Mirando a las musarañas/Cambio de rumbo (Tony Stark, Omega) (8-5-2018)

Astrid estaba aburrida, otro día aburrido más en la Torre Stark, mirando su correo, leyendo artículos, haciendo algunos experimentos por su cuenta. Pero era complicado llevar una sola una investigación, y era mucho más complicado cuando tu jefe no colaboraba. Echaba de menos tener su agenda completa, no tener tiempo ni para respirar, pero desde Suiza su trabajo había ido descendiendo paulatinamente. Con el nuevo elemento ya sintetizado lo único que restaba por hacer eran pruebas, muchas pruebas, infinidad de pruebas; y eso había estado bien, los resultados habían sido satisfactorios, había estado ocupada, y todavía tenía que vigilar que el cuerpo de Tony tolerase bien el cambio y poco a poco fuera expulsando el Paladio, había decidido no someter a su cuerpo a más estress y dejar que su organismo hiciera su trabajo poco a poco. Y claro, cuando las pruebas habían terminado se había dado cuenta que no le quedaba mucho más que hacer, salvo ocasionalmente tratar alguna contusión provocada por algún incidente con sus armaduras o algún asunto en el que Iron Man estuviese involucrado, y se aburría, eso la aburría. Se pasaba los días mirando por la ventana de su despacho, había superado la mitad de los niveles del Candy Crush, y había aplastado a toda su familia en el Apalabrados. Actualmente era una científica aburrida y sin nada que hacer, y eso no le gustaba.

Había intentado que Tony la reasignara a uno de los grupos de investigación de Industrias Stark, pero él se había negado en rotundo, alegando que tenía demasiado talento para trabajar a las órdenes de ningún jefe de equipo; lo había intentado por activa, por pasiva, incluso había recurrido al soborno y el chantaje, pero nada. Tony seguía en sus trece, parecía que lo único que quería era tenerla en el laboratorio a salvo de miradas ajenas. Tampoco podía culparle, nunca le había gustado que Barry la invitara a salir en un par de ocasiones y aunque había tardado en confesárselo tampoco parecía fiarse demasiado de ningún otro miembro masculino de la plantilla de su empresa. Nunca había sido una mujer florero, no se le daba bien y no le gustaba ejercer ese papel, pero cada vez más tenía la sensación de que era la posición a la que Tony la estaba relegando con sus celos y su sobreprotección. Pero se estaba cansando de aquello y ya que él no iba a ayudarla, tendría que hacerlo sola, aunque fuera a sus espaldas y eso no le gustaba nada.

Se había puesto en contacto de nuevo con la universidad de Columbia, había pasado un año desde que había dejado su puesto en la universidad para formar parte de Industrias Stark, había sido un año intenso, lleno de momentos buenos y con algún momento malo, como el cataclismo de hacía dos meses. Uno de los motivos por los que necesitaba hacer algo, el mundo había sufrido un gran trauma, se había venido abajo todo lo preestablecido y ella, como física sentía la necesidad de dar respuesta a todas esas preguntas, pero no podía si su única tarea era ponerle bolsas de hielo a Tony en la cara. No es que no quisiera ayudarle y cuidarle, claro que si, pero le sabía a poco, necesitaba hacer más. El rector de la universidad no había puesto pegas a su regreso, obviamente todo el trabajo que había realizado para Stark era confidencial, pero eso sólo le añadía un puntito de misterio que al rector Siebert le gustaba, se enorgullecía de todos los investigadores que había robado a las empresas privadas, no iba a ser menos con ella. Le había enviado por mail una memoria de investigación para el próximo curso y un plan de estudios, dándole finalmente la oportunidad de ser profesora adjunta de "fundamentos de la física cuántica". Pero en aquel momento no las encontraba y juraría que la noche anterior cuando Stark pasó a recogerla por su casa la había metido en su cartera junto a su portátil. ¿Donde la había metido? Era la copia en la que tenía las anotaciones...

Llevaba todo el día en el taller del sótano de mí casa, entre armaduras y herramientas. Aún no había acabado de reconstruir y arreglar todas las armaduras; y casi todas eran prototipos hasta ahora. Y todos sabemos lo que pasa con los prototipos: que fallan.

