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Omega Universe - Foro de Rol de Marvel y DC
Los Universos de DC y Marvel se han unido en uno solo. ¿Qué ha sucedido? ¿Quién está detrás de todo? Y, lo que es más importante, ¿cómo reaccionarán héroes y villanos de los distintos mundos al encontrarse cara a cara...?
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Había un acuerdo tácito, a veces verbalizado, a veces simplemente inferido, en la manera en la que los superhéroes se distribuían las partes de una ciudad. Gotham pertenecía a Batman y a la Batfamilia, Metrópolis a Superman; Hellskitchen era el coto de caza de Daredevil y Spiderman se columpiaba entre los altos rascacielos de la Gran Manzana. Y el Bronx, el distrito más marginado y olvidado de Nueva York, era su territorio. A decir verdad, Drago nunca había entendido la gran cantidad de Superhéroes que se disputaban la zona de Manhattan habiendo lugares como aquél, tan llenos de gente necesitada y desamparada. Lugares donde no llegaba la luz. Y era por eso que él lo había escogido como su lugar de residencia, porque cuanto más oscuro era un lugar, más podía brillar la luz.
Y era por eso que se encontraba golpeando en la puerta de Abran y Earlene Sánchez aquella tarde de viernes. La puerta se abrió, y el mutante mostró ante el compungido latino la placa inexistente que completaba su ilusión de detective de la policía.
- Detective Noah Bradley -se presentó, con un nombre tan falso como el aspecto del afroamericano alto y fornido con el que se cubría-. Vengo a hacerles algunas preguntas sobre el secuestro de su hijo.
La mujer, que se había acercado a ver quien era, palideció hasta adquirir un aspecto lívido y enfermizo. Su marido tuvo que cogerla de los brazos cuando se derrumbó y empezó a llorar angustiosamente. Rápidamente otra mujer, cuyo parecido con la primera la revelaba como su hermana o alguna otra familiar directa, la recogió y se la llevó pasillo adentro, aunque Drago aún podía escuchar su llanto compulsivo y desgarrado.
- ¿Qué es lo que quiere saber? -preguntó el hombre con nerviosismo y obvia preocupación por su esposa-. Ya interpusimos la denuncia en la comisaría. ¿Se sabe algo nuevo?
- Lamento mucho la terrible situación en la que se encuentran, pero para poder enfocar la investigación voy a tener que pedirles más detalles de lo ocurrido.
El hombre se pasó la mano por el pelo con ansiedad y le invitó a pasar y a sentarse en un pequeño salón de apariencia humilde. Eclipse notó que le temblaban las manos.
- Siéntese, y disculpe a mi esposa... Está destrozada. Los dos lo estamos. Saber que tu hijo está muerto es terrible, pero ésto... que te lo quiten de las manos y se lo lleven sin saber a dónde o... qué piensan hacer con él...
¿Para qué querría alguien a un niño de 21 meses? Por desgracia, Drago se hacía una idea bastante gráfica. En el mejor de los casos se trataría de una red ilegal de adopción de menores para padres ricos que querían saltarse los trámites oficiales; en el peor... estaríamos hablando de tráfico de órganos para salvar a los hijos de los que pudieran pagarlo a costa de las vidas de los más pobres y desfavorecidos, y había alternativas incluso peores que hacían que un velo rojo empezara a empañar su visión, llenándole de ira. ¿Quién podía ser capaz de hacer daño a un niño? No... mejor no pensarlo.
- Señor Sánchez... Sé lo duro que debe de ser ésto para su esposa y usted, pero necesito... necesito que trate de revivir la escena y que me cuente paso por paso todo cuanto ocurrió, con todos los detalles que sea capaz de evocar -dijo mientras sacaba un bolígrafo y un bloc de notas-. Por favor, no se salte nada. Cualquier particularidad en apariencia trivial podría conducirnos hasta su pequeño.
- Está bien, está bien... -el hombre juntó las manos y se las llevó a la frente, tratando de rememorar lo sucedido-. Eran las once de la noche. Mi mujer y yo volvíamos de una fiesta en casa de unos amigos. De repente, una furgoneta blanca grande se detuvo cortándonos el paso y de ella bajaron un hombre y una mujer. La mujer desató al niño del carrito mientras el hombre nos amenazaba con una pistola. Dentro del coche había dos personas más, un hombre y otra mujer. Cogieron a Jairo y se marcharon.
- ¿Pudieron ver la matrícula de la furgoneta? -inquirió Drago apuntándolo todo.
- No, yo... -el hombre parecía realmente angustiado-. Era de noche, estábamos asustados... No... no pude...
- Está bien, ¿recuerda algún otro detalle? ¿Algo relevante que pudiera servir para identificar tanto el vehículo como a los secuestradores?
- Sí... sí -respondió después de pensar un momento-. La furgoneta tenía los cristales traseros tintados. Tanto el hombre como la mujer tenían complexión grande, fuerte. La mujer llevaba un pañuelo marrón en el pelo y tendría unos 40 años.
- ¿Árabes?
- No... no sé... No creo. A pesar del pañuelo pudimos ver que era pelirroja, con el pelo rizado, y los que estaban dentro de la furgoneta les gritaron algo que sonaba como a rumano, o búlgaro. La otra mujer parecía mayor, quizá en torno a los cincuenta. Ah, y el hombre de la pistola tenía un diente de oro.
- Perfecto. ¿Tiene alguna idea del modelo de la furgoneta?
- No. No, no pude fijarme. Estábamos sorprendidos, en shock... -trató de justificarse-. Era grande y blanca, es todo cuanto le puedo decir.
- Está bien, se lo agradezco -dijo poniéndose en pie-. Si recuerdan cualquier otra cosa, por mínima que sea, llamadme a éste número de teléfono -tras anotar un número en una de las hojas del bloc, lo arrancó y se lo tendió al hombre-. Vamos a hacer todo lo posible por recuperar a su hijo.
- No mucho, pero estamos haciendo progresos -mintió.
24 horas antes del asalto que habían sufrido los Sánchez, otra mujer que caminaba de noche junto a su hijo, éste de 20 meses, había sufrido otro intento de secuestro, sólo que en ésa ocasión la madre había sido capaz de reaccionar a tiempo pegando una patada al cochecito y agarrando a su hijo por la cintura mientras gritaba pidiendo auxilio. Ante el escándalo, los secuestradores habían optado por marcharse, pero eso no podía decírselo al atribulado padre que tenía ante sí. Ya se sentía bastante mal como para hacerle sentir aún peor. Seguramente por eso en el segundo asalto se había bajado también un hombre armado, para asegurar que no volvía a ocurrir lo mismo de la noche anterior.
Dos intentos en 48 horas, los dos a niños de edades similares, uno fallido y otro exitoso. La única conclusión que Eclipse extraía de ello (por el momento) era que no debían ser profesionales, ya que desde luego no habían operado nunca antes en su zona. Si había algo que Dragoslav Katich no perdonaba eran los atentados que tenían como víctimas a los niños; si alguien se hubiera atrevido a hacer algo así en su territorio antes, se habría asegurado de mandar un mensaje muy claro para que nadie lo volviera a intentar nunca jamás. Le había prometido a Xavier que no volvería a matar... pero se podían transmitir mensajes meridianamente claros sin tener que llegar a esos extremos... aunque era posible que los bastardos lo prefirieran una vez hubiera acabado con ellos.
Suerte que la ilusión ocultó la llama carmesí que se encendió con furia en sus ojos cuando se dio la vuelta para marcharse.
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Kim HwaJae Marvel Universe
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Llevaba llorando desde ayer por la noche. No todo el rato, claro, o me habría muerto de deshidratación, pero si en cuanto me descuidaba, y volvía a pensar en lo que había pasado. ¿Me creeríais si os dijera que literalmente no tengo ningún recuerdo de lo que he hecho en todo el día? Por que así es. Sólo recuerdo aquella pequeña llama encima del pastel de chocolate mas sabroso que he comido en mi vida, y la suave palma de Abe a mi espalda. Sentir por tan sólo un momento que todo esta bien. Que podía volver a estarlo...
Me desperté desorientada, siempre que dormía bajo techo me pasaba. Abe se asomó a través de la puerta, y con un suave gesto me indicó que lo siguiera. Me llevó a las duchas, donde recibí una revitalizante dosis de "vida normal", y para mi sorpresa, un regalo. Abe me alargó el paquete, envuelto en estraza marrón.
- No es muy bonito, pero no he tenido mucho tiempo. - dijo, ladeando la cabeza, con esa expresión pacífica tan distinta a la de Hellboy.
Destrocé el papel, presa de la ansiedad, y abrí su contenido. Me quedé mirando la sudadera, y esa expresión tonta que me devolvía con una sonrisa y los ojos enormes.
- Se que no es muy...- aquello sonaba a disculpa.
- Me encanta. - le corté, mirándole. Él me devolvió una expresión sorprendida. - De verdad. Muchas gracias. - añadí, abrazándola contra mí, antes de ponérmela. Me despedí de él tras el desayuno, a la puerta del complejo. Dos agentes que tenían una misión de investigación me dejaron de camino, en el centro. Cuando me bajé del coche, y vi que se perdían de mi vista, me vi reflejada en los cristales del edificio de enfrente... y comencé a llorar.
Ahora estaba muy lejos del centro. Estaba en el barrio que se consideraba mas peligroso, lleno de inmigrantes, y con mas disturbios de toda la ciudad. El bronx. Había peleas raciales, bandas, trafico de drogas. Como en toda la ciudad, solo que aquí se hablaba de ello. Me dolían los pies horrores, seguramente porque llevaba todo el día patinando, pero no podía estar segura. Ya no lo estaba de nada.
Me senté en un bordillo durante media hora y me limpié los ojos en una manga empapada de lo que supuse que serían lágrimas. Como lo odiaba. Quería creer que tenía razón, que era lo correcto. Pero a lo mejor solo era lo mas fácil. No. no. Ya había tomado una decisión. Lo aceptaría, como fuera. Tenía que intentarlo. Quería volver a sentirme así, como me había sentido anoche, cada día. Aunque sólo fuera un momento, cada día. Si fuese así, podría con ello. Pero sabía que por mas que intentara engañarme, por más que intentara mantenerme al margen, buscaba lo mismo de manera incansable. Algo que nunca me concedía del todo. No era que no pudiera ser feliz, o que las pequeñas cosas no ayudaran. Pero al final, nunca se trataba de agua caliente, o cobijo, o comida. Se trataba, siempre, de las manos que me la ofrecían. De las palmadas en la espalda, que me hacían sentir reconfortada, y de ese instante de contacto, por pequeño que fuera, que volvía a hacerme sentir como un ser humano con valía, aunque ya no tuviera pasado, ni familia, ni siquiera nombre.
Porque por mucho que insista en ver el mundo como un lugar hostil, siempre queda gente amable. Siempre quedan corazones de oro. Y ellos eran los culpables de que aún quedara un atisbo de esperanza en mi. El atisbo de esperanza que me impedía morir por dentro, y que a la vez, me hacía sucumbir a una terrible infelicidad, cuyo origen era la necesidad de volver a tener a alguien... alguien que volviera a mirarme como mi madre lo hacía.
Me senté en el portal destartalado, mientras las lágrimas caían de mis ojos rojos e hinchados, mientras mi rostro adorable se deformaba en una mascara de dolor, para después hundirse en mis brazos, que rodeaban mis rodillas. Por primera vez en mucho tiempo, lloré sin preocuparme por nada. En otras ocasiones, no me lo habría permitido. No sabría decir el tiempo que hacía que no lloraba así. Porque ÉL podía aparecer en cualquier momento, y de algún modo, veía placer en su rostro cada vez que le daba la satisfacción de mis lágrimas. Así que hacía mucho tiempo que había intentado negárselas. Pero estas no eran para él. Eran para mi.
Creo que hasta llegué a dormirme. Levanté la cabeza de nuevo, mirando el sol, mucho mas bajo. Pronto anochecería. Me sequé los ojos, que me escocían horrores, y no parecían enfocar muy bien. Me levanté, con un terrible dolor de espalda, a causa de la postura. Me estiré y sacudí, y volví a ver esa tonta expresión de mi sudadera, dibujando una media sonrisa que se desvaneció de mi rostro, humedeciendo mis ojos de nuevo. Basta. basta ya, Kim.
Me abroché bien los patines, y comencé a pasear por la calle. Lo bueno de no pertenecer a ningún sitio es que siempre que avanzas vas a algún lugar. Estaba distraída. Lo bastante para no darme cuenta de que la furgoneta blanca de cristales tintados avanzaba hacia mi, deteniéndose unos metros por delante y abriendo sus puertas traseras. Miraba las puntas de los patines, quizá pocos centímetros mas allá. Así que cuando de pronto dos figuras se interpusieron delante de mi levanté la cabeza y clavé el freno delantero, tratando de no chocar con ellos. Pero al levantar la vista, vi que no me estaba cruzando con ellos, si no que venían directos a por mi. La confusión me hizo presa, de tal modo que cuando me cogieron de los brazos ya no tuve tiempo de hacer nada que me ayudara a huir de ellos. Eran dos adultos contra mi.
- ¡¿Que?!- les miré en pánico, para luego gritar de un modo totalmente instintivo, cuando vi que me levantaban. - ¡¡¡AAAAAAAH!!!- grité lo mas fuerte que pude, pero a parte de un respingo, mantuvieron la calma y me arrastraron entre retorcimientos, intentos de patada y mordiscos, hacia la furgoneta. - ¡¡¡SOCORRO, SOCORRO POR FAVOOOOOOOOR!!!- miraba alrededor, pero ni siquiera sabía si había nadie. Me metieron en la parte de atrás de un empujón, haciéndome caer al suelo y cerraron la puerta de un golpe. Yo me quedé allí mirando la puerta, en shock. Sin entender absolutamente nada de lo que acababa de pasar, con las rodillas clavadas en el incómodo suelo del furgón, y la expresión desencajada.
