada de drogas. Aquí respetamos la ley, ¿De acuerdo?

La chica tragó con fuerza y asintió de nuevo con fuerza, jadeando levemente

Claro, Sheriff. No me va el alcohol después de todo, y no me funciona ningún tranquilizante, mucho menos lo harían las drogas. No se preocupe, a mí me va lo natural, ya sabe se encogió de hombros, sonriendo de lado ante el juego de palabras. Notó la mirada de la mujer sobre ella, y se sintió incómoda, tapándose de forma instintiva su pecho. Sabía que era jodidamente plana, pero que la mirasen tan atentamente al busto solía incomodarla, aunque rápidamente apartó la mano, consciente de que tampoco quería parecer desconsiderada ni nada por el estilo

Un rato después, mientras la pobre Fiona intentaba controlar el babeo descontrolado, Rebecca reapareció con una buena pila de ropa, dándosela

Ve probándotelas y así vemos qué se puede hacer con ellas. Humm... Fiona dudó unos segundos. No es que temiese desnudarse delante de nadie, pero no estaba segura de cómo iba a reaccionar Rebecca.

Como si notase la duda en sus ojos, la rubia volvió a hablar ¡Vamos, mujer, no seas vergonzosa! no tendrás nada que yo no haya visto ya... Espero

¡No en un humano! replicó la chica, aún con los atributos, mientras sonreía de lado espero

Algo más animada y menos atemorizada, Fiona se quitó su camisa, rápidamente rebuscando una que le pudiese valer, intentando no darle la espalda a la rubia. Por desgracia, quiso la casualidad que la camisa cayese al suelo, lo que la obligó a agacharse, dejando a la vista lo que pretendía ocultar. Eran muy viejas, pero un ojo experto podía seguir las cicatrices por toda la espalda. Algunas eran de lo que podría calificarse como una fusta, o al menos una vara flexible, y otras tenían las marcas de algún tipo de correaje, como si la hubiesen golpeado con el cinto. Sin embargo, no pudo verlas en toda su extensión porque rápidamente Fiona se puso una camisa que la sobraba bastante de torso.

Se sentó en el suelo sin miramientos y comenzó a descalzarse, sacando la lengua por la comisura de la boca. Era consciente que durante unas décimas de segundo Rebecca le habría visto la espalda, pero con suerte no habría tenido tiempo de fijarse. Además, la mejor manera de que no se centrase en lo que podría haber creído ver era directamente no hacerle caso.

Luego intentó meterse en el pantalón, pero la cola comenzó a darle problemas, lo que la hizo saltar por la habitación refunfuñando hasta que por fin la cola desapareció de nuevo por la rabadilla, lo que hizo que los pantalones subieran de golpe. Fiona perdió el equilibrio y terminó con el culo en el suelo, con una expresión de sorpresa pintado en su rostro, antes de empezar a reírse a mandíbula batiente

¡No se quejará, Sheriff! ¡Comida con espectáculo incluído!

Mientras su empleada hacía aspavientos tratando de meterse en unos vaqueros, ella continuó su labor. Tostó el pan de hamburguesa y lo puso en dos platos de cerámica marrón lacada, y empezó a montar la hamburguesa. Una buena dosis de salsa ranchera para el pan, la carne, sobre esta el bacon, una lámina de queso chaddar que se iría fundiendo con el calor y sobre todo eso el huevo. Levantó la vista un instante para comprobar que seguía peleándose con los vaqueros, y en ese preciso momento su camisa cayó al suelo, y observó aquella espalda, cruzada de unas marcas que le eran tan familiares que prácticamente podría haber sido ella quien se las realizara. Aquella chica había recibido más de una vez, y prueba de ello eran esos testigos silenciosos. No dijo nada, igual que en la doma de caballos, los resultados los da el tiempo y la confianza, y de lo segundo no tenían todavía, aunque no era nada que lo primero no pudiera arreglar. Así que volvió a centrar su atención en la comida. En esa hamburguesa no pensaba echar nada verde. Untó el pan con Ketchup casero y la cerró, justo en el momento en que oía un golpe y se encontraba a su moza de cuadras tirada en el suelo, carcajeándose.

- Y qué espectáculo. - dijo ella alzando las cejas, aunque en su rostro se dibujaba una pequeña sonrisa que se fue haciendo cada vez mas grande.

Sacó las patatas de la freidora y las dejo escurriendo el aceite. Luego se acercó a la chica y le tendió una mano para ayudarla a levantarse, observando de pase cómo le quedaba la ropa. Aquello era muy holgado, salvo quizá los vaqueros, que podrían apañarse con un cinturón. La Sheriff adoptó una expresión concentrada un momento. Luego arremangó a la chica, dejándole la camisa a media manga sobre el antebrazo. Cogió la parte baja y le hizo un nudo a un lado, haciendo que la camisa se ciñera un poco más al cuerpo de la chica. No estaba mal. Algo era algo.

- Bueno, después daremos un corte a eso, y estará mejor. Pero vas a tener que esforzarte un poco por llenar esos vaqueros. - le dijo, mientras volvía tras la cocina y echaba las patatas a los platos. Luego llenó un plato que tenía cuatro apartados con diferentes salsas, picante, mostaza y miel, ketchup y mayonesa. Indicó a la chica que se acercara para ayudarla. - Vamos a empezar ahora mismo. - añadió con una media sonrisa.

Le tendió un par de tapetes individuales con motivos de vaca, dos servilletas, cubiertos y vasos. Luego le indicó con la cabeza la mesa y se dirigió de nuevo a la nevera.

- ¿Qué bebes, té helado, limonada, zarzaparrilla?- preguntó echando un vistazo a lo que había en las jarras de la puerta de la nevera. Iba a tener que hacer más zarzaparrilla pronto. En cuanto escogió, volvió a la mesa, le tendió la jarra y el plato de las salsas a su acompañante, y llevó los platos a la mesa. Se sentó, y permitió que su compañera diera el primer bocado, invitándola con un gesto de la mano a hacerlo. Tenía más ganas de ver su reacción que de comer.

Fiona se rió unos segundos, como si fuera una niña pequeña despreocupada cuando vio una sonrisa gemela en el rostro de su nueva jefa. Le caía bien, le hacía sentirse a gusto, y aunque no dudaba que el trabajo fuera duro, estaba segura de que se lo iba a pasar bien estando un tiempo lejos de las intrigas, los peligros y en general la mala vida que venía de la mano con ser mutante.

