Esencia de mujer (Noah Hayden) [20-04-2018]

Pese a estar situada en pleno Manhattan, la consulta de salud del doctor Hayden distaba mucho de compartir el bullicio y el gentilicio de la ciudad de Nueva York. En la calle podían resonar cientos de ruidos en la cacofonía de la gran manzana, gente hablando, coches, música, cientos de pies caminando descompasados y al unísono, bocinas y sirenas. Pero dentro de aquél lugar ténuemente iluminado, lo primero que se escuchaba era el suave gorjear del agua en una pequeña fuente zen que descansaba en una esquina del blanco mostrador. La mayoría de los muebles eran de oscura caoba, y todo estaba ordenado en un orden tan simétrico que a ratos parecería artificial. Y de hecho, el local parecería sacado de un anuncio de inmuebles si no fuera por aquellos pequeños datos que daban indicios de tener en él vida. Había cuadros en las paredes que mostraban las distintas titulaciones que poseía el doctor que regentaba la consulta, y había también fotos. Había fotos de amigos y familia… Fotos, y parecía que faltaba una en concreto.

Noah Hayden se encontraba en el pequeño jardín que tenía en la parte trasera del local. A duras penas lo usaba, pues la luz del sol le molestaba, pero había algo que sólo ahí podía hacer pues entre sus manos bailaba, cambiando de un a otro dedo, un paquete de tabaco. Noah no fumaba, pero había fumado en su juventud, y había fumando, en gran cantidad y muy a menudo, durante todo el proceso psiquiátrico por el que había llevado a su mujer. Ahora, lo había dejado, pero en pequeños momentos durante su usual buen humor y optimismo parecían fallarle, la debilidad le llevaba de vuelta a los antiguos vicios. Parte de él se negaba, parte de él se resistía. No llevaba tanto tiempo trabajando en Nueva York y para los pequeños negocios sin afiliaciones, a veces costaba arrancar. Y en días como esos, Hayden se planteaba cerrar antes, volver a casa, y buscar alguna cosa para divertirse y entretenerse. A veces, volvía a por tabaco. Y la mayoría de los casos, como este, pues iba a ser uno de ellos, terminaba volviendo al interior del local sin haber abierto el paquete, que escondía en un cajón de su oficina. Estaba ya empezando a recoger todas sus cosas, e iba a devolver el cuadro de su mujer a la entrada principal, donde solia estar, cuando escuchó la pequeña campana de la puerta, indicando la llegada de un nuevo cliente. Eso era algo que le aliviaba, pues mejor que el tabaco, era la conversación y la compañía humana. Se acercó a la entrada, colocándose los guantes de cuero negro para saludar al nuevo cliente, y agradeció llevar puestas las gafas de sol.

Aquella mujer no se parecía a los clientes que normalmente venían a la consulta y su ropa distaba de ser la adecuada para una sesión de fisioterapia, más bien como si hubiera confundido los masajes de un fisioterapeuta con aquellos de un spa y un salón de masajes. Pero ese no era su único oficio, y como psiquiatra, no podía juzgar que tipo de cliente podía ser, o si necesitaba ayuda. Esa era tal vez una de las cosas que más se arraigaban a tu persona cuando aprendías oficios relacionados con los seres humanos. Nunca jamás una apariencia puede revelar los secretos que esconda el alma. O en ocasiones, el cuerpo humano.

No, esa mujer no se parecía a los clientes que normalmente se acercaban al local. Gente de apariencia tan rica y bien cuidada, solían tener sus propios doctores privados de alto standing. Pero sobretodo, Noah se perdió en la oscura melena de la griega, y como buen especialista, en todos y cada uno de los músculos de aquella mujer. Una vez más, agradeció llevar las gafas puestas. Ese repaso bien podría haberse confundido con lascivia o lujuria, pero esos dos sentimientos estaban lejos de la verdadera intención del británico. En realidad, él miraba otra cosa. Miraba el contorno de su piel, el sutil relieve de la musculatura trabajada y escondido bajo un físico esculpido con esfuerzo y desde luego, muchísimo entrenamiento. Entonces entendió que sus ropas y su rostro le habían engañado y que esa mujer, fuera probablemente una atleta profesional. Tal vez incluso olímpica. Era posible que verdaderamente, esa mujer se hubiera acercado para visitar la consulta de fisioterápia del Doctor Noah Hayden. Así que se acercó a ella, ofreciendo su mejor sonrisa y una mano enguantada.

-  Bienvenida. Soy el Doctor Hayden. Siendo que es la primera vez que viene, si quiere pasar a la consulta va a necesitar rellenar un pequeño formulario para la base de datos de los clientes… Disculpe que no me quite las gafas. - Noah inclinó el rostro, mostrando los ojos de un azul tan tenue que parecían hechos de hielo, aunque la mirada no era en absoluto gélida. - La luz intensa me produce migrañas.

