Una nueva vida (Tony Stark) [Marvel, Pre-Omega, 3/10/2016]

Cuando era pequeña, Astrid siempre decía que quería ser médico, quería curar personas, salvar vidas. Estudió durante muchos años con un único objetivo, poder ir a la mejor facultad de medicina de Inglaterra, y lo consiguió, fue admitida en Oxford, aunque no fue la única titulación en la que se matriculó, con el pasar del tiempo, su madre poco a poco había ido despertando una profunda curiosidad y amor en ella por la física. Dar respuesta a las grandes preguntas del universo, que somos, de donde venimos, porque las cosas son como son. Algunos físicos miran hacia las estrellas, miran otros mundos, ven un futuro brillante de expansión humana, el esplendor de la civilización. Astrid miró hacia las cosas más pequeñas, hacia el pasado, electrones, neutrones, quarks... El día que se descubrió el bosón de Higgs del que tanto se había teorizado abrió una botella de escocés que su abuelo le había metido en la maleta cuando se vino. Era un día importante, un día magnífico...

La medicina también le dio muchas alegrías, suponía un reto, salvar vidas, le apasionaba encontrar las respuestas del cuerpo humano y tener la posibilidad de corregir las erróneas. El cuerpo no era perfecto, pero era complejo, un conjunto de órganos y sistemas que funcionaban como la maquinaria mejor engrasada, en una maravillosa y perfecta armonía, una sinfonía de células y procesos bioquímicos con conciencia propia. En su carrera se sentía como ese estudiante de una abadía perdida, que se colaba en la biblioteca prohibida para desvelar conocimientos que no estaban al alcance de todos, el milagro de la vida. Pero durante su residencia descubrió que ese milagro tenía un reverso tenebroso, la muerte. Y el miedo se apoderó de ella, no podía soportar sobre sus hombros la responsabilidad de una vida, saber que de una decisión suya una persona viviría o moriría. No podía permitirse el lujo de equivocarse y tenía demasiado miedo de hacerlo, en ese momento la investigación se plantó ante ella como una salida, una ventana en una casa que se hace más pequeña, en un laboratorio ninguna vida dependía de ella, salvo la de sus ratones. Las equivocaciones no estaban permitidas, pero los errores no eran fatales y antes de que se diera cuenta la universidad de Columbia le ofrecía una fantástica oportunidad, una oferta que en ese momento era todo lo que deseaba, un nuevo ambiente, una nueva ciudad, un océano de por medio.

Pero el destino es caprichoso, y aquello de lo que había huido en Londres había vuelto a encontrarla, una paciente. Raro como él solo, eso desde luego, pero no malo. Astrid no creía que fuera malo. Y ahora se encontraba en la sala de espera de lo que muchos científicos consideraban la tierra prometida. Industrias Stark. Hacía un par de días había recibido una citación en su buzón, ponía que para hacerla una oferta, pero no entendía que tipo de oferta podría ser. Industrias Stark se dedicaba a la física y la ingeniería, y aunque ella era física, también era médico, y no conocía ningún departamento que se dedicara a la industria biomédica. ¿Que habría llamado su atención? ¿Sus publicaciones? ¿O quizás el incidente en su laboratorio de semanas atrás? Todavía recordaba a aquellos dos mastodontes irrumpiendo en la clínica reclamando al señor Wade, y de lo de después... todavía estaba intentando olvidarlo....

- Señor, la jóven que se solicitó para el puesto está aquí.

- Gracias Jarvis, hazla pasar al despacho, voy en 5 minutos.

Estaba, como de costumbre, en el taller arreglando algún que otro desperfecto de uno de los trajes. Me limpié un poco, me puse la camisa y salí a recibir a la jóven.

- Buenos días, encantado. Soy... Bueno, ya sabes quien soy. Y yo se quien eres tu; así que, dejemonos de formalidades.- La invité a sentarse.- ¿Quieres una copa?

Decía mientrás sacaba de debajo de la mesa una botella de Jack Daniel's y un par de vasos.

- Aunque bueno, supongo que prefieres té. Jarvis.

Al instante, 'patosa' trae una bandeja con té y todas las cosas para que la jóven se lo sirva a su gusto.

- Sin tirarla, muy bien tonta. Venga, largate.

El brazo metálico se fue por donde había venido. La chica se quedo un poco perpleja ante mi acertada suposición de que le gustaba el té.