Aceptó la mano que le tendió la rubia y se miró a sí misma cuando la otra mujer le lanzaba una mirada apreciativa. Se dejó arremangar y atar la camisa, y asintió algo más satisfecha.

Sí, tenía que reconocer que así era mejor.

Bueno, después daremos un corte a eso, y estará mejor. Pero vas a tener que esforzarte un poco por llenar esos vaqueros.

Ay, creo que me va a llevar mucha hamburguesa lograrlo comentó, fingiendo una falsa tristeza mientras trotaba al lado de la vaquera.

Vamos a empezar ahora mismo

¡Lo que una tiene que sufrir por un tipo perfecto!

Fiona sonreía, y lo hacía de forma sincera y sin tapujos. Recogió los tapetes y los vasos y comenzó a colocar la mesa con cierto ansia. ¡Tal y como olían esas hamburguesas, tenían que estar de muerte!

¿Qué bebes, té helado, limonada, zarzaparrilla?

Lo que usted beba, Sheriff. Me adapto a lo que sea, y seguro que usted sabe mejor cuál tiene el sabor adecuado para apreciar este monumento tal y como se merece comentó, sentándose en la mesa. Se relamió de forma ostensible y observó la hamburguesa con verdadero hambre canina.

Y sin embargo, no la tocó, esperando pacientemente a que la otra mujer se sentase y diese el primer bocado. Hubo unos segundos de silencio, momento en el que la tejana le indicó que empezase sin miedo, a lo que Fiona sonrió de oreja a oreja y le dio un bocado al pedazo de carne.

Se quedó helada en el sitio. Los ojos vidriosos, mirando al infinito, la expresión congelada en un gesto de sorpresa y placer. Decir que era deliciosa era insultar a semejante obra culinaria. Decir que era como un orgasmo era quedarse corta. La expresión duró unos segundos más antes de cambiar a una de profundo éxtasis mientras empezaba a paladear la carne con esa expresión de alguien que no había comido en meses y de pronto le acababan de dar el mejor entrecot del mundo.

De hecho, no se alejaba de lo que era la realidad. Y de hecho, Fiona era casi incapaz de hablar, masticando aún con esa expresión atontada, mirando al infinito. Y entonces sus ojos se fijaron en los de la otra mujer, y tragó con dificultad, no porque el bocado fuera grande, si no porque el sabor era tal que daba pena hacer que desapareciese de su boca.

Se oyó un suave ronroneo placentero proveniente de la moza de cuadras mientras esta le dirigía una expresión de profunda felicidad a la mujer que la acababa de acoger

Sheriff... si voy a poder comer así con frecuencia, terminaré enamorándome de usted, de su rancho... y de sus hamburguesas. Oh, Dios, sobre todo de las hamburguesas

Era diligente. No tuvo que hacerle ninguna indicación más para que pusiera la mesa, cosa que hizo con rapidez y buenos modos. Aunque como solía decirse, cuando el hambre aprieta todos los perros se dejan rascar la barriga. Era una afirmación bastante inexacta, pero esos dichos populares tampoco había que tomarlos literalmente al pie de la letra. Como la chica no decidió nada, ella decidió en su nombre y sacó el te helado, en el que flotaban rajas de lima y limón. El sabor cítrico era muy agradable, y limpiaba la boca. Así, cada bocado de carne parecía el primero.

Observó como la cara de la chica se convertía en un paseo por las expresiones de placer más populares del mundo. Parecía como si no hubiera comido carne de verdad en su vida, y sus caras, claro, eran un cumplido. Sonrió mordiéndose el labio, emocionada, y cuando habló no hizo mas que confirmar lo que ya sabía. Que tenía la mejor carne de todo Gotham.

- Pórtate bien y habrá más como esa. Pórtate mal y acabarás atada en el palo, sin comida, ni agua, tres días. - contestó ella. Parecía capaz de cumplirlo, porque lo era.

Cogió su hamburguesa, que no tenía huevo (ya había tomado dos esa mañana, era suficiente) y le dio un buen bocado, notando como las salsas se deslizaban por la carne dentro de la boca, y cómo crujía el bacon al cortarlo con los dientes. Saboreó el bocado y se lo tragó. Luego cogió una patata y la hundió en salsa ranchera.

- ¿Alguna vez has cepillado una yegua? - preguntó entonces, metiéndose la patata en la boca, masticó un par de veces y añadió - No es difícil, pero hay que tener tacto. Eso es lo que vas a hacer hoy. Las preparamos para que las monten, así que tiene que estar guapas. ¿entiendes? - dijo aún con la boca llena, pero sin ser desagradable a propósito.

Sirvió un par de vasos de té helado y le echó un trago al suyo, que resultó de lo más refrescante. Iba a ser divertido enseñarla, sobretodo si tenía la misma mano para eso como para vestirse.

- Pórtate bien y habrá más como esa. Pórtate mal y acabarás atada en el palo, sin comida, ni agua, tres días.

Si Rebecca esperaba alguna respuesta por parte de Fiona, lo único que obtuvo fue un leve gañido triste, antes de comer la hamburguesa casi con miedo a que se la arrancasen de las manos. De hecho, podía notar perfectamente cómo la peliverde estaba en todo momento alerta a cualquier movimiento cercano a su plato, lo que obviamente también dejaba claro que no sólo no había comido bien en el pasado, si no que había tenido que pelearse por la comida

- ¿Alguna vez has cepillado una yegua? No es difícil, pero hay que tener tacto. Eso es lo que vas a hacer hoy. Las preparamos para que las monten, así que tiene que estar guapas. ¿entiendes?

La chica miró unos largos segundos a la tejana, arqueando una ceja. No tenía problemas en limpiarlas, pero... por unos segundos se acababa de ver a sí misma montada por un caballo en celo.

Y la idea no le molaba ni un pelo. Tragó con dificultad, asintiendo vehementemente

Francamente, Sheriff... mejor ellas que yo comentó, riendo nerviosa mientras desviaba la mirada Sí, sé a lo que se refiere. se quedó en silencio unos segundos y después lanzó una mirada preocupada a la rubia que se encontraba frente a ella

Ehm... ¿Me hubiera pasado lo mismo si no hubiera hablado? preguntó, tanteando el terreno, antes de carraspear. Estaba claro que la idea no terminaba de gustarle Menos mal que lo hice... no estoy lista aún para cuidar de ninguna cría... ¡Si ni si quiera puedo cuidar de mí misma! se rió muy nerviosa, y volvió a centrar la mirada en su hamburguesa, carraspeando levemente Eh... casi mejor que no sigo hablando

Alzó una ceja, por lo que dijo. ¿Porqué iban los caballos a montarla a ella? Entonces recordó que era capaz de convertirse en animal. Aquello sumió sus ojos en un velo de lejanía, hasta que su brillo se evaporó en un momento de ausencia. Uno que siempre era recurrente cuando los recuerdos de su infancia, lejanos como si fueran alguna mala película antigua de televisión, turbia y granulada, se revolvían en el interior de su memoria. No, definitivamente aquello no estaba bien. Los caballos, con caballos. Las personas, con personas. Así debía ser.