Con una sonrisa, Noah la guió hacia el interior del despacho. Todo estaba preparado para la nueva clienta.

- Vamos a llevarnos bien.- Comentó con una sonrisa cuando la griega se ofreció a dejar las persianas echadas. - De todos modos tendremos suficiente luz, entre la lámpara de sal y la de calor.

Tras esperar a que Nicole le devolviera el papel, Noah empezó a transcribir todo a su ordenador, abriendo una ficha para el nuevo paciente y lo dejó todo a punto para la primera sesión. Acostumbrado como estaba a manejarlo, sus manos se movían por el teclado sin pausa, por un momento haciendo que el repetitivo sonido rítmico de las teclas acompañara el pequeño gorjear de la fuente. El papel debía escanearse, pero no había necesidad de hacer eso ahora que estaba la joven esperando en lugar de hacerlo cuando estuviera solo y con más tranquilidad. Cuando terminó, se levantó y se sentó a medias en el escritorio, apoyándose con un pie en el suelo.

- Bien, Nicole. Debido a tu profesión imagino que todo cuanto voy a decirte es algo que ya has oído cientos de veces, pero mi carrera y mi ética me animan a seguir el protocolo. Sabes que un masaje de relajación no tiene absolutamente nada que ver con un masaje de fisioterapeuta e imagino que si no eres de por aquí igual no sabes de otros lugares a los que dirigirte. Yo voy a deshacerte los nudos y voy a relajarte cuanto pueda, pero si luego quieres ir a un masajista de ocio, te recomiendo que te esperes unos días a que tu cuerpo se recupere de nuestra visita. ¿Te han hecho acupuntura alguna vez o esta va a ser la primera?

La sonrisa perenne del doctor, así como sus gafas de sol, hacían maravillas para disimular que sus ojos se escapaban de vez en cuando al tremendísimo vestido que llevaba "la bailarina". Se consideraba un profesional y veía el cuerpo humano por lo que era, rara vez dejando que un cuerpo bonito le privara de su profesionalidad. Pero es que la mayoría de las mujeres, — y hombres —, aparecían por la consulta en chandal. Y para colmo, el día que aparecía una mujer enseñando carne, se trataba de la más exuberante que había visto en mucho tiempo. Siguió hablando con ella de pequeños detalles, lo común de una primera visita para cerciorarse de que todo estaba en orden y de que el paciente era conocedor de todos y cada uno de los posibles riesgos que había en cada tratamiento.

Cuando todo estuvo en orden, se volvió a erguir en pie, volvió a quitarse los guantes de cuero. Pese a las fotos del matrimonio, en sus manos no había rastro alguno de una alianza, ni pareciera que la hubiera llevado recientemente.

- Si te parece bien, pasamos a la consulta. Me ausentaré un instante para lavarme las manos y de mientras puedes desnudarte y esperar en la camilla,
boca abajo. El sujetador lo puedes desabrochar una vez tumbada. - una vez más sonrió. Aunque fuera un tema íntimo, hablar de ello con normalidad ayudaba a que la situación fuera menos violenta para los clientes.

Noah preparó la camilla, colocando sobre ella un retazo de tela rectangular, y dejó a su alcance unas toallas. Puso algo de música y tras una última mirada de complicidad a Nicole, se dispuso a salir.

Osos panda en un parque. Un elefante comiendo cacahuecos. Un mono tocando los platillos. Un gato lamiéndose las pelotas. Darle un masaje en el culo a un anciano.

La mente del doctor Hayden se llenaba de cosas absurdas y sin sentido cada vez que tenía que evitar, como buenamente podía los comentarios desafortunados de la bailarina Nicole Katsaros. Una parte de él dudaba de que esa mujer fuera tan inocente como parecía, pero la otra... La otra pensaba que tenía que darle el beneficio de la duda y trataba de verla como la mujer joven e ingenua que aparentaba ser, y no como la chica atractiva y seductora que él pensaba que veía en ella. Y eso pedía a menudo medidas extremas. Como un cerdito bañándose en lodo. Como un paraguas bajo una lluvia torrencial. Como el trasero de un viejo.