- Supongo que te preguntaras, ¿comó sabe este loco que me gusta el té? Muy fácil, eres británica. A los tuyos les encanta esa cosa que no sabe  a nada. Pero no solo se he eso. Se de donde eres, se cuales son tus estudios, se cuan cualificada estas. Incluso se cual fue tu primera mascota y la primera palabra que dijiste. Lo se todo de ti.

La chica se quedo con los ojos como platos, como era de esperar.

- Y porque se todo sobre ti, se que eres la persona perfecta para el trabajo. Creo que nadie en el mundo podría hacerlo mejor que tu.

Me serví en mi vaso bourbon y guarde el otro debajo del escritorio. Con un gesto la invite a que se sirviera el té.

- Bueno, te tengo en vilo, supongo que estarás deseando saber cual es la "importantísima" misión que tengo para ti. La cuestión es simple. Me muero.- Me desabrocho un poco la camisa y le enseño el ark reactor que llevo en el pecho.- Esto me está matando. Y antes de que digas lo obvio; no, no puedo desprenderme de esto, porque también me mantiene con vida. La cuestión es que esto usa Paladio para mantenerse activo y eso es perjudicial; pero no puedo usar otro elemento; así que, quiero inventar otro. Y dadas tus habilidades; no solo como física, también como doctora, creo que eres la más indicada.

Espere un poco mientrás daba un par de sorbos a mi vaso para que la chica pudiera asimilar toda la información que acababa de recibir.

- Será un trabajo duro y difícil; te quitará muchas horas, pero estará bien remunerado. ¿Qué me dices? ¿Te apuntas al club 'Salva un Stark'?

Astrid estaba impresionada, muy impresionada. La torre Stark era increíble, sencillamente increíble. Los mejores equipos de ingeniería y física trabajaban allí dentro, desarrollando la ciencia del futuro, nuevas comunicaciones, nuevas formas de energía limpia y todo bajo el mecenazgo y liderazgo de un genio como Tony Stark, conocía su currículum, sus logros... ¡Todos los conocían! No publicaba en las revistas, no lo necesitaba, cada nuevo producto de su empresa era un bombazo.

No pasó demasiado tiempo hasta que la hicieron pasar a un despacho, grande era decir poco, era enorme, prácticamente una planta entera de la torre, con un brazo robótico que se movía arriba y abajo con un plumero. Se acercó un poco a la ventana, para mirar, y las vistas casi la dejaron sin aliento, aquel debía ser prácticamente el edificio más alto de la ciudad. ¡Se veía todo! Pero se separó enseguida, lo último que quería es que apareciera alguien y la pillara fisgoneando por la ventana. Esperó educadamente de pie hasta que entró la persona que menos esperaba que la recibiera. Tony Stark en persona.

Estaba anonadada, pensaba que la recibiría alguien de recursos humanos, pero no él. Y sabía que era excéntrico, pero nunca penso que... tanto... Se sentó en una silla frente a su interlocutor mientras este sacaba una botella de bourbon y el brazo robótico le acercó una bandeja de Earl Grey, se sirvió una taza intentando disimular la impresión, te con una nube de leche, ideal a cualquier hora. Adivinar que le gustaba el té porque era británica era fácil, el resto no fue tan fácil y casi se le cae la taza de la impresión. ¿La había espiado? ¿Acababa de reconocerle que la había espiado? ¡Y estaba tan tranquilo! Ese hombre era increíble...

Y seguía hablando, la verdad es que tenía curiosidad sobre cual era ese trabajo que pensaba ofrecerle, aunque visto lo visto, tenía sus pequeñas reservas en aceptarlo... ¡La había espiado! ¡Había vulnerado su derecho a la intimidad! Pero lo peor no fue que Tony Stark hubiera escudriñado su pasado, lo peor fue cuando se desabrochó la camisa, en ese momento, la taza de té fue definitivamente al suelo. ¡Era Iron Man! ¡Tony Stark era Iron Man! Astrid alucinaba, se preguntaba si todo aquello era un sueño, un efecto secundario de los viajes espaciales, alguna droga, algo... Pero todo parecía sumamente real, y Tony Stark era en verdad Iron Man, el reactor de su pecho lo dejaba claro. Y se moría, o eso decía; no le sorprendía, puede que el paladio hubiera sido una idea genial para un reactor en miniatura que aguantara mucho tiempo, pero no lo era para metérselo en el cuerpo, estaba claro que no había tenido un médico cerca cuando lo hizo...