Sin embargo, ese momento duró lo que tardó en acercarse de nuevo la hamburguesa a la boca, algo más lento que antes y darle un buen bocado. El estímulo del sabor bastó para hacerla pasar de largo sobre aquel espinoso tema, que había sido motivo de su primera paliza. La primera de muchas.

Cuando volvió a preguntar, el tono le dejó más que claro que en ese aspecto al menos no parecía tener motivos por los que preocuparse de su nueva empleada. La idea que le había surcado por la cabeza le hacía tan poca gracia como a ella misma, y era mejor así, porque no quería tener que tomar represalias como cuando encontró a su último mozo de cuadras siendo demasiado cariñoso con una hembra que no era de su especie. En Arkham lo trataban demasiado bien. Cómo escapó del agujero no se lo explicaría nunca. Instinto de supervivencia tal vez.

- No te preocupes. - dijo quitándole importancia, secándose con la servilleta. - Bueno, estabas en el sitio perfecto para que hubiera pasado. Todas esas hembras son para inseminar. - dijo, siendo sincera en lo que era evidente. Habría acabado con las patas enlazadas, a la espera de un buen macho. - Así que casi mejor que hayas hablado, ¿verdad?- preguntó, con una sonrisa, obviando el hecho de que técnicamente ella la había hecho hablar. - Dime una cosa, ¿Convertida en animal podrías quedar preñada?- preguntó, con interés, aunque había un fondo en esa pregunta que sobrepasaba la mera curiosidad.

Bueno, estabas en el sitio perfecto para que hubiera pasado. Todas esas hembras son para inseminar. la peliverde tragó con dificultad. No le hacía ninguna gracia imaginarse atada para que la follase cualquier tipo, y mucho menos para que lo hiciese un caballo Así que casi mejor que hayas hablado, ¿verdad?

La mutante asintió vementemente, en silencio, aún con las manos aferrando firmemente la hamburguesa. Sólo soltó una mano para beber algo de ese delicioso té (no se arrepentía de haberle dejado a la Sheriff elegir) y coger alguna que otra patata. Ni muerta iba a dejar ese paraíso cárnico al alcance de cualquiera, aunque fuera de la propia cocinera que lo había hecho

Dime una cosa, ¿Convertida en animal podrías quedar preñada?

Pues... no estoy segura. Bueno, tengo mis sospechas, pero... suspiró, antes de bajar la cabeza Nunca lo he querido intentar, vaya. Pero cuando me hicieron pruebas al ver que era... bueno, distinta, me las hicieron tanto en forma humana como animal. Y según los médicos, mi adn era exactamente el del animal. Vamos, que era en todos sus niveles un animal más de esa especie. Vamos, que digo yo que sí. Pero no tengo ni idea de cómo saldría mi hijo...

Había teorías, por supuesto. Sabía de buena tinta que los hijos de mutantes solían salir mutantes, y con frecuencia heredaban los poderes de los padres, por lo que lo más probable es que tuviese una camada de animales cambiaformas o algo así. Aún con todo, no estaba segura de poder criar a un hijo humano sólo, no se imaginaba criando a una camada de lo que fuese

Pero vamos, ni idea. se quedó unos segundos en silencio y lanzó una mirada recelosa a la humana, escudándose tras la hamburguesa Porque no querrá ponerme como una yegua de cría, ¿verdad?

La Sheriff levantó una ceja y miró a la chica, que parecía más confundida incluso por su propia explicación. Básicamente le estaba diciendo que al transformarse en animal se convertía propiamente en uno, pero que no había hecho la prueba de que pudiera preñarse. Cogió unas patatas y las mojó en las salsas, mientras intentaba sacar en claro lo máximo posible de lo que le estaba contando la chica-animal. Desde luego era como para estudiarlo, aunque ella misma fuese la primera que renegara de las relaciones "inter- especies", su circunstancia no era la misma claro. Ella era una humana, pero ¿Qué era Fauna, exactamente? Tendría mucho tiempo para intentar averiguarlo, sobretodo si trabajaba allí.

- Tendría sentido que, si te preñan, te quedes con la forma de la especie. Si te volvieras humana con un caballo creciendo en tu útero, creo que estallarías literalmente. - dijo eso casi para sí misma, en voz alta.

Desde luego no era el momento más adecuado para esas imágenes, estaban comiendo. Al percatarse se encogió de hombros mirando a su compañera, se aclaró la garganta con otro trago de té helado y continuó comiendo su hamburguesa. En cuanto hizo aquella pregunta, la Sheriff se medio atragantó, se golpeó en medio del pecho, haciendo pasar la comida, y luego soltó una genuina carcajada. Se limpió con la servilleta y se reclinó en la silla, algo mas calmada.

- No, no. Olvídate de eso. Aquí trabajarás como una persona. Evita que te monten, porque si te pillo haciendo algo así, llamaré a los veterinarios y te haré capar. ¿Entendido?- dijo con un tono de broma, pero que estaba claro que escondía una velada advertencia. En su boca hasta lo más exagerado e inverosímil sonaba a posibilidad.

Le regaló una sonrisa más y luego se centró en su comida, instaurando un silencio durante unos minutos. No resultó incómodo y la verdad es que a pesar de todo era agradable tener compañía de vez en cuando, la rutina era algo menos monótona, y ahora tenía algo en lo que centrar su atención. Por un lado despertaba su curiosidad, aunque por otro, algo le decía que con esa chica la esperaban más de un quebradero de cabeza. Ahora era cuestión de comprobar si valía la pena el esfuerzo.

Tendría sentido que, si te preñan, te quedes con la forma de la especie. Si te volvieras humana con un caballo creciendo en tu útero, creo que estallarías literalmente.