Unos cuantos golpes, rasguños, moratones y algo de sangre después, decidí que era hora de tomarme un descanso para curarme las heridas y comer algo. No negaré que también quería disipar el cabreo que cada vez crecía más y más en mí.

Subí las escaleras hasta llegar al salón. En la mesa de la gran estancia había una botella de agua a la que me dirigí a coger; pero al llegar a la mesa, mi mano se desvió de la botella a unos papeles que no recordaba haber puesto ahí.

Leí por encima aquellos papeles y cada uno me enfurecía más que el anterior. Astrid pensaba irse de Industrias Stark a Columbia, a mis espaldas. ¿Cómo podía haber hecho eso? Sin consultarme, ni preguntarme. Ni siquiera informarme del asunto, tuve que enterarme por un golpe de suerte.

Menudo cabreo llevaba encima, tal como estaba; sin cambiarme ni nada, cogí las llaves del coche y me dirigí a la torre. Intentaba calmarme antes de llegar, pero era algo completamente imposible. Me sentía traicionado, dolido, engañado… Y cabreado, mucho.

Llegué y me salté los controles de seguridad como de costumbre, subí hasta el despacho de la rubia y entre abruptamente. Ni un gesto de saludo  ni nada, no se lo merecía, no en ese preciso instante.

Me puse en frente de su mesa, de pie en una pose autoritaria y firme y le arrojé los dichosos folios encima de la mesa y me crucé de brazos.

- ¿Qué se supone que es esto?

Dije mirándola directamente a los ojos, completamente serio y sin un atisvo de broma en ninguno de mis actos. Mantuve mi pose y mi ceño fruncido, esperando una respuesta.

Estaba en problemas, en muchos problemas. Lo supo en cuanto le vio aparecer por su despacho, con el labio partido, la camiseta térmica y los pantalones deportivos que usaba cuando trabajaba con sus armaduras, pero no era la ropa que usaba lo que le dio malas vibraciones, sino la carpeta que llevaba un buen rato buscando y que se encontraba en su mano. Debía habérsela dejado en el salón, aunque no recordaba haberla sacado de la cartera. Tony había sido tajante respecto al tema de que ella se moviera de la última planta. No era una opción.

Pensó en levantarse para poder encararle mejor, pero no le parecía una buena idea, a fin de cuentas, en aquel momento estaba tan nerviosa que sentada seguramente era como menos se le notaba. Y él llevaba unos días cada vez más  raro, más tenso, más dominante y agresivo. Siempre había tenido un  comportamiento dominante, no le gustaba que le llevaran la contraria y siempre hacía lo que quería, pero últimamente la mano izquierda y la sutileza funcionaban cada vez menos con él.

- Una memoria de investigación y una memoria de clases. He estado tanteando la universidad, pero no hay nada concreto, no quería decírtelo hasta no saberlo.

Suspiró profundamente, estaba cansada de estamparse contra la misma pared día tras día. Le quería, claro que le quería, pero él se empeñaba en tomarse su carrera profesional fuera de ese despacho como un agravio personal y ella estaba cansada de tener que evitar ese tema para que no se sintiera dolido. No quería que aquel fuera el tema que los separara, lo mejor sería abarcarlo de frente y hablarlo. Tenía que entender, que no podía quedarse quieta en aquel despacho esperando mientras el mundo se desmoronaba a su alrededor.

- Tony, te quiero, y lo sabes, y haría lo que fuera por tí; pero también tienes que entender que aquí no tengo gran cosa que hacer. Soy tu médico, eso es cierto, y no digo que vaya a dejar de serlo, pero estás mejorando, el elemento ya está en el reactor y... Necesito hacer cosas Tony. Después de todo lo que ha pasado, no puedo quedarme quieta. Tu eres un héroe, te enfundas tus armaduras y salvas el mundo con ellas. Yo soy una científica, me pongo mi bata y doy respuestas a las preguntas. No estás dispuesto a incluirme en un grupo de trabajo de la empresa y yo no quiero acabar como un jarrón decorativo cogiendo polvo.

Lo había soltado todo, con calma, con tranquilidad, no quería discutir, sólo quería que entendiera lo que ella pensaba, lo que ella necesitaba. Era un hombre complicado, eso ya lo sabía cuando le besó aquella noche, pero eso no significaba que no pudieran funcionar bien como pareja, hasta el momento lo habían hecho y no quería que aquello se acabase de aquella manera. Era el único hombre por el que había sentido algo así y no quería perderlo. No le parecía justo sacrificar algo que la hacía tan feliz por él, por mucho que le necesitara a su lado para ser una mujer completa y feliz.