- Señor Stark, verá, agradezco mucho sus halagos, pero si ha leído bien mis cualificaciones comprobará que mi especialidad médica es la genética, no la toxicología. No creo que sea la mejor opción para tratarle, pero puedo recomendarle a los mejores especialistas para eso...

Dejó en el aire la frase esperando que comprendiera lo que trataba de decirle, que si bien estaría encantada de poner sus habilidades como física a su disposición, no le parecía una gran idea confiar en ella como médico para eso, pero parecía sufrir del mismo síndrome que Wade. El síndrome de "me entero de lo que quiero" y en ese momento el sólo se enteraba de que ella era médico, aunque hiciera años que no viera pacientes, sin contar al último, y la miraba con un gesto entre cautivador y de cachorrito abandonado que la enternecían demasiado. Debía negarse, lo sabía, aquello era una locura, pero confiaba en ella, le había desvelado su secreto, y le estaba pidiendo ayuda... Con un suspiro profundo se dio por vencida.

- De acuerdo señor Stark, me apunto. Haré lo que pueda. Aunque necesitaré unas instalaciones apropiadas para trabajar, ya sabe, para tratarle.

Le parecía grosero empezar a pedir nada más aceptar, pero no parecía que el señor Stark quisiera perder el tiempo, y tampoco sabía de cuanto disponían, y lo mejor era que tuviera un espacio acondicionado cuando antes. Pero era Tony Stark, seguramente lo tuviera todo previsto... maldito embaucador... seguro que estaba convencido de que aceptaría...

- Estaba convencido de que aceptarías.

Dije con un tono triunfador. Sabía que ella era genetista y no toxicóloga; pero yo no quería una toxicóloga en estos momento. ¿Para qué? Está usted muriendo por infección de paladio, señor Stark. Eso ya lo sabía yo sin necesidad de pagarle a nadie. Lo que yo quería en estos momentos era una física, quería un nuevo elemento no perjudicial para el ark reactor. Era mi mayor prioridad en ese momento.

Y bueno, también era doctora; podría ayudarme en caso de paro cardíaco o algo por el estilo. Saque de debajo de la mesa un montón de papeles.

- El contrato de de Industrias Stark. Firma aquí, aquí y aquí. Tus iniciales aquí y todo estará listo. Bienvenida a borde Astrid.

Le dí el contrato para que lo leyera mientras de debajo de la mesa sacaba otro contrato.

- Contrato de confidencialidad, ya sabes; por lo de que soy Iron Man y tal. Firma e iniciales en los mismos sitios.

Le dí todos los papeles a Astrid y me levanté de mi asiento. Le hice un gesto para que me siguiera. En la puerta esperaba patosa.

- Anda, limpia el suelo. Corre.

Andamos un poco por uno de los pasillos y llegamos al ascensor. Una vez allí pulsé el botón que indicaba la planta más alta. Llegamos y una puerta blindada con varios sistemas de alta seguridad estaba frente a nosotros.

-La puerta tiene un escaner de retina, otro de huellas dactilares y otro de voz. ¿por qué no los pruebas?

Me quede a la espera de que Astrid abriera la puerta sabiendo que detrás de ella encontraría las magnificas instalaciones que había preparado para ella.

Pues si, Tony Stak esperaba que aceptara, y parecía haberlo preparado todo a conciencia para que lo hiciera; era un embaucador, manipulador, un conquistador que usaba su sonrisa para llevarse a la gente a su terreno. Era un hombre peligroso, eso estaba claro. Le tendió un par de cartapacios con documentos, uno con el contrato laboral y otro con un contrato de confidencialidad, para asegurarse que guardaba su identidad secreta. ¿Y a quien se lo iba a contar? ¿Y quien la iba a creer? Nadie se creería que el millonario, filántropo y playboy Tony Stark en realidad era un superhéroe que velaba por la humanidad.

