Héroes perdidos (Tony Stark) [Marvel, Pre-Omega, 17/3/2017]

Finalmente Astrid había decidido aceptar la petición de Barry de tomar un café, no porque estuviera realmente interesada en él, tenía muy claro que era lo máximo a lo que podía aspirar, pero lo ocurrido con su jefe días antes en el laboratorio, todavía taladraba su cabeza y necesitaba olvidarlo cuando antes, aunque no estaba segura que un informático de inteligencia media y aficionado al World of Warcraft fuera a ser la solución a sus problemas. Pero nunca se sabía, al menos tenía que intentarlo, salir de casa y no quedarse encerrada con su gato pensando en aquello una y otra y otra y otra vez hasta volverse tan chiflada como algunos de aquellos pirados que recorrían las calles de Nueva York. A ser posible prefería evitar llegar a esos extremos, no quería que Spiderman, la persiguiera dando saltos de edificio en edificio. Además necesitaba aquel software de simulación atómica, y todos sabían que llevarse bien con el departamento de informática aceleraba que te llegaran las cosas.

Debía reconocer que al menos Barry tenía buen gusto, o estómago, la había llevado a la mejor cafetería que había encontrado en aquella ciudad, el café era excelente y las tartas caseras hacían las delicias de cualquiera, aunque siempre tenía que recordarse que si comía demasiado engordaría y acabaría teniendo que ir de compras, y era demasiado perezosa y ocupada como para ir de compras. La verdad es que su vida era muy triste, no encordaba por pereza, no adelgazaba porque no le importaba el tamaño de su culo, su estantería ocupaba más que su armario, y hasta tenía libros dentro del armario, su único número de Cosmopolitan la había llegado por error, y su colección de zapatos haría llorar de pena a cualquier neoyorkina que se precie de serlo. Y por si no fuera poco, lo que Astrid entendía por arreglarse consistía en ropa limpia que no incluyera la bata del laboratorio e ir peinada. Era un caso perdido que dirían algunos, y comparada con aquellas modelos de Victoria's Secret, la prima fea de un troll de las cavernas.

Estaba a punto de acabar su pastel de manzana y canela cuando su teléfono sonó, y la conversación sobre la efectividad de un hechicero de nivel 20 contra un grupo de duendes con lanzas era lo suficientemente poco interesante como para que prefiriera escuchar lo que sea que tenían que decirle. E hizo bien, puesto que lo que escuchó fue la voz rasposa y seca de lo que creía que era un camarero que la llamaba para recoger lo que aseguraba que era un paciente suyo en un bar situado en una zona del Bronx que preferiría no pisar, pero el camarero insistía en que ese tío tenía una tarjeta con su número en los pantalones para que la avisaran si sucedía algo. Supuso que quizás Wade había vuelto a tener algún tipo de problema y no puso demasiada resistencia cuando Barry en un alarde de caballerosidad y valentía se ofreció a acompañarla, preferiría no ir por esas calles sola, y su spray de pimienta por sí sólo quizás no fuera suficiente.

Cuando llegó sus sospechas sobre lo desagradable del lugar se vieron confirmadas, era un bar de aspecto asqueroso en una callejuela sucia y con un interior tan prometedor como la fachada. Sin embargo falló en el resto, no era Wade Wilson, alias DEADPOOL quien yacía medio inconsciente con la cara pegada a la barra enganchado a un vaso de bourbon, era Anthony Stark, vestido con unos vaqueros, una camiseta que olía de pena, una ceja que sangraba y una nariz dislocada, se le iban a poner los ojos como un mapache, y un pedo como un piano, ni siquiera su hermano en sus épocas de recluta había acabado en un estado tan lamentable... Prefirió no saber cuanto había bebido, pero suponía que mucho y prefirió no saber con quien se había pegado, aunque todo indicaba que Hulk se había pasado por allí. Pagó la cuenta sin rechistar, pidió disculpas a todos cuantos pudo y tras hacer jurar hasta en hebreo a Barry que no diría ni una sola palabra de aquello, tomó un taxi para llevarse a un maltrecho Stark a su casa. Era mejor opción que andar averiguando donde vivía él.

Cuando llegó lo subió hasta su casa no sin esfuerzo, le quitó la camiseta como pudo, y le metió bajo el grifo de agua fría para después empujarle por la garganta con los dedos y una taza de café un par de pastillas de vitamina b, le secó el pelo, lo arrastró hasta su cama y lo desvistió como mejor pudo, teniendo en cuenta que no ponía nada de su parte y que balbuceaba cosas sin sentido, no porque no lo tuvieran, sino porque no le entendía. No hablaba idioma de borrachos. Una vez lo tuvo desvestido, dentro de unos límites de decencia, con la nariz recolocada (comprobó que su índice etílico debía ser francamente algo a juzgar por lo poco que se quejó) y la herida de la ceja limpia y con un par de puntos de aproximación, maldijo su mala suerte, sacar a su jefe de tugurios de mala muerte no entraba en su contrato, pero no podía dejarlo ahí a pasar la noche entre meados, vomitonas, alcohol y sangre, y como la otra habitación de su apartamento la había convertido en un despacho, ahora le tocaría dormir en el sofá... Yupiiiiiiiiiiiii. Tan sólo esperaba verlo todo de una manera diferente a la mañana siguiente... aunque con su mala suerte, no guardaba muchas esperanzas.

Cuando se despertó a la mañana siguiente no escuchó ruidos provenientes de la habitación, parecía que Stark no se había despertado aún, así que decidió lavar su ropa para que tuviera algo que ponerse que no oliera a jaula de monos enfurecidos cuando se levantara. Preparó su fórmula magistral para la resaca, con zumo de tomate y demás suplementos vitamínicos, no necesitaba ser adivina para saber que iba a levantarse con la cabeza a punto de reventar, necesitaría agua, vitaminas y analgésicos, por suerte tenía de todo eso en casa. No es que fuera especialmente fan de los suplementos vitamínicos, como buena médico prefería una dieta equilibrada, pero como no siempre tenía tiempo para ello, había sucumbido a la americana costumbre de ingerirlas en pastillas. Pero su preparado especial para resacas y un buen desayuno inglés seguro que le hacían sentirse mucho mejor. Tortitas, bacon, huevos, café y zumo de naranja.

Me desperté con la luz del sol golpeándome en la cara, con un dolor de cabeza increíble y medio desnudo. Recordaba poca cosa: pasar días en aquel bar del Bronx, beber demasiado alcohol, incluso para mi, la pelea con aquel gilipollas y nada más. Lo demás estaba toda borroso.

Mire a mi alrededor para advertir que no estaba en mi casa y que, por la decoración, era de una mujer. Me llevé las manos a la cara, intentandode alguna forma desaparecer de ahí espontáneamente. También valdría un paro cardiaco, me evitaría responder preguntas y aguantar estupideces.

Me sente en la cama, seguía muy mareado aun, demasiado. Me levante y me apoyé en la pared, al momento descubrí mil puntos en mi cuerpo donde se concentraba el dolor. Me acerque a al espejo para descubrir que mi cara en ese momento era un cuadro. Puntos, moratones, ojeras de infarto...

Me dirigí a la puerta y, después de respirar hondo, abrí la puerta para ver en casa de quien estaba. Pero lo que vi me dejo petrificado. La femenina silueta, el pelo recogido, como de costumbre y esos ojos claros. Esos que se me clavaban ahora como puñales, llenándome de culpabilidad, tristeza, felicidad por volver a verla, y tristeza otra vez al recordar la fugaz historia fallida entre nosotros que sucedió hace unos días.

Empecé a respirar rápido, sentía una mezcla entre furia y tristeza. Baje mi mirada y vi mi ropa perfectamente lavada, planchada y doblada. Recordé que estaba en calzoncillos. La cogi y puse ambas prendas, aun dobladas sobre mi, bueno... entrepierna.

- No te preocupes, ya me voy.

Dije con un tono rudo, a medio camino del cabreo. Ni una disculpa, ni un gracias, nada. Me sentí mal, pero estaba demasiado cabreado para darle las gracias, incluso después de lo que ella había hecho la noche anterior por mi.

Me dirigí hasta la pega de la calle tambaleante y con un par de tropiezos. Estaba muy mareado aún y me costaba pensar con claridad, pero eso me daba igual. Quería irme de ahí, era peor la vergüenza que sentía que el mareo.

Estaba terminando de colocar el desayuno en una bandeja cuando la puerta de su cuarto se abrió, dejando ver a un notablemente desmejorado Stark, se sentía apenada por él, los últimos días apenas había aparecido por el trabajo y sospechaba que casi siempre bajo los efectos del alcohol; siempre le había visto beber bastante, pero ahora estaba claro que tenía un problema con la bebida, y era su responsabilidad que eso dejara de ser un problema. El Capitán parecía estar de acuerdo con ello, pues intentando oponer resistencia estaba frente a la puerta como mudo guardián mirándole fijamente, como evaluándole. Una costumbre muy felina que tenía con todos los desconocidos, primero estudiaba si le caerían bien antes de hacer nada.