Bajé mis brazos y las pegue a mi cuerpo. Mi expresión se relajo y agache un poco la cabeza. Tenía razón,  tenia toda la razón del mundo.  Era una muejr brillante que podía hacer mucho por el mundo, no podía pretender tenerla ahí encerrada sin investigar ni ayudar a nadie. La volví a mirar, parecía tranquila pero un poco intimidada.

La comprendía y si ella era feliz trabajando en la universidad, yo estaría de acuerdo. Pero mi cuerpo y mi mente me contradecía y el cabreo volvía a hacerse notar en mi. Aprete mis puños y golpee con ellos en la mesa con todas mis fuerzas.

- ¡¿Y por qué me ocultas las cosas?! ¿¡Acaso crees que soy gilipollas y no me iba a enterar!?

Desfrunci el ceño y retrocedi unos pasos. Eche mis brazos hacia atrás sorprendido y un poco asustado ante mi reacción.  No tenía ni idea de porque actuaba así, solo sabía que tenía que intentar controlarme, aunque hasta ese momento me había sido imposible; porque si seguía así acabaría por asustar a Astrid.

- Yo, no se porque he actuado así,  lo siento.

Volví a agachar la cabeza y retrocedi aún más.  Estaba confuso, no tenia ni idea de que me había pasado.

Intente tranquilizarme respirando unas cuantas veces, pero cuando volví a mirar a la mesa y vi aquellos papeles volví a perder el control de mi consciencia.

Al mirarlos sentía como si ella estuviera dejandome, como sí me traicionara; cosa que era una tontería. Pero mi mente no quería verlo. Apreté los dientes y los puños, cerré los ojos. Dentro de mi se estaba librando una batalla, pero antes de perderla y hacer una estupidez; opté por dirigirme con paso firme hasta la puerta y salir de allí.

Bueno, parecía que finalmente lo había entendido, que había aceptado su punto de vista y no iba a poner más pegas, o al menos eso pensaba Astrid que se relajaba en su asiento al verle adoptar una expresión más relajada, por eso no se esperó el golpe sobre su mesa, que le hizo pegar un brinco que la hubiera colgado de la lampara si eso no fuera físicamente imposible. Se asustó, se asustó tanto que pegó un pequeño grito. Y ahí estaban otra vez, esos cambios de humor, esa ira y violencia repentinas que llevaba presenciando las últimas semanas. ¿Porque sucedía todo aquello? ¿Ya no era feliz con ella? ¿Que más quería?

Se retiró disculpándose, no creía que fuera realmente así, estaba segura que no. Hasta hacía poco siempre había sido dulce y cariñoso con ella, atento y sobreprotector, pero nunca dominante, obsesivo y posesivo y mucho menos violento. Era el hombre que por las noches si se quedaba dormida frente a la tele la llevaba en brazos con cuidado de no despertarla; el que a pesar de no tolerar a los gatos le había puesto una cama al capitán en la habitación y un arenero cerca del taller; el que siempre le quitaba al libro si se quedaba leyendo hasta muy tarde. La había aceptado con todas sus peculiaridades y a pesar de todo seguía con ella. Lo menos que podía hacer era luchar por él, luchar por la relación que tenían.

Se levantó de su silla y lo alcanzó en el pasillo casi a la carrera, para agarrar su mano y tirar de él hasta el despacho de nuevo con gesto decidido y sentarle en el sofá que había puesto para él después de que comprobara que iban a pasar muchas horas en el mismo despacho juntos. Era su sofá y ella no lo discutía. Le encantaba sentarse repantingado mientras ella daba vueltas como una fiera enjaulada o quedarse absorta mirando la pizarra cuando no encontraba una solución y su mente se peleaba contra un muro invisible. Se sentó de rodillas frente a él para quedar a su misma altura mientras le sujetaba la cara para obligarle a mirarla a los ojos.