Le siguió hasta el ascensor que los llevó a la última planta, con las mejores vistas de todas, separada en varias estancias completamente equipadas, una de ellas parecía ser un despacho, con una de esas pizarras transparentes, rotuladores de colores y... ¿Una mesa holográfica? En la universidad no tenían esas cosas..., otra parecía un laboratorio clínico totalmente equipado, y la última, una pequeña clínica, con una camilla, una cama, y monitores. ¿Tan grave era la cosa? Echó un segundo vistazo a la planta, parecía haber pensado en todo, había estanterías con algunos libros, pero en general vacías, en el despacho, había una mesa con una cafetera de esas supermodernas y diferentes tipos de café y té. Compraría chocolatinas, el chocolate es un buen acompañamiento para cualquier bebida de ese tipo. Había pensado en todo para su comodidad, y parecía que también para la suya propia. Tenerla en la última planta bajo tales medidas de seguridad le aseguraba que nadie excepto él y quien él quisiera tendría acceso a su despacho, algo comprensible con lo que sabía, aunque quizás ligeramente posesivo.

Dejó las carpetas sobre la mesa para leerlas con más calma, y como el señor Stark la había sugerido, probó todos los sistemas de seguridad, que funcionaban perfectamente y una vez más la hizo sentirse invadida en su intimidad. Porque a ver como si no, había conseguido sus huellas, un registro de su voz y su huella retinal, lo último en especial era bastante complejo. Pero no iba a preguntar, había cosas que Astrid tenía claro que a veces era mejor no saber, y si preguntaba, estaba casi segura que iba a obtener respuestas.

- Si no le importa, leeré los contratos, no es que desconfíe, es sólo que... Me gusta saber lo que firmo.

No es que desconfiara de él, es sólo que prefería enterarse ahora si había alguna cláusula en alguno de los dos contratos con la que no estuviera de acuerdo a hacerlo demasiado tarde. Cuando terminó de leerlos los firmó como le había indicado, eran bastante razonables, aunque no le terminaba de gustar eso de disponibilidad total y acompañarle a sus viajes. Ya podía irse despidiendo de las navidades con su familia, lo estaba viendo...

- Mi bien, pues señorita Hadlow.- Dije recogiendo los contratos y extendiendo una mano entre la distancia que había entre nosotros.- Bienvenida a Industrias Stark. Puedes empezar a trabajar mañana mismo, si te parece bien.


Pasaron unas semanas y Astrid y yo pasábamos la mayor parte del tiempo juntos, trabajando en conseguir el nuevo elemento y haciéndome pruebas médicas. Ya me había salvado un par de veces de morir por culpa de un infarto; y ya había tenido que cambiarme más de una vez el ark reactor.

Pasábamos los días en el laboratorio, a veces incluso comíamos allí. Era una chica muy agradable, algo reservada; pero se veía que era muy tierna y con un aire maternal.

Siempre intentaba tener el pelo recogido y bien colocado en un moño, pero las largas horas en el ámbito de trabajo, hacían que este se le despeinara y se viera obligada a soltarlo. Yo lo prefería así.

Definitivamente, no era la clase de chica con la que yo solía quedar; eso estaba claro.

Ese día me desperté deseando verla y, cuando empezamos a trabajar, me quedé mirándola, como embobado, durante un largo rato. Estaba especialmente guapa hoy. Cuando me di cuenta de mis pensamientos, menee la cabeza; como queriendo eliminarlos de mi mente.

"¿Pero qué te pasa Stark? Contrólate por Dios, que pareces un niño contemplando una tienda de chuches."

Deseando que ella no se hubiera dado cuenta de esto, me metí de lleno en mi trabajo, intentado eliminarla de mi cabeza.

- Seguimos bloqueados en el mismo punto, como vimos ayer, ningún elemento de la tabla periódica funcionaría con su reactor con un rendimiento similar o superior al del paladio, lo cual es un problema, y un problema gordo. Cualquier nuevo elemento que se sintetice pasa directamente a la zona de los elementos transactínidos, lo cual es una mala noticia, muy mala noticia, la vida media de esos elementos, en el mejor de los casos es de unos pocos segundos. Es como lo que dice el refrán. "El que mucho abarca, poco aprieta". El núcleo de esos elementos es demasiado grande, demasiado pesado para mantenerse estable y ejercer una fuerza suficiente sobre los electrones como para mantenerlos atraídos. De manera estable, no existe ningún orbital electrónico por encima del 4f.