¿qué era todo eso? ¿QUE ESTABA PASANDO?
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Ficha de Personaje Alias: Eclipse Nombre real: Dragoslav Katich Universo: Marvel
Una niña deambulando sola en uno de los barrios más peligrosos del Bronx, allí donde ni la policía se atrevía a entrar, era un blanco apetitoso, lo suficiente como para que se arriesgaran a atacar cuando aún no había anochecido.
Lo primero que hizo Drago cuando salió de la casa de los Sánchez fue colocar pequeñas distorsiones en el espectro lumínico a modo de espejos distribuidos de manera estratégica a lo largo de la zona en la que se habían producido los ataques. La luz, al reflejarse de una a otra y regresar a él le hizo las veces de cámara de seguridad con diferentes pantallas simultáneas, de manera que podía tener monitorizadas las áreas de ataque más probables.
Fue gracias a ésto que pudo intervenir a tiempo, pues inicialmente no había esperado un asalto a una hora tan temprana, pero en el momento en el que había visto a Kim patinando sola en aquél barrio le había llamado la atención y se había dirigido hacia las cercanías de donde ella se encontraba por si llegaba a necesitar ayuda. Al fin y al cabo se trataba de un barrio peligroso, con o sin secuestradores, y apenas vivían asiáticos allí, por lo que había altas probabilidades de que fuese extranjera y no supiese en dónde se estaba metiendo.
Así, cuando apareció la furgoneta se encontraba a escasas calles de distancia por delante, por lo que pudo salirle al paso y detenerse en mitad de la carretera, justo en el camino del conductor. Cuando las luces de los faros le deslumbraron, su boca pareció abrirse de manera antinatural y un chorro de oscuridad pura salió proyectado formando las fauces abiertas de una especie de cocodrilo gigante y monstruoso que se abalanzó para engullir el vehículo.
Los secuestradores gritaron con espanto y el conductor pegó un volantazo brusco que provocó que la furgoneta se estampara de lleno contra una farola. En aquél momento Drago no pensaba con claridad, por lo que no se le ocurrió que Kim pudiera sufrir daños con el accidente; La furia le consumía, pues los que eran capaces de hacer daño a los niños suscitaban en él una especie de rabia ciega y visceral que volvía imposible cualquier intento de razonamiento o diálogo. Aquél instinto homicida tenía su origen en el angustioso trauma que había vivido de niño, y aunque no lo recordaba, pues su mente se había ocupado de bloquearlo en su subconsciente, los patrones que activaban la reacción emocional seguían intactos.
Por esa razón, y ya que la manera en la que se manifestaba su poder lumínico se veía influenciado por su estado anímico, el Eclipse que se encaramó al techo de la furgoneta varada distaba mucho del hermoso ángel de luz que Cassandra había llegado a conocer, semejando la criatura de pesadilla que su subconsciente había recreado mediante una ilusión. Aferrándose al techo del vehículo, hizo surgir cuchillas láser de los extremos de sus dedos a modo de garras y las hundió en la carrocería dibujando un cuadrado. Cuando hubo terminado arrancó la plancha metalizada descubriendo el hueco del interior donde se encontraba Kim junto con los demás ocupantes del vehículo, hizo desaparecer las cuchillas, empuñó sus tonfas y saltó al interior.
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Aún estaba intentando comprender porqué de pronto me encontraba intentando levantarme sobre una superficie metálica helada y estriada, que vibraba obligandome a dar bandazos de un lado a otro para mantener el equilibrio. Al llevar los patines aun puestos, era imposible mantenerme en pie, y me llevé dos costalazos contra el suelo en el intento, antes de darme cuenta del motivo por el que intentar levantarme era tan peligroso como que un ciego hiciera malabares con cuchillos. Jadeando a causa del miedo, y de los nervios, me doble, tratando de sentarme de culo sobre el suelo de la furgoneta para quitarme los patines todo lo deprisa que pudiera.
-¡Bastardos! ¡HIJOS DE PUTA!AAAAAAAAH- grité lo mas alto que pude, en el tono mas agudo y alarmante que podía utilizar. Oír chillar a los niños no era igual que escuchar a los adultos. De algún modo tenía un matiz mucho más perturbador.
Cuando casi había conseguido quitarme el patín derecho, la furgoneta dió un bandazo tremendo. Como si alguno de esos idiotas hubiera dado un volantazo tremendo. Quizá se habían topado con la policia y hubieran iniciado una persecución, aunque no oía sirenas por ningún lado. El giro me arrojó contra una de las paredes, contra la que me golpeé la cabeza. Solté un grito, me agarré la zona, que noté húmeda de un líquido viscoso y templado. Ardía como ascuas. Me eché ambas manos a la cabeza tumbada de lado en el suelo, en un intento desesperado de comprimir la zona, para que se aliviara el dolor. El golpe había sido brutal. Después de unos segundos procuré recobrarme, pero al levantarme, noté un mareo intenso, y vomité un poco de bilis de lado. El mundo entero se movía. Me encontraba fatal.
- Ah... au...- murmuré, mientras intentaba alejarme del vómito a rastras, y me dejaba caer de lado, quedando despues boca arriba. Había salido de mi, pero el olor era insoportable. En ese mismo instante, unas luces atravesaron el techo del coche, y una figura informe y aterradora, llena de extraños tentáculos negruzcos se adentró por el techo. Apenas era capaz de entender lo que estaba pasando, pero me entró un pánico atroz por esa cosa. A saber qué sería. Había demasiadas criaturas interesadas en hacerme daño. No sería de extrañar que en ese secuestro cutre hubiera visto una oportunidad de oro. Estaba encerrada, y no sabía que me pasaba, pero sentía que me iba a morir de lo mal que me encontraba.
-No, no, no, no, no...- susurré mientras intentaba cerrar los ojos. Como si eso fuese a hacerla desaparecer. A lo mejor podía intentar encontrar la puerta con los ojos cerrados, arrastrándome. Así, con los ojos cerrados, no me marearía. Ese plan me duró sólo cinco segundos. El cuerpo me pesaba como si estuviera anclado al suelo. - Joder. ¡JODER!- gemí entre dientes, mientras escuchaba gritos, jaleo, y un montón de ruido de golpes. Era imposible. No podía moverme. Volví a darme la vuelta, para quedar boca arriba.
Seguro que si no se me hubieran quedado los ojos secos de tanto llorar, ahora lo estaría haciendo. No era capaz de enfocar, y los gritos se oían cada vez mas lejos. Pero no llegué a perder la conciencia, por eso es por lo que creo que fuí capaz de ver a esa cosa acercándose hacia mi. inclinándose, cada vez más y mas cerca. No pude evitar que me diera cierta rabia. Ahora que había tomado la decisión que quizá hiciera mas llevadera mi vida, iba a perderla antes de poder ponerla en práctica. Oh, ahí estaban las lágrimas. Que sorpresa. Creí que ya no me quedarían. Claro que sería terrible no poder dedicarme ni una sóla lágrima en una ocasión tan especial como esta. Cerré los ojos. No quería que de casualidad se me aguzaran los sentidos, y pudiera ver de manera clara ese horror antes de que me comiera o algo peor.
Antes de darme cuenta...Nuestro cuerpo estaba cubierto en llamas. Con una deflagración terrible que se extinguió con la misma rapidez con la que apareció, nuestro huesos, fracturados un poco en la parte trasera de la cabeza, se soldaron. No así el resto de marcas y magulladuras que eran distintivas de nuestra calavera que ahora se alzaba, sentada y que estaba en proceso de levantarse en la trasera de la furgoneta, encarando, cadena en mano, a la criatura de pesadilla que había accedido a través del techo. Nuestras cuencas vacías, en las que solo brillaba una malévola punta de aguja que parecía capaz de atravesar hasta el último rincón del mutante le traspasaron, analizando su naturaleza. Por primera vez en muchísimo tiempo, nos resultó un alivio sentir el reconfortante manto de la noche sobre nuestra cabeza.
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Última edición por Kim HwaJae el 7th Diciembre 2017, 22:36, editado 1 vez
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Si podía quedarle alguna duda al respecto, la patética reacción de los secuestradores ante su entrada dejó más que claro que, efectivamente, no eran más que aficionados. El golpe había hecho que tanto el conductor como su acompañante quedaran momentáneamente aturdidos, y los dos de atrás, llevados por la sorpresa y el desconcierto, tardaron demasiado en reaccionar ante su aparición. Drago ni siquiera tuvo necesidad de volverse invisible o inundar de oscuridad el interior del vehículo para que no le vieran; directamente asestó un derechazo a la mujer que tenía más cerca, dejándola sin sentido, y cuando su compañero fue a sacar la pistola le agarró el brazo, tirando de él, retorciéndolo y rompiéndoselo de un golpe seco en el codo, haciendo que el arma cayera al suelo y golpeándole después violentamente contra la pared de la furgoneta, partiéndole la nariz y haciéndole quedar a su vez inconsciente. Después, saltó hacia la parte delantera y asestó una patada lateral a la copiloto, que quedó tendida encima del airbag. Finalmente, agarró la cabeza del conductor y la golpeó repetidamente contra el cristal de la ventanilla hasta que también quedó K.O. En total no le había costado más que un par de minutos deshacerse de todos ellos, y ahora podía centrarse en lo que de verdad importaba: la niña.
La niña.
Estaba encogida en un rincón, gimiendo y farfullando aterrorizada.
Maldita sea. Joder. Estaba tan furioso con los secuestradores que había vuelto a perder el control y ahora por su culpa había una niña pequeña asustada y posiblemente traumatizada. Al menos tenía los ojos cerrados... Eso significaba que no había visto la paliza salvaje que le había propinado a aquellos indeseables.
Joder... Él había sido testigo de la violencia de la guerra siendo un niño, y le había dejado marcado para siempre. ¿Cómo no había tenido más cuidado? Maldita sea, la pequeña podría haber resultado gravemente herida con el accidente, y era por ella que había iniciado el asalto, para salvarla a ella. Tendría que hablar con Lissa para encontrar una manera de controlar ese maldito temperamento...
De momento, la visión de la niña hizo que la ilusión que le cubría se desvaneciera, siendo reemplazada por su apariencia normal, y procuró que dicho aspecto fuera lo menos amenazador posible antes de aproximarse.
- Eh, pequeña... ¿estás bien? -dijo extendiendo una mano para tocarle el hombro, pero no llegó a hacerlo en cuanto vio que de repente rompía a llorar, seguramente asustada por su cercanía. Se apartó un paso-. No, no... todo está bien... Los hombres malos ya no están y el monstruo se ha ido. Estoy aquí para llevarte con tu mamá. Ya ha pasado todo, ¿cuál es tu nombre? No tienes que tenerme mie...
Las palabras murieron en su garganta cuando, de buenas a primeras, el cuerpo de la niña entró en combustión espontánea. Drago había visto muchas cosas horribles en la guerra, pero había pocas cosas que pudieran superar ver la carne de una criatura de tan corta edad consumirse y calcinarse hasta caer en pedazos dejando al descubierto la calavera.
- ¡Joder, qué...! -exclamó, entre espantado, asustado y horrorizado, dando un respingo hacia atrás de manera tan abrupta que tropezó con las piernas de uno de los secuestradores y cayó al suelo de espaldas.
Y allí, petrificado en el suelo, presenció con pavor cómo la encantadora niña se transformaba en una criatura de pesadilla que iba más allá de sus peores imaginaciones, alzándose sobre él y atravesándole con aquellas cuencas que no eran sino una ventana al mismísimo infierno.
Inicialmente el miedo le paralizaba, impidiéndole reaccionar, pero no era la primera vez que se veía obligado a encarar lo sobrenatural; tenía que sobreponerse al temor y actuar. Aquella criatura no podía ser otra cosa más que un djinn, la tercera raza creada por Dios después de los humanos y los ángeles. Según el Corán, Alá creó a los ángeles de luz pura, a los hombres del polvo y el agua y a los Djinns con fuego. En teoría eran invisibles, pero podían poseer personas o imitar su forma, como parecía ser el caso, y podían ser buenos o malos, ya que, como a los humanos, les había sido concedido el don del libre albedrío. Drago no podía saber a ciencia cierta si aquél Djinn era amigo o enemigo, pues no había poseído a una persona viva, como hacían los que habían sido corrompidos por los poderes infernales, adoptando en su lugar una apariencia mortal, aspecto que sólo podían utilizar durante un corto período de tiempo. Mientras estuviera en la forma de la niña Drago habría podido herirle, ya que estaban sujetos a las mismas leyes físicas del cuerpo al que imitaban, pero en su forma real era prácticamente invulnerable. Tampoco podía esperar que el amanecer le salvara, pues acababa de anochecer hacía prácticamente nada, y la noche era el momento en el que actuaban los Djinn. No, tenía que encontrar otra manera de protegerse, y la única defensa posible contra un Djinn malvado era la fe.