Astrid, ataviada con su viejo pijama de florecitas, se dirigió hacia la puerta. No era la mejor manera de presentarse ante un hombre atractivo en calzoncillos que intenta huir de tu casa, pero era su pijama favorito, se lo habían regalado hacía tiempo y aunque la goma del pantalón hacía tiempo que había cedido y ya no se sostenía sobre su cintura, sino sobre sus caderas, seguía usándolo. Una goma estirada no era motivo para tirar algo que te gustaba, eso podría cambiarlo, cuando tuviera tiempo y se acordara... Pero aun así le gustaba, viejo, con la goma cedida y una mancha desteñida de un accidente con la lavadora.

- De aquí no se va nadie sin que yo y el capitán lo digamos, no se encuentra en condiciones ni mucho menos de andar por ahí. Así que va a sentarse a la mesa o a tumbarse en la cama, desayunar, darse una ducha, hablar seriamente conmigo y dormir hasta que yo considere que está recuperado. Soy su médico y se lo ordeno.

Astrid había sido tajante, o todo lo que su dulce manera de ser le permitía, con el paso de los años, había desarrollado una suave manera de imponerse, aunque no le gustaba hacerlo, estaba claro que aquella era una causa de fuerza mayor. No pensaba dejar a su suerte a su jefe y paciente, no tenía nada que ver con que él pagara su sueldo, lo haría aunque no fuera así. Ella no era la clase de personas que deja a alguien a su suerte, y menos alguien por quien sentía un profundo aprecio. Así que se acercó hasta la puerta, cogió a Capitán Bigotes entre sus brazos, que se dejó querer y con mano suave y firme, empujó a Tony Stark de vuelta hasta la habitación, donde podía elegir entre meterse en la cama o vestirse para desayunar en la cocina.

Me quedé mirando a esa bola de pelo. Me miraba como si me estuviera juzgando, como si fuera lo suficientemente inteligente para hacerlo. Entorne los ojos, retándolo con la mirada. Asco de gatos.

Astrid se acerco hasta mi posición y me hecho el sermón, como de costumbre. Mi cara solo pudo poner un gesto cansado, que era como me sentía. Cansado de todo. Astrid actuaba como si no hubiera pasado nada, como si no le importará lo que pasó hace unos días. Como si no le importará yo.

Me empujo por el pasillo hasta la puerta de la habitación. Con un movimiento brusco hacia delante, hice que si mano dejara de tocarme y me dirigí dificultosamente hasta la mesa donde había un suculento desayuno. Me moría de hambre, había estado viviendo a base de los frutos secos que ponían en el bar y algún que otro perrito caliente.

Me puse los pantalones y dejé a un lado la camisa, dejando mi pecho y el ark reactor descubierto. Estaba tan cabread, tan dolido; pero después de todo lo que había hecho por mi y el desayuno que me había preparado, tenía que hacerlo. Me tragué mi orgullo y carraspeé, intentando afinar mi voz que estaba demasiado ronca por culpa de el alcohol.

- Muchas gracias. Por todo.

Lo dije sin mirarla y con un tono serio pero sincero. Bebí un poco de zumo y empecé a comer como su fuera un naufrago. Mi mente se iba agilizando y iba recordando cosas, detalles, conversaciones. Uno de esos recuerdos me hizo parar un segundo y me oprimió el pecho un poco más si se podía. Comencé a comer otra vez, pero más despacio.

Sin levantar la mirada del plato pregunté sin pudor ninguno:

- ¿Así qué Barry, eh?

No parecía tener muchos ánimos de colaborar, pero a Astrid le daba igual, tenía una paciencia casi infinita y un objetivo en mente. Había sacado dos grados universitarios y dos doctorados al mismo tiempo, no era de las que desistían por un simple contratiempo como que su jefe se hubiera levantado de mal humor. No, su determinación era fuerte y no iba a permitir que nada la hiciera fracasar. Aunque le dolía que se comportara así con ella, siempre había sido amable y no creía merecerse ese desprecio. A pesar de todo, su gesto se ablandó ligeramente cuando le agradeció el desayuno y lo vio comer con apetito. Sacó de la nevera su preparado especial y se lo acercó en un vaso.

- Tómate esto, te vendrá bien para la resaca.

Siguió tomando su te mientras observaba atentamente a Stark y su reactor, no imaginaba por lo que tendría que haber pasado, lo que le habría llevado a tener que implantarse un reactor ARK en el pecho, para refugiarse en el alcohol, pero estaba claro que no había tenido una vida fácil. Haría lo que estuviera en su mano por mejorársela aunque sólo fuera un poco, y lo haría, empezando por el alcohol. Pero el hilo de sus pensamientos se cortó de repente haciéndola palidecer del susto y acto seguido sonrojarse violentamente ante la mención de Barry.

- Me había invitado a tomar café cuando me llamó el camarero del bar, todo el mundo sabe que si quieres que el software que pides te llegue rápido tienes que llevarte bien con el departamento de informática. Pensé que estaría bien aceptar su invitación.

Astrid maldijo en arameo varias veces, de todas las personas que podían enterarse de que había salido con Barry, la más inoportuna era Tony Stark, después de aquel beso nunca resuelto, no creía que una cita con un tipo de informática fuera el mejor tema de conversación con él. Pero tampoco había hecho nada malo, no era la novia de Tony, ni siquiera habían tenido una cita y desde luego con Barry ni tenía una relación ni podía considerar que hubieran tenido una verdadera cita.

Solté sin reparo una risa sarcástica, llena de dolor y tristeza cortante. Levante la mirada y clave mis ojos en los de la rubia.

- Ya veo.-

Hice una pequeña pausa y bebí un poco de aquel líquido que me había traído Astrid. Había pasado por cosas malas, muy malas. Pero sin duda, el rechazo de esa joven por alguna razón, me parecía la peor de todas. Tomé aire y seguí.

- Supongo que el problema era yo.

Dije levantándome de la mesa, quise poner una media sonrisa para quitarle hierro al asunto, pero me resultó imposible. Me volví a quitar los pantalones y con las manos en la parte posterior de mi cabeza, haciendo algún que otro estiramiento, me dirigí a la ducha sin dejar hablar a Astrid.

Cerré la puerta tras de mi y me apoyé en ella golpeando mi cabeza contra esta y resbalando hasta quedar sentado en el suelo. Mi mente ya iba rápida y se le acumulaban tantos datos, tantas errores, tanta mierda. Una lágrima involuntaria corrió por mi mejilla y al darme cuenta, me pegué a mi mismo un puñetazo en el ark reactor, produciéndome un dolor a tener en cuenta.

Podía ser muchas cosas, podía hacer muchas cosas erróneas, pero no me permitía a mi mismo llorar, mi padre me inculcó desde chico que eso es de nenas.

Me levante y me di una ducha de agua fría. Salí y busque una toalla con la cual me sequé y luego até a mi cintura. La hospitalidad de Astrid había sido buena, pero ya era hora de largarse. Cogería mi ropa, me vestiría y me iría de allí. Si, ese era el plan.

Respire muy hondo un par de veces y salí del baño.

En ningún momento Astrid se esperaba aquella respuesta tan ácida y sarcástica de su parte, no lo merecía, no había sido ella quien le había besado y luego había desaparecido durante una semana, había tratado de ser paciente, de ser amable, de ser agradable a pesar de haberlo tenido que cargar desde aquel bar de mala muerte donde todos la miraban como un simple trozo de carne y Barry sujetaba la puerta dispuesto a salir corriendo y dejarla tirada. Así que se quedó de piedra, completamente helada, no supo que responder, ni siquiera sabía a que venía aquello. ¿El problema era él? ¿Porque iba a ser él un problema? Más bien tenía un problema pero no veía por ningún lado que fuera un problema. No entendía nada...

Astrid se sentía idiota, no sólo por no entender nada de lo que Stark le había espetado con tanta mala leche, sino por no comprender la fuente de aquella mala leche, ni porqué le preguntaba por Barry, no entendía nada. No era la primera vez que le pasaba, había detalles de las relaciones personales que se le escapaban, su hermano siempre decía que era demasiado buena como para comprender determinados comportamientos. ¿Sería ese el caso? ¿Estaría Stark teniendo uno de esos comportamientos que su hermano calificaba como inapropiados hacia ella? No lo sabía, no creía haber hecho nada. Es decir, conocía la regla de acción-reacción y podía comprender incluso la de reacción sin acción, pero nunca había esperado que esa regla conllevara que su jefe semidesnudo la culpara de algo o se culpara de algo que Astrid no tenía ni idea de que hubiera sucedido. Quizás no era tan brillante como decían , o quizás la psicología humana no era lo suyo, reconocía que le costaba captar indirectas. ¿Estaría enfadado por eso? Podría ser...