Astrid utilizaba su pizarra transparente y sus rotuladores de colores para explicarle que sintetizar un nuevo elemento sonaba muy bien, pero que no era tan fácil como pensaba. Había llenado la pizarra de modelos atómicos, orbitales electrónicos y fórmulas físicas para que el Tony Stark comprendiera el punto muerto en el que se encontraban. No parecía haber una solución real y definitiva a su problema y eso la frustraba. ¡Era doctora en física! ¡Sus estudios y experimentos permitirían a la humanidad los viajes intergalácticos! ¿Pero no era capaz de sintetizar un nuevo elemento estable? Cada día se frustraba aún más y el hecho de que su jefe y paciente hubiera sufrido dos paros cardíacos no la ayudaba a tomárselo con más calma.

Una alarma sonó en su despacho, era la hora de la medicación. La única buena noticia en todas estas semanas, la fórmula que había desarrollado funcionaba, no era capaz de retirar de su organismo todo el paladio, pero al menos la intoxicación no aumentaba. Se giró hacia él y lo vio ligeramente distraído, quizás también frustrado, quizás intentando hilar lo que le había dicho para buscar alguna otra alternativa; no lo descartaba, a fin de cuentas era un genio, algo que ella jamás se atrevería a poner en duda, y más de una vez algunos comentarios suyos la habían ayudado, entre otras cosas, a encontrar la proporción y dosis óptima para el cóctel de medicamentos que cada día recibía. Y eso que él era ingeniero... Era un hombre admirable y ella lo admiraba.

- Señor Stark, es la hora, si quiere puede irse recostando en la camilla, estaré lista en un minuto.

No debía ser agradable todo aquello, pero al menos no lo había hecho demasiado incómodo, una vía central era la mejor opción, así no tendría que pincharle todos los días, aunque reconocía que había tenido que repasar sus apuntes, no es que no recordara como se ponía, es sólo que... Esas cosas solían hacerlas las enfermeras y ella hacía demasiado que no colocaba una. Tras sacar del armarito las bolsas con su cóctel personalizado de quelantes y demás fármacos que cada día le ponía, aunque no siempre de buena gana, ocasionalmente intentaba escaquearse y algunas veces lo conseguía.

Con cuidado de no hacerle daño le bajó el cuello de la camiseta, hasta que tuvo buen acceso a la vía que tenía colocada, le colocó la medicación y reguló el gotero, lo ideal es que mantuviera reposo hasta que terminara, pero era un hombre inquieto y sabía que la seguiría hasta el despacho en cuanto se quitara los guantes. Después de la primera discusión por aquel tema, no había vuelto a insistir, estaba claro que era inútil.

- Los últimos análisis dan buenas noticias, sus niveles de paladio en sangre no sólo se mantienen, hay una ligera reducción. Parece que finalmente hemos encontrado la fórmula óptima, aunque no es una solución, el aporte de paladio sigue constante, lo único que hemos conseguido es ganar más tiempo del que esperábamos. Aun así, son buenas noticias, con los quelantes y los beta bloqueantes, deberíamos haber eliminado por completo el riesgo de nuevas paradas. Pero ya sabe que debe informarme de cualquier otro síntoma que experimente, por pequeño que sea. ¿De acuerdo?

Buscaba su bolígrafo, sabía que lo había puesto en algún sitio, pero no lo encontraba en la mesa, ni en su bata, tampoco estaba junto a la pizarra, ni junto a la camilla. Tenía que ponerle la fecha a los últimos análisis de sangre, pero no podía sin su bolígrafo. Si siguiera en la universidad, su becario ya la habría llamado idiota hace rato, pues como le sucedía cuando estaba despistada o muy concentrada, se había puesto el dichoso bolígrafo en el pelo y se había olvidado de él.

Astrid hablaba y hablaba de que seguiamos estancados. No podía prestarle atención, estaba demasiado distraido. Me habia centrado en hacer formulas químicas para encontrar el dichoso elemento.  Además, era la misma cantinela de siempre.

De pronto sono una alarma y Astrid solto una frase lapidaria.

- Oh, ¡vamos! Deja que me lo salte solo hoy.

Intenté quejarme, pero como de costumbres, ella hizo oidos sordos. No tenía ganas de jugar al perro y el gato hoy con Astrid por todo el edificio; así que me tumbe en la camilla refunfuñando y espere a que ella me pusiera la dichosa medicina.