La cara que estaba poniendo en ese momento la mutante dejaba bien claro que acababa de imaginarse la escena y no le había gustado la imagen mental resultante. Tragó con lentitud. Segundos después del intercambio de miradas, la Sheriff se encogió de hombros y la irlandesa simplemente suspiró, volviendo a centrarse en su hamburguesa. Si quería comprobar hasta dónde era capaz de seguir comiendo, y si era capaz de hacerla perder el apetito, tendría que esforzarse más

No mucho más, pero más al fin y al cabo

Afortunadamente, la conversación siguió en un camino un poco más normal, o mejor dicho, más cercano a la normalidad para Fiona, lo que la hizo sonreír de lado

Sí, sí... ¿Pero con los animales también? comentó, algo jocosa Porque no sé yo si los otros trabajadores querrán mantener las manos lejos de este cuerpo serrano añadió, sonriendo de lado. Era consciente de que no tenía un cuerpo tan bueno, prácticamente había dejado de crecer desde que aparecieron sus poderes (¿Podría tener algo que ver con sus capacidades regenerativas? Eso explicaría por qué Logan era tan enano...) y Rebecca... Bueno, Rebecca era la mujer más apetecible del rancho, sin lugar a dudas. Los hombres mirarían más a la vaquera rubia que a la loca rubia, al menos hasta que la vieran dejar de ser humana.

Pero entonces no la mirarían con los mismos ojos de todos modos

Finalmente, la conversación se dio por finalizada, y ambas se centraron en lo que tenían entre manos, que a ojos de la irlandesa era como una experiencia religiosa, mientras comía con devoción la carne. En el silencio velado en el que Fiona se molestaba en no hacer ruido al masticar (lo cual sorprendía por los enormes bocados que metía a su comida) se podía oír un suave repiqueteo. Era rítmico, como si algo estuviese golpeando la madera.

Algo vivo, como una cola de perro. Una que se mueve de lado a lado con felicidad canina.

La chica era animada. Bromeaba por lo menos, lo cual resultaba agradable. Aquella casa era bastante silenciosa cuando se trataba de la compañía y estaría bien poder tener alguna que otra voz de vez en cuando.Así que cuando dijo aquello la Sheriff se sonrió antes de volver a concentrarse por completo en el almuerzo. Sin poder evitarlo, el silencio la invitó a pensar en todo lo que le quedaba por hacer. Si se aplicaban conseguiría cubrir al menos cuatro de sus yeguas, antes de que acabara la jornada. También había que aclarar algún que otro asunto acerca de Fauna, ya que no pensaba tenerla allí sin hacer primero la investigación de rigor. Una cosa es que ella no quisiese meterse en los asuntos de sus empleados, y otra que no estuviese al corriente de los mismos.

Se dio cuenta del ruidito, porque ambas estaban comiendo en silencio. Era como un rabo de perro golpeando en la madera del suelo. Levantó la vista un momento, sonrió y volvió a su hamburguesa. Después de regar la comida con un buen vaso de te helado, se quedó sentada y satisfecha durante un par de minutos.

- ¿Quieres algo dulce? - preguntó, al tiempo que se levantaba y recogía los platos llevándolos a la cocina, dejándolos en el fregadero. Abrió un tarro de loza y sacó de el una galleta con trozos de chocolate. - Toma, una galleta.- le dijo alargando la mano, tendiéndole una.

Luego se remangó y empezó a fregar. Tardaba un momento y prefería saber que luego no tenía nada que hacer, y podía descansar unos minutos la sobremesa tranquilamente. Así no se encontraba al final del día con una pila de platos en el fregadero. Aunque igual era exagerar demasiado. Normalmente, a lo sumo, llegaban a ser tres platos en todo el día. Una de las cosas buenas de vivir emancipada.

- Sientate. - la invitó, sentándose en el sofá de piel y mirándola bien. La verdad es que parecía bastante escuálida, lo suficiente como para descartar tareas de peso. De todas formas, habría sido un desperdicio para el don que poseía. - Bueno, Fauna. Cuéntame algo de tí. - no le pidió mas explicación. Mejor que hablara de lo que ella quisiera. Así podría entrever un poco más de su personalidad. Era lo mejor que se podía hacer en los primeros acercamientos. Se suele sonsacar más de lo que parece.

La Sheriff se terminó levantando, y los ojos de la muchacha se posaron en el trasero de esta. Era jugoso, era hermoso, y tenía un campo gravitacional propio que te obligaba a mirarlo durante horas. Dios, tenía un cuerpo para morirse, y unos contoneos y... Estaba claro que la rubia estaba hecha para ser una tentación andante.

Y joder, qué inferior se sentía en comparación, con esa tabla de planchar por pecho y esas escasas curvas

¿Quieres algo dulce? Toma, una galleta.

La chica levantó la cabeza de su mirada perdida en el infinito al darse cuenta de que la estaba hablando a ella. Levantó la mirada y centró entonces sus ojos en la mano.

Cuidado, Sheriff, si me sigue tratando como a un perro, le babearé las botas comentó con una cierta sorna la peliverde, antes de sonreír de lado y recoger la galleta... con la boca

¡Pero nunca le diré que no a una deliciosa galleta! exclamó ya con el manjar prácticamente ya tragado y de camino a su estómago, sonriendo muy muy satisfecha. Estaba contenta, y estaba bastante a gusto con esa mujer, todo fuera dicho

Al menos, hasta que después de fregar le indicó que se sentase (en serio, iba a babearle las botas. Y los pies. Y el culo y.... ¡Fiona, céntrate!), por lo que obedeció, sentándose enfrente de ella

Bueno, Fauna. Cuéntame algo de tí.

¿De mí? No sé, mi historia es un poco basura. ¿Por dónde empezar? Soy una superviviente nata. No, no me jacto de ello, es un hecho. A los cinco años quedé huérfana, y después de... su expresión se tornó amarga y bastante seria, aunque sólo por unos segundos ... unas cárceles u orfanatos, terminé por desarrollar mis poderes y escaparme. Y desde entonces voy de aquí para allá.

Una vida aburrida, vaya comentó finalmente, encogiéndose de hombros. Tampoco quería entrar en detalles, pero antes de que su nueva jefa intentase buscarle familia, era mejor pararle las intenciones de raíz. No la iba a encontrar, y francamente, no le gustaba que le investigasen No sé... ¿Qué quieres saber? No es como si mi vida fuera muy interesante. Seguro que la suya lo es mucho más, Sheriff, con este pedazo de rancho

Cuando la chica le cogió la galleta, casi por inercia, los dedos de la Sheriff se enterraron en su melena verde, acariciando suavemente el cuero cabelludo de la chica con la yema de los dedos, de una forma agradable. De no ser porque se conocían de nada y menos, podría decirse que incluso cariñosa.