- Escúchame atentamente porque no voy a repetir esto muchas veces más. Llevamos discutiendo dos semanas por este tema y cuando te dije que quizás me aceptarían en Columbia rompiste mi mesita de te. Cuando me conociste te convertiste en mi jefe y hasta el momento lo has sido, puedes pensar que si cambio de jefe encontraré a otro que me guste más o que simplemente me engatuse; y si es eso lo que está pasando por tu cabeza eres un gilipolas que no me conoce en lo más mínimo. Creo que todos los días te digo y te demuestro lo que siento por tí. Eres el hombre más maravilloso y especial que conozco y si piensas que algún otro podría compararse a tí eres más tonto de lo que pensaba. Y si lo que digo y hago no es suficiente para tí, dímelo, dime que más puedo hacer, pero que no tenga que ver con mi trabajo. Yo no discuto lo que haces y me gustaría recibir el mismo trato. Ahora relájate, respira hondo y dime que es lo que te preocupa tanto.

No sabía que más hacer, no sabía que más podía hacer para calmarle, para demostrarle que no tenía ninguna intención perversa oculta tras sus acciones. No sabía exactamente a que clase de mujeres estaba acostumbrado, pero estaba claro que ella no era así. Se acercó más a él y lo abrazó con fuerza, con ternura, acariciando su espalda arriba y abajo con una mano mientras la otra se enterraba en su pelo enredando sus dedos entre sus cabellos, como siempre le gustaba hacer.

Cuando me dirigía apresurado al ascensor para salir cuanto antes del edificio a tomar un poco el aire, noté como una mano me arrastraba por todo el pasillo hasta el despacho del que hace un momento huía, ante las miradas curiosas de los trabajadores.

Astrid me empujó contra mi sofá, ese en el que siempre me tumbaba cuando venía a molestar un poco a la rubia. Me sentó y se inclinó ante mí, atrapando mi cara entre sus manos impidiéndome agachar la cabeza, costumbre que había cogido desde hace ya un tiempo y que me habría gustado hacer en ese momento.

Me quedé pasmado escuchando todo lo que Astrid me tenía qe decir, pero yo seguía con mi dilema. Sabía que ella tenía razón, sabía perfectamente que necesitaba su libertad y su espacio; por favor yo era el defensor del espacio en la pareja. También sabía que yo era muchísimo mejor que un viejo rector de universidad; pero mi cabeza no me dejaba actuar como yo quería.

Otra vez empezaba a calentarme con todo ese asunto, pero un inesperado abrazo por parte de la rubia me dejó congelado. Sus manos jugaban con mi pelo y se paseaban por mi espalda como de costumbre, cosa que me encantaba y me relajaba. Pero esta vez no, esta vez fue tan sorprendente que me dejó congelado. Pero no por mucho tiempo.

La aparte con un poco de brusquedad de mí, rompiendo el bonito abrazo, como si quisiera alejarla de mí. Pero nada más lejos, en un rápido movimiento me puse en pie y la alcé entre mis brazos, abrazándola contra mi cuerpo. Una sensación extrema me inundaba como hasta hace unos minutos, pero esta vez no era cabreo, eso seguro.

La agarré con un brazo mientras la besaba vorazmente y con el otro brazo tiraba todas las cosas del escritorio con fuerza. LA volví a coger con ambos brazos sin dejar de besarla y la senté en el escritorio, situándome entre sus piernas. La besaba cpn ferocidad, como si mi vida, o mejor aún; la suya dependiera de ello, sin importarme la falta de aire, sin importarme nada más en este mundo que sus labios y ella.

Un haz de lucidez llegó a mi mente. ¿Qué se supone que estaba haciendo? ¿Por qué me hacía estás cosas tan jodidamente raras últimamente? Me separé de Astrid un poco, sin dejar de quitar mis manos de su cintura, pero ahora estas estaban ahí de una forma dulce y no posesiva. Miré al suelo y luego la miré a ella.

- No se que me está pasando, yo... Simplemente no lo sé.

Antes de que se diera cuenta estaba siendo devorada con una voracidad inusitada. Le sorprendía su movimiento, pero no demasiado su actitud, últimamente estaba hambriento, desesperado, cuando estaban juntos era como si quisiera fundirse con ella, devorarla, dejar una huella indeleble en ella, una marca... En un par de ocasiones se había despertado con algún mordisco del que en un primer momento no se había dado cuenta y algún embarazoso chupetón que la habían obligado a llevar siempre pañuelos al cuello. Pero en aquel momento no podía dejarse llevar, no, por muy difícil que fuera tenía que poner un freno a todo aquello. Afortunadamente la sensatez volvió a él antes de que ella tuviera que hacer algo.