Recurriendo a toda su fuerza de voluntad para serenarse, cerró los ojos y, poniéndose de rodillas en el suelo se concentró en el calor que su fe volcaba en su corazón. Y empezó a rezar:
- Subhánaka Alláhuma wa bihamdika wa tabárakas-muka wa ta'ála Yadduka wa lá iláha gairuka* -una suave y cálida luz comenzó a brotar de su cuerpo-. A’udhu billáhi minash Shaitán ar rayim** -Conforme su fe se volvía más apasionada y fuerte, el brillo que desprendía su cuerpo aumentaba de intensidad hasta resultar doloroso a la vista, y las suras que escapaban de sus labios se iban dibujando a su alrededor, en elegantes símbolos de luz que representaban la estilizada caligrafía árabe-. Bismillahi, Ar Rahmán, Ar Rahím, Al Hamdulillahi, Rabbil ‘Alamín, Ar Rahmán, Ar Rahím, Máliki Iaumi Ad Dín, I-yáka na’budu Wa I-yáka nasta’in. Ihdinás Sirátal Mustaquim. Sirátal ladhina an’amta ‘alaihim, Gairil Magdubi ‘alaihim Wa la Ad-dálin. Amín.***
Aquella era la Sura que utilizaban los creyentes musulmanes en los exorcismos para expulsar a las criaturas infernales o demoníacas, y Drago esperaba que como mínimo impidiera al Djinn acercarse hasta él, si es que de verdad resultaba ser malvado. En realidad lo que estaba haciendo era lo más parecido a un sacerdote cristiano enarbolando una cruz ante un demonio, pues la cruz representaba a Cristo, mientras que para un musulmán, el Corán era la Palabra de Dios. Los árabes no tenían símbolos sagrados, no al nivel que la cruz representaba para los cristianos. Para eso usaban el texto sagrado, el Corán:
- Bismillahi, Ar Rahmán, Ar Rahím. Qúl Hua Allahu Ahad. Allahus Samad. Lam Ialid Wa lam Iulad. Wa lam Iakun lahu Kufuan Ahad. AAala noorin yahdee Allahu linoorihi man yashao wayadribu. Aw kathulumatin fee bahrin lujjiyyin yaghshahu mawjun min fawqihi mawjun min fawqihi sahabun thulumatun baAAduha fawqa baAAdin itha akhraja yadahu lam yakad yaraha waman lam yajAAali Allahu lahu nooran fama lahu min noorin****
Con las manos sobre sus rodillas, el musulmán abrió los ojos y una luz resplandeciente emergió de ellos. Con la fe fortalecida, renovada, y sus miedos disipados, se puso en pie y se encaró a la aterradora aparición.
- ¿Quién eres, criatura? -espetó, tratando de que su voz sonara serena y sin temblores. No debía flaquear ni desfallecer. Tenía que mantenerse firme o todo estaría perdido-. ¿Eres sirviente de Dios o del Diablo?
1“Glorificado seas, Oh Allah, tuya es la alabanza, bendito sea Tu Nombre y nadie tiene el derecho de ser adorado salvo Tu" 2.“Me refugio en Allah de Shaitán (Satanás) el maldito”. 3.En el nombre de Allah, Clemente, Misericordioso. Alabado sea Allah, Señor del universo, Clemente, Misericordioso, Soberano en el Día del Juicio. Sólo a Ti adoramos y de Ti imploramos ayuda. Guíanos por el sendero recto. El sendero de quienes agraciaste, no el de los execrados ni el de los extraviados. Amén. 4.En el Nombre de Allah, Clemente, Misericordioso. Él es Allah, la única divinidad. Allah es el Absoluto. No engendró, ni fue engendrado. No hay nada ni nadie que se asemeje a Él. Allah es la Luz de los cielos y de la tierra. Luz sobre Luz. Allah dirige a Su Luz a quien Él quiere. Como tinieblas en un mar profundo, cubierto de olas, unas sobre otras, con nubes por encima, tinieblas sobre tinieblas. Si se saca la mano, apenas se la distingue. No dispone de luz ninguna aquél a quien Allah se la niega.).
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No era un monstruo, si no un hombre lo que se mostraba ante nosotros. Su expresión no dejaba lugar a dudas sobre la impresión que le habíamos causado, podíamos leerlo en sus ojos llenos de terror. Era imposible asegurar si la criatura que habíamos visto antes de transformarnos se trataba de un engaño, de una ilusión o de un ser real. Quizá se tratara de un cambiaformas, o un espectro. Fuese como fuese, había desaparecido, y ahí sólo quedaba un hombre para el que era imposible desviar la mirada. A medida que nuestra vista inquisidora permanecía fija en él se arremolinó el infierno personal de Drago, muy muy en el fondo de nuestro cráneo, y sintió la perturbación que tenían todos al asomarse a nuestras cuencas vacías.
Entonces, comenzó a rezar.
Cuando se trataba de frases sagradas, no importaba el idioma, el dialecto ni la antigüedad de los lenguajes que se utilizaran. Como si el código estuviera impreso en el interior de cada uno de nuestros huesos, sentimos como el fuego que los animaba se avivaba con un temblor crepitante, como si a una llama le echaran algún tipo de acelerador. A pesar de que no podíamos sentirlo como tal, la sensación fué muy similar a un escalofrío.
En una calavera no hay expresión posible, al menos así lo dicta la lógica. Pero el GhostRider tenía la capacidad de variar de manera sutil su aspecto cadavérico, en base al modo en que las llamas lamían su calavera, destacando sus cuencas, su mandíbula o sus dientes. En ese momento, hizo descender la barbilla hacia el pecho, las llamas iluminaron el hueco de sus dientes, su cuello y sus cuencas vacías se llenaron de luz, haciendo así que sus huesos se ensombrecieran dándole una expresión aún mas aterradora. No es que los rezos produjeran en él dolor como pudieran hacerlo las armas divinas, pero aún así sentía un rechazo profundo, alimentado de algún lugar al que Kim no podía asomarse todavía, a causa de que su relación había empezado a ser mejor, pero aún quedaban reticencia y espacios que ambos no estaban dispuestos a ceder. Sin embargo si pudo vislumbrar un sentimiento imparable, demasiado grande como para que pudiera ocultarlo, por parte del Ghost Rider. Una especie de abandono absoluto, que le profesaba todo lo que tenía que ver con lo sagrado y la fe.
- La venganza. - respondió, observando sus ojos de luz. Fuera lo que fuera ese hombre, no era humano.
No respondimos a su segunda pregunta. Nos acercamos con lentitud a pesar de la diferencia más que obvia de altura nuestra presencia era capaz de convertir cualquier espacio en un ambiente angosto y asfixiante. Aún mas tratándose de un espacio limitado, como lo era esa furgoneta. Era posible que a medida que se recortaban las distancias Dragoslav sintiera que el valor que su fe había restaurado se tambaleara. El infierno de nuestros ojos habría sido capaz de hacer plantearse sus creencias al mas devoto. Pero no nos detuvimos al llegar ante él, si no que pasamos de largo, por su lado. En un espacio tan limitado, las llamas lamieron su mano y su brazo al pasar junto a él, pero no le hicieron daño alguno mas allá de una extraña calidez quizá le provocara un sudor frío. Alargamos nuestra mano de hueso hacia el primer hombre. Estaba inconsciente por completo. Lo arrojamos hacia la parte trasera de la furgoneta, y aterrizó sobre el charco de vómito. En cuestión de dos segundos, apiló a otro más detrás, dejando libre el espacio del piloto. El cristal de la ventanilla estaba empapado en sangre de los golpes que Drago le había dado contra él. Un suave quejido confirmó que la mujer que estaba de copiloto estaba recuperando la consciencia. Nuestras manos de hueso se enredaron en su pelo y tiraron de su nuca, provocando un grito. Cuando la mujer fue capaz de enfocar la vista, entró en pánico. Pero no hubo reacción. Ni un sólo grito. Deformó el rostro en una mueca de horror absoluto, comenzó a temblar y las lágrimas cayeron por sus mejillas.
- ¿A dónde la llevábais?- preguntamos, esperando su respuesta. Poca gente se sentía capacitada para mentir ante nuestra presencia. No era imposible, desde luego, pero a nuestros ojos la mentira no pasaba desapercibida. Aunque pudieras contener la verdad, no podías negárnosla.
A la mujer le tembló el labio, mientras abría la boca en un grito mudo que no era capaz de expeler. No nos movimos ni un milímetro, sólo el fuego que nos envolvía crepitaba exhalando una suave humareda con olor a azufre y muerte. Nuestra mano de hueso se estrechó en torno a sus pómulos. Uno de ellos estaba brutalmente hinchado a causa de la patada que había recibido de Dragoslav. Tenía un derrame en el ojo. Nuestras falanges apretaron, haciendo que la mujer sacara por fin el grito del pecho que se había quedado enquistado. Pero no la soltamos en cuanto lo hizo. Apretamos durante al menos cuatro agónicos segundos.
- ¿A DONDE?- bramamos. Ahora ya estábamos seguros de que podía hablar. No nos marcharíamos de allí sin saber qué estaba pasando. Trata, venta de órganos, asesinatos, daba igual. Pagarían, todos y cada uno de esos cerdos que habían intentado llevárselos.
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Última edición por Kim HwaJae el 4th Abril 2018, 09:25, editado 1 vez
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¿Cómo describir con palabras la profunda turbación, el asombro y el recogimiento que embargó al mutante al conocer la imponente entidad ante la que se encontraba? Era una sensación de incapacidad absoluta para enfrentarle inaccesible a la razón, unida a una necesidad casi inevitable de postrarse ante él que iba más allá del respeto y sólo podría definirse como "temor reverencial".
Venganza.
Venganza era lo que él siempre había encarnado, y ahora, a la vista de la verdadera encarnación sobrenatural de la misma no podía sino pensar en lo patético y penoso de sus pretensiones. Las ilusiones en las que él se envolvía para transmitir el mismo efecto no eran más que humo y espejos al lado de las candentes llamas del infierno que la criatura desprendía.
No pudo hacer otra cosa más que apartarse a su paso y observarle hacer imbuido del temor numinoso que la manifestación de lo sobrenatural evoca en cualquier ser humano, y a punto estuvo de marcharse y dejar que la criatura se ocupara de todo, pero una suerte de fascinación malsana se lo impidió, incapaz de apartar la mirada de la mujer cuyo rostro estaba a punto de convertirse en pulpa bajo la fría garra de la muerte que la interrogaba.
- A la clínica, la clínica... -sollozó la mujer con marcado acento rumano-. Un matrimonio estaba dispuesto a pagar mucho dinero por un riñón sano para su hijo enfermo. Íbamos a llevarla a la clínica para hacerle una prueba de compatibilidad. Por favor, no me mate... haré lo que sea...
FDI: Perdona que el post sea tan corto, pero Eclipse está paralizado (y no es para menos) y la mujer sólo puede responder las preguntas del Ghost Rider. Si tienes cualquier duda pregúntame
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Nuestros ojos huecos penetraron en su alma, tras el lamento y la súplica. Su respuesta había sido: "A la clínica." Nada bueno podía salir de allí. El resto de su explicación no hizo si no confirmar nuestras sospechas. Mercado negro. Tráfico de órganos... con niños. Era repugnante. A pesar de que comprendía y conocía la desesperación que la mujer sufría, por la que se había visto obligada a llegar al extremo de secuestrar y entregar a las criaturas, no había excusa. Su esposo la espoleaba como a una mula sobre que nunca se había esforzado en nada, lo poco que hacía por su familia, lo mucho que sus hijos dependían de ella. No estaban documentados en estados unidos, y eso dificultaba cualquier posibilidad de encontrar un trabajo que les permitiera salir adelante. Su marido había pasado a formar parte de una banda y al final, lo que había empezado siendo una sucesión de pequeños robos, acabó en allanamiento de morada, luego en agresión y al final, sin saber cómo, de manera gradual, había pasado a deshumanizar todo lo que habían hecho. De manera momentánea recordó haberse prostituido, y le asqueó esa perspectiva, como si acabara de darse cuenta de ello. Todos esos pecados se retorcían en el interior de sus iris aterrados, sin lugar a dudas, a causa de la percepción de una muerte cercana. Dicen que cuando sientes llegar la muerte, toda tu vida pasa delante de tus ojos. Quizá era peor cuando no era algo figurado, si no una realidad que bailaba enroscándose entre llamas en el fondo de nuestras cuencas vacías esperando la oportunidad de corresponder, consumiendo al pecador con todo el dolor que sus actos habían causado.
De no ser porque la mujer nos era necesaria en ese momento, su alma se habría consumido en el eterno tormento de la mirada de castigo.
Ladeamos el rostro hacia el hombre que aún continuaba allí. Podía deberse a muchas cosas. Parálisis, incapacidad para huir, culpa por el futuro de los integrantes de la furgoneta, o puro morbo. Muchas personas se sentían naturalmente inclinadas por lo sobrenatural sin ser consciente de que a menudo, se debía a que en su sangre quedaban restos o resquicios de alguna mezcla pasada entre lo humano y lo sacro o profano.
- ¿Porqué estás aquí? - gruñimos con voz de ultratumba, mientras arrastrábamos a la temblorosa mujer hacia la parte de atrás. Apenas dió dos aspavientos, demasiado dolorida y cansada para resistir mucho más. - Lo viste... y ayudaste. ¿Porque? - las llamas deformaron de nuevo nuestro rostro, las sombras de nuestras cuencas inspiraron una mirada entornada, inquisitiva. Ese hombre cargaba una inmensidad de pecados a sus espaldas, y sin embargo, no había huido. En general, suponía un gran rechazo para todos aquellos que cargaban con grandes culpas. En su lugar, él rezaba. Tenía miedo, pero sacaba fuerzas de flaqueza de donde a cualquiera no le quedarían. La punta de aguja que brillaba en el interior de nuestra mirada vacía penetraba en sus experiencias y vivencias, haciéndonos conscientes de todo por lo que había sufrido, todo en lo que se había equivocado. Vió el horror, y el terror, y la muerte. Pero entonces... ¿Porqué prestar su ayuda a los indefensos? ¿Qué interés podría tener en participar en una guerra que no era la suya, y que no suponía problema o perturbación alguna para su día a día? ¿Que objetivo tenía arriesgar la vida, por la posibilidad de mejorar la situación de uno sólo? Sólo había una respuesta factible resonando con un eco cadavérico en el interior de nuestro cráneo. -Acaso...¿Buscas la redención?- inquirimos, esperando su respuesta.