Cuando Stark salió del baño, lo que se encontró fue con Astrid parada donde la había dejado, con cara de pasmo y reconcentración, sin duda digiriendo sus palabras e intentando encontrarles sentido, o suplicando porque alguien se lo explicara. Tenía una misión y si había hecho algo mal tenía que solucionarlo estaba claro, pero si nadie se lo decía ella nunca podría saberlo... Es tan frustrante ser tan inepta....

Al salir me encontré a Astrid colapsada y pensativa. Realmente esta chica no pillaba una así la matarán. Una parte de mi creía que se estaba riendo de mi, que entendía todo lo que yo quería decir con esas palabras y ese comportamiento y solo lo hacía para echar balones fueras. Pero la cara de la chica de "pantallazo azul" Me hizo pensar que era verdad.

Suspiré sonoramente y me dirigí a ella.

- No entiendes nada, ¿verdad?

Pregunté sin buscar una respuesta.

- El problema soy yo. El problema no eres tú, como creí en un principio; lo soy yo. Estabas dispuesta a salir con alguien, pero no conmigo. Y, realmente, no te culpo. Mi carrera me precede, soy impulsivo, un puto alcohólico de mierda, prepotente y mi vida personal es un jodido desastre. ¿Cómo una chica como tu...? Realmente no se como ni si quierae me pasó por la cabeza.

Paré un momento, estaba cogiendo impuslso y tenía que parar si no quería decir algo de lo que luego pudiera arrepentirme. Pero estaba harto de callar y hablar con medias tintas. Con los ojos visiblemente vidriosos, seguí con mi discurso.

- Todos estos días pensaba que estaba cabreado contigo, peor realmente, creo... Creo que lo estoy conmigo. No se cómo coño pude llegar a pensar si quiera en que tú, tan perfecta y profesional; tan inteligente y altiva... Realmente no se como una mujer con tanto que ofrecer podría fijarse o gustarle un desperdició de hombre como soy yo. No se porque me dejé a mi mismo que me gustarás. Y ahora digo esto, no pensando en mi como de costumbre, si no en ti. Porque te mereces algo muchísimo mejor que yo.

Me quede ahí, inmóvil, asimilando lo que acababa de decir. No me arrepentía de nada, ya estaban todas las cartas sobre la mesa y no había vuelta de hoja. La observe, estaba más guapa aún si cabía, como un sueño intangible que se desvanecía poco a poco. Mis ojos se enrojecieron aún más, pero aguantaba las lágrimas como podía.

Y allí me quedé, parado. Sin poder reaccionar.

Antes de que la joven científica pudiera salir de su estado catatónico, Stark se plantó ante ella mirándola como si fuera idiota, lo cual agravaba aún más su problema de ineptitud social, en ese momento sólo quería que se la tragara la tierra, pijama y todo. No sólo por tener a su atractivo jefe y paciente sólo cubierto con una toalla ante ella, hubiera podido hervir expontáneamente si eso fuera físicamente posible, sino porque se sentía gilipollas porque alguien tenía que explicarle cosas que él tomaba como obvias. Quería morirse allí mismo.

Pero menos mal que la culpa no parecía ser suya, seguía sin entender un carajo de lo que le estaba diciendo, pero al menos la culpa no era suya. Y tras todo el discurso pudo sacar en claro, que ella le gustaba él, una conclusión fácil ya que lo había repetido varias veces y que no era culpa suya, eso tampoco había sido complicado, el resto era una nebulosa en la que prefería no indagar. Contenta y aliviada por la explicación, y sabiendo que todo aquello no era culpa suya aunque tampoco había quedado claro de quien era la culpa o la razón, se lanzó a los brazos de su apenado jefe. No tenía muy claro porqué estaba triste, pero saber que ella no era la causante le había causado una gran alegría, que expresaba achuchándole como si fuera un oso de peluche, enorme, mojado y con un reactor que se le estaba clavando en la clavícula, pero de peluche a fin de cuentas.

- Por un momento pensé que había hecho algo francamente mal. Es un gran paso hacia adelante que reconozca que tiene un problema con el alcohol. No entiendo porque podría culparme de no querer salir con nadie, es decir, agradezco sus sentimientos hacia mí, pero es mi jefe y mi paciente, estaría quebrando como.... no se... todas las reglas de la ética profesional. Pero cualquier mujer desearía que se fijara en ella, es mucho mejor persona de lo que cree señor Stark. Y si me permite me gustaría ayudarle con sus problemas, no porque sea su médico, sino porque le aprecio enormemente. Y de verdad, es un alivio que no se enfade conmigo...

Astrid podría haber dado vueltas por toda la casa con Stark achuchado como si fuera un muñeco, pero no lo hizo, recordó que quizás le gustaría vestirse y que por supuesto, no era nada apropiado estrujar de aquella manera a tu jefe, por muy simpático y sexy te pareciera. Le gustara o no al mundo, ella siempre sería correcta, no le gustaba aprovecharse de nadie y no pensaba hacerlo de él. Quizás cuando superara todo aquel bache se daría cuenta de que realmente era una ilusión que se había creado porque la tenía a mano, y no quería que la rompieran el corazón, y ella tampoco quería rompérselo a nadie. ¿Porque su vida se había vuelto tan complicada de repente?

Y el sueño se desvaneció. Ese abrazo que en principio fue cálido, pero luego se tornó malicioso había sido como un cate en la boca del estómago. Realmente, la chica no lo entendía todo, pero dejó claro que no le interesaba.

Decidí desechar mi actitud borde y condescendiente hacia ella, cada vez que le hablaba así me sentía mal. Cuando ella se retiró, fui un momento al baño a tapar mis partes pudendas y volví a salir, para encontrar mis pantalones y ponérmelos también. En mi cara se dibujó una sonrisa un tanto melancólica.

- Bueno, Astrid; lo del alcohol no es tan fácil... No tengo ningún motivo para dejarlo y tampoco quiero. Sinceramente, es un esfuerzo demasiado grande que ahora mismo no quiero hacer. Y no creo que debas inmiscuirte, ya has hecho bastante, no quiero meterte en más problemas; pero gracias.

Dije con un tono serio. Me puse la camisa y empecé a buscar mis zapatos sin dejar de hablar.

- Entiendo... Te entiendo. Eres una chica muy formal y no estaría bien, bueno... Ya sabes.

No quería decir esa palabra, el golpe aún dolía, pero eso era necesario para empezar a superar este bache. No estaba bien, ni mucho menos; pero quise quitarle hierro al asunto poniéndome en modo Stark on fire.

- Te prometo que ya no habrá más besos ni tonterías, me ha quedado completamente claro. Pero claro, si algún día quieres algo con tu querido jefe, que sepas que deberás ser tú la que de el primer paso.

Dije con mi sonrisa típica Stark, aunque mis ojos seguían un poco tristes. Encontré los zapatos y me los puse. De pronto, caí en la cuenta.

- Pero en serio ¿Barry?

Añadí con un tono sarcástico y gracioso, solo para ver como reaccionaba. Conociéndola como ya la conocía, me hacía una pequeña idea que me hacía bastante gracia.

Escuchaba a Stark mientras iba a la caza de sus prendas, se dio cuenta de que era un poco desastre pues lo que se había puesto y luego quitado lo había ido dejando por donde primero pillaba. Necesitaba urgentemente alguien que le diera un poco de orden, de organización. ¿Alguien como ella? No, que podría querer un hombre rodeado de modelos de ropa interior de una mujer como ella? Que le salvara del próximo paro cardíaco. Se sentó en el sofá con una sonrisa algo triste en la cara, aquella era una pregunta que hubiera deseado que nadie le hiciera. Nunca.

- A veces, cuando me miro en el espejo por las mañanas, me doy cuenta que es lo mejor a lo que puedo aspirar. Un hombre normal y corriente, como yo. No soy idiota señor Stark, no soy divertida, ni atractiva, ni interesante. Vivo demasiado absorbida por mi trabajo, y soy simplona. Para los hombres como usted sólo soy el descanso entre el último ángel de Victoria's Secret y la próxima portada de Sports Illustrated, no le estoy recriminando nada, de verdad, pero no quiero sentir nada por alguien que no puedo tener. Barry no es el hombre de mis sueños, pero me saluda en el ascensor como si de verdad se alegrara de verme. No he tenido mucha suerte con mis relaciones y no quiero volver a equivocarme.

No sabía como, pero había acabado sincerándose con su jefe, pero a veces le sentía tan cercano, tan próximo a ella, quizás era por la cantidad de tiempo que pasaban trabajando juntos, pero sentía una intimidad entre ellos como hacía mucho que no tenía con nadie. No sabía si la entendería, no creía que un hombre como él tan seguro de sí mismo a pesar de sus defectos, que había triunfado en todo lo que se había propuesto, pudiera comprender lo que pasaba por su cabeza, pero se lo había dicho. Quizás necesitaba hablarlo con alguien y él estaba allí.

- Mi último novio era... encantador cuando le conocí, increíble, fantástico, derrochaba seguridad. Y acabó convertido en un ecoactivista liado con una periodista freelance y modelo nudista en sus ratos libres. No fue agradable.