- No serías la primera. - añadió ella, con una media sonrisa cargada de natural picardía, sin darle importancia a las posibles interpretaciones que su moza de cuadra en pruebas pudiese sacar a raíz de semejante comentario.

Una vez hubo dejado todo fregado, y bien recogido, ambas tomaron asiendo en el sillón. La chica explicó, escasamente, cómo era su vida. En parte le recordó a la suya propia. Al fin y al cabo ella era también una superviviente nata. Cuando lo dijo, una fugaz sonrisa de aprobación se dibujó en los labios de la Sheriff, para contrarrestar la lúgubre expresión que había aparecido en la de la chica-animal. Aquella era la mejor muestra de que estaba ante un fantástico espécimen. Sólo sobreviven los más fuertes.

- Bueno, podemos empezar por un par de cosas. La primera es de dónde has venido. La segunda, y tendrás que entender que te haga esta pregunta, ¿de dónde salen tus poderes? - preguntó con más tacto del que cabría esperar en una persona que solía ser tan directa. - Lo que en realidad quiero saber es tu nombre. ¿Eres una maga?  ¿Una especie de superdotada? ¿Un experimento? ¿Una mutación? - enumeró, esperando que la chica entendiera lo que estaba preguntando realmente.

Por que no se trataba de una cosa tan simple como el hecho de ponerle una etiqueta. Al darle todas aquellas opciones no había mostrado reacción alguna. No había recriminación, ni mucho menos miedo en el rostro de la vaquera cuando le hizo aquellas preguntas, como si cualquiera de esas respuestas le pareciera igual de respetable que la que ella fuera a darle, aunque no se tratara de ninguna de ellas. La confianza había que ganársela y entendía que aquello no iba a suceder instantáneamente. Pero tenía la firme creencia de que, de la misma forma que no se puede tratar a un ratón de la misma manera que a un caballo, las cosas que escapan a lo habitual han de ser tratados con la exclusividad con la que se merecen. La naturaleza les había hecho así, y sólo por eso, ya eran maravillas que el mundo haría bien en conservar.

- Tienes el mismo derecho que yo a hacer preguntas. La diferencia está en que tu no estás en posición de callar, mientras que yo sí. - dijo la vaquera, con una media sonrisa enigmática - Pero no dejes que eso te eche atrás. Dispara. - respondió la Sheriff, mientras fijaba su mirada azul en el rostro de la joven. Los límites que había establecido estaban más que claros, pero si ella mostraba interés, no tenía ningún problema en hablar con ella de su vida. Al fin y al cabo, estaba harta de hacerlo con gente de Arkham.

La caricia en la cabeza arrancó una enorme sonrisa manchada de migas a la irlandesa. Quizás no estaría acostumbrada a ese tipo de gestos, pero tal y como movía la cabeza para facilitar la caricia a la tejana estaba dejando bien claro que distaba mucho de desagradarle la espontaneidad de la otra rubia

Bueno, podemos empezar por un par de cosas. La primera es de dónde has venido. La segunda, y tendrás que entender que te haga esta pregunta, ¿de dónde salen tus poderes? Lo que en realidad quiero saber es tu nombre. ¿Eres una maga? ¿Una especie de superdotada? ¿Un experimento? ¿Una mutación

Y finalmente, sentadas, empezaron a llover las preguntas, y no eran fáciles. Fiona se quedó unos segundos en silencio, dubitativa. No parecía que Rebecca fuera de esos colectivos antimutantes, pero después de haber visto lapidaciones públicas por ser una, era normal que la peliverde estuviese mostrando un cierto recelo

Tienes el mismo derecho que yo a hacer preguntas. La diferencia está en que tu no estás en posición de callar, mientras que yo sí. Pero no dejes que eso te eche atrás. Dispara.

Give n'Take, ¿eh? Puedo vivir con eso. la chica suspiró, recostándose hacia atrás Bueno, Sheriff... Soy de Irlanda, o más bien nací allí. Pero si te refieres a mi destino anterior, aparecí en Gotham de pronto, me fui a Nueva York y después me volví para acá al tener un encontronazo con... con algo la chica se quedó unos segundos en silencio, antes de echarse hacia adelante

Ya en Gotham no tuve un buen encontronazo, pero puestos a elegir cosas sobrenaturales, prefiero repetir con los zombies antes que con algo que acojonó a todo mi instinto animal. Jamás había sentido a un elefante reaccionar contra alguien como si sintiese que es su depredador natural... a la vez que un tigre, un lobo, un conejo e incluso un rinoceronte. Eso no era normal, te lo juro, y yo entiendo de cosas no normales

Se quedó unos segundos en silencio de nuevo, apretando sus manos con fuerza mientras entrecerraba los ojos

Antes de responder a la segunda pregunta, me gustaría hacerle una yo. De donde vengo, a los mutantes, místicos y demases se los odia, y he visto linchamientos públicos contra gente cuya única maldición era tener cuernos. O un rabo. Mi pregunta es simple, y creo que sé la respuesta, pero quiero oirlo de sus labios, Sheriff.

¿Usted odia a los mutantes? La pregunta era directa, y la mirada que le estaba dirigiendo en ese momento también lo era. Después, suspiró, bajando la cabeza Lo mío es de nacimiento, pero no se manifestó hasta que alcancé los doce años o así. Y prácticamente no he envejecido desde entonces

Estaba demasiado ocupada en atender la historia de Fauna como para darse cuenta de que su rostro empezó a mostrarse totalmente neutral, salvo por un deje concentrado que se mostraba en su entrecejo levemente fruncido sobre su mirada, que se había vuelto de un penetrante azul curioso. No quiso interrumpirla, y cuando mentó que se encontró con algo que la hizo reaccionar, se preguntó qué sería. No quiso indagar más porque le pareció que la chica aún estaba demasiado impresionada con lo que quiera que viera. Bien podría haberse topado con Hiedra Venenosa. A saber...

- ¿Porqué iba a hacerlo? - preguntó la vaquera, como si le hubieran preguntado si odiaba a los negros. Aunque debía decir, en honor a la verdad, que muchos tejanos todavía estaban en una fase intermedia entre la aceptación y la negación. No era su caso. De la misma manera que una beefmaster y un Longhorn, por más diferencias que tuvieran, seguían siendo vacas.