No habíamos encontrado a muchos penitentes. La mayoría de personas ignoraban el daño que habían causado, o no dudaban de sus decisiones, por perjudiciales que hubieran sido para otros. Pero unos pocos, conscientes de todo ello, al comprenderlo habían cambiado. Se habían transformado.
Kim no tenía fe en nada. La había perdido sufriendo desencantos a lo largo de los años, y resistiéndose a su presencia, lo cual le dejaba un margen de maniobra muy pequeño para enseñarle su perspectiva. Sin embargo, por extraño que pudiera parecer, el Ghost Rider era quien calmaba esa percepción desencantada de la vida que, de no pasar por su baremo, convertiría a la pequeña en un monstruo liberado cuando él aparecía. Ahora mismo, en su combinación aún inestable de mutua consciencia, era el Jinete fantasma el que estaba intrigado por la existencia de Dragoslav y del motivo que le había llevado a arriesgarse para salvar a Kim. El fuego que lamió su calavera se tornó mas pequeño, y su calavera se suavizó de una manera extraña. De pronto el negro de sus ojos no parecía tan sombrío, la dureza de los ángulos de hueso, de los agujeros en su cráneo y de su sonrisa maquiavélica se habían difuminado. Aunque era imposible obviar su apariencia imponente, incluso a pesar de su pequeño tamaño, la sensación de peligro se templó facilitando así tal vez la explicación que esperaba del mutante.
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Y llegó el momento de afrontar las consecuencias de sus decisiones cuando tuvo que responder ante la mirada de fuego del Espíritu de la Venganza. ¿Qué había esperado? ¿Que la criatura tomaría a la mujer y se marcharía, como si él no estuviera allí? No, ésa habría sido una suposición ingenua. Estaba claro que aquél momento se materializaría desde el instante en el que eligió quedarse contra todo su buen juicio.
¿Por qué hacía lo que hacía? Nunca se lo había planteado, pero la presencia de aquél ser se le hacía demasiado imponente como para no tratar de satisfacer su demanda de información.
- ¿Redención? -musitó entre sus labios resecos-. La salvación únicamente se alcanza a través de la adoración a Dios. No he cometido ningún pecado a ojos de Allah, sólo cumplo su Palabra. Dice el Corán: "Quien mata a una persona sin que esta haya cometido un crimen o sembrado la corrupción en la Tierra, es como si matase a toda la humanidad. Pero quien salva una vida es como si salvase a toda la humanidad". Dios dice que quien derrama la sangre de otros debe ser castigado con la muerte... Durante años me dediqué a ser su brazo ejecutor, pero excepto cuando estuve en el ejército y tuve que participar en conflictos armados, jamás segué una vida personalmente. Tan sólo abrumaba a los culpables con el peso de sus propios crímenes, y al final era la locura o el suicidio lo que terminaba llevándoselos a causa de sus malas acciones. Y nunca, nunca... fueron inocentes. Todos los que visité... las vidas que tomé, fueron de criminales de guerra, asesinos y violadores, la peor calaña de la humanidad. Siempre he protegido a los inocentes, y los niños son los más inocentes de todos, puesto que nacen en estado de pureza. Y no lo hago porque busque la salvación, ya que Dios siempre estará dispuesto a perdonar si el arrepentimiento y la entrega son sinceros. Lo hago porque es lo que tengo que hacer. Porque tengo el poder y la capacidad de salvar vidas inocentes y no sería correcto no hacerlo. Porque no puedo permanecer de brazos cruzados mientras se suceden las injusticias. Porque no puedo permitir que otros niños tengan que sufrir lo que sufrí yo cuando perdí a mi familia por culpa de la guerra. No más huérfanos. No más inocentes masacrados.
Y es que, en el Islam, la muerte de otros por un fin justificado, ya fuese para proteger tu hogar, a ti mismo, a tu familia, o bien porque la otra persona lo mereciera como castigo por sus crímenes, no era ningún pecado. Los cristianos fomentaban la filosofía del mártir, el poner la otra mejilla cuando alguien te golpeaba, pero en el Islam esta postura se consideraba pusilánime. En el Islam, el martirio ("la Shahâda") se consideraba otra cosa. Suponía luchar hasta el extremo de morir por una causa justa, implicando valor y arrojo. El shahîd no era un mártir cristiano, sino un guerrero, un muÿâhid.
- Sólo hubo una vez en el que una muerte llegó a pesar en mi conciencia -admitió agachando la mirada-. Un soldado, un hombre joven, con familia, que únicamente cumplía órdenes... se suicidó después de recibir mi visita, abrumado por el peso de la culpa. Pero no fue realmente su culpa... En todas las guerras hay muertos, y uno simplemente obedece lo que sus superiores le ordenan. Aquél hombre no debía morir... pero murió, porque en mi arrogancia de aquél entonces me permití arrogarme el conocimiento y la capacidad de decisión del mismo Dios. Y comprendí que sólo Allah posee la sabiduría necesaria como para dictaminar quién vive o muere, para separar los justos de los pecadores. En aquella época acababa de despertar mi gen mutante y, en mi desconocimiento, cometí la osadía de creerme un enviado de Allah, una encarnación del Ángel de la Venganza, para llevar el castigo a los culpables en su nombre. Cuando comprendí que no era tal... que no era más que un mísero mortal... abandoné esa senda y desde entonces me dedico a servirle con humildad, salvando a cuantos inocentes pueda, mas sin tomar ninguna vida, pues ésta es una labor que corresponde sólo a Él... y a sus ángeles.
Se arrodilló entonces ante el Ghost Rider, en completa sumisión y entrega.
- Si en verdad sois el auténtico Ángel de la Venganza... lo único que puedo hacer es suplicar clemencia y pedir vuestro perdón por la arrogancia que cometí hace tantos años al creerme lo suficientemente digno como para llevar vuestro nombre. Estoy a vuestra merced.
Y aunque era verdad que en aquél momento tenía mucho que perder, ahora que por fin había encontrado una compañera en su larga y solitaria vida, Drago no tenía miedo, y no lo tenía porque sabía que, a pesar de sus errores, durante toda su vida lo único que había intentado había sido servir la voluntad de Allah, aunque hubiera estado equivocado. Y dice el Corán: “No digáis de los que han caído sobre la Senda de Allah que están muertos: están vivos...”. Vivos, porque el que ha confiado en Allah, ha confiado en la eternidad sin temor a la muerte. Porque su fe en su Dios anidaba en lo más hondo de su ser y no dudaba en su Justicia porque era su Verdad la que sostenía los cielos y la tierra.
Y, en éste convencimiento y confianza plena hacia su Dios, cerró los ojos y se entregó a Él.
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Nuestra expresión permaneció imperturbable. El discurso del hombre fue recrudeciéndose a medida que desvelaba los detalles de una vida que habían supuesto para él el comienzo de una vorágine que le había consumido. Lleno de dolor, de pérdida, de odio y de venganza. Cómo había tomado represalias, llevado por un delirio que sin duda tenía que haber nacido del tormento al que le habían sometido. Pudimos ser capaces de comprender que esa bestia que instantes antes había aparecido se trataba de ese mismo hombre, que había utilizado algún tipo de poder para transmutarse en ese monstruo. Era un mutante, lo que le convertía en un repudiado en cualquier parte. Era un hombre religioso, un huérfano de la guerra que había cometido actos imperdonables. Que aún así, había sido capaz de sacar poco a poco la ira de su corazón, hasta convertirla en la aceptación de sus límites. Había sido capaz de asumir que el plan divino no le hacía imprescindible, adorara al Dios que adorara. Sus creencias se habían afianzado con los años, y la fe formaba tan parte de su corazón como las cicatrices de las experiencias por las que había pasado, que formaban en su alma un mallazo fuerte y denso, plagado de horrores. A medida que hablaba de todo aquello nuestras conciencias comenzaron a separarse, como si nuestra recién formada conexión desapareciera…
El fuego del Ghost Rider se intensificó, a pesar de que su cuerpo no se movió ni un ápice. Sus llamas llenaron el interior de la furgoneta con una luz intensa y ardiente, despejando hasta el último resquicio de sombra que hubiera podido quedar, hasta de los recovecos más pequeños. En el interior de sus ojos brillaban dos pequeñas esquirlas como de metal candente, y el calor comenzó a volverse asfixiante, mientras se dirigía hacia el hombre que, arrodillado frente a él, aceptaba su destino y le rendía pleitesía. Sus pasos fundieron el metal, convirtiendo sus huellas en flores arrugadas que parecían enfriarse en cuanto su cuerpo dejaba de hacer contacto con ellas. Su mano de hueso se hundió en la nuca del mutante, cogiéndolo de la parte trasera del cuello. A pesar de lo cual, sus llamas no le quemaron. Sólo le produjeron una sensación de calor intenso, como si acabara de entrar en una sauna. Con un gesto gradual, y tan lento que sólo podía querer hacerlo así a propósito, el fantasma de la venganza lo enderezó y observó los ojos de Drago, que ignoraba que no eran más que una ilusión.
- Deja que tus creencias calmen tu espiritu.- gruñó con el sonido con que se arrastran las cadenas en el interior del pozo más profundo. - Pero ni toda la convicción del mundo te permitirá creer que no hay culpa en poner el arma en la mano de quien sabes que apretará el gatillo. - los dos soles enanos de sus ojos se incendiaron, dibujando llamas en el interior de sus cuencas vacías. Allí uno podía asomarse durante unos segundos agónicos a algo que iba más allá del final. Más lejos y aún peor. Algo que ni los demonios podían llegar a imaginar. Lo único que impedía que la mirada de castigo hiciera presa a ese hombre era la marca. La diferencia sutil, pero fundamental. Muy pocos sobre la tierra eran los que no merecían castigo. Todos los seres acababan haciendo daño, por conveniencia, por convicción, por inacción. Sin embargo, unos pocos eran capaces de superar ese instante de juicio, que no era ni demoníaco ni divino. Que formaba parte de ambos mundos, pero que trascendía alejándose de los dos. Algo se agitó en su interior. Algo que el espectro no estaba habituado a percibir. Una duda. Un deseo. Una comprensión que se escapaba a todo lo que había sentido desde que se había visto atrapado en ese cuerpo que no era suyo. - Tu…- su voz se arrastró de un modo condenatorio, mientras el fuego del Ghost Rider se replegaba sobre la calavera. - Ya sientes su dolor. - Su dolor... Tan intenso como un cuerpo abierto en canal, que siempre había permanecido como una frontera firme. No había podido pasar a través de él, y ahora, sus llamas se estaban ahogando dentro. Su juicio permanecía intacto, sabía que ese hombre podía recibir castigo. Pero ahora había algo más, algo que nunca había entrado en juego en veinte años. Algo que estaba espoleando su espíritu, y que lo replegaba…
Kim.
Ella comprendía a Drago, de una manera tan visceral y poderosa, que estaba intercediendo por él.
En algún lugar en el interior de su cráneo, sus ojos rasgados llenos de miedo le contemplaron a través de su calavera. Su conciencia estaba bañada en lágrimas. Entendía lo que habría supuesto para él vivir sin padres, igual que lo fué para ella. Interceder en una guerra plagada de horrores que no tenían nombre, ni rostro, y que estaban dispuestos a devorarte si los dejabas. No importaba si eran armas, hombres, bestias o demonios. No importaba quién de los dos había sufrido más, o porqué razón. Lo único que le interesaba era que los dos habían padecido lo indecible, y aunque sus pecados no podían borrarse, si podían ser la base para construir algo sobre ellos. Algo que Drago ya tenía en marcha. Algo que Kim acababa de empezar.
Dos siluetas, una frente a la otra, enorme y ardiente la del Ghost Rider, pequeña y frágil la mía. En ese lugar recién descubierto que sólo nos pertenecía a nosotros, y en el que en mi última visita, había estado a punto de morir. Le miré desde la distancia, llena de pánico. Comenzó a andar hacia mí, haciéndome sentir una mota, que podía ser aplastada sin esfuerzo por sus firmes convicciones. Llegó a mi altura, y pasó de largo, como si yo no existiera. Él tenía un cometido. Una razón de ser en el mundo. Yo no tenía nada. No había podido. En veintiocho años no había hecho más que subsistir, obedecer y huir. Cada uno de sus pasos encendía un camino de llamas por el que yo no estaba capacitada para pasar, y todas en ese momento le llevaban de manera ineludible hasta el mutante. Algo se revolvió dentro de mí, como si fuese a escapar de debajo de mi piel. Sus pasos eran lentos, pero inexorables. Cada vez más cerca. Como si el cuerpo me pesara un millón de toneladas, empecé a correr a su lado, donde él no me veía. Cada segundo como si durase una hora entera, en la que yo corría con todas mis fuerzas, intentando ponerme a su nivel, mientras él andaba con esa lentitud pesarosa del juez a punto de dictar sentencia. Pero hiciera lo que hiciera no le alcanzaba. Me dejaba atrás. No podía llegar hasta él manteniéndome a distancia. La única manera… Era entrar en su camino en llamas. Donde parecía que el tiempo era tiempo, y su cuerpo no pesaba. El miedo me atenazó las piernas. Todo en mi suplicaba que no lo hiciera, aterrorizada de que me devoraran las flamas. Alargó su mano de hueso hacia el mutante arrodillado, sujetándole el cuello, haciendo que se levantara. Iba a pasar. Sin importar cuanto me doliera. Debía ser ahora o nunca. Con un grito desgarrador, salté al fuego, dispuesta a dejar que me consumiera, si era el precio a pagar para intentar que me viera. Sentí mi mano al aterrizar sobre las ascuas, en un camino que no me reportó dolor, si no una calidez que se transmitió a cada una de mis extremidades, dándome fuerzas. En el sprint más rápido de mi vida, corrí con las manos extendidas hacia el espectro. En el mismo instante en que se preparaba para mirar al mutante a los ojos, mis manos aferraron sus costillas desde la espalda. El mundo se congeló durante un sólo instante, antes de que el esqueleto se girara con suavidad. Su calavera se torció, al encuentro con nuestros ojos. Jadeante, y con más valor del que creí que tendría, miré a sus cuencas vacías. Quizá sólo fuese mi impresión, pero de alguna manera, sentí que se extrañaba. Como si fuese la primera vez que reparaba en mi. No lo hice con palabras. Sólo me mantuve sujetando sus costillas entre mis manos, sintiendo como el fuego demoníaco que le envolvía lamía también mi carne. Negué con la cabeza…
Y el tiempo se escurrió en un diálogo mudo.