Hecho esto, la seguí como un patito detrás de su madre, cosa que le molestaba ya que según ella, debería reposar cuando se me administraba la medicación.  Bah, tonterías.

No dejaba de hablar,  cosa que me hacía mucha gracia. Habla de una forma tan seria y profesional, pero con toque de inseguridad. Me sente a ver el espectáculo,  era realmente graciosa.

Entonces empezó a moverse y a toquetearlo todo y a removerlo. ¿Qué demonios se supone que estaba haciendo? Mujeres...

Enronces lo vi: Su boli, el cual buscaba, enganchado en su pelo manteniendo un moño improvisado. No pude evitar poner la mano dekante de mi boca para disimular mi sonrisa.

Me levante y me puse detrás de ella y, con un movimiento rápido, le quite el bolígrafo que estaba sujetando su pelo. Quede en frente suya cuando se giro, retandola con la mirada y con una sonrisita. Eleve el boligrafo con mi brazo a una altura que no podría alcanzar fácilmente.

- ¿Buscas esto, señorita despistada?

Esos jueguegecitos le molestaban y le hacían sentirse incomoda. Y eso me encantaba, me encantaba que se pusiera roja y se indignara. Era mi pequeno hobby particular.

Sintió un movimiento a su espalda y su pelo cayendo, y en ese momento recordó donde estaba su lápiz. No había encontrado su coletero por la mañana y por eso al llegar al trabajo se lo había sujetado con lo primero que había encontrado, que había sido el lápiz. Después se había olvidado completamente de él, detestaba aquellas cosas, la hacían sentirse estúpida con ella misma y frente a los demás. Era muy despistada para algunas cosas y no era la primera vez que le sucedía algo del estilo, y su jefe encima se divertía haciendo sangre de aquello. No tenía gracia, era bochornoso que su jefe la viera así, no le sorprendería que pensara que alguien que comete esos despistes sencillos no era de fiar.

- No tiene gracia señor Stark- Contestó con un pequeño puchero.

Se alzó poniéndose de puntillas, pero fue inútil, Tony Stark no sólo era una mente brillante, también era un hombre fornido, trabajado en el gimnasio y con la altura envidiable que sólo una buena genética podían proveer. Ella no era bajita, pero no podía llegar a la punta de sus dedos, donde sostenía el lápiz como si fuera la estatua de la libertad, aunque con el brazo más hacia arriba.

- ¿Podría devolverme el lápiz, por favor?

Aquello era humillante y bochornoso, su jefe la estaba vacilando instándola a ponerse de puntillas, poniendo a prueba su precario equilibrio cuando lo hacía. Era totalmente inapropiado tener que acercarse al señor Stark de esa manera, quizás él estaba acostumbrado a esas cosas, pero ella no podía evitar sentirse intimidada en su presencia, cuando no estaban tratando asuntos estrictamente profesionales, cuando no hablaba de orbitales energéticos y resultados médicos, recordaba quien era el hombre a quien hablaba, e incluso a veces, cuando lo tenía tumbado en la camilla, descamisado para recibir el tratamiento diario y sus manos tenían que acercarse a él mientras de sus labios no paraban de salir pícaros comentarios le temblaba el pulso. No es que se sintiera atraída por él, no en un sentido serio, no era de piedra y tenía ojos ¿Quien mujer no admiraría un cuerpo proporcionado como el suyo? Pero no tanto como para asegurar que Tony Stark le gustaba; sabía que muchas mujeres de la empresa tenían intereses en él, pero ella era profesional, no iba a dejar que su mente se enturbiara por sentimientos hacia su jefe... Mejor no engañarse, no era totalmente una cuestión de profesionalidad, tenía bien claro que el señor Stark jugaba en una liga con la que ella no podía soñar, sabía perfectamente cual era el máximo a lo que podía aspirar, y su jefe estaba a años luz de ellos. Sentirse atraída por él sólo sería una pérdida de tiempo y una ganancia de disgustos que finalmente acabaría con ella engordando más kilos de los que debería. Era práctica, mantenerse en un tono profesional la ahorraría disgustos. Quizás podría aceptar ese café de Barry, del departamento de informática, entraba más dentro de sus posibilidades y si obviaba sus conversaciones sobre juegos de rol, era una tipo bastante simpático.