Observó el rostro de Fionna. A pesar de lo que pudiera parecer, estaba encontrando en ella un atormentado pasado, marcado por el rechazo general y el miedo. El miedo. Lo peor que podía pasarle a nadie. El miedo era una máquina de devorar inacabable, un virus, un cáncer. Se escondía en el interior de la gente, y allí criaba, intoxicando como una plaga todo cuanto tocaba. Cuanto más miedo se tenía, más miedo se producía en los demás. Una simbiosis enfermiza. Ella lo sabía bien. Los animales huelen el miedo, y eso les genera aún más miedo. La Sheriff había vencido por completo ese problema. Muchos se sorprendían de que fuera capaz de pastorear ella sola, o que se enfrentara, sin más herramienta que sus manos, a caballos salvajes y desbocados.

Tuvo una revelación. Una especie de epifanía. De la misma manera que un perro abandonado y maltratado, con la dedicación suficiente, puede volver a ser una criatura enteramente feliz, con un poco de tiempo y esfuerzo, quizá Fauna fuese capaz de comprender su visión del mundo. De entender que, bajo ese techo, nadie iba a juzgarla por el tamaño de sus cuernos, o el color de su pelaje. La vaquera sintió, aunque sólo fue un instante, que Fauna había llegado para estar donde debía.

- ¿No has envejecido?- preguntó ella, más como un pensamiento en alto que como una verdadera pregunta cargada de interés. Se tomó un instante de silencio, para analizar las implicaciones que eso suponía. - ¿Y cuantos años tienes ahora?- preguntó, ahora si, con creciente curiosidad. Luego, de nuevo un momento de silencio. No tenía problema para asimilar información, pero le gustaba saborearla, como un buen café. - ¿Quieres hacerme tú alguna pregunta a mi?- le dio pie entonces, para que se sintiese libre de hacerlo. Al fin y al cabo, creía en su historia. No la había hecho desconfiar, y la vaquera se fiaba bastante de su instinto. No era la primera vez que le facilitaba el trabajo.

Fiona asintió aprobatoriamente ante la primera pregunta de Rebecca. Era la respuesta que esperaba, y confirmaba lo que había sospechado al conocerla: Que era alguien que merecía la pena y a quien tener en cuenta.

Se recostó en la silla y su expresión se endulzó un poco, suspirando mientras desviaba la mirada al techo. ¿Que cuántos años tenía? Bueno, si sus cuentas no le fallaban, tendría 18 casi 19. Podía trabajar, y conducir un coche, pero aún era considerada como una menor de edad para la inmensa mayoría de cosas

Pues unos dieciocho para diecinueve. Pero lo dicho, no he cambiado nada desde los doce. Si me corto el pelo, vuelve a crecer en un día a su melena original. Si me hago una herida, en cuestión de minutos la piel está cerrada como si nada... Básicamente, no parece que pueda cambiar. la chica suspiró, encogiéndose de hombros

Gracias a Dios que tuve un crecimiento precoz, o hubiera sido una lolita de por vida comentó con total tranquilidad. Después de todo, no se avergonzaba de sí misma ni de su edad. No siempre, al menos.

La verdad es que no sé muy bien qué preguntarle, Sheriff... Quizás sea mejor que me cuente algo de usted. Sus gustos, sus aficiones... esas cosas. Voy a trabajar aquí, y si queremos que la convivencia sea buena, quizás sea lo mejor conocernos un poco. Ya se me ocurrirá alguna pregunta a medida que me cuente, seguro.

La Sheriff no mostró nada en su rostro, pero cuando Fauna le dijo su edad, quedó sorprendida de que tuvieran la misma, mas o menos. A pesar de su expresión vivaracha, la verdad es que parecía mucho más aniñada que ella. Era como una adolescente a medio hacer, y la perspectiva de que no puediera desarrollarse más era un poco descorazonadora. Era como saber que eres la única fruta del frutero que no va a madurar. A la que no se van a comer. Aquella visión le pareció tan deprimente que estuvo tentada de servirle un Whisky, pero prefirió dejarlo para otra ocasión.

- ¿Puedes curarte todas las heridas? Debe ser muy útil eso. - dijo, intentando encontrar algo de positivo en la vida de Fauna.

En realidad, sólo el hecho de poder convertirse en animal debía de ser una auténtica gozada. A veces se preguntaba cómo se sentiría estar en el cuerpo de uno de esos portentos de casi una tonelada, levantando la tierra a la carrera, notando la tensión en los músculos, las piernas perfectamente acompasadas en un devenir frenético. Correr totalmente salvaje, con las crines al viento. Sabía que en parte era capaz de compartir ese momento de conjunción magnífica. Sólo tenía esa sensación al cabalgar.

- Me crié en Texas, en un Rancho parecido a este. Aprendí todo lo que se, y me vine aquí cuando me internaron en Arkham, una institución para enfermos mentales, por orden de un juez. - explicó. Para ella, su pasado no era nada vergonzante. Por mucho que su padre se empeñara en enterrarlo. - Cuando me dieron la condicional, me percaté de que Gotham tiene muy buenos terrenos para el ganado, ¿y qué iba a hacer si no? La vida de rancho es mi vida. - añadió, encogiéndose de hombros con una media sonrisa que quizá pareciera un tanto socarrona. Desde luego, eso era lo que ella había elegido, y no se arrepentiría ni en el mismo día del juicio final.

- ¿Puedes curarte todas las heridas? Debe ser muy útil eso. Fiona asintió suavemente. Sin embargo, lo que más le gustaba no era eso, si no poder transformarse en un animal. Algunas formas era como sentirse libre, completa. Era un placer correr con una manada de lobos, dirigiéndolos, o bien galopar como una yegua por una explanada, o incluso cazar a una gacela en forma de leopardo. Era divertido bañarse como un ornitorrinco, y un verdadero placer tomar el sol como un gato.

Y reconocía que compensaba, por supuesto, pero eso no quitaba que estuviese acomplejada con su forma humana. Quizás por eso evitaba usarla si podía, y algún psicólogo de tres al cuarto tendría algo que decir sobre ello, seguro.

Pero que se metiesen una buena escoba por el culo, Fiona no se arrepentía en ningún momento de tener sus poderes

- Me crié en Texas, en un Rancho parecido a este. Aprendí todo lo que se, y me vine aquí cuando me internaron en Arkham, una institución para enfermos mentales, por orden de un juez. La peliverde ladeó la cabeza, con una expresión de completa incomprensión. A sus ojos, la rubia era una persona bastante normal, incluso cuerda, y no entendía por qué iban a tener que encerrarla en un manicomio

- Cuando me dieron la condicional, me percaté de que Gotham tiene muy buenos terrenos para el ganado, ¿y qué iba a hacer si no? La vida de rancho es mi vida.