Todo se desvaneció a mi alrededor, el camino, su silueta, el fuego. Hasta que sólo quedó el rostro de Dragoslav, que estaba sujetando con mis manos. Mi cuerpo entero estaba tiritando, y mi frente estaba perlada en sudor. Me quedé allí, presa de una palidez extrema y de un temblor que fue haciéndose cada vez más y más grave. Me caí de rodillas, golpeándome fuerte y chocando luego contra el torso de Dragoslav. No tenía fuerza ni para sujetarme. A pesar de que a causa de su presencia hacía calor en el ambiente, exhalé vaho. Para mi estaba helado. Mi rostro se deformó, y se me ahogaron los gritos en la garganta produciendo sólo un gemido que me dolió en los pulmones, mientras se me llenaban los ojos de lágrimas. Lloré como lo hacen los niños. Sin disimulo, sin mesura, y sin límite. Lo había descubierto. Después de todo ese tiempo…
Él tenía un cometido… pero yo también podía decidir.
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A lo largo de toda su vida como héroe, antes de recuperar la cordura y comprender que era un mutante y no un enviado de Dios, el mundo sólo había tenido dos dimensiones para Drago: blanco, negro; bien, mal; luz, oscuridad. Todo era mucho más simple, entonces.
Dentro de la gigantesca metáfora que constituía su día a día, creía ser capaz de distinguir la corrupción o la pureza en los corazones de los hombres en términos de luz y oscuridad. Como Ángel de la Venganza se sentía atraído por las tinieblas de la degradación humana, por eso escogía los lugares más sórdidos para operar. Que otros héroes se disputaran la Gran Manzana, con sus iluminadas y resplandecientes avenidas y sus cuidados parques; él se quedaba con el Bronx y Gotham.
Porque la oscuridad llama a la oscuridad, y sólo dónde hay tinieblas puede la luz brillar.
El Ghost Rider acababa de hacer suya su metáfora al extinguir con su ardiente luz la oscuridad que se había convertido en su sello personal, arrebatándosela de la misma manera en la que le había despojado de su identidad, y, a medida que sus pasos se iban acercando, dejando un reguero de metal fundido tras él, el mutante comprendió que no era lo único que pensaba tomar de él.
Fríos y descarnados dedos se hundieron entre sus cabellos, aferrándole del cuello y las llamas que resplandecían en el interior de aquellos dos pozos de oscuridad se clavaron en las vacías cuencas que constituían los suyos, enmascarados por la ilusión.
Y la voz del verdadero representante de la Venganza de Dios, se dejó oír:
- Deja que tus creencias calmen tu espíritu -dijo con su tono de ultratumba-. Pero ni toda la convicción del mundo te permitirá creer que no hay culpa en poner el arma en la mano de quien sabes que apretará el gatillo.
Una parte dentro de él sabía que tenía razón. Lo había sabido desde el mismo instante en el que había comprendido que no era un ángel de Dios sino un simple mortal sin derecho a juzgar ni condenar, pero intentaba no pensar en ello para no volverse loco, no más de lo que lo había estado. Sin embargo, ahora, al contemplar el fuego abrasador que se encendía más y más en aquellas cuencas reflejo de las suyas comprendió que nada podía escapar a aquella mirada. Cualquier culpa, por pequeña que fuera, cualquier duda, por razonable que fuera... Todo cobraba una nueva dimensión a la luz de aquella realidad cruda y despiadada.
Era un asesino. Por más que lo intentara encubrir o justificar, aquella era la verdad, pura y simple.
Y el Ghost Rider, como representante de esa realidad sin paliativos iba a ser su verdugo.
En el instante de terror que propicia el conocimiento de la inminencia de la muerte, Drago se preguntó muchas cosas. ¿Había estado equivocado? ¿Había desperdiciado su vida en una búsqueda fútil de venganza cuando podría haberse dedicado a cumplir otras metas? Podría haber completado una carrera en el conservatorio, haber hecho realidad su sueño de convertirse en compositor... Ahora podría estar casado y con hijos sin tener la impresión de haber tirado por la borda la mitad de su vida, y ante éste pensamiento, de manera ineludible le llegó la imagen de Cassandra. Cassandra... Sólo llevaban un mes juntos, acababa de descubrir lo que significaba la verdadera felicidad y empezaba a acariciar la perspectiva de un futuro conjunto... Y ahora, todo ello se vería truncado... Y en lo único en que podía pensar era que no iba a poder pedirle perdón por dejarla así, ni despedirse de ella... Todo por su arrogancia y su estupidez.
Pero el juicio que esperaba no llegó. En su lugar, palabras que no comprendió se deslizaron por el aire:
- Tu… Ya sientes su dolor.
¿A quién le estaba hablando? No parecía dirigirse a él. Las llamas que con tanto ímpetu habían ardido hacía un segundo se estaban replegando, apagando... Toda la imponente figura parecía menguar y encogerse hasta que sólo quedó la pequeña niña a la que había intentado salvar, sujetando su rostro entre sus diminutas manos.
Durante un instante, ninguno de los dos se movió o hizo nada. Él estaba demasiado impactado aún por lo que acababa de presenciar, lo que había estado a punto de suceder, y ella... ella parecía que acababa de enfrentarse a la mismísima muerte. Estaba pálida, temblaba, y su frente estaba cubierta de sudor.
El silencio sepulcral que parecía haber congelado aquél momento se rompió cuando ella cayó finalmente al suelo de rodillas y de allí se desplomó contra su pecho. Drago la sujetó por instinto entre unos brazos que notaba acartonados, como de plomo. En cierto sentido sostenerla a ella fue como sostenerse a sí mismo también mientras el latido desbocado de su corazón se ralentizaba poco a poco y su respiración se tranquilizaba.
Ella rompió a llorar como una niña, haciéndolo todo más fácil. Ayudando a olvidar el monstruo que había sido un segundo antes. Poco a poco Drago se relajó y la abrazó de una manera más segura y estable, acariciándole el cabello y meciéndola para confortarla y tranquilizarla.
- Shhh... -susurró, a modo de consuelo-. Ya está... Ya ha pasado.
Había estado a punto de morir a manos de la criatura en la que ella se había convertido, y, aunque estaba muy lejos de tener una mínima idea de lo que había ocurrido, o de comprenderlo, nunca había sido capaz de resistirse al dolor de un niño.
Ya habría tiempo para las respuestas.
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¡Siento muchísimo la tardanza! Entre vacaciones y prácticas era para volverse loca.
El hormigueo intenso que aún me atenazaba el cuerpo era lo único que me aseguraba que no estaba muerta. Peleaba por mantener la conciencia en un esfuerzo titánico, aunque no tanto como la batalla que acababa de librar. Mas allá de mis principios, mas allá del dolor, mas allá del miedo. Ahora no podía pensar, no quería hacerlo. Con fuerzas provenientes de algún sitio que ignoro, mis manos se aferraron a la camisa de Dragoslav y apretaron con un puño que parecía capaz de derribar montañas. Aunque mi cuerpo había perdido la fuerza, una parte de mi sintió que con quererlo, podría partir el mundo entero por la mitad. La angustia, el pánico, la voluntad, todo ello se vertía desde mis ojos y empapaba el pecho del hombre que me contenía contra sí en un abrazo que llevaba haciéndome falta desde siempre y que había tardado veinte años, pero que ahora parecía capaz de perdonar por su demora. Ni siquiera me molestó que me acariciara la cabeza. Casi deseé pedirle que continuara, que me apretara mas fuerte, que no me dejara ir. Pero nada de eso hizo falta. Había estado a punto de morir, y aún así, cuando tuvo la ocasión en lugar de huir se quedó y trató de aliviar mi sufrimiento. No se cuanto tiempo lloré contra él, pero fue lo bastante como para sentir de nuevo mis piernas. De manera dudosa, planté un pie, impulsándome con pesadez hacia arriba. Solté su camisa sólo para poder rodear su cuello con mis pequeños brazos y me aferré a su espalda. Mis gritos se redujeron poco a poco hasta ser sollozos, y mis brazos comenzaron a dejar de temblar, a medida que sus caricias tranquilizadoras empezaban a afectarme, y una sensación se alzaba por encima de todas las demás. Jamás creí que fuese a sentir eso. Nunca en mi vida. Me había condenado a una vida aislada, de los demás, de él. Me había esclavizado bajo el yugo de su amenaza constante. Del pavor que me producía sus imposiciones. Por primera vez en veinte años, sentí que había hablado de verdad con el Ghost Rider, a pesar de que en realidad no había dicho ni una sola palabra, ni el tampoco.
Y no podía llegar a entender que aquello me transmitiera un alivio semejante.
Tardé tiempo, no se cuanto, en conseguir que mi temperatura se adaptara. En dejar de temblar. Aún así no quise renunciar al calor del cuerpo de ese hombre, que me había dado más de lo que yo podría llegar a deberle. Perdonarle su vida era tan sólo una brizna de lo que habría tenido que hacer por él, para pagarle lo que acababa de suceder. Drago no sólo había forzado esa situación. La que me había hecho elegir, de manera definitiva, quebrando mi espíritu y haciendo que me lanzara a cometer un acto que antes habría preferido ignorar aunque tuviera que pagarlo con mi vida. También era la prueba viviente de que el mal tenía redención. No podemos cambiar nuestros actos pasados. Pero el presente nos llevará a quien seremos en el futuro. Me había mostrado que en algunos casos, merece la pena tener fe. Que por escasa que fuera, podía haber esperanza.
En mi mundo negro, y lleno de horror, una mera chispa era mas luz de la que pudiera llegar a imaginar.
Me costó casi tanto poder volver a hablar. Como si algo me constriñera la voz en el pecho, y si pronunciaba la mas mínima palabra, fuese a estallarme el tórax. Me dolían los ojos de tanto llorar, y los pulmones de tanto contraerse. Hasta sentía calambres en el diafragma. Pero en cierto modo, eso se convirtió en un recordatorio de que continuaba viva. Sonaba estúpido, pero en cierto modo, me hizo sentir feliz.
- Gracias...- susurré con todas mis fuerzas. Era posible que si me oyera, fuese sólo porque tenía mi boca casi pegada a su oreja mientras le abrazaba. - Gracias...- volví a repetir. Era una palabra que se me antojaba extraña. Como si fuera la primera vez que la pronunciara en la vida. Aunque puede que se debiera a que nunca había sido tan real.
Esperé que fuera él quien me soltara, para poder alejarme un poco y ver así su rostro. Era un hombre... no sabría describirlo. A menudo era muy capaz de saber si un hombre me atraía. Qué era bonito o feo según mi opinión. Con él... era incapaz de saberlo. Era como una incógnita. Siempre había visto a las personas un poco en términos de blanco y negro. O mas bien, negro y negro. Solo eran almas feas en contenedores bonitos. Cuando le miraba a él, no sentía que fuera blanco, o negro. Ni siquiera gris. De pronto, como si hubiera sido toda mi vida ciega a los colores, veía en el todo lo que me había estado perdiendo. Pestañeé varias veces intentando salir de mi asombro, encontrar una explicación. Pero estaba sobresaturada, con todo lo que me había pasado.
Un gruñido me despertó de esa extraña ensoñación. En la cabina alguien había hecho eso. La cabina del camión donde me habían raptado. El ruido. El accidente. Mis ojos se secaron, y las últimas lágrimas descendieron por ellos. Titubeé, intentando comprender dónde estaba, y porqué. Miré a Drago de nuevo, como si fuera la primera vez.
- Yo...- una sensación ardiente atrapó mi pecho. Mi función. Mi cometido. No... mi... mi... - Ten-tengo... tengo que seguir. - musité, al darme cuenta. Había algo pendiente. Algo que debía hacer. Algo que no podía quedar sin castigo. Una sensación familiar retornó a mi cuerpo. Mi... No. - Tengo que llegar al fondo de esto. No quiero que mas niños desaparezcan. No quiero que un montón de padres teman por sus hijos. - miré a Drago, como si por fin hubiera entendido algo que, en realidad, residía mas en un extraño instinto que palpitaba en mi interior por primera vez. - Hoy has pasado por mucho. Si no quieres venir lo entiendo. Pero yo no puedo pararlo. Ahora no. - ¿Porqué lo necesitaba? ¿Porqué lo sentía en mi carne como si...? - ¿Bajas, o vienes conmigo? - pregunté por inercia. Nuestra función... nuestra...
Si. Mi... ya no era la palabra.
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Ficha de Personaje Alias: Eclipse Nombre real: Dragoslav Katich Universo: Marvel
No habría habido palabras en el mundo para describir la confusión que Drago sentía mientras sostenía contra su pecho el cuerpecillo estremecido y sollozante de una niña pequeña que apenas unos minutos antes había sido una monstruosidad de pesadilla salida del infierno que había estado a punto de matarle. Tenía la mente totalmente en blanco, como cuando se ha mirado de frente a la muerte y tu cerebro aún no lo ha terminado de procesar. Seguía acariciándola y consolándola no sólo porque era evidente que la chiquilla lo necesitaba, sino porque, para ser honestos, tampoco habría sido capaz de hacer mucho más en aquellos momentos. Estaba como en shock, incapaz de pensar o de hacer nada coherente.