Adoraba, repito, A-do-ra-ba fastidiar a Astrid de esa manera. Se ponía tan mona e irresistible cuando hacia pucheros y decía con tono infantil frases del tipo "no tiene gracia", "no se ría de mi" y, ah, mi favorita: "¡Señor Stark!"

Me divertía viendo como daba saltitos y se ponía de puntillas intentando coger el lapiz que sostenía yo en lo alto, estirando mi brazo lo máximo que podía. Sus pelos ahora sueltos, bailaban acorde con sus infantiles movimientos.

Estaba como hipnotizado, su pelo, sus ojos, esa carita con esa inocencia que ninguna de las mujeres con las que había estado hasta el momento poseía. Perdía el equilibrio a menudo, pero en una de esas perdidas de equilibrio creí que ella se iba a caer y solté el lápiz dejandolo caer para correr a sujetarla, cosa que en realidad seguramente no era necesaria y no sabia porque lo había hecho.

La sonrisa se borro de mi cara y me quede mirandola, de cerca, aun la estaba sujetando. Era tan guapa, tan... Tan... Tan Astrid. Mi boca se quedo entre abierta con los ojos clavados en los suyos.

Y sin casi darme cuenta, como un impulso, la bese. La bese, sin más. No me daba cuenta de que, seguramente despues de eso recibiría un tortazo, se iría, se largaria y no volvería a verla. Pero en ese momento, mi mente, mi gran y aclamada mente solo podia pensar en los labios de esa condenada inglesa.

Me separé de ella, sin poder soltar palabra.

- Yo... Eh, esto...

Mis ojos bailaban por sus labios.  Sacudi mi cabeza y pense en que decir.

- Astrid yo... Lo siento...

En ese momente entendí que seguramente dejaría de verla en breve, saldria por la puerta y no volvería a verla. Cómo una chica como ella, tan altiva y formal como ella se iba a interesar en semejante hombre con tantos problemas personales y con las cosas tan poco claras. Además, soy notoriamente más mayor que ella y tenia que estar medicandome continuamente como un viejo; y ella era joven y seguro que tenia pretendientes mucho más jóvenes, spuestos y guapos que el.

Sentí una punzada en el pecho al pensar en todo eso, pero esta vez no era culpa del ark reactor.

Astrid desafió las leyes de la gravedad poniéndose completamente de puntillas, algo que no había vuelto a hacer desde que tenía 8 años y descubrió que prefería el ajedrez al ballet. Algo que es más fácil de hacer con zapatillas de ballet que con zapatos de tacón, por muy redonda que tengan la punta. Se mascaba la tragedia estaba claro, y ya estaba preparada para echarse para atrás trastabillando para evitar besar el suelo cuando... Algo blando y duro a la vez la frenó. Cuando quiso darse cuenta estaba entre los fuertes brazos de Tony Stark, su jefe, que la sujetaba con firmeza y fijaba sus ojos en ella con una mirada extraña, ligeramente velada, intensa como el fuego de un horno de incineración. Una mirada que la hacía temblar entera, de miedo, de ansiedad, de expectación. No fue muy consciente de lo que estaba pasando, había sido absorbida de repente por una dimensión desconocida en la que el hombre con el que toda mujer soñaría la sostenía en brazos, preocupado por ella.

Despegó a la velocidad de la luz, o al menos su cabeza lo hizo, se sentía mareada, como dando vuelvas por un espacio ingrávido, la calidez de los labios del señor Stark era dulce; dulce y amarga, como el whiskey envejecido, podía saborearlo, había algo intenso en él, algo que la atraía y la asustaba. Sentía miedo, miedo de sentir sus labios, miedo de que estuviera jugando con ella, miedo de que su profesionalidad no bastara para sentir cosas que no debería sentir. Anthony Stark era un hombre fuera de sus posibilidades y ella debía conformarse con lo que podía alcanzar.

La soltó, la soltó y se disculpó. ¿Se disculpaba por haberla besado? ¿Se arrepentía? ¿Se avergonzaba de sus actos? No entendía nada, su cabeza daba vueltas a mil revoluciones por hora, y su mundo perdía estabilidad, literalmente, estaba asustada, asustada y avergonzada. No sólo había permitido que su jefe la besara, sino que se daba cuenta de que le había correspondido, aunque muy levemente, pero le había correspondido igualmente. Sus ojos verdes se fijaron en los de él, con el pánico reflejado en el rostro y huyó hasta el laboratorio, cerrando la puerta tras ella de un portazo, necesitaba recuperar la compostura, el aliento, un color saludable en la cara, no arder por combustión expontánea, así que no se lo pensó dos veces, abrió el congelador que tenía para los reactivos del laboratorio y metió la cabeza dentro, apoyando la cara sobre un kit congelado de determinación genética.