- Tranquilo, lo averiguaremos. ¿De acuerdo? Confía en mí. Sea lo que sea lo arreglaremos. No voy a dejarte solo, lo prometo.

No sabía que le pasaba, pero estaba claro que le pasaba algo y era su deber, no sólo como su médico, sino como su pareja, ayudarle y reconfortarle en aquellos momentos. Le abrazóde nuevo y apoyó la cabeza en su pecho, escuchando como su corazón latía acelerado, quizás por el desasosiego, acompañado por el leve zumbido del reactor. Y en aquel momento todo le daba igual, la discusión de antes, su extraño comportamiento, todo daba igual si podía seguir sintiendo la calidez de su pecho, ese familiar sonido, cada vez que le abrazaba. El resto del mundo podía irse al garete.

Nick Fury no estaba de buen humor.

Aquello no era algo inusual en él; los que lo conocían podían atestiguarlo. Pero la mirada que el líder de S.H.I.E.L.D lucía aquel día en su único ojo visible hacía verdadero honor a su apellido. Stark iba a tener que oírle, y no le gustaría lo que oyera.

Iron Man nunca había sido su Vengador favorito. Era demasiado independiente, demasiado egocéntrico, y demasiado mimado como para prestarse al trabajo en equipo. Los informes preliminares que, en un pasado, se habían elaborado para Fury, no hacían más que corroborar todas aquellas observaciones. Por todo eso, Nick había sido muy reacio a permitirle ingresar en su proyecto. Muchos se preguntaban por qué; al fin y al cabo, él mismo había sido quien se había aproximado al millonario en primer lugar. Pero la respuesta de Fury a aquella pregunta era simple: a él le interesaba Iron Man, no Tony Stark.

Pero, al final, para su desgracia, había tenido que contar con los dos. Y Nick tenía que reconocer que no había sido tan espantoso como pensaba que sería. Al fin y al cabo, había algo de héroe en Stark, y Fury agradecía poder contar con su intelecto y su genio mecánico para los Vengadores. Además, con el tiempo, sus continuos encontronazos se habían ido suavizando. De hecho, cuando se lo conocía un poco mejor, incluso podía llegarse a coger aprecio a aquel dolor de muelas que podía ser Tony Stark.

Pero, aquellos días, Fury estaba reconsiderando seriamente su afecto... por una razón muy sencilla: Tony Stark volvía a ser el capullo de antes. No tenía ni idea de por qué, pero sí que tenía clara una cosa: la iniciativa Vengador iba por delante de absolutamente todo lo demás. Lo sabía todo acerca de Tony; no en vano era uno de sus hombres. Se había enterado de sus escarceos con su nueva doctora, que coincidían con aquel cambio de actitud suyo. Nick sólo había tenido que sumar dos más dos. Y, así, había llegado a una conclusión de lo más lógica: su nueva relación había desestabilizado a Tony Stark.

Y si había algo de lo que Nick Fury estaba seguro era de que no necesitaba un Stark inestable.

De modo que entró en el edificio a grandes zancadas, con una expresión mortalmente seria en el rostro. No le costó dar con un empleado de Stark Industries al que conociera de vista. Y, en el momento en que el líder de S.H.I.E.L.D se le acercó, dicho empleado deseó encontrarse a cientos de kilómetros de allí.

- ¿Dónde está Stark? - inquirió Fury al llegar junto a él, sin más preámbulos.

- S-se encuentra en el despacho de la doctora Hadlow... - respondió el hombre, tartamudeando.

Aquella respuesta sólo acentuó el ceño fruncido de Nick. El empleado tragó saliva ruidosamente.

- ¿Dónde? - repitió Fury, esta vez imprimiéndole un sentido más preciso al término.

- Última planta. P-pero no podrá entrar. Sólo el señor Stark y la doctora Hadlow tienen acceso a...

Nick Fury arqueó las cejas en un gesto de completo escepticismo. Le daba absolutamente igual lo que Stark empleara como seguridad; pensaba hacerlo salir a gritos. O volando la puerta.