La relación en general no había sido agradable, era un apasionado a los deportes de riesgo que la arrastraba con él cada vez que podía y se reía de su torpeza cada vez que le daba la gana. La ruptura no fue fácil y no quería volver a encontrarse otro book de fotos de una mujer desnuda al fondo del armario. Con una vez había tenido suficiente.

Escuche las palabras de Astrid y, al principio, sentí cabreo por lo que ella me dijo; pero ella solo decía verdades. ¿Qué podía hacerle? Mi carrera me precede y muchas veces me arrepiento de ello. Peor quería que supiera, que realmente me gustaba, que no era algo pasajero; que realmente la...

"Ni se te ocurra decirlo. No pienses esa puta palabra. No.

Me dije a mi mismo. Me sentía mal por ella; ¿cómo no podía ver lo guapa que era, lo especial, lo inteligente? Valía muchísimo y no quería que se sintiera así.

- Astrid, no puedes imaginarte lo muchísimo que te equivocas. En todo. Para empezar, no se cómo dices que lo mejor a lo que puedes aspirar es a un tío que se tira la vida jugando al WoW. Eres preciosa, cariñosa y atenta. Eres lo que muchos hombre buscan. No se como puedes verte así, si solo pudieras verte con mis ojos...

Dije un poco impotente. No me creía que su autoestima estuviera tan baja. Me acerque a ella y seguí hablándole.

- Y lo otro... Lo otro, bueno, es cierto siempre estoy rodeado de modelos y eso, pero tu no eres ningún segundo plato ni nada por el estilo. Solo te digo esto para que te quede claro. No eres el tipo de chicas con las que suelo salir, pero estoy harto de salir con mujeres que, por muy guapas que sean, no pueden darme una conversación de más de 10 minutos y sobre ropa, revistas del corazón y famosos. Tú eres especial, Astrid. No pretendo convencerte de nada, solo quiero que te quede claro, para que no tengas esa idea de mi. No eres un descanso, eres una mujer hermosa, inteligente y que me gusta mucho. Yo no habría ido a ahogar las penas de esa manera por una cualquiera, Astrid...

Lo solté todo y para cuando me quise dar cuenta, estaba demasiado cerca de ella. Me alejé un par de pasos devolviendole su espacio vital.

- Y ese novio tuyo es un gilipollas por hacerle eso a una chica como tu. Porque vales mucho, Astrid. Y no dejes que te digan otra cosa.

Se emocionaba con las palabras de su jefe, si tan sólo pudiera creerlas, no porque desconfiaba de él sino, de ella misma, no tenía la suficiente confianza y determinación en su interior para creer que algo así pudiera pasar. Era tan irreal... ¿Ella? ¿Con alguien como Stark? Ni siquiera quería imaginarse lo que opinarían todos si le vieran con ella después de haberse paseado con mujeres tan bonitas, sería humillante para él y para ella. Pero no era momento para esas cosas, había otras más importantes que hacer.

- Muchas gracias señor Stark, de verdad. Pero es mi obligación decirle que debe obedecerme, soy su médico. Siempre tengo muy mala suerte y acabo en todo tipo de problemas, así que ésta vez quiero elegir yo mis propios problemas, y son los suyos. Es mi decisión. Y mi objetivo es que al menos beba menos, con eso me daré por satisfecha

Se levantó y adoptó una pose severa, todo lo severa que Astrid podía ser, y se fue hasta la cocina, esperando que Stark la siguiera, mientras recogía los restos del desayuno, ella siempre cuidaba de sus pacientes y de la gente que le importaba, y Tony Stark, aunque fuera su jefe entraba dentro de esas dos categorías, algo sagrado para ella.

- Va a quedarse a comer, va a descansar y luego voy a ver como vacía todo el alcohol de su casa y su oficina y si me miente me enteraré y entonces dejaré de ser tan suave en la clínica. Y he sido muy suave hasta el momento...

A veces, cuando alguien te preocupa, tienes que ponerte serio si quieres que hagan lo que tienen que hacer, y aunque le fastidiara tener que hacerlo, no iba a echarse atrás.

Astrid era un hueso duro de roer, pero yo también. Yo no estaba emocional ni mentalmente preparado para dejar el alcohol así como así. Eran mucho años ya para dejarlo así como así. Y menos en ese delicado momento en el que, bueno, estaba como estaba.

- Mira Astrid, yo te lo agradezco, pero ahora mismo no...

Pare de hablar. Abrí los ojos como platos y apreté los labios. No había acabado de ponerme el zapato cuando me levante delicadamente, sin hacer movimientos bruscos. Me estabilicé y quise que eso no sucediera. Pero mi cuerpo me decía que iba a suceder si o si.

Así que me apresure a ir al baño, me arrodille delante del retrete y, bueno, se puede deducir lo que pasó después. Tras un par de minutos, alargué el brazo como pude y tire de la cadena, me eche a un lado y me tumbé en el suelo con la cabeza entre mis brazos.

Otra vez había vuelto el mareo y el malestar, me daba vueltas todo. No sabía donde estaba Astrid, tenía los ojos cerrados, pero supuse que podía oírme.

- El desayuno no estaba bueno.

Dije con apenas una leve media sonrisa.

No terminó la frase, antes de que pudiera hacerlo estaba en arrodillado frente a la taza del váter vaciando el contenido de su estómago, salió a toda prisa con sólo un zapato y ella le siguió a la misma velocidad, no sabía si acercarse a sujetarle la frente. Pero era un hombre orgulloso, no el tipo de personas que agradecen que las asistas en esos momentos, por lo que esperó bajo el marco de la puerta a que terminara para acercarse con una toalla y un vaso de agua. Tenía que hidratarse... y parecía algo urgente...

Con cuidado y con algo más de maña que la noche anterior lo levantó como mejor pudo y se lo apoyó sobre la espalda para arrastrarlo al dormitorio, a este paso iba a acabar poniéndose tan fuerte como el capitán Rogers, o como la señorita Romanoff, cuya ayuda agradecería mucho en esos momentos, pero no iba a llamarlos, se apañaría bien sola, podía hacerlo... Sólo necesitaba un par de cosas...

La primera era volver a desvestirle y dejarle metido en la cama con agua cerca, la segunda vestirse a la velocidad del rayo, salir sin peinar de casa y conducir como una loca hasta la Torre Stark, pasar por los controles de personal como si una bomba estuviera a punto de explotar, y coger todo lo necesario de la clínica de su planta. Y una vez de nuevo en la planta baja atravesar corriendo el hall, volver a su coche, ignorar la multa por mal aparcamiento y volver a su casa para comprobar que no se había muerto en su ausencia. Eso era bueno.

Una par de inhalaciones profundas después para recuperar el aliento por haber subido 4 pisos a la carrera, comprobó que la vía que llevaba puesta se encontraba en un estado lamentable, tendría que cambiarla, lo cual no era una buena noticia, porque por muy limpia que estuviera su habitación no era el ambiente aséptico ideal, pero lo esperaba, una vez finalizada esa tarea y sin haber manchado demasiado, le puso un gotero de suero salino para hidratarle, una ampolla de un antiemético para controlar los vómitos y otra de vitamina b. Colgó la bolsa de suero del perchero de la entrada que colocó al lado de la cama y se sentó a su lado mientras lo observaba atentamente.

Stark era idiota, es cierto que era impulsivo, estaba claro que era un alcohólico, pero no era ningún desperdicio. Se podía ver a la legua que no había tenido un pasado fácil, que no era el hombre con la vida de rosas que muchos habrían creído, incluso ella, poco a poco se había dado cuenta que tras esa fachada de sarcasmo y prepotencia se ocultaba un hombre sensible, capaz de subirte al cielo. Cualquier mujer querría estar a su lado, o simplemente ver lo que ella veía cada día. Pero tenía miedo, porque no le cabía ninguna duda de que subiría muy alto y precisamente por eso sabía que la caída podría ser muy dura y el descenso muy profundo. No podía dejarse llevar por ningún sentimiento, aunque fuera lo que más deseaba.

Acarició su pelo y su rostro, quizás otra mujer en su lugar se habría largado, pero ella no, había decidido ser médico por estas cosas, para ayudar a quien lo necesitara, y él necesitaba su ayuda. No iba a abandonarlo por nada del mundo, sus modelos y actrices podrían ir y venir, pero ella cuidaría de él. Y eso sería lo máximo que se permitiría a sí misma.

- Descansa, yo siempre voy a cuidar de tí.

Se quedó un buen rato velándole sentada junto a la cama, comprobando que se mantenía estable, descansando, y al caer la tarde se preparó algo rápido para comer y se sentó en el despacho, junto al dormitorio, a leer algo que la distrajera un poco, no queriéndose arriesgar a hacer ruido para no molestarle. Ahora mismo su casa se había convertido en una pequeña clínica y eso significaba silencio y descanso para los pacientes. Aunque sólo tuviera uno. Según iba cayendo la noche y después de cenar y recoger un poco el caos en el que se había convertido su casa, se dio cuenta que llevaba todo el día encerrada en casa, y no se había duchado desde la tarde anterior, así que, dejando la puerta del baño algo entreabierta para poder estar pendiente, se dio una relajante ducha con el agua bien caliente. Cuando salió sujetó la toalla contra su pecho, nunca había llegado a dominar la compleja ingeniería por la cual una toalla se mantenía enrrollada, así que prefería sujetarla contra su pecho mientras limpiaba el espejo de la condensación antes de empezar a vestirse.