Cuando dejó de hiperventilar, algo más sosegada y en sus cabales, llegó a la conclusión de que huir a Suiza y pedir asilo en el CERN no era propio de una mujer adulta, cosa que era ella, así que se alisó la bata y lo más dignamente posible regresó al despacho.

- Me disculpo por mi salida tan abrupta. No tiene porqué disculparse, señor Stark, ambos somos adultos, pero trabajo para usted y no creo que sea apropiado.

Astrid se dio la vuelta hacia la pizarra de nuevo con el gesto compungido, ella no era la clase de mujeres a las que le gustaba que las besasen y nada más. Ella era seria, no quería enfrentarse al arrepentimiento de Stark, no quería ver escrito en su cara que prefería las hermosas modelos que le acompañaban en sus fiestas que a una simplona doctora. Le divertía fastidiarla, pero no le interesaba, una cosa no implicaba a la otra y después de aquel beso, era una realidad que Astrid prefería digerir en silencio.

Me quedé como un pasmarote observándola en toda su totalidad. ¿Qué coño acababa de hacer? Ella podría denunciarme por acoso, podría hacer que mi reputación se fuera al traste; pero eso me importaba bien poco por no decir nada.

Solo podía pensar en lo mucho que me gustaba y la deseaba en ese momento pero sin evitar sentir ese sentimiento de culpabilidad dentro de lo más hondo de mi corazón, el cual tenía en un puño en ese momento.

Y sin más, cogió y se fue. Normal, ¿qué se supone que esperaba? ¿Qué se lanzara a mis brazos gritando "Señor Stark, cuanto le deseo"? No, ella no era de esas y por eso me asustaba. Estaba mal acostumbrado a tratar con modelos con menos de media neurona que muchas veces ni hablaban mi idioma. Pero ella... Ella era tan inteligente y formal. Con sus aires de pretender parecer hierro cuando en realidad era tan delicada como el marfil.

Apoye mis codos en la mesa y hundí mi cabeza entre mis brazos sin poder aguantar una risita sarcástica. Esa definición me recordaba a alguien...

Entro en la habitación nuevamente. El estómago me dio un vuelco y mi pecho respiró, con un aire esperanzado, pero mi cabeza sabía que esa no era una buena idea. Y así fue. Astrid lo aclaró todo y no fue tan malo como me esperaba, parecía que seguía trabajando para Industrias Stark. Respiré aliviado. Olvidaría todo eso, lo dejaría atrás, le daría espacio hasta que las cosas volvieran a ser como antes.

Pero una mirada a esos preciosos ojos ¿apenados? de ella me dijeron que no. Que no, que no podría olvidarla tan fácilmente. Esos ojos me harían sufrir. Y yo no estaba dispuesto, no quería que me hicieran más daño, pero no quería que las cosas quedarán así; mi corazón me acusaba, me gritaba, me suplicaba: ¡No la dejes escapar! Aprete mi mano en un puño y lo mandé todo a la mierda.

- Astrid... Quería disculparme otra vez por lo de antes. Pensarás que soy una especie de viejo acosador que persigue a las colegialas.- Intenté disimular el dolor que sentía al pronunciar esas palabras con una falsa y forzada risa.- Soy un idiota, mea culpa, lo siento. Si me disculpas, he quedado.

No la dejé hablar. Ande hasta la puerta, pero realmente quería correr, cosa que mi mente ya había hecho y estaba kilómetro de ahí. Llegue al ascensor y ya, sin importarme nada, cuando la puerta aun estaba abierta, le di un contundente puñetazo al espejo de este, haciendo que se rompiera y los pedazos de cristal se precipitaran al suelo. Me dirigí a la sal de los coches sin más miramiento y puse rumbo fijo a cualquier bar de barrio, sin importarme el dolor que sentía en mi mano. Me daba igual todo y en ese momento, un tugurio del Bronx me parecío el sitio perfecto. Mal aspecto, mala bebida, mala gente. Lo que yo decía: Perfecto.