Fiona sonrió, emulando la misma sonrisa de su nueva alfa

Pues la verdad es que no lo entiendo, pero está claro que los jueces nos han tocado las narices en el pasado la chica se encogió de hombros, echándose hacia atrás en el sofá en el que estaba sentada Pero no lo veo, Sheriff, no la noto desequilibrada, y créame si le digo que los animales notamos todo eso. Seguro que ese ingreso era injustificado si quería hablar más de ello, adelante, pero tampoco iba a insistir por esa vía, después de todo.

Pero coincido en que se le nota eso de su amor por los ranchos. Y dígame... ¿Siempre tuvo esa mano con los animales? Todos parecen muy contentos y alegres en el rancho, y se respira una gran paz y tranquilidad

[FDP: Lo he llamarla hembra alfa me ha hecho replantear durante un segundo la sexualidad de Rebecca. XDD]

No se sobresaltó ni lo más mínimo, y eso le gustó. En esa ciudad de trajeados estirados, donde hasta los palos que tenían metidos en el culo tenían su propio palo metido por el culo, mentar Arkham en Gotham era como un alemán hablando de Hitler. A todo el mundo se le enfriaba el sudor, los hombres marcaban instintivamente el número de emergencias con el móvil dentro del bolsillo y las mujeres echaban mano de los sprays de pimienta escondido en sus bolsos. Había que andarse con pies de plomo. La institución tenía a su alrededor demasiada corrupción, polémica y controversia como para no acabar hiriendo los sentimientos de alguien. O su cara. En función de si estabas fuera o dentro.

- Con el tiempo verás que eso de injustificado y justificado es sólo una etiqueta. Una oveja asesinada por un lobo dirá que es un asesino. Un lobo que ha matado para comer, lo llamará hambre. - explicó la vaquera encogiéndose de hombros.

Al final lo único que importaba era quién hacía prevalecer la ley. Ese era su trabajo, el que cumplía diligentemente, veinticuatro horas al día, y que iba mas allá del rancho, de sus animales y de todos los que trabajaban para ella. Restablecer el orden a base de respeto, donde quiera que ella fuera. Esa era la única ley universal verdadera.

- Desde que yo recuerde, me han apasionado los animales. Saben reconocer el fondo de una persona y si se los trata con respeto y un poco de disciplina, siempre recibes de ellos lo mejor que puedan dar. - aseveró, como si no hubiera resquicio por el que abrir un punto de discusión en su argumento - Eso pocas veces vas a verlo en las personas. Tu, además, sabrás mejor que nadie que cada animal tiene su comportamiento, su forma de expresarse. Si sabes cuales son, acabarás dándote cuenta de que todo, todo ser vivo, habla un idioma universal. Una vez sabes ese idioma, no hay límites... - explicó, perdiendo su mirada lejos, encendiendo sus ojos azules con una chispa de misterio y bondad que seguramente Fauna no habría tenido la suerte de ver jamás, dado su expediente.

Con el tiempo verás que eso de injustificado y justificado es sólo una etiqueta. Una oveja asesinada por un lobo dirá que es un asesino. Un lobo que ha matado para comer, lo llamará hambre.

Fiona se encogió de hombros. Estaba totalmente de acuerdo con ese punto de vista, y no veía ningún beneficio en discutirlo. Además, las leyes las escribían los que tenían poder, y rara vez eran "justas". ¿O acaso era justo que un pobre ratero que robaba para comer terminase años en la cárcel y que en cambio un mamonazo engominado que había empobrecido a mil familias saliese impune? Pues eso. Si de ella dependiese, se cargaba a los dirigentes del mundo y a tomar por culo.

Bueno, descontando a Magneto, ese al menos se preocupaba por los miembros de su manada, como un jodido buen alfa. ¿Qué habría sido de él? Debería ponerse en contacto de nuevo, cuando todo se calmase un poco... Quizás en Abril, si no antes.

Desde que yo recuerde, me han apasionado los animales. Saben reconocer el fondo de una persona y si se los trata con respeto y un poco de disciplina, siempre recibes de ellos lo mejor que puedan dar. Fiona se echó hacia adelante, relamiéndose con anticipación ante las palabras que oía. Hacía años que no encontraba a un alma afín en ese aspecto Eso pocas veces vas a verlo en las personas. Tu, además, sabrás mejor que nadie que cada animal tiene su comportamiento, su forma de expresarse. Si sabes cuales son, acabarás dándote cuenta de que todo, todo ser vivo, habla un idioma universal. Una vez sabes ese idioma, no hay límites..

Se hizo el silencio durante unos largos segundos. Fiona miraba a la mujer rubia con la boca abierta y los ojos brillantes, inclinada hacia adelante. Había tocado su fibra sensible, no podía negarlo, y tuvo que carraspear y asentir antes de volver a tomar el control de sus cuerdas vocales

Sheriff... Tiene razón. Es cierto, los animales somos así, con respeto se puede ganar mucho. Y... y es verdad. Habla como uno de nosotros la chica sonrió de lado, echándose hacia atrás si pudiéramos hablar, claro. La vida es como... no sé, como una melodía, tiene su ritmo, su... no sé, su sonido. Pero si sabes escuchar, puedes formar parte de ella a un nivel profundo. Fiona amplió aún más su sonrisa. Estaba a gusto, y la mujer le caía cada minuto que pasaba mejor. Ahora sí que tenía claro que no quería marcharse de su lado

Usted no necesita convertirse en un animal para poder oírlo, y eso... eso es todo un don. Me siento honrada de ser parte de su manada

Parecía sorprendida y no era para menos. En caso de que no hubiera demostrado sus habilidades previamente, jamás habría compartido sus pensamientos a un nivel tan personal, y menos en tan poco tiempo. La gente solía mirarte raro cuando saludabas a los presentes en la casa y eso incluía a perros, gatos o incluso cotorras. En cualquier caso Fauna parecía encantada y no era ni de lejos la sensación habitual que su modo de pensar producía en los demás. La Sheriff sonrió abiertamente, contenta de haber encontrado lo que, para ella, era un clarísimo filón de oro.

- Tu y yo ya sabemos eso. Sería difícil no llevarnos bien. - dijo a colación del diálogo de la chica.