Cuando me levante estaba, otra vez, mágicamente en la cama de Astrid y sin ropa; tenía un déjà vu... Tenía unos goteros que me administraban medicamentos y de más. No creo que Astrid tuviera esto en su casa, por muy médico que fuera. Deduje que había tenido que ir hasta la torre para conseguirlos.

También recordé levemente como tuvo que cargar conmigo hasta la cama, ya que estaba otra vez fatal y no podía ni mantenerme. Me sentía fatal. Había irrumpido en la vida de esa pobre y encantadora chica hacía un día y ya me había tenido que llevar en brazos dos veces, cuidarme, hacerme de comer y seguro que un montón de cosas más, las cuales no recordaba.

Quería recompensarselo de alguna manera. Pensé que quizás, la mejor manera de reconpensarla era dejarla en paz de una vez por todas; pero eso era demasiado sencillo para mi. Necesitaba algo mejor, más grandioso, más con el sello Stark.

Me levanté y me quité todos los goteros. Observe que estaba perfectamente, como nuevo, así que cogí el móvil y mandé un par de mensajes, contacté con unas personas, hice unas llamadas y en menos de 2 minutos, todo estaba listo para ponerse en marcha.

Sonreí, satisfecho por el plan que tenía preparado; aunque por dentro, rezaba para que a Astrid no le pareciera demasiado. Cogí mi pantalón y me lo puse, agarre mi camisa en mi mano sin ponermela, mientras salía de la habitación.

Pude ver lapuerta del baño entre abierta. Dentro, reflejada en el espejo, observe a una muy atractiva Astrid recién duchada, con los pelos libres y mojados y solo cubierta con una toalla. ¿Por qué cada vez que la veía me parecía más guapa que la anterior? Olvidándome de mis pensamientos, avancé hasta apoyarme en el marco de la puerta sigilosamente con un brazo, sin que se dierá cuenta de mi presencia.

- Que sexy está usted, enfermera; ¿le permiten ir así a cuidar a los enfermitos? Seguro que así se recuperan mucho antes.

Sonreí como un pícaro mientras me ponía la camisa. Caí en que, no era momento para bromas, tenía prisa, teníamos que salir dentro de nada.

- Arréglate y ponte guapa, voy a invitarte a cenar por todo lo que has hecho por mi. Y no intentes replicar, sabes que no servirá de nada, no voy a aceptar un no por respuesta y solo harás que lleguemos tarde y que yo quede mal.

Concluí tajante, pero con un toque gracioso.

Nada más limpiar el espejo de vaho, para poder ver, se encontró el reflejo de Stark por detrás de ella, asomando la cabeza por la rendija de la puerta. No debió haberlo hecho, no si apreciaba la integridad de su médico, ya que la pobre inglesa se asustó, resbaló con la alfombrilla y casi se parte el cráneo con la pared y la cadera con la bañera. Afortundamente se agarró al lavabo a tiempo y sólo cayó de culo en el suelo. Genial... Su vergüenza no podía ser mayor, y encima el muy condenado se aprovechaba de su mala situación. Iba a matarla a disgustos... sobre todo después de todo lo que le había dicho antes, fuera como fuera ella ya no tenía nada claro. Bueno si, que lo mejor que podía hacer era asentir y obedecer, así que se enroscó bien en la toalla, sujetándola tan fuerte como pudo, se encerró en su habitación y le surgió el primer dilema. ¿Que se ponía? ¿Sería algo formal? ¿Informal? No tenía ni idea, así que tras registrar su armario de arriba a abajo y encontrar pocas cosas que le sirvieran para aquella situación se decantó por un vestido verde botella, se lo había comprado unos meses atrás para unas conferencias, le tocaba hablar y tenía que ir presentable. Su madre siempre le decía que ser científica no era excusa para ir mal vestida, y menos cuando las charlas eran médicas, no sabía como lo hacían todas aquellas doctoras para ir siempre tan elegantes.

- Espero que esto valga... es lo único que tengo aparte del traje negro... Demasiado serio...

Se frotó el pelo con la toalla, y comenzó a vestirse, ropa interior oscura, nada fuera de lo común, medias, su vestido verde y zapatos de tacón negro. Se sentía algo encorsetada con aquel vestido de corte ejecutivo, muy del estilo neoyorkino, si, pero poco práctico... Después de un par de golpes de secador y de recogerse el pelo, comprobó que su gama de cosméticos quizás no era lo suficientemente extensa para algo así, pero nunca le habían interesado y tampoco iban a empezar a hacerlo ahora, así que su jefe tendría que conformarse con algo de polvos mate, eye liner y un color suave en los labios. Era lo máximo que podía y sabía hacer.

- Creo que esto ya está...

Salió del dormitorio expectante, esperando que le dijera que iba demasiado arreglada o demasiado poco arreglada. ¡No le había dado más datos! "Arréglate y ponte guapa" es una expresión demasiado vaga, debería estar prohibida...

- Cojo la cartera y las llaves del coche y estoy lista. Aunque no hace falta nada de esto, de verdad... Yo no soy así...

- Estás perfecta.

Estaba realmente guapa, le sentaba muy bien aquel vestido verde, se había maquillado un poco, lo justo y necesario. La vi coger la cartera y las llaves del coche, las cuales, les quite de laas manos al momento.

- La cartera no la necesitas porque pago yo. Y las llaves del coche tampoco, ya verás porqué.

Me calcé los zapatos y la cogí de la mano para tirar de ella impaciente. La arrastre hasta el portal y salimos fuera, donde esperaba una limusina.

Mientras el vehiculo circulaba por las calles, aproveche para hablar entre risas con Happy. Hacia tiempo que no lo veía, el era quien me recogía antes de los bares; pero a diferencia de Astrid, el me llevaba a peso hasta la cama y me soltaba allí sin más miramiento.

Llegamos hasta un aeropuerto privado. Una vez allí, llevé a Astrid hasta un jet privado donde se leía 'Stark' en grande y la invité a subir.

En un avión normal, el vuelo duraría unas 8 o 10 horas. Pero en el jet, tardaríamos solo 4. Cuando el vuelo comenzó, fui a la habitación del jet y me cambié.

Me puse un traje negro de Armani con una camisa roja debajo y una corbata, también negra. Mi cara aún seguía siendo un poema, pero no poda hacerle nada.

Salí al pasillo y me senté frente a Astrid.

- Ponte cómoda, son cuatro horas de vuelo.


Cuatro horas después habíamos llegado y nada más salir, le vendé los ojos a la rubia. No quería que supiera donde estábamos hasta que estuviéramos donde quería estar.

Entramos de nuevo en otra limusina con un silencio sepulcral por parte del chofer, así se lo había pedido, el idioma era el problema.

Quince minutos después, la limusina se paró y saque a Astrid de ella delicadamente cediéndole la mano. Subimos un tramo largo de escaleras hasta, por fin, llegar a nuestro destino.

Me puse detrás de ella y le quite el pañuelo que cubría sus ojos despacio, para que pudiera ver la escena.

Un balcón enorme con una mesa de mantel rojo y velas, bajo las estrellas y con la torre Eiffel de fondo, iluminada con un color dorado.

- Lo se, es un cliché. Pero quería hacer algo realmente especial por ti.

Dije, esperando que se lo tomar bien. Me acerque a la mesa y separé una de las sillas para que ella tomará asiento.

No tuvo tiempo de replicar, la cogió de la mano tirando de ella con prisas, parecía contento, como un niño que prepara una sorpresa a sus padres y quiere impresionarlos. Le quitó la cartera y las llaves del coche de la mano, pero pudo al menos en un último movimiento rescatar su cartera, no sólo por el dinero, había dejado claro que no lo iba a necesitar, pero no le gustaba ir indocumentada por la calle. No esperaron al ascensor, él bajó casi corriendo los escalones, sin soltar su mano, ella tuvo que seguirle como mejor podía sin besar el suelo. Se preguntaba donde la llevaría, que podría haberlo animado así. Quizás todo había pasado y volvía a ser el de siempre. El hombre que alegraba sus mañanas con un sólo comentario.

Sus ojos se abrieron como platos al ver la limusina aparcada frente a su portal, pero no dijo nada demasiado impresionada para hablar, tan sólo sonreía avergonzada. ¿En que momento ella se había convertido en el objeto de los agasajos de él? No creía haber hecho nada que lo mereciera, pero no iba a quejarse, por una noche disfrutaría de ser la princesa del cuento de hadas. Se reía con los comentarios de Happy, le conocía bien, eso estaba claro, y le apreciaba. Tenía personas muy valiosas a su alrededor, y se alegraba de poder estar ahí, donde estaba, cuidando de él.