Pero seguía sin gustarle nada la implicación de que el millonario tuviera un piso entero restringido de aquel modo. No sólo sonaba a controlador, también sonaba a paranoico. Y, además, a título personal, Fury odiaba los accesos cerrados.

De modo que cogió el ascensor y subió hasta la última planta, donde estaban las habitaciones de entrada restringida.

- Más vale que salgas ahora mismo, Stark - dijo, en un tono perentorio que podía escucharse perfectamente desde el otro lado de la puerta - Tenemos que hablar. Así que no me obligues a estropearte este bonito sistema de seguridad. Sabes que puedo hacerlo.

Estaba con Astrid abrazada a mí, con su cabeza en mi pecho. Eso me relajaba, me relajaba muchísimo. Después de todo esto, de todo lo que me ha estado pasando durante estos días ella seguía ahí conmigo, aguantándome y abrazándome cuando lo necesitaba.

Pero una voz muy conocida pero que nunca me gustaba escuchar sonó al otro lado de la puerta. Era Furia, gritando y amenazando para variar. Me separé de Astrid y con un sencillo movimiento la bajé de la mesa.

Fui hacía la puerta con paso calmado, repasando mentalmente de que forma la había liado esta vez. ¿Habría sido por la destrucción de la Quinta Avenida el pasado jueves cuando retenía un ataque con el capi? ¿O por el laboratorio que hicimos explotar Bruce y yo hace dos semanas e intentamos encubrir luego? No tenía ni idea, pero seguro que me caía bronca; como siempre.

Marqué el código de seguridad y la puerta se abrió, mostrando a un Nick Furia muy cabreado, con el ceño completamente fruncido y con su único e inquietante ojo clavado en mí.

- ¿Qué he hecho ahora Furia?

Parecía más tranquilo, más sosegado, era curioso el efecto balsámico que un abrazo podía tener sobre él. Astrid había ido descubriendo que Tony era realmente un hombre bastante cariñoso, le gustaba el contacto físico, no sólo en lo obvio, sino ser abrazado, pero era Tony Stark, no era de los que pedían un abrazo, eran de los que cuando estabas viendo la televisión esperaban que les hicieras un sitio en el regazo para acomodarse a sus anchas y no soltarle en el resto de la noche. Eran detalles curiosos que le gustaban.

Una voz a través de la puerta llamó su atención, Nick Furia le llamaba, era un hombre al que nunca había visto, pero había oído hablar de él, no siempre bien, pero no era de las personas que dejaban guiarse por la impresión de otros, aunque estaba claro que no estaba muy contento y no ponía en duda que era capaz de tirar la puerta abajo si era necesario. En cuanto Stark la bajó de la mesa, se apuró a recoger lo que se había caído de esta y colocarlo en su sitio antes de que el director Furia pudiera entrar en el despacho, dispuesta a desaparecer si era necesario, seguramente lo que tuviera que tratar con Tony era puramente confidencial y ella no era ninguna cotilla para querer enterarse de cosas que no debería saber. Ya le preguntaría en casa y ya le contaría él si creía que debía saberlo.

Tenía curiosidad por saber que clase de hombre era Nick Furia, no podía negarlo, era un hombre poderoso, de eso no le cabía duda, tenía que serlo si era capaz de que Tony trabajara en equipo con otras personas, no es que fuera malo, pero era demasiado individualista. Lógico por otra parte, hijo único, toda su vida en internados de pago, sin padres desde joven... Ingredientes perfectos para una personalidad solitaria que no cuenta con nadie para nada. Ninguno de ellos eran personas que antes hubieran trabajado en equipo, bastante es que conseguían funcionar con cierta soltura. Pero había una cosa que ella tenía absolutamente clara, y es que necesitaban alguien que los cuidara, que mirara por ellos, eran gente solitaria, pero también eran gente que necesitaba el aprecio de alguien. Sin ir más lejos Tony, o Banner, siempre agobiado por la posibilidad de que Hulk lo destrozara todo y a todos, Natasha, con un pasado oscuro que siempre intentaba corregir con el presente, eran personas que lo único que necesitaban es que alguien los aceptara y apreciara como son, por las personas que eran, no por lo que habían sido o podían ser. Natasha se había convertido en una buena amiga y poco le importaba su pasado o lo que hubiera hecho, lo que le importaba era el presente, saber que tenía una amiga en la que siempre podía confiar. Era su pequeña polluela y cuidaba de ella.