La verdad es que despertaba en ella cierta ternura. Lo había pasado mal y se le veía en la cara, incluso cuando sonreía. Tenía esa capacidad del perro apaleado de soportar el dolor, pero además, tenía ese fondo que permite a los animales olvidar cuando se les da el cariño y la atención adecuados. Era criaturas fuertes. Más que las humanas, que se aferran a los malos sentimientos para hacer daño a otros. Podía haber sufrido muchísimos abusos, y lo único que necesitaba era un poco más de tiempo, que le demostrara el error de que todos los humanos eran iguales.

Además, tenía curiosidad por saber cuánto había de animal, y cuanto de humana en ella, y eso iba a ser todo un reto. Como trazar una frontera imaginaria en el mar.

- Aquí seras bienvenida, siempre que acates mis normas. - dijo la mujer, y entonces, con un sorprendente gesto genuino, cogió el mentón de su nueva moza de cuadras y fijó su rostro para encontrar sus miradas. - Presta atención. Aprende rápido y haz que me sienta orgullosa. - añadió cargando esas palabras con convicción.

Luego, se levantó del sofá y la llamó con un gesto de la cabeza. Iba siendo hora de volver al trabajo. Por el momento bastaría con enseñarle el cepillado de las yeguas, alimentarlas, darlas de beber, peinarlas y ponerles el morral. Eran trabajos que parecían sencillos, pero que requerían bastante memoria al tacto y tenían mucha dificultad, sobretodo si se empezaba de cero. Los cowboys hacían que lo difícil pareciese fácil, a base de repetirlo cada día. Ese era uno de los secretos de la profesión. Nada es imposible, aunque quizá haya que ser Sheriff para conseguirlo...

No le gustaba que le cogiesen del mentón. Le recordaba a las monjas de uno de los internados, esas que te venían con palabras bonitas y luego te arreaban con la vara de fresno, o quizás simplemente te hacían quedarte en el pasillo con los brazos en cruz aguantando dos calderos de agua... y como se te derramase una gota, podías echarte a temblar.

Había una reacción instintiva en su caso que consistía en rehuir ese contacto, pero sin embargo, pese a que quería soltarse (y se le notaba claramente), decidió aceptar el contacto. La Sheriff no le había dado motivos para desconfiar, y su fauna interna estaba a gusto con ella, por lo que lo aceptó con toda la estoicidad que pudo reunir. Mantuvo la mirada y atendió a lo que le decía la tejana.

Cuando se soltaron, la chica se acarició el mentón, algo incómoda, pero rápidamente asintió y trotó hasta alcanzar a la otra mujer, las manos en los bolsillos. Se fijó en los andares de la otra mujer y tuvo que reconocer que ese bamboleo de su cadera era hipnótico, y sintió algo de envidia. Ella no tenía caderas para hacer eso. De hecho, no tenía nada destacable, y encontrarse con gente que sí era digna de mención físicamente hablando siempre le hacía sentirse algo envidiosa.

Suspiró, negando con la cabeza. Esa mujer era digna de mención en todo, y estaba dispuesta a hacerla sentirse orgullosa. Es más, quería hacerlo, y le estaba dando la oportunidad. No podía dejarlo pasar, ¿verdad?

Volvieron de nuevo al vallado. Después de la pausa había mucho que hacer. Pudo darse cuenta perfectamente de que Fauna se sentía claramente incómoda con ese tipo de contacto y recordaría no repetirlo en el futuro. La mínima deferencia para cualquiera es procurar que esté agusto, y si para eso debía cambiar el modo de dirigirse a ella, no le suponía ningún problema cambiar ese gesto por otro como una caricia en la cabeza, o un apretón de hombro. Desde luego no se había mostrado reticente al contacto físico, así que supuso que algo tendría ese gesto que le traía malos recuerdos, siendo así, mejor dejarlo estar.

Una vez fuera, las hembras pastaban tranquilamente. Alguna se acercaba al bebedero a beber largos y refrescantes tragos de agua clara, y otra, una hembra torda a la que había echado el ojo con interés de comprarla, aunque aún no era el momento, se afanaba por sacar otra pieza de fruta del saco cerrado que estaba colgando de una esquina de la tabla.

- Vas a tener que hacer un esfuerzo por seguirme, el tiempo es oro y yo hablo rápido. - dijo, haciendo que esa frase sonase con acento más cerrado del que Fionna le habría escuchado hasta entonces - Los útiles están en el interior de las caballerizas, y normalmente este armario guarda los que voy a usar y preparo el día anterior. Se abre con una llave de la que recibirás copia en su momento. Si algo se rompe por el uso, lo repongo yo, si algo se "pierde", lo pagas tú con tu sueldo. ¿Entendido?- preguntó, alzando una ceja.

Como todo, hasta entonces, mejor aclararlo antes de que tuviera que dar después una explicación. Usando esa filosofía, tenía los albaranes al tanto, sabía de cada peine, cuchillo y pala que se había roto y nunca había tenido problemas cuando había tenido que reponer alguna herramienta. Si se las llevaban, ella compraba otras, nuevas y mejores, lo cual hacía que quien tuviera las manos largas se escarmentara bastante. Normalmente robas por envidia lo que no puedes tener. Cuando te das cuenta de que eso supone jugar con la comida de tu plato, pillas enseguida el concepto.

- Voy a explicarte cómo funciona. Algunas hembras tienen cabezada, son esas cintas de cuero que van en torno a la cabeza y donde se atan las bridas, que son las que usas para mandar al caballo. Normalmente cojo un par y las voy rotando entre ellas, acuérdate de lavarlas antes de ponérselas a la siguiente hembra. Introduces con cuidado la cabeza del animal, acoplas la barra dentro de la boca, cuidado con los dientes, son sensibles, y despues...- y todo lo que sucedió a continuación fue una clase magistral sobre cómo desempeñar los trabajos mas básicos con los animales.

Enseñó a Fauna cómo poner una cabezada, cómo sujetar las bridas y cómo mandar a los caballos. A su vez ella le demostró que tenía un toque natural con los animales, nada de extrañar teniendo en cuenta esos milagrosos poderes que poseía. Le enseño a atar a las hembras a las argollas de la pared, preparadas para tal fin, a cepillar sus crines y su cuero, a qué cepillo se usaba dónde y cómo, con qué presión y objetivo, también en qué ocasiones era necesario el proceso del cepillado, para qué servia. Mientras tanto, la Sheriff explicaba, la instruía y la corregía, procurando hacer ella a su vez sus labores para que la lección no retrasara el trabajo.

Esas hembras no iban a montarse solas.