Drago había vivido numerosas situaciones límite en el último año; había vivido la Colisión contra otro universo, descubierto que los protagonistas de los cuentos existían de verdad, había conocido lo que parecía ser un ángel de cabellos carmesíes, había estado a punto de morir a manos de un cazador venido de otro planeta y había luchado contra zombies, una vampira e incluso la mismísima diosa de la Noche, pero nada le había resultado tan impactante como encontrarse cara a cara con la personificación de aquello que durante años había creído encarnar, ser sometido a su juicio, juzgado culpable y, por alguna razón incomprensible para él, resultar absuelto.
Pero, justo cuando creía que su confusión ya no podría aumentar más, la niña le dio las gracias. ¿Gracias? ¿Gracias... por qué? En todo caso tendría que ser él quien se las diera a ella, pero seguía sin poder articular palabra, por lo que simplemente la soltó y se quedó observando aquél rostro en apariencia inocente, tratando de entender cómo podía encerrar dentro tamaño horror, y sin ser capaz de imaginar por un sólo instante lo que debía de suponer para ella. El calvario por el que debía estar pasando.
¿Por qué? ¿Por qué, Dios? ¿Por qué has escogido para ser el representante de tu Justicia en la Tierra a una niña pequeña? ¿Por qué?
Como hombre creyente, rara vez cuestionaba los designios de su Dios, pero aquello ciertamente ponía a prueba su fé. ¿Qué clase de Dios le haría algo así a una niña tan pequeña?
Un quejido sordo brotó de la cabina del camión, recordándoles a ambos dónde se encontraban, qué había pasado y lo que estaban tratando de impedir.
- Yo... Ten-tengo... tengo que seguir. Tengo que llegar al fondo de esto. No quiero que mas niños desaparezcan. No quiero que un montón de padres teman por sus hijos. Hoy has pasado por mucho. Si no quieres venir lo entiendo. Pero yo no puedo pararlo. Ahora no. ¿Bajas, o vienes conmigo?
Todavía de rodillas en el suelo la miró sin decir nada, con una expresión indescifrable bajo la ilusión que cubría su rostro. Acto seguido se puso en pie y, conforme lo hacía, las sombras se iban elevando al mismo tiempo por su cuerpo, recubriéndolo con mimo como si se tratara de un traje, brotando de su espalda como el esqueleto de unas alas que habían perdido sus plumas y ocultando los rasgos de su cara hasta dejar al descubierto únicamente los ojos, de un amarillo resplandeciente sin pupila. Ya no le preocupaba asustar a la niña, estaba claro que había visto y vivido cosas mucho peores. La rumana, en cambio...
- Por favor, por favor...
Sollozaba, temblaba y había perdido el control del esfínter. Era fácil imaginar que no había pasado tanto miedo en su vida. El Ghost Rider era aterrador, pero la forma de sombras de Drago, ante simples humanos, no se quedaba atrás. El mutante no tuvo necesidad de hablar. Le bastó con elevar a la mujer de la pechera del traje y clavar sus pozos de dorada furia en sus ojos para que ésta cantara absolutamente todo, incluida la dirección del viejo hospital abandonado al que llevaban a los niños para la extracción de órganos.
No llevó más de 20 minutos el trayecto hasta unas instalaciones abandonadas del hospital Creedmor en Queens. Los dos justicieros junto con su involuntaria guía bajaron del camión y emprendieron el camino que llevaba hasta la entrada. A Drago no le costó nada franquear el acceso utilizando una cuchilla láser que salió de su puño para cortar las cadenas con cerrojo que mantenían la puerta cerrada, y, una vez dentro, mantuvo su mano iluminada para ir alumbrando el paso por los oscuros corredores abandonados. Las ratas y las palomas habían hecho del desierto edificio su dominio; la basura y las deposiciones de los pequeños animales se acumulaban llegando a formar verdaderas montañas y el hedor era insoportable. No eran las mejores condiciones higiénicas, especialmente para hacer operaciones de extracción de órganos, pero Drago imaginaba que las condiciones de salud de los pacientes eran lo que menos importaba a aquellos desalmados.
Finalmente llegaron a una sala más amplia a la que se accedía bajando por unas escaleras. Al ser de noche, la única iluminación que llegaba procedía de una lámpara oxidada que pendía del techo justo encima de una mesa de operaciones manchada de sangre sobre la que descansaba el cuerpo inerte de un niño al que le habían amputado el pie derecho. El niño estaba sujeto a la camilla con correas y tenía los ojos vendados. Aquella visión fue suficiente para encender la sangre del mutante. Sus ojos resplandecieron, y una nube de oscuridad se abatió sobre los dos cirujanos que se encontraban en aquél momento lavando el instrumental quirúrgico. Fue tan rápido que apenas les dio tiempo a reaccionar. Sólo vieron como una masa de oscuridad que parecía viva se abatía sobre ellos, cubriéndolos como un manto al tiempo que el líder de los X-Men saltaba desde lo alto de las escaleras a la sala y se abalanzaba sobre los dos hombres.
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Ficha de Personaje Alias: Tortita Nombre real: Kim HwaJae Universo: Marvel
Mi cuerpo comenzó a moverse sólo, pero quedó paralizado en el mismo instante en que me percaté de que las sombras reptaban hacia él como zarcillos envolviendo todo su cuerpo en una penumbra densa que me remitía a algo sobrenatural. Aunque supiera que no se trataba de nada demoníaco, a veces costaba analizar por instinto lo que se percibía con tanta nitidez con los ojos. Observé esa silueta monstruosa mirándome con esos... era tan sobrecogedor. Como oro derretido. Se me erizó el pelo de la nuca. El ver horrores sólo los hace tolerables, pero no significa que tus miedos desaparezcan, y aquella cosa en la que se había convertido era de esas que cuando narras la historia de terror junto a la hoguera nunca se describe bien con palabras. Se aproximó con grandes zancadas lentas hacia la mujer que había recobrado el conocimiento, oliendo a meados y diciendo cosas ininteligibles le bastó un prolongado silencio de esa mirada de pesadilla para que la mujer se quebrara del todo, y comenzara a hablar.
Hasta se ofreció a indicarles el camino. La ruta fué corta, y de incógnito. Habríamos llegado en un parpadeo si me... nos... hubieramos transformado. Pero era mejor no arriesgarnos a llamar la atención, y por muy sutil que pretendiera ser, una furgoneta envuelta en llamas no era lo mejor para aproximarse a un sitio en el que los que están dentro no quieren que los encuentres.
Estacionamos en un lateral, y ambos bajamos del vehículo hecho polvo. El asalto del mutante no había pasado desapercibido. Se veían roturas en el cristal y sangre en las ventanillas. Aún así, en la zona por la que se movieron, no les pararon. Era algo digno de mención si parabas a pensarlo durante un segundo. Aterrizaron en esa calle vacía frente a un inmenso edificio con un jardín abandonado y pinta de que por allí no pasaba nadie en décadas. Avanzamos hacia una de las puertas laterales, para descubrir que estaba cerrada con una cadena.
Sentía la boca seca y una especie de garra en el pecho que me apretaba el corazón y los pulmones cuando le miré por el rabillo del ojo. Ni siquiera nos habíamos presentado como es debido. Me parecía un poco estúpido hacer ese tipo de cosas ahora, pero la situación ya había sido bastante extraña...
- Oye...- me retiré un mechón de pelo tras la oreja mirando al suelo. - Me llamo tortita. - le dije sin más, antes de ver cómo de su mano surgía una cuchilla iridiscente que cortaba las cadenas como si fuesen mantequilla. Mis ojos se abrieron, al igual que mis labios, para dejar paso a una expresión sorprendida. Era un poder que no me era desconocido, pero el del ghostrider provenía del infierno, y aún no estaba segura de qué iba ese hombre que me acompañaba. Sólo sabía que albergaba buenos sentimientos, y también que me había acompañado por propia voluntad.
Nos adentramos en un lugar abandonado digno de cualquier videojuego de terror, con el olor a mierda en la nariz, y el sonido de miles de patas que buscaron cobijo en cuanto la luz improvisada del mutante hizo su aparición a modo de farolillo en las manos. Tratamos de hacer el menor ruido posible, pero incluso con ello, era imposible de evitar los crujidos de los restos sobre el suelo. La única sala que parecía iluminada con una luz tenue estaba al fondo de un pasillo, y cuando entornamos la puerta para observar en su interior, parecía un quirófano viejo. Incluso a pesar de la peste, se podía oler la sangre. Es un aroma muy característico, una vez te has habituado a él. Como el de los cuerpos descomponiéndose, o el de la carne quemada. Son olores que jamás, jamás olvidas.
No me dio tiempo ni a considerar la situación. El mutante se abalanzó contra los dos médicos, cubierto en un mar de sombras que ni a mí misma me dejaban ver. A pesar de esa densidad negra, sensación que sólo podía comparar con estar ciego en un instante, pude oír los gritos de horror de los dos hombres. Un instante después todo fue barullo, sus gritos alertaron a dos guardias que estaban en la puerta contraria, y entraron armados apuntando a una gran nada negra que les hizo decir unas cuantas maldiciones en algún idioma desconocido.
No podía dejar que el mutante se ocupara de todo. Sólo no.
Noté esa sensación asfixiante cuando mi carne se desprendió del esqueleto... dándonos paso. Contemplamos nuestras manos de hueso como si fuera la primera vez que las veíamos. entre esa oscuridad, me bastaba con oír los gritos para ver mas allá del vacío. Las cuchillas de fuego aparecieron bajo nuestros cuando aceleramos con intención de cubrir al hombre hecho de oscuridad. Al que podía cortar con luz. Nuestra intención no era matar. No por el momento. Inmovilizaríamos con cadenas a todo aquel que quedara en nuestro paso. Queríamos saberlo todo. Hasta el último de sus pecados. Desde los que habían cometido hasta los que tuvieran pensado cometer. A veces el regocijo de la gente de alma negra era tan grande que las fantasías del mal en sus cabezas se dibujaban como neblina...
Para la mirada de castigo esa niebla era como cubrir la pira con alcohol de quemar.
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Ficha de Personaje Alias: Eclipse Nombre real: Dragoslav Katich Universo: Marvel
Tortita no podía verlo desde el interior de la camioneta, pero la razón de que nadie les parara era que Drago había cubierto el vehículo con una ilusión que ocultaba todas las evidencias del enfrentamiento que había tenido lugar, haciéndolo pasar por un turismo perfectamente normal.
El mutante había pasado todo el camino con la mente saturada por todo lo que había ocurrido. Y es que, de todas las cosas increíbles con las que se había topado desde la Colisión, aquello era lo que más le había impactado. Sí, la revelación de la existencia de otros dioses además de Alá había sido algo... disruptivo, pero ni siquiera cuando había estado a merced de la diosa Nox sintiendo cómo se le rompían los huesos ante la presión de sus tentáculos había experimentado un pavor reverencial semejante al de encontrarse frente a frente con la calavera en llamas que encarnaba el Espíritu de la Venganza.
Cualquier otra persona habría colapsado, incapaz de procesar lo ocurrido, pero él lo afrontaba de la única manera que sabía, activando su chip de soldado. Los soldados tenían que afrontar situaciones extremas durante la guerra, y la única manera que tenían de superarlo era apagando temporalmente su humanidad y centrándose en el objetivo de la misión que tenían que lograr. Eso mismo hizo él, enfocándose por completo en la tarea que tenían ante sí, olvidándose de que, debajo de las llamas y las cadenas, había una pequeña personita.
- Oye... Me llamo tortita.
Hizo una breve pausa en su tarea de cortar la cadena de la puerta para mirarla con estupor, como si acabara de recordarlo. También influía que no terminaba de comprender bien el papel que tenía la niña en aquél terrorífico dúo. ¿Era una posesión? ¿En una criatura tan pequeña? Más bien temía comprenderlo.
- Me llamo Dragoslav -dijo, dudando por un instante antes de terminar ofreciéndole una mano, inseguro acerca de cómo debía tratarla. Porque considerarla como una niña parecía un poco fuera de lugar, ¿no?-. Mis amigos me llaman Drago, pero mi nombre código es Eclipse.
La sorpresa en la cara cuando le vio usar el láser le causó cierta confusión. ¿De verdad había algo capaz de sorprender a un ser como aquél? Especialmente siendo algo tan mundano como los simples poderes de un mutante.
- No es nada, yo... Controlo la luz -le explicó de manera sucinta antes de franquearle el paso-. Me permite generar ilusiones y graduar el nivel de oscuridad. Soy un mutante. ¿Y tú? ¿Qué...? Ehm... -guardó silencio, sin saber cómo abordar un tema tan peliagudo como el por qué o cómo una niña de ocho años se transformaba en un esqueleto ardiente. Las habilidades sociales nunca habían sido su fuerte, así que se sumió de nuevo en un hosco silencio.
Cuando se abalanzó sobre los médicos ilegales notó el siseo del fuego y el olor de la carne quemada, pero, aunque él sí podía ver en su propia oscuridad, prefirió no hacerlo y centrarse en acabar con sus enemigos. Los gritos de los pistoleros que acababan de irrumpir en la habitación eran toda la información que necesitaba.
En cuanto hubieron despejado la sala se dirigieron hacia aquella de la que habían salido los pistoleros, una habitación inmensa cubierta de jaulas con niños. En el centro había una mesa y varios carniceros más, todos apuntando hacia la puerta con sus armas, pero no estaban preparados para lo que iban a afrontar. Una oscuridad densa repleta de ojos y colmillos entró reptando pesada pero implacablemente, como si se tratara de una puerta al mismo infierno. Ésta vez Drago tuvo la precaución de cubrir las jaulas donde estaban los niños con un sudario de oscuridad para impedir que pudieran presenciar el horror de pesadilla que de inmediato provocó los gritos de pavor en aquellos miserables. Los disparos se sucedieron, hundiéndose sin causar daño en las sombras cuando las fauces se proyectaron, ávidas, hacia ellos. A varios de los niños les faltaban miembros y llevaban vendajes ensangrentados, y un velo rojo enturbió su visión.