Stark se tomó su tiempo para abrir.

Bien, que se prepare sus excusas, las va a necesitar, pensó Fury.

Le llegó a los oídos el sonido electrónico del panel mientras Tony marcaba el código. La puerta se abrió, y Nick se encontró frente a frente con su millonario predilecto.

- ¿Qué he hecho ahora, Furia? - le preguntó.

- Prueba a preguntar "qué no he hecho" la próxima vez - resopló el líder de S.H.I.E.L.D, mientras tomaba nota mentalmente del pelo despeinado de Stark y las arrugas en su (descolocada) camisa. -¿Tomando un descanso del trabajo? - añadió.

No era que le preocupara mucho Industrias Stark; Tony no era famoso por su implicación en la dirección de la empresa. Él prefería encerrarse en su sótano a construir aparatitos. En opinión de Fury, aquello era lo mejor que podía hacer. Al fin y al cabo, los "aparatitos" de Stark eran la razón por la que estaba en los Vengadores.

Nick supuso que la doctora de Stark seguía en la habitación, pero decidió que no la haría marcharse. Al fin y al cabo, ella era la distracción. La "bronca", como solía llamar Tony a los justificados arrebatos de furia de su superior, valía para ambos.

- No sé qué tienes en la cabeza últimamente, Stark - dijo Fury, cruzándose de brazos -Sé lo del laboratorio, y sé que Steve no se cargó la Quinta solito. Nunca se te ha dado bien recibir órdenes, pero pensaba que te preocupaba más tu país. ¿Tienes idea de cuánta gente había en los alrededores de tus dos últimas explosiones? ¿En qué diablos pensabas cuando casi hundes un edificio encima de doscientas personas? ¿Acaso comprobaste si habíamos evacuado primero?

Por no hablar de los daños materiales, cuya factura S.H.I.E.L.D. aún tenía sobre la mesa. Factura que Fury estaba considerando muy seriamente reenviar a Stark Industries.

- El Tony Stark de hace unos meses no hubiera pasado por alto algo así. ¿Qué diablos le está pasando a Iron Man? - Nick miró fijamente al millonario -Espero que tengas una respuesta para esto, o tendré que relevarte de tu puesto en los Vengadores.

¿Realmente había hecho yo todo eso? Si, claro que si; pero aún no me lo creía.  Estaba consiguiendo todo lo contrario a lo que yo quería.  Iron Man era un arma, pero había sido creado para sustituir a todas esas armas que no diferenciaban terroristas y civiles. Un arma con un factor humano capaz de diferenciar lo que un misil no.

Pero todo esto, esto que me está pasando desde lo de China y que no puedo controlar está causando daños y no solo materiales, como siempre. No era una persona normal, mis crisis tenían consecuencias y bien grandes.

- A Iron Man no le pasa nada, Nick, me pasa a mi. Y no, no se el que y tampoco se explicar. Se que todo eso está mal, que mi comportamiento es incorrecto, soy consciente de ello créeme. Pero cuando intento razonar conmigo mismo, mi cuerpo no cede y me acaba doblegando y acabo haciendo todas esas gilipolleces. Quizás eso sea lo mejor, quizás tengas que relevarme, no quiero hacerle daño a nadie.

Dije sosegado, manteniendo la compostura. Miré fijamente a Furia, pero no con intención de retarle o molestarle como de costrumbre. Por una vez le estaba dando la razón.

Los dos hombres se habían puesto a hablar ignorando su presencia, y dudaba que el director de una agencia de inteligencia de alto nivel y tan poderosa como SHIELD hubiera pasado aquel detalle por algo inintencionadamente, así que supuso que era el momento de personarse en la conversación. Calentó agua, echó unas bolsitas de te que dejó en infusión el tiempo adecuado y después de retirarlas preparó una bandeja con tres tazas y unas galletas de limón que su madre le había enviado, las favoritas de Tony, esperaba que no le molestara. Con una sonrisa amable en el rostro depositó la bandeja en la mesita frente a los sillones y se acercó a los dos hombres.