Aparcaron en un pequeño aeropuerto, parecía que destinado a vuelos privados. No podía parar de preguntarse a donde irían, pero él no parecía tener la menor intención de soltar prenda. Subieron y él desapareció tras una puerta, no sabía que hacer, ni donde sentarse ni que decir. Estaba nerviosa, mucho más que cuando le tocaba hablar en público, sentía que dar una conferencia en aquel momento, sería mucho más fácil que seguir siendo su invitada; pero no pudo seguir pensando, no pudo seguir poniéndose nerviosa, porque él salió por aquella puerta de nuevo y recordó en ese mismo instante porqué todas y cada una de las mujeres del mundo deseaban estar con él. Enfundado en aquel traje que le quedaba como un guante, era el hombre más atractivo que había visto, y se sentía minúscula, insignificante, como una adolescente, apenas una niña, ante un hombre de verdad.

Se sentó en un asiento al azar, y él frente a ella, mientras una azafata se acercaba para ofrecerles una copa de champagne que tomó entre sus dedos. No sabía que hacer, no sabía que decir. Tan sólo miró hacia el crepúsculo mientras el avión tomaba el rumbo programado hasta quedarse hipnotizada con su belleza. La conversación giró en torno a todo y a nada, a trabajo, a sus hobbies. Cuando el avión aterrizó estaban en silencio, antes de que pudiera asomarse por el cristal de la ventanilla él se había acercado por detrás, con delicadeza y en voz baja le había pedido que cerrara los ojos, vendándolos con la suavidad de un susurro. No podía saber donde estaban, tan sólo que bajaron del avión para montarse en otro coche, totalmente en silencio. Intentó captar algún sonido identificativo, pero lo único que podía escuchar era su propia respiración, desacompasada, errante, nerviosa. ¿Que le depararía la noche? ¿Un zapato de cristal? ¿Una calabaza?

Salió del coche para subir por unas escaleras, unas escaleras de caracol, de piedra, pues sus tacones resonaban sobre ella, guiada por sus gentiles manos, con una sostenía su izquierda y con la otra pasándole un brazo por detrás, sostenía su cintura, el leve aroma de su perfume llegaba hasta ella, amaderado, profundo, podría recostarse entre sus brazos y olerlo toda la noche, pero se dejó guiar, segura de que no tropezaría, no si él la sujetaba. Cuando llegaron a su destino, sus manos la soltaron, dejándola desamparada, más sólo temporalmente, pues sintió como el nudo que cegaba su vista se aflojaba poniendo ante ella una de las estampas más hermosas que nunca vería. París.

París en todo su esplendor, sus calles iluminadas, su Torre Eiffel brillando como un faro, y ella de frente, en un amplio balcón de mármol, en el que había una mesa para dos, mantel rojo y velas encendidas. Giró la cabeza hacia atrás, desconcertada y comprobó que estaban en uno de las antiguas viviendas frente a la torre más emblemática de París. Un golpe sordo, su pequeño bolso de mano se había caído al suelo, pero no le importaba. Nada importaba en ese momento. Estaba en París, acompañada por un príncipe azul que había preparado aquello para agasajarla. Sus ojos se tornaron acuosos, tanta belleza, tanta magia... estaba en shock. Aunque era un sentimiento algo amargo, pues estaba segura de que aquello sería frecuente en él, pero para ella no. Nunca, nadie, había hecho algo así por ella, y no podía evitar sentirse alegre y algo triste a la vez.

- Es tan hermoso... es todo tan bonito... Muchas gracias.

Quería abrazarle, lanzarse a sus brazos, pero él le apartaba la silla y recordó que él era un hombre, uno de verdad, un caballero, y que debía dejar de comportarse como una niña tonta..

- No tenía porqué hacerlo, no hay nada que agradecerme. De verdad.

Pude ver como en la cara de Astrid empezaba a verse la sorpresa. Miraba para todos los lados como si no acabara de creerse donde estaba. Sus ojos se veían vidriosos. Esperaba que no fuera por tristeza o cabreo, aunque no lo parecía. Cuando separé su silla y se sentó,  me acerque hasta su bolso, el que antes se había caído por la sorpresa de la rubia y se lo di antes de sentarme.

- Hago esto porque te has portado demasiado bien conmigo, porque quiero y porque te mereces esto y más.

La miré directamente mientras sonreía. Quite mis ojos de ella, un poco intimidado por lo guapa y esplendida que estaba esa noche, y los dirigí a la carta. Tras un par de minutos, me acerque sobre la mesa a Astrid; haciendo entender que quería que ella también se acercará.

- Te voy a confesar una cosa: No entiendo ni jota de este idioma.

Le dije poniendo una mueca graciosa, intentando hacerla reír para romper un poco el hielo. Las vistas eran increíbles,  el tiempo estaba a favor y el sitio era tan bueno como me lo prometieron.

- Nunca había estado en París,  ¿sabes? Siempre había querido ir pero, ya sabes... Con alguien especial.

Le comente en un ataque de sinceridad. Muchas veces, alguna que otra mujer  con las que había salido me proponía ir a París, pero siempre ponía cualquier excusa barata o escogía otro sitio. Quería que la primera vez que fuera a ese "mágico" lugar, fuera con alguien realmente especial. Me sorprendí,  en ese momento, al darme cuenta que lo fácil que había sido y la ilusión que me hacía estar allí con Astrid.  Me daba miedo ese sentimiento creciente dentro de mi por aquella mujer.

Vino el camarero y en un penoso francés le pedí una botella del mejor vino que tuvieran.

- Y, claro; aunque no sea realmente una cita, es lo más parecido que he tenido a una. Y se supone que esas cosas tienen que ser especiales, ¿no?

Le dije, algo nervioso. Esta chica me hacía volverme loco y decía cosas que realmente no quería decir. El camarero trajo en vino y después de dar mi aprobación,  lo sirvió.  Cogi mi copa y me la lleve a la boca, quitandola al momento de esta, sin probar ni una gota.

- Para mi mejor agua...

No iba a seguir discutiendo sobre lo que él hacía y ella se merecía, no quería que pareciera que lo hacía para recibir cosas a cambio, así que simplemente sonrió y asintió, eso se le daba bien. Se inclinó sobre la mesa cuando Stark llamó su atención para que lo hiciera y sonrió cuando confesó que no hablaba francés.

- Yo estudié algo de joven, creo que puedo ayudar, si lo necesitas. Ya he estado dos veces en París, un verano de intercambio, para hablar el idioma y otro de viaje. En Europa es costumbre que antes de entrar en la universidad o durante ella, se haga un viaje. Se hacen las maletas, se coge el tren... Y a dar tumbos de hostal en hostal por casi toda europa. Todo el mundo cree que las mejores pastelerías están en el centro de París, pero es mentira, la mejor que probé en todo el tiempo que he pasado aquí, es una que está por detrás del Pompidou, lo hacen todo ellos mismos. Las mejores galletas de mantequilla que he probado, de verdad.

Siguió escuchando a su interlocutor, que no se defendía del todo mal con el idioma local, al menos se expresaba lo suficientemente bien como para que el camarero le entiendiera o fingiera que le entendía. El camarero se retiró a hablar con el sumiller que sonrió tomándose la orden de Stark como un verdadero reto y desapareció.

- Si, bueno, se supone que las citas tienen que ser especiales. Aunque yo he tenido algunas francamente horribles, pero tengo una suerte pésima en ese tema. Aunque es curioso, todo el mundo opina que París es la ciudad más romántica del mundo, y sin embargo, yo no estoy de acuerdo para nada. Si tuviera que elegir una ciudad ideal para tener una cita... Sería Praga, o Colonia. Son más recogidas, más pequeñas, están repletas de edificios con muchísima historia y bellísmos, con callejuelas estrechas y tiendas con encanto. O incluso Viena. Aunque París tiene un gran punto a su favor, el Louvre. Cuando lo visité, me tiré dos días casi enteros allí metida. No entiendo mucho de arte, pero podría quedarme horas mirando mis favoritos.

Cuando llegaron con el vino, antes de que terminaran de servirlo, decidió que prefería agua. Astrid sonrió divertida por el asunto, una copa de vino durante la cena no iba a matarle, pero después de la resaca que había tenido, entendía que no quisiera volver a probarlo. Ella pidió agua también en un correcto francés, aunque un tanto oxidado.

- No iba a decirte nada porque bebieras vino, pero seguro que tu hígado te lo agradece, le ha costado mucho desintoxicarte. Y lo tratas muy mal para lo bien que te cuida...

Estaba bromeando, en el fondo le divertía el gesto que había tenido su jefe, quizás no quería volver a poner a prueba su resistencia después de lo mal que lo había pasado. No es que ella fuera una gran experta en resacas, pero por lo poco que sabía de las suyas, aquella debía haber sido como si le taladraran el cerebro con un láser de helio.

- ¿Te ries de mi, eh?