Suspiró e intentó ponerse manos a la obra, intentando que las manos y el refugio de su profesión le ayudaran a despejar la mente y centrarse en su espalda. En darle el masaje que necesitaba, en honrar su profesión. En las curvas de aquella mujer cuyo cuerpo esculpido parecía haber entrenado para mantener tonificados y en perfecta forma...
Necesito de todo su aplomo para no bufar y suspirar. Noah era ante todo un caballero y cuando se dio la vuelta y se encontró con una Nicole en ropa interior... Logró no dejar en ella su mirada más de cinco segundos, en los cuales reparó debidamente en los senos turgentes, la curva de su cintura y las cade-

Alzó la mirada al cielo. Si a Elektra le quedaba duda alguna del efecto que sus velados encantos tenían sobre el británico, esa mirada de desesperación era la prueba culminante, de que el doctor necesitaba toda su fuerza de voluntad para no ceder y proceder al flirteo. El doctor hacía mucho tiempo que no gozaba de la compañía femenina, y aunque su trato cordial y afable le hubiera granjeado el aprecio de alguna clienta, jamás ninguna había intentado afectarle de un modo tan directo. Aunque claro, él todavía no sabía que era algo voluntario.

- No me supone un problema. - respondió al fin, intentando una vez más retomar el control de la situación. Podía estar cediendo al encanto, pero Hayden nunca, nunca se aprovecharía de una mujer que no fuera totalmente consciente de lo que hacía. Y no iba a dar por sentado que ella buscaba si no tenía una confirmación clara. - Puedo entender la situación que le ha llevado a ello. - Pese a todo, no le resultaba difícil sonreír. Para él era tan natural como respirar.

Le alcanzó la toalla, tal como le había pedido y antes de irse de la habitación, le alcanzó también un pequeño cojín, para que estuviera cómoda mientras esperaba. Salió de la habitación y fue directo al baño. Pero antes de lavarse las manos, se lavó la cara con agua bien fría, se mojó el cuello y la nuca, y se tomó unos segundos para respirar un poco. Una vez se vió relajado, volvió a la habitación. Dispuso la lamparita de calor y dejó cerca de la camilla las agujas y accesorios necesarios para la acupuntura, si es que la necesitaba.

- Primero veremos que tal y de ser necesario, ya pasaremos a las agujas.

Noah colocó sus manos sobre la piel de Elektra. Sus pulgares acariciaron la nuca de la griega y bajaron por su cuello y buscaron los nudos en el trapecio, haciendo presión para estirar y relajar la musculatura, centrándose primero en el lado derecho. Los dedos dibujaban cada surco de su piel, buscando con el tacto aquello que escapaba a la vista. Se detenía en los lugares en los que más tensión detectaba... Pero una parte de él no quería que estuviera mal. No quería tener que pasar a las agujas, quería trabajar su cuerpo con las manos desnudas... Cerró los ojos y suspiró muy discretamente, intentando relajarse una vez más. Dejó atrás los hombros y bajó a los dorsales, acariciando la espalda de Elektra, ejerciendo presión sobre su lumbar, rodeando su cintura, y llegando a la cadera.

No había mujeres como Elektra. El cuerpo de aquella mujer parecía esculpido para ser perfecto, como si tuviera su razón de ser en este mundo. Y poco a poco, a medida que se centraba en hacerla estar mejor, se cambiaba el deseo por la admiración. Y siguió trabajando su cuerpo en silencio, admirando cada parte y cada centímetro de piel de la morena que estaba a punto de hacerle perder la cabeza.

Un gemido escapó a los labios de la griega, produciendo un pinchazo en el vientre al pobre doctor, que aguantaba como buenamente podía los halagos y ofrecimientos de atractiva mujer. Pero hubo algo que le devolvió a la realidad como una jarra de agua fría. Sus manos se detuvieron un instante sobre la piel de Nicole, y posó la palma sobre su columna, sin presionar.

- ¿Es por las fotos del despacho? - preguntó, respondiendo con una sonrisa amable. - Son de mi exmujer. Elaine y yo... estamos separados, aunque la verdad es que nunca llegamos a tramitar el divorcio. Ella perdió la memoria tras una experiéncia traumática y no me recordaba. No tenía mucho sentido seguir juntos y ella retomó su vida. - Noah tenía tendencia a intentar sacar todo lo bueno de aquello malo que le sucedía, pero eso debía ser el único punto en que se le atragantaban las palabras en el pecho.  Y aun así, pese al ligero tono amargo de su voz, no dejaba de sonreír. - Tengo una hija, eso sí. Ella es la mujer de mi vida.

Se percató entonces de que ella había girado el rostro, y vio en sus oscuros ojos... Noah no tenía muy claro lo que estaba viendo, pero por un momento se olvidó de que seguían en la consulta. Lo que sí cruzó la mente, es que quería seguir aquella mirada y perderse en sus secretos. Sin pensar, una mano subió hasta el rostro de Nicole. Se dio cuenta cuando estaba a medio camino, y corrigió el rumbo para colocar la mano en su nuca. Aunque intentara controlarlo, seguía teniendo esa extraña sensación de querer perderse en su mirada, conocerla un poco más. Ella se mordía el labio. Y esta vez, Hayden tuvo la sensación de que era totalmente consciente del efecto que estaba teniendo en él.