Oh, ésta vez no pensaba controlarse.
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Ficha de Personaje Alias: Tortita Nombre real: Kim HwaJae Universo: Marvel
- Eclipse es un nombre muy molón. ¿Lo elegiste tu? - me sentí idiota en el mismísimo momento en que esa mierda de pregunta me salió disparada de la boca. No sólo era una pregunta estúpida, además daba lugar a otras posibles preguntas sobre mi propio nombre, porque era obvio que por muchos padres tarados que hubiera por ahí, nadie llamaba a su hijo tortita a menos que tuviera un problema mental grave. La risa posterior no fue incómoda, fue lo siguiente. Para rematar la faena, cuando me tendió la mano, en lugar de estrechársela se la choqué. Podía jurar que no era premeditado en absoluto, era casi como un gesto mecánico. No pareció darle mucha importancia, y gracias, porque me estaban empezando a sudar hasta las manos de los nervios. Por suerte Drago parecía bastante centrado de a qué íbamos y porqué.
Cuando explicó el motivo del láser, todo empezó a quedarme más claro.Y sin embargo volvía a hacer otra gilipollez de pregunta.
- ¿Así que no puedes convertirte en monstruo? - Pensó en lo que había visto en la camioneta. Seguía siendo una idiotez de pregunta.
¿Porqué me pasaba eso? Creo que porque me sentía expuesta cerca de él. O porque ahora siempre lo asociaría a lo que había pasado. Para él puede que fuera algo irrelevante, aunque las experiencias cercanas a la muerte no solían serlo, pero para mí significaba otra cosa. Había sucedido algo esa noche. Había empezado algo, y ese algo era trascendental. No estaba preparada para encajar eso de ninguna manera. Pretender que podía volver a comportarme como una niña era absurdo, pero no estaba preparada para lo que significaba tratar de afrontarlo como una persona adulta. Hasta en eso estaba atrapada en ese limbo en el que no era capaz de una cosa ni de la otra.
- ¿y-yo? no, no. Yo no. - negué con la cabeza. Igual se pensaba que me espantaba la idea. Había oído un montón de mierda racista sobre ellos y lo mismo pensaba fatal de mi por eso. Cogí el final de la sudadera con las manos y empecé a retorcerlo con fuerza, para que se me recaran de sudor y por hacer algo que me ayudara a mantener el autocontrol. - Es... es largo de contar.- miraba a ninguna parte, y aunque lo ignorara, me ardía la cara con un sonrojo que habría visto aunque fuera ciego. (<=== Chistazo)- Pero mas o menos ya sabes. Fuego. Calavera. Cadenas... y eso. - que gran resumen de un tormento de vida de mierda. Aunque visto en perspectiva, había sido capaz de hablar de ello, algo impensable a un año vista. Igual hasta podía estar orgullosa de ello.
En la primera sala apenas habíamos actuado. El hombre fue capaz de desarticular a los médicos por sí mismo, sin pararse a pensar demasiado en la criatura tendida sobre la camilla. Notamos la ira bullir en su interior, impregnándolo todo con un conocido aroma fétido que eramos capaces de detectar en cualquier parte. A menudo ese sentimiento va ligado a las peores cosas que ocurren.
Antes de que se abalanzara sobre ellos, rescatamos el pequeño cuerpo que por suerte estaba siendo cosido. Lo que sea que le hubieran hecho, ya era tarde para repararlo. Nuestra mano de hueso envuelto en llamas paseó una de las falanges sobre el resto de la cicatriz abierta sellándola. Luego lo cargamos a la espalda.
En la siguiente sala, una nueva cortina de oscuridad engulló los alrededores, antes de que los hombres pudieran actuar. Pero la agonía que sufrían los niños impregnaba cada sección del cuarto. Dejamos reposar al pequeño sobre una de las jaulas y oímos los disparos. Nuestro grito ensordecedor partió esa densa niebla negra como alquitrán y sólo las detonaciones se escuchaban junto con los infantes aterrados, metidos en jaulas.
Dentro de su oscuridad, Drago podría ver al Ghostrider cubriendo con su pequeño cuerpo su posición. Cuando las balas impactaban de casualidad en su cuerpo se fundían al instante, cayendo a su paso como gotas de mercurio y helándose contra el frío del suelo. Las cadenas salieron despedidas de su pequeña silueta con rapidez y se angarzaron en los cuerpos de los pistoleros. Además del fuego, estaban cubiertas con ganchos y garfios que se clavaron en su carne abrasándola y haciendo que se quedara pegada, lo cual convertía cualquier tipo de resistencia en un tormento por si mismo.
Realizamos un giro rápido para elevarnos a través de la pared y dar la vuelta a la habitación desafiando la gravedad. Los cuerpos de los hombres salieron despedidos hacia arriba, y nos aproximamos a las puertas por las que habíamos entrado, arrastrándolos a todos hacia la sala contigua. Las puertas salieron despedidas hacia dentro en un estallido de llamas y humo. Arrojamos los cuerpos como guiñapos en la otra sala, algunos inconscientes, agonizando otros. Aún había un par que trataba de recomponerse y hacer que su pulso dejara de temblar, buscando apuntarles con sus armas.
- Aquí no. - fué lo único que le dijimos a Drago al volver a su lado a la habitación contigua donde la oscuridad aún era densa. Nuestros ojos negros como ese vacío en el que él se recreaba localizaron su ira. Ladeamos nuestro cráneo lleno de huecos, agujeros y hendiduras y le ofrecimos la boca del monstruo del amplio quirófano al mutante. En nuestras cuencas las puntas de aguja brillaban en el fondo de esos pozos oscuros a los que él había estado a punto de enfrentarse, trayéndole de nuevo a la mente el horror que allí se retorcía.
Que recordara, jamás nos había importado. Pero por alguna razón, los gritos de los niños nos reverberaban en el interior de la calavera.
"Ahí no..."- entornamos los ojos.- "No delante de los niños..."
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Apretó los labios hasta formar una fina línea ante la pregunta, gesto que por fortuna pasaría inadvertido dentro de la ilusión.
- Sí, lo escogí yo -respondió de manera sucinta sin dar más explicaciones.
La mayoría de la gente que escuchaba su nombre y lo relacionaba con sus poderes pensaba en lo obvio, en la oscuridad que engulle la luz, y era lo que posiblemente pensaría la niña. Prefería dejarlo así en lugar de explicar la verdad, que había escogido aquél nombre porque lo último que había visto antes de que la cuchilla candente besara sus ojos había sido una fuente de luz ardiente y muy intensa, y, después... oscuridad, la oscuridad que le había acompañado desde entonces. Se trataba de una parte de su vida que nunca había llegado a superar del todo y de la que no se sentía a gusto hablándola con nadie, ni siquiera con Sasha. Aquello sólo lo sabían Cassandra y Elissa. Y Sieglinde, aunque nunca habría podido anticipar aquél día que la noche terminaría consigo mismo desvelando su verdadero ser ante la alemana.
Afortunadamente para Kim, el hilo de desagradables recuerdos que suscitó en Drago la pregunta evitó que se planteara él mismo sus propios interrogantes sobre la identidad de la pequeña. En general, el shock que le había supuesto encontrarse cara a cara con el Ghost Rider le había mantenido un poco ausente desde entonces, desconectado de su habitual capacidad de observación y análisis.
- ¿Así que no puedes convertirte en monstruo?
La siguiente pregunta sí que hizo que la mirara. No sabía por qué. Quizá por lo demencial que resultaba viniendo de alguien que podía transformarse en lo que ella era.
- No. No de verdad -dijo, sintiendo la garganta reseca de pura incomodidad. Y es que, por mucho que la mirara, con aquellos grandes ojos en apariencia inocentes, no conseguía quitarse de la cabeza la visión infernal que le había enfrentado en la furgoneta-. Aunque durante mucho tiempo pensé que lo era -añadió después, en voz baja-. Creía que absorbía sin pretenderlo la luz de las personas buenas y me obligué a permanecer aislado durante años, hasta que me sacaron de mi error. ¿Sabes? -dijo mirándola a los ojos-. La mayor belleza aparente no puede ocultar la oscuridad del corazón. Algunos de los monstruos más terribles que he conocido no diferían en apariencia de cualquier persona con la que te podrías cruzar por la calle...
Se estremeció pensando en Milosevic, El Carnicero de los Balcanes, Radovan Karadžic o Ratko Mladic, que repartía caramelos entre los niños de Srebrenica antes de... La visión se le empezó a enturbiar, le faltaba el aliento y tuvo que abandonar ese caudal de pensamientos.
Ella le explicó de manera aún más sucinta lo que era y él asintió. Sí... ya sabía. Tampoco iba a pedirle hablar más sobre algo que era evidente que le causaba sufrimiento, a juzgar por el nerviosismo con el que había empezado a retorcerse la sudadera. Le hizo un gesto para indicarle que estaba bien, que no tenía que seguir si no quería. A él tampoco le gustaba hablar de lo que le había sucedido en Colombia. Podían entenderse, de alguien con una vida de mierda a otro.
Y, sin embargo, y por paradójico que pudiera parecer, el ser de pesadilla con la calavera en llamas por rostro mostró mayor consideración hacia los niños que estaban atrapados allí que él mismo. Mientras él descargaba su odio y su ira descontrolada sobre los matasanos, el Ghost Rider rescató al niño de la camilla, cauterizando la herida, y trasladando los cuerpos agonizantes de los sicarios a la habitación contigua antes de confrontarle.
"Ahí no... No delante de los niños..."
Drago se vio reflejado en sus ojos, el horror en aquellos abismos de oscuridad insondables, y, delante de la mismísima encarnación del pavor comprendió aquello en lo que se había convertido. Y recordó el propio horror que le había conducido a recorrer aquél camino de sombras, el horror que había afrontado cuando era niño... De una edad aproximada a la que tenían las criaturas encerradas en las jaulas.
Asintió, recobrando la lucidez y la cordura.
- Ocúpate tú -indicó-. Termina el trabajo. Yo me encargo de los niños.
Una vez estuvo seguro de que el Ghost Rider había desaparecido en el interior de la habitación contigua deshizo el sudario de sombras... y lo que los asustados niños encontraron fue un maravilloso mundo de fantasía con mariposas de luz, pequeñas hadas revoloteando aquí y allá y otras mágicas criaturas de ensueño. Las celdas (que Drago previamente había abierto usando sus cuchillas láser) habían desaparecido, así como todo el sórdido ambiente que les había acompañado durante días.
El propio Drago se presentó ante ellos como una hermosa criatura, similar a un silfo hecho de pura y radiante luz, ataviado con prendas tan etéreas y luminosas como él mismo.
- Venid conmigo, niños. Al otro lado del camino vuestros padres os esperan -les indicó antes de guiarles por los espeluznantes pasillos del viejo hospital, ahora reconvertidos en un idílico camino a través de verdes praderas donde pastaban los unicornios y había flores de color morado y mágicos y divertidos champiñones gigantes. Al final del camino, un arco de flores otoñales daba paso al mundo real, donde Drago se apresuraría a llamar a la policía para que viniera a recoger a los niños.
No era mucho comparado con el horror y el miedo que debían haber experimentado los últimos días, pero esperaba haber contribuido al menos en parte a mitigar algo de ese sufrimiento al avivar nuevamente la maravillosa capacidad que tienen los niños para ilusionarse y soñar.
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Ficha de Personaje Alias: Tortita Nombre real: Kim HwaJae Universo: Marvel
Entró en razón rápido. Lo bastante para hacer que el extraño equilibrio adquirido entre las dos entidades que compartían un cuerpo tan pequeño continuaran inmersas en la circunstancia que les envolvía, en lugar de hacerlos enzarzarse en una confrontación sobre si había sido buena idea o no perdonar la vida al mutante. La distancia que separaba la absolución de una mirada de castigo era tan abismal que se salía incluso de los extremos. Eran dos opiniones confrontadas de un modo directo, en la que ninguno iba a ceder. Sin embargo, en este caso, la opinión de Kim había supuesto una diferencia definitiva. Eso era tan nuevo para ella, como lo era para el Ghost Rider.
Pero tampoco podía obviar lo que había visto esa noche. En Drago habitaba un peligro inmenso, una mezcla de emociones tan fuertes que era imposible que por muy entrenado que estuviera, llegara a controlar. Era aterrador pensar como un hombre que desde un punto de vista parecía tan dispuesto de ayudar a los demás arriesgando su vida se convertía en alguien sin miramiento alguno capaz de llevar al extremo mas retorcido sus confrontaciones. Convirtiéndose a sí mismo en un monstruo, pero no sólo con su ilusión, si no íntegro.
Tan oscuro y perturbado por dentro como las formas que adquiría por fuera para llenar de miedo a sus enemigos...
Como si nuestra voz le sacara de un extraño embrujo que le consumía haciéndole rebosar pura furia, volvió a su ser, dejando sus deseos de venganza y justicia atrás. Nos cedió ese cometido, como si en el fondo supiera que de nuevo estaba adoptando un papel que no le correspondía. No al menos, mientras nosotros estuviésemos presentes. Lo que pasó después, apenas lo vislumbramos. El mundo de fantasía se desdibujó a su paso a medida que llevaba a los niños consigo hacia un lugar seguro. Algunos de ellos le agarraban de la ropa, como si temieran que se fuera a desvanecer. Otros le seguían incapaces de apartar la mirada de su bella nueva forma.
Una dualidad hipócrita y dolorosa, que nosotros conocíamos bien. Porque se podía parecer inofensivo y digno de confianza, pero en nuestro interior habitaba un mundo oscuro, lleno de sufrimiento, dolor y penurias.