Le dije bromeando, retandola un poco.  Se quería reir de mi, yo también sabía jugar a ese juego y muy bien además.  Cuando se me ocurrió que responderle, se me pintó en la cara una sonrisa malévola.

- Por cierto, bonito culo. Entre los diez mejores que he visto, te lo aseguro.

Dije para reírme justo después. No se por qué me gustaba tanto fastidiarla, supongo que me encantaba cuando se ponía tan roja que parecía un tomate y empezaba a replicarme que lo que decía no tenia ninguna gracia.

Llegó el camarero y pedí lo primero que vi, de todas formas no tenia hambre y lo único que pensaba hacer era remover la comida por el plato. Le cedi la palabra a Astrid para que pidiera lo que quisiera.

Al rato llegó este mismo con los platos y yo puse en práctica mi técnica,  llevandome apenas dos bocados a la boca. La charla en la cena transcurrió con normalidad, hablando de todo un poco, nada especial. Escuche lo que dijo antes sobre las ciudades que le gustaba para tener una cita y, sutilmente,  le deje caer que me lo apuntaba para la próxima cita.

Cuando acabo, pedí la cuenta y, tras pagar la cena, salimos a la calle. Hacia un poco de frío,  la noche ya se hacía notar; pero no quería irme todavía, no quería que se acabara esa magnífica noche, aún no.

- ¿Te apetece dar un paseo?

Pregunte, esperanzado en que dijera que si. Su reacción al ver donde estábamos había sido buena, a mi parecer, pero realmente no sabía si le había gustado de verdad o simplemente actuaba para ser correcta. Seguramente quería salir de ahí al momento y dejar una carta de dimisión sobre mi mesa al día siguiente.

Se puso roja, casi al punto de ebullición cuando él hizo alusión a su trasero, pero no sabía porqué, a pesar de estar muriéndose de vergüenza no le pareció mal que considerara sus posaderas entre las diez mejores que había visto, y estaba segura que había visto muchas. Aunque también creía que exageraba. Un culo aplastado por la silla nunca será tan bonito como el trasero trabajado de una actriz y modelo de ropa interior. Terminaron de cenar acompañados por una charla banal pero interesante sobre viajes y anéctodas de juventud, aunque sobre todo habló. No es que hubiera viajado mucho o tuviera muchas cosas que contar, pero él la escuchaba con suma atención. Cuando terminaron le propuso dar un paseo, una idea que le pareció excelente, ya que él no había estado nunca en París y ella hacía mucho que no estaba.

- Claro, además, si nunca has estado en París, hay un par de sitios que no debes perderte. Hace mucho que estuve aquí, pero creo que puedo ser una guía decente.

Habían llegado al punto de la noche en el que empezaban a tutearse, aunque Astrid sabía que al día siguiente él volvería a ser el señor Stark y ella la física que trabajaba para él. No le molestaba, sabía que las cosas eran así y lo asumía. Bajaron de nuevo por las escaleras por las que él la había guiado y cuando llegaron a la calle comenzó a caminar calle abajo, no estaban demasiado lejos de los campos elíseos, parada obligatoria de cualquier turista que se precie de serlo, aunque sólo fuera por una noche.

- Los fines de semana, por el día, está imposible; la gente viene a pasar la mañana, o la tarde, a jugar... Es como Central Park... Nunca los había visto de noche y la verdad es que impresiona. Es totalmente diferente a como lo recordaba. Pero hay más sitios.

Siguió caminando, callejeando, entre las callejuelas de la zona más antigua de París, donde cada bloque de apartamentos sería el refugio ideal para artistas bohemios, pintores, músicos, poetas... Se paraba cada poco a mirar los carteles de la calle, no parecía demasiado segura de por donde iba, pero tampoco parecía estar perdida. Hasta que finalmente y tras adentrarse en una callejuela peatonal estrecha, llegó a una plazoleta con una terraza ya recogida, perteneciente a una cafetería de aspecto victoriano.

- El último verano que estuve de intercambio en París, estaba casi a punto de licenciarme y estaba haciendo el trabajo de fin de carrera. Casi la mitad de ese trabajo, lo escribí en una de las mesas de esta cafetería. Si no tengo en cuenta los croissants del Pompidou, aquí sirven las mejores tartas de la ciudad. Me la recomendó una compañera de clases de francés, que aseguraba que tenían la mejor tarta de vainilla que ha probado, y pude asegurar que era cierto. La pedía casi siempre, con té de violetas. Pero no te he traído aquí por la cafetería, sino por la plaza, es... no puedo describirlo. Es pequeña, con encanto, como verse transportado en el tiempo a la época en la que las mujeres usaban sombreros y sombrillas, cuando todavía se llevaba corsé. ¿No lo notas? Es como aterrizar directamente y sin escalas en la Francia de principios del siglo XX

Aquel no era un sitio puramente turístico, pero era su sitio favorito. Todas las ciudades en las que había estado lo tenían, incluso Nueva York, tenía esa calle lateral en el Village, donde a veces le gustaba pedirse un té especiado, un pedazo de pastel de zanahoria y simplemente mirar a la calle o trabajar en su siguiente artículo o teoría.

- ¿Sabes? Ahora que lo pienso, eres la primera persona que traigo aquí, es decir, traer traer. Cuando quedaba con las compañeras de clase, la existencia de este lugar ya había ido de boca en boca, simplemente quedábamos aquí. Pero nunca traje a alguien directamente para enseñarle esto, esta sensación, este lugar. Supongo que acabo de compartir con alguien mi rincón privado de París. Si fuera en Inglaterra... allí conozco un montón de sitios como este.

Me quedé bloqueado por un momento. Habíamos estado en los Campos Elíseos y estuvimos un agradable rato andando y dando vueltas por París. A esas alturas yo llevaba mi chaqueta sobre un hombro, la noche se había caldeado.

Escuchaba entretenido y atento todo lo que me contaba Astrid sobre los lugares que veíamos y sobre sus aventurillas en dichos lugares. Pero cuando llegamos a una pequeña plaza, que se notaba que era especial para ella; y me dijo que nunca antes había llevado a nadie ahí, por un momento me sentí especial.

Ella había compartido conmigo ese lugar, seguramente le estaba dando mucha más importancia de la que tenía; pero no podía evitar sentirme bien, simplemente bien. Me quede mirándola con una sutil sonrisa como hablaba de aquel lugar y como lo observaba todo.

Realmente estaba loco por esa maravillosa mujer, era simplemente increíble. Y ese momento, de pronto paso de ser algo bonito a algo amargo al recordar las palabras de rechazo que la rubia me había dirigido hacía apenas horas.

Maldije mi suerte mil quinientas cincuenta y tres veces. Tenía un montón de mujeres detrás mía y me tenía que fijar en la que no tenía ningún interés en mi. Quizás era algún tipo de castigo divino por haber sido un cabrón con las mujeres durante tanto tiempo. Seguramente me merecía el rechazo de Astrid, pero simplemente no quería asimilarlo.

Desvié mi mirada a la sobresaliente Torre Effiel que brillaba en la oscuridad con millones de lucecitas. La miraba con tristeza, sabiendo que siempre que la volviera a ver, me recordaría a este momento. Era un bonito momento, si; pero lleno de tristeza para mi.

- Vamos a la Torre Effiel.

Dije un poco serio. Había pasado de la ilusión a la tristeza en un tiempo record. Simplemente, empecé a andar con paso lento, esperando que Astrid me siguiera.

Un poco después estábamos en la gran plaza que albergaba aquella obra arquitectónica. Los ascensores a esa hora ya estaban fuera de funcionamiento, pero uno de ellos seguía encendido y con una persona dentro. Cosa que yo ya sabía. Increíble la de cosas que se pueden conseguir con dinero.

- ¿Te apetece que subamos?

Todo parecía ir genial, de maravilla, Astrid se lo estaba pasando de miedo, aunque sospechaba que para ser una cena de agradecimiento, se parecía demasiado a una cita. Pero no le importaba. ¡Una cita con Tony Stark! No es que fuera el sueño de su vida, pero se sentía como la princesa del cuento, la plebeya escogida por el príncipe para bailar aquella noche. Vale que el príncipe tenía algún que otro problemilla, pero todo el mundo tenía algún que otro problemilla. Su misma vida era aburrida como una ostra y tenía tan mala suerte que parecía que siempre jugaba contra alguien que tenía dados trucados. Pero él tan pronto parecía cómodo y agusto, como se desinfló, se había puesto serio de repente y Astrid empezó a pensar que quizás había dicho algo inapropiado, o quizás había hablado demasiado en general. Así que se calló y caminó detrás de Stark algo desinflada por su seriedad. ¿Acaso se había aburrido de ella ya? Seguramente. Su ex se lo decía a menudo, que era tremendamente aburrida, y seguramente tendría razón.