¿Y qué había de malo? Si fuera un paciente psiquiátrico, la cosa cambiaría. El terapeuta ejerce una gran responsabilidad sobre una persona que está vulnerable y tiene un gran control sobre sus emociones. Pero Nicole, había acudido a él para una lesión física. Además, si estuviera en calidad de psiquiatra, no hubiera visto el exuberante cuerpo de la bailarina, no reseguido las curvas de su cuerpo, y no hubiera... No la hubiera deseado. Noah suspiró rindiéndose al fin al instinto. Le sonrió a su clienta, sin ápice de segundas intenciones en su proposición.

- No debería pedirte esto. Pero me gustaría tener la oportunidad de hablar contigo más, y eres la última clienta del día. ¿Me permitirías invitarte a comer? Sin compromiso, sólo una comida.

No espero a recibir su respuesta. La mano de su nuca no había dejado de masajear el cuello y volvió a bajar por la curva de su columna, colocándose en la zona baja de su espalda, y pasando a tratar la zona lumbar. Intentó quitarle hierro a la invitación, resumiendo el masaje para aliviar el estrés acumulado en su musculatura. Pero por dentro, tenía la vaga esperanza de que ella aceptara.

Un imperceptible susurro movió el pecho del doctor. Sus manos se deslizaron a ambos lados del cuerpo de la griega, acariciando el contorno de sus caderas, subiendo una vez más a su cintura. Tenía que hacer un esfuerzo consciente y constante para evitar que esos masajes se convirtieran en caricias y transmitieran a Nicole todo cuanto él sentía en ese momento. Pocas cosas habían más atractivas que una mujer segura de si misma, mezclado con aquél esbelto cuerpo trabajado, aquella mirada profunda plagada de secretos y un rostro hermoso y exótico era un cóctel explosivo de atracción al que le estaba costando resistirse.

Pese a ello, no terminó el masaje de manera apurada. Intentando mantenerse fiel a su profesionalidad laboral, se tomó todo el tiempo que necesitó para tratar a consciencia cada músculo del cuerpo de Elektra, desde los tobillos hasta las cervicales...  Y una vez hubo terminado, sus manos reposaron en las espaldas de la mujer. La cálida palma de sus manos, acarició la piel de sus hombros, y su brazo, volvieron a subir por su columna, a duras penas tocando el vello de su nuca, sin atreverse a adentrarse en su melena. Las manos del doctor se apartaron de la morena, aun con la sensación de su tersa piel bajo el tacto.

- Puedes tratarme de tú, si gustas. De lo contrario, me haces sentir muy mayor. ...Voy a lavarme las manos. - Anunció con calma, dando la espalda a Nicole, evitando así que la griega pudiera regalarle otro desnudo. - Vístete sin prisas, llamaré antes de volver a entrar.

Y así lo hizo. Abandonó la salita donde practicaba la fisioterapia y se lavó con calma las manos. Se quitó la bata que utilizaba durante las sesiones y la dejó colgada con cuidado en una de las perchas del cuarto de baño. Por inercia y costumbre, se llevó una mano al bolsillo del pantalón y retiró un anillo dorado, completamente liso. Los ojos celestes del británico contemplaron la joya durante unos segundos, antes de colocarla en su dedo anular. Se había planteado no llevarlo, tal vez colgarlo de la cadena en su cuello o dejarlo en uno de los bolsillos de su chaqueta. Pero ya había comentado la naturaleza de su relación a Nicole y de algún modo le parecía inapropiado no llevarlo.

Antes de volver junto a ella, golpeó la puerta con los nudillos y esperó la respuesta que le permitiera volver a entrar. Pasaron entonces por todos los trámites propios del empleo. Le ofreció a Elektra día y hora para una segunda visita, en caso de que aceptara, le escribiría la hora y fecha en una tarjeta y se la entregaría, para después pasar a cobrarle la tarifa de 30 dolares que solía costar su consulta, y después la invitó a salir. Cerró ventanas y persianas, puertas y alarmas. Una vez en la calle, se palpó el labio con el indice un par de veces, antes de dedicarle a su bellísima acompañante una sonrisa divertida.

- Si no tienes preferencia en cuanto al lugar, sé de un sitio que puede venir muy bien. Pero antes necesitaría saber un poco de tus preferencias. ¿Vegana, vegetariana, alguna intolerancia alimentícia...? Porque tenía en mente comida koreana.

El lugar que tenía en mente, se trataba de un buffet llamado Yoon.

OOC: Por si quieres cotillear fotos del lugar! https://www.yelp.com/biz_photos/yoon-haeundae-galbi-new-york-2