-Buenos días señor Furia; estoy segura que estarán más cómodos charlando de esto en el sillón

Los guió con amabilidad al cómodo sillón de tres plazas que Tony había mandado colocar en su despacho, el cual no había visto necesario hasta el momento, salvo para que el millonario se tumbara a la bartola cuando tenía ganas de pasarse a su despacho para molestarla. Después acercó una silla de su despacho y sentándose con toda la dignidad británica que le era posible, y eso era bastante, se dirigió a los dos hombres que tenía delante de ella y con los que estaba profundamente disgustada por su comportamiento.

- ¿Le apetece un té señor Furia? En vista de que está tan molesto por la actitud de Tony, tanto que se le han olvidado las normas de educación de saludar cuando se entra en el despacho de otra persona, permítame que le ofrezca una bebida caliente para calmar los ánimos.¿Le apetece también una galleta? Son caseras.

Esperó a que sus interlocutores decidieran si servirse o no, antes de servirse ella misma una taza de té con una nube de leche, les dirigió a ambos una mirada digna de una madre en los instantes previos a una charla de esas en las que sabes que no te va a gritar, pero el efecto emocional va a ser igual a una buena ristra de bofetones.

- Como médico del señor Stark, debo decir que su cambio de comportamiento no me ha pasado inadvertido, pero ignoraba que fuera algo tan extendido; sin embargo, el señor Stark se ha visto sometido en los últimos meses a mucho estress y presión emocional. Hasta hace poco todavía había rastros de la intoxicación por paladio y todo el proceso de investigación y sustitución de su reactor fue bastante estresante para él, ya que íbamos a contrarreloj. Sugiero que quizás se trate de un efecto rebote de la ansiedad que experimentó previamente. Quizás algún tipo de síndrome de estrés post-traumático, todo este asunto de la aparición de nuevas ciudades en el mapa, los desastres y amenazas que surgieron aquel día serían capaces de trastornar incluso a la mente más sana. Sin embargo le doy la razón en que Tony, como Iron-man, está en la obligación de proteger a las personas de las amenazas, tanto internas, como externas, como derivadas de otras amenazas, y derrumbar un edificio sobre sus cabezas no es un comportamiento admisible; por eso estoy segura de que Industrias Stark y Tony no tendrán ningún problema en asumir el 50% de la reparación del edificio. ¿Verdad que no, Tony?

Le dirigió una mirada que decía a las claras que negarse a aquello no era una opción y si se le ocurría por alguna loca razón desobedecerla, era algo que le iba a acarrear consecuencias nada agradables. Tony Stark, Iron-man, era un héroe, un protector, un ejemplo para las personas, y debía comportarse como tal, los daños colaterales por sus acciones irreflexivas no estaban permitidos, y si tenía que comportarse como su niñera y obligarle a hacer lo correcto, lo haría.

Nick Furia estaba preparado para cualquier excusa típica que Stark pudiera darle para justificar su comportamiento, aunque para su sorpresa el multimillonario admitió que no estaba en su mejor momento y que las cagadas eran pan de cada día. Eso eran puntos a su favor para que su superior se calmara.

Entonces intervino la doctora, invitando a ambos a acomodarse y ofreciendo té con pastas. No comprendía porque una doctora estaba ejerciendo de secretaria, ¿acaso era porque se metía bajo las sábanas de Stark? Puede ser, no tenía tanta memoria como para recordarlas a todas, pero si sabía algo, la actual y presente ejercía sobre el algo que no le gustaba nada. Nick sospechaba que ella tenía algo que ver con el comportamiento del vengador.

Para colmo, si ya estaba el suficientemente enfadado, cualquier cosa que Stark hubiera dicho para calmarle un poco había sido en vano en cuanto la mujer tomo esa actitud frente a el. Dejó que soltara su retahíla de importantes palabras sin tomar asiento en ningún momento. Achacó su problema a los restos de paladio en su cuerpo, y aunque fuera así, el la seguía considerando en parte causa de ello.

Una vez terminó de hablar dirigió su mirada al señor Stark.

-Tony, últimamente has cometido muchos errores, pero dejar que tu... secretaria, por decir algo, me hable así es una cosa que me está enfadando por momentos. Y que maneje la empresa como suya...

El ojo de Furia se posó en la mirada de la inglesa de forma imperturbable.