Cuando llegaron a la Torre Eiffel se encontró con uno de los ascensores abiertos para ellos, se sentía impresionada, y aunque la propuso subir seguía estando serio, así que respondió con un escueto "vale" quedándose en silencio durante todo el trayecto hasta arriba, pegada al cristal del elevador. Lo comprendía, él viajaba mucho y estaba acostumbrado a estar con mujeres que también lo hacían, en los mejores hoteles, lo mejor de lo mejor. ¿Como iban a interesarle sus devenires estudiantiles en París? Había sido una estúpida por contarle todas esas cosas, había sido una estúpida por dejarse arrastrar hasta allí. Una vez arriba, las vistas nocturnas de la ciudad iluminada la dejaron sin aliento. Bien aferrada a la barandilla, miró hacia el frente, su vértigo comenzaba a a hacer efecto, y aunque sabía que la estructura era sólida y no se iba a caer, no se sentía del todo segura. Estaba enfadada consigo misma y asustada.

- Deberíamos volver.

Subimos a lo alto de la torre, cada uno a un lado del ascensor. Cuando llegamos arriba del todo , me quedé contemplando la vista un rato, al igual que ella.

Se guiro y dijo algo tajante que era hora de irse. No quería irme aún,  quería estar con ella en ese lugar pero de otra forma muy distinta. La deseaba más que a nada. Me dirigí hacia ella y la cogi con una mano de una de sus muñecas delicadamente y con mi otra mano la cogi de la cintura, haciendo que, con un sencillo movimiento,  se girará haciendo que quedaramos frente contra frente.

- Aún no.

Le dije autoritario, mirandola directamente a los ojos.  ¿Qué más daba ya? Quería estar ahí con ella y eso pensaba hacer. Le solté la cintura y la dirigí nuevamente al borde de  la barandilla. Me recarge sobre esta de lado y situé a Astrid en frente de mi, a menos de medio metro. Le solte la mano, dejandola libre del agarre.

- Me ha encantado esta noche, ha sido todo demasiado perfecto y no quiero que acabe aún. Si quieres irte ya, no te lo impedire, no volveré a detenerte.

Le dije mirándola,  con una cara completamente seria y un tanto apenada. Sentía que ella se iría y me dejaría ahí,  sintiéndome como un gilipollas solitario.

No tuvo tiempo de llegar al ascensor antes de que la sujetara por una muñeca y la volteara impidiéndole cualquier retirada; pero aunque lo hubiera intentado no lo hubiera conseguido. En cuanto su brazo rodeó su cintura acercándola a él se sintió morir. ¿Porque lo hacía? Había un límite de lo que ella podía soportar, y él seguía provocando, seguía tentando, seguía jugando. ¿Tanto le divertía? Se sentía humillada cada vez que él se acercaba, la rozaba y ella no podía evitar que las rodillas le temblaran, dispuesta a cumplir todos sus deseos con sólo pedirlos. No podía negar que disfrutaba en secreto de cada roce que él la regalaba, aunque sabía que no debía. Ni siquiera sabía que hacía allí y porqué se había dejado arrastrar hasta ese lugar.

- No quiero irme, pero estás serio y crees que no me doy cuenta y no se si he dicho o hecho algo mal. No soy divertida ni corro grandes aventuras. No soy una de tus chicas y todo esto, la cena, las vistas... Me viene grande.

Ella era una chica sencilla de un barrio residencial de Sheffield, no soñaba con grandes lujos ni grandes gestos de amabilidad. Había nacido en una familia de tradición militar y aunque nunca habían tenido apuros económicos, tampoco eran muy dados a las estridencias. Había crecido en un ambiente en el que todas estas cosas eran de otro mundo, y no sentía que encajara en él, ni siquiera como princesa de una noche y menos con alguien como él que había vivido tantas cosas.

- Si estoy serio es solo porque se que después de esto no hay nada.

Le solté son más, elevando la voz levemente. Estaba harto de que me dijera que no era una de mis chicas. ¿Qué quería decir con eso? Vale que en los eventos públicos me dejaba ver con alguna que otra modelo, pero había mantenido largas relaciones con científicas y mujeres muy inteligentes.

- Claro que eres divertida, me lo paso genial contigo.

Le dije ahora en un tono más calmado. Quería besarla, quería que viera que realmente me importaba y me interesaba y no solo para una noche. Pero había prometido no volver a hacerlo y yo cumplo mi palabra.

- Si te quieres quedar, solo quédate. Quédate conmigo y aunque mañana cada uno siga su camino, hagámos un bonito recuerdo de este día. No quiero que acabe así.

Casi le suplicaba. Me puse detrás de ella y posé mis manos sobre la barandilla, rodeándola con mi cuerpo sin llegar a tocarla mientras ella miraba la ciudad. Solo quería estar así con ella un rato, no pedía demasiado, ¿no?

- Solo cinco minutos más. Luego no te volveré a molestar nunca, lo juro.

Y yo siempre cumplo mis palabras.

Cinco minutos, un mes, un año, cuatro vidas, le daba igual diría que sí a todo, pero solo, SOLO si se movía y dejaba de arrinconarla contra la barandilla que guiaba hacia el vacío, hacia el aterrador y absoluto vacío. Su corazón amenazaba con una taquicardia, sus pulmones con hiperventilar más de lo saludable, el resto de su cuerpo con sufrir un ataque de pánico si no se movía de allí, así que sin preocuparse de sonar grosera o no, porque su supervivencia y la seguridad de no estamparse contra el suelo bajo la torre dependían de ello, se escurrió por el hueco de los brazos de Stark, para responderle en un tono ligeramente nervioso y quizás algo cortante.

- Yo me quedo el tiempo que tu quieras, pero no vuelvas a hacer eso...

Y con el miedo todavía en el cuerpo se retiró hasta la seguridad de la pared pegada al ascensor, seguía estando en una plataforma en el vacío, pero el no ver lo que había bajo sus pies, le daba una falsa sensación de seguridad, además, era una sólida estructura que había aguantado mucho tiempo... seguro que podría aguantar un rato más...

-Tengo vértigo, un pánico irracional a las alturas y no saberme con suelo sólido bajo mis pies. Por favor, no vuelvas a arrinconarme contra una barandilla.

Se apoyó sobre sus rodillas, algo más tranquila, menos desquiciada. Sabía que parecía una neurótica con esas fobias, pero era algo que no había aprendido a superar y varios saltos en paracaídas no parecían haber ayudado demasiado a superarlo, más bien todo lo contrario...

- Me lo estoy pasando muy bien, de verdad. No me molestas, nunca lo haces y me quedaré todo el tiempo que me pidas, siempre.

Para todo lo que necesitara, ella siempre estaría allí, a su lado, velando por él o simplemente estando ahí, tenía que reconocerse que no podía negarle nada y menos cuando lo pedía de aquella manera, como si realmente la necesitara. No era más que un adorable niño enorme, un hombre que buscaba el afecto verdadero en un mundo demasiado falso, pero ella era una mujer normal de un barrio normal en una ciudad tranquila, ella nunca le fallaría. Y enternecida por sus palabras o quizás derretida por él, se alzó, cerrando la distancia que los separaba y depositó un suave y breve beso en sus labios.

- Deberíamos bajar, ya he tenido suficientes vistas elevadas y hay un montón de cosas que todavía debes ver.

Note una punzada en mi pecho al ver como Astrid se escapaba y me dirigía esas palabras. ¿Ni siquiera eso podía darme? ¿Ni cinco minutos para tener un buen recuerdo? Apreté mis manos fuertemente alrededor de la barandilla sintiéndome frustrado.

Me giré para irnos de una vez de ese maldito lugar que empezaba a aborrecer por momentos. Pero al girarme vi a Astrid agitada y algo nerviosa, pegada a la pared del ascensor. Me acerque hasta ella un poco asustado por no saber lo que le pasaba.

EN cuanto me dijo lo del vértigo, juro que lo intente, pero no pude contener una carcajada sincera y sin malicia. Nunca dejaba de sorprenderme. Posé una mano en mi pecho mientras seguía riendo levemente. Pero mi risa se cortó al instante al escuchar las palabras de Astrid.

Me quedé inmóvil, incapaz de articular palabra. ¿Siempre? ¿En serio? Nada me gustaría más, si solo la pudiera creer. Ella había demostrado que de mi no quería más que una relación, jefe-empleada; paciente-doctora como mucho y yo no sabía si me podía conformar solo con eso.

Si antes estaba bloqueado por las palabras de Astrid, ahora estaba a un nivel más. Estaba extasiado. Sin más, Astrid se acerco a mi y me beso. ¡Me beso! Un beso bonito, algo breve para mi gusto, pero muy dulce. Y ahí me quede durante unos segundos, con la boca levemente abierta y los ojos como platos.

- Si, deberíamos irnos ya, creo que dejé el jet mal aparcado.

Retomé la compostura y bromeé un poco, aunque mi mente seguía divagando. ¿A qué venía ese beso? Y qué más da, era justo lo que estaba buscando. Un pretexto, una razón para no tener que olvidarla, para poder seguir intentándolo sin sentirme mal, porque era ella la que había dado el paso. No sabía lo que acababa de hacer.

Había desatado a la bestia.