Rodando como si el fuego bajo nuestros pies es el que nos hiciera levitar nos aproximamos a la primera criatura temblorosa en el suelo. No se atrevió a girarse, pero sabía que estábamos a su lado. Siempre lo saben. Le oímos llorar. Como tantas otras veces había oído él a los pequeños, noche tras noche, mientras se preparaba para despedazarlos como se hace con un vehículo roto destinado a piezas y chatarra. Cuando suplicó por su vida fue consciente más que nunca del tipo de escoria humana que era. Pero no era suficiente. Con los pecadores nunca lo era.
- Si hay mas...- era una advertencia vana.
Si había mas sería incapaz de decírnoslo. Lo encontraríamos. O nos encontrarían ellos a nosotros, como había ocurrido esa noche.
- Mira...- nuestra voz de ultratumba extinguió sus llantos y sus sollozos, dejando sitio en su rostro sólo para el miedo mas visceral que comparte toda criatura que existe. - Siente su dolor...
Aunque la ilusión de Drago fuera un bello lugar por el que pasear, el Ghostrider les permitió tan sólo un par de minutos de ventaja. Si la fuerza de lo que los niños veían era capaz de enturbiar el sonido de los gritos, uno tras otro, y el posterior silencio que helaba la sangre, el tiempo lo diría.
[---]
Llevábamos la cabeza gacha, oculta tras la capucha. Nuestras manos metidas en el bolsillo de la sudadera que...
Levanté la cabeza y la sacudí como si tratara de despertar de una alucinación. ¿Acababa de hablar en plural? Negué y traté de escurrirme de allí lo más rápido posible, recordando por dónde había venido, procurando encontrar el modo de no salir por la puerta principal. Imaginaba que Eclipse habría llamado a la policía o tal vez habría contactado con otra gente que pudiera poner a salvo a los niños. Lo que sabía es que no quería ser confundida con uno de ellos, ni quería que me pillaran cerca de allí. Si empezaban a indagar, sólo me traería más y más problemas.
Me asomé por un lateral, resguardada por la oscuridad y los ventanales medio rotos que daban a la calle. Si la situación estaba despejada, podría acercarme a él para despedirme. Por primera vez en mi vida, me veía incapaz de marcharme sin previo aviso.
Tenía que...
Quería decirle adiós.
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Viviendo un infierno en la tierra
Eclipse Marvel Universe
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Ficha de Personaje Alias: Eclipse Nombre real: Dragoslav Katich Universo: Marvel
Eclipse no estaba por ninguna parte. Tampoco estaba Noah Bradley, el detective neoyorkino que había estado llevando el caso de las desapariciones, no, sino que era Daniel Alejandro Martínez, detective de la ciudad de Gotham, el que observaba con aire pensativo y ausente cómo la policía tomaba declaración a los pequeños que se encontraban en disposición de hablar mientras el sonido de las sirenas de las ambulancias llenaba la noche.
Había escogido aquél aspecto porque, al ser de una ciudad diferente, era menos plausible que nadie allí le reconociera y también tardarían más en averiguar que, en realidad, los datos que había dado, así como la placa ilusoria, eran falsos. Claro, podría haber improvisado una ilusión cualquiera, sobre la marcha, pero Drago era poco dado a dejar nada al azar o a la improvisación. Era algo que había tenido que aprender dolorosamente cuando su impulsividad y precipitación le habían llevado a acabar cayendo en la trampa de Los Escorpiones. Le había costado horas de dolor y la pérdida de la visión, pero nunca había vuelto a actuar sin pensar. La experiencia le había enseñado que las ilusiones eran más creíbles cuando habías tenido tiempo para amoldarte a ellas, para trabajar los gestos, movimientos y expresiones típicas, y hasta el tono de voz. Cada una de sus ilusiones predefinidas tenía una personalidad y un carácter concretos, y eran esa clase de detalles los que le ayudaban a meterse en el papel sin tener que improvisar, aspectos muy importantes si se pretendía engañar a gente como la policía de Nueva York. Por supuesto, el relato de los niños resultaría incoherente, y no sabrían explicar de dónde había aparecido aquél agente, pero, con un poquito de suerte y la narrativa adecuada lo achacarían sin lugar a dudas al trauma. Y si no, para cuando se dieran cuenta de que Daniel Alejandro Martínez no existía, ya estaría lejos de allí.
No supo por qué le dio por mirar por encima de su hombro en aquél preciso momento; fue como un instinto, o, quizás, fue simplemente casualidad, pero lo cierto era que distinguió la pequeña cabeza encapuchada de Kim asomarse momentáneamente por la esquina y mirar en su dirección. Tras un último vistazo a los niños, a los que estaban cubriendo con mantas antes de subirlos a las ambulancias, el falso policía se dio la vuelta para caminar hacia el callejón. Estaban todos muy concentrados en atender a las víctimas como para reparar en su sigilosa retirada, pero, por si acaso, levantó un espejo de refracción de luz a su espalda para que, si por pura casualidad alguien escogía aquél preciso momento para mirar hacia allí, lo único que viera fuera la calle vacía.
Una vez hubo doblado la esquina, se arrodilló ante Kim y dejó que la ilusión resbalara por su cuerpo, como un sudario de sombras viviente que se iba lentamente escurriendo como agua negra por un sumidero, dejando al descubierto su verdadero ser.
- Hey -musitó, ofreciéndole una mano.
No habían hablado mucho desde que la pequeña hiciera su impactante revelación, porque, realmente, ¿qué puedes decirle a alguien que podría destruirte con un chasquear de dedos? Pero la niña asustada que había debajo de la pesadilla, la que le había salvado la vida, no tenía culpa de eso, y era algo que quería enmendar. Además, había tenido algo de tiempo para procesar lo ocurrido. La existencia de los monstruos... los de Kim y los suyos.
- Quería darte las gracias -empezó, con lentitud-. No sólo por lo de la furgoneta, aunque sospecho que si sigo vivo es por ti -la miró, con aquellos ojos que no eran sus ojos, porque sus ojos ya no existían-. Hoy... me has ayudado a darme cuenta de muchas cosas -continuó en voz tranquila y baja-. Me has ayudado a visualizar aquello en lo que no me quiero convertir. La parte más aterradora y oscura de mí mismo. Me has hecho darme cuenta de las cosas que verdaderamente importan.
Su mirada se desvió hacia donde la policía seguía atendiendo a los niños y cerró los ojos al recordar los gritos agónicos de los hombres que habían tenido la desgracia de afrontar la mirada de castigo de la criatura. Ser testigo desde fuera le había hecho ser consciente de las innumerables ocasiones en las que había sido él quien arrancaba los gritos de horror de sus víctimas. Todas las veces en las que él había sido el monstruo.
¿Eso es lo que era? ¿A eso se reducía todo?
"Le he oído tocar y no he visto oscuridad ahí. El prodigio que es capaz de obrar no puede ser sino el resultado de un alma llena de luz".
Las palabras de Charles Xavier regresaron a su mente provocando que una solitaria lágrima resbalara por su mejilla.
- Hay... algo dentro de mí, una oscuridad que parece siempre dispuesta a devorar todo. Durante los últimos 9 años la he combatido, pero sigue estando ahí, acechando. Ese ser... el ser que... hay dentro de ti... Sé que la ha visto, y su juicio era claro... Él no cree que debiera seguir existiendo. Sé que has intercedido por mí y te lo agradezco... Intentaré honrar ese voto de confianza. Intentaré ahondar en la luz -sus dedos se entrelazaron con los de la pequeña, y una cálida luminiscencia emanó de ellos, bañando ambas manos con el fulgor dorado-. Como digo, hoy me has ayudado, pero no puedo evitar la sensación de que tú también necesitas ayuda -la miró a los ojos-. ¿Podemos seguir viéndonos? Tengo un piso en el Bronx donde podríamos reunirnos de vez en cuando a tomar unas pizzas, o en donde a ti te venga bien. De verdad que me gustaría -finalizó con sencillez.
De oscuridad a fuego.
De solitario a solitaria.
De monstruo a monstruo.
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Eros y Psique:
Kim HwaJae Marvel Universe
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Ficha de Personaje Alias: Tortita Nombre real: Kim HwaJae Universo: Marvel
A medida que las pequeñas espaldas se cubrían de mantas solo era capaz de arrugar la nariz. Los pensamientos de cualquier otra persona se habrían encaminado hacia cosas del tipo "Pobrecitos, después de todo lo que han pasado... Qué suerte han tenido de ser rescatados..." No estaba ni cerca de lo que se me cruzaba a mí por la cabeza en esos momentos. De hecho, si alguien hubiera exteriorizado dicho pensamiento habría tenido que soportar una respuesta de lo más desgraciada en lo que parecería una niña de siete años. "¿Suerte?" pensaba mientras imaginaba lo que para mí era una porquería de conversación "¿Suerte es que te arranquen de los brazos de un ser querido un montón de desconocidos cabrones que te quieren despiezar como un cerdo? ¿Suerte es que alguien se haya dado cuenta de eso? Me apuesto la cabeza a que si entro ahí dentro encuentro más de diez dedos de diferentes dueños "sin suerte". ¡Suerte y una mierda! Esto no es más que intentar restaurar una situación que jamás se debió dar desde el principio. Como pegar un jarrón roto. Todos esos niños, hasta el último de ellos, van a tener grietas durante lo que les queda de vida, si es que consiguen reunir sus pedazos. Suerte. Valiente gilipollez..."
Tan centrada estaba en mi diálogo interior que no vi la figura que se acercaba hacia mí hasta que estuvo enfrente. Me sobresalté al encontrar a un desconocido con pinta de latino que venía tan directo hacia mí que ya me veía dentro de una ambulancia con una mantita teniendo que dar explicaciones, y buscando la manera de escapar en cuanto se enteraran de que era una indocumentada. Fue extraño ver como su imagen se distorsionaba y le chorreaba por el cuerpo, somo si alguien le hubiera echado un cubazo de algo que no conseguía adherirse a su piel. Un rostro sin ojos apareció al tiempo que sentía un escalofrío. No podía dejar de recordar cada cicatriz de dolor que había visto en el interior de sus cuencas vacías. Me relajé un poco al ver que se trataba de la persona a la que quería decir adiós...
Entreabrí los labios para hablar, pero él lo hizo antes, y yo no encontré fuerza para cerrar la boca. Qué palabra esa de "gracias". Había momentos en los que la esperabas y nunca llegaba, dejándote de mala hostia. Otras veces, como ahora, no la esperabas y lo que se te quedaba era cara de imbécil. No me di cuenta de que un sonrojo inmenso me había encendido las mejillas a medida que me agradecía haber intercedido por él. ¿No tendría que estar dándole yo las gracias? Jamás había pasado algo así antes. Nunca me había comunicado con aquello... con... con Él...
Sacudía la cabeza. Ahora...¿Cómo iba a referirme a...?
Lo único en lo que podía pensar era en que eso estaba mal. No podía quedarme allí recibiendo tantas alabanzas cuando la persona que me las estaba dirigiendo era en realidad tanto o más merecedora de todas esas buenas palabras. Mis pequeños dedos notaron una extraña calidez cuando los cogió, y yo contuve la respiración, y clavé mis ojos en esos agujeros negros que a muchos les darían miedo por juicio estético. A mí me lo daban por todo lo que había visto reptando en ellos. Alguien capaz de hacer cosas terribles... y también de obrar bondades sin límite. ¿Hacía mas calor o sólo me lo parecía por la preciosa luz brillante que salía de entre nuestras manos?
Era un gesto sencillo, pero sentir esa mano en la mía me transmitió una ternura que sólo recordaba haber sentido con mi madre, y mis ojos amenazaron con llenarse de lágrimas. Por primera vez no tenía que conformarme con un trato humano que procedía de no saber lo malo que habitaba en mí. Él lo había visto, en la peor de sus formas. Aún así me tendía esa mano, sin miedo, con un deseo sincero de ofrecer una ayuda que yo tenía que negarme a aceptar...
Por su bien... por mi bien.
Aquello me dio tanto miedo que tiré de mi mano por inercia, y la oculté en el interior de los bolsillos de la sudadera, mirando al suelo, dándome cuenta entonces de que las lágrimas ya me estaban cayendo de la barbilla. Sin ningún reparo utilicé la otra mano para limpiarme la nariz que también amenazaba con desbordarse.
- No sabes lo que dices.- era una buena frase que lo resumía todo. Parecía mentira que se me hubiera ocurrido en el momento adecuado. [/color][/b]- me giré sobre mis pies y le di la espalda. - No te conviene juntarte conmigo. Si crees que lo que has visto hoy es lo peor que podías ver, te aseguro que sólo sería el principio.- Empecé a dar pequeños pasos hacia la dirección contraria. No era el tipo de despedida que quería. La imagen de Mephisto se me clavó en la retina. Ya lo había intentado... y le había destrozado la vida a mucha gente. Mamá Oddy, Camille, Sasha... pero Eclipse había empezado algo. Me había cambiado... Igual que me había cambiado conocer a Rojo o Azul...
Azul... el recuerdo de nuestra conversación se aposentó como un bálsamo calmante dentro de mi cerebro...
Ahora tenía que seguir cambiando... me detuve en seco y giré, lo justo para mirar por encima de mi pequeño hombro.
- Los martes y jueves suelo ir al central park...- dije, sin poder evitar la sensación de que cometía un error, y sin embargo sin poder controlar mi deseo de decirlo. - Me gusta patinar en los obstáculos, y ver a la gente en el circuito de bicicletas. - Tenía que marcharme. Si continuaba apurándolo, quizá luego fuese incapaz de hacerlo. - Quizá... nos veamos por allí.- dije, antes de volver a caminar dejando al hombre atrás.
No había sido capaz de decirle todo lo que aquello había supuesto para mi. Pero una parte pequeñita y escondida quería creer que tendría la oportunidad de hacerlo en otra